Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Resumen del libro Drácula, de Abraham Stoker (página 4)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13

Al poco tiempo, el reflector descubrió a alguna distancia una goleta con todas sus velas desplegadas, aparentemente el mismo navío que había sido avistado esa misma noche. A esas horas, el viento había retrocedido hacia el este, y un temblor recorrió a todos los espectadores del acantilado cuando presenciaron el terrible peligro en el que se encontraba la nave. Entre ella y el puerto había un gran arrecife plano sobre el cual han chocado de tiempo en tiempo tantos buenos barcos, y que, con el viento soplando en esa dirección, sería un obstáculo casi imposible de franquear en caso de que intentase ganar la entrada del puerto. Ya era casi la hora de la marea alta, pero las olas eran tan impetuosas que en sus senos casi se hacían visibles las arenas de la playa, y la goleta, con todas las velas desplegadas, se precipitaba con tanta velocidad que, en las palabras de un viejo lobo de mar, "debía de llegar a alguna parte, aunque sólo fuese al infierno".

Luego llegó otra ráfaga de niebla marina, más espesa que todas las anteriores; una masa de neblina húmeda que pareció envolver a todas las cosas como un sudario gris y dejó asequible a los hombres sólo el órgano del oído, pues el ruido de la tempestad, el estallido de los truenos y el retumbo de las poderosas oleadas que llegaban a través del húmedo ambiente eran más fuertes que nunca. Los rayos del reflector se mantuvieron fijos en la boca del puerto a través del muelle del este, donde se esperaba el choque, y los hombres contuvieron la respiración. Repentinamente, el viento cambió hacia el noreste, y el resto de la niebla marina se diluyó; y entonces, mirabile dictu, entre los muelles, levantándose de ola en ola a medida que avanzaba a gran velocidad, entró la rara goleta con todas sus velas desplegadas y alcanzó el santuario del puerto. El reflector la siguió, y un escalofrío recorrió a todos los que la vieron, pues atado al timón había un cuerpo, con la cabeza caída, que se balanceaba horriblemente hacia uno y otro lado con cada movimiento del barco. No se podía ver ninguna otra forma sobre cubierta.

Un gran estado de reverencia y temor sobrecogió a todos cuando vieron que el barco, como por milagro, había encontrado el puerto, ¡guiado solamente por las manos de un hombre muerto! Sin embargo, todo se llevó a cabo más rápidamente de lo que tardo en escribir estas palabras. La goleta no se detuvo, sino que, navegando velozmente a través del puerto, embistió en un banco de arena y grava lavado por muchas mareas y muchas tormentas, situado en la esquina sureste del muelle que sobresale bajo East Cliff, y que localmente es conocido como el muelle Tate Hill.

Por supuesto que cuando la nave embistió contra el montón de arena se produjo una sacudida considerable. Cada verga, lazo y montante sufrió la sacudida, y una parte del mástil principal se vino abajo. Pero lo más extraño de todo fue que, en el mismo instante en que tocó la orilla, un perro inmenso saltó a cubierta desde abajo, y como si hubiese sido proyectado por el golpe, corrió hacia adelante y saltó desde la proa a la arena. Corriendo directamente hacia el empinado acantilado donde el cementerio de la iglesia cuelga sobre la callejuela que va hacia el muelle del este, tan pronunciadamente que algunas de las lápidas (" transatlánticas" o "piedras atravesadas", como las llaman vernacularmente aquí en Whitby) se proyectan de hecho donde el acantilado que la sostenía se ha derrumbado, y desapareció en la oscuridad, que parecía intensificada justamente más allá de la luz del reflector.

Sucedió que por casualidad en aquellos momentos no había nadie en el muelle de Tate Hill, pues todos aquellos cuyas casas se encontraban en la proximidad estaban, o en cama, o habían subido a las alturas para ver mejor. Por eso el capitán del guardacostas de turno en el lado este del puerto, que de inmediato corrió hacia el pequeño muelle, fue el primero que pudo subir a bordo. Los hombres que manejaban el reflector, después de escudriñar la entrada al puerto sin ver nada, dirigieron la luz hacia el buque abandonado y la mantuvieron allí. El capitán del guardacostas corrió sobre la cubierta de popa, y cuando llegó al lado de la rueda se inclinó para examinarla, y retrocedió de pronto como si estuviera bajo una fuerte emoción. Esto pareció picar la curiosidad general y un buen número de personas comenzaron a correr. Es un buen trecho el que hay desde West Cliff pasando por el puente de Drawbridge hasta el muelle de Tate Hill, pero su corresponsal es un corredor bastante bueno, y llegué con buena ventaja sobre el resto de la gente. Sin embargo, cuando llegué, encontré en el muelle a una muchedumbre que ya se había reunido, y a la cual el capitán del guardacostas y la policía no permitían subir a bordo. Por cortesía del jefe de marineros se me permitió, como corresponsal que soy, subir a bordo, y fui uno de los del pequeño grupo que vio al marinero muerto mientras se encontraba todavía atado a la rueda del timón.

