- 1938:
la invasión de los marcianos - La
máquina del tiempo - Un
actor llamado Humphrey Bogart - Lo
correcto y lo incorrecto - En
busca de su destino - Mata-Hari
- Mata-Hari
- Montmartre
- El
cadalso - Un
desconcertante regreso y un encuentro
increíble - Wall
Street - Al
Capone - La
Prisión de Alcatraz
Los viajes en el tiempo han
constituido uno de los sueños básicos del ser
humano. Hay quien sueña con volver al pasado cercano
para enmendar su vida y errores, mientras que otros
desearían estar ya en el futuro para olvidar su
penosa vida actual. También los hay que están
convencidos de que la vida en épocas gloriosas del
pasado era, cuando menos, más atractiva que la actual y
desearían haber vivido, por ejemplo, durante los
años de la dominación romana, con sus
centuriones y emperadores vitoreados por el pueblo, en
oposición a quienes prefieren recrearse en la
época de Luis XV o el esplendor de Viena. Cada uno
de nosotros se imagina habitualmente siendo partícipe de
hechos históricos decisivos para la humanidad, e
intentando modificar el destino del hombre gracias a su
buena voluntad o sabiduría. Por supuesto, también
son legión quienes se trasladan mentalmente a un
futuro muy lejano, con la Humanidad inmersa en un
desarrollo tecnológico perfecto en el cual no hay ni
enfermedades ni miseria. Los futurólogos y
adivinos constituyen ese recurso fácil para quienes,
ansiosos por saber su destino, acuden a ellos para que les
vaticinen un futuro más halagüeño,
aunque en demasiadas ocasiones se limitan a hablarnos de
nuestro pasado, como si no lo conociéramos ya
suficientemente.
Los científicos, por su parte,
nos han aportado algunas posibilidades para viajar en el
tiempo y mientras unos hablan de velocidades superiores a la de
la luz, girando en sentido contrario a la rotación
de la Tierra, otros alegan que solamente entrando en un
agujero negro o de gusano es posible viajar a través
del tiempo. Y en medio de todos están los
escritores, los únicos sinceros que no tratan de
engañar a nadie puesto que ya dejan claro que sus
relatos sobre viajes en el tiempo son pura ficción,
en ocasiones científica, pero simplemente ficción.
Esta es la historia ficticia de uno de esos
soñadores, el genial H. G. Wells, el primer escritor
que se atrevió a hablar de una máquina del tiempo
que podría aportar más beneficios a la
Humanidad que ningún otro invento.
CAPÍTULO
UNO:
1938: la
invasión de los marcianos
En 1938, la compañía
Mercury Theatre compuesta por Orson Welles y su amigo
Houseman, efectuaron una recreación
radiofónica de la novela de H. G. Wells "La guerra
de los mundos". La víspera de Todos los Santos
salió en antena la invasión de los marcianos
al planeta Tierra, contando Welles y sus ayudantes con todo
detalle cómo éstos destruían
sistemáticamente todas las ciudades. El terrible
rayo calorífero que era capaz de destruir los
cañones y tanques del poderoso ejército
norteamericano, sumió en el terror y la
desesperación a los hasta entonces, pacíficos
ciudadanos. Presos de pánico salieron a la calle en
demanda de ayuda, tratando de evitar ser víctimas
del poderío marciano. Pero allí no
había ni marcianos, ni naves extraterrestres, y mucho
menos rayos destructores; solamente la voz de Welles en
antena advirtiendo cada quince minutos que se trataba de
una novela radiofónica.
Una vez tranquilizados los asustados
ciudadanos, no faltaron voces de protesta exigiendo
responsabilidades a quienes habían sido capaces de
aterrorizar a toda una nación en plena histeria de
invasiones extraterrestres. Con el planeta Marte más
cerca que nunca de la Tierra, y las apariciones de ovnis
mezcladas con los supuestos ataques de los rusos, el miedo
contenido de la población no necesitaba muchos
estímulos para salir a flote. Por eso y ante la
amenaza de serias denuncias por lo que se consideraba un
fraude gigantesco con ánimo de notoriedad y lucro,
el realizador Orson Welles se vio en la necesidad de
convocar una conferencia de prensa, a la cual asistió
igualmente el creador de la novela "La guerra de los
mundos", el señor H. G. Wells.
