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Cuentos de guerra, misterio, terror y locura (página 2)




Enviado por Pablo Etchevehere



Partes: 1, 2

No puedo morir soy Satanás dijo suelto de cuerpo el enano. Los dos suboficiales presentes comenzaron a temblar y uno dijo: -Jefe, mejor llamamos al Cura, el padre Pedro. El viejito Italiano medio sordo, acotó el cabo Gómez. Señores, dijo con ironía el Oficial, ahora vengo a desayunarme que mi dotación cree en brujas, fantasmas, diablos, duendes y aparecidos. Pero si quieren está bien, -vaya Sargento Choque y busque al Cura donde esté y tráigalo rápido a la Comisaría.

El curita Pietro Rocco, fraile franciscano, estaba como todas las noches durmiendo con la viuda Benavides, la que cuida la Capilla. El sargento le arrojó una piedra a la ventana, que era el santo y seña para que el varón de Dios, abandone los brazos del pecado y acuda a la parroquia. -Hijo, me imagino que debe ser algo grande para sacarme de la bendita obra de confortar a la viuda de un cristiano?. Si padre, el Oficial Gutiérrez lo necesita en la Comisaría. -Ya se, dijo el Cura, -se les fue la mano otra vez y hay que dar la extrema unción a un preso moribundo? -No padre no es eso, es que hemos detenido aún sujeto que dice ser el diablo y mide menos que un metro, con una cabeza enorme. El cura se tironeó nerviosamente la chivata y dijo, ja ja ja que noche, bueno, vamos a ver este fenómeno, por las dudas llevo la estola, la botellita de agua bendita y un crucifijo. El cura que siempre guardaba entre sus ropas un misal, se calzó sus sandalias franciscanas y partieron para la comisaría. Allí estaban el Oficial Gutiérrez, el Cabo Gómez y…Satanás o el Enano Enrique, quien se reía sarcásticamente casi sin parar. El cura dijo: Muchacho pórtate bien, no seas irrespetuoso, ¿quién eres?. -Ya lo dije viejo, mirándolo fijamente al cura, soy un enviado de Satán y les prevengo que de quedar preso, mi amo vendrá y los llevará a todos a su morada en los infiernos, desde donde nunca saldrán. Un hielo traspasó las almas de los policías; y el cura sin pensarlo mucho, arrojó agua bendita al enano y mostrándole la cruz le dijo -"vade retro Satanás", vete a tus infiernos y deja tranquilos a estos cristianos.

El enano lanzó un espeluznante grito de horror como si el agua le quemara la piel y tratando de librarse de las esposas, pateaba todo lo que encontraba a su paso, hasta que dio un salto y sólo, entró en un calabozo, que fue cerrado inmediatamente por los aterrorizados testigos de la habilidad del enano. Esa noche el infierno se desató sobre la comisaría, la que fue literalmente destruida a piedrazos por misteriosas piedras que impactaban en los cristales de las ventanas desde ninguna parte. Un misterioso incendio completó la diabólica obra. De la comisaría, al día siguiente no quedó nada. El Oficial Gutiérrez y los policías Gómez y Choque, fueron hospitalizados. Del Cura y el enano no quedaron rastros, simplemente se volatizaron. Dicen los parroquianos de Catamarca, que aún hoy sus almas rondan la nueva comisaría, empujando uno al otro, para ir cada uno, al cielo o al infierno.-

LA RECTA PROVINCIA

Eduardo Cardel, está desaparecido. Su rostro mira sin mirar a nadie desde un afiche pegado en la estación Constitución. El Inspector Manuel Ontiveros piensa que Cardel es otra víctima de La Recta Provincia, una misteriosa organización que hace desaparecer a gente como Cardel, un solitario al que nadie quería. En el segundo piso del Departamento Central de Policía Ontiveros guarda con celo policial el expediente Cardel, de vez en cuando lo relee y repite en voz alta algunos párrafos …Eduardo Cardel un prestamista de poca monta era aficionado al ocultismo. Siendo aún joven quiso ingresar a la Masonería. Llegó una tarde al viejo caserón de la calle Perón y se introdujo en la biblioteca. El "hermano bibliotecario" lo puso al tanto de las pruebas que debía pasar para ingresar a la orden masónica y el dinero que tendría que depositar cuando fuera iniciado en los misterios de la masonería. Eduardo salió de allí y nunca volvió por la sede de los masones. También se acercó a la orden Rosacruz, Fue a dos o tres reuniones, la hermética orden de los rosacruces no lo conformó.

