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Reflexiones de un general en sus últimos días, del emperador Marco Aurelio (página 4)



Partes: 1, 2, 3, 4

19. ¡Cómo son cuando comen,
duermen, copulan, evacuan, y en lo demás! Luego,
¡cómo son cuando se muestran altivos y orgullosos, o
cuando se enfadan y, basándose en su superioridad,
humillan. Poco ha eran esclavos de cuántos y por
qué cosas. Y dentro de poco se encontrarán en
circunstancias parecidas.

20. Conviene a cada uno lo que le aporta la
naturaleza del conjunto universal, y conviene precisamente en el
momento en que aquélla lo aporta.

21. La tierra desea la lluvia; la desea
también el venerable aire. También el mundo desea
hacer lo que debe acontecer. Digo, pues, al mundo : Mis deseos
son los tuyos. ¿No lo dice aquella frase proverbial:
«eso desea llegar a ser»?

22. O bien vives aquí, a lo que ya
estás acostumbrado, o te alejas, que es lo que
querías, o mueres, y has cumplido tu misión. Fuera
de eso, nada más existe. Por consiguiente, ten buen
ánimo.

23. Sea claro para ti que eso es como la
preciada campiña; y cómo todo lo de aquí es
igual a lo que está en el campo o en el monte o en la
costa o donde quieras. Pues te tropezarás con las palabras
de Platón: «Rodeado de un cerco en el monte, dice, y
ordeñando un rebaño balador».

24. ¿Qué significa para
mí mi guía interior?, ¿y qué hago de
él ahora, y para qué lo utilizo actualmente?
¿Por ventura está vacío de inteligencia,
desvinculado, y arrancado de la comunidad, fundido y mezclado con
la carne, hasta el punto de poder modificarse con
ésta?

25. El que rehuye a su señor es un
desertor. La ley es nuestro señor, y el que la transgrede
es un desertor. Y a la vez, también quien se aflige,
irrita o teme, no quiere que haya sucedido, suceda o vaya a
sucederle una cosa de las que han sido ordenadas por el que
gobierna todas las cosas, que es la ley que distribuye todo
cuanto atañe a cada uno. Por tanto, el que teme, se aflige
o irrita es un desertor.

26. Depositó el semen en la matriz y
se retiró; a partir de este momento otra causa intervino
elaborando y perfeccionando el feto. Es tal cual corresponde a su
procedencia. A su vez, se hace discurrir el alimento a
través de la garganta y, a continuación, otra causa
interviene y produce la sensación, el instinto y, en suma,
la vida, el vigor físico y todas las demás
facultades. Así, pues, contempla estos sucesos que se
producen en tal secreto y observa su poder, de la misma manera
que nosotros vemos el poder que inclina los cuerpos hacia abajo y
los hace subir, no con los ojos, pero no por eso con menor
claridad.

27. Reflexiona sin cesar en cómo
todas las cosas, tal como ahora se producen, también antes
se produjeron. Piensa también que seguirán
produciéndose en el futuro. Y ponte ante los ojos todos
los dramas y escenas semejantes que has conocido por propia
experiencia o por narraciones históricas más
antiguas, como, por ejemplo, toda la corte de Adriano, toda la
corte de Antonino, toda la corte de Filipo, de Alejandro, de
Creso. Todos aquellos espectáculos tenían las
mismas características, sólo que con otros
actores.

28. Imagínate que todo aquel que se
aflige por cualquier cosa, o que de mal talante la acoge, se
asemeja a un cochinillo al sacrificarle, que cocea y
gruñe. Igual procede también el hombre que se
lamenta, a solas y en silencio, de nuestras ataduras sobre un
pequeño lecho. Piensa también que tan sólo
al ser racional se le ha concedido la facultad de acomodarse de
buen grado a los acontecimientos, y acomodarse, a secas, es
necesario a todos.

29. Detente particularmente en cada una de
las acciones que haces y pregúntate si la muerte es
terrible porque te priva de eso.

30. Siempre que tropieces con un fallo de
otro, al punto cambia de lugar y piensa qué falta
semejante tú cometes; por ejemplo, al considerar que el
dinero es un bien, o el placer, o la fama, o bien otras cosas de
este estilo. Porque si te aplicas a esto, rápidamente
olvidarás el enojo, al caer en la cuenta de que se ve
forzado. Pues, ¿qué va a hacer? O bien, si puedes,
libérale de la violencia.

31. Al ver a Satirón, Eutiques o
Himen, imagínate a un socrático; y al ver a
Eufrates, imagínate a Eutiquión o Silvano; al ver a
Alcifrón, imagínate a Tropeóforo; y al ver a
Jenofonte, imagínate a Critón o Severo; vuelve
también los ojos sobre ti mismo e imagínate a uno
de los Césares; y sobre cada uno de ellos imagina
paralelamente. A continuación, sobrevenga a tu pensamiento
la siguiente consideración: ¿Dónde, pues,
están aquéllos? En ninguna parte o en cualquier
lugar. Pues de esta manera contemplarás constantemente que
las cosas humanas son humo y nada, sobre todo si recuerdas que lo
que se transforma una sola vez ya no volverá en el tiempo
infinito. ¿A qué, pues, te esfuerzas? ¿Por
qué no te basta traspasar este breve período de
tiempo decorosamente? ¡Qué materia y qué tema
rehuyes! Porque, ¿qué otra cosa es todo sino
ejercicios de la razón que ha visto exactamente y
según la ciencia de la naturaleza las vicisitudes de la
vida? Persiste, pues, hasta que te hayas familiarizado
también con estas consideraciones, al igual que el
estómago fuerte asimila todos los alimentos, como el fuego
brillante reduce a llama y resplandor cualquier cosa que le
eches.

32. A nadie le sea posible decir de ti con
verdad que no eres hombre sencillo y bueno. Por el contrario,
mienta todo el que imagine algo semejante de ti. Y todo esto de
ti depende. Pues, ¿quién te impide ser sencillo y
bueno? Tú toma sólo la decisión de no seguir
viviendo, si no logras ser un hombre así, pues la
razón no te coacciona a vivir, si no reúnes estas
cualidades.

