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El estudio de la metamorfosis, de Ovidio



Partes: 1, 2

  1. Teseo y Aqueloo (ii):
    Aqueloo y Hércules
  2. Partida de
    Teseo
  3. Hércules, Neso y
    Deyanira
  4. Muerte y apoteosis de
    Hércules
  5. Galántide
  6. Dríope
  7. Iolao y los hijos de
    Calírroe
  8. Biblis
  9. Ifis
  10. Bibliografía

Teseo y Aqueloo
(ii): Aqueloo y Hércules

Cuál de su gemido, al dios el Neptunio héroe
pregunta, y de su trunca frente la causa, cuando así el
calidonio caudal comenzó, coronado de arundo en sus no
ornados cabellos: "Triste ofrenda pides, pues quién sus
batallas, vencido, conmemorar quiere. Lo referiré aun
así por su orden, pues no tan indecente fue el ser vencido
cual haber contendido decoroso es, y grandes consuelos da a unos
un tan grande vencedor. Por el nombre suyo, si una tal finalmente
ha arribado a los oídos tuyos, Deyanira, un día la
más bella virgen, y de muchos pretendientes fue la
esperanza envidiosa; con los cuales, cuando del suegro pretendido
en la casa entramos: "Recíbeme a mí de yerno",
dije, "de Partaón el nacido". Lo dijo también el
Alcida. Los otros cedieron a los dos.

Él, que a Júpiter por suegro daba él, y
la fama de sus labores, y superadas contaba las órdenes de
su madrastra. Por contra yo: "Indecente que un dios a un mortal
ceda", dije -todavía no era él dios-: "el
dueño a mí me ves de las aguas que con sus cursos
oblicuos por entre tus dominios fluyo; y no un yerno
huésped, a ti mandado desde extrañas orillas, sino
paisano seré y del estado tuyo parte una. Tan sólo
no sea para mi mal que a mí la regia Juno no me odia y
todo castigo me falta de las ordenadas labores. Pues del que te
jactas, de Alcmena el hijo, engendrado, Júpiter, o falso
padre es, o por delito el verdadero. De una madre por el
adulterio un padre pretendes: elige si fingido que sea
Júpiter prefieres, o que tú por desdoro hayas
nacido." A mí que tal decía ya hacía tiempo
que con luz torva él me contempla y, encendida, no es
fuerte de imperar sobre su ira y palabras tantas devuelve: "Mejor
en mí la diestra que la lengua.

En tanto que luchando gane, tú vence hablando", y ataca
feroz. Me dio vergüenza, recién esas grandes cosas
dichas, de ceder: rechacé de mi cuerpo su verde vestidura
y mis brazos le opuse y sostuve desde mi pecho zambas en posta
las manos y para la lucha mis miembros preparé. Él,
con sus huecas palmas recogido, me asperja de polvo, y a su vez
al contacto de la fulva arena amarillece él, y ya el
cuello, ya las piernas centelleantes intenta apresarme, o que lo
intentaba dirías, y por todos lados me acosa. A mí
mi pesadez me defendía y en vano se me buscaba, no de otro
modo que una mole a la que con gran murmullo los oleajes
combaten: resiste ella y por su peso está segura. Nos
distanciamos un poco y de nuevo nos juntamos a las guerras, y en
un paso estábamos apostados, seguros de no ceder, y estaba
con el pie el pie junto, y yo, inclinado sobre todo mi pecho, los
dedos con los dedos y la frente con la frente le apretaba. No de
otro modo he visto, fuertes, correr en contra a los toros cuando,
botín de su lucha, de todo el soto la más
espléndida ansía de esposa; lo contempla la manada,
y tienen miedo sin ella saber a quién quedará la
victoria de tan gran reino.

Tres veces sin provecho quiso en contra desprender de
sí, esplendente, mi pecho, a la cuarta se sacude de mi
abrazo y a él juntados desata mis brazos y
golpeándome con la mano -pues he decidido confesar la
verdad- en seguida me da la vuelta y a mi espalda pesadamente se
prende. Si crédito hay, pues la gloria con fingida voz no
busco, hundido por un monte a mí impuesto me creía.
Apenas pude insertar, aun así, chorreando mucho sudor, los
brazos, apenas desatar de mi cuerpo sus duras cadenas. Me oprime
asfixiándome y me impide retomar mis fuerzas y de mi
cerviz se apodera. Entonces por fin hunde la tierra la rodilla
nuestra y las arenas con la boca mordí. Inferior en virtud
me refugio en mis artes y me escurro de este hombre figurado en
una larga serpiente. El cual, después que curvé mi
cuerpo en retorcidos círculos 65y cuando moví con
fiera estridencia mi lengua bifurcada, se rió, y
burlándose el tirintio de mis artes: "De mis cunas es
tarea el superar serpientes", dijo, "y aunque venzas, Aqueloo, a
otros dragones, ¿parte cuánta de la de Lerna hidra
serás, una sola serpiente? De sus propias heridas era ella
fecunda y ni una cabeza, de cien en número, fue cortada
impunemente sin que con un gemelo heredero su cerviz más
fuerte se hiciera. A ella yo, ramosa de las culebras nacidas de
la matanza y que crecía con su desgracia, la domé y
domada la recluí. ¿Qué confías que ha
de ser de ti, que convertido en una serpiente falsa, armas ajenas
mueves, a quien una forma precaria esconde?" Había dicho,
y a lo alto de mi cuello arroja las cadenas de sus dedos: me
asfixiaba, como apretada mi garganta por unas tenazas, y de sus
pulgares pugnaba por arrancar mis fauces. Así
también, vencido, me quedaba la tercera, la forma de toro
asesino: en toro mutado mis miembros rebelo. Reviste él
con sus toros por la izquierda parte mis brazos y tirando de
mí, a la carrera, me sigue y bajándome los cuernos
los clava en la dura tierra y a mí me tumba en la alta
arena. Y no bastante había sido esto: con su fiera
diestra, mientras sostiene rígido mi cuerno, lo quiebra y
de mi trunca frente lo arranca. Las náyades, de frutos y
olorosa flor relleno, lo consagraron; y rica es la Buena
Abundancia por mi cuerno."