Comenzó a buscar en Internet otro tipo de asociaciones secretas, sin éxito. Hasta que un día en el trayecto del tren Constitución-Banfiel fue abordado por un misterioso caballero que le extendió una tarjeta "Recta Provincia" Avenida de Mayo 1370 subsuelo, departamento 7. El caballero solo le dijo que estaba elegido para integrar la "sociedad de los siete" y dicho esto, literalmente desapareció. Eduardo dejó pasar unos días hasta que guiado por la curiosidad, tomó el subterráneo en Constitución y se bajó en la Avenida de Mayo, caminó hasta el 1370 y se hundió en las entrañas del mítico y sombrío edificio Barolo. Eduardo se acercó al portero y le preguntó por el departamento siete del subsuelo. El hombre extrañado, dijo que no había departamentos en los subsuelos y sí bauleras y salas de máquinas. Eduardo quedó desconcertado, pero no vencido. En un descuido del portero se dirigió al subsuelo del edificio, caminó casi a ciegas, hasta que se encontró de frente con una puerta que llevaba el número siete. Golpeó tres veces y desde adentro le contestaron con un solitario golpe. Pudo escuchar varias voces dentro. La puerta se abrió y unas manos lo sujetaron del cuello y le colocaron una capucha y alrededor de su cuello una soga.

Lo hicieron arrodillar y sintió en su garganta la punta de una espada; mientras que una voz potente le preguntaba -quien eres. Soy Eduardo Cardel, dijo en voz baja. -Y ¿qué quieres de nosotros?, entrar a la sociedad de los siete, contestó Eduardo, con voz más firme. Entonces jura por tu vida que jamás traicionarás a tus hermanos, los siete guardianes del Universo. Dicho esto lo descubrieron. Seguidamente pudo ver entre penumbras, apenas iluminados por siete velas, a siete encapuchados que aplaudían. Eduardo se desvaneció y dos semanas después, apareció barbudo deambulando por la estación Constitución. Un compasivo comerciante lo llevó a la Comisaría de la zona y de allí lo trasladaron al Departamento de Policía, donde el inspector Ontiveros le tomó declaración. La Policía hizo averiguaciones en el Palacio Barolo, inspeccionaron el sótano y no encontraron rastros de la misteriosa puerta. Un año más tarde Eduardo desapareció sin dejar rastros. Sólo un vigilante de consigna dijo haber visto entrar al Barolo a una persona parecida a Eduardo una madrugada durante el solsticio de invierno, el 21 de Junio; lo acompañaba un grupo de personas vestidas de negro. Le llamó la atención al Agente que todos portaran anteojos oscuros y sombrero.

Ese 21 de junio, durante la ceremonia ritual llevada a cabo en el faro del edificio Barolo, Eduardo fue entregado a los patrones astrales, cuando las puertas del paraíso se abrieron para recibirlo.-

UN GOLEM EN ONCE

Daniel Goldestein era el mimado de su poderoso abuelo Salomón Goldestein, dueño de "la esquina de las telas", una gran tienda en el barrio Once de Buenos Aires. Danielito como le decían todos en la familia, estaba por cumplir trece años y por lo tanto tendría en unos meses su Bar mitzváh, esa hermosa ceremonia judía que indica el tránsito de la niñez a la juventud. En su casa, ni su padre el Ingeniero David Goldestein ni su madre la Psicóloga Judit Bresisky eran religiosos. David un libre pensador y Judit una agnóstica seguidora del psicoanálisis no le daban importancia a las prácticas religiosas, pero por tradición Danielito tendría que prepararse en la Sinagoga para su gran día. El Abuelo Salomón conocía al rabino del barrio, Samuel Filkestein, hijo del viejo rabino Yerúa Filkestein ya fallecido. Yerúa quien emigró de Polonia cuando las tropas nazis invadieron su Besarabia natal, se había dirigido a la Argentina en la década del treinta.