El lugar elegido fue el National Arts Club,
un club privado situado cerca del Gramercy Park,
concretamente en la East 20 ND Street de Nueva York. Allí
estaban representantes de las revistas Variety, Photoplay y
Metronome, además de los columnistas E. Wilson y
Louella Parsons, famosos ambos por sus mentiras sobre el
comportamiento de la gente del espectáculo. Aunque
compartían, casi, el mismo apellido, ni Herbert ni Orson
se conocían y ni siquiera eran parientes, pero
pronto surgieron multitud de rumores que afirmaban que en
realidad eran hijos de la misma mujer pero distinto padre, lo
que sin lugar a dudas no era cierto. Cualquier
biógrafo sabía que ambos habían vivido
durante la mayor parte de sus vidas en países diferentes,
pero la prensa canalla sabía que inventando
historias venderían más noticias que diciendo
la verdad.
-Bien, señores –
comenzó Orson Welles dirigiéndose a los periodistas
– antes de empezar esta rueda de prensa debo
aclararles que me he visto presionado por el fiscal
del condado para convocarla. No tengo ningún
interés en explicar al público los
motivos para radiar la novela "La guerra de los
mundos", ni mucho menos para disculparme por haberles
entusiasmado. Si han existido situaciones de
pánico colectivo es solamente porque sé contar
historias en la radio. Del mismo modo que a un padre
no se le puede sancionar por contar eficazmente la
historia de "Caperucita Roja", hasta el punto de
hacer temblar de miedo a su hijo cuando el animal se come a la
infeliz abuelita, no encuentro razonable que se
alcen voces pidiendo mi cabeza.
-Pero señor Welles – le
cortó E. Wilson – usted no se ha limitado a contar
la historia de una manera eficaz. Lo que en realidad ha
hecho es hacer creer a los oyentes que estaba
narrando una noticia, tal y como se hace en los noticiarios.
-Es que la historia es así. Nos narra un
suceso ocurrido en nuestros días y emplea
situaciones y personajes reales. Pero eso ya lo hicieron
anteriormente Arthur Conan Doyle o Edgar Alan Poe y hasta
ahora nadie les ha condenado a la hoguera.
-Creo que en realidad –
insistió Wilson – usted sabía que confundiendo al
oyente lograría un mayor impacto y
empleó ese truco deliberadamente. Es como si
mañana saliera en antena el Presidente de los Estados
Unidos anunciando el ataque de los rusos y luego
dijera que había sido una broma.
-Me halaga comparándome con el
Presidente, pero creo que no tengo tanta influencia como
él.
-¿No cree que a partir de
ahora su popularidad haya alcanzado cotas similares?
A fin de cuentas, usted nos ha demostrado que sabe mentir
tan hábilmente como cualquier
político
(Risas)
-(Sensiblemente enojado) Veo
señor Wilson que es usted tan imbécil en
persona como escribiendo, así que ahora
concédame la satisfacción de no volver
a oír su voz y deje hablar a sus
compañeros.
En ese momento y quizá a causa de la
gran cantidad de murmullos, algunos insultantes para Orson
Welles, se levantó H. G. Wells y con las manos alzadas
pidió silencio a los periodistas.
-Por favor, señores, no
convirtamos esta conferencia en un enfrentamiento
personal. La historia original es mía y, por tanto,
si existe algún responsable sobre esa
histeria colectiva soy yo. Es a mí a quien deben hacer
sus críticas.
-Pero señor Herbert –
habló conciliadora Louella Parsons – nadie ha
criticado la validez de su novela, tan extraordinaria que
creo que todos nosotros la hemos leído.
Personalmente escuché la recreación que hizo Welles
en la radio y debo admitir que me fascinó,
aunque por supuesto nunca pensé que se
trataba de un hecho real. El problema estuvo en que solamente se
habló de que se trataba de una novela al
principio, pero desde ese momento todo se
narró como si fuera un hecho real. Por eso aquellos
oyentes que sintonizaron su emisora después
de la introducción cayeron en la trampa y
creyeron que se trataba de un noticiario.
-Bueno, eso no es condenable.
Espero que si radian mi novela "El alimento de los
dioses" o "La isla del doctor Moreau", no caigan ustedes en la
misma trampa. La radio es un medio de
expresión en el cual la imaginación del
oyente es vital para lograr su interés, pero para
estimular esa imaginación hay que utilizar
algunos trucos como los de mi amigo Orson. Cuando los
protagonistas se besan en la radio todo el mundo sabe que
es pura ficción, lo mismo que cuando
oímos el vuelo de Supermán o las aventuras de Flash
Gordon. Creo que ustedes deben aplaudir al
señor Welles en lugar de criticarle por haber
logrado confundir al oyente.
-Por lo que creo entenderle – dijo
levantándose de su asiento el delegado de
Variety – usted afirma que todo es válido en la
radio con tal de conmocionar al oyente. Eso me
parece infame, puesto que justifican todo si con ello ganan
audiencia.