Partida de
Teseo

Había dicho, y una ninfa, remangada al rito de Diana,
una de sus ministras, derramados a ambas partes sus cabellos,
entró y trajo en ese muy rico cuerno todo un otoño,
y las mesas -frutos felices- segundas. La luz llega y con el
primer sol hiriendo las cimas se marchan los jóvenes; y no
esperan, pues, mientras paz y plácido discurrir tengan, y
todas vuelvan a asentarse las aguas. Su rostro el Aqueloo agreste
y su cabeza lacerada de un cuerno esconde en medio de las
aguas.

Hércules,
Neso y Deyanira

Sin embargo, a éste que domó la pérdida
de su arrebatada gracia, el resto salvo lo tiene. De su cabeza el
daño, además, con fronda de sauce o sobrepuesta
caña lo esconde. Mas a ti, Neso fiero, tu ardor por esa
misma doncella te había perdido, atravesado en tu espalda
por una voladora saeta. Pues regresando con su nueva esposa a los
muros patrios había llegado, rápidas del Eveno, el
hijo de Júpiter a sus ondas. Más abundante de lo
acostumbrado, por las borrascas invernales acrecido, concurrido
estaba de torbellinos e intransitable ese caudal. A él, no
temeroso por sí mismo, pero preocupado por su esposa, Neso
se acerca y, fuerte de cuerpo y conocedor de sus vados: "Por
servicio mío será ella depositada en aquella
orilla," dice, "Alcida. Tú usa tus fuerzas nadando." Y a
ella, palideciente de miedo y al propio río temiendo, se
la entregó el Aonio, a la asustada Calidonia, a Neso.

En seguida, como estaba y cargado con la aljaba y el despojo
del león -pues la clava y los curvos arcos a la otra
orilla había lanzado-: "Puesto que lo he empezado,
venzamos a las corrientes", dijo, y no duda, ni por dónde
es más clemente su caudal busca y desprecia ser llevado a
complacencia de las aguas. Y ya teniendo la orilla, cuando
levantaba los arcos por él lanzados, de su esposa
conoció la voz, y a Neso, que se disponía 120a
defraudar su depósito: "¿A dónde te
arrastra", le clama, "tu confianza vana, violento, en tus pies? A
ti, Neso biforme, te decimos. Escucha bien y no las cosas
interceptes nuestras. Si no te mueve temor ninguno de mí,
mas las ruedas de tu padre podrían disuadirte de esos
concúbitos prohibidos. No escaparás, aun
así, aunque confíes en tu recurso de caballo; a
herida, no a pie te daré alcance." Sus últimas
palabras con los hechos prueba y lanzando a sus fugitivas
espaldas una saeta los traspasa: sobresalía corvo de su
pecho el hierro. El cual, no bien fue arrancado, sangre por uno y
otro orificio rielaba, mezclada con la sanguaza del veneno de
Lerna. La recoge Neso; "Mas no moriremos sin vengarnos", dice
entre sí y unos velos teñidos de su sangre caliente
da de regalo a su secuestrada como si fuera un excitante de
amor.

Muerte y
apoteosis de Hércules

Larga fue la demora del tiempo intermedio, y los hechos del
gran Hércules habían colmado las tierras y el odio
de su madrastra. Vencedor, desde Ecalia, preparaba unos
sacrificios votados a Júpiter Ceneo, cuando la Fama locuaz
se anticipó hasta los oídos, Deyanira, tuyos, la
que a la verdad se goza de añadir mentiras y desde lo
más pequeño crece merced a sus mentiras, 140de que
el Anfitrionida era presa del fuego de Iole. Lo cree su
enamorada, y aterrada por la fama de esa nueva Venus
condescendió, a lo primero, a las lágrimas, y
llorando disipó, digna de compasión, el dolor suyo.
Justo después: "¿Por qué empero lloramos?",
dice. "Mi rival se alegrará de estas lágrimas. La
cual, puesto que va a llegar, algo habré de apresurar e
inventar, mientras se puede, y en tanto aún no tiene otra
mis tálamos. ¿Me quejaré o callaré?
¿Volveré a Calidón o me demoraré?
¿Saldré de estos techos o, si otra cosa no, me
opondré a ellos? ¿Qué si acordada, Meleagro,
de que soy tu hermana acaso preparo un crimen y cuánto la
injuria pueda, y mi femíneo dolor, degollando a mi rival
atesto?" En cursos varios marcha su ánimo.

A todos ellos prefirió, embebida de la sangre de Neso,
una veste enviarle que las fuerzas le devuelva de su repudiado
amor, y a Licas, que lo ignora, sin ella saber qué
entrega, sus lutos propios ella entrega, y que con tiernas
palabras, la muy desgraciada, dé los regalos esos a su
esposo, le encarga. Los coge el héroe, sin él
saber, y se inviste por los hombros el jugo de la hidra de Lerna.
Inciensos daba y palabras suplicantes a las primeras llamas, y
vinos de una pátera vertía en las marmóreas
aras. Se calentó la fuerza aquella del mal y, desatada por
las llamas, marcha ampliamente difundida de Hércules por
los miembros.

