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Resumen del libro Drácula, de Abraham Stoker (página 13)



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Encontramos a Hildesheim en sus oficinas; era un hebreo del tipo del Teatro Adelphi, con una nariz como de carnero y un fez. Sus argumentos estuvieron marcados por el dinero, nosotros hicimos la oferta y al cabo de ciertos regateos, terminó diciéndonos todo lo que sabía. Eso resultó simple, pero muy importante. Había recibido una carta del señor de Ville, de Londres, diciéndole que recibiera, si posible antes del amanecer, para evitar el paso por las aduanas, una caja que llegaría a Galatz en el Czarina Catherine. Tendría que entregarle la citada caja a un tal Petrof Skinsky, que comerciaba con los eslovacos que comercian río abajo, hasta el puerto. Había recibido el pago por su trabajo en la forma de un billete de banco inglés, que había sido convenientemente cambiado por oro en el Banco Internacional del Danubio. Cuando Skinsky se presentó ante él, le había entregado la caja, después de conducirlo al barco, para evitarse los gastos de descarga y transporte. Eso era todo lo que sabía.

Entonces, buscamos a Skinsky, pero no logramos hallarlo.

Uno de sus vecinos, que no parecía tenerlo en alta estima, dijo que se había ido hacía dos días y que nadie sabía adónde. Eso fue corroborado por su casero, que había recibido por medio de un enviado especial la llave de la casa, al mismo tiempo que el importe del alquiler que le debía, en dinero inglés. Eso había sucedido entre las diez y las once de la noche anterior. Estábamos nuevamente en un callejón sin salida.

Mientras estábamos hablando, un hombre se acercó corriendo y, casi sin aliento, dijo que habían encontrado el cuerpo de Skinsky en el interior del cementerio de San Pedro y que tenía la garganta destrozada, como si lo hubiera matado algún animal salvaje. Los hombres y las mujeres con quienes habíamos estado hablado salieron corriendo a ver aquello, mientras las mujeres gritaban:

-¡Eso es obra de un eslovaco!

Nos alejamos de allí apresuradamente, para no vernos envueltos en el asunto y que nos interrogaran.

Cuando llegamos a la casa, no pudimos llegar a ninguna solución definida.

Estábamos convencidos de que la caja estaba siendo transportada por el agua hacia algún lugar, pero tendríamos que descubrir hacia dónde. Con gran tristeza, volvimos al hotel, para reunirnos con Mina.

Cuando nos reunimos todos, lo primero que consultamos fue si debíamos volver a depositar nuestra confianza en Mina, revelándole todos los secretos de nuestras conferencias. La situación es bastante crítica, y esa es por lo menos una oportunidad aunque un poco arriesgada. Como paso preliminar, fui eximido de la promesa que le había hecho a ella.

Del diario de Mina Harker

30 de octubre, por la noche. Estaban todos tan cansados, desanimados y tristes, que no era posible hacer nada sin que antes descansaran; por consiguiente, les pedía todos que se acostaran durante media hora, mientras yo lo escribo todo, poniendo al corriente los diarios hasta el momento actual. Me siento muy agradecida hacia el inventor de la máquina de escribir portátil y hacia el señor Morris, que me consiguió ésta. El trabajo se me hubiera hecho un poco pesado si hubiera tenido que escribirlo todo con la pluma…

Todo está hecho; pobre y querido Jonathan, ¡cuánto ha sufrido y cuanto debe estar sufriendo todavía! Está tendido en el diván y apenas se nota que respire; todo su cuerpo parece ser víctima de un colapso. Tiene el ceño fruncido y su rostro refleja claramente su sufrimiento. Pobre hombre, quizá está pensando y puedo ver su rostro arrugado, a causa de sus reflexiones. ¡Si pudiera serles de alguna utilidad…! Haré todo lo posible.

Le he preguntado al doctor van Helsing, y él me ha entregado todos los papeles que no he visto aún… Mientras ellos descansan, voy a examinar cuidadosamente todos los documentos, y es posible que llegue a alguna conclusión. Debo tratar de seguir el ejemplo del profesor, y pensar sin prejuicios en los hechos que tengo ante mí…

Creo que, gracias a la Divina Providencia, he hecho un descubrimiento. Tengo que conseguir un mapa, para verificarlo…

Estoy más segura que nunca de que tengo razón. Mi nueva conclusión está preparada, de modo que tengo que reunir a todos nuestros amigos para leérsela. Ellos podrán juzgarla. Es bueno ser precisos, y todos los minutos cuentan.

Memorando de Mina Harker (Incluido en su diario)

Base de encuesta. El problema del conde Drácula consiste en regresar a su hogar.

a) Debe ser llevado hasta allá por alguien. Esto es evidente, puesto que si tuviera poder para desplazarse como quisiera, lo haría en forma de hombre, de lobo, de murciélago o de cualquier otro animal. Evidentemente, teme que lo descubran o que le pongan obstáculos, en el estado de desamparo en que debe encontrarse…, confinado como está, entre el alba y la puesta del sol, en su caja de madera.

b) ¿Cómo puede ser transportado? En este caso, el procedimiento del razonamiento por eliminación puede sernos útil. ¿Por tren, por carretera, por agua?

1. Por carretera. Hay demasiadas dificultades, especialmente para salir de la ciudad.

x) Hay gente; la gente es curiosa e investiga. Una idea, una duda o una suposición respecto a lo que hay en la caja puede significar su destrucción.

y) Hay, o puede haber, aduanas o puestos de control por donde haya que pasar.

z) Sus perseguidores pueden seguirlo. Ese es su mayor temor, y con el fin de no ser traicionado ha repelido, tan lejos como puede hacerlo, incluso a su víctima… ¡A mí!

2. Por tren. No hay nadie que se encargue de la caja. Tendría que correr el riesgo de retrasarse, y un retraso sería fatal para él, puesto que sus enemigos lo persiguen. Es cierto que podría huir de noche, pero, ¿qué sería de él al encontrarse en un lugar extraño, sin poder ir a ningún refugio? No es eso lo que desea, y no está dispuesto a arriesgarse a eso.

3. Por agua. Este es el camino más seguro en cierto modo, pero el que mayor peligro encierra en otros aspectos. Sobre el agua, carece de poder, con excepción de por la noche; incluso entonces, solamente puede atraer la niebla, la tormenta, la nieve y a sus lobos. Pero en caso de accidente, las aguas vivas lo sumergirían y estaría realmente perdido. Podría hacer que su barca llegara a la orilla, pero si se encontraba en tierras enemigas, donde no estaría en libertad de desplazarse, su situación sería todavía desesperada.

Sabemos por lo sucedido hasta ahora que estaba en el agua; así pues, nos queda por averiguar en qué aguas.

Lo primero de todo es comprender lo que ha hecho hasta ahora; entonces tendremos una idea sobre cuál debe ser su tarea.

Primeramente. Debemos diferenciar entre lo que hizo en Londres, como parte de su plan general, cuando tenía prisa a veces y tenía que arreglárselas lo mejor posible.

En segundo lugar debemos ponernos, lo mejor que podamos, a juzgar por los hechos que conocemos, que ha hecho aquí.

En cuanto al primer punto, evidentemente pensaba llegar a Galatz, y envió la caja a Varna para engañarnos, por si averiguábamos sus medios para huir de Inglaterra; entonces, su propósito inmediato y único era escapar. Para probar todo eso, tenemos la carta de instrucciones enviada a Immanuel Hildesheim, en el sentido de que debía recoger la caja y desembarcarla antes de la salida del sol. Asimismo, las instrucciones a Petrof Skinsky. En este caso, solamente podemos adivinar, pero debe haber habido alguna carta o mensaje, puesto que Skinsky fue a ver a Hildesheim.

Así, hasta ahora, sabemos que sus planes han tenido éxito. El Czarina Catherine hizo un viaje extraordinariamente rápido… A tal punto, que las sospechas del capitán Donelson fueron despertadas, pero su superstición, unida a su inercia, sirvieron al conde y navegó con viento propicio a través de la niebla y todo lo demás, llegando a ciegas a Galatz. Ha sido probado que las disposiciones del conde han sido bien tomadas. Hildesheim recibió la caja, la sacó del barco y se la entregó a Skinsky. Este la tomó… y aquí es donde se pierde la pista. Solamente sabemos que la caja se encuentra en algún lugar, sobre el agua, desplazándose. La aduana y la oficina de consumos, si existe, han sido evitadas.

Ahora llegamos a lo que el conde debió hacer después de su llegada a tierra, en Galatz.

La caja le fue entregada a Skinsky antes de la salida del sol. Al salir éste, el conde podía aparecerse en su verdadera forma. Aquí preguntamos: ¿por qué fue escogido Skinsky para que llevara a cabo esa tarea? En el diario de mi esposo está indicado el tal Skinsky como un individuo que traficaba con los eslovacos que comerciaban por el río, hasta el puerto; y el grito de las mujeres, de que el crimen había sido cometido por eslovacos, mostraba el sentimiento general en contra de los de su clase. El conde deseaba aislamiento.

Yo supongo que, en Londres, el conde decidió regresar a su castillo por el agua, puesto que éste era el camino más seguro y secreto. A él lo llevaron desde el castillo los cíngaros, y probablemente entregaron su carga a eslovacos, que la llevaron a Varna, donde fue embarcada con destino a Londres. Así, el conde conocía a las personas que podían efectuar ese servicio. Cuando la caja estaba en tierra, antes de la salida del sol o después de su puesta, salió de su caja, se reunió con Skinsky y le dio instrucciones sobre lo que tenía que hacer respecto a encontrar alguien que pudiera transportar la caja por el río. Cuando Skinsky lo hizo, y el conde supo que todo estaba en orden, se dio a la tarea de borrar las pistas, asesinando a su agente.