33. ¿ Qué es lo que puede
hacerse o decirse sobre esta materia de la manera más
sana? Porque, sea lo que fuere, es posible hacerlo o decirlo, y
no pretextes que te ponen impedimentos. No cesarás de
gemir hasta que hayas experimentado que, al igual que la molicie
corresponde a los que se entregan a los placeres, a ti te incumbe
hacer lo que es propio de la condición humana sobre la
materia sugerida y que se te presente. Porque es preciso
considerar como disfrute todo lo que te es posible ejecutar de
acuerdo con tu particular naturaleza; y en todas partes te es
posible. En efecto, no se permite al cilindro desarrollar por
todas partes su movimiento particular, tampoco se le permite al
agua, ni al fuego, ni a los demás objetos que son
rígidos por una naturaleza o alma carente de razón.
Porque son muchas las trabas que los retienen y contienen. Sin
embargo, la inteligencia y la razón pueden traspasar todo
obstáculo de conformidad con sus dotes naturales y sus
deseos. Ponte delante de los ojos esta facilidad, según la
cual la razón cruzará todos los obstáculos,
al igual que el fuego sube, la piedra baja, el cilindro se
desliza por una pendiente, y ya nada más indagues. Porque
los demás obstáculos, o bien pertenecen al cuerpo,
al cadáver, o, sin una opinión y concesión
de la misma razón, ni hieren ni hacen daño alguno,
con que ciertamente el que lo sufriera, se haría al punto
malo. Por consiguiente, en todas las demás constituciones,
cualquier mal que acontezca a alguna de ellas, deteriora al que
lo sufre. En este caso, si hay que decirlo, el hombre mejora y se
hace más merecedor de elogio, si utiliza correctamente las
adversidades. En suma, ten presente que lo que no perjudica a la
ciudad, tampoco perjudica en absoluto a su ciudadano natural, al
igual que lo que no perjudica a la ley, tampoco perjudica a la
ciudad. Ahora bien, de estos llamados infortunios ninguno
perjudica a la ley. Consecuentemente, lo que no perjudica a la
ley, tampoco al ciudadano ni a la ciudad.

34. Bástanle a la persona mordida
por los verdaderos principios la mínima palabra y la
más coloquial para sugerirle ausencia de aflicción
y de temor. Por ejemplo: «Desparrama por el suelo el viento
las hojas, así también la generación de los
hombres» Pequeñas hojas son también tus
hijitos, hojitas asimismo estos pequeños seres que te
aclaman sinceramente y te exaltan, o bien por el contrario te
maldicen, o en secreto te censuran y se burlan de ti, y hojitas
igualmente los que recibirán tu fama póstuma.
Porque todo esto «resurge en la estación
primaveral». Luego, el viento las derriba; a
continuación, otra maleza brota en sustitución de
ésta. Común a todas las cosas es la fugacidad. Pero
tú todo lo rehuyes y persigues como si fuera a ser eterno.
Dentro de poco también tú cerrarás los ojos,
y otro entonces llorará al que a ti te dio
sepultura.

35. Es preciso que el ojo sano vea todo lo
visible y no diga: «quiero que eso sea verde». Porque
esto es propio de un hombre aquejado de oftalmía. Y el
oído y el olfato sanos deben estar dispuestos a percibir
todo sonido y todo olor. Y el estómago sano debe
comportarse igual respecto a todos los alimentos, como la muela
con respecto a todas las cosas que le han sido dispuestas para
moler. Por consiguiente, también la inteligencia sana debe
estar dispuesta a afrontar todo lo que le sobrevenga. Y la que
dice: «Sálvense mis hijos» y «alaben
todos lo que haga» es un ojo que busca lo verde, o dientes
que reclaman lo tierno.

36. Nadie es tan afortunado que, en el
momento de su muerte, no le acompañen ciertas personas que
acojan con gusto el funesto desenlace. Era diligente y sabio. En
último término habrá alguno que diga para
sí: «Al fin vamos a respirar, libres de este
preceptor». «Ciertamente, con ninguno de nosotros era
severo, pero me daba cuenta de que, tácitamente, nos
condenaba». Esto, en efecto, se dirá respecto al
hombre diligente. Por lo que a nosotros se refiere,
¡cuántas y cuán diferentes razones existen
por las cuales muchos desean verse libres de nosotros! Esta
reflexión te harás al morir, y te irás de
este mundo con ánimo bastante más plácido si
te haces esas consideraciones: «Me alejo de una vida tal,
que en el curso de ella mis propios colaboradores, por los que
tanto luché, supliqué, sufrí desvelos, ellos
mismos quieren retirarme, confiados en la posibilidad de obtener
cierta comodidad con mi partida». ¿Por qué,
pues, resistirse a una estancia más prolongada
aquí? Mas no por eso te vayas con ánimo peor
dispuesto con ellos; antes bien, conserva tu carácter
propio, amistoso, benévolo, favorable, y no, al
revés, como si fueras arrancado, sino que, del mismo modo
que en una buena muerte el alma se desprende fácilmente
del cuerpo, así también debe producirse tu
alejamiento de éstos. Porque con éstos la
naturaleza te ensambló y te mezcló
íntimamente. «Pero ahora te separa». Me separo
como de mis íntimos sin ofrecer resistencia, sin
violencia. Porque también esto es uno de los hechos
conformes a la naturaleza.

37. En toda acción hecha por
cualquiera, acostúmbrate, en la medida de tus
posibilidades, a preguntarte: «¿Con qué fin
promueve ése esta acción?». Empieza por ti
mismo y a ti mismo en primer término
examínate.

38. Ten presente que lo que te mueve como
un títere es cierta fuerza oculta en tu interior; esta
fuerza es la elocuencia, es la vida, es, si hay que decirlo, el
hombre. Nunca la imagines confundida con el recipiente que la
contiene ni con los miembros modelados en tomo suyo. Porque son
semejantes a los pequeños aparejos, y únicamente
diferentes, en tanto que son connaturales. Porque ninguna
utilidad se deriva de estas partes sin la causa que los mueve y
da vigor superior a la que tiene la lanzadera para la tejedora,
la pluma para el escriba y el latiguillo para el
conductor.

