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Evitar Conflictos y Violencias




Enviado por emerzon



  1. Las causas de los conflictos
  2. Los costes e implicaciones de los enfrentamientos
  3. Medidas para hacer frente a los conflictos y violencias asociados a los desequilibrios
  4. Referencias del tema "Evitar conflictos y violencias"

Hay una cultura maniquea, ampliamente extendida desde los tiempos más remotos, que nos lleva sistemáticamente a anteponer "lo nuestro": nuestras ideas, nuestras tradiciones y, muy particularmente nuestro beneficio material, sin tomar en consideración las consecuencias que para los demás –y a larga a nosotros mismos- pueden tener nuestras acciones. Y ello se traduce en compartimientos agresivos, en violencia de uno u otros tipos (étnicos, culturales, de género) y perdidos absurdos para toda la humanidad. El instinto de supervivencia quizás pueda explicar el "nosotros o ellos" del pasado, pero hoy exige un cambio drástico: no es posible salvarse, en la actual situación de emergencia planetaria, contra los otros sino con los otros. Todas las formas de violencia están interconectadas entre sí, y con el resto de problemas a los que venimos haciendo referencia: desde el hiperconsumo o la explosión demográfica a la contaminación y degradación de los ecosistemas. Todos se potencian mutuamente y resulta iluso pretender resolver aisladamente cuestiones como el terrorismo o las migraciones incontroladas. Los problemas son globales y las soluciones habrán de serlo también.

Las desigualdades no solo generan violencia: son violencia

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Suele afirmarse que los desequilibrios, las tremendas desigualdades existentes entre los seres humanos, generan conflictos, violencia.

Podemos recordar, al respecto, las palabras de Mayor Zaragoza (1997): "El 18% de la humanidad posee el 80% de la riqueza y eso no puede ser. Esta situación desembocará en grandes conflagraciones, en emigraciones masivas y en la ocupación de espacios por la fuerza".

También en la misma dirección afirma Ramón Folch (1998): "La miseria –injusta y conflictiva- lleva inexorablemente a explotaciones cada vez más insensatas, en un desesperado intento de pagar intereses, de amortizar capitales y de obtener algún mínimo beneficio. Esa pobreza exasperante no puede generar más que insatisfacción y animosidad, odio y ánimo vengativo".

No hay duda acerca de que los desequilibrios extremos son insostenibles y provocarán los conflictos y violencias a los que hacen referencia Mayor Zaragoza o Ramón Folch, pero es preciso señalar que, en realidad, las desigualdades extremas son también violencia (Vilches y Gil, 2003).

¿Qué mayor violencia que dejar morir de hambre a millones de seres humanos, a millones de niños? El mantenimiento de la situación de extrema pobreza en la que viven tantos millones de seres humanos es un acto de violencia permanente.

Estamos ante una pobreza que coexiste con una riqueza en aumento, de forma que en los últimos 40 años – señalan los informes del Banco Mundial– se han duplicado las diferencias entre los 20 países más ricos y los 20 más pobres del planeta. Si no actuamos ahora las desigualdades serán gigantescas en los próximos años. Y no se trata únicamente de desequilibrios entre países: es preciso salir también al paso de las fuertes discriminaciones y segregación social que se da en el seno de una misma sociedad y, muy en particular, de las que afectan a las mujeres en el mayor parte del planeta.

Una violencia que, es cierto, engendra más violencia, otras formas de violencia:

  • Las guerras y carreras armamentistas con sus implicaciones económicas y de sus terribles secuelas para personas y medio.

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  • El terrorismo en sus muy diversas manifestaciones, que para algunos se ha convertido en "el principal enemigo", justificando notables incrementos de los presupuestos militares a expensas de otros capítulos.

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  • El crimen organizado, las mafias, que trafican con droga, armas, seres humanos, con su presencia creciente en todo el planeta y también con un enorme peso económico, gracias a la corrupción y al blanqueo del dinero negro que es canalizado hacia empresas "respetables". Los negocios legales e ilegales resultan así perfectamente imbricados y el volumen del comercio asociado a mafias se estima de 2 a 10 millardos de dólares.