Mientras pudo con su acostumbrada virtud su gemido
reprimió. Después que vencido por los males fue su
sufrimiento, empujó las aras y llenó de sus voces
el nemoroso Eta. Y no hay demora, intenta rasgar su
mortífera vestidura: por donde tira, tira ella de la piel,
y horrible de contar, o se prende a su cuerpo en vano
intentándosela arrancar, o lacerados miembros y grandes
descubre huesos. El propio crúor, igual que un día
la lámina candente mojada en la helada cuba, rechina y se
cuece del ardiente veneno, y medida no hay, sorben ávidas
sus entrañas la llamas y azul mana de todo su cuerpo un
sudor y quemados resuenan sus nervios y, derretidas las
médulas de esa ciega sanguaza, levantando a las estrellas
sus palmas: "De las calamidades", grita, "Saturnia, cébate
nuestras, cébate y esta plaga contempla, cruel, desde el
alto, y tu corazón fiero sacia. O si digno yo de
compasión hasta para un enemigo, esto es, si para ti lo
soy, de siniestros tormentos mi enfermo y odiado aliento y nacido
para las penalidades, llévate. La muerte me será un
regalo. Decoroso es estos dones dar a una madrastra.
¿Así que yo al que manchaba sus templos con
crúor extranjero, a Busiris he sometido, y al salvaje
Anteo arrebaté el alimento de su madre, y ni a mí
del pastor ibero su forma triple, ni la forma triple tuya,
Cérbero, me movió, y ¿ acaso vosotras,
manos, no agarrasteis los cuernos del fuerte toro?
¿Vuestra obra Elis tiene, vuestra las estinfálides
ondas y el partenio bosque? ¿Por vuestra virtud devuelto,
en oro del Termodonte labrado, el tahalí, y las frutas
concustodiadas por el insomne dragón, y no a mí los
Centauros me pudieron resistir, ni a mí el devastador
jabalí de la Arcadia, ni le sirvió a la hidra el
crecer merced a su merma y retomar geminadas fuerzas? ¿Y
qué de cuando los caballos del tracio vi, cebados de
sangre humana, y llenos de cuerpos truncos sus pesebres vi y
vistos los derribé y a su dueño y ellos di muerte?
Por estos brazos golpeada yace la mole de Nemea, a[por
éstos Caco. Horrendo monstruo del litoral tiberino], en
este cuello llevé el cielo. De dar órdenes se
agotó la salvaje esposa de Júpiter: yo no me he
agotado al realizarlas. Pero esta nueva plaga llega, a la cual ni
con virtud ni con armas y armaduras resistírsele
puede.

Por los pulmones profundos vaga un fuego voraz y se ceba por
todos los miembros. Mas vivo está Euristeo, ¿y hay
quienes creer puedan que hay dioses?", dijo, y por el alto Eta
herido no de otro modo camina que si venablos un toro en su
cuerpo clavado lleva y al autor del acto rehuyera. Lo vieras a
él muchas veces dejando escapar gemidos, muchas veces
bramando, muchas veces reintentando quebrantar esas vestiduras
todas, y tumbando troncos, y enconándose en los montes, o
tendiendo los brazos al cielo de su padre. He aquí que a
Licas, escondido tembloroso en una peña ahuecada, divisa,
y como el dolor había reunido toda su rabia: "¿No
has sido tú, Licas", dijo, "el que estos funerarios dones
me has dado? ¿No has de ser tú el autor de mi
muerte?" Tiembla él y se estremece, pálido, y
tímidamente palabras exculpatorias dice. En
diciéndolas, y mientras se disponía a llevar las
manos a las rodillas de él, lo agarra el Alcida y
rotándolo tres y cuatro veces lo lanza más fuerte
que en el tormento de la catapulta hacia las ondas eubeas.
Él, suspendido por las aéreas auras se puso
rígido, y como dicen que las lluvias se endurecen con los
helados vientos, de donde se hacen las nieves, y también,
blando, de las nieves al rotar, se astriñe y se aglomera
su cuerpo en denso granizo, que así él, lanzado a
través del vacío por esos vigorosos brazos y
exangüe de miedo y sin tener líquido alguno, en
rígidas piedras fue él convertido, cuenta la
anterior edad.