Libro
XI

1 . Las propiedades del alma racional: se
ve a sí misma, se analiza a sí misma, se desarrolla
como quiere, recoge ella misma el fruto que produce (porque los
frutos de las plantas y los productos de los animales otros los
recogen), alcanza su propio fin, en cualquier momento que se
presente el término de su vida. No queda incompleta la
acción entera, caso de que se corte algún elemento,
como en la danza, en la representaci6n teatral y en cosas
semejantes, sino que en todas partes y dondequiera que se la
sorprenda, colma y cumple sin deficiencias su propósito,
de modo que puede afirmar: «Recojo lo mío».
Más aún, recorre el mundo entero, el vacío
que lo circunda y su forma; se extiende en la infinidad del
tiempo, acoge en torno suyo el renacimiento periódico del
conjunto universal, calcula y se da cuenta de que nada nuevo
verán nuestros descendientes, al igual que tampoco vieron
nuestros antepasados nada más extraordinario, sino que, en
cierto modo, el cuarentón, por poca inteligencia que
tenga, ha visto todo el pasado y el futuro según la
uniformidad de las cosas. Propio también del alma racional
es amar al prójimo, como también la verdad y el
pudor, y no sobrestimar nada por encima de sí misma,
característica también propia de la ley. Por tanto,
como es natural, en nada difieren la recta razón y la
razón de la justicia.

2. Despreciarás un canto delicioso,
una danza, el pancracio, si divides la tonada melodiosa en cada
uno de sus sones y respecto a cada uno te preguntas si
éste te cautiva; porque antes te sentirás irritado.
Respecto a la danza, procede de modo análogo en cada
movimiento o figura. Y de igual modo respecto al pancracio. En
suma, exceptuando la virtud y lo que de ella deriva,
acuérdate de correr en busca de las cosas detalladamente
y, con su análisis, tiende a su desprecio; transfiere
también esto mismo a tu vida entera.

3. ¡Cómo es el alma que se
halla dispuesta, tanto si es preciso ya separarse del cuerpo, o
extinguirse, o dispersarse, o permanecer unida! Mas esta
disposición, que proceda de una decisión personal,
no de una simple oposición, como los Cristianos, sino
fruto de una reflexión, de un modo serio y, para que pueda
convencer a otro, exenta de teatralidad.

4. ¿He realizado algo útil a
la comunidad? En consecuencia, me he beneficiado. Salga siempre a
tu encuentro y ten a mano esta máxima, y nunca la
abandones.

S. ¿Cuál es tu oficio? Ser
bueno. Y ¿cómo se consigue serlo, sino mediante las
reflexiones, unas sobre la naturaleza del conjunto universal, y
otras, sobre la constitución peculiar del
hombre?

6. En primer lugar, fueron escenificadas
las tragedias como recuerdo de los acontecimientos humanos, y de
que es natural que éstos sucedan así, y
también para que no os apesadumbréis en la escena
mayor con los dramas que os han divertido en la escena. Porque se
ve la necesidad de que esto acabe así, y que lo soportan
quienes gritan: «¡Oh Citerón!». Y dicen
los autores de dramas algunas máximas útiles. Por
ejemplo, sobre todo, aquella de: «Si mis hijos y yo hemos
sido abandonados por los dioses, también eso tiene su
justificación.». Y esta otra: «No irritarse
con los hechos». Y: «Cosechad la vida como una espiga
granada», y otras tantas máximas semejantes. Y
después de la tragedia, se representó la comedia
antigua, que contiene una libertad de expresión
aleccionadora y nos sugiere, por su propia franqueza, no sin
utilidad, evitar la arrogancia. Con vistas a algo parecido, en
cierto modo, también Diógenes tomaba esta
franqueza. Y después de ésta, considera por
qué fue acogida la Comedia Media, y más tarde, la
Nueva, que, en poco tiempo, acabó siendo artificiosa
imitación. Que han dicho también estos poetas
algunas cosas provechosas, no se ignora. Pero, ¿a
qué objetivo apuntó el proyecto total de esta
poesía y arte dramático?

7. ¡Cómo se pone de manifiesto
el hecho de que no existe otra situación tan adecuada para
filosofar como aquella en la que ahora te hallas!

S. Una rama cortada de la rama contigua es
imposible que no haya sido cortada también del
árbol entero. De igual modo, un hombre, al quedar separado
de un hombre, ha quedado excluido de la comunidad entera. En
efecto, corta otro la rama: sin embargo, el hombre se separa
él mismo de su vecino cuando le odia y siente
aversión. E ignora que se ha cercenado al mismo tiempo de
la sociedad entera. Pero al menos existe aquel don de Zeus, que
constituyó la comunidad, puesto que nos es posible unirnos
de nuevo con el vecino y ser nuevamente una de las partes que
ayudan a completar el conjunto universal. Sin embargo, si muchas
veces se da tal separación, resulta difícil unir y
restablecer la parte separada. En suma, no es igual la rama que,
desde el principio, ha germinado y ha seguido respirando con el
árbol, que la nuevamente injertada después de haber
sido cortada, digan lo que digan los arboricultores. Crecer con
el mismo tronco, pero no tener el mismo criterio.

9. Los que se oponen a tu andadura
según la recta razón, al igual que no podrán
desviarte de la práctica saludable, así tampoco te
desvíen bruscamente de la benevolencia para con ellos. Por
el contrario, mantente en guardia respecto a ambas cosas por
igual: no sólo respecto a un juicio y una ejecutoria
equilibrada, sino también respecto a la mansedumbre con
los que intentan ponerte dificultades, o de otra manera te
molestan. Porque es también signo de debilidad el enojarse
con ellos, al igual que el renunciar a actuar y ceder por miedo,
pues ambos son igualmente desertores, el que tiembla, y el que se
hace extraño a su pariente y amigo por
naturaleza.

10. Ninguna naturaleza es inferior al arte,
porque las artes imitan las naturalezas. Y si así es, la
naturaleza más perfecta de todas y la que abarca
más estaría a una altura superior a la ingeniosidad
artística. Y ciertamente todas las artes hacen lo inferior
con vistas a lo superior. Por tanto, también procede
así la naturaleza universal, y precisamente aquí
nace la justicia y de ésta proceden las demás
virtudes. Porque no se conservará la justicia, caso de que
discutamos sobre cosas indiferentes, o nos dejemos engañar
fácilmente y seamos temerarios o veleidosos.