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  • Las presiones migratorias, con los dramas que conllevan y los rechazos que producen

  • La actividad especuladora de algunas empresas transnacionales que buscan el mayor beneficio propio a corto plazo, desplazando su actividad allí donde los controles ambientales y los derechos de los trabajadores son más débiles, contribuyendo, a menudo con ayuda de la corrupción, del tráfico de capitales y de los paraísos fiscales, al deterioro social y a la destrucción del medio ambiente (Diamond, 2006).

Las causas de los conflictos

Y tras todas las formas de violencia aparece a menudo la búsqueda de beneficios particulares, sin atender a sus consecuencias para los demás y, en un plazo cada vez más breve, para nosotros mismos. La misma anteposición del "nosotros" que produce, como hemos visto, una contaminación o un agotamiento de recursos que perjudica a todos, explica los conflictos armados, el crimen organizado, la explotación infantil y los miles de muertos causados en los enfrentamientos en torno a la explotación o la falta de atención a las necesidades de quienes padecen hambre, enfermedad, carecen de trabajo.

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No se trata, por otro lado, de una cuestión puramente económica: la religión, la lengua, el color de la piel, todo puede convertirse en bandera de enfrentamientos, de defensa del "nosotros" frente al "enemigo externo". Hemos de ser conscientes de que el problema es complejo: quienes destruyeron las esculturas centenarias de Buda en Afganistán no buscaban beneficios económicos.

Hay una cultura maniquea, ampliamente extendida desde los tiempos más remotos, que nos lleva sistemáticamente a anteponer "lo nuestro": nuestras ideas, nuestras tradiciones e incluso nuestros proyectos liberadores. Movimientos como Earth First, Earth Liberation Front, Deep Green Resistance, Ecoterrorismo o Anarquismo Verde, proclaman su intención de derribar "a través de cualquier medio", mediante la acción directa, un sistema socioeconómico esencialmente depredador y destructivo (Taylor, 2013). Pero, ciertamente, el móvil más común es la búsqueda del beneficio material propio, sin prestar demasiada atención a las consecuencias que para los otros pueden tener nuestras acciones. Y ello se traduce en comportamientos agresivos, en violencia de uno u otro tipo, y pérdidas absurdas para toda la humanidad.

Curiosamente se ha denominado globalización al proceso actual de acumulación de beneficios por unos pocos a costa de la inmensa mayoría. Pero no se puede aceptar que se conceda el calificativo de globalizadores, mundialistas, a quienes destruyen la diversidad cultural (reconocida como Patrimonio de la Humanidad) y solo persiguen intereses particulares, muy a menudo a corto plazo, aplicando políticas que perjudican a la mayoría de la población presente y futura.

Sin embargo, parece obligado reconocer que esta diversidad cultural está generando terribles conflictos. ¿No son, acaso, las particularidades las que enfrentan sectariamente a unos grupos con otros, las causantes del racismo, de las "limpiezas étnicas", de los genocidios, de los rechazos a los inmigrantes? Es preciso rechazar contundentemente esa atribución de los conflictos a la diversidad cultural. Son los intentos de suprimir la diversidad lo que genera los problemas, cuando se exalta "lo propio" como lo único bueno, lo verdadero, y se mira a los otros como infieles a convertir, si es necesario por la fuerza. O cuando se considera que los otros representan "el mal", la causa de nuestros problemas, y se busca "la solución" en su aplastamiento. Los enfrentamientos no surgen porque existan particularismos, no son debidos a la diversidad, sino a su rechazo (Vilches y Gil, 2003), a la imposición por la fuerza de "nuestro" derecho sobre el de otros, en perjuicio de la inmensa mayoría.

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Los costes e implicaciones de los enfrentamientos

Conviene comenzar recordando la cifra aproximada de gasto militar mundial: era de 780000 millones de dólares anuales en los años 80 del siglo XX y en 2013 ha superado 175 billones, una cifra superior a los ingresos globales de la mitad más pobre de la humanidad. Por eso la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (CMMAD, 1988) señaló que "El verdadero coste de la carrera armamentista es la pérdida del producto que se hubiera podido obtener con él. Las fábricas de armas, el transporte de esas armas y la explotación de los minerales destinados a su producción, exigen enormes cantidades de energía y de recursos minerales y contribuyen en gran parte a la contaminación y al deterioro del medio ambiente". Y eso afecta muy especialmente – señalaba también la CMMAD- a la investigación científica: "Medio millón de científicos trabajan en la investigación relacionada con las armas en todo el mundo, inversión que representa alrededor de la mitad de los gastos mundiales totales en investigación y desarrollo. Estos gastos son superiores a todo lo que se invierte con miras a desarrollar tecnologías para contar con nuevas fuentes de energía y combatir la contaminación".