He examinado los mapas y he descubierto que el río más apropiado para que los eslovacos hayan ascendido por él es el Pruth o el Sereth. He leído en el manuscrito que en mis momentos de trance oí vacas a lo lejos y el ruido del agua al nivel de mis oídos, así como también el ruido de roce de madera contra madera. Entonces, eso quiere decir que el conde, en su caja, viajaba sobre el río, en una barca abierta…, impulsada probablemente por medio de remos o flotadores, ya que los bancos se encuentran cerca y navega contra la corriente. No se producirían esos ruidos si avanzara al mismo tiempo que la corriente.

Naturalmente, debe tratarse, ya sea del Sereth o del Pruth; pero, en este punto, podemos investigar algo más. El Pruth es el más fácil para la navegación, pero el Sereth, en Fundu, recibe al Bistritza, que corre en torno al Paso Borgo. La curva que describe se encuentra manifiestamente tan cerca del castillo de Drácula como es posible llegar por agua.

Del Diario de Mina Harke (continuación)

Cuando concluí la lectura, Jonathan me tomó en sus brazos y me abrazó; los demás me tomaron de ambas manos, me sacudieron y el doctor van Helsing dijo:

-Nuestra querida señora Mina es, una vez más, nuestra maestra. Sus ojos se han posado en donde nosotros no habíamos visto nada. Ahora, estamos nuevamente sobre la pista y, esta vez, podemos triunfar. Nuestro enemigo se encuentra en su punto más débil y, si podemos alcanzarlo de día, sobre el agua, nuestra tarea habrá concluido. Tiene cierta ventaja, pero no puede apresurarse, ya que no puede abandonar su caja con el fin de no despertar sospechas entre quienes lo transportan; en el caso de que ellos sospecharan algo, su primera reacción sería la de arrojarlo inmediatamente por la borda, y perecería en el agua. Naturalmente, él sabe eso y no puede exponerse. Ahora, amigos, celebremos nuestro consejo de guerra, puesto que es preciso que proyectemos aquí mismo, en este preciso instante, lo que cada uno de nosotros debe hacer.

-Voy a conseguir una lancha de vapor para seguirlo -dijo lord Godalming.

-Y yo caballos para perseguirlo por tierra, en el caso de que desembarque por casualidad -dijo Morris.

-¡Bien! -dijo el profesor-. Ambos tienen razón, pero ninguno deberá ir solo.

Debemos tener fuerzas para vencer a otras fuerzas, en caso necesario; los eslovacos son fuertes y rudos, y van bien armados.

Todos los hombres sonrieron, ya que llevaban sobre ellos un pequeño arsenal.

-He traído varios Winchester -dijo el señor Morris-. Pueden usarse muy bien en medio de una multitud y, además, hay lobos, El conde, si lo recuerdan ustedes, tomó otras precauciones; dio ciertas instrucciones que la señora Harker no pudo oír ni comprender. Debemos estar preparados para todo.

-Creo que lo mejor será que vaya yo con Quincey -dijo el doctor Seward-. Estamos acostumbrados a cazar juntos, y los dos, bien armados, podemos ser enemigos de cuidado para cualquiera que se nos ponga enfrente. Usted tampoco debe ir solo, Art. Puede ser necesario luchar contra los eslovacos, y un golpe de suerte, ya que no creo que lleven armas de fuego, puede hacer fracasar todos nuestros planes. No debemos correr riesgos esta vez; no descansaremos en tanto la cabeza y el cuerpo del conde no hayan sido separados y estemos seguros de que no va a poder reencarnar.

Miró a Jonathan, al tiempo que hablaba, y mi esposo me miró a mí. Comprendí que el pobre hombre estaba desesperado. Naturalmente, deseaba estar conmigo; pero, en todo caso, el grupo que partiría en la lancha sería el que más probabilidades tendría de destruir al…, al… vampiro (¿por qué dudo en escribir la palabra?). Guardó silencio un momento y el doctor van Helsing intervino, diciendo:

-Amigo Jonathan, eso le corresponde, por dos razones: primeramente, porque es usted joven, valeroso y puede pelear. Todas las fuerzas pueden ser necesarias en el momento final; además, tiene usted el derecho a destruirlo, puesto que tanto les ha hecho sufrir, a usted y a los suyos. No tema por la señora Mina; yo la cuidaré, si puedo. Soy viejo y mis piernas no me permiten correr ya como antes; además, no estoy acostumbrado a cabalgar un trecho tan prolongado para perseguir al conde, como puede ser necesario, ni a luchar con armas mortales. Y puedo morir, si es necesario, tan bien como los hombres más jóvenes. Déjenme decirles que lo que deseo es lo siguiente: mientras usted, lord Godalming y nuestro amigo Jonathan, avanzan con tanta rapidez en su hermosa lancha de vapor, y mientras John y Quincey guardan la ribera, donde por casualidad puede haber desembarcado Drácula, voy a llevar a la señora Mina exactamente al territorio del enemigo. Mientras el viejo zorro se encuentra encerrado en su caja, flotando en medio de la corriente del río, donde no puede escapar a tierra, y donde no puede permitirse levantar la cubierta de su caja, debido a que quienes lo transportan lo arrojarían al agua y lo dejarían perecer en ella, debemos seguir la pista recorrida por Jonathan. Desde Bistritz, sobre el Borgo, y tenemos que encontrar el camino hacia el castillo del conde de Drácula. Allí, el poder hipnótico de la señora Mina podrá ayudarnos seguramente, y nos pondremos en camino, que es oscuro y desconocido, después del primer amanecer inmediato a nuestra llegada a las cercanías de ese tétrico lugar. Hay mucho quehacer, y otros lugares en que poder santificarse, para que ese nido de víboras sea destruido.

En ese momento, Jonathan lo interrumpió, diciendo ardientemente:

-¿Quiere usted decir, profesor, que va a conducir a Mina, en su triste estado y estigmatizada como está con esa enfermedad diabólica, a la guarida del lobo para que caiga en una trampa mortal? ¡De ninguna manera! ¡Por nada del mundo!

Durante un minuto perdió la voz y continuó, más adelante:

-¿Sabe usted cómo es ese lugar? ¿Ha visto usted ese terrible antro de infernales infamias… donde la misma luz de la luna está viva y adopta toda clase de formas, y en donde toda partícula de polvo es un embrión de monstruo? ¿Ha sentido usted los labios del vampiro sobre su cuello?

Se volvió hacia mí, fijó los ojos en mi frente y levantó los brazos, gritando:

-¡Dios mío!, ¿qué hemos hecho para que hayas enviado este horror sobre nosotros? -y se desplomó sobre el diván, sintiéndose destrozado.

La voz del profesor, con su tono dulce y claro, que parecía vibrar en el aire, nos calmó a todos.

-Amigo mío, es porque quiero salvar a la señora Mina de ese horror por lo que quiero llevarla allí. Dios no permita que la introduzca en ese lugar. Hay cierto trabajo; un trabajo terrible que hay que hacer allí, y que los ojos de ella no deben ver. Todos los hombres presentes, excepto Jonathan, hemos visto qué vamos a tener que hacer antes de que ese lugar quede purificado. Recuerde que nos encontramos en medio de un peligro terrible. Si el conde huye de nosotros esta vez, y hay que tener en cuenta que es fuerte, inteligente y hábil, puede desear dormir durante un siglo, y a su debido tiempo, nuestra querida dama -me tomó de la mano irá a su lado para acompañarlo, y será como las otras que vio usted, Jonathan. Nos ha descrito usted todo lo referente a sus labios glotones y a sus risas horribles, cuando se llevaban el saco que se movía y que el conde les había arrojado. Usted se estremece, pero es algo que puede suceder. Perdone que le cause tanto dolor, pero es necesario. Amigo mío, ¿no se trata de una empresa en la que probablemente tendré que perder la vida? En el caso de que alguno de nosotros deba ir a ese lugar para quedarse, tendré que ser yo, para hacerles compañía.

-Haga lo que guste -dijo Jonathan, con un sollozo que hizo que temblara todo su cuerpo. ¡Estamos en las manos de Dios!

Más tarde. Me hizo mucho bien ver el modo en que esos hombres valerosos trabajan. ¿Cómo es posible que las mujeres no amen a hombres que son tan sinceros, francos y valerosos? Asimismo, pensé en el extraordinario poder del dinero. ¿Qué no puede hacer cuando es aplicado correctamente?, ¿qué no puede conseguir cuando es usado de manera baja? Me siento muy contenta de que lord Godalming sea tan rico y de que tanto él como el señor Morris, que posee también mucho dinero, estén dispuestos a gastarlo con tanta liberalidad. Ya que, de no ser así, nuestra expedición no hubiera podido ponerse en marcha, ni tan rápidamente ni con tan buen equipo, como va a hacerlo dentro de otra hora. No han pasado todavía tres horas desde que se decidió qué parte íbamos a desempeñar cada uno de nosotros, y ahora, lord Godalming y Jonathan, tienen una hermosa lancha de vapor, y están dispuestos a partir en cualquier momento.

El doctor Seward y el señor Morris tienen media docena de excelentes caballos, todos preparados. Poseemos todos los mapas y las ampliaciones de todos tipos que es posible conseguir. El profesor van Helsing y yo deberemos salir esta noche, a las once y cuarenta minutos, en tren, con destino a Veresti, en donde conseguiremos una calesa que nos conduzca hasta el Paso del Borgo. Llevamos encima una buena cantidad de dinero, ya que tendremos que comprar la calesa y los caballos. Deberemos conducirla nosotros mismos, puesto que no hay nadie en quien podamos confiar en este caso. El profesor conoce muchas lenguas, de modo que podremos salir adelante sin demasiadas dificultades. Todos tenemos armas, e incluso me consiguieron a mí un revolver de cañón largo; Jonathan no se sentía tranquilo, a menos que fuera armada como el resto de ellos. Pero no puedo llevar un arma que llevan los demás; el estigma sobre mi frente me lo prohíbe. El querido doctor van Helsing me consuela, diciéndome que estoy bien armada, puesto que es posible que encontremos lobos. El tiempo se está haciendo cada hora que pasa más frío y hay copos de nieve que flotan en el aire, como malos presagios.