Ahora también en el profundo euboico, en el abismo, una
peña breve emerge, y de su humana forma conserva las
huellas, al cual, como si lo fuera a sentir, los navegantes
hollar temen, y le llaman Licas. Mas tú, célebre
hijo de Júpiter, cortados los árboles que llevara
el arduo Eta e instruidos en una pira, que tu arco y tu aljaba
capaz, y las que habrían de ver de nuevo los reinos
troyanos, esas saetas, ordenas que las lleve al hijo de Peante,
por servicio del cual fue aplicada la llama, y mientras de
ávidos fuegos se prende toda esa empalizada en lo alto del
montón de bosque tiendes tu vellón de Nemea e
imponiendo tu cuello en la clava te recuestas, no con otro rostro
que si cual comensal yacieras entre copas llenas de vino puro,
coronado de guirnaldas. Y ya vigorosa y derramándose por
todos lados sonaba, y sus tranquilos miembros y a su despreciador
buscaba la llama: temieron los dioses por su defensor en la
tierra. A los cuales así -pues lo notó- con alegre
boca se dirige el Saturnio Júpiter: "Para nuestro agrado
es el temor este, oh altísimos, y pláceme en todo
mi pecho y agradezco que de un pueblo atento se me dice soberano
y padre, y también mi descendencia por vuestro favor
está a salvo. Pues aunque ello se concede a los ingentes
hechos de él mismo, obligado estoy yo también. Pero
no se atemoricen, pues, vuestros fieles pechos por un miedo vano:
despreciad las eteas llamas. 250El que todo lo ha vencido
vencerá, los que veis, a esos fuegos, y no, sino en su
parte materna, sentirá al poderoso Vulcano: eterno es lo
que sacó de mí y ajeno e inmune a la muerte y no
domable por ninguna llama, y ello yo, cuando él haya
acabado en la tierra, en las celestes orillas 255lo
recibiré, y en que a todos los dioses placentero
será mi acto confío; si alguno, aun así, de
Hércules, si alguno acaso se habrá de doler de
él como dios, no querrá que estos premios se le
hayan dado, pero sabrá que ha merecido que se le den y
contra su voluntad lo aprobará." Asintieron los dioses; la
esposa regia también pareció que lo demás
con no duro semblante, con duro las últimas palabras,
había admitido, y que se dolía hondo de que se la
señalara. Mientras tanto, cuanto fue devastable a la
llama, Múlciber se lo llevó, y no reconocible
quedó la efigie de Hércules y nada sacado de la
imagen de su madre posee y sólo las huellas de
Júpiter conserva; y como una serpiente nueva cuando,
depuesta su piel vieja, exuberar suele y resplandecer con su
escama reciente, así, cuando el tirintio se despoja de sus
miembros mortales la parte mejor de sí cobra vigor y
empieza él a parecer más grande y a volverse por su
augusta gravedad temible. Al cual su padre el todopoderoso,
arrebatándolo entre las cóncavas nubes con su
cuadriyugo carro lo indujo entre los radiantes
astros.

Galántide

Sintió Atlas el
peso, y todavía el Esteneleio no había desatado sus
iras, Euristeo, y atroz ejercía en su descendiente el odio
275de su padre; mas, angustiada por sus largas inquietudes, la
argólide Alcmena, donde poner sus lamentos de vieja, a
quien contar las penalidades de su hijo, testiguados en el mundo,
o a quien sus propios casos, a Iole tiene; a ella por los
mandatos de Hércules en su tálamo y en su
ánimo había acogido Hilo, y le había llenado
el vientre de su noble simiente, cuando así empieza
Alcmena: "Favorézcante a ti las divinidades al menos, y
abrevien las demoras cuando madura invoques a quien preside a las
temerosas parturientas, a Ilitía, esa a la que a mí
me hizo contraria la influencia de Juno. Pues del sufridor de las
penalidades, de Hércules, cuando ya era el tiempo de su
nacimiento y por la décima constelación pasaba la
estrella, me extendía su peso el vientre y lo que llevaba
tan grande era que bien podrías decir que el autor del
encerrado peso, era Júpiter, y ya tolerar esas fatigas
más allá yo no podía: como que ahora
también mis miembros, mientras hablo, ocupa un frío
horror, y una parte es recordarlo de se dolor. Atormentada
durante siete noches y otros tantos días, agotada por mis
males y tendiendo al cielo los brazos, llamaba yo a grandes
gritos a Lucina y a los parejos Nixos.

Ella ciertamente vino,
pero previamente corrompida, y queriendo regalarle mi cabeza a la
inicua Juno. Y cuando oyó mis gemidos se sentó en
aquella ara de delante de las puertas y apretándose con la
corva derecha la rodilla izquierda y con los dedos entre
sí juntados en peine contenía mis partos; con
tácita voz también dijo unos encantos y retuvieron
esos encantos los emprendidos partos. Pujo y digo al ingrato
Júpiter, fuera de mí, insultos vanos, y deseo
morirme y en palabras que habrían de mover a las duras
piedras me lamento; las madres Cadmeides me asisten y mis votos
sostienen y animan a la doliente. Una de mis sirvientas, de la
media plebe, Galántide, flava de pelo, allí
asistía, diligente en hacer mis mandatos, querida por sus
propios
servicios. Ella sintió que alguna cosa pasaba por
causa de la inicua Juno, y mientras sale y entra sin cesar por
las puertas, a la divina allí sentada vio en el ara, y los
brazos en las rodillas, y sus dedos enlazados manteniendo, y:
"Quien quiera que eres", dice, "felicita a la señora.
Aliviado se ha la argólide Alcmena y es dueña,
recién parida, de su voto." Se sobresaltó y
aflojó sus manos juntas, llena de temor, la divina
señora del vientre, de mis cadenas me alivio yo al
aflojarse ellas. Engañada su divinidad, fama es que se
rió Galántide; riendo y cogida por su propio pelo
la diosa salvaje la arrastró y, queriendo ella de la
tierra levantar el cuerpo, se lo impidió y sus brazos
mutó en patas delanteras. Su diligencia antigua permanece,
ni sus espaldas su color perdieron: su hermosura, a la anterior,
es ahora opuesta. La cual, puesto que con mentirosa boca
ayudó a una parturienta, por la boca pare y nuestras
casas, como también antes, frecuenta."