-¡Es usted – dijo Orson Welles
furioso – el menos indicado para criticarme!. Usted
pertenece a una revista que disfruta inventándose
historias sobre los actores y actrices, no dudando
ni un momento en calumniarles si con ello consigue
vender más ejemplares. Yo al menos no he calumniado a
nadie y mis personajes son ficticios, a no ser que
considere reales a los marcianos (risas en el auditorio)
-Mi revista publica habitualmente
notas de rectificación cuando hemos dado alguna
noticia falsa, pero…
-(Welles, interrumpiéndole)
Pues van a necesitar un número extra cada semana
para pedir disculpas. Usted es el que tendría que
estar en mi puesto respondiendo a los ataques. Yo
soy un profesional de la radio que sabe hacer
perfectamente su labor, lo mismo que lo supo hacer H. G.
Wells cuando escribió su novela. Las personas
como usted, ávidas siempre de publicar
noticias falsas, son las que realmente causan daño a
la población.
En aquel instante la totalidad de los
periodistas estaban ya levantados de sus asientos,
gesticulando fuertemente, y las llamadas a la concordia que
efectuaba H. G. Wells no surtían efecto. Solamente
la presencia de los dos policías que vigilaban los
acontecimientos impidieron que los puñetazos
sustituyeran a los insultos, especialmente porque Orson
Welles insistía en boxear con el representante de la
revista Variety. Todavía sensiblemente alterados,
ambos colegas salieron a la calle por la puerta trasera
donde les esperaba un coche que les llevaría a sus
domicilios.
-Esos cretinos – siguió
hablando Orson Welles – creen que tienen derecho a
poder calumniar a quienes deseen. Al menos he podido
disfrutar diciéndoles lo que opino de ellos.
-Sí – le contestó
Herbert – pero mañana su nombre estará en las
portadas de todos los periódicos y no
precisamente para hablar de su trabajo en la radio.
-Lo importante es que hablen, aunque sea
mal. Habría sido mucho peor que mi programa
hubiera pasado desapercibido. Ahora al menos, y de una manera
gratuita, todo el mundo sabrá que existe un
realizador llamado Orson Welles.
-(Profetizando) Me da la impresión,
amigo mío, que no será la única vez que
su nombre aparecerá en las portadas de los
periódicos.
-Ese comentario, viniendo de
un escritor que habla tanto del futuro, me parece
aleccionador. Espero que sus pronósticos se cumplan.
Ciertamente, estoy convencido de que tanto sus
pronósticos científicos, como los de Julio
Verne, terminarán por ser una realidad.
-(Sonriendo) ¿Incluida
la invasión de los marcianos o la máquina del
tiempo?
-No sé si serán los marcianos
o alguien procedente de una galaxia cercana, pero
del mismo modo que los pueblos de la Tierra han sido invadidos en
numerosas ocasiones, es muy posible que algún
extraterrestre sienta los mismos impulsos. El
universo entero tiene que estar regido, lógicamente, por
los mismos principios, técnicos y morales. Lo
que no acabo de creer posible es eso de los viajes
en el tiempo. ¿Cómo se puede viajar a un futuro
situado a miles de años de distancia
simplemente poniendo una fecha en un reloj?
-Bueno, lo del reloj lo he incluido
en mi novela para que el viaje fuera exacto y
más fácil. Mi idea principal era hablar de la
cuarta dimensión, ese lugar que nunca se
modifica aunque cambien las fechas y las circunstancias.
-¿Pero usted está convencido de la
posibilidad de viajar en el tiempo?
-Ir al futuro no le veo muchas
posibilidades, pero sí al pasado.
-¿Y dónde radica la
diferencia?
-El futuro es algo que no existe y
posiblemente no exista nunca. Nadie sabe si
mañana estará vivo y si esa gran ciudad
seguirá allí o habrá sido
destruida por un terremoto. Sin embargo, el pasado es algo
real, algo físico que existió y que
aún permanece presente. Todos los sonidos de años
atrás, las luces, el calor y el frío,
o los movimientos de las personas, han sido
transformaciones de la materia, no han desaparecido. Se
encuentran dispersos en algún lugar del
universo esperando que alguien los restituya a nuestra
época.
-(Poniendo cierto interés en la
conversación) Entiendo. Sería como escuchar
en un magnetófono una voz grabada años
atrás. La persona que habló en ese
momento quizá esté muerta ya, pero su voz
permanece allí, tal y como fue expresada.
-(Comenzando a entusiasmarse al
oír la respuesta de Welles) Exacto. El cine y
las grabaciones sonoras son un ejemplo perfecto para explicar mi
teoría sobre la máquina del tiempo.