11. Si no vienen a tu encuentro las cosas
cuya persecución y huida te turba, sino que, en cierto
modo, tú mismo vas en busca de aquellas, serénese
al menos el juicio que sobre ellas tienes; pues aquéllas
permanecerán tranquilas y no se te verá ni
perseguirlas ni evitarlas.

12. La esfera del alma es semejante a
sí misma, siempre que, ni se extienda en busca de algo
exterior, ni se repliegue hacia dentro, ni se disemine, ni se
condense, sino que brille con una luz gracias a la cual vea la
verdad de todas las cosas y la suya interior.

13. ¿Me despreciará alguien?
El verá. Yo, por mi parte, estaré a la expectativa
para no ser sorprendido haciendo o diciendo algo merecedor de
desprecio. ¿Me odiará? El verá. Pero yo
seré benévolo y afable con todo el mundo, e incluso
con ese mismo estaré dispuesto a demostrarle lo que
menosprecia, sin insolencia, sin tampoco hacer alarde de mi
tolerancia, sino sincera y amigablemente como el ilustre
Foción, si es que él no lo hacía por alarde.
Pues tales sentimientos deben ser profundos y los dioses deben
ver a un hombre que no se indigna por nada y que nada lleva a
mal. Porque, ¿qué mal te sobrevendrá si
haces ahora lo que es propio de tu naturaleza, y aceptas lo que
es oportuno ahora a la naturaleza del conjunto universal,
tú, un hombre que aspiras a conseguir por el medio que sea
lo que conviene a la comunidad?

14. Despreciándose mutuamente, se
lisonjean unos a otros, y queriendo alcanzar la supremacía
mutuamente, se ceden el paso unos a otros.

15. ¡Cuán grosero y falso es
el que dice: «He preferido comportarme honradamente
contigo»! ¿Qué haces, hombre? No debe decirse
de antemano eso. Ya se pondrá en evidencia. En tu rostro
debe quedar grabado. Al punto tu voz emite tal sonido, al
instante se refleja en tus ojos, al igual que en la mirada de sus
amantes de inmediato todo lo descubre el enamorado. En suma,
así debe ser el hombre sencillo y bueno; como el hombre
que huele a macho cabrío, a fin de que el que lo
encuentra, a la vez que se acerca, lo perciba, tanto si quiere
como si no quiere. Pero la afectación de la simplicidad es
un arma de doble filo. Nada es más abominable que la
amistad del lobo. Por encima de todo evita eso. El hombre bueno,
sencillo y benévolo tiene estas cualidades en los ojos y
no se le ocultan.

16. Vivir de la manera más hermosa.
Esa facultad radica en el alma, caso de que sea indiferente a las
cosas indiferentes. Y permanecerá indiferente, siempre que
observe cada una de ellas por separado. Y en conjunto, teniendo
presente que ninguna nos imprime una opinión acerca de
ella, ni tampoco nos sale al encuentro, sino que estas cosas
permanecen quietas, y nosotros somos quienes producimos los
juicios sobre ellas mismas y, por así decirlo, las
grabamos en nosotros mismos, siéndonos posible no
grabarlas y también, si lo hicimos inadvertidamente,
siéndonos posible borrarlas de inmediato. Porque
será poco duradera semejante atención, y a partir
de ese momento habrá terminado la vida. Mas,
¿qué tiene de malo que esas cosas sean así?
Si, pues, es acorde con la naturaleza, alégrate con ello y
sea fácil para ti. Y si es contrario a la naturaleza,
indaga qué te corresponde de acuerdo con tu naturaleza y
afánate en buscarlo, aunque carezca de fama. Pues toda
persona que busca su bien particular tiene disculpa.

17. De dónde ha venido cada cosa y
de qué elementos está formada, y en qué se
transforma, y cómo será, una vez transformada, y
cómo ningún mal sufrirá.

18. Y en primer lugar, qué
relación me vincula a ellos, que hemos nacido los unos
para los otros, y yo personalmente he nacido, por otra
razón, para ponerme al frente de ellos, como el camero
está al frente del rebaño y el toro al frente de la
vacada. Y remóntate más arriba partiendo de esta
consideración: «Si no son los átomos, es la
naturaleza la que gobierna el conjunto universal.» Si es
así, los seres inferiores por causa de los superiores, y
éstos, los unos para los otros. Y en segundo lugar,
cómo se comportan en la mesa, en la cama y en lo
demás. Y sobre todo, qué necesidades tienen
procedentes de sus principios, y eso mismo, ¡con qué
arrogancia lo cumplen! En tercer lugar, que, si con rectitud
hacen esto, no hay que molestarse, pero si no es así,
evidentemente lo hacen contra su voluntad y por ignorancia.
Porque toda alma se priva contra su voluntad tanto de la verdad
como también de comportarse en cada cosa según su
valor. Por consiguiente, les pesa oírse llamados injustos,
insensatos, ambiciosos y, en una palabra, capaces de faltar al
prójimo. En cuarto lugar, que también tú
cometes numerosos fallos y eres otro de su estilo. Y, si bien es
verdad que te abstienes de ciertas faltas, tienes, sin embargo,
una disposición que te induce a cometerlas, aunque por
cobardía, orgullo o algún defecto te abstengas de
las mismas. En quinto lugar, que tampoco has comprendido
enteramente si cometen fallos, porque se producen muchos, incluso
por defecto de administración. Y, en suma, es preciso
aprender de antemano muchas cosas, para poderse manifestar
cabalmente sobre una acción ajena. En sexto lugar, piensa
que la vida del hombre es muy corta y dentro de poco todos
estaremos enterrados. En séptimo lugar, que no nos
molestan sus acciones, porque aquéllas se encuentran en
los guías interiores de aquellos, sino nuestras opiniones.
Elimina, pues, y sea tu propósito desprenderte del juicio,
como si se tratara de algo terrible, y se acabó la
cólera. ¿Cómo conseguirás eliminarlo?
Pensando que no es un oprobio. Porque si no fuera el oprobio el
único mal, forzoso sería que cometieras numerosos
fallos, te convirtieras en bandido y hombre capaz de todo. En
octavo lugar, cuántas mayores dificultades nos procuran
los actos de cólera y las aflicciones que dependen de
tales gentes que aquellas mismas cosas por las que nos
encolerizamos y afligimos. En noveno lugar, que la benevolencia
sería invencible si fuera noble y no burlona ni
hipócrita. Porque, ¿qué te haría el
hombre más insolente, si fueras benévolo con
él y si, dada la ocasión, le exhortaras con dulzura
y le aleccionaras apaciblemente en el preciso momento en que
trata de hacerte daño? «No, hijo; hemos nacido para
otra cosa. No temo que me dañes, eres tú quien te
perjudicas, hijo.» Y demuéstrale con delicadeza y
enteramente que esto es así, que ni siquiera lo hacen las
abejas, ni tampoco ninguno de los animales que ha nacido para
vivir en manada. Y debes hacerlo sin ironías ni reproches,
sino con cariño y sin exacerbación de ánimo,
y no como en la escuela, ni tampoco para que otro que se
encuentra a tu lado, te admire. Antes bien, dirígete a
él exclusivamente, incluso en el caso de que otros te
rodeen. Acuérdate de estos nueve preceptos capitales como
dones recibidos de las musas, y empieza algún día a
ser hombre, en tanto vivas. Debes guardarte por igual de
encolerizarte con ellos y de adularles, porque ambos vicios son
contrarios a la sociabilidad y comportan daño. Recuerda en
los momentos de cólera que no es viril irritarse, pero
sí lo es la apacibilidad y la serenidad que, al mismo
tiempo que es más propia del hombre, es también
más viril; y participa éste de vigor, nervios y
valentía, no el que se indigna y está descontento.
Porque cuanto más familiarizado esté con la
impasibilidad, tanto mayor es su fuerza. Y al igual que la
aflicción es síntoma de debilidad, así
también la ira. Porque en ambos casos están heridos
y ceden. Y si quieres, toma también un décimo bien
del Musageta: que es propio de locos no admitir que los malvados
cometan faltas, porque es una pretensión imposible. Sin
embargo, convenir que se comporten así con otras personas
y pretender que no falten contigo, es algo absurdo y propio de
tirano.