No era de extrañar que el capitán del guardacostas se hubiera sorprendido, o que hubiera sentido temor, pues no es muy común que puedan verse cosas semejantes. El hombre estaba simplemente atado de manos, una sobre otra, a la cabilla de la rueda del timón. Entre su mano derecha y la madera había un crucifijo, estando los rosarios con los cuales se encontraba sujeto tanto alrededor de sus puños como de la rueda, y todo fuertemente atado por las cuerdas que lo amarraban. El pobre sujeto puede ser que haya estado sentado al principio, pero el aleteo y golpeteo de las velas habían hecho sus efectos en el timón de la rueda y lo arrastraron hacia uno y otro lado, de tal manera que las cuerdas con que estaba atado le habían cortado la carne hasta el hueso. Una detallada descripción del estado de cosas fue hecha, y un médico, el cirujano J. M. Caffyn, de East Elliot Place, Nº 33, quien subió inmediatamente después de mí, declaró después de hacer un examen que el hombre debió haber estado muerto por lo menos durante dos días. En su bolsillo había una botella, cuidadosamente tapada con un corcho, y vacía, salvo por un pequeño rollo de papel, que resultó ser el apéndice del diario de bitácora.

El capitán del guardacostas dijo que el hombre debió haber atado sus propias manos apretando los nudos con sus dientes. El hecho de que el capitán del guardacostas fue el primero en subir a bordo, puede evitar algunas complicaciones más tarde en la Corte del Almirantazgo; pues los guardacostas no pueden reclamar el derecho de salvamento a que pueden optar todos los civiles que sean primeros en encontrar un barco abandonado.

Sin embargo, los funcionarios legales ya se están moviendo, y un joven estudiante de leyes está asegurando en altas y claras voces que los derechos del propietario ya están completamente sacrificados, siendo retenida su propiedad en contravención a los estatutos de manos muertas, ya que la caña del timón, como emblema, si no es prueba de posesión delegada, es considerada mano muerta. Es innecesario decir que el marinero muerto ha sido reverentemente retirado del lugar donde mantenía su venerable vigilancia y guardia (con una tenacidad tan noble como la del joven Casablanca), y ha sido colocado en el depósito de cadáveres en espera de futuras pesquisas.

Ya esta pasando la repentina tormenta, y su ferocidad está menguando; la gente se desperdiga en dirección a sus casas, y el cielo esta comenzando a enrojecer sobre la campiña de Yorkshire. Enviaré, a tiempo para su próxima edición, más detalles del barco abandonado que encontró tan milagrosamente la ruta hacia el puerto, en medio de la tormenta.

9 de agosto. La secuela al extraño arribo del barco abandonado en la tormenta de anoche es casi más asombrosa que el hecho mismo. Resulta que la goleta es rusa, de Varna, y que es llamada Demetrio. Está llena casi enteramente de lastre de arena de plata, con sólo una pequeña cantidad de carga: muchas cajas grandes de madera llenas de tierra. Esta carga estaba consignada a un procurador de Whitby, el señor S. F. Billington, de La Creciente, Nº 7, quien esta mañana fue a bordo y tomó posesión formal de los bienes consignados a nombre de él. El cónsul ruso, también, actuando por el lado del embarque, tomó posesión formal del barco y pagó todos los impuestos portuarios, etcétera. No se habla de otra cosa aquí que de la extraña coincidencia; los empleados del Ministerio de Comercio han sido exageradamente escrupulosos en ver que todos los trámites legales se cumplan de acuerdo con las disposiciones vigentes.

Como el asunto parece que va a ser "un milagro de nueve días", están evidentemente determinados a que no exista causa para mayores complicaciones. Se ha notado bastante interés por el perro que saltó a tierra cuando el barco encalló, y más de un miembro de la A. P. C. A., que es muy fuerte aquí en Whitby, ha tratado de hacerse cargo del animal. Pero para desconsuelo general, no ha sido posible encontrarlo en ningún lado; más bien parece que ha desaparecido por completo del pueblo. Muy bien puede ser que se encontrara aterrorizado y que haya corrido a refugiarse en los pantanos, donde posiblemente está todavía escondido. Hay algunos que miran con miedo esta última posibilidad pues podría ser que después se convirtiera en un peligro, ya que evidentemente se trata de una bestia feroz. Temprano esta mañana, un perro grande, un mastín mestizo perteneciente a un comerciante de carbón cercano al muelle de Tate Hill, apareció muerto en el camino situado enfrente al patio de su dueño. Había estado peleando, y, manifiestamente tuvo a un oponente salvaje, pues tenía la garganta desgarrada y su vientre estaba abierto como por una garra salvaje.

Más tarde. Por amabilidad del inspector del Ministerio de Comercio, se me ha permitido que eche una mirada al cuaderno de bitácora del Demetrio, que está en orden hasta hace tres días, pero que no contenía nada de especial interés, excepto lo relativo a los hechos de hombres desaparecidos. El mayor interés, sin embargo, se centra respecto al papel encontrado en la botella, que fue presentado hoy durante las averiguaciones; y puedo asegurar que un cuento más extraño como el que parece deducirse de ambas cosas, nunca se había atravesado en mi camino.