Dríope

Dijo, y conmovida por el
recuerdo de su vieja sirvienta gimió hondo. A la cual en
su dolor así se dirigió su nuera: "A ti con todo,
oh madre, la belleza arrebatada de una
persona ajena a nuestra
sangre te conmueve. ¿Qué si a ti los hados
portentosos de mi propia hermana te refiriera? Aunque las
lágrimas y el dolor me impiden y me prohíben
hablar. Fue única para su madre -a mí mi padre me
engendró de otra-, la más notable por su hermosura
de entre las Ecálides, Dríope. A la cual,
careciendo de su virginidad y habiendo sufrido violencia del dios
que Delfos y Delos tiene, la acoge Andremon y se le tiene por
feliz de esa esposa. Hay un lago que cuesta arriba hace, por su
declinante margen, la forma de un litoral; su altura mirtales la
coronan. Había venido aquí Dríope, ignorante
de sus hados, y para que te indignes más, para llevarle a
las ninfas unas coronas; y en el seno su niño, que
aún no había cumplido un año, llevaba de
dulce carga, y por medio de tibia leche lo alimentaba. No lejos
de ese pantano, remedando los tirios colores, en esperanza de
bayas florecía un acuático loto.

Había cogido de
ahí Dríope, que de entretenimiento a su hijo
extendiera, unas flores, y lo mismo me parecía que iba a
hacer yo -pues presente yo estaba-: vi unas gotas caer de la
flor, cruentas, y las ramas moverse en tembloroso horror. Claro
era, como cuentan ahora por fin, tarde, los agrestes
lugareños, que Lótide, la ninfa, huyendo de las
obscenidades de Priapo, a ella había conferido, salvando
su nombre, su transformado aspecto. No sabía mi hermana
esto; la cual, cuando aterrada quiso irse hacia atrás, y
retirarse ya adoradas de las ninfas, prendidos quedaron de una
raíz sus pies; por arrancarlos pugna y no otra cosa sino
su parte más alta mueve. Le crece desde abajo y poco a
poco le aprieta todas las ingles una flexible corteza. Cuando lo
vio, intentando con la mano mesarse los cabellos, de fronda su
mano llenó: frondas su cabeza toda ocupaban. Mas el
niño Anfiso -pues tal nombre su abuelo Éurito a
él le había añadido- siente que se endurecen
los pechos de su madre y no obedece al que lo saca el
lácteo humor. Espectadora asistía yo de ese hado
cruel, y ayuda no podía a ti ofrecerte, hermana, y cuanto
podían mis fuerzas, creciente el tronco y sus ramas, los
detenía estrechándolos y, lo confieso, bajo la
misma corteza quise esconderme. He aquí que su marido
Andremon y su padre desgraciadísimo llegan y buscan a
Dríope: a Dríope, a los que la buscaban, se la
mostré de loto. A su tibio leño dan besos y
derramándose por las raíces de su querido
árbol a él quedan prendidos. Nada sino ya su
rostro, que no fuera árbol, tenía mi qurida
hermana: sus lágrimas entre las hojas formadas de su
desgraciado cuerpo roran, y mientras puede y su boca ofrece de
voz un camino, tales derrama al
aire sus lamentos: "Si alguna fe
se da a los desgraciados, por las divinidades juro que yo no he
merecido esta impiedad; sufro sin culpa un castigo. Vivimos
inocente; si miento, que árida pierda las frondas que
tengo y cortada a segures se me queme. Mas quitad a este
niño de las maternas ramas y dadlo a una nodriza, y bajo
mi árbol muchas veces su leche haced que beba, y que bajo
nuestro árbol juegue, y cuando pueda hablar, a su madre
haced que salude y triste diga: "Se oculta en este tronco mi
madre".

Pero que los estanques tema y
no coja del árbol sus flores, de los retoños todos
piense que el cuerpo son de dioses. Querido esposo, adiós,
y tú, germana, y padre: si es que tenéis piedad, de
la herida de la aguda hoz, del mordisco del rebaño
defended mis frondas, y puesto que a mí lícito
inclinarme a vosotros no me es, erigid aquí los brazos y a
mis besos venid, mientras ser tocados pueden, y levantad a mi
pequeño nacido. Más cosas decir no puedo. Pues ya
por mi blanco cuello una blanda corteza serpea y en lo alto de
una copa me escondo. Quitad de mis ojos las manos. Sin la ofrenda
vuestra tape la corteza que los va cubriendo mis moribundos
ojos." Dejó a la vez su boca de hablar, a la vez de
existir, y mucho tiempo en su cuerpo mutado sus ramas recientes
se mantuvieron tibias."