19. Principalmente debemos guardamos sin
cesar de cuatro desviaciones del guía interior; y cuando
las descubras, debes apartarlas hablando con cada una de ellas en
estos términos: «Esta idea no es necesaria, esta es
disgregadora de la sociedad, esta otra que vas a manifestar no
surge de ti mismo.» Porque manifestar lo que no proviene de
ti mismo, considéralo entre las cosas más absurdas.
Y la cuarta desviación, por la que te reprocharás a
ti mismo, consiste en que la parte más divina que se halla
en ti, esté sometida e inclinada a la parte menos valiosa
y mortal, la de tu cuerpo y sus rudos placeres.

20. Tu hálito y todo lo
ígneo, en tanto que forman parte de la mezcla, si bien por
naturaleza tienden a elevarse, están, sin embargo, sumisos
al orden del conjunto universal, reunidos aquí en la
mezcla. Y todo lo terrestre y acuoso que se encuentra en ti, a
pesar de que tiende hacia abajo, sin embargo, se levanta y
mantiene en pie en su posición no natural. Así,
pues, también los elementos están sometidos al
conjunto universal, una vez se les ha asignado un puesto en
algún lugar, y allí permanecen hasta que desde
aquel lugar sea indicada de nuevo la señal de
disolución. ¿No es terrible, pues, que sólo
tu parte intelectiva sea desobediente y se indigne con la
posición que se le ha asignado? Y en verdad nada violento
se le asigna, sino exclusivamente todo aquello que es para esa
parte intelectiva conforme a la naturaleza. Pero no sólo
no lo tolera, sino que se encamina a lo contrario. Porque el
movimiento que la incita a los actos de injusticia, al
desenfreno, a la ira, a la aflicción, no es otra cosa que
defección de la naturaleza. También cuando el
guía interior está molesto con alguno de los
acontecimientos, abandona su puesto, porque ha sido constituido
no menos para la piedad y el respeto a los dioses que para la
justicia. Porque estas virtudes constituyen y forman la
sociabilidad y son más venerables que las acciones
justas.

21. Quien no tiene un solo e
idéntico objetivo en la vida, es imposible que persista
durante toda ella único e idéntico. No basta lo
dicho, si no añades eso: ¿Cuál debe ser ese
objetivo? Porque, del mismo modo que no es igual la
opinión relativa a todas las cosas que parecen, en cierto
modo, buenas al vulgo, sino únicamente acerca de algunas,
como, por ejemplo, las referentes a la comunidad, así
también hay que proponerse como objetivo el bien
común y ciudadano. Porque quien encauza todos sus impulsos
particulares a ese objetivo, corresponderá con acciones
semejantes, y según eso, siempre será el
mismo.

22. El ratón del monte y el
doméstico; su temor y su turbación.

23. Sócrates llamaba a las creencias
del vulgo «Lamias», espantajos de
niños.

24. Los lacedemonios, en sus fiestas,
solían colocar los asientos para los extranjeros a la
sombra, pero ellos se sentaban en cualquier sitio.

25. Sócrates explica a Perdicas que
el motivo de no ir a su casa era: «para no perecer de la
muerte más desgraciada», es decir, por temor a no
poder corresponder con los mismos favores que le habría
dispensado.

26. En los escritos de los efesios se
encontraba una máxima: «recordar constantemente a
cualquiera de los antiguos que haya practicado la
virtud».

27. Los pitagóricos aconsejaban
levantar los ojos al cielo al amanecer, a fin de que
recordáramos a los que cumplen siempre según las
mismas normas y de igual modo su tarea, y también su
orden, su pureza y su desnudez; pues nada envuelve a los
astros.

28. Cual Sócrates envuelto en una
piel, cuando Jantipa tomó su manto y salió. Y lo
que dijo Sócrates a sus compañeros ruborizados y
que se apartaron, cuando le vieron así vestido.

29. En la escritura y en la lectura no
iniciarás a otro antes de ser tú iniciado. Esto
mismo ocurre mucho más en la vida.

30. «Esclavo has nacido, no te
pertenece la razón».

31. «Mi querido corazón ha
sonreído».