Como no hay motivos para guardar secreto, se me permite que los use y le envíe a usted un relato detallado, omitiendo simplemente detalles técnicos de marinería y de sobrecargo. Casi parece como si el capitán hubiese sido sobrecogido por una especie de manía antes de que hubiesen llegado mar adentro, y que ésta se continuara desarrollando persistentemente a través del viaje. Por supuesto, mi aseveración debe ser tomada cum grano, porque estoy escribiendo según lo dictado por un empleado del cónsul ruso, quien amablemente traduce para mí, ya que hay poco tiempo.

CUADERNO DE BITÁCORA DEL "DEMETRIO"

De Verna a Whitby

Escrito el 18 de julio. Pasan cosas tan extrañas, de las que mantendré de aquí en adelante una detallada información hasta que lleguemos a tierra.

El 6 de julio terminamos de embarcar el cargamento, arena de plata y cajas con tierra. Por la tarde zarpamos. Viento del este, fresco. Tripulación, cinco manos…, dos oficiales, cocinero y yo (capitán).

El 11 de julio al amanecer entramos al Bósforo. Subieron a bordo empleados turcos de la aduana. Propinas. Todo correcto. Reanudamos viaje a las 4 p. m.

12 de julio a través de los Dardanelos. Más empleados de aduana y barco insignia del escuadrón de guardia. Otra vez propinas. El trabajo de los oficiales detallado, pero rápido. Querían deshacerse de nosotros con prontitud. Al anochecer pasamos al archipiélago.

El 13 de julio pasamos cabo Matapán. La tripulación se encuentra insatisfecha por algo. Parece asustada, pero no dice por qué.

El 14 de julio estuve un tanto ansioso por la tripulación. Todos los hombres son de confianza y han navegado conmigo otras veces. El piloto tampoco pudo averiguar lo que sucede; sólo le dijeron que había algo, y se persignaron. El piloto perdió los estribos con uno de ellos ese día y le dio un puñetazo. Esperaba una pelea feroz, pero todo está tranquilo.

El 16 de julio el piloto informó en la mañana que uno de la tripulación, Petrovsky, ha desaparecido. No pudo dar más datos. Tomó guardia a babor a las ocho campanas, anoche; fue relevado por Abramov, pero no fue a acostarse a su litera. Los hombres, muy deprimidos, dijeron todos que ya esperaban algo parecido, pero no dijeron más sino que había algo a bordo. El piloto se está poniendo muy impaciente con ellos; temo más incidentes enojosos más tarde.

El 17 de julio, ayer, uno de los hombres, Olgaren, llegó a mi cabina y de una manera confidencial y temerosa me dijo que él pensaba que había un hombre extraño a bordo del barco. Me narró que en su guardia había estado escondido detrás de la cámara de cubierta, pues había lluvia de tormenta, cuando vio a un hombre alto, delgado, que no se parecía a ninguno de la tripulación, subiendo la escalera de la cámara y caminando hacia adelante sobre cubierta, para luego desaparecer. Lo siguió cautelosamente, pero cuando llegó cerca de la proa no encontró a nadie, y todas las escotillas estaban cerradas. Le entró un miedo pánico supersticioso, y temo que ese pánico pueda contagiarse a los demás. Adelantándome, hoy haré que registren todo el barco cuidadosamente, de proa a popa.

Más tarde ese mismo día reuní a toda la tripulación y les dije que, como ellos evidentemente pensaban que había alguien en el barco, lo registraríamos de proa a popa.

El primer oficial se enojó; dijo que era una tontería, y que ceder ante tan tontas ideas desmoralizaría más a los hombres; dijo que él se comprometía a mantenerlos en orden a punta de garrote. Lo dejé a él encargado del timón, mientras el resto comenzaba a buscar, manteniéndonos todos unos al lado de otros, con linternas; no dejamos una esquina sin registrar. Como todo lo que había eran unas grandes cajas de madera, no había posibles resquicios donde un hombre se pudiera esconder. Los hombres estaban mucho más aliviados cuando terminamos el registro, y se dedicaron a sus faenas con alegría. El primer oficial refunfuñó, pero no dijo nada más.

22 de julio. Los últimos tres días, tiempo malo, y todas las manos ocupadas en las velas: no hay tiempo para estar asustados. Los hombres parecen haber olvidado sus temores. El piloto, alegre otra vez, y todo marcha muy bien. Elogié a los hombres por su magnífica labor durante el mal tiempo. Pasamos Gibraltar y salimos de los estrechos.

Todo bien.

24 de julio. Parece que pesa una maldición sobre este barco. Ya teníamos una mano menos, y al entrar en la bahía de Vizcaya con un tiempo de los diablos, otro hombre ha desaparecido anoche, sin dejar rastro. Como el primero, dejó su guardia y no se lo volvió a ver. Todos los hombres tienen un miedo pánico; envié una orden aceptando su solicitud de que se hagan guardias dobles, pues tienen miedo de estar solos. El piloto, furioso. Temo que podamos tener algunos problemas, ya que o él o los hombres pueden emplear la violencia.