Esos dos sistemas en cierto modo nos llevan al
pasado una y otra vez, al pasado real, puesto que eso que
ha quedado impreso o grabado fue auténtico,
no es ficción. Las películas han sido impresionadas
por fenómenos luminosos emitidos por los
personajes o los elementos, mientras que la voz es
también una transformación de la materia y puede
ser recogida en un soporte adecuado. Dentro de mil
años, la Humanidad podrá ver y
oír realmente lo que sucedió en el pasado y
estarán realizando así un cómodo viaje
a través del tiempo.
-Pero, aún así,
todavía falta algún elemento para que esa
experiencia sea real. Tenemos la vista y el
oído, pero no hay posibilidad de tocar, oler y
saborear nada del pasado. Personalmente, me gustaría
poder tener un romance con la reina Cleopatra,
preferentemente dentro de ese baño con leche de burra.
-(Esbozando sin entusiasmo una
sonrisa) Ese salto en el tiempo tan lejano es ahora
imposible, pero existe la posibilidad de viajar a épocas
más cercanas.
-Querrá decir que encuentra
factible que en el futuro alguien pueda inventar esa
máquina del tiempo.
-(Se endereza y dice orgulloso) Amigo
Welles, creo que ha llegado el momento de que me
sincere con alguien y estimo que es usted la persona más
adecuada.
-Me habla de una manera que me hace
sentir miedo. ¿Qué me está ocultando?
-Nada que su fértil
imaginación no haya presentido ya. La máquina del
tiempo que describí en mi novela no es
ficción, ni mucho menos una utopía. Ahora
mismo está totalmente terminada en el sótano
de mi domicilio. -Amigo Herbert, veo que pretende
venderme algo, pero le debo advertir que
después del desastre de esta noche no creo que me
pueda sacar ni un centavo. Es usted una persona
agradable a quien admiro, pero todavía no he entrado en
ese delirio de confundirle con un dios.
-(Comenzando a encogerse de
nuevo, aunque conservando su orgullo) Señor
Welles, soy ya un anciano de 72 años algo cansado de
vivir en un mundo de fantasía y deseoso que
se me tenga en cuenta por algo más que ser un
visionario que escribe novelas sobre el futuro. Llevo mucho
tiempo esperando encontrar a alguien que se merezca
compartir conmigo la gran experiencia de viajar en
el tiempo y esa persona elegida es usted. ¿Cree acaso que
he acudido a su conferencia de prensa solamente para defenderle
ante los periodistas?
-Bueno, en cierto modo
usted también es culpable de la crisis de histerismo de
esa novela radiofónica. Si su relato no hubiera sido tan
descriptivo e inquietante, nadie hubiera creído que
mi recreación en la radio era un hecho real. De
todas maneras, me gustaría que siguiera hablándome
de esa máquina del tiempo que dice ser una
realidad.
-(Cogiéndole del brazo)
Si dispone de tiempo, venga conmigo y se la
enseñaré. Mi apartamento no está muy lejos
de aquí.
CAPÍTULO DOS:
La
máquina del tiempo
Ambos se dirigieron calle abajo,
ahora ya bien entrada la noche, mientras por el camino H.
G. Wells explicaba los detalles técnicos que le
llevó a la construcción de esa pretendida
máquina del tiempo. Su entusiasmo era ya contagioso
y ni siquiera esperaba ya la confirmación de ser
creído.
-Si usted ha leído mi novela
"La máquina del tiempo" – empezó a explicarse –
sabrá que aunque hablo de la cuarta
dimensión como un lugar del espacio-tiempo al
cual se puede llegar con facilidad, no explico cómo se
puede alcanzar, ni menciono detalles técnicos
sobre la máquina del tiempo. Simplemente
describo el invento como un vehículo dotado de una silla,
un panel de mandos sumamente sencillo, una rueda que
es el motor que nos mueve en el tiempo y un cristal
extraño que se supone aporta la energía necesaria.
Pero no explico ningún dato
científico, puesto que es pura ficción el hecho de
viajar al futuro.
-Entonces, ¿cuál
es la diferencia con la máquina que ahora pretende haber
construido?
-(Atropellando parcialmente sus
palabras) Es que se trata de viajar al pasado, a un lugar que ya
existió y cuya presencia física circula por
algún lugar del universo. El futuro no está
escrito, eso es cierto (duda un momento), o
posiblemente lo esté, pero el pasado está
perfectamente descrito y sobre los acontecimientos acaecidos unos
pocos años atrás disponemos de fotografías y
grabaciones. Simplemente mirando una fotografía estamos ya
realizando un viaje visual al pasado.