Estos gastos constituyen un gran negocio para ciertos grupos de presión que imponen la producción y exportación de armas, que defienden sus intereses sin preocuparse del uso que harán sus clientes, pero sabiendo cuál será ese uso.

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En la actualidad, además, los conflictos armados se caracterizan por los ataques deliberados contra civiles, incluidos los trabajadores de la asistencia humanitaria; la transgresión generalizada de los derechos humanos; las violaciones y otros delitos sexuales, utilizados como arma de guerra contra mujeres y niños; así como el desplazamiento forzado de cientos de miles de personas. Como se insiste en la página web que UN dedica a la Asistencia Humanitaria, las partes que participan en los conflictos utilizan cada vez más el desplazamiento forzoso de importantes fracciones de la población para cumplir con sus objetivos militares, como la depuración étnica. Las violaciones cometidas en tiempos de guerra son con frecuencia sistemáticas y tienen como objetivo aterrorizar a la población, destrozar a las familias, destruir las comunidades y, en ocasiones, modificar la composición étnica de la próxima generación. En las provincias orientales de la República Democrática del Congo (RDC), por ejemplo, la violación se ha convertido en un arma de guerra usada por todos los grupos que participan en el conflicto. En el caso de Ruanda, se estima que el número de mujeres violadas durante los tres meses del genocidio de 1994 se sitúa entre 100000 y 250000. Los organismos de las Naciones Unidas estiman que los grupos de milicias armadas han violado a más de 60000 mujeres durante la guerra civil de Sierra Leona y a más de 40000 durante el conflicto en Liberia. El Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) estimó en 60000 el número de mujeres violadas en la ex-Yugoslavia. Según las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) una mujer de cada cinco ha sido víctima de alguna forma de violencia sexual.

No podemos olvidar que, como ya hemos señalado reiteradamente una de las partes más afectadas por los conflictos bélicos y, en ocasiones, la causa misma del conflicto, es el medio ambiente y los recursos que puede aportar. Frecuentemente se ha utilizado la destrucción del medio como arma para desestabilizar al contrincante en un conflicto armado, recurriendo a la demolición de diques para inundar tierras, a la inutilización de suelos y aguas por contaminación con armamentos biológicos, nucleares, etc. Se estima que las fuerzas armadas son las responsables del 10% del total de emisiones de CO2 atmosférico, debido al gasto de combustible que supone el transporte y movilización de los ejércitos. Sin olvidar tampoco la gran cantidad de desechos que se producen como consecuencia de una guerra: metales, pinturas y disolventes, combustibles, pesticidas derivados de la producción, almacenaje, transporte y descarte de armas de todo tipo, se acumulan sin control, degradando gravemente el entorno y perjudicando la salud. Y se trata de consecuencias que a menudo perduran mucho tiempo después de terminado el conflicto.

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Es cierto que estos comportamientos, como la mayoría de los que hoy rechazamos, son la prolongación de lo que la humanidad ha venido haciendo durante milenios. Pensemos en los continuos procesos de conquista, colonización y esclavitud. Pero hoy dichos comportamientos, además de moralmente rechazables, ponen en peligro nuestra supervivencia como especie. El instinto de supervivencia quizás pueda explicar el "nosotros o ellos" del pasado, pero hoy exige un cambio drástico: no es posible salvarse, en la actual situación de emergencia planetaria, contra los otros sino con los otros. Como ha señalado el teólogo brasileño Leonardo Boff, esta vez no habrá un Arca de Noé para unos pocos; como los problemas son planetarios y afectan al conjunto de la humanidad, o nos salvamos todos o perecemos todos. Y sin embargo nuestro comportamiento sigue aferrado a la búsqueda de un beneficio a corto plazo, lo que explica también la actividad de las organizaciones mafiosas y el terrorismodos fenómenos entre los cuales se tejen, a menudo, estrechas relaciones y que merecen hoy una atención especial.