Más tarde. Me armé de valor para despedirme de mi querido esposo. Es posible que no volvamos a vernos nunca más. ¡Valor, Mina! El profesor te está mirando fijamente y esa mirada es una advertencia. No debes derramar lágrimas ahora…, a menos que Dios permita que sean de alegría.

Del diario de Jonathan Harker

30 de octubre, por la noche. Estoy escribiendo esto a la luz que despide la caldera de la lancha de vapor; lord Godalming está haciendo de fogonero. Tiene experiencia en el trabajo, puesto que tuvo durante muchos años una lancha propia en el Támesis y otra en Norfolk Broads. Con relación a nuestros planes, hemos decidido finalmente que las suposiciones de Mina eran pertinentes y que si el conde había escogido una vía acuática para regresar a su castillo, debía tratarse necesariamente del río Sereth y del Bistritza. Supusimos que en algún lugar cerca del grado cuarenta y siete de latitud norte sería el escogido para atravesar el país entre el río y los Cárpatos. No teníamos miedo de avanzar a buena velocidad sobre el río, en plena noche; el agua es profunda y las orillas están lo suficientemente separadas de nosotros como para que podamos navegar tranquilamente y sin dificultades, incluso en la oscuridad. Lord Godalming me dice que duerma un rato; que es suficiente por el momento que se quede uno de nosotros de guardia. Pero no puedo dormir… ¿Cómo iba a poder hacerlo, con el terrible peligro que pesa sobre mi querida esposa y al pensar que se dirige hacia ese maldito lugar…? Mi único consuelo es que estamos en las manos de Dios. Lo malo es que, con esa fe, sería más fácil morir que continuar viviendo, para terminar de una vez con todas estas preocupaciones. El señor Morris y el doctor Seward salieron para hacer su enorme recorrido a caballo, antes de que nosotros nos pusiéramos en marcha; deben mantenerse sobre la orilla del río, a bastante distancia, sobre las tierras altas, como para que puedan ver una buena extensión del río sin necesidad de seguir sus meandros. Para las primeras etapas, llevan consigo a dos hombres, para que conduzcan a sus caballos de refresco… Cuatro en total, con el fin de no despertar la curiosidad. Cuando despidan a los hombres, lo cual sucederá bastante pronto, deberán cuidar ellos mismos de los caballos. Es posible que necesitemos unirnos todos y, en ese caso, todos podremos montar en los caballos… Una de las sillas de montar tiene un pomo móvil, que puede adaptarse para Mina, en caso necesario.

Hemos emprendido una aventura terrible. Aquí, mientras avanzamos en medio de la oscuridad, sintiendo la frialdad del río que parece levantarse para golpearnos, rodeados de todas las voces misteriosas de la noche, vemos todo claramente. Parecemos ir hacia lugares desconocidos, por rutas desconocidas, y entrar en un mundo nuevo de objetos oscuros y terribles. Godalming está cerrando la puerta de la caldera…

31 de octubre. Continuamos avanzando a buena velocidad. Ha llegado el día y Godalming está durmiendo. Yo estoy de guardia. La mañana está muy fría y resulta muy agradable el calor que se desprende de la caldera, a pesar de que llevamos gruesas chaquetas de piel. Hasta ahora, solamente hemos pasado a unos cuantos botes abiertos, pero ninguno de ellos tenía a bordo ninguna caja de equipo de ninguna clase, de tamaño aproximado a la que estamos buscando. Los hombres se asustaban siempre que volvimos nuestra lámpara eléctrica hacia ellos, se arrodillaban y oraban.

1 de noviembre, por la noche. No hemos tenido noticias en todo el día ni hemos encontrado nada del tipo que buscamos. Ya hemos pasado Bistritza, y si nos equivocamos en nuestras suposiciones, habremos perdido la oportunidad. Hemos observado todas las embarcaciones, grandes y pequeñas. Esta mañana, temprano, la tripulación de uno de ellos creyó que éramos una nave del gobierno, y nos trató muy bien. Vimos en ello, en cierto modo, un mejoramiento de nuestra situación; así, en Fundu, donde el Bistritza converge en el Sereth. Conseguimos una bandera rumana que ahora llevamos en la proa. Este truco ha tenido éxito en todos los botes que hemos encontrado a continuación; todos nos han mostrado una gran deferencia y nadie ha objetado nada sobre lo que deseábamos inspeccionar o preguntar. En Fundu no logramos noticias sobre ningún barco semejante, de modo que debió pasar por allí de noche. Siento mucho sueño; el frío me está afectando quizá, y la naturaleza necesita reposar de vez en cuando. Godalming insiste en que él se encargará del primer cuarto de guardia. Dios lo bendiga por todas sus bondades para con Mina y conmigo.

2 de noviembre, por la mañana. El día está muy claro. Mi buen amigo no quiso despertarme. Dijo que hubiera considerado eso como un pecado, ya que estaba dormido pacíficamente y, por el momento, me olvidaba de mis pesares. Me pareció algo desconsiderado el haber dormido tanto tiempo y dejarlo velando durante toda la noche, pero tenía razón. Soy un hombre nuevo esta mañana y, mientras permanezco sentado, viéndolo dormir a él, puedo ocuparme del motor, del timón y de la vigilancia. Siento que mis fuerzas y mis energías están volviendo a mí. Me pregunto dónde estarán ahora Mina y van Helsing. Debieron llegar a Veresti aproximadamente al mediodía del miércoles. Necesitarían cierto tiempo para conseguir la calesa y los caballos, de modo que si se habían puesto en marcha, avanzando con rapidez, estarían ya cerca del Paso del Borgo. ¡Que Dios los ayude y los cuide! Temo pensar en lo que pueda suceder. ¡Si pudiéramos avanzar con mayor rapidez! Pero no es posible. Los motores están trabajando a plena capacidad, y no es posible pedirles más. Me pregunto también cómo se encuentran el señor Morris y el doctor Seward. Parece haber interminables torrentes que bajan de las montañas hasta el río, pero como ninguno de ellos es demasiado ancho…, en este momento cuando menos, aun cuando sean indudablemente terribles en invierno y cuando se derrite la nieve, los jinetes no encontrarán grandes dificultades para cruzarlos. Espero alcanzar a verlos antes de llegar a Strasba, puesto que si para entonces no hemos atrapado al conde, será quizá preciso que nos reunamos para decidir qué vamos a hacer a continuación.

Del diario del doctor Seward

2 de noviembre. Llevamos tres días galopando. No hay nada nuevo y, de todos modos, no hubiera tenido tiempo para escribir nada, en caso de que hubiera habido algo.

Solamente tomamos los descansos necesarios para los caballos, pero ambos lo estamos soportando muy bien. Los días en que corríamos tantas aventuras están resultando muy útiles. Debemos continuar adelante; nunca nos sentiremos contentos en tanto no volvamos a ver la lancha.

3 de noviembre. En Fundu nos enteramos de que la lancha había ido por el Bistritza. Deseé que no hiciera tanto frío. Había señales de que nevaría, y si la nieve cayera con mucha fuerza, nos detendría. En ese caso, tendremos que conseguir un trineo para continuar, al estilo ruso.

4 de noviembre. Hoy nos enteramos de que la lancha fue detenida por un accidente, cuando trataba de ascender por los rápidos. Los botes eslovacos suben bien, con la ayuda de una cuerda y dirigiéndolos correctamente. Algunos de ellos ascendieron sólo unas horas antes. Godalming era un ajustador aficionado y, evidentemente, fue él quien puso la lancha en marcha otra vez. Finalmente, consiguieron cruzar los rápidos, con ayuda de los habitantes, y acaban de emprender la marcha, descansados. Temo que la lancha no mejoró mucho con el accidente; los campesinos nos informaron que después de que volvió nuevamente a aguas tranquilas, seguía deteniéndose de vez en cuando, mientras permaneció a la vista. Debemos avanzar con mayor brío que nunca; es posible que pronto necesiten nuestra ayuda.

Del diario de Mina Harker

31 de octubre. Llegamos a Veresti por la tarde. El profesor me dice que esta mañana, al amanecer, a duras penas pudo hipnotizarme, y que todo lo que pude decir fue: "oscuro y tranquilo". Ahora está fuera, comprando una calesa y caballos; dice que más tarde tratará de comprar más caballos, de manera que podamos cambiarlos en el camino. Nos quedan todavía ciento diez kilómetros por recorrer. El paisaje es precioso y muy interesante; si nos encontráramos en diferentes circunstancias, ¡qué encantador resultaría contemplar todo esto! Si Jonathan y yo viajáramos solos por estas tierras, ¡qué placer sería! Podríamos detenernos, veríamos a la gente, aprenderíamos algo sobre ella y llenaríamos nuestras mentes con todo lo pintoresco y el colorido del campo salvaje y hermoso y las personas tan singulares. Pero, ¡ay…!

Más tarde. El doctor van Helsing ha regresado. Consiguió la calesa y los caballos; vamos a cenar, y emprenderemos el viaje dentro de una hora. La casera nos está preparando una enorme canasta de provisiones; parece ser suficiente para toda una compañía de soldados. El profesor la anima y me dice en susurros que es posible que pase una semana antes de que podamos volver a obtener alimentos. El también ha estado de compras, y ha enviado a su casa un conjunto maravilloso de abrigos y pellizas y toda clase de ropa de abrigo. No tendremos ningún peligro de sentir frío.

