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Una aproximación al concepto de familia (página 2)




Enviado por vianny barrera silva



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Para el caso de estos padres, cuidadores de niños seguros, presentan características como el compromiso con el bebé en relación a su crianza, es decir, el tiempo, la energía mental, emocional, conductual y económica que padres invierten en sus hijos. Otro aspecto interesante es que estas madres presentan una alta sensibilidad materna, referido a la capacidad de éstas de proveer mucha información con detalles espontáneos sobre diversas conductas de sus hijos. Aspecto importante, debido a que estos padres seguros tienden a conocer mucho sobre sus bebés, conocen sus reacciones, saben lo que les ocurre, y son capaces de distinguir patrones de conducta durante el primer año de vida del niño. Además, presentan señales afectivas claras, expresando con claridad sus expresiones afectivas positivas y negativas; relacionándose con sus hijos de manera espontánea, implícita y cotidiana en la comprensión de la conducta de sus hijos atribuyéndoles estados mentales (creencias, deseos, emociones, planes), de este modo, se relacionan con sus hijos como "seres mentalizadores[9]lo que los lleva a la tendencia de desarrollar un apego seguro con sus hijos, quienes a su vez desarrollan esta habilidad de un modo adaptativo.

  • Estilo Inseguro – Evitante (Patrón A).

Los niños con este tipo de apego desarrollado, presentan muy poca o nula conducta de búsqueda de proximidad y contacto, siendo éste uno de los aspectos más sobresalientes de estos infantes en la medida que parecieran no estresarse frente a la separación o reunión de su cuidador. Estos niños manifiestan muy poca o nula señal afectiva hacia su madre; o bien, pueden mostrar en otros casos signos mixtos de acercamiento y alejamiento, siendo la indiferencia y autonomía poco directa y clara. En este sentido, lo que se observa son conductas ambivalentes de acercarse y alejarse de su madre, junto a conductas de tendencia evitantes, es decir, poseen una tendencia a sobrerregular e inhibir toda la demostración de afectos hacia los cuidadores, manifestada en su actitud y expresión afectiva plana. Estos niños no suelen usar a sus madres como refugio seguro, siendo la actitud más bien consistente en activar una regla de no mostrar interés hacia las figuras de apego y de restringir y desactivar toda activación emocional relacionada a la relación con sus cuidadores (Cassidy en Lecannelier; 2009). Estos niños tienen la tendencia a realizar en mayor frecuencia conductas reguladoras autodirigidas, debido principalmente a la expectativa de poca disponibilidad de los padres. Estas conductas autorreguladoras, estarían dirigidas a controlar el estrés, debido a que los padres presentarían una incapacidad de poder hacerlo de un modo afectivo con sus hijos. Esta tendencia es expresada en una actitud sobreinhibida en relación al sí-mismo y autonomía en relación a los otros. Se plantea también, que estos infantes, ya a los 12 meses de edad desarrollan un sentido afectivo y representacional destinado a no mostrar afectos ni necesidades de vincularse con los padres o cuidadores, siendo esta conducta minimizadora de apego la que le permite al niño inhibir cualquier motivación de apegarse a sus padres, debido por un lado, a la expectativa automática real de no ser satisfechos en estas necesidades, y por el otro, la estrategia de autonomía y frialdad permite anticipar mayor rechazo e indiferencia; desprendiéndose de esto, que a mayor estrés, mayor evitación e inhibición. Estos niños, reemplazan sus conductas de evitación por una inhibición psicológica y lo expresan a través del interés que van teniendo para ellos las actividades, las cosas, los objetos, por sobre las emociones o relaciones interpersonales. Todo lo que no entra en el ámbito emocional no les es visto como amenazante. Por otro lado, pareciera ser que estos niños están en un permanente conflicto entre un deseo de conectarse emocionalmente con los otros y, a la vez, de ser exageradamente autónomos, si bien, pueden expresarse como sujetos fuertes e independientes, muchas veces presentan bajos niveles de autoestima; y al no experimentar una aceptación fundamental en sus relaciones tempranas, difícilmente pueden desarrollar confianza y valía personal y una autonomía basada en el apego y no en la evitación social (Barudy; 2006).