Los murmuradores del barrio contaban que en la sinagoga de los Filkestein se escondía un "no nacido". Uno de los trece Golem que el famoso rabino León de Praga construyó en el Siglo XVII y que escondido en una caja de embalaje viajó a Buenos Aires, junto a Yerua, en un barco italiano de tercera clase. Poca gente había visto al Golem en el barrio de Once, pero aquellos que aseguraron haberlo visto, dijeron que medía como dos metros y medio de alto y sus manos eran como garras de león, mientras que sus ojos asemejaban a los de un perro. Esta criatura sordomuda solo se comunicaba con el mundo tocando el Sofar, un cuerno de carnero que el rabino utilizaba en celebraciones especiales. Un martes por la tarde Danielito estaba sentado en un banco de la sinagoga, el rabino Filkestein, un hombre calvo y huesudo, de unos cincuenta años, con una cara alargada adornada por una espesa barba rubia, se había ausentado para consolar a una vecina, la anciana señora Milstein, quien había asegurado que esa noche moriría.

Danielito esperaba al rabino y de tanto esperar comenzó a inquietarse, se levantó y se dirigió hacia una pequeña puerta escondida en un costado del tabernáculo. Los vitro con figuras de candelabros de siete brazos y estrellas de David, vigilaban sus pasos, un silencio reinaba alrededor. Danielito comenzó a bajar las escaleras y de pronto se encontró en un lugar lleno de cosas viejas, candelabros rotos, cajas de cartón y en un rincón una pequeña caja de madera muy antigua. Daniel apenas conocía algunas palabras en hebreo, no pudiendo leer por lo tanto, la borrosa inscripción enchapada en la caja. Encontró un botón escondido y el resorte permitió que la caja se abriera. Un viento muy fuerte surgió de la caja y una voz agrias comenzó a llamar a Daniel en un idioma que no entendía. Cuando el niño estaba a punto de aspirar ese humo azul que salía de la caja, dos grandes manos taparon su naríz, dejándolo prácticamente sin aire.

Daniel se desmayó y cayó al suelo de inmediato. El Golem, aspiró el humo y lo suspiró fuertemente sobre la misma caja, cerrándola inmediatamente. El Dibukin, ese espíritu impuro encerrado por el rabino, o por su padre o por su abuelo, todos santos hombres cabalistas, volvía a su prisión. La mítica criatura, cerró fuertemente la caja tocando el Sofar siete veces y luego la depositó en un armario al que cerró con doble llave. Tomó del suelo a Danielito, subió la escalera y lo depositó suavemente en un banco de la Sinagoga. El Rabino despertó a Daniel, y su señora le preparó un humeante chocolate. Esa noche el No nacido llevó la caja a la costa del rio y la tiró lejos, hundiéndose el Dibukin en las barrosas aguas del Plata. La tarde anterior al Bar mitzvah de Daniel, el gigante barrió la Sinagoga.-

Locura

LOS HUESPEDES DEL HOTEL VIENAEse atardecer de 1961, en el Hotel Viena de San Clemente del Tuyú, era como tantos otros, un cielo limpio en el que se adivinaba el crepúsculo y una intensa briza marina que levantaba levemente la arena. Recuerdo el amplio comedor, las grandes mesas y empotrada al fondo una bella y grande chimenea donde siembre ardían dos gruesos maderos, dándole un agradable calor al ambiente. Por alguna razón que desconocía, mi padre nos llevaba cada año a vacacionar al Hotel Viena de San Clemente. Allí mi madre descansaba y solo leía incansablemente novelas policiales del séptimo círculo. A mí me tocaba cuidar mi pequeña hermana que hacía sus primeras caminatas, situación que enternecía a los otros huéspedes, ya que era raro ver niños pequeños en ese lugar. El Hotel Viena, a unas cinco largas cuadras del mar tenía un propietario, el señor Maister, un hombre taciturno, huesudo, alto y con cabello rubio que se estaba volviendo blanco. Su mujer, una gruesa criolla a la que llamaban "Morocha" era su antítesis, hablaba mucho y acompañaba sus palabras con mil gestos producidos con las manos. La Morocha conocía a todo el mundo en San Clemente. Había nacido en un puesto de Campo en General Lavalle y deambulado por el servicio doméstico de varios hoteles de la zona, hasta conocer a Maister, con el que había tenido dos hijos. Otra familia con niños pequeños era asidua concurrente al Hotel, los Schmitt, el resto de los huéspedes era gente mayor, parejas grandes y hombres o mujeres solos, generalmente de habla alemana.Ese año, había revoloteo en el hotel Viena. Esperaban a un huésped muy especial. Se nos pidió a los niños que no apareciéramos por el comedor fuera de la hora del almuerzo y la cena. Que no molestáramos en los pasillos y si es posible que juguemos dentro de las habitaciones. El rostro de mi padre denotaba preocupación, sólo mi madre, que siempre estaba en el mejor de los mundos, seguía leyendo sus novelas policiales, sin percatase del entorno y los preparativos de recibimiento de un tal doctor Bayer y su esposa. El día llegó y esa tarde una pequeña caravana de coches negros y largos se estacionó frente al hotel Viena.