Pronto nos pondremos en marcha. Temo pensar en lo que puede sucedernos; verdaderamente, estamos en las manos de Dios; solamente Él sabe lo que puede suceder y le ruego, con toda la fuerza de mi alma triste y humilde, que cuide a mi amado esposo; que, suceda lo que suceda, Jonathan pueda saber que lo amo y que lo he honrado más de lo que puedo expresar, y que mi último y más sincero pensamiento afectuoso será siempre para él.

El diario de Mina Harker

1 de noviembre. Hemos viajado todo el día a buena velocidad. Los caballos parecen saber que los estamos tratando con bondad, ya que demuestran la voluntad de avanzar al mejor paso. Hemos tenido algunos cambios y encontramos tan constantemente lo mismo, que nos sentimos animados a pensar que el viaje será fácil. El doctor van Helsing se muestra lacónico; les dice a los granjeros que se apresura a ir a Bistritz y les paga bien por hacer un cambio de caballos. Nos dan sopa caliente, café o té, y salimos inmediatamente. Es un paisaje encantador, lleno de bellezas de todos los tipos imaginables, y las personas son valerosas, fuertes y sencillas; parecen tener muchas cualidades hermosas. Son muy, muy supersticiosos. En la primera casa en que nos detuvimos, cuando la mujer que nos sirvió vio la cicatriz en mi frente, se persignó y puso dos dedos delante de mí, para mantener alejado el mal de ojo. Creo que hasta se tomaron la molestia de poner una cantidad adicional de ajo en nuestros alimentos, y yo no puedo soportarlo. Desde entonces, he tenido el cuidado de no quitarme el velo, y de esa forma he logrado escapar a sus suspicacias. Estamos viajando a gran velocidad, y puesto que no tenemos cochero que pueda contar chismes, seguimos nuestro camino sin ningún escándalo; pero me atrevo a decir que el miedo al mal de ojo nos seguirá constantemente por todos lados. El profesor parece incansable; no quiso descansar en todo el día, a pesar de que me obligó a dormir un buen rato. Al atardecer, me hipnotizó, y dice que contesté como siempre: "Oscuridad, ruido de agua y roce de madera." De manera que nuestro enemigo continúa en el río. Tengo miedo de pensar en Jonathan, pero de alguna manera ya no siento miedo por él ni por mí. Escribo esto mientras esperamos en una granja, a que los caballos estén preparados. El doctor van Helsing está durmiendo. ¡Pobre hombre! Parece estar muy cansado y haber envejecido y encanecido. Pero su boca tiene la firmeza de un conquistador. Aun en sueños, tiene el instinto de la resolución. Cuando hayamos emprendido el camino, deberé hacer que descanse, mientras yo misma conduzco la calesa; le diré que tenemos todavía varios días por delante, y que no debe debilitarse, cuando sea necesaria toda su fuerza… Todo está preparado. Dentro de poco partiremos.

2 de noviembre, por la mañana. Tuve éxito y tomamos turnos para conducir durante toda la noche; ahora ya es de día y el tiempo está claro a pesar de que hace frío.

Hay una extraña pesadez en el aire…; digo pesadez porque no encuentro una palabra mejor; quiero decir que nos oprime a ambos. Hace mucho frío y sólo nuestras pieles calientes nos permiten sentirnos cómodos. Al amanecer, van Helsing me hipnotizó, dice que contesté: "Oscuridad, roces de madera y agua rugiente", de manera que el río está cambiando a medida que ascienden. Mi gran deseo es que mi amado no corra ningún peligro; no más de lo necesario, pero estamos en las manos de Dios.

2 de noviembre, por la noche. Hemos estado viajando todo el día. El campo se hace más salvaje a medida que avanzamos y las grandes elevaciones de los Cárpatos, que en Veresti parecían estar tan alejadas de nosotros y tan bajas en el horizonte, parecen rodearnos y elevarse frente a nosotros. Ambos parecemos estar de buen humor; creo que nos esforzamos en animarnos uno al otro y, así, nos consolamos. El doctor van Helsing dice que por la mañana llegaremos al Paso de l Borgo. Las casas son ahora muy escasas, y el profesor dice que el último caballo que obtuvimos tendrá que continuar con nosotros, ya que es muy posible que no podamos volver a cambiarlo. Tenemos dos, además de los otros dos que cambiamos, de manera que ahora poseemos un buen tiro.

Los caballos son pacientes y buenos y no nos causan ningún problema. No nos preocupamos de otros viajeros, de manera que hasta yo puedo conducir. Llegaremos al paso de día; no queremos llegar antes, de manera que vamos con calma y ambos tomamos un largo descanso, por turnos. ¿Qué nos traerá el día de mañana? Vamos hacia el lugar en donde mi pobre esposo sufrió tanto. Dios nos permita llegar con bien hasta allí y que Él se digne cuidar a mi esposo y a los que nos son queridos, que se encuentran en un peligro tan mortal. En cuanto a mí, no soy digna de Él. ¡Ay! ¡No estoy limpia ante sus ojos, y así permaneceré hasta que Él se digne permitirme estar ante su presencia, como uno de los que no han provocado su ira!

Memorando de Abraham van Helsing

4 de noviembre. Esto es para mi antiguo y sincero amigo, el doctor John Seward, de Purefleet, Londres, en caso de que no lo pueda volver a ver. Es posible que aclare. Es de mañana, y escribo junto al fuego que nos ha mantenido vivos durante toda la noche.

La señora Mina me ha ayudado. Hace frío; mucho frío. Tanto, que el cielo gris y pesado está lleno de nieve que, cuando caiga, permanecerá durante todo el invierno, ya que la tierra se está endureciendo para recibirla. Parece haber afectado a la señora Mina. Ha tenido la cabeza tan pesada durante todo el día, que no parece ser la misma. ¡Duerme, duerme y sigue durmiendo! Ella, que es siempre tan vivaz, no ha hecho casi absolutamente nada en todo el día; hasta ha perdido el apetito. No hizo ninguna anotación en su diario, ella que tan fielmente había escrito en cada una de nuestras paradas. Algo me dice que no todo marcha bien. Sin embargo, esta noche está más vivaz. Su largo sueño del día la ha refrescado y restaurado, y ahora está tan dulce y despierta como siempre. Traté de hipnotizarla al amanecer, pero sin obtener ningún resultado positivo. El poder ha ido disminuyendo continuamente, día a día, y esta noche me falló por completo. Bueno, ¡que se haga la voluntad de Dios…! ¡Cualquiera que sea y adondequiera que nos lleve! Ahora, pasemos a lo histórico; ya que la señora Mina no escribió en su diario, debo, en mi laborioso lenguaje antiguo, hacerlo, de manera que ningún día que pasamos quede sin ser registrado.

Llegamos al Paso del Borgo un poco antes del amanecer, ayer por la mañana; cuando observé los signos precursores del alba, me preparé a hipnotizarla. Detuvimos la calesa y descendimos, con el fin de que nada nos perturbara. Hice una especie de sofá con pieles, y la señora Mina, después de acostarse, se prestó a la hipnosis, como siempre, pero más lenta y brevemente que nunca. Como antes, su respuesta fue: "Oscuridad y aguas agitadas." Luego despertó, vivaz y radiante, y continuamos nuestro camino, para llegar pronto al Paso. En esta hora y lugar, ella se llenó de un nuevo entusiasmo; un nuevo poder director se manifestó en ella, ya que señaló un camino y dijo:

-Este es el camino.

-¿Cómo lo sabe? -inquirí.

-Por supuesto que lo sé -contestó ella, y al cabo de una pausa añadió-: ¿Acaso no viajó por él mi Jonathan y escribió todo lo relativo a su viaje?

En un principio, pensé que era algo extraño, pero pronto vi que sólo podía existir un camino semejante. Es muy poco utilizado, y sumamente diferente del camino real que conduce de Bucovina a Bistritz, que es más amplio y duro y más utilizado.

De manera que tomamos ese camino. Encontramos otros caminos (no siempre estábamos seguros de que fueran verdaderos caminos, ya que estaban descuidados y cubiertos de una capa ligera de nieve). Los caballos sabían y solamente ellos. Les dejaba las riendas sueltas y los animales continuaban pacientemente. Una detrás de otra, encontramos todas las cosas que Jonathan anotó en el maravilloso diario que escribió.

Luego, proseguimos, durante largas y prolongadas horas. En un principio, le dije a la señora Mina que durmiera; lo intentó y logró hacerlo. Durmió todo el tiempo hasta que, por fin, sentí que las sospechas crecían en mí e intenté despertarla, pero ella continuó durmiendo y no logré despertarla a pesar de que lo intenté. No quise hacerlo con demasiada fuerza por no dañarla, ya que yo sé que ha sufrido mucho y que el sueño, en ocasiones, puede ser muy conveniente para ella. Creo que yo me adormecí, porque, de pronto, me sentí culpable, como si hubiera hecho algo indebido. Me encontré erguido, con las riendas en la mano y los hermosos caballos que trotaban como siempre. Bajé la mirada y vi que la señora Mina continuaba dormida. No falta mucho para el atardecer y, sobre la nieve, la luz del sol riela como si fuera una enorme corriente amarilla, de manera que nosotros proyectamos una larga sombra en donde la montaña se eleva verticalmente. Estamos subiendo y subiendo continuamente y todo es, ¡oh!, muy agreste y rocoso. Como si fuera el fin del mundo.