En el caso de los cuidadores de estos niños, las madres suelen ser rechazantes, es decir, más lentas en responder a las señales de estrés del niño, e incómodas con el contacto corporal intimo con sus hijos (Ainsworth; en Lecannelier; 2009). Este tipo de patrón evitante, implica un estilo de cuidado bastante consistente, en donde los padres suelen inhibir las señales afectivas de búsqueda, cariño, intimidad y estrés por parte de este niño. En el caso de las situaciones donde el infante se encuentra bien, o no expresa señales de estrés, es decir, no llora, no pide atención o cosas a sus cuidadores, pueden llegar a ser personas afectivas y preocupadas. Estos padres, suelen ser sujetos extremadamente inhibidos en situaciones de intimidad, sintiéndose amenazados por la búsqueda de afectos de sus hijos, entonces, al solicitar estos niños algún tipo de atención afectiva, inhiben o relocalizan el afecto hacia otras personas u objetos, otra opción es que ignoren al niño, como una madre que al pedirle el niño afecto, ésta desvíe su atención pasándole un juguete o regalo.

Desde esto, en general, los afectos positivos que no están dirigidos hacia la madre, suelen ser bien recibidos por los padres, pero si el infante expresa afectos de intimidad, la madre inhibe o castiga esa necesidad de apego. En el caso de las representaciones mentales de los padres hacia estos hijos, contienen temas donde el hijo es percibido como un ser precozmente independiente, que se relaciona por igual con todas las personas, no necesitando estar con sus padres por mucho tiempo, que no molestan y que deben aprender a jugar y estar solos. Estos padres además suelen ser intrusivos, indiferentes o rechazantes, siendo el patrón más común el que éstos suelen castigar por alguno de estos medios la necesidad de vinculamiento, intimidad y confort de estos niños (Crittenden, en Lecannelier; 2009).

  • Estilo Ambivalente (Patrón C)

En el caso de niños con este tipo de apego, presentan miedo a ser dejados solos, evidenciando alto grade búsqueda de proximidad y mantenimiento con la madre (la buscan, corren hacia ella, se aferran a ella, la escalan); siendo la combinación de estos rasgos lo que más caracteriza a estos niños, junto a una alta resistencia a ser abandonados. Sin embargo, un aspecto a destacar en estos niños es la expresión de afectos mezclados que oscilan entre conductas de aferramientos, llantos y deseos de proximidad y mantenimiento hacia la madre por una parte, y un tono afectivo cargado de rabia, resistencia y exageración de afectos negativos, por el otro. En otros casos, se caracterizan por su pasividad, es decir, que el contacto y búsqueda por la madre es limitada, teniendo poca iniciativa de buscarla, con expresiones de rabia más resistentes. Estos infantes suelen ser muy sensibles y frágiles frente a la separación, a situaciones nuevas y a situaciones gatilladoras de estrés en general, además, presentan tendencias a exagerar sus afectos, como manera de elicitar mayor atención y predictibilidad en las conductas de cuidado de sus padres o cuidadores. Por lo tanto, en este estilo de apego, se hiperactivan las conductas y emociones vinculares (Kobak et al. en Lecannelier; 2009), realizando en su mayor parte conductas reguladoras dirigidas a otro, con tendencia a focalizar su atención y energía hacia los padres o cuidadores (denotando una actitud de rabia y control hacia ellos), por ende, quedando vulnerable para la autorregulación (sensibilidad y poco control personal). En términos generales, los niños ambivalentes aparecen muy ineficaces en sus estrategias de regulación emocional (sensibles, frágiles y descontrolados) y en el uso efectivo de la madre como refugio y base segura (poca exploración, ineficacia en calmarse y constante búsqueda de la madre). Para el caso de niños ambivalentes, al no poder predecir la conducta de sus padres, porque éstas son inconsistentes, será necesario usar más energía por parte de los niños en relación a exagerar sus conductas y exagerar la atención en sus cuidadores para conseguir una estrategia organizada para su autorregulación emocional.