Del automóvil mas largo de todos, (eran cuatro), salió un hombre avejentado de unos setenta años acompañado por una mujer rubia, elegante, de algo más que cincuenta años. Dos hombres altos y un chofer, llevaron dos gruesas maletas a la habitación seis. Pasó un día y los niños volvieron a correr por el patio del Viena y de pronto mi hermana desapareció. La busqué desesperadamente por todos lados y cuando iba a avisar a mis padres ví algo interesante. Ingrid estaba jugando con el anciano señor Bayer en el comedor del hotel. El hombre le alcanzaba galletas frutadas y mi hermana bailaba al son de música tirolesa que salía de un viejo tocadiscos arrumbado en el mostrador del comedor. Con sus tres años, mi hermana, rubia y alegre, personificaba el entusiasmo alemán en miniatura. El señor Bayer y luego la señora Bayer festejaron largamente las ocurrencias de mi hermana. Yo me acerqué y el anciano me dio una galleta y una palmada sobre mi cabeza. Tomé a Ingrid de la mano, como protegiéndola inconscientemente y alejándola del mal que emanaba de aquel hombre, mal que intuía pero que no sabía a que atribuir. Pasaron unos días y el matrimonio Bayer se fue como vino, en su caravana de autos negros grandes y misteriosos, rumbo al sur. El hotel volvió a la normalidad y el señor Maister se volvió un poco más conversador y hasta hizo algunos chistes vieneses en la sobremesa.-

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La Ciudad de los Césares

Bill Murray y James Norton, dos asaltantes de bancos norteamericanos que alguna vez integraron la familia criminal de Buch Cassedy, huyeron de su última fechoría en Comodoro Rivadavia, a los aguafuertes andinos, allí donde sopla el viento sur. Pasaron algunos caseríos y un poblado Tehuelche y se adentraron en un cajón cordillerano. Durante la segunda jornada de marcha los alcanzó el viento patagónico, que soplaba con una fuerza inaudita. Volteados sus caballos, lograron pararlos y con los ponchos vendando los ojos de los animales, avanzaron con dificultad, ¿hacia donde? no lo sabían. Estaban perdidos con frío y la noche que los alcanzaba. En una quebrada que encontraron acamparon a cielo abierto, prendieron un lánguido fuego que les alcanzó para calentar sus manos y comer trozos de charque que llevaban en sus alforjas. Al día siguiente volvieron a retomar la marcha, su intención era la de todos los fugitivos, alcanzar la frontera chilena y refugiarse en una ruca mapuche, fuera del alcance de las autoridades policiales chilenas y argentinas. A medida que cabalgaban el paisaje cambiaba significativamente, las montañas lejanas estaban muy cerca ahora y sus picos azules y nevados se volvían gigantes amenazadores, el ruido del agua cayendo entre las piedras, los distraía y parecía que alguien los seguía y escudriñaba entre la tupida vegetación cordillerana. A lo lejos divisaron, un valle, y bajaron por un sendero que parecía hecho por el hombre hacía mucho tiempo. De pronto el sendero rústico se convirtió en un camino prolijamente empedrado y al llegar a un cruce divisaron lo que parecía ser murallas de una fortificación y allá fueron. Los dos bandidos no podían creer lo que veían, un gran y extraño poblado fortificado se erguía ante su asombro. ¿Que era eso? ¿donde estaban? se preguntaron ambos al unísono. James Norton el más audáz de los pistoleros, desenfundó su colt y avanzó al trote lento, pasando bajo un arco de piedra y gritando en inglés y castellano si había alguien allí. Bill Murray lo siguió apuntando a todos lados con su carabina, hasta que por fin llegaron a un zanjón y pasaron al poblado cruzando un puente de madera que crujía debido a sus respetables años. Al poco llegar a una plazoleta frente a un templo semiderruido, de sus costados emergieron algunos ancianos y mujeres pobremente vestidos con harapos. Un hombre alto les habló en un idioma desconocido y por medio de señas les indicó que bajaran de sus cabalgaduras, y los siguieran. En poco tiempo los norteamericanos estaban rodeados por una multitud de individuos que los miraban con desconfianza. Murray muy nervioso encañonó a la multitud que respondió con una lluvia de piedras. No le dieron tiempo y varios ancianos lo golpearon hasta dejarlo desfallecido. Norton intento salir corriendo y fue atajado por varias personas quienes lo atacaron con palos hasta dejarlo casi muerto.