Luego, desperté a la señora Mina. Esta vez despertó sin gran dificultad y, luego, traté de hacerla dormir hipnóticamente, pero no lo logré; era como si yo no estuviera allí. Sin embargo, vuelvo a intentarlo repetidamente, hasta que, de pronto, nos encontramos en la oscuridad, de manera que miro a mi alrededor y descubro que el sol se ha ido. La señora Mina se ríe y me vuelvo hacia ella. Ahora está bien despierta y tiene tan buen aspecto como nunca le he visto desde aquella noche en Carfax, cuando entramos por primera vez en la casa del conde. Me siento asombrado e intranquilo, pero está tan vivaz, tierna y solícita conmigo, que olvido todo temor. Enciendo un fuego, ya que trajimos con nosotros una provisión de leña, y ella prepara alimentos mientras yo desato los caballos y los acomodo en la sombra, para alimentarlos. Luego, cuando regresé a la fogata, ella tenía mi cena lista. Fui a ayudarle, pero ella me sonrió y me dijo que ya había comido, que tenía tanta hambre que no había podido esperar. Eso no me agradó, y tengo terribles dudas, pero temo asustarla y no menciono nada al respecto. La señora Mina me ayudó, comí, y luego, nos envolvimos en las pieles y nos acostamos al lado del fuego. Le dije que durmiera y que yo velaría, pero de pronto me olvido de la vigilancia y, cuando súbitamente me acuerdo de que debo hacerlo, la encuentro tendida, inmóvil; pero despierta mirándome con ojos muy brillantes. Esto sucedió una o dos veces y pude dormir hasta la mañana. Cuando desperté, traté de hipnotizarla, pero, a pesar de que ella cerró obedientemente los ojos, no pudo dormirse. El sol se elevó cada vez más y, luego, el sueño llegó a ella, demasiado tarde; fue tan fuerte, que no despertó.

Tuve que levantarla y colocarla, dormida, en la calesa, una vez que coloqué en varas a los caballos y lo preparé todo. La señora continúa dormida y su rostro parece más saludable y sonrosado que antes, y eso no me gusta. ¡Tengo miedo, mucho miedo!

Tengo miedo de todas las cosas. Hasta de pensar; pero debo continuar mi camino. Lo que nos jugamos es algo de vida o muerte, o más que eso aún, y no debemos vacilar un instante.

5 de noviembre, por la mañana. Permítaseme ser exacto en todo, puesto que, aunque usted y yo hemos visto juntos cosas extrañas, puede comenzar a pensar que yo, van Helsing, estoy loco; que los muchos horrores y las tensiones tan prolongadas sobre mi sistema nervioso han logrado al fin trastornar mi cerebro. Viajamos todo el día de ayer, acercándonos cada vez más a las montañas y recorriendo un terreno cada vez más agreste y desierto. Hay precipicios gigantescos y amenazadores, muchas cascadas, y la naturaleza parece haber realizado en alguna época su carnaval. La señora Mina sigue durmiendo constantemente, y aunque yo sentí hambre y la satisfice, no logré despertarla, ni siquiera para comer. Comencé a temer que el hechizo fatal del lugar se estuviera apoderando de ella, ya que está manchada con ese bautismo de sangre del vampiro.

-Bien -me dije a mí mismo-, si duerme todo el día, también es seguro que yo no dormiré durante la noche.

Mientras viajábamos por el camino áspero, ya que se trataba de un camino antiguo y deteriorado, me dormí. Volví a despertarme con la sensación de culpabilidad y del tiempo transcurrido, y descubrí que la señora Mina continuaba dormida y que el sol estaba muy bajo, pero, en efecto, todo había cambiado. Las amenazadoras montañas parecían más lejanas y nos encontrábamos cerca de la cima de una colina de pendiente muy pronunciada, y en cuya cumbre se encontraba el castillo, tal como Jonathan indicaba en su diario. Inmediatamente me sentí intranquilo y temeroso, debido a que, ahora, para bien o para mal, el fin estaba cercano. Desperté a la señora Mina y traté nuevamente de hipnotizarla, pero no obtuve ningún resultado. Luego, la profunda oscuridad descendió sobre nosotros, porque aun después del ocaso, los cielos reflejaban el sol oculto sobre la nieve y todo estaba sumido, durante algún tiempo, en una gigantesca penumbra. Desenganché los caballos, y les di de comer en el albergue que logré encontrar. Luego, encendí un fuego y, cerca de él, hice que la señora Mina, que ahora estaba más despierta y encantadora que nunca, se sentara cómodamente, entre sus pieles. Preparé la cena, pero ella no quiso comer. Dijo simplemente que no tenía hambre. No la presioné, sabiendo que no lo deseaba, pero yo cené, porque necesitaba estar fuerte por todos. Luego, presa aún del temor por lo que pudiera suceder, tracé un círculo grande en torno a la señora Mina y sobre él coloqué parte de la Hostia sagrada y la desmenucé finamente, para que todo estuviera protegido. Ella permaneció sentada tranquilamente todo el tiempo; tan tranquila como si estuviera muerta, y empezó a ponerse cada vez más pálida, hasta que tenía casi el mismo color de la nieve; no pronunció palabra alguna, pero cuando me acerqué a ella, se abrazó a mí, y noté que la pobre se estremecía de la cabeza a los pies, con un temblor que era doloroso de ver. A continuación, cuando se tranquilizó un poco, le dije:

-¿No quiere usted acercarse al fuego?

Deseaba hacer una prueba para saber si le era posible hacerlo.

Se levantó obedeciendo, pero, en cuanto dio un paso, se detuvo y permaneció inmóvil, como petrificada.

-¿Por qué no continúa? -le pregunté.

Ella meneó la cabeza y, retrocediendo, volvió a sentarse en su lugar.

Luego, mirándome con los ojos muy abiertos, como los de una persona que acaba de despertar de un sueño, me dijo con sencillez:

-¡No puedo! -y guardó silencio.

Me alegró sabiendo que si ella no podía pasar, ninguno de los vampiros, a los que temíamos, podría hacerlo tampoco. ¡Aunque era posible que hubiera peligros para su cuerpo, al menos su alma estaba a salvo!

En ese momento, los caballos comenzaron a inquietarse y a tirar de sus riendas, hasta que me acerqué a ellos y los calmé. Cuando sintieron mis manos sobre ellos, relincharon en tono bajo, como de alegría, frotaron sus hocicos en mis manos y permanecieron tranquilos durante un momento. Muchas veces, en el curso de la noche, me levanté y me acerqué a ellos hasta que llegó el momento frío en que toda la naturaleza se encuentra en su punto más bajo de vitalidad, y, todas las veces, mi presencia los calmaba. Al acercarse la hora más fría, el fuego comenzó a extinguirse y me levanté para echarle más leña, debido a que la nieve caía con más fuerza y, con ella, se acercaba una neblina ligera y muy fría. Incluso en la oscuridad hay un resplandor de cierto tipo, como sucede siempre sobre la nieve, y pareció que los copos de nieve y los jirones de niebla tomaban forma de mujeres, vestidas con ropas que se arrastraban por el suelo. Todo parecía muerto, y reinaba un profundo silencio, que solamente interrumpía la agitación de los caballos, que parecían temer que ocurriera lo peor. Comencé a sentir un tremendo miedo, pero entonces me llegó el sentimiento de seguridad, debido al círculo dentro del que me encontraba. Comencé a pensar también que todo era debido a mi imaginación en medio de la noche, a causa del resplandor, de la intranquilidad, de la fatiga y de la terrible ansiedad. Era como si mis recuerdos de las terribles experiencias de Jonathan me engañaran, porque los copos de nieve y la niebla comenzaron a girar en torno a mí, hasta que pude captar una imagen borrosa de aquellas mujeres que lo habían besado. Luego, los caballos se agacharon cada vez más y se lamentaron aterrorizados, como los hombres lo hacen en medio del dolor. Hasta la locura del temor les fue negada, de manera que pudieran alejarse. Sentí temor por mi querida señora Mina, cuando aquellas extrañas figuras se acercaron y me rodearon. La miré, pero ella permaneció sentada tranquila, sonriéndome; cuando me acerqué al fuego para echarle más leña, me cogió una mano y me retuvo; luego, susurró, con una voz que uno escucha en sueños, sumamente baja:

-¡No! ¡No! No salga. ¡Aquí está seguro!

Me volví hacia ella y le dije, mirándola a los ojos:

-Pero, ¿y usted? ¡Es por usted por quien temo! Al oír eso, se echó a reír… con una risa ronca, e irreal, y dijo:

-¿Teme por mí? ¿Por qué teme por mí? Nadie en todo el mundo esta mejor protegido contra ellos que yo.

Y mientras me preguntaba el significado de sus palabras, una ráfaga de viento hizo que la llama se elevara y vi la cicatriz roja en su frente. Luego lo comprendí. Y si no lo hubiera comprendido entonces, pronto lo hubiera hecho, gracias a las figuras de niebla y nieve que giraban y que se acercaban, pero manteniéndose lejos del círculo sagrado. Luego, comenzaron a materializarse, hasta que, si Dios no se hubiera llevado mi cordura, porque lo vi con mis propios ojos, estuvieron ante mí, en carne y hueso, las mismas tres mujeres que Jonathan vio en la habitación, cuando le besaron la garganta.

Yo conocía las imágenes que giraban, los ojos brillantes y duros, las dentaduras blancas, el color sonrosado y los labios voluptuosos. Le sonreían continuamente a la pobre señora Mina, Y al resonar sus risas en el silencio de la noche, agitaban los brazos y la señalaban, hablando con las voces resonantes y dulces de las que Jonathan había dicho que eran insoportablemente dulces, como cristalinas.

-¡Ven, hermana! ¡ven con nosotras! ¡ven! ¡ven! -le decían.

