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Mirando hacia la vela del olvido (cuento)




Enviado por Paula



    Siempre voy a recordar cuando mi abuela me contó
    la historia de la remolacha; era tan magnífica que no me
    la pude contener, todo mi curso se enteró
    rápidamente. Mi imaginación infantil volaba a mil,
    de pocas palabras me había podido formar casi un
    capítulo entero de una novela abierta.

    En la historia, en palabras de mi abuela, ella estaba en
    el tren casi muerta de hambre, y de repente sacó una mano
    por el piso y pudo agarrar una remolacha, que a ella no le
    gustaba, pero que se la devoró, y eso la mantuvo con vida.
    En mi imaginación, ella estaba casi cayéndose al
    piso por el hambre, en un tren todo bien ambientado, la
    situación era en blanco y negro, y de la nada –
    entre toda esa negrura – ella visualizó una
    remolacha, brillante, y casi como una auténtica
    heroína estiró el brazo hasta que logró
    agarrarla y se la devoró cual bestia feroz –
    más allá de que no le gustara – y,
    así, se levantó con fuerzas y continuó con
    vida. Muchos años más tarde me enteré,
    entonces, de la realidad: ella estaba en las marchas de la
    muerte, muriéndose de hambre, y en las noches –
    durante el descuido de los nazis – los ciudadanos de los
    pueblos cercanos se acercaban a canjear comida… y ella
    canjeó parte de su ropa por una remolacha y un pedazo de
    membrillo, que a ella no le gustaban, y se los devoró y
    con un poco de aliento llegó hasta el final de la guerra y
    vivió. Pero, inclusive, muchos años después
    de eso me enteré – haciendo este texto – que
    la realidad era que ella estaba en una marcha de la muerte
    – la segunda de la que había participado – y
    visualizó en el campo por el que transitaba, que
    había una remolacha en el suelo; y en un descuido de los
    guardias nazis, ella pretende que se le cayó algo y agarra
    la remolacha – que no le gustaba – y se la
    devoró con raíz incluida.

    Es curioso, entonces, cómo funciona el poder de
    la memoria; cómo se construye es aún más
    curioso, porque de una simple anécdota pude sacar cuatro
    versiones diferentes de una misma memoria: la de mi abuela. Al
    final de cuentas, no somos más que eso: un conjunto de
    memorias entrelazadas que dan cuenta de nuestra vida – real
    y ficticia.

    Por eso digo que he estado construyendo mi vida a
    través de memorias, recuerdos, cosas que escuché,
    cosas que me contaron, cosas que no quería saber, cosas
    que pasaron, inventos y demás. Todo, la masa en conjunto
    de todo, se hizo parte de mí, pasó a ser parte de
    mi memoria, aún cuando yo no soy mi abuela y no estuve en
    la marcha de la muerte y agarré la remolacha; pero al
    contar su memoria la hago parte de mí, casi sintiendo su
    hambre y luego su placer al comer la remolacha.

    El problema existencial que se me presentó fue
    cuando me dí cuenta lo que realmente significaba recordar;
    y de esto me percaté solamente cuando me tocó
    enfrentarme ante el olvido.

    El olvido, por más contradictorio que pueda
    sonar, no es más que una necesidad humana; es como cuando
    un ser querido se muere. Al principio nos sentimos devastados, y
    tenemos miedo de olvidar su voz, su cara, su cuerpo, sus
    gustos… pero al final de cuentas lo hacemos, olvidamos
    todo eso – o al menos en parte, volviendo los sonidos y la
    vista en una mezcla imaginariamente real – recordando
    sólo la esencia del ser querido. Es elemental, es parte
    del duelo que hay que hacer. Es necesario olvidar para poder
    recordar. Contradictorio, ¿no?

    Todo esto provocó una inquietud en mí de
    repente, cuando me dí cuenta que una de las frases
    más importantes para el judaísmo – "Recordar
    para que no vuelva a suceder" – o no sólo del
    judaísmo, sino de todo lugar o población que haya
    sufrido de una masacre – cualquiera sea – como es el
    caso de la Argentina con el golpe de Estado… bueno, esa
    famosa y tan importante frase empezó a carecer de sentido
    teniendo toda la lógica del mundo.

    No encuentro palabras para continuar.

    <<Aialá se puso a releer esas pocas
    palabras que le habían brotado, casi desde el interior de
    un agujero oscuro y negro. No, no había logrado transmitir
    lo que realmente quería decir, pero en el momento en que
    comenzó a escribir fue como si un poder sobrenatural se
    hubiera apoderado de su mente.