Este tipo de infantes no logran obtener la suficiente confianza para sentirse relajados y fuera de peligro cuando la madre se encuentra lejos de ellos, por lo que su angustia y la necesidad imperiosa de estar cerca de su figura de apego se incrementa. En este caso la conducta de apego está activada al máximo la mayor parte del tiempo, dejando poco espacio para pensar y deducir lo que sería mejor en determinadas situaciones. Detrás de esta conducta, se encuentra presente el dolor inmenso de no sentirse lo suficientemente amado y agradable para el otro, lo que deteriora la autoestima, el autoconcepto y la visión de la vida, generando por ende en sus estilos de relaciones la visión de que "nadie podrá interesarse realmente por ellos, y muncho menos llegar a quererlos" (Barudy; 2006; pag.181).

Para el caso de sus cuidadores, estos han desplegado un patrón inconsistente de cuidado, generando ambivalencia en este cuidado, y por ende un apego que se caracteriza por el mantenimiento de un estado "preocupado", donde el apego es exagerado hasta el punto que la autonomía es inhibida (Cassidy y Berlin, en Lecannelier; 2009). Estos cuidadores han fallado al ofrecer una disponibilidad emocional y una implicación que consiste en satisfacer las necesidades de ese niño, siendo los estados emocionales y las necesidades físicas disminuidas o no tomados en cuenta durante periodos considerables. En este sentido, la existencia de periodos prolongados de ausencia física de la madre potenciaría estos sentimientos ambivalentes en el niño, pero más aún, lo que prima es la falta de disponibilidad psicológica que hace que los cuidados cotidianos del infante sean incoherentes, inconsistentes e impredecibles (Barudy; 2006).

Por otro lado, Mayseless y colaboradores (Lecannelier; 2009), plantean que la formación del vinculo ambivalente es debido a la sobreprotección que esa madre le otorga a su hijo, esta sobreprotección se expresa en un constante monitoreo del niño, inhibición en la exploración, desconfianza en sus capacidades exploratorias y autónomas, maximización de estrategias de cuidado, a modo de mantener siempre cerca al niño. Esta autora plantea, que esta estrategia de cuidado es la de proteger al niño a través del sobrecuidado y la intrusión, debido a razones estratégicas de cuidado donde el niño puede ser menos expresivo y hábil en señalar situaciones de peligro o daño; en padres que se sienten ineficaces en percibir el daño y desprotección de sus hijos y por ende, en desarrollar estrategias efectivas de cuidado; en situaciones donde el ambiente externo social es en sí mismo peligroso, como población de alta vulnerabilidad, por lo que exigen mayor protección para evitar el daño y peligro de su medio sociocultural y por otro, para que estos niños no sean atraídos a esos ambientes nocivos; y en situaciones donde la historia parental, el cuidador haya aprendido que no se puede confiar en los otros para cuidarse por sí-mismos, y por ende, desconfía de lo mismo en sus hijos. Desde este punto de vista, la conducta ambivalente en los cuidadores se acentúa en la imposibilidad real de pode implementar de manera efectiva las estrategias de cuidado y protección, imponiendo sobreprotección planificada de manera ineficaz , debido a que no es posible estar del todo alerta e involucrado en la crianza de un niño (Lecannelier; 2009).

  • Estilo Desorganizado (Patrón D):