Lleno de temor, me volví hacia mi pobre señora Mina y mi corazón se elevó como una llama, lleno de gozo, porque, ¡oh!, el terror que se reflejaba en sus dulces ojos y la repulsión y el horror, hacían comprender a mi corazón que aún había esperanzas, ¡gracias sean dadas a Dios porque no era aún una de ellas! Cogí uno de los leños de la fogata, que estaba cerca de mí, y, sosteniendo parte de la Hostia, avancé hacia ellas. Se alejaron de mí y se rieron a carcajadas, de manera ronca y horrible. Alimenté el fuego y no les tuve miedo, porque sabía que estábamos seguros dentro de nuestro círculo protector. No podían acercárseme, mientras estuviera armado en esa forma, ni a la señora Mina, en tanto permaneciera dentro del círculo, que ella no podía abandonar, y en el que las otras no podían entrar. Los caballos habían dejado de gemir y permanecían inmóviles echados en el suelo. La nieve caía suavemente sobre ellos, hasta que se pusieron blancos. Supe que, para los pobres animales, no existía un terror mayor.

Permanecimos así hasta que el rojo color del amanecer comenzó a vislumbrarse en medio de la nieve sombría. Me sentía desolado y temeroso, lleno de presentimientos y terrores, pero cuando el hermoso sol comenzó a ascender por el horizonte, la vida volvió a mí. Al aparecer el alba, las figuras horribles se derritieron en medio de la niebla y la nieve que giraba; las capas de neblina transparente se alejaron hacia el castillo y se perdieron. Instintivamente, al llegar la aurora, me volví hacia la señora Mina, para tratar de hipnotizarla, pero vi que se había quedado repentina y profundamente dormida, y no pude despertarla. Traté de hipnotizarla dormida, pero no me dio ninguna respuesta en absoluto, y el sol salió. Tengo todavía miedo de moverme. He hecho fuego y he ido a ver a los caballos. Todos están muertos. Hoy tengo mucho quehacer aquí y espero hasta que el sol se encuentre ya muy alto, porque puede haber lugares a donde tengo que ir, en los que ese sol, aunque oscurecido por la nieve y la niebla, será para mí una seguridad.

Voy a fortalecerme con el desayuno, y después, voy a ocuparme de mi terrible trabajo. La señora Mina duerme todavía y, ¡gracias a Dios!, está tranquila en su sueño.

Del diario de Jonathan Harker

4 de noviembre, por la noche. El accidente de la lancha había sido terrible para nosotros. A no ser por él, hubiéramos atrapado el bote desde hace mucho tiempo, y para ahora, mi querida Mina estaría ya libre. Temo pensar en ella, lejos del mundo, en aquel horrible lugar. Hemos conseguido caballos, y seguimos por el camino. Escribo esto mientras Godalming se prepara. Tenemos preparadas nuestras armas y los cíngaros tendrán que tener cuidado si es que desean pelear. ¡Si Morris y Seward estuvieran con nosotros! ¡Sólo nos queda esperar! ¡Si no vuelvo a escribir, adiós, Mina! ¡Que Dios te bendiga y te guarde!

Del diario del doctor Seward

5 de noviembre. Al amanecer, vemos la tribu de cíngaros delante de nosotros, alejándose del río, en sus carretas. Se reúnen en torno a ellas y se desplazan apresuradamente, como si estuvieran siendo acosados. La nieve está cayendo lentamente y hay una enorme tensión en la atmósfera. Es posible que se trate solamente de nuestros sentimientos, pero la impresión es extraña. A lo lejos, oigo el aullido de los lobos; la nieve los hace bajar de las montañas y el peligro para todos es grande y procede de todos lados. Los caballos están casi preparados, y nos ponemos en marcha inmediatamente. Vamos hacia la muerte de alguien. Solamente Dios sabe de quién o dónde, o qué o cuándo o cómo puede suceder…

Memorando, por el doctor van Helsing

5 de noviembre, por la tarde. Por lo menos, estoy cuerdo. Gracias a Dios por su misericordia en medio de tantos sucesos, aunque hayan resultado una prueba terrible.

Cuando dejé a la señora Mina dormida en el interior del círculo sagrado, me encaminé hacia el castillo. El martillo de herrero que llevaba en la calesa desde Veresti me ha sido útil; aunque las puertas estaban abiertas, las hice salir de sus goznes oxidados, para evitar que algún intento maligno o la mala suerte pudieran cerrarlas de tal modo que una vez dentro no pudiera volver a salir. Las amargas experiencias de Jonathan me sirven.

Recordando su diario, encuentro el camino hacia la vieja capilla, ya que sé que es allí donde voy a tener que trabajar. La atmósfera era sofocante; parecía que había en ella algún ácido sulfuroso que, a veces, me atontó un poco. O bien oía un rugido, o me llegaban distorsionados los aullidos de los lobos. Entonces, me acordé de mi querida señora Mina y me encontré en medio de un terrible dilema.

No me he permitido traerla a este horrendo lugar, sino que la he dejado a salvo de los vampiros en el círculo sagrado; sin embargo, ¡había lobos que la ponían en peligro! Resolví que tenía que hacer el principal trabajo en el castillo, y que en lo tocante a los lobos deberíamos someternos a la voluntad de Dios. De todos modos, eso significaría sólo la muerte y la libertad. Así es que me decidí por ella. Si la elección hubiera sido por mí, no me hubiera sido difícil decidirme; ¡era mil veces mejor encontrarse en medio de una jauría de lobos que en la tumba del vampiro! Por consiguiente, decidí continuar mi trabajo.

Sabía que había al menos tres tumbas que encontrar, las cuales estaban habitadas. De modo que busqué sin descanso, y encontré una de ellas. Estaba tendida en su sueño de vampiro, tan llena de vida y de voluptuosa belleza que me estremecí, como si me dispusiera a cometer un crimen. No pongo en duda que, en la antigüedad, a muchos hombres que se disponían a llevar a cabo una tarea como la mía les fallaran el corazón y los nervios. Por consiguiente, se retrasaba hasta que la misma belleza de la muerta viva lo hipnotizaba; y se quedaba allí, hasta que llegaba la puesta del sol y cesaba el sueño del vampiro. Entonces, los hermosos ojos de la mujer vampiro se abrían y lo miraban llenos de amor, y los labios voluptuosos se entreabrían para besar… El hombre es débil. Así había una víctima más en la guarida del vampiro; ¡uno más que engrosaba las filas terribles de los muertos vivos…!

Desde luego, existe cierta fascinación, puesto que me conmuevo ante la sola presencia de una mujer tan bella, aun cuando esté tendida en una tumba destartalada por los años y llena del polvo de varios siglos, aunque había ese olor horrible que flotaba en la guarida del conde. Sí; me sentía turbado… Yo, van Helsing, a pesar de mis propósitos y de mis motivos de odios…, sentía la necesidad de un retraso que parecía paralizar mis facultades y aferrarme el alma misma. Era posible que la necesidad de sueño natural y la extraña opresión del aire me estuvieran abrumando. Estaba seguro de que me estaba dejando dominar por el sueño; el sueño con los ojos abiertos de una persona que se entrega a una dulce fascinación, cuando llegó a través del aire silencioso y lleno de nieve un gemido muy prolongado, tan lleno de aflicción y de pesar, que me despertó como si hubiera sido una trompeta, puesto que era la voz de la señora Mina la que estaba oyendo.

Luego, me dediqué a mi horrible tarea y descubrí, levantando las losas de las tumbas, a otra de las hermanas, la otra morena. No me detuve a mirarla, como lo había hecho con su hermana, por miedo de quedar fascinado otra vez; continúo buscando hasta que, de pronto, descubro en una gran tumba que debió ser construida para una mujer muy amada, a la otra hermana, a la que, como mi amigo Jonathan, he visto materializarse de la niebla. Era tan agradable de contemplar, de una belleza tan radiante y tan exquisitamente voluptuosa, que el mismo instinto de hombre en mí, que exigía parte de mi sexo para amar y proteger a una de ellas, hizo que mi cabeza girara con una nueva emoción. Pero, gracias a Dios, aquel lamento prolongado de mi querida señora Mina no había cesado todavía en mis oídos y, antes de que el hechizo pudiera afectarme otra vez, ya me había decidido a llevar a cabo mi terrible trabajo. Había registrado todas las tumbas de la capilla, según creo, y como solamente había habido cerca de nosotros, durante la noche, tres de esos fantasmas de muertas vivas, supuse que no había más muertas vivas activas que ellas. Había una gran tumba, más señorial que todas las demás, enorme y de nobles proporciones. Sobre ella había escrita una sola palabra: DRÁCULA

Así pues, aquella era la tumba del Rey Vampiro, al que se debían tantos otros. El hecho de que estuviese vacía fue lo suficientemente elocuente como para asegurarme de lo que ya sabía. Antes de comenzar a restaurar a aquellas mujeres a su calidad de muertas verdaderas, por medio de mi horrible trabajo, dejé una parte de la hostia sagrada en la tumba de Drácula, haciendo así que la entrada le fuera prohibida y que permaneciera eternamente como muerto vivo.

Entonces comenzó mi terrible tarea, y tuve horror de ella. Si solamente hubiera sido una, no resultaría difícil, relativamente. Pero, ¡eran tres! Tenía que recomenzar dos veces después de haber llegado al colmo del horror. Puesto que si fue terrible con la dulce Lucy, ¿cómo no iba a serlo con aquellas desconocidas, que habían sobrevivido durante varios siglos y que habían sido fortalecidas por el paso de los años? Si pudieran, ¿lucharían por sus horrendas vidas…?

¡Oh, amigo John, era un trabajo de carnicero! Si no me hubiera dado ánimos el pensar en otros muertos y en los vivos sobre los que pesaba un error semejante, no habría podido hacerlo. No ceso de temblar todavía, aunque hace tiempo ya que el trabajo ha concluido. Gracias a Dios, mis nervios no me traicionaron. Si no hubiera visto el reposo en primer lugar y la alegría que se extendió sobre el rostro del cadáver un momento antes de que comenzara la disolución, como demostración de que un alma había sido liberada, no hubiera podido concluir mi carnicería. No hubiera podido soportar el terrible ruido de la estaca al penetrar, los labios cubiertos de espuma sanguinolenta, ni el retorcerse del cuerpo. Debí dejar mi trabajo sin terminar, huyendo aterrorizado de allí, pero, ¡ya está concluido! Y en cuanto a las pobres almas, puedo ahora sentir lástima por ellas y derramar lágrimas, puesto que vi la paz que se extendía sobre sus rostros, antes de desaparecer. Puesto que, amigo John, apenas había cortado con mi cuchillo la cabeza de todas ellas, cuando los cuerpos comenzaron a desintegrarse hasta convertirse en el polvo natural, como si la muerte que debía haberse producido varios siglos antes, se hubiera finalmente establecido con firmeza, proclamando: "¡Aquí estoy!"