    Su abuela había fallecido hacía 6
    años, y Aialá llevaba como una carga extremadamente
    pesada el duelo. Como si le fuera a costar la vida admitir que no
    debía cargar con culpa, pero eso no cambiaba
    nada.

    Un pequeño escalofrío se
    apoderó de su cuerpo, ahora encogido entre sus hombros;
    siempre que quería escribir sobre esto le pasaba lo mismo:
    no lograba decir lo que debía decir, y
    lloraba.

    Como si un ritual fuera, entonces, abrió la
    lista de reproducción de música y suavemente
    comenzó a sonar "Oyfn pripetchik", y lo logró;
    allí estaba ella, su abuela, presente y viva.
    Quizás cantando la canción, o imitando – como
    si la voz de la cantante y la de su abuela se fundieran en una
    sola cosa – y la abrazaba. La recordaba perfectamente, y
    lloraba. La extrañaba y por eso la música la
    ayudaba a recordar, mientras lloraba. >>

    "Ir vet kinder, elter vern,vet ir aleyn
    farshteynvifil in di oyseyes lign trernun vifil
    geveyn.

    Az ir vet, kinder, dem goles
    shlepn,Oysgemutshet zayn,Zolt ir fun di oysyes koyekh shepn,Kukt
    in zey arayn!"

    (Cuando hayáis crecido,
    niños,Entonces comprenderéisCuántas
    lágrimas y cuántos llantosSe hallan en este
    alfabeto.

    Cuando debáis, niños,
    aguantar el exilioY quedar exhaustos,Que podáis traer de
    estas letras más fuerzas,Y mirar adentro de
    ellas.)

    Saben… estas palabras como tal no me transmiten
    nada; Bella, no me transmiten nada. Bella, si no fuera porque
    solías cantar esta canción, sería lo mismo
    que nada, una total indiferencia. Pero por algo la cantabas, y
    todavía no logro identificar el secreto en las letras. Te
    fuiste sin dejar demasiado rastro, sin haberme hablado. Yo era
    chica.

    Tu historia la transmito yo, casi por inercia, pero lo
    curioso de todo esto es que toda tu memoria la construí
    por un eterno conjunto de personas diferentes que armaron lo que
    pudieron recolectar de vos. Y todavía no termino de lograr
    transmitir lo que quiero decir acá.

    ¿Dónde quedaron esos espacios en blanco?
    ¿Cómo puedo yo rellenar los vacíos de tu
    vida, hacerlos repletos de historias? Es que, de nuevo, te fuiste
    sin dejar rastro. Y lo peor de todo es que te fuiste muchos
    años antes de irte íntegramente. Ayudame, por
    favor, para poder plasmar lo que siento. Porque yo no soy una
    sobreviviente, definitivamente no lo soy. Explicame cómo
    puedo explicar el sentimiento que se apodera de mí, donde
    yo soy yo pero también soy vos y todo Auschwitz y la
    Shoá en su plenitud.

    Tratá de decirles – sí, desde ese
    extraño lugar en el que vivís – que yo no
    logro comprender la situación que vivo sin vivir. Como si
    estuviera allá, siendo judía en Hungría
    alrededor del año cuarenta. Yo soy pianista en el gueto de
    Varsovia. Yo soy judía con papeles de cristiana en
    Polonia. Yo no consigo ser yo sin ser parte de toda esta gran
    identidad que no me pertenece y aún así es
    inconfundiblemente mía.

    Y aún así no logro decir lo que realmente
    quiero decir. No tengo palabras.

    << Aialá agarró su caja de
    recuerdos y, como si el mundo se cayera abajo, salvó la
    foto que caía desde abajo. En la foto estaba Bella, una
    Bella joven – 20 años – en 1948. Su mirada
    penetraba por doquier, una mirada frívola y dulce al mismo
    tiempo, que hablaba de todo, hablaba lo no hablable, dolida. Y al
    lado de esa foto, caída en el piso, estaba otra foto.
    Allí estaba una Bella abuela, cumpliendo los 80
    años. Con una sonrisa indefinible, callada, amorosa; pero
    con una mirada sin identidad, olvidada, con necesidad de ayuda,
    ya sin poder hablar.

    La diferencia clave entre ambas imágenes
    podría decirse que es que en la primera, Bella está
    sola, pero con valentía – aunque completamente
    desvalida. Y en la segunda Bella está rodeada de sus tres
    hijos, sus tres nietos – entre ellos Aialá – y
    algunas amigas; y en la foto Bella está feliz y completa,
    pero sin palabras.