-Pero faltaría el
elemento físico, aquel que nos permitiría llegar de
nuevo a esa época.
-(Con nuevas energías) Piense
por un momento en lo que es una fotografía. Un instante
del pasado que ha quedado detenido para siempre. Desde el momento
en que se impresionó esa fotografía comenzó
ya el futuro, pero ya hemos conseguido detener por un segundo ese
presente, lo que ahora consideramos el pasado.
(Sigue hablando sin esperar respuesta, aunque ahora tratando de
ser más sencillo) Cuando empecé a pensar sobre
cuál sería el modo de poder entrar a formar parte
de ese elemento visual real se me ocurrió una idea
descabellada, bueno, entonces la consideré así,
pero que me llevaba a un paso ya del viaje en el tiempo. Por
cierto ¿usted ha leído ese cuento titulado "Mary
Poppins" de una tal Pamela L. Travins?
-Tanto como el de Peter Pan.
-¿Recuerda cómo
realizan el primer viaje a un mundo de carruseles y
tiovivos?
-Creo que fue entrando simplemente en
un cuadro pintado en el suelo que contenía ese mundo
imaginario.
-Pues ahora imagínese que
pudiese entrar dentro de una fotografía. Que encontrase el
medio de integrarse dentro de esa imagen y fundirse con ella
empleando rayos X.
-(Sonriendo) Pero faltaría Mary
Poppins para que el milagro se pudiera realizar…
-Pues la señorita Poppins es
ahora mi máquina del tiempo. Aún
mantenía la boca abierta Orson Welles, no tanto por el
asombro como por las ganas de reír, cuando llegaron
a la vivienda de Herbert. Franqueando un pequeño
jardín, en el cual había un reloj de sol, entraron
en una casa victoriana, con las paredes forradas en madera de
nogal al más tradicional estilo inglés.
Sin hacer ningún nuevo comentario, Herbert condujo a
Welles a un sótano bien iluminado, ocupado casi
totalmente por un extraño habitáculo
cilíndrico.
-He aquí mi máquina del
tiempo – comentó orgulloso Herbert -.
-(Con los ojos ya un poco más
abiertos) Bien, admito que su extraño aparato impresiona
al verlo, pero siento no compartir con usted esa
convicción sobre la posibilidad de viajar al pasado
mediante una fotografía. (Sonriendo) Soy demasiado pesado
y grande como para algo así. De todas maneras y
otorgándole una pizca de credibilidad, me
gustaría saber si ya ha realizado algún viaje al
pasado con este artefacto.
-(Casi gritando) ¡Dos, y
constituyeron un éxito total!. De no ser así no
estaría ahora pidiéndole que realice mi tercer
experimento conmigo.
-¡Por Dios, querido Herbert!,
¿es posible que haya pensado que le he creído hasta
el punto de meterme en esa máquina con usted?
-Si no me cree, ¿cuál
es su temor? ¿Qué le puede pasar por hacer la
prueba?
-No sé, es posible que muramos
electrocutados. Además, esos rayos X no me ofrecen mucha
confianza y he leído que sus radiaciones pueden ser
perjudiciales para la salud. ¿Está seguro de haber
realizado ya dos viajes al pasado?
-No tengo la menor duda de ello y una
prueba de la inocuidad de mi máquina es que estoy ahora
aquí, hablándole, completamente sano y consciente.
La primera vez se trataba de averiguar solamente la posibilidad
de viajar al pasado y para ello empleé simplemente una
fotografía que me había realizado un
día antes en el Central Park. La puse en la
máquina, activé todo el proceso, y en pocos
segundos me encontré en el mismo día y lugar de la
fotografía, con el mismo clima y con las gentes que
estaban en ese momento a mí alrededor.
¿No consideró nunca que era simplemente una
ilusión?
-Debo reconocer que siempre
consideré esa posibilidad y debía descartar que
todo fuera una ilusión óptica o un proceso de
hipnotismo inducido por la máquina. Cuando entré en
la máquina del tiempo disponía de la
fotografía realizada el día anterior que reflejaba
fielmente ese instante, además de mi reloj,
el cual marcaba la hora y día del momento en el cual
activaba la máquina del tiempo. Había, por tanto,
una fecha que no iba a ser alterada.
-(Intrigado) Bueno, ¿y
qué ocurrió? ¿No provocó
ningún histerismo entre la gente del parque cuando
apareció bruscamente ante ellos?
-Ninguno. Todo se realiza tan
rápidamente que ni siquiera el ojo humano puede captar
nada extraño. Me encontré en el mismo lugar en el
cual había realizado la fotografía y nadie fue
capaz de percibir mi súbita presencia allí.