Como se menciona anteriormente, este patrón no fue elaborado por Mary Ainsworth, sino que su creación surge a fines de los años 80, por Mary Main y George Solomon (1991). Esta creación se debió a la observación de ciertos patrones de conductas que presentaban ciertos grupos de infantes en los experimentos de separación que no cumplían con los criterios para los estilos de apego anterior descritos (patrones A, B y C). En este caso, la actitud que mostraban estos infantes, era un serie de conductas que desafiaban la idea de una coherencia en el patrón vincular que los bebés realizaban con sus madres, es decir, se observaron una mezcla de conductas de evitación con resistencia, las que se evidenciaban en la investigación de casos con alto riesgo, tales como niños que vivían maltrato infantil (Lecannelier; 2009). Estas autoras, desde investigaciones de Main y Hesse, encontraron que los patrones de apego descritos por Ainsworth y colaboradores no aplicaba en estos casos, ya que las conductas más típicas de estos niños eran conflictivas, encontrándolos "inclasificables", expresaban un sinnúmero de conductas bizarras, desorientadas y desorganizadas frente a la presencia de un cuidador. La observación se amplió a este tipo de conductas en muchas situaciones, donde aparentemente el infante perdía el sentido o meta del sistema de apego, y por ende, estas conductas parecían no tener lógica o coherencia. Encontraron que estas conductas se podían explicar de acuerdo con la expresión de una paradoja vincular, donde los padres se habrían convertido en la fuente simultánea de de protección y miedo de los hijos, generando por ende, la paradoja sin solución. Como característica de estos infantes, no presentan y son incapaces de mantener una estrategia consistente de relacionamiento, además existe una ruptura o carencia de estrategias de regulación emocional y vinculamiento, es decir, que no pueden ser sostenidos o contenidos en momentos de estrés vincular. En cuanto a la expresión emocional, se puede apreciar que la vivencia de estos niños parece caracterizarse por la presencia de emociones negativas, especialmente miedo, confusión, comportamientos hostiles, rechazo y conflicto, siendo esta respuesta un intento desorganizado por establecer algún tipo de regularidad vincular, y por ende experiencial con sus cuidadores. Por lo tanto, el resultado de sus conductas siempre será la de vivencias repetidas de angustia, miedo y desesperanza.

Bibliografía

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  • 16.  Umbarger, C. (1999). "Terapia Familiar Estructural". Buenos Aires: Argentina. Editorial Amorrortu Editores.

 

 

 

Autor:

Mg.Ps. Vianny Barrera Silva

 

[1] Pautas de interacci?n que ordenan u organizan a los subsistemas que componen a una familia, en relaci?n que presentan alg?n grado de constancia. Estas relaciones constantes son duraderas en el tiempo, pero lo son menos en la actividad continuada del sistema total supraordinado. (fuente: Carter, Umbarger, 1999)

[2] Manejo de interacciones y relaciones de los miembros de la familia que estructuran una determinada organizaci?n al grupo, estableciendo para el funcionamiento de la vida familiar normas que regulen el desempe?o de tareas, funciones y roles. (fuente: Din?mica Familiar y Comunitaria, 2009)

[3] Fuente: clases magistrales de Intervenci?n Familiar por docente Susana Arancibia. Magister Familia, Infancia y Adolescencia (Universidad del Pac?fico, a?o 2010)

[4] Fuente: Encuesta CASEN, 2006

[5] Fuente: MIDEPLAN. Encuesta de Caracterizaci?n Socioecon?mica Nacional (CASEN) 2006. M?dulo Familias

[6] Fuente: MIDEPLAN. Encuesta de Caracterizaci?n Socioecon?mica Nacional (CASEN) 2006. M?dulo Familias

[7] Fuente: Clases presenciales de Magister Familia, Infancia y Adolescencia. C?tedra ?Conceptualizaci?n evolutiva de la Familia?, impartida por docente Susana Arancibia Olgu?n. 2010.

[8] El t?rmino ?modelo de trabajo interno? es originario del psic?logo brit?nico Craik, quien en 1943 sugiere estructuras de representaci?n din?micas desde las cuales un individuo podr?a generar predicciones y extrapolarlas a situaciones hipot?ticas

[9] Concepto de Mentalizaci?n; muy similar al proceso de ?madre como informante?, usando los mismos criterios de ?sensibilidad materna?. Se relaciona con la capacidad de los padres de relacionarse con sus hijos como un ?ser mentalizador? al atribuirle por medio de su crianza, estados mentales a sus hijos de los estilos de crianza (Lecannelier; 2009).

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