32. «Censurarán tu virtud
profiriendo palabras insultantes».

33. «Pretender un higo en invierno es
de locos. Tal es el que busca un niño, cuando,
todavía, no se le ha dado».

34. Al besar a tu hijo, decía
Epicteto, debes decirte: «Mañana tal vez
muera.» «Eso es mal presagio.»
«Ningún mal presagio, contestó, sino la
constatación de un hecho natural, o también es mal
presagio haber segado las espigas.»

35. «Uva verde, uva madura, pasa,
todo es cambio, no para el no ser, sino para lo que ahora no
es».

36. «No se llega a ser bandido por
libre designio.» La máxima es de
Epicteto.

37. «Es preciso, dijo, encontrar el
arte de asentir, y en el terreno de los instintos, velar por la
facultad de la atención, a fin de que con reserva,
útiles a la comunidad y acordes con su mérito, se
controlen en sus impulsos y no sientan aversión por nada
de lo que no depende de nosotros.»

38. «No trata, en efecto, el debate
de un asunto de azar, dijo, sino acerca de estar locos o
no.»

39. Decía Sócrates:
«¿Qué queréis? ¿Tener almas de
seres racionales o irracionales? De seres racionales. ¿De
qué seres racionales? ¿Sanos o malos? Sanos.
¿Por qué, pues, no las buscáis? Porque las
tenemos. ¿Por qué entonces lucháis y
disputáis?»   

Libro
XII

1. Todos los objetivos que deseas alcanzar
en tu progreso puedes ya tenerlos si no te los regateas a ti
mismo y por recelos. Es decir: caso de que abandones todo el
pasado, confíes a la providencia el porvenir y endereces
el presente hacia la piedad y la justicia exclusivamente. Hacia
la piedad, para que ames el destino que te ha sido asignado, pues
la naturaleza te lo deparaba y tú eras el destinatario de
esto. Hacia la justicia, a fin de que libremente y sin artilugios
digas la verdad y hagas las cosas conforme a la ley y de acuerdo
con su valor. No te obstaculice ni la maldad ajena, ni su
opinión, ni su palabra, ni tampoco la sensación de
la carne que recubre tu cuerpo. Pues eso incumbirá al
cuerpo paciente. Si, pues, en el momento en que llegues a la
salida, dejas todo lo demás y honras exclusivamente a tu
guía interior y a la divinidad ubicada en ti; si temes no
el poner fin un día a tu vida, sino el hecho de no haber
empezado nunca a vivir conforme a la naturaleza, serás un
hombre digno del mundo que te engendró y dejarás de
ser un extraño a tu patria y dejarás también
de admirar como cosas inesperadas los sucesos cotidianos, y de
estar pendiente de esto y de aquello.

2. Dios ve todos los guías
interiores desnudos de sus envolturas materiales, de sus cortezas
y de sus impurezas; porque gracias a su inteligencia exclusiva,
tiene contacto sólo con las cosas que han derivado y
dimanado de él en estos principios. Y si tú
también te acostumbras a hacer eso, acabarás con
muchas de tus distracciones. Pues el que no mira los amasijos de
carne que le circundan, ¿perderá el tiempo
contemplando vestidos, casa, fama, aparato de esta índole
y puesta en escena?

3. Tres son las cosas que integran tu
composición: cuerpo, hálito vital, inteligencia. De
esas, dos te pertenecen, en la medida en que debes ocuparte de
ellas. Y sólo la tercera es propiamente tuya. Caso de que
tú apartes de ti mismo, esto es, de tu pensamiento, cuanto
otros hacen o dicen, o cuanto tú mismo hiciste o dijiste y
cuanto como futuro te turba y cuanto, sin posibilidad de
elección, está vinculado al cuerpo que te rodea o a
tu hálito connatural, y todo cuanto el torbellino que
fluye desde el exterior voltea, de manera que tu fuerza
intelectiva, liberada del destino, pura, sin ataduras pueda vivir
practicando por sí misma la justicia, aceptando los
acontecimientos y profesando la verdad; si tú, repito,
separas de este guía interior todo lo que depende de la
pasión, lo futuro y lo pasado, y te haces a ti mismo, como
Empédocles «una esfera redonda, ufana de su estable
redondez», y te ocupas en vivir exclusivamente lo que
vives, a saber, el presente, podrás al menos vivir el
resto de tu vida hasta la muerte, sin turbación,
benévolo y propicio con tu divinidad interior.

4. Muchas veces me he preguntado con
admiración como cada uno se tiene en más estima que
a todos y, sin embargo, toma en menos consideración su
propia opinión personal que la de los demás. Y, por
ejemplo, si un dios o un sabio maestro se personase junto a uno y
le diese la orden de que nada pensara o reflexionara en su
interior que no lo expresara al mismo tiempo a gritos, ni
siquiera un solo día lo aguantaría. Hasta tal punto
respetamos más la opinión de los vecinos sobre
nosotros que la nuestra propia.

5. ¡Cómo los dioses que un
día dispusieron en orden todas las cosas sabia y
amorosamente para el hombre pudieron descuidar sólo este
detalle, a saber, que algunos hombres extremadamente buenos,
después de haber establecido con la divinidad como
muchísimos pactos y después que, gracias a su
piadosa actuación y a sus sagrados cultos, fueron por
mucho tiempo connaturales a la divinidad, una vez que han muerto,
ya no retornan de nuevo, sino que se han extinguido para siempre!
Y si, efectivamente, es eso así, sábete bien que si
hubiera sido preciso proceder de otro modo, lo habrían
hecho. Porque si hubiera sido justo, habría sido
también posible, y, si acorde con la naturaleza, la
naturaleza lo habría procurado. Precisamente porque no es
así, si es que ciertamente no es así,
convéncete de que no es preciso que suceda de este modo.
Porque tú mismo ves también que al pretender eso
pleiteas con la divinidad, y no dialogaríamos así
con los dioses, de no ser ellos muy buenos y muy justos. Y si
esto es así no habrían permitido que quedara
descuidado injustamente y sin razón nada perteneciente al
orden del mundo.

6. Acostúmbrate a todo, incluso a
cuantas cosas no te merecen confianza, porque también la
mano izquierda para las demás acciones, debido a su falta
de costumbre, es inútil, y, sin embargo, sostiene con
más poder el freno que la derecha, pues a este menester
está habituada.