Antes de salir del castillo, cerré las puertas de tal modo, que nunca volviera a poder entrar el conde como muerto vivo.

Cuando entré en el círculo sagrado, en cuyo interior dormía la señora Mina, despertó y, al verme, me dijo llorando que yo había soportado ya demasiado.

-¡Vámonos! -dijo-. ¡Alejémonos de este horrible lugar! Vamos a salir al encuentro de mi esposo, que ya está en camino hacia nosotros; lo sé.

Tenía un aspecto frágil, pálido y débil, pero sus ojos estaban puros y brillaban con fervor. Estaba contento de ver su palidez y su aspecto enfermizo, ya que mi mente estaba todavía llena del horror producido al ver aquel sueño de las mujeres vampiros.

Así, con confianza y esperanza y, sin embargo, llenos de temor, nos dirigimos hacia el este, para reunirnos con nuestros amigos y con él, puesto que la señora Mina dice que sabe que vienen a nuestro encuentro.

Del diario de Mina Harker

6 de noviembre. Estaba ya bastante avanzada la tarde cuando el profesor y yo nos pusimos en marcha hacia el este, por donde sabía yo que se estaba acercando Jonathan. No avanzamos rápidamente, debido a que el terreno era muy en pendiente y teníamos que llevar con nosotros pesadas pieles y abrigos, porque no deseábamos correr el riesgo de permanecer sin ropas calientes en medio del frío y de la nieve. Además, tuvimos que llevarnos parte de nuestras provisiones, ya que estábamos en una comarca absolutamente desolada y, en toda la extensión que abarcaba nuestra mirada, sobre la nieve, no se veía ningún lugar habitado. Cuando hubimos recorrido aproximadamente kilómetro y medio, me sentí cansada por la pesada caminata, y me senté un momento a descansar. Entonces, miramos atrás y vimos el lugar en que el altivo castillo de Drácula destacaba contra el cielo, debido a que estábamos en un lugar tan bajo con respecto a la colina sobre la que se levantaba, que los Cárpatos se encontraban muy lejos detrás de él.

Lo vimos en toda su grandeza, casi pendiente sobre un precipicio enorme, y parecía que había una gran separación entre la cima y las otras montañas que lo rodeaban por todos lados. Alcanzábamos a oír el aullido distante de los lobos. Estaban muy lejos, pero el sonido, aunque amortiguado por la nieve, era horripilante. Comprendí por el modo en que el profesor van Helsing estaba mirando a nuestro alrededor, que estaba buscando un punto estratégico en donde estaríamos menos expuestos en caso de ataque. El camino real continuaba hacia abajo y podíamos verlo a pesar de la nieve que lo cubría.

Al cabo de un momento, el profesor me hizo señas y, levantándome, me dirigí hacia él. Había encontrado un lugar magnífico; una especie de hueco natural en una roca, con una entrada semejante a una puerta, entre dos peñascos. Me tomó de la mano y me hizo entrar.

-¡Vea! -me dijo-. Aquí estará usted a salvo, y si los lobos se acercan, podrá recibirlos uno por uno.

Llevó al interior todas nuestras pieles y me preparó un lecho cómodo; luego, sacó algunas provisiones y me obligó a consumirlas. Pero no podía comer, e incluso el tratar de hacerlo me resultaba repulsivo; aunque me hubiera gustado mucho poder complacerlo, no pude hacerlo. Pareció muy entristecido. Sin embargo, no me hizo ningún reproche. Sacó de su estuche sus anteojos y permaneció en la parte más alta de la roca, examinando cuidadosamente el horizonte. Repentinamente, gritó:

-¡Mire, señora Mina! ¡Mire! ¡Mire!

Me puse en pie de un salto y ascendí a la roca, deteniéndome a su lado; me tendió los anteojos y señaló con el dedo. La nieve caía con mayor fuerza y giraba en torno nuestro con furia, debido a que se había desatado un viento muy fuerte. Sin embargo, había veces en que la ventisca se calmaba un poco y lograba ver una gran extensión de terreno. Desde la altura en que nos encontrábamos, era posible ver a gran distancia y, a lo lejos, más allá de la blanca capa de nieve, el río que avanzaba formando meandros, como una cinta negra, justamente frente a nosotros y no muy lejos…, en realidad tan cerca, que me sorprendió que no los hubiéramos visto antes, avanzaba un grupo de hombres montados a caballo, que se apresuraban todo lo que podían. En medio de ellos llevaban una carreta, un vehículo largo que se bamboleaba de un lado a otro, como la cola de un perro, cuando pasaba sobre alguna desigualdad del terreno. En contraste con la nieve, tal y como aparecían, comprendí por sus ropas que debía tratarse de campesinos o de guanos.

Sobre la carreta había una gran caja cuadrada, y sentí que mi corazón comenzaba a latir fuertemente debido a que presentía que el fin estaba cercano. La noche se iba acercando ya, y sabía perfectamente que, a la puesta del sol, la cosa que estaba encerrada en aquella caja podría salir y, tomando alguna de las formas que estaban en su poder, eludir la persecución. Aterrorizada, me volví hacia el profesor y vi consternada que ya no estaba a mi lado. Un instante después lo vi debajo de mí. Alrededor de la roca había trazado un círculo, semejante al que había servido la noche anterior para protegernos. Cuando lo terminó, se puso otra vez a mi lado, diciendo:

-¡Al menos estará usted aquí a salvo de él!

Me tomó los anteojos de las manos, y al siguiente momento de calma recorrió con la mirada todo el terreno que se extendía a nuestros pies.

-Vea -dijo-: se acercan rápidamente, espoleando los caballos y avanzando tan velozmente como el camino se lo permite -hizo una pausa y, un instante después, continuó, con voz hueca-: Se están apresurando a causa de que está cerca la puesta del sol. Es posible que lleguemos demasiado tarde. ¡Que se haga la voluntad del Señor!

Volvió a caer otra vez la nieve con fuerza, y todo el paisaje desapareció. Sin embargo, pronto se calmó y, una vez más, el profesor escudriñó la llanura con ayuda de sus anteojos. Luego, gritó repentinamente:

-¡Mire! ¡Mire! ¡Mire! Vea: dos jinetes los siguen rápidamente, procedentes del sur. Deben ser Quincey y John. Tome los anteojos. ¡Mire antes de que la nieve nos impida ver otra vez!

Tomé los anteojos y miré. Los dos hombres podían ser el señor Morris y el doctor Seward. En todo caso, estuve segura de que ninguno de ellos era Jonathan. Al mismo tiempo, sabía que Jonathan no se encontraba lejos; mirando en torno mío, vi al norte del grupo que se acercaban otros dos hombres, que galopaban a toda la velocidad que podían desarrollar sus monturas. Comprendí que uno de ellos era Jonathan y, por supuesto, supuse que el otro debía ser lord Godalming. Ellos también estaban persiguiendo al grupo de la carreta. Cuando se lo dije al profesor, saltó de alegría, como un escolar y, después de mirar atentamente, hasta que otra ventisca de nieve hizo que toda visión fuera imposible, preparó su Winchester, colocándolo sobre uno de los peñascos, preparado para disparar.

-Están convergiendo todos -dijo-. Cuando llegue el momento, tendremos gitanos por todos lados.

Saqué mi revólver y lo mantuve a punto de disparar, ya que, mientras hablábamos, el aullido de los lobos sonó mucho más cerca. Cuando la tormenta de nieve se calmó un poco, volvimos a mirar. Era extraño ver la nieve que caía con tanta fuerza en el lugar en que nosotros nos encontrábamos y, un poco más allá, ver brillar el sol, cada vez con mayor intensidad, acercándose cada vez más a la línea de montañas. Al mirar en torno nuestro, pude ver manchas que se desplazaban sobre la nieve, solas, en parejas o en tríos y en grandes números… Los lobos se estaban reuniendo para atacar a sus presas.

Cada instante que pasaba parecía una eternidad, mientras esperábamos. El viento se hizo de pronto más fuerte y la nieve caía con furia, girando sobre nosotros sin descanso. A veces no llegábamos a ver ni siquiera a la distancia de nuestros brazos extendidos; pero en otros momentos, el aire se aclaraba y nuestra mirada abarcaba todo el paisaje. Durante los últimos tiempos nos habíamos acostumbrado tanto a esperar la salida y la puesta del sol, que sabíamos exactamente cuándo iba a producirse. No faltaba mucho para el ocaso. Era difícil creer que, de acuerdo con nuestros relojes, hacía menos de una hora que estábamos sobre aquella roca, esperando, mientras los tres grupos de jinetes convergían sobre nosotros. El viento se fue haciendo cada vez más fuerte y soplaba de manera más regular desde el norte. Parecía que las nubes cargadas de nieve se habían alejado de nosotros, porque había cesado, salvo copos ocasionales. Resultaba bastante extraño que los perseguidos no se percataran de que eran perseguidos, o que no se preocuparan en absoluto de ello. Sin embargo, parecían apresurarse cada vez más, mientras el sol descendía sobre las cumbres de las montañas.

Se iban acercando… El profesor y yo nos agazapamos detrás de una roca y mantuvimos nuestras armas preparadas para disparar. Comprendí que estaba firmemente determinado a no dejar que pasaran. Ninguno de ellos se había dado cuenta de nuestra presencia.