En ambos casos nos encontramos con planteamientos particularistas y a corto plazo, con razonamientos incapaces de analizar globalmente las consecuencias de las acciones: solo importa el objetivo propio. Y "ha de ser ahora".

Jeffrey Sachs, asesor del Secretario General de UN, profesor de Desarrollo Sostenible y Director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia, en su artículo que lleva por título "El desperdicio de la guerra" (Sachs, 2014), después de analizar los sin sentidos e intereses en juego de los conflictos bélicos, plantea las diferencias esenciales entre la situación ante la Guerra Mundial de 1914 y cien años después, en 2014, señalando que en este tiempo hemos podido aprender de la estupidez y futilidad de la violencia colectiva organizada y que una nueva guerra mundial en la era nuclear pondría casi con seguridad fin a la especie humana. Recuerda, además, que hoy día contamos con conocimientos y tecnologías para solucionar los problemas relativos a la pobreza, el hambre, las migraciones forzadas o la degradación ambiental, que constituyen peligrosos "polvorines". Finalmente, señala, tenemos el derecho internacional, "si es que decidimos usarlo", tenemos la posibilidad de construir la paz a través de una institución mundial fundada para ayudar a garantizar que nunca se repita una guerra mundial. "Como ciudadanos del mundo nuestro trabajo ahora es exigir la paz a través de la diplomacia y de iniciativas globales, regionales y nacionales que se ocupen del azote de la pobreza, las enfermedades y la degradación ambiental. En este centenario de uno de los mayores desastres de la historia humana, hagamos que las tragedias no sean sucedidas ni por farsas ni por otras tragedias, sino por el triunfo de la cooperación y la decencia". No podemos dejar de detenernos en las migraciones forzadas o "voluntarias" de millones de personas, otro de los más graves problemas que tienen las sociedades en la actualidad y que se prevé se incrementará en el futuro. Es cierto que los fenómenos migratorios no son algo nuevo. Se trata de algo tan antiguo como la propia historia de la humanidad, a menudo provocado por la miseria, el mero deseo de supervivencia o la búsqueda de beneficio a costa de otros. Recordemos, por ejemplo, lo que representó el desplazamiento de unos 14 millones de esclavos desde África a América, o la extinción de los pobladores autóctonos en amplias zonas de América. Pensemos que muchos de los italianos, españoles, polacos o suecos que a finales del siglo XIX y principios del XX emigraron al Nuevo Mundo, huían del hambre y la miseria.

Pero desde el último cuarto del siglo XX el mundo está conociendo los mayores movimientos migratorios de la historia. Casi 150 millones de personas son forzadas a emigrar por un conjunto de problemas que tienen sus raíces en el hambre, la marginación y la escasez de recursos, a menudo incrementadas por el rápido crecimiento demográfico y que se traducen en enfrentamientos étnicos, persecuciones, guerras.  Así, están teniendo lugar migraciones por motivos políticos o bélicos que constituyen el movimiento de refugiados, migraciones por motivos económicos, es decir, por hambre, miseria, marginación y migraciones por causas ambientales, como fenómenos nuevos asociados a la degradación: desplazamientos poblacionales relacionados con el agotamiento de recursos, deforestación, sequías o con desastres ecológicos (fruto de la falta de aplicación del principio de precaución) en los lugares de origen. Como señala el Center for Climate and Security, el cambio climático –y, en general, las tensiones ambientales y de recursos- pueden convertirse en una importante causa de desplazamientos (Renner, 2013).

Debemos referirnos también a las persecuciones, secuestros, asesinatos y todo tipo de violencias ejercidas contra periodistas que denuncian casos de corrupción, cooperantes de ONG que realizan sus tareas de ayuda humanitaria en diferentes países o las ejercidas a activistas de movimientos ecologistas que denuncian agresiones contra el medioambiente, como el asesinato de Chico Méndez, símbolo de la lucha ecológica en defensa de la Amazonía, o el caso más reciente, en 2013, del biólogo Gonzalo Alonso, asesinado y arrojado a las aguas del Parque Natural de Cuhambebe, en Brasil, al que durante años defendió de la caza furtiva y los pirómanos que buscaban abrir espacios para la ganadería, luchando por la protección de sus aguas y contra las agresiones a plantas y animales amenazados.