7. ¡Cómo has de ser
sorprendido por la muerte en tu cuerpo y alma! Piensa en la
brevedad de la vida, en el abismo del tiempo futuro y pasado, en
la fragilidad de toda materia.

8. Contempla las causas desnudas de sus
cortezas; la finalidad de las acciones; qué es la fatiga,
qué el placer, qué la muerte, qué la fama;
quién no es el culpable de su propia actividad;
cómo nadie es obstaculizado por otro; que todas las cosas
son opinión.

9. En la práctica de los principios
es preciso ser semejante al luchador de pancracio, no al
gladiador, porque éste deja la espada de la cual se sirve,
y muere, mientras que aquél siempre tiene la mano y no
precisa otra cosa sino cerrarla.

10. Ver qué son las cosas en
sí mismas, analizándolas en su materia. en su
causa, en su relación.

11. ¡Qué privilegio tiene el
hombre de no hacer otra cosa sino lo que Dios va a elogiar, y
aceptar todo lo que Dios le asigne, lo consecuente a la
naturaleza!

12. No debe censurarse a los dioses; porque
ninguna falta cometen voluntaria o involuntariamente. Tampoco a
los hombres, porque nada fallan que no sea contra su voluntad. De
manera que a nadie debe censurarse.

13. Cuán ridículo y
extraño es el hombre que se admira de cualquier cosa que
acontece en la vida.

14. O bien una necesidad del destino y un
orden inviolable, o bien una providencia aplacable, o un caos
fortuito, sin dirección. Si, pues, se trata de una
necesidad inviolable, ¿a qué ofreces resistencia? Y
si una providencia que acepta ser aplacada, hazte a ti mismo
merecedor del socorro divino. Y si un caos sin guía,
confórmate, porque en medio de un oleaje de tal
índole dispones en tu interior de una inteligencia
guía. Aunque el oleaje te arrastre, arrastre tu carne, tu
hálito vital, y lo demás, porque no
arrastrará tu inteligencia.

15. La luz de una lámpara, hasta
extinguirse, brilla y no pierde su fulgor. ¿Se
extinguirán con anterioridad la verdad que en ti reside,
la justicia y la prudencia?

16. Respecto a la persona que te ha
proporcionado la imagen de su falta. «¿Qué
sé yo si eso es una falta?» Y si realmente ha
cometido una falta: «él mismo se ha condenado
ya», y así esto es semejante a desgarrarse su propio
rostro. El que no admite que el malvado cometa faltas, se asemeja
al que no acepta que la higuera lleve leche en los higos, que los
recién nacidos lloren, que el caballo relinche y cuantas
otras cosas son inevitables. ¿Qué puede suceder
cuando uno tiene una disposición tal? Si en efecto eres
vehemente, cuida esa manera de ser.

17. Si no conviene, no lo hagas; si no es
cierto, no lo digas; provenga de ti este impulso. 18. En todo ver
siempre qué es lo que hace brotar en ti esa tal imagen y
tratar de desarrollarla, analizándola en su causa, en su
materia, en su finalidad, en su duración temporal, en el
transcurso de la cual será preciso que tenga su
fin.

19. Date cuenta de una vez que algo
más poderoso y más divino posees en tu propio
interior que lo que provoca las pasiones y que lo que, en suma,
te agita a modo de marioneta. ¿Cuál es ahora mi
pensamiento? ¿Es el temor? ¿Es el recelo?
¿Es la ambición? ¿Es otra pasión
semejante?

20. En primer lugar, no hacer nada al azar,
ni tampoco sin un objetivo final. En segundo lugar, no encauzar
tus acciones a otro fin que no sea el bien
común.

21. Que dentro de no mucho tiempo nadie
serás en ninguna parte, ni tampoco verás ninguna de
esas cosas que ahora estás viendo, ni ninguna de esas
personas que en la actualidad viven. Porque todas las cosas han
nacido para transformarse, alterarse y destruirse, a fin de que
nazcan otras a continuación.

22. Que todo es opinión y
ésta depende de ti. Acaba, pues, cuando quieras con tu
opinión, y del mismo modo que, una vez doblado el cabo,
surge la calma, todo está quieto y el golfo sin
olas.

23. Una sola energía cualquiera, que
ha cesado en el momento oportuno, ningún mal sufre por
haber cesado; tampoco el que ejecutó esta acción,
por esto mismo, a saber, por haber cesado, sufre mal alguno. Del
mismo modo, en efecto, el conjunto de todas las acciones, que
constituyen la vida, caso de cesar en el momento oportuno,
ningún mal experimenta por el hecho de haber cesado, ni
tampoco el que ha puesto fin oportunamente a este encadenamiento
sufre mal. Y la oportunidad y el límite los proporciona la
naturaleza, unas veces la naturaleza particular, como sucede con
la vejez; pero generalmente la naturaleza del conjunto universal,
cuyas partes se transforman para que el mundo en su conjunto
permanezca siempre joven y en su pleno vigor. Y todo lo que
conviene al conjunto universal es siempre bello y está en
sazón. Así, pues, el término de la vida para
cada uno no es un mal, porque tampoco es un oprobio, pues no
está sujeto a nuestra elección y no daña a
la comunidad, y sí es un bien, porque es oportuno al
conjunto universal, ventajoso y adaptado a él. Así,
el que se comporta de acuerdo con Dios en todo, es inspirado por
un hálito divino y es llevado, gracias a su
reflexión, a sus mismos objetivos.

24. Preciso es tener a mano estos tres
pensamientos. Respecto a lo que haces, si lo haces, que no sea ni
a la ventura, ni de un modo distinto a como lo hubiese hecho la
justicia misma. Respecto a los sucesos exteriores, piensa que
suceden o bien por azar, o bien por una providencia, y no debes
censurar al azar ni recriminar a la providencia. En segundo
lugar, piensa cómo es cada uno desde que es engendrado
hasta la posesión del alma, y desde ésta hasta la
devolución de la misma. Piensa también de
qué elementos se compone y en cuáles se
disolverá. En tercer lugar, piensa que si de pronto
remontándote por el aire examinaras las cosas humanas y su
multitud de formas, al ver simultáneamente cuán
gran espacio ocupan los habitantes del aire y etéreos, las
despreciarías; y que, cuantas veces te remontaras a lo
alto, verías lo mismo, su uniformidad, su pequeña
duración. A esas cosas se refiere la vanidad
humana.