28 de julio. Cuatro días de infierno, bamboleándonos en una especie de tifón, y con vientos tempestuosos. Nadie ha podido dormir. Todos los hombres están cansados. Apenas sé cómo montar una guardia, ya que ninguno está en condiciones de seguir adelante. El segundo oficial se ofreció voluntariamente a timonear y hacer guardia, permitiendo así que los hombres pudieran dormir un par de horas. El viento está amainando; el mar todavía terrorífico, pero se siente menos, ya que el barco ha ganado estabilidad.

29 de julio. Otra tragedia. Esta noche tuvimos guardia sencilla, ya que la tripulación está muy cansada para hacerla doble. Cuando la guardia de la mañana subió a cubierta no pudo encontrar a nadie a excepción del piloto. Comenzó a gritar y todos subieron a cubierta. Minucioso registro, pero no se encontró a nadie. Ahora estamos sin segundo oficial, y con la tripulación en gran pánico. El piloto y yo acordamos ir siempre armados de ahora en adelante, y acechar cualquier señal de la causa.

30 de julio. Noche. Todos regocijados pues nos acercamos a Inglaterra. Tiempo magnífico, todas las velas desplegadas. Me retiré por agotamiento; dormí profundamente; fui despertado por el oficial diciéndome que ambos hombres, el de guardia y el piloto, habían desaparecido. Sólo quedamos dos tripulantes, el primer oficial y yo, para gobernar el barco.

1 de agosto. Dos días de niebla y sin avistar una vela. Había esperado que en Canal de la Mancha podríamos hacer señales pidiendo auxilio o llegar a algún lado. No teniendo fuerzas para trabajar las velas, tenemos que navegar con el viento. No nos atrevemos a arriarlas, porque no podríamos izarlas otra vez. Parece que se nos arrastra hacia un terrible desenlace. El primer oficial está ahora más desmoralizado que cualquiera de los hombres. Su naturaleza más fuerte parece que ha trabajado en su interior inversamente en contra de él. Los hombres están más allá del miedo, trabajando fuerte y pacientemente, con sus mentes preparadas para lo peor. Son rusos; él es rumano.

2 de agosto, medianoche. Me desperté después de pocos minutos de dormir escuchando un grito, que parecía dado al lado de mi puerta. No podía ver nada por la neblina. Corrí a cubierta y choqué contra el primer oficial. Me dice que escuchó el grito y corrió, pero no había señales del hombre que estaba de guardia. Otro menos. ¡Señor, ayúdanos! El primer oficial dice que ya debemos haber pasado el estrecho de Dover, pues en un momento en que se aclaró la niebla alcanzó a ver North Foreland, en el mismo instante en que escuchó el grito del hombre. Si es así, estamos ahora en el Mar del Norte, y sólo Dios puede guiarnos en esta niebla, que parece moverse con nosotros; y Dios parece que nos ha abandonado.

3 de agosto. A medianoche fui a relevar al hombre en el timón y cuando llegué no encontré a nadie ahí. El viento era firme, y como navegamos hacia donde nos lleve, no había ningún movimiento. No me atreví a dejar solo el timón, por lo que le grité al oficial. Después de unos segundos subió corriendo a cubierta en sus franelas. Traía los ojos desorbitados y el rostro macilento, por lo que temo mucho que haya perdido la razón. Se acercó a mí y me susurró con voz ronca, colocando su boca cerca de mi oído, como si temiese que el mismo aire escuchara: "Está aquí; ahora lo sé. Al hacer guardia anoche lo vi, un hombre alto y delgado y sepulcralmente pálido. Estaba cerca de la proa, mirando hacia afuera. Me acerqué a él a rastras y le hundí mi cuchillo; pero éste lo atravesó, vacío como el aire." Al tiempo que hablaba sacó su cuchillo y empezó a moverlo salvajemente en el espacio. Luego, continuó: "Pero como está aquí, lo encontraré. Está en la bodega, quizá en una de esas cajas. Las destornillaré una por una y veré. Usted, sujete el timón." Y, con una mirada de advertencia, poniéndose el dedo sobre los labios, se dirigió hacia abajo. Se estaba alzando un viento peligroso, y yo no podía dejar el timón. Lo vi salir otra vez a cubierta con una caja de herramientas y una linterna y descender por la escotilla delantera. Está loco; completamente delirante de locura, y no tiene sentido que trate de detenerlo. No puede hacer daño a esas grandes cajas: están detalladas como "arcilla", y que las arrastre de un lado a otro no tiene ninguna importancia. Así es que aquí me quedo, cuido del timón y escribo estas notas.