Medidas para hacer frente a los conflictos y violencias asociados a los desequilibrios

Todas las formas de violencia están interconectadas entre sí, y con el resto de problemas a los que venimos haciendo referencia: desde el hiperconsumo o la explosión demográfica a la contaminación y degradación de los ecosistemas. Todos se potencian mutuamente y resulta iluso pretender resolver aisladamente cuestiones como el terrorismo o las migraciones incontroladas. Los problemas son globales y las soluciones habrán de serlo también, implicando desde tecnologías para la Sostenibilidad, medidas educativas y medidas políticas como la potenciación de los "cascos azules", el cuerpo de protección de la paz de la ONU, los "cascos verdes", destinado a la rehabilitación medio ambiental y los "cascos rojos" de protección civil internacional, todavía inexistente, pero cuya creación se reclama con creciente insistencia, para organizar y coordinar los socorros a la población afectada por cualquier tipo de desastre.

Otra iniciativa política de indudable interés ha sido la creación de una Red Mundial de Áreas Protegidas Transfronterizas para la Paz (APTP), más comúnmente conocidas como "Parques para la Paz". Esta iniciativa se apoya en la existencia de la red mundial de áreas naturales protegidas, que sobrepasa hoy en día las 100000 áreas en todo el planeta, cubriendo más de 20 millones de kilómetros cuadrados de superficie terrestre. Si esas áreas son "puertos de paz" para esos ecosistemas, protegiéndolos por legislación de toda amenaza que pueda comprometer su mantenimiento y regeneración, ¿por qué no pueden ser al mismo tiempo concebidas como zonas de cooperación entre Estados, cuando están situadas en la frontera que los separa? Eso es lo que se propuso desde la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) y así es como surgieron los parques para la paz entre dos o más Estados. Medidas como esta pueden transformar las barreras de separación que constituyen hoy las fronteras en puentes de unión, contribuyendo así a la necesaria superación de conflictos destructivos, requisito fundamental de la [r]evolución para la construcción de sociedades sostenibles. El aislamiento absoluto, a lo "talibán", no genera diversidad, sino empobrecimiento cultural.

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Referencias del tema "Evitar conflictos y violencias"

COMISIÓM MUNDIAL DEL MEDIO AMBIENTE Y DEL DESARROLLO (1988). Nuestro futuro común. Madrid: Alianza. DIAMOND, J. (2006). Colapso. Barcelona: DebateFOLCH, R. (1998). Ambiente, emoción y ética. Actitudes ante la cultura de la Sostenibilidad. Barcelona: Ariel.MAYOR ZARAGOZA, F. (1997). Entrevista realizada por González E. El País, Domingo 22 de Junio, Pág. 30.RENNER, M. (2013). Cambio climático y desplazamientos. En World watch Institute, The State of the World 2013: Is Sustainability Still Possible? New York: W.W. Norton. (Versión en castellano con el título "¿Es aún posible lograr la Sostenibilidad?", editada en Barcelona por Icaria). Capítulo 31.SACHS, J. (2014). The Waste of War, Project Syndicate, Jul 21, 2014. http://www.project-syndicate.org/columnist/jeffrey-d-sachs (Versión en castellano, p. 15 Diario "El País", domingo 3 de agosto de 2014, titulado: El desperdicio de la guerra).TAYLOR, B. (2013). Resistencias: ¿el fin justifica los medios? En World watch Institute, The State of the World 2013: Is Sustainability Still Possible? New York: W.W. Norton. (Versión en castellano con el título "¿Es aún posible lograr la Sostenibilidad?", editada en Barcelona por Icaria). Capítulo 28.VILCHES, A. y GIL, D. (2003). Construyamos un futuro sostenible. Diálogos de supervivencia. Madrid: Cambridge University Press. (Capítulo 11).

Webgrafía

http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=21

http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=6

DEDICATORIA:
El presente trabajo es dedicado a mis padres quienes me apoyan en mis estudios
y a los profesores que se empeñan por hacer de nosotros buenos profesionales.

 

 

Autor:

Zarabia Canales, Jhon Emerzon

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Instituto de Educación Superior Tecnológico Público "ARGENTINA"

UNIDAD DIDÁCTICA:

Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible

DOCENTE:

Sanz Signori, Luis Eduardo

"Año de la Diversificación Productiva y del Fortalecimiento de Educación"

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