Iolao y los hijos
de Calírroe

Rejuvenecimientos Y mientras cuenta Iole ese hecho portentoso,
y mientras las lágrimas de la Eurítide
allegándole su pulgar le seca Alcmena -llora
también ella- contuvo toda tristeza una cosa nueva. Pues
en el alto umbral se detuvo, casi un niño,
cubriéndose de un dudoso bozo sus mejillas, devuelto su
rostro a sus primeros años, Iolao. Eso le había
dado a él de regalo la Junonia Hebe, vencida por las
súplicas de su marido; la cual, cuando a jurar se
disponía que dones tales no habría de atribuir
ella, después de éste, a nadie, no lo
permitió Temis: "Pues ya mueve Tebas las desavenidas
guerras", dijo, "y Capaneo, sino por Júpiter, no
podría ser vencido, y resultarán parejos en heridas
los hermanos y, sustraída la tierra, sus propios manes
verá -vivo todavía- el profeta, y habrá de
vengar a su padre con su padre su hijo, piadoso y criminal por el
mismo hecho, y, atónito por sus desgracias, desterrado de
su mente y de su casa, por los rostros de las Euménides y
de su madre las sombras será acosado hasta que a él
su esposa le demande el oro fatal, y su costado beba -su
pariente-la espada de Fegeo. Sólo entonces
pretenderá del gran Júpiter la Aqueloide
suplicante, Calírroe, estos años para sus hijos
pequeños; 415para no dejar que la muerte del vencedor
quede largo tiempo sin vengar, Júpiter, por ello
conmovido, proveerá estos dones a su hijastra y a su nuera
y los hará hombres en sus impúberes años."
Cuando esto con su fatícana boca, pronosticadora del
avenir, hubo dicho Temis, con diversa opinión rumoreaban
los altísimos, y por qué no a otros estaba
permitido conceder los mismos dones su murmullo era: se lamenta
la Palantíade de que viejos los años de su esposo
sean, se lamenta de que encanezca su Iasíon la tierna
Ceres, una repetida edad demanda Múlciber para Erictonio,
a Venus también le alcanza el cuidado del fururo, y los
años de Anquises estipula que se renueven. Por
quién afanarse dios todo tiene; y crece con el favor la
túrbida sedición, hasta que su boca Júpiter
libera y: "Oh, de nos si tenéis algún temor", dijo,
"¿a dónde os lanzáis? ¿Acaso tanto se
cree alguno que puede que incluso a los hados supere? Por los
hados ha vuelto Iolao a los años que pasó, por los
hados rejuvenecer deben de Calírroe los engendrados, no
por ambición ni armas. A vosotros también, y para
que lo admitáis con un ánimo mejor, incluso a
mí los hados me rigen, los cuales, si para mudarlos
tuviera fuerza, no encorvarían a mi querido Éaco
sus tardíos años, y perpetua la flor de su edad,
con el Minos mío, Radamanto tendría, al cual, a
causa de los amargos pesos de la vejez, se le desprecia y no en
el orden que antes reina."Las palabras de Júpiter
conmovieron a los dioses y ninguno puede, al ver agotados a
Radamantis y a Éaco de sus años, y a Minos,
quejarse; el cual, mientras estuvo intacto de su edad,
había aterrado a grandiosos pueblos incluso con su solo
nombre; entonces hallábase inválido, y del
Diónida, en el vigor de su juventud, de Mileto, soberbio
de su padre Febo, tenía miedo, y creyendo que se alzaba
contra sus reinos no, aun así, alejarle de sus penates
patrios osó. Por tu voluntad, Mileto, propia huyes, y en
una rápida quilla mides las aguas egeas, y en la tierra
asiática constituyes unas murallas que tienen el nombre de
su ponedor.