25. Expulsa la opinión. Estás
a salvo. ¿Quién, pues, te impide
expulsarla?

26. Siempre que te molestas por algo,
olvidas que todo se produce de acuerdo con la naturaleza del
conjunto universal, y también que la falta es ajena, y,
además, que todo lo que está sucediendo, así
siempre sucedía y sucederá, y ahora por doquier
sucede. Cuánto es el parentesco del hombre con todo el
género humano; que no procede el parentesco de sangre o
germen, sino de la comunidad de inteligencia. Y olvidaste
asimismo que la inteligencia de cada uno es un dios y dimana de
la divinidad. Que nada es patrimonio particular de nadie; antes
bien, que hijos, cuerpo y también la misma alma han venido
de Dios. Olvidaste también que todo es opinión; que
cada uno vive únicamente el momento presente, y eso es lo
que pierde.

27. Rememora sin cesar a los que se
indignaron en exceso por algún motivo, a los que
alcanzaron la plenitud de la fama, de las desgracias, de los
odios o de los azares de toda índole. Seguidamente, haz un
alto en el camino y pregúntate:
«¿Dónde está ahora todo
aquello?». Humo, ceniza, leyenda o ni siquiera leyenda.
Acudan al mismo tiempo a tu espíritu todas las cosas
semejantes, así por ejemplo, cual fue Fabio Catulino en la
campaña, Lucio Lupo en sus jardines, Estertinio en Bayas,
Tiberio en Capri, Velio Rufo y, en suma, la superioridad
presuntuosa en cualquier asunto. ¡Cuán ruin era todo
el objetivo de su esfuerzo y cuanto más propio de sabio es
el ser justo, moderado, el ofrecerse simplemente sumiso a los
dioses en la materia concedida! Porque la vanidad que se exalta
bajo capa de modestia es la más insoportable de
todas.

28. A los que preguntan:
«¿Dónde has visto a los dioses, o de
dónde has llegado a la conclusión de que existen,
para venerarlos así?». En primer lugar, son visibles
a nuestros ojos. Y luego, tampoco yo he visto alma y, sin
embargo, la honro; así también respecto a los
dioses, por las mismas razones que compruebo su poder repetidas
veces, por éstas constato que existen y los
respeto.

29. La salvación de la vida consiste
en ver enteramente qué es cada cosa por si misma,
cuál es su materia y cuál es su causa. En practicar
la justicia con toda el alma y en decir la verdad.
¿Qué queda entonces sino disfrutar de la vida,
trabando una buena acción con otra, hasta el punto de no
dejar entre ellas el mínimo intervalo?

30. Una sola es la luz del sol, aunque la
obstaculicen muros, montes, incontables impedimentos;
única es la sustancia común, aunque esté
dividida en innumerables cuerpos de cualidades peculiares; una es
el alma, aunque esté dividida en infinidad de naturalezas
y delimitaciones particulares. Una es el alma inteligente, aunque
parezca estar dividida. Las restantes partes mencionadas, como
los soplos y los objetos sensibles, carecen de sensibilidad y no
tienen relación de parentesco mutuo; sin embargo,
también a aquellas las contiene el poder unificador y el
peso que las hace converger. Y la inteligencia en particular
tiende a lo que es de su mismo género, y se le une, y esta
pasión comunitaria no encuentra impedimentos.

31. ¿Qué pretendes?
¿Seguir viviendo? ¿Percibir las sensaciones, los
instintos? ¿Crecer? ¿Cesar de nuevo?
¿Utilizar la palabra? ¿Pensar? ¿Qué
cosa entre esas te parece que vale la pena echar de menos? Y si
cada una de éstas te parece bien despreciable,
inclínate finalmente a ser sumiso a la razón y a
Dios. Pero se oponen el honrar estas cosas y enojarse por el
hecho de que con la muerte se nos privará de estas mismas
facultades.

32. ¿Qué pequeña parte
de tiempo ilimitado y abismal se ha asignado a cada uno? Pues
rapidísimamente se desvanece en la eternidad. ¿Y
qué pequeña parte del conjunto de la sustancia, y
qué ínfima también del conjunto del alma?
¿Y en qué diminuto terrón del conjunto de la
tierra te arrastras? Considera todas esas cosas e imagina que
nada es importante, sino actuar como tu naturaleza indica y
experimentarlo como la naturaleza común
conlleva.

33. ¿Cómo se sirve de ti el
guía interior? Que en eso radica todo. Y lo demás,
dependa o no de tu libre elección, es cadáver y
humo.

34. Lo que más incita a despreciar
la muerte es el hecho de que los que juzgan el placer un bien y
el dolor un mal, la despreciaron, sin embargo,
también.

35. Para la persona que considera bueno
únicamente lo oportuno y para quien es igual ejecutar
muchas acciones de acuerdo con la recta razón que unas
pocas, y para quien es indiferente contemplar el mundo más
o menos tiempo, para ese tampoco la muerte es temible.

36. ¡Buen hombre, fuiste ciudadano en
esta gran ciudad! ¿Qué te importa, si fueron cinco
o tres años? Porque lo que es conforme a las leyes, es
igual para todos y cada uno. ¿Por qué pues, va a
ser terrible que te destierre de la ciudad, no un tirano, ni un
juez injusto, sino la naturaleza que te introdujo? Es algo
así como si el estratego que contrató a un
comediante, lo despidiera de la escena. «Mas no he
representado los cinco actos, sino sólo tres».
«Bien has dicho. Pero en la vida los tres actos son un
drama completo.» Porque fija el término aquel que un
día fue responsable de tu composición, y ahora lo
es de tu disolución. Tú eres irresponsable en ambos
casos. Vete, pues, con ánimo propicio, porque el que te
libera también te es propicio.  

 

Enviado por:

Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo
S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA
LIBERTAD DE INFORMACION"®

Monografias.com

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR
SIEMPRE"®

Partes: 1, 2, 3, 4
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