Era una sensación extraña y por un momento
pensé que todo era un sueño y que en realidad
seguía viviendo la existencia del día anterior y
que mi máquina del tiempo era producto de mi delirio
imaginativo. Debo reconocer que fui el primero en
dudar.
-¿Qué fue lo que
le sacó de dudas?
-(Contundente) Mi reloj. Marcaba la misma
hora y día en que me introduje en la máquina del
tiempo, o sea, un día después. Un vistazo a los
periódicos que estaban a la venta me indicaba sin lugar a
dudas que estaba en el pasado.
-(Un poco aturdido) ¿Y qué
hizo entonces? ¿Cómo volvió a su
época?
-Simplemente dejé que el
efecto de la máquina pasara. Había efectuado mis
mediciones para que apenas durase diez minutos y pasado este
tiempo retorné al interior de la máquina. Para
mí esa experiencia había supuesto apenas unos
minutos – mi reloj daba fe de ello – pero cuando retorné,
todo estaba como antes, sin que hubiera pasado ni un solo segundo
de más. Era como si el mundo actual se hubiera detenido en
el momento de mi viaje. (Ilusionado, sin dejar de hablar) Un
día después volví a realizar el mismo
experimento, ahora empleando una fotografía de la Estatua
de la Libertad que compré en una tienda de
souvenires. Aparecí bruscamente entre los turistas, con un
salto atrás en el tiempo de seis meses, y en esta
ocasión permanecí media hora. Y
nuevamente, de vuelta a casa… Sí, pero ahora
necesitaba nuevas pruebas sobre la veracidad de mi viaje.
Durante mi estancia en la Estatua de la
Libertad compré un periódico editado ese día
y cogí una flor del lugar para llevar ambos objetos hasta
mi época. La posibilidad de traer tesoros del
pasado era demasiado tentadora como para no intentarlo.
-(Ansioso) Bien, ¿y
dónde están?
-(Algo desilusionado) No sé,
quizá perdidos en algún lugar de la cuarta
dimensión. No retornaron conmigo, lo que ahora me parece
lógico. Esos objetos no podían viajar al futuro,
del mismo modo que yo tampoco puedo hacerlo. Hace seis
meses mi época actual no existía, era el futuro, y
ya sabemos que nadie ni nada pueden viajar al futuro porque no
está escrito. -(Sonriendo desilusionado)
Vaya, mis sueños de traerme a Cleopatra conmigo se han
desvanecido.
-Y también los de estar con ella,
puesto que es imposible viajar hasta esa época tan
lejana.
-No lo entiendo. Si la máquina
permite viajar al pasado ¿cuál es el problema para
no poder viajar hasta el Egipto antiguo?
-La transmutación solamente puede
realizarse mediante una fotografía y ese avance
científico pertenece a nuestro siglo. Por desgracia,
necesitamos una materia real para viajar al pasado, ni siquiera
nos sirven los cuadros, puesto que no reflejan la realidad. Los
pintores utilizaban los ojos para captar las señales
luminosas, pero sus manos, pinturas y pinceles, eran simples
instrumentos. -Parece lógico, pero lo que no
acabo de entender es cómo consigue integrarse dentro
de una fotografía.
-Venga, se lo mostraré.
No sin cierta intranquilidad, Welles entró con
Herbert dentro de ese gran cilindro oval, totalmente
forrado de espejos y el cual parecía pensado para albergar
a varias personas. Dentro, la atmósfera era pura y un
fuerte olor a electricidad indicaba la presencia de alguna
máquina generadora de alta energía.
-Mire – le explicó Herbert –
aquí, justo detrás de donde nos situaremos para
hacer el salto en el tiempo, hay un aparato de rayos X, un
instrumento descubierto en el siglo pasado pero que no fue
perfeccionado hasta hace pocos años,
precisamente por unos amigos míos llamados Lane y Braggs.
Este maravilloso aparato emite unas radiaciones
electromagnéticas invisibles, con una frecuencia
superior a los rayos ultravioletas y tiene dos propiedades
fundamentales: puede pasar a través de los cuerpos y
posteriormente imprimir una película fotográfica.
.He oído hablar de ello y de las
muchas aplicaciones que tendrá en medicina para explorar
el interior de nuestros cuerpos. Debo reconocer que su
invento empieza a interesarme.
-Me alegro porque quiero que realice
conmigo mi tercer viaje al pasado.
-Amigo Herbert – le cortó
nervioso Welles – sabe que soy un admirador de sus novelas, pero
no me confunda con un conejillo de indias.