Biblis

Aquí tú, mientras
sigue ella las curvaturas de su ribera paterna, la hija de
Menandro, el que tantas veces regresa a sí mismo, cuando
la conociste, a Ciánea, de prestante hermosura su cuerpo,
a Biblis junto con Cauno parió ella, prole gemela. Biblis
de ejemplo está para que amen lo concedido las
niñas: Biblis, arrebatada por el deseo de su hermano, el
descendiente de Apolo: no como una hermana a su hermano, ni por
donde debía, le amaba. Ella realmente al principio no los
entendió fuegos ningunos, ni pecar considera el que tantas
veces sus labios le una, el que de su hermano circunden sus
brazos el cuello, 460y mucho tiempo se engaña de la piedad
con la mendaz sombra. Poco a poco declina
el amor, y a ver a su
hermano arreglada viene y demasiado desea hermosa parecer, y si
alguna hay allí más hermosa, se enoja de ella. Pero
todavía no se es manifiesta a sí misma y bajo aquel
fuego 465no hace ningún voto, empero bulle por dentro. Ya
dueño le llama, ya los nombres de la sangre odia, Biblis
ya prefiere, a que la llame él hermana. Pero esperanzas
obscenas a su corazón no se atreve a condescender
despierta; relajada en el descanso plácido, 470a menudo ve
lo que ama: le pareció incluso que unía a su
hermano su cuerpo y enrojeció aunque dormida yacía.
El sueño marcha. Calla ella largo tiempo y recuerda del
descanso ella suyo la imagen y con dubitativo corazón
así habla: "Desgraciada de mí, ¿qué
pretende esta imagen de la callada noche, cual no quisiera yo que
ratificado fuera? ¿Por qué he visto esos
sueños? Él realmente es hermoso a los ojos, aun los
inicuos, y gusta, y podría yo, si no fuera mi hermano,
amarle, y de mí digno era; pero para mí mal soy su
hermana. En tanto que nada tal despierta acometer intente, puede
muchas veces volver bajo semejante imagen el sueño.
Testigo no tiene el sueño y no poco tiene de imitado
placer. Por Venus y con su tierna madre el volador Cupido, goces
cuán grandes sentí, cuán manifiesto deleite
me ha alcanzado, cuán relajada hasta en las médulas
he quedado, cómo acordarse agrada. Aunque breve ese
placer, y la noche fue precipitada, y envidiosa de lo emprendido
en mí."Oh yo, si lícito sea, mutado el nombre,
unirnos, qué bien, Cauno, podría la nuera ser de tu
padre, qué bien, Cauno, podrías el yerno ser de mi
padre. Todo -los dioses lo hicieran- sería común
para nosotros, excepto los abuelos: tú, que yo, quisiera
que más noble fueras. No sé a quién
harás pues, bellísimo, madre, mas para mí,
la que mal he sido agraciada con los padres que tú, nada
sino hermano serás. Que lo impide, esto tendremos solo.
¿Qué me indican entonces mis visiones? Aunque
qué peso tienen los sueños. ¿O es que tienen
también los sueños peso? Los dioses mejor lo
quieran… Los dioses, por cierto, suyas hicieron a sus hermanas.
Así Saturno a Ops, unida a él por sangre, la
tomó, Océano a Tetís, a Juno el regidor del
Olimpo. Tienen los altísimos sus propias leyes.
¿Por qué los ritos humanos hacia los celestiales y
opuestos pactos intento pasar? O, prohibido, de mi corazón
se ha de ahuyentar este ardor, o si esto no puedo, perezca yo,
suplico, antes, y que en el lecho muerta se componga y depositada
me dé de su boca besos mi hermano. Y aun así del
arbitrio de dos requiere un tal asunto. Supón que me place
a mí: crimen le parecerá que es a él. Mas no
temieron los Eólidas los tálamos de sus hermanas.
¿Pero de dónde conozco a ésos? ¿Por
qué he preparado estos ejemplos? ¿A dónde me
llevo? Obscenas llamas, marchad lejos de aquí, y no, sino
por donde es lícito a una hermana, mi hermano sea amado.
Pero, si él mismo de mi amor el primero hubiera sido
cautivado, quizás al de él podría yo
condescender, a su loco amor. ¿Así pues yo, lo que
no habría de rechazar a su pretendiente, debería yo
misma pretender? ¿Podrás hablar?
¿Podrás confesar? Obligará el amor,
podré. O, si el pudor mi boca tiene, una carta arcana
confesara mis fuegos escondidos."Esto decide, esta
decisión venció su dubitativo corazón; hacia
un lado se yergue y apoyada en su codo izquierdo: "Él
verá", dice. "Malsanos, confesemos estos amores. Ay de
mí, ¿en qué estoy cayendo?
¿Cuál el fuego que ha concebido mi mente?" Y las
meditadas palabras compone con mano temblorosa. Su diestra
sostiene un hierro, la cera vacía sostiene la otra.
Empieza y duda, escribe y condena las tablillas, y anota y borra,
cambia e inculpa y aprueba y en turnos cogidas las deja y dejadas
las retoma. Qué cosa quiere, no sabe. Cuanto le parece que
va a hacer, le desplace. En su rostro está la audacia
mezclada con el pudor. Escrita "Tu hermana" estaba: le
pareció borrar a la hermana, y palabras grabar en las
corregidas ceras tales: 530"La que si tú no le dieras no
ha de tener ella, salud te manda tu enamorada. Le
avergüenza, ay, le avergüenza revelar su nombre y si
qué deseo quieres saber, sin mi nombre quisiera que
pudiera llevarse mi causa, y que no conocida antes Biblis fuera,
de que la esperanza de mis votos certera hubiese sido. De mi
herido pecho, realmente, serte podía el delator mi color,
mi delgadez y mi rostro, y húmedos tantas veces mis ojos,
y mis suspiros movidos por causa no patente, y los continuos
abrazos, y los besos -si acaso notaste- que sentirse
podían que no eran los de una hermana. Yo misma, aun
así, aunque en mi ánimo una grave herida
tenía, aunque en mi interior había un furor de
fuego, todo lo hice -me son los dioses testigos- para que por fin
más sana estuviera, y pugné mucho tiempo por
ahuyentar, violentas, las armas de Cupido, infeliz, y más
de lo que creerías que puede soportar una muchacha, dura,
yo lo he soportado. A confesarme vencida obligada me veo, y la
ayuda tuya a implorar con temerosos votos: tú puedes
salvar, tú perder el único a tu amante. Elige
qué de ambas cosas harás. No una enemiga tal te
suplica, sino la que, aunque a ti esté unidísima,
más unida estar ansía y con un lazo contigo
más cercano atarse. Las leyes conozcan los viejos y,
qué sea lícito y sacrílego y piadoso sea,
ellos inquieran, y de las leyes los fieles observen. Conveniente
Venus es la temeraria a los años nuestros. Qué sea
lícito ignoramos aún, y todo lícito creemos
y seguimos de los grandes dioses el ejemplo. Y no un duro padre o
el temor de la fama o el miedo se nos opondrá; aunque haya
motivo de temor: dulce, bajo el nombre fraterno, nuestros hurtos
esconderemos. Tengo la libertad de hablar contigo en secreto, y
nos damos abrazos y unimos los labios en público.
¿Cuánto es lo que falta? Compadécete de
quien confiesa su amor y no lo habría de confesar si no la
obligara el último ardor, y no merezcas ser suscrito como
causa en mi sepulcro." La cera abandonó, llena, a su mano
que en ella surcaba en vano tales cosas, y en el margen
quedó prendido el supremo verso. En seguida firma sus
delitos imprimiéndoles su gema, la cual tiñó
de sus lágrimas -a su lengua había abandonado su
humor-, y de sus criados a uno, pudorosa, llamó y
-asustado de ello- lisonjeándolo: "Llévalas, el
más fiel, a nuestro…"dijo, y añadió tras
largo tiempo, "hermano." Al dárselas,
escurriéndosele de las manos cayeron las tablillas; por el
presagio quedó turbada, las mandó aun
así.