Murray y Norton nunca supieron cuanto tiempo quedaron tirados en el lugar, ni cuando llegó el arriero chileno Arancibia quién los socorrió dándoles de beber de su caramañola y curó sus heridas cauterizándolas con su propio cuchillo. Caminando, porque sus caballos habían desaparecido junto con el poblado, las murallas y sus atacantes, los bandidos gringos llegaron muy maltrechos a Treveín, donde una familia galesa los alojó sin saber realmente quienes eran estos forasteros. La noche anterior a su partida, los vecinos galeses organizaron una reunión, donde se cantó y bailó y se tomaron litros de generosa cerveza. También se contaron historias a la luz del hogar. Allí los fugitivos conocieron su destino fatal, cuando Albert Jones contó la leyenda de la Ciudad de los Césares, esa magnífica ciudad edificada por náufragos españoles durante el siglo XVII, que se encontraba ubicada en plena Cordillera de los Andes y donde la gente jamás moría. Jones remató su cuento con una advertencia, aquellos que pudieron salir de la ciudad no vivieron mucho tiempo, la maldición de los Césares los perseguía hasta quitarles la vida en diferentes circunstancias. El diario el Tribuno de Río Gallegos, de fecha 5 de Octubre de 1913 dio cuenta de un tiroteo entre gendarmes provinciales y mal vivientes en el cual murieron acribillados a tiros dos extranjeros a los que no se pudo identificar, aunque se presume que formaron parte de la célebre familia criminal de Buch Cassedy y el Saundan Kid.-

EVA POR DOS

Simplemente voy a contar tal como me la contaron a mi una simple historia que involucra a ambas mujeres. Una noche de Junio de 1952 un largo coche negro entró por el portón de la residencia presidencial que entonces estaba ubicada en la calle Austria, hoy solar de la Biblioteca Nacional. En el automóvil iban dos personas y un chofer. Una de ellas un empresario alemán radicado en el país de apellido Clement, la otra una misteriosa mujer elegantemente vestida de negro con un collar de perlas adornando su cuello. La dama rubia regordeta que no pasaba de los cincuenta años, se dirigió rápidamente a la habitación donde la primera dama argentina Eva Perón se encontraba agonizando. El motivo de la visita de esta mujer que vivía habitualmente en la lejana Patagonia, era interesarse por la salud de la enferma y proponer la adquisición de una droga que traerían por su intermedio de Alemania, mediante un laboratorio alemán radicado en Buenos (el mismo en que trabajó un tal Doctor Gregor-o Mengele). Esa Droga salvadora que se estaba experimentando en animales, podría salvarla. No se sabe lo que Eva Perón y esa mujer hablaron realmente. Clement el único testigo del encuentro, ya no vive. Lo cierto que Eva parcialmente lúcida ese día alcanzó a desearle un buen viaje de retorno a ese lugar lejano de la Patagonia donde la esperaba su marido. Un veterano de la Primera Guerra Mundial. En el viaje de vuelta a Villa la Angostura, Eva Braun meditó sobre la juventud de la mujer que agonizaba siendo tan joven.-

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UNA ORQUESTA Y TRES CANCIONES DE GUERRA:

Los toques de ordenanza, es decir, el conjunto de señales acústicas convencionales que sirven para transmitir las órdenes de mando a la tropa durante el combate y regular los actos diarios de la vida del soldado desde que se levanta hasta que se acuesta. Se usaban para decir que venía el enemigo, que había que avanzar etc. Desde el primer momento en que los hombres se relacionan y se enfrentan nacen estos toques y, por lo tanto, la música militar. Los primeros instrumentos que se utilizaron fueron los cuernos de animales, las caracolas marinas… Cualquier cosa que sirviera para dar un aviso. Por el contrario, el concepto actual que tenemos de la música militar no nace hasta el Siglo XV, cuando se organizan los ejércitos modernos. La música, en definitiva, es algo de capital importancia para el ámbito castrense, porque facilita las acciones durante la batalla y ayudó, por ejemplo, en la antigüedad al Imperio Romano en sus conquistas.