Sólo puedo confiar en Dios y esperar a que la niebla se aclare. Entonces, si puedo pilotear la nave hacia cualquier puerto con el viento que haya, arriaré las velas y me quedaré descansando, haciendo señales, pidiendo auxilio…

Ya casi todo ha terminado. Justamente cuando estaba comenzando a pensar que el primer oficial podría regresar más calmado, pues lo escuché martillando algo en la bodega, y trabajar le hace bien, subió por la escotilla un grito repentino que me heló la sangre; y apareció él sobre cubierta como disparado por un arma, completamente loco, con los ojos girando y el rostro convulso por el miedo. "¡Sálvame, sálvame!", gritó, y luego miró a su alrededor al manto de neblina. Su horror se volvió desesperación, y con voz tranquila dijo: "Sería mejor que usted también viniera, capitán, antes de que sea demasiado tarde. Está aquí. Ahora conozco el secreto. ¡El mar me salvará de él, y es todo lo que queda!" Antes de que yo pudiera decir una palabra, o pudiera adelantarme para detenerlo, saltó a la amura, y deliberadamente se lanzó al mar. Supongo que ahora yo también conozco el secreto. Fue este loco el que despachó a los hombres uno a uno y ahora él mismo los ha seguido. ¡Dios me ayude! ¿Cómo voy a poder dar parte de todos estos horrores cuando llegue a puerto? ¡Cuando llegue a puerto! ¿Y cuándo será eso?

4 de agosto. Todavía niebla, que el sol no puede atravesar. Sé que el sol ha ascendido porque soy marinero, pero no sé por qué otros motivos. No me atrevo a ir abajo; no me atrevo a abandonar el timón; así es que pasé aquí toda la noche, y en la velada oscuridad de la noche lo vi, ¡a él! Dios me perdone, pero el oficial tuvo razón al saltar por la borda. Era mejor morir como un hombre; la muerte de un marinero en las azules aguas del mar no puede ser objetada por nadie. Pero yo soy el capitán, y no puedo abandonar mi barco. Pero yo frustraré a este enemigo o monstruo, pues cuando las fuerzas comiencen a fallarme ataré mis manos al timón, y junto con ellas ataré eso a lo cual esto -¡él! no se atreve a tocar; y entonces, venga buen viento o mal viento, salvaré mi alma y mi honor de capitán. Me estoy debilitando, y la noche se acerca. Si puede verme otra vez a la cara pudiera ser que no tuviese tiempo de actuar… Si naufragamos, tal vez se encuentre esta botella, y aquellos que me encuentren comprenderán; si no… Bien, entonces todos los hombre sabrán que he sido fiel a mi juramento. Dios y la Virgen Santísima y los santos ayuden a una pobre alma ignorante que trata de cumplir con su deber…

Por supuesto, el veredicto fue de absolución. No hay evidencia que aducir; y si fue el hombre mismo quien cometió los asesinatos, o no fue él, es algo que nadie puede atestiguar. El pueblo aquí sostiene casi universalmente que el capitán es simplemente un héroe, y se le va a enterrar con todos los honores. Ya está arreglado que su cuerpo debe ser llevado con un tren de botes por un trecho a lo largo del Esk, y luego será traído de regreso hasta el muelle de Tate Hill y subido por la escalinata hasta la abadía; pues se ha dispuesto que sea enterrado en el cementerio de la iglesia, sobre el acantilado. Los propietarios de más de cien barcazas ya han dado sus nombres, señalando que desean seguir el cortejo fúnebre del capitán.

No se han encontrado rastros del inmenso perro; por esto hay mucha tristeza, ya que, con la opinión pública en su presente estado, el animal hubiera sido, creo yo, adoptado por el pueblo. Mañana será el funeral, y así terminará este nuevo "misterio del mar".

Del diario de Mina Murray

8 de agosto. Lucy pasó toda la noche muy intranquila, y yo tampoco pude dormir. La tormenta fue terrible, y mientras retumbaba fuertemente entre los tiestos de la chimenea, me hizo temblar. Al llegar una fuerte ráfaga de viento, parecía el disparo de un cañón distante. Cosa bastante rara, Lucy no se despertó; pero se levantó dos veces y se vistió. Por fortuna, en cada ocasión me desperté a tiempo y me las arreglé para desvestirla sin despertarla, metiéndola otra vez en cama. Es cosa muy rara este su sonambulismo, pues tan pronto como su voluntad es frustrada de cualquier manera física, su intención, si es que la tiene, desaparece, y se entrega casi exactamente a la rutina de su vida.

Temprano esta mañana nos levantamos las dos y bajamos hasta el puerto para ver si había sucedido algo durante la noche. Había muy poca gente en los alrededores, y aunque el sol estaba brillando y el aire estaba claro y fresco, las grandes olas amenazantes, que parecían más oscuras de lo que eran debido a que la espuma las coronaba con penachos de nieve, se abrían paso a través de la estrecha boca del puerto, como un hombre que camina a codazos entre una multitud. Sin razón aparente me sentí contenta de que Jonathan no hubiera estado en el mar, sino en tierra. Pero, ¡oh!, ¿está en tierra o en mar? ¿Dónde está él, y cómo? Me estoy poniendo verdaderamente ansiosa por su paradero. ¡Si sólo supiera lo que debo hacer, y si pudiera hacer algo!