El sirviente, cuando halló unos tiempos aptos, se
acerca y le entrega las ocultas palabras. Atónito, con
súbita ira el joven Meandrio tiró las tablillas
recibidas, leída una parte, y apenas conteniendo su mano
de la cara del tembloroso sirviente: "Mientras puedes, oh
criminal autor de este vedado placer, huye", dice, "que si tus
hados no se llevaran consigo mi pudor, tus castigos me
habrías pagado con tu muerte." Él huye espantado y
a su dueña las feroces palabras de Cauno refiere.
Palideces, Biblis, al oír su repulsa, y se espanta
asediado por un glacial frío tu cuerpo. Pero cuando en
sí volvió su mente al par volvieron sus furores y
su lengua apenas dio al aire, por ellas herido, palabras tales:
"Y con razón, pues ¿por qué, temeraria, de
la herida esta he hecho delación? ¿Por qué,
las que esconder se hubieron, tan rápido encomendé
a unas apresuradas tablillas, mis palabras? Antes con ambiguas
frases debí sondear el designio de su corazón. Para
que no dejara de seguirme en mi camino, en parte alguna de la
vela hubiera debido notar cuál sería la brisa, y
por un mar seguro correr quien ahora por no explorados vientos he
llenado mis lienzos. Me veo arrastrada a los escollos pues, y
volcada me cubre el océano todo, y no tienen mis velas
retornos. Y qué de que con presagios ciertos se me
prohibía condescender al amor mío, ya entonces,
cuando al ordenar llevarla se me cayó e hizo la cera
caducas nuestras esperanzas. ¿Acaso no debió ser o
aquel día o toda mi voluntad -pero mejor el día-
cambiado?

Un dios mismo me amonestaba y señales ciertas me daba:
de no haber estado mal sana. Aun así yo misma hablar, y no
encomendarme a la cera, había debido, y presente descubrir
mis locos amores. Hubiese visto él mis lágrimas, mi
rostro hubiese visto de amante, más cosas decir
podía que las que las tablillas cogieron. Contra su
voluntad pude circundar mis brazos a su cuello y si fuera
rechazada pudo vérseme casi morir, y abrazarme a sus pies,
y allí derramada demandarle la vida. Todo lo hubiese
hecho, de entre lo cual, si cada cosa su dura mente doblegar no
pudiera, lo hubiese podido todo junto. Quizás incluso sea
también alguna la culpa del sirviente que envié: no
se acercó apropiadamente, ni eligió, creo,
idóneos los tiempos, ni buscó la hora y el
ánimo desocupado. Esto es lo que me hizo mal; pues de una
tigresa no ha nacido, ni rigurosas piedras o sólido en su
pecho el hierro o acero lleva, ni la leche bebió él
de una leona. Será vencido. Habrá de
buscársele nuevamente, ni cansancio alguno admitiré
de lo emprendido mientras el aliento este permanezca. Pues lo
primero era, si lo que he hecho se pudiera revocar, no haber
empezado: lo empezado expugnar es lo segundo. Es lo cierto que
él no puede, aunque ya abandonara mis votos, no acordarse
para siempre, con todo, de mi osadía.Y, porque he
desistido, más livianamente pareceré que lo he
querido, o incluso que a él lo he tentado, o que con
insidias lo he buscado: o incluso realmente que no por
éste que omnipresente empuja y quema el pecho nuestro, por
este dios, sino por el mero deseo me creerá vencida.
Finalmente, ya no puedo nada haber cometido nefando; le he
escrito y lo he pretendido: mancillada está mi voluntad;
aunque nada añada no puedo no culpable ser llamada. Lo que
resta mucho es para mis votos, para mis delitos poco." Dijo y
-tanta es la discordia de su incierta mente- aunque le pesa el
haberlo intentado, gusta de intentarlo, y de la medida se excede
e infeliz acomete muchas veces el que se la rechace.

Luego, cuando ya no tiene un final, de su patria huye
él y de la abominación, y en una tierra
extraña pone unas nuevas murallas. Entonces verdaderamente
dicen que la afligida Milétide de toda su mente se
apartó, entonces verdaderamente de su pecho se
rasgó el vestido, y se golpeó en duelo furibunda
sus propios brazos,y ya abiertamente está fuera de
sí misma, y de la no concedida Venus confiesa su
esperanza, sin la cual, su patria y sus odiados penates abandona
y sigue las huellas de su prófugo hermano, e igual que
movidas por tu tirso, vástago de Sémele, las
ismarias bacantes celebran tus reiterados trienios, a Biblis no
de otro modo aullar por los anchos campos vieron las nueras de
Búbaso; las cuales dejadas, anda errante ella por toda la
Caria y los acorazados Léleges, y Licia. Ya el Crago y
Límira había dejado atrás, y del Janto las
ondas, y la cima en que la Quimera por sus partes de en medio,
fuego, pecho y rostro de leona, cola de serpiente poseía:
te abandonan los bosques cuando tú, agotada de la
persecución, caes al suelo, y puestos en la dura tierra
tus cabellos, Biblis, quedas tendida, y sobre las frondas tu cara
pones, caducas. Muchas veces a ella las nifas con sus tiernos
brazos, las Lelégides, levantarla intentaron, muchas veces
de que remedie su amor la aperciben y allegan consuelos a su
sorda mente. Muda yace, y verdes hierbas retiene en sus
uñas Biblis y humedece las gramas con el río de sus
lágrimas. Las Naides a ellas una vena que nunca secarse
pudiera dicen que debajo le pusieron. Pues ¿qué
más grande que darle habían? En seguida, como de la
cortada corteza de una pícea las gotas, o como tenaz de la
grávida tierra mana el betún, y como al adviento
del favonio, que sopla lene, con el sol se ablanda de nuevo la
onda que el frío detuvo,así de sus lágrimas
consumida la Febeia Biblis se torna en manantial, el cual ahora
todavía en los valles aquellos el nombre tiene de su
dueña, y bajo una negra encina mana.

Partes: 1, 2

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