    De nuevo se largó a llorar, esta vez sin
    entender nada. En la reproducción automática ahora
    se escuchaba "la marcha de los partisanos". De repente todo se
    volvió confuso, y allí estaba ella, entre los
    partisanos, luchando por la liberación, luchando por lo
    que está bien.

    Cada pequeña palabra hizo
    armonía con el momento, la penetró justo dentro del
    corazón; y la vio – a Bella – perfectamente
    posicionada sobre su cama. La miraba, pero diferente. No era ni
    con dulzura ni apartada, no era nada malo ni bueno; era ella,
    nada menos, sentada sonriendo como en la segunda imagen, aunque
    mirando como en la primera. Queriendo hablarle, confesarle todo,
    completar los espacios blancos, abriendo su identidad a la
    verdad.

    "Be'ktav hadam ve'haoferet hu nijtavHu
    lo shirat tzipor hadror ve'hamerjavki bei kirot noflim ssaruhu
    kol ha'amyajdav sharuhu ve'naganim be'iadam.

    Al ken al na tomar "Hine darki
    ha'ajaronaet or haim histiru smei ha'ananaze iom nijsafnu lo od
    ya'al ve'iabo,u mitzadeinu od iar'im :anajnu po!

    Con sangre y fuego se escribió
    este cantarno es canto de ave que libre pueda volary entre los
    muros que sin miedo derribólo canta un pueblo que con
    valor su brazo armó.

    Nunca digas que esta senda es la
    finalacero y plomo cubre un cielo celestialnuestra hora tan
    soñada llegaráredoblará nuestro cantar henos
    acá!" >>

    Fuiste tan valiente. Con todo.

    Todavía no logro expresar lo que quiero con todo
    esto. Lo único que logro pensar ahora es que yo no soy lo
    que soy o debería, y lo peor de todo es que dentro de lo
    que no soy no logro siquiera culminar de completarme. Porque yo
    también estoy completa – léase: repleta
    – de cosas que me sucedieron, y de espacios vacíos
    – que hasta para mí están vacíos,
    sagrado poder del inconsciente.

    Entonces, ¿qué te reclamo a vos, Bella?
    ¿Te reclamo por olvidarte del dolor, o de evitar contarlo
    para que, al final de cuentas, termine en el olvido?

    Egoístamente quiero y necesito llenar los
    espacios en blanco, como si fuera posible. Pero no lo voy a
    hacer, no por no poder – que efectivamente no puedo, al
    igual que efectivamente no soy una sobreviviente – sino
    porque olvidar es necesario.

    Con esto intento retomar mi idea, lo que no puede
    terminar de dar vueltas en mi cabeza, lo que me está
    consumiendo y necesito decir.

    Yo olvidé la voz de mi abuela, pero la recupero
    en las canciones que cantaba. Olvidé también su
    rostro, pero indefectiblemente lo recupero en visiones y fotos
    – sí, incluso en aquellas en las que yo
    todavía no la conocía. ¿Hace a alguna
    diferencia los detalles? Ella olvidó los espacios en
    blanco, pero su historia no cambia por eso, ella no deja de ser
    sobreviviente – ni pasa a ser un estilo distinto de
    sobreviviente por ello.

    Yo también olvidé la cara de mi abusador,
    ¿acaso eso quita el hecho de haber sido abusada? Y lo
    olvidé – léase: reprimí – porque
    un poder superior que me maneja, y hablo del inconsciente –
    comprendió que para poder seguir viviendo lo necesitaba.
    ¿Soy yo quién para reprocharle a mi abuela sus
    espacios vacíos?

    Y así llegué a esto, el olvido –
    necesario como respirar y para respirar – complementa a la
    memoria, la hace ser como es, la ayuda. No hablo del olvido
    comunitario, eso queda absolutamente aclarado con la famosa frase
    de "no olvidar"; pero el olvido personal, para millones de casos,
    es lo que permite al sobreviviente – y no me refiero solo a
    la Shoá, sino a todo aquél sobreviviente de la
    vida, porque la vida lastima y te hace tener que sobrevivir
    – volver a reír; un poco de olvido hace más
    vivos a los recuerdos, dándoles esencia, razón de
    ser transmitidos. Les da vida, permite hacernos de memoria
    colectiva. Permite hacernos pensar. Permite convertir mi
    identidad en la identidad de todas las masacres – habidas y
    presentes. Me permite ser sensible, pero para sentir y cambiar.
    Para ser todos una gran persona y, sólo así,
    asegurarnos de que nada vuelva a ocurrir.

     

     

    Autor:

    Paula Gonzalvez

    Santa Fe

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