10 de agosto. Los funerales del pobre capitán, hoy, fueron de lo más conmovedor. Todos los botes del puerto parecían estar ahí, y el féretro fue llevado en hombros por capitanes todo el camino, desde el muelle de Tate Hill hasta el cementerio de la iglesia. Lucy vino conmigo, y nos fuimos muy temprano a nuestro viejo asiento, mientras el cortejo de botes remontó el río hasta el viaducto y luego descendió nuevamente. Tuvimos una vista magnífica, y vimos la procesión casi durante todo el viaje. Al pobre hombre lo pusieron a descansar cerca de nuestro asiento, de tal manera que nosotras nos paramos y, cuando llegó la hora, pudimos verlo todo. La pobre Lucy parecía estar muy nerviosa. Estuvo todo el tiempo inquieta y alterada, y no puedo sino pensar que sus sueños de la noche le están afectando. Hay algo muy extraño: no quiere admitirme a mí que hay alguna causa para su desasosiego; o si hay alguna causa, ella misma no la comprende. Hay un motivo adicional en el hecho de que el pobre anciano, el señor Swales, fue encontrado muerto esta mañana en nuestro asiento, con la nuca quebrada. Evidentemente, como dijo el médico, cayó de espaldas sobre el asiento, presa de miedo, pues en su rostro había una mirada de temor y horror, que los hombres decían los hacía temblar. ¡Pobre querido anciano! ¡Quizá ha visto a la muerte con sus ojos moribundos! Lucy es tan dulce y siente las influencias más agudamente que otra gente.

Ahora mismo está muy excitada por un pequeño detalle al que yo no le presté mucha atención, aunque yo misma quiero mucho a los animales. Uno de los hombres que siempre subía aquí para mirar los botes era seguido por su perro. El perro siempre estaba con él. Los dos son muy tranquilos, y yo nunca vi al hombre enojado, ni escuché que el perro ladrara. Durante el servicio el perro no quiso acercarse a su dueño, que estaba sobre el asiento con nosotras, sino que se mantuvo a unos cuantos metros de distancia y ladrando y aullando. Su dueño le habló primero suavemente, luego en tono más áspero, y finalmente muy enojado; pero el animal no quiso acercarse ni cesó de hacer ruido. Estaba poseído como por una especie de rabia, con sus ojos brillándole salvajemente, y todos los pelos erizados como la cola de un gato cuando se está preparando para la pelea. Finalmente, también el hombre se enojó, y saltando del asiento le dio puntapiés al perro, y luego, tomándolo por el pescuezo, lo arrastró y lo tiró sobre la lápida en la cual está montado el asiento. En el momento en que tocó la lápida la pobre criatura recobró su actitud pacífica, pero comenzó a temblar desesperadamente. No trató de irse, sino que se enroscó, temblando y agachándose, y se encontraba en tal estado de terror que yo traté de calmarlo, aunque sin efecto, Lucy también sintió compasión, pero no intentó tocar al perro sino que sólo lo miró con lástima. Temo mucho que tenga una naturaleza demasiado sensible como para que pueda andar por el mundo sin problemas. Estoy segura de que esta misma noche soñará con todo lo que ha sucedido. Toda la acumulación de hechos extraños (el barco piloteado hasta el puerto por un hombre muerto; su actitud, atado al timón con un crucifijo y rosarios; el emotivo funeral; el perro, unas veces furioso y otras aterrorizado) le dará abundante material para sus sueños.

Creo que para ella lo mejor sería retirarse a su cama, cansada físicamente, por lo que la llevaré a dar una larga caminata por los acantilados de la bahía de Robin Hood, y luego de regreso. No creo que después le queden muchas inclinaciones para caminar dormida.

Del diario de Mina Murray

Mismo día, 11 p. m. ¡Oh, cómo estoy cansada! Si no fuera porque he tomado como un deber escribir en mi diario todas las noches, hoy no lo abriría. Tuvimos un paseo encantador. Después de un rato, Lucy estaba de mejor humor, debido, creo, a unas pacíficas vacas que llegaron a olfatearnos en el campo cerca del faro, y nos sacaron completamente de quicio. Creo que lo olvidamos todo, excepto, por supuesto, el temor personal, y esto pareció borrarlo todo y damos la oportunidad de comenzar de nuevo.

Tomamos un magnífico "té a la inglesa" en una pequeña y simpática posada, de antiguo estilo, en la bahía de Robin Hood, con una ventana arqueada que daba a las rocas cubiertas de algas marinas en la playa. Creo que hubiéramos asustado a la "Nueva Mujer" con nuestros apetitos. ¡Los hombres son más tolerantes, benditos sean! Luego, emprendimos la caminata de regreso a casa, haciendo alguna o más bien muchas paradas para descansar, y con nuestros corazones en constante temor por los toros salvajes. Lucy estaba verdaderamente cansada, y teníamos la intención de escabullirnos a cama tan pronto como pudiéramos. Sin embargo, llegó el joven cura, y la señora Westenra le pidió que se quedara a cenar. Lucy y yo, ambas, tuvimos una pelea por ello con el molendero; yo sé que de mi parte fue una pelea muy dura, y soy bastante heroica.