-Bueno, no se niegue a ello hasta que
conozca las características de mi invento. Lo que le puedo
asegurar es que no existe ningún peligro para nosotros y
que el aparato nos devuelve siempre automáticamente a
nuestra época. -Usted siga
hablando y luego matizaremos eso de que yo debo
acompañarle. -(Cogiendo nuevas
energías) Una vez que los rayos X están en
funcionamiento atravesarán una fotografía, la que
hayamos elegido, y proyectarán esa imagen en este tubo de
rayos catódicos, similar al que están
empleando en los televisores.
-Espero que ese nuevo invento para
ver películas en casa no malogre toda la industria del
cine.
-No me interrumpa, por favor, porque ahora
viene lo mejor. En medio, entre el tubo de rayos catódicos
y la fotografía, estaremos nosotros, igualmente
atravesados por los rayos X. Desde ese momento nuestra materia se
une a la fotografía y ambos somos proyectados en el tubo
de rayos catódicos, tan fundidos en una sola imagen
que resulta imposible diferenciarnos. En ese instante
viajaremos ya al mismo lugar y tiempo que había en la
fotografía.
-¿Así de sencillo?
-(Algo molesto) ¿Sencillo? He
trabajado siete años para lograr esta máquina
y a usted le parece sencillo. También nos parece ahora
sencilla la energía eléctrica o el vuelo de un
aeroplano, pero hace trescientos años eran solamente
quimeras de los soñadores. No, amigo mío, no hay
nada sencillo en mi máquina del tiempo.
-Bueno, no se ofenda, aunque sigo sin
comprender en la totalidad su invento. Otra pregunta que me
viene a la mente es sobre el retorno a nuestra
época. Si la máquina del tiempo no viaja con
nosotros y permanece en este sótano, ¿cómo
logramos volver?
-En realidad yo no hago nada en este
sentido. La imagen que se graba en el tubo de rayos
catódicos viaja por el espacio-tiempo, de manera similar a
como viajan las imágenes de televisión, pero no son
perennes y su efecto es pasajero. Necesitaría una
fuente de energía mayor que la corriente eléctrica
para que pudiésemos permanecer semanas o meses en el
pasado.
Según mis experimentos, los
electrones que se mueven dentro de ese tubo son inestables y
necesitan una fuente de luz muy intensa para estar unidos.
Quizá dentro de unos años alguien invente
generadores eléctricos más potentes, aunque
seguramente yo no estaré ya vivo para mejorar mi invento.
Hubo un silencio dramático en ese momento, sin que
ninguno de los dos hombres fuera capaz de romperlo. La tremenda
ilusión inicial de uno, Herbert, y la curiosidad precavida
del otro, habían desaparecido inmediatamente ante la
posibilidad de que ese invento se perdiera para siempre por algo
tan natural como la muerte. Pero ese comentario
debió ser la motivación que necesitaba Orson Welles
para decidirse a emprender el viaje a través del tiempo,
puesto que le dijo con viveza que le acompañaría.
-Concédame solamente media hora para ir a mi
casa y avisar a mis padres.
Tengo que ordenar mis asuntos,
pero puede contar ya con un compañero de viaje en su
máquina del tiempo. Por cierto, ¿dónde
iremos? -Viajaremos aquí mismo, a Nueva
York de 1934. Tengo una fotografía del estreno de una obra
de teatro que he visto en cine, titulada "El bosque petrificado",
y siento curiosidad por ver los comienzos de ese actor llamado
Bogart. Tiene una gran personalidad y carisma, y presiento que
pronto será alguien muy popular.
-Debo confesarle que no he visto
nunca trabajar al tal Bogart, pero como aficionado al teatro que
soy me encantará ver en directo esa popular obra.
Por cierto, ¿sabe que hice de Tymbal en "Romeo y
Julieta".
-Siento no haber estado en ese
momento para aplaudirle, pero posiblemente
efectuemos un viaje allí para comprobar sus virtudes
como actor.
-¡Cielos!, eso será algo
increíble. Yo, como espectador, viéndome a
mí mismo en las candilejas. En cierto modo siento
miedo de esa posibilidad. ¿No ha oído hablar de las
paradojas del tiempo?
-Ya tendremos tiempo para divagar sobre
cuestiones científicas y sobre la posibilidad
de poder influir en el destino de la Humanidad. Ahora lo
más importante es que usted vuelva cuanto antes y
podamos efectuar el viaje.