Repentinamente, dos voces gritaron con fuerza:

-¡Alto!

Una de ellas era la de mi Jonathan, que se elevaba en tono de pasión; la otra era la voz resuelta y de mando del señor Morris. Era posible que los gitanos no comprendieran la lengua, pero el tono en que fue pronunciada esa palabra no dejaba lugar a dudas, sin que importara en absoluto en qué lengua había sido dicha.

Instintivamente, tiraron de las riendas y, de pronto, lord Godalming y Jonathan se precipitaron hacia uno de los lados y el señor Morris y el doctor Seward por el otro. El líder de los gitanos, un tipo de aspecto impresionante que montaba a caballo como un centauro, les hizo un gesto, ordenándoles retroceder y, con voz furiosa, les dio a sus compañeros orden de entrar en acción. Espolearon a los caballos que se lanzaron hacia adelante, pero los cuatro jinetes levantaron sus rifles Winchester y, de una manera inequívoca, les dieron la orden de detenerse. En ese mismo instante, el doctor van Helsing y yo nos pusimos en pie detrás de las rocas y apuntamos a los gitanos con nuestras armas. Viendo que estaban rodeados, los hombres tiraron de las riendas y se detuvieron. El líder se volvió hacia ellos, les dio una orden y, al oírla, todos los gitanos echaron mano a las armas de que disponían, cuchillos o pistolas, y se dispusieron a atacar. El resultado no se hizo esperar.

El líder, con un rápido movimiento de sus riendas, lanzó su caballo hacia el frente, dirigiéndose primeramente hacia el sol, que estaba ya muy cerca de las cimas de las montañas y, luego, hacia el castillo, diciendo algo que no pude comprender. Como respuesta, los cuatro hombres de nuestro grupo desmontaron de sus caballos y se lanzaron rápidamente hacia la carreta. Debía haberme sentido terriblemente aterrorizada al ver a Jonathan en un peligro tan grande, pero el ardor de la batalla se había apoderado de mí, lo mismo que de todos los demás; no tenía miedo, sino un deseo salvaje y apremiante de hacer algo. Viendo el rápido movimiento de nuestros amigos, el líder de los gitanos dio una orden y sus hombres se formaron instantáneamente en torno a la carreta, en una formación un tanto indisciplinada, empujándose y estorbándose unos a otros, en su afán por ejecutar la orden con rapidez.

En medio de ellos, alcancé a ver a Jonathan que se abría paso por un lado hacia la carreta, mientras el señor Morris lo hacia por el otro. Era evidente que tenían prisa por llevar a cabo su tarea antes de que se pusiera el sol. Nada parecía poder de tenerlos o impedirles el paso: ni las armas que les apuntaban, ni los cuchillos de los gitanos que estaban formados frente a ellos, ni siquiera los aullidos de los lobos a sus espaldas parecieron atraer su atención. La impetuosidad de Jonathan y la firmeza aparente de sus intenciones parecieron abrumar a los hombres que se encontraban frente a él, puesto que, instintivamente, retrocedieron y lo dejaron pasar. Un instante después, subió a la carreta y, con una fuerza que parecía increíble, levantó la caja y la lanzó al suelo, sobre las ruedas. Mientras tanto, el señor Morris había tenido que usar la fuerza para atravesar el círculo de gitanos. Durante todo el tiempo en que había estado observando angustiada a Jonathan, vi con el rabillo del ojo a Quincey que avanzaba, luchando desesperadamente entre, los cuchillos de los gitanos que brillaban al sol y se introducían en sus carnes. Se había defendido con su puñal y, finalmente, creí que había logrado pasar sin ser herido, pero cuando se plantó de un salto al lado de Jonathan, que se había bajado ya de la carreta, pude ver que con la mano izquierda se sostenía el costado y que la sangre brotaba entre sus dedos. Sin embargo, no se dejó acobardar por eso, puesto que Jonathan, con una energía desesperada, estaba atacando la madera de la caja, con su gran cuchillo kukri, para quitarle la tapa, y Quincey atacó frenéticamente el otro lado con su puñal. Bajo el esfuerzo de los dos hombres, la tapa comenzó a ceder y los clavos salieron con un chirrido seco. Finalmente, la tapa de la caja cayó a un lado.

Para entonces, los gitanos, viéndose cubiertos por los Winchesters y a merced de lord Godalming y del doctor Seward, habían cedido y ya no presentaban ninguna resistencia. El sol estaba casi escondido ya entre las cimas de las montañas y las sombras de todo el grupo se proyectaban sobre la tierra. Vi al conde que estaba tendido en la caja, sobre la tierra, parte de la cual había sido derramada sobre él, a causa de la violencia con que la caja había caído de la carreta. Estaba profundamente pálido, como una imagen de cera, y sus ojos rojos brillaban con la mirada vengadora y horrible que tan bien conocía yo.

Mientras yo lo observaba, los ojos vieron el sol que se hundía en el horizonte y su expresión de odio se convirtió en una de triunfo.

Pero, en ese preciso instante, surcó el aire el terrible cuchillo de Jonathan. Grité al ver que cortaba la garganta del vampiro, mientras el puñal del señor Morris se clavaba en su corazón.

Fue como un milagro, pero ante nuestros propios ojos y casi en un abrir y cerrar de ojos, todo el cuerpo se convirtió en polvo, y desapareció.

Me alegraré durante toda mi vida de que, un momento antes de la disolución del cuerpo, se extendió sobre el rostro del vampiro una paz que nunca hubiera esperado que pudiera expresarse.

El castillo de Drácula destacaba en aquel momento contra el cielo rojizo, y cada una de las rocas de sus diversos edificios se perfilaba contra la luz del sol poniente.

Los gitanos, considerándonos responsables de la desaparición del cadáver, volvieron grupas a sus caballos y se alejaron a toda velocidad, como si temieran por sus vidas. Los que iban a pie saltaron sobre la carreta y les gritaron a los jinetes que no los abandonaran. Los lobos, que se mantenían a respetable distancia, los siguieron y nos dejaron solos.

El señor Morris, que se había desplomado al suelo con la mano apretada sobre su costado, veía la sangre que salía entre sus dedos. Corrí hacia él, debido a que el círculo sagrado no me impedía ya el paso; lo mismo hicieron los dos médicos. Jonathan se arrodilló a su lado y el herido hizo que su cabeza reposara sobre su hombro. Con un suspiro me tomó una mano con la que no tenía manchada de sangre. Debía estar viendo la angustia de mi corazón reflejada en mi rostro, ya que me sonrió y dijo:

-¡Estoy feliz de haber sido útil! ¡Oh, Dios! -gritó repentinamente, esforzándose en sentarse y señalándome-. ¿Vale la pena morir por eso? ¡Miren! ¡Miren!

El sol estaba ya sobre los picos de las montañas y los rayos rojizos caían sobre mi rostro, de tal modo que estaba bañada en un resplandor rosado. Con un solo impulso, los hombres cayeron de rodillas y dijeron: "Amén", con profunda emoción, al seguir con la mirada lo que Quincey señalaba. El moribundo habló otra vez:

-¡Gracias, Dios mío, porque todo esto no ha sido en vano! ¡Vean! ¡Ni la nieve está más limpia que su frente! ¡La maldición ha concluido!

Y, ante nuestro profundo dolor, con una sonrisa y en silencio, murió un extraordinario caballero.

NOTA

Hace siete años, todos nosotros atravesamos las llamas; y por la felicidad de que gozamos desde entonces algunos de nosotros, creo que bien vale la pena haber sufrido tanto. Para Mina y para mí es una alegría suplementaria el hecho de que el cumpleaños de nuestro hijo sea el mismo día en que murió Quincey Morris. Su madre tiene la creencia, en secreto, aunque yo lo sé, de que parte del espíritu de nuestro querido amigo ha pasado al niño. Su conjunto de nombres enlaza los de todo nuestro grupo de hombres, pero lo llamamos Quincey.

Durante el verano de este año, hicimos un viaje a Transilvania, recorriendo el terreno que para nosotros estaba y está tan lleno de terribles recuerdos. Nos resultó casi imposible creer que las cosas que habíamos visto con nuestros propios ojos y oído con nuestros oídos, hubieran podido existir. Todo rastro de aquello ha desaparecido por completo. El castillo permanece como antes, elevándose ante un paisaje lleno de desolación.

Cuando volvimos a casa, hablamos de los viejos tiempos… que podíamos recordar sin sentir desesperación, puesto que tanto Godalming como Seward son felices en sus matrimonios. Saqué los papeles de la caja fuerte en que se han encontrado guardados desde nuestro regreso, hace tanto tiempo.

Nos sorprendimos al ver que todo el conjunto de papeles que componen la totalidad de los registros, no puede decirse que constituyan un auténtico documento; solamente son un montón de papeles mecanografiados, con excepción de las últimas notas tomadas por Mina, por el doctor Seward y por mí mismo, así como el memorando del doctor van Helsing. No podemos pedirle a nadie, ni aunque lo deseemos, aceptar ese montón de papeles como prueba de una historia tan terrible. Van Helsing resumió todo cuando dijo, teniendo a nuestro hijito sobre sus rodillas:

-No necesitamos pruebas. ¡No le pedimos a nadie que nos crea! Este muchacho sabrá alguna vez lo valerosa y extraordinaria que es su madre. Ahora, ya conoce su dulzura y su cariño; más adelante, comprenderá cómo la amaban algunos hombres, que tanto arriesgaron por su bien.

JONATHAN HARKER.

RESUMEN DEL LIBRO DRÁCULA,

AUTOR: ABRAHAM STOKER

 

Enviado por:

Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®

www.monografias.com/usuario/perfiles/ing_lic_yunior_andra_s_castillo_s/monografias

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13
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