Creo que algún día los obispos deben reunirse y ver cómo crían una nueva clase de curas, que no acepten a quedarse a cenar, sin importar cuánto se insista, y que sepan cuándo las muchachas están cansadas. Lucy está dormida y respira suavemente. Tiene más color en las mejillas que otras veces, ¡y su aspecto es tan dulce! Si el Señor Holmwood se enamoró de ella viéndola solamente en la sala, me pregunto qué diría si pudiera verla ahora. Algunas de las escritoras de la "Nueva Mujer" pondrían en práctica algún día la idea de que los hombres y las mujeres deben poder verse primero durmiendo antes de hacer proposiciones o aceptar. Pero yo supongo que la "Nueva Mujer" no condescenderá en el futuro a aceptar; ella misma hará la propuesta por su cuenta. ¡Y bonito va a ser el trabajo que tendrá! En esto hay alguna consolación. Esta noche estoy muy contenta porque mi querida Lucy parece estar bastante mejor.

Realmente creo que ya ha doblado la esquina, y que los problemas motivados por su sonambulismo han sido superados. Estaría completamente feliz con sólo tener noticias de Jonathan… Dios lo bendiga y lo guarde.

11 de agosto, 3 a. m. No tengo sueño, por lo que mejor será que escriba. Estoy demasiado agitada para poder dormir. Hemos tenido una aventura extraordinaria; una experiencia muy dolorosa. Me quedé dormida tan pronto como cerré mi diario…

Repentinamente desperté del todo, y me senté, con una terrible sensación de miedo en todo el cuerpo; con un sentimiento de vacío alrededor de mí. El cuarto estaba a oscuras, por lo que no podía ver la cama de Lucy; me acerqué a ella y la busqué a tientas. La cama estaba vacía. Encendí un fósforo y descubrí que ella no estaba en el cuarto. La puerta estaba cerrada, pero no con llave como yo la había dejado. Temí despertar a su madre, que últimamente ha estado bastante enferma, por lo que me puse alguna ropa y me apresté a buscarla. En el instante en que dejaba el cuarto se me ocurrió que las ropas que ella llevara puestas me podrían dar alguna pista de sus sonámbulas intenciones. La bata significaría la casa; un vestido, la calle. Pero tanto la bata como sus vestidos estaban en su lugar. "Dios mío", me dije a mí misma, "no puede estar lejos, ya que sólo lleva su camisón de dormir." Bajé corriendo las escaleras y miré en la sala. ¡No estaba allí! Entonces busqué en los otros cuartos abiertos de la casa, con un frío temor siempre creciente en mi corazón. Finalmente llegué a la puerta del corredor y la encontré abierta. No estaba abierta del todo, pero el pestillo de la cerradura no estaba corrido. La gente de la casa siempre es muy cuidadosa al cerrar la puerta todas las noches, por lo que temí que Lucy se hubiera ido tal como andaba. No había tiempo para pensar en lo que pudiera ocurrir; un miedo vago, invencible, oscureció todos los detalles. Tomé un chal grande y pesado, y corrí hacia afuera. El reloj estaba dando la una cuando estaba en la Creciente, y no había ni un alma a la vista. Corrí a lo largo de la Terraza Norte, pero no pude ver señales de la blanca figura que esperaba encontrar. Al borde de West Cliff, sobre el muelle, miré a través del puerto hacia East Cliff, con la esperanza o el temor, no sé cuál, de ver a Lucy en nuestro asiento favorito. Había una luna llena, brillante, con rápidas nubes negras y pesadas, que daban a toda la escena una diorama de luz y sombra a medida que cruzaban navegando; por unos instantes no pude ver nada, pues la sombra de una nube oscurecía la iglesia de Santa María y todo su alrededor. Luego, al pasar la nube, pude ver las ruinas de la abadía que se hacían visibles; y cuando una estrecha franja de luz tan aguda como filo de espada pasó a lo largo, pude ver a la iglesia y el cementerio de la iglesia aparecer dentro del campo de luz. Cualquiera que haya sido mi expectación, no fue defraudada, pues allí, en nuestro asiento, la plateada luz de la luna iluminó una figura a medias reclinada, blanca como la nieve. La llegada de la nube fue demasiado rápida para mí, y no me permitió ver mucho, pues las sombras cayeron sobre la luz casi de inmediato; pero me pareció como si algo oscuro estuviera detrás del asiento donde brillaba la figura blanca, y se inclinaba sobre ella. Si era hombre o bestia, es algo que no puedo decir. No esperé a poder echar otra mirada, sino que descendí corriendo las gradas hasta el muelle y me apresuré a través del mercado de pescado hasta el puente, que era el único camino por el cual se podía llegar a East Cliff. El pueblo parecía muerto, pues no había un alma por todo el lugar. Me regocijó de que fuera así, ya que no deseaba ningún testigo de la pobre condición en que se encontraba Lucy. El tiempo y la distancia parecían infinitos, y mis rodillas temblaban y mi respiración se hizo fatigosa mientras subía afanosamente las interminables gradas de la abadía. Debo haber corrido rápido, y sin embargo, a mí me parecía que mis pies estaban cargados de plomo, y como si cada coyuntura de mi cuerpo estuviera enmohecida.