CAPÍTULO
TRES:
Un
actor llamado Humphrey Bogart
Orson Welles estaba entusiasmado,
aunque todavía receloso, por efectuar ese salto al
pasado cercano. Ansioso por clarificar cuanto antes sus dudas se
dirigió, corrió, a su domicilio para poner en
orden su trabajo y, cómo no, llevar una ropa
adecuada a tal experiencia. Lo que no tenía aún
definido era la explicación que le daría a
sus padres para tan repentino viaje, consciente de que
hablarles sobre una máquina del tiempo y de asistir a una
función de teatro realizada cuatro años
antes, no era algo que se pudiese asimilar en unos
minutos.
Afortunadamente, cuando llegó a su
casa sus padres no estaban y respirando aliviado
revisó el correo para organizar su trabajo cuando
retornase. Allí se encontró una carta con
membrete de la RKO, la cual abrió presuroso puesto
que no era habitual que una productora cinematográfica le
tuviera en cuenta.
Desgarró nervioso el sobre y
leyó el texto: "Estimado señor Welles: hemos
recibido buenos informes sobre su trabajo en la radio y su
capacidad para realizar innovaciones en el mundo del
espectáculo, cualidades que encajan dentro de la
política renovadora de nuestra compañía.
Como sabrá, hemos estrenado "King Kong" con un
éxito extraordinario y tenemos dos nuevos proyectos
para los cuales desearíamos contar con usted como
director y protagonista. El primero de ellos trata sobre la
vida del magnate William R. Hearst, a quien sabemos odia
usted en lo más profundo de su alma. Llevaría
por título "Americano", aunque hay quien opina que
sería mejor cambiarlo por el de "Ciudadano Kane". El
otro guión se titula "El cuarto mandamiento" y
también contaría con la actuación de Joseph
Cotten. Por ambos trabajos recibirá usted 225.000
dólares y la posibilidad de entrar a formar parte de
nuestros directores habituales. Si esta oferta es de su
interés, le rogamos se persone en nuestras oficinas
en el plazo máximo de 24 horas para formalizar el
contrato. Atentamente: David O"Selznick, vicepresidente".
No podía creerlo. En poco menos de
dos días había conmocionado al mundo con su
serial radiofónico "La guerra de los mundos", estaba
a punto de realizar un viaje al pasado en una
máquina del tiempo, y acababa de recibir la mejor
propuesta de trabajo de toda su vida. Aparentemente eran
demasiadas emociones juntas para cualquier persona, pero
para Welles suponían solamente incentivos y
confirmaciones de su capacidad creativa. Lo avanzado de la
noche, eran casi las once, le impedía dirigirse de nuevo a
casa de Herbert para pedirle un aplazamiento de 24 horas en
su viaje al pasado, justo el tiempo que necesitaba para
acudir a los estudios de la RKO a firmar el contrato. Algo
inquieto por los acontecimientos, dejó todo
debidamente ordenado en su casa y se acostó con la
intención de visitar a primera hora a Herbert, desde
donde iría a los estudios de cine.
Mientras tanto, Herbert esperaba ya
impaciente el regreso de Orson Welles, aunque en su mente
tenía claro que no haría concesiones a nadie,
consciente de que era difícil que alguien creyera
realmente en su máquina del tiempo. Los minutos se
convirtieron en horas en la imaginación de Herbert y
enfurecido por lo que consideraba una falta de ética
y respeto, se dirigió al sótano con la clara
intención de poner en marcha su máquina del tiempo.
El viaje lo haría en solitario, tal y como lo
había realizado con anterioridad. Colocó en
el sitio adecuado la fotografía del patio de butacas del
Lyceum Theater, efectuada durante el estreno de "El bosque
petrificado" en 1934 y puso en marcha el generador que
debía activar el aparato de rayos X, además de
encender el tubo de rayos catódicos y el
amplificador de las células fotoeléctricas.
En medio, y sin ninguna protección adicional, H. G. Wells,
de nuevo en su viaje al pasado, aunque ahora debería
durar al menos, según sus cálculos, tres
horas. Una luz cegadora inundó el habitáculo,
amplificada intensamente gracias al recubrimiento
reflectante de las paredes, y en pocos segundos una nueva imagen
aparecía proyectada en el tubo de rayos
catódicos. La señal luminosa viajaba ya rumbo
al pasado y con ella H. G. Wells. En el camino, y por un azar del
destino, se había quedado Orson Welles. La
figura humana de Herbert se materializó justo al final del
pasillo del teatro, ahora en penumbras por estar
representándose la obra, por lo que nadie se dio
cuenta de su presencia. Consciente de la necesidad de pasar
desapercibido, se sentó en una de las pocas butacas
traseras disponibles y asistió emocionado al
desarrollo de "El bosque petrificado".
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