Una orquesta de profesores en medio de una guerra, que no fue una banda militar y tres canciones populares que se transformaron en símbolos de tres conflictos terribles: la primera y segunda guerra mundial y la guerra civil española, son el ejemplo interesante que vamos a desarrollar para demostrar que aún devaluada y censurada en la actualidad la guerra, en su combinación con la música despierta emociones difíciles de explicar.

La Orquesta del Comando Chaco (Comanchaco)

Las guerras y la música se han hermanado desde la antigüedad, primero con pífanos y tambores luego con trompetas como las que destruyeron la Bíblica Jericó. Desde tiempo inmemorial los guerreros han ido al combate escuchando en sus oídos la fanfarrea de la guerra.

En las contiendas bélicas modernas se organizaron bandas de música y se escribieron marchas e himnos de batalla, algunos tan famosos, como la Marsellesa francesa. Pero lo que es inédito y poco conocido es la presencia en plena guerra del Chaco, en el mismo infierno verde de una orquesta de profesores, con no menos de diez violines, una tuba, un arpa, seis o siete bandoneones y unas cuantas guitarras.

Esa orquesta siguió las penurias de los combatientes a lo largo de tres años por toda la geografía del conflicto, hasta Villamontes en pleno territorio enemigo.

Esa orquesta tuvo un director y un mecenas. El director nada menos que Erminio Giménez, figura máxima de la música paraguaya contemporánea, y su mecenas el genial estratega paraguayo Jose Felix Estigarribia, quien por lo menos, cincuenta años adelantándose a su época, comprendió que la música era un complemento perfecto a la moral de combate.

Ambos echaron a andar por los arenales del Chaco a la Orquesta Comanchaco, transportada en los mismos camiones destartalados de arsenales, al volante de los valientes choferes del Chaco. Allí se podía ver al Maestro y sus profesores, infatigables ensayando y cuidándose de los bombardeos de los aviones bolivianos que aun a baja altura no distinguían una Tuba de una ametralladora antiaérea.

Cuentan que pactada la paz del Chaco y reunidos los neutrales y los ex enemigos en la tierra de nadie, un coronel argentino de apellido Manni se puso a llorar al ver y escuchar en ese dantesco escenario de la guerra, los acordes del Tango "Adiós Muchachos" ejecutados por el Maestro Giménez y sus profesores verde-olivo.-

Quand Madelon", el himno de los poilus.

Esta canción francesa ("Cuando Magdalena") fue escrita por Louis Bousquet en 1914, antes de que tuviese lugar la primera guerra mundial. La música, sin embargo, la compuso Robert Camille.

El "poilu", del francés: peludo, era el nombre con el que se conocía al soldado francés de la Gran Guerra (1914-1919). Cuando un joven crecía, además de crecerle el pelo por el cuerpo, también, crecía su valentía, su coraje y virilidad, y estos debían ser los atributos de un buen soldado, de ahí, el nombre de "Poilu".

Tras las cruentas batallas de 1916, los "poilus" estaban apunto de amotinarse debido a las penosidades que sufrían: muertes, privaciones, miserias, etc.

Apenas recibían un reconocimiento o premio por sus insufribles tareas, aunque eso sí, de vez en cuando, recibían un permiso para ausentarse de la batalla o de la rutinaria y maldita trinchera.

Con este permiso, el poilu o soldado francés, dedicaba sus horas libres al ocio o, si era menester, al juego del placer. Lo cierto es que una de las cosas que más le gustaba era ir al teatro o cabaret y presenciar grandes espectáculos, sobre todo, escuchar la canción "Quand Madelon" interpretada por el famoso cantante, Polin Bach.

Esta canción se hizo famosa en el peor periodo de la I G.M. pero, de ahí, su éxito. Los soldados franceses al cantarla, de alguna manera, se despojaban del malestar que la guerra les generaba en el cuerpo.

Tal fue la fama de esta canción que pronto se convirtió en el himno de los POILUS. Fue grabada por primera vez en 1917 por el cantante, Marcilly.

Magdalena ("Madelon") era una chica ficticia pero, para los soldados franceses era la chica de sus sueños. La canción, al ritmo de marcha militar, venía a contar lo siguiente:

"Ella servía el vino. Ellos beben y coquetean con Madelon. Se frotan contra su vestido, intentan abrazarla y ella los aparta, sonríe con ojos picaros y dice": "No te quiero a ti, quiero a todo el regimiento. Estoy aquí para servir a todos los hombres".

Un novio para la Muerte

Quien de pequeño no ha disfrutado de una película clase B donde el héroe de la Legión Extranjera, Francesa o española sacrificaba su vida por su regimiento, dejando una mujer bañada en lágrimas en un bar de Tanger o Melilla. Estas historias siempre tuvieron como telón de fondo la música.

Una de esas músicas, tiene el mismo origen que la Madelón o el Lili Marlene, los teatros de boudeville.

Fue en estos antros de "mala muerte" donde la muerte se casó con un soldado, un hombre de la legión española.

«Nadie en el Tercio sabía, quién era aquel Legionario, tan audaz y temerario…». Estos son los primeros versos del «Novio de la muerte», una popular sintonía que, durante décadas, ha representado a uno de los cuerpos de élite del ejército español: la Legión. Sin embargo, lo que ha pasado desapercibido a lo largo de la Historia es que esta música, cantada por los legionarios españoles desde hace casi 100 años en todo tipo de sangrientas contiendas, era originariamente un tema que nació para interpretarse en cafés cantantes y cabarets y que, posteriormente, fue adaptada al ámbito castrense.

Durante la guerra civil española, los legionarios franquistas la popularizaron en el frente para contrarrestar la influencia de la canción republicana "a las barricadas" que era muy popular.-

Cuando Lilli hizo cantar al mundo

La entrada de las tropas alemanas en el París de 1940 cantando la marcha de San Lorenzo y el Lilly Marlene, nos da todavía hoy escalofríos, pero ¿Por qué Lilly Marlene fue cantada en todos los idiomas por todos los combatientes de la segunda guerra mundial? Porque Marlene Dietrich es su cantante por antonomasia?

El soldado alemán Hans Leip (Hamburgo, 22 de septiembre de 1893 – Fruthwilen, cerca de Frauenfeld, Turgovia, Suiza, 6 de junio de 1983), tras ser trasladado durante la Primera Guerra Mundial al frente ruso, compuso una poesía en la que recordaba a su novia, Lilí, hija de un tendero de ultramarinos de su ciudad natal, y en la que narraba cómo se despedían ambos bajo una farola junto al portalón del cuartel. Según unos la segunda parte del nombre la tomó del de la novia de un amigo, mientras que según otros era el nombre de una joven enfermera que habría conocido en su puesto de centinela.

Los poemas de Leip fueron publicados en una colección el año 1937 y llamaron la atención del compositor Norbert Schultze (Brunswick, 1911 – 17 de octubre de 2002), ya por entonces un reconocido autor cuyas composiciones habían tenido una gran acogida por parte de la crítica y el público alemanes. El poema de Leip se titulaba Das Lied eines jungen Soldaten auf der Wacht ('La canción de un joven soldado de guardia') y Schultze le puso música ese mismo año con el nombre Das Mädchen unter der Laterne ('La chica bajo la farola') y no con el que ha pasado a la historia.

La canción fue estrenada al año siguiente, interpretada, aunque en un principio se negó a ello, por la famosa cantante Lale Andersen pero al principio no tuvo éxito, vendiéndose apenas 700 ejemplares del disco. Sin embargo, dos años más tarde, en 1940, ya comenzada la Segunda Guerra Mundial, un suboficial de una compañía acorazada alemana de reconocimiento que tenía el disco la dejó oír un día en una reunión informal en el cuartel y gustó tanto a sus compañeros que fue adoptada como canción de la compañía. El grupo fue enviado en la primavera de 1941 al frente del norte de África, formando parte del Afrika Korps, el cuerpo de ejército comandado por el Mariscal de campo Erwin Rommel.

Posteriormente un suboficial alemán que transmitía programas radiales por Radio Varsovia Ocupada, la pasó al éter y se divulgó en Europa. Los Ingleses la tradujeron al Inglés y los americanos hicieron que la actriz y cantante alemana anti nazi Marlene Dietrich la cantara y así esta canción de taberna cuartelera fue conocida en el mundo entero.-

La guerra, la música, el amor y la muerte, un cuarteto muy especial.-

 

 

Autor:

Pablo Etchevehere

(Marcelo Pablo Arndt Etchevehere)

 

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