Cuando casi había llegado arriba pude ver el asiento y la blanca figura, pues ahora ya estaba lo suficientemente cerca como para distinguirla incluso a través del manto de sombras. Indudablemente había algo, largo y negro, inclinándose sobre la blanca figura medio reclinada. Llena de miedo, grité: "¡Lucy! ¡Lucy!", y algo levantó una cabeza, y desde donde estaba pude ver un rostro blanco de ojos rojos y relucientes. Lucy no me respondió y yo corrí hacia la entrada del cementerio de la iglesia. Al tiempo que entraba, la iglesia quedó situada entre yo y el asiento, y por un minuto la perdí de vista.

Cuando la divisé nuevamente, la nube ya había pasado, y la luz de la luna iluminaba el lugar tan brillantemente que pude ver a Lucy medio reclinada con su cabeza descansando sobre el respaldo del asiento. Estaba completamente sola, y por ningún lado se veían señales de seres vivientes.

Cuando me incliné sobre ella pude ver que todavía dormía. Sus labios estaban abiertos, y ella estaba respirando, pero no con la suavidad acostumbrada sino a grandes y pesadas boqueadas, como si tratara de llenar plenamente sus pulmones a cada respiro.

Al acercarme, subió la mano y tiró del cuello de su camisón de dormir, como si sintiera frío. Sin embargo, siguió dormida. Yo puse el caliente chal sobre sus hombros, amarrándole fuertemente las puntas alrededor del cuello, pues temía mucho que fuese a tomar un mortal resfrío del aire de la noche, así casi desnuda como estaba. Temí despertarla de golpe, por lo que, para poder tener mis manos libres para ayudarla, le sujeté el chal cerca de la garganta con un imperdible de gran tamaño; pero en mi ansiedad debo haber obrado torpemente y la pinché con él, porque al poco rato, cuando su respiración se hizo más regular, se llevó otra vez la mano a la garganta y gimió. Una vez que la hube envuelto cuidadosamente, puse mis zapatos en sus pies y comencé a despertarla con mucha suavidad. En un principio no respondía: pero gradualmente se volvió más y más inquieta en su sueño, gimiendo y suspirando ocasionalmente. Por fin, ya que el tiempo pasaba rápidamente y, por muchas otras razones, yo deseaba llevarla a casa de inmediato, la zarandeé con más fuerza, hasta que finalmente abrió los ojos y despertó. No pareció sorprendida de verme, ya que, por supuesto, no se dio cuenta de inmediato de en dónde nos encontrábamos. Lucy se despierta siempre con bella expresión, e incluso en aquellos momentos, en que su cuerpo debía estar traspasado por el frío y su mente espantada al saber que había caminado semidesnuda por el cementerio en la noche, no pareció perder su gracia. Tembló un poco y me abrazó fuertemente; cuando le dije que viniera de inmediato conmigo de regreso a casa, se levantó sin decir palabra y me obedeció como una niña. Al comenzar a caminar, la grava me lastimó los pies, y Lucy notó mi salto. Se detuvo y quería insistir en que me pusiera mis zapatos, pero yo me negué. Sin embargo, cuando salimos al sendero afuera del cementerio, donde había un charco de agua, remanente de la tormenta, me unté los pies con lodo usando cada vez un pie sobre el otro, para que al ir a casa, nadie, en caso de que encontráramos a alguien, pudiera notar mis pies descalzos.

La fortuna nos favoreció y llegamos a casa sin encontrar un alma. En una ocasión vimos a un hombre, que no parecía estar del todo sobrio, cruzándose por una calle enfrente de nosotros; pero nos escondimos detrás de una puerta hasta que desapareció por un campo abierto como los que abundan por aquí, pequeños atrios inclinados, o winds, como los llaman en Escocia. Durante todo este tiempo mi corazón palpitó tan fuertemente que por momentos pensé que me desmayaría. Estaba llena de ansiedad por Lucy, no tanto por su salud, a pesar de que podía afectarle el aire frío, sino por su reputación en caso de que la historia de lo sucedido se hiciera pública. Cuando entramos, y una vez que hubimos lavado nuestros pies y rezado juntas una oración de gracias, la metí en cama. Antes de quedarse dormida me pidió, me imploró, que no dijese una palabra a nadie, ni siquiera a su madre, de lo que había pasado aquella noche.

Al principio dudé de hacer la promesa; pero al pensar en el estado de salud de su madre, y cómo la excitaría la noticia de un acontecimiento como aquél, y pensando además cómo podía ser retorcida aquella historia (no, sería infaliblemente falsificada) en caso de que fuese conocida, pensé que era más cuerdo prometer lo que se me pedía. Espero que haya obrado bien. He cerrado la puerta y he atado la llave a mi muñeca, por lo que tal vez no vuelva a ser perturbada. Lucy está durmiendo profundamente; el reflejo de la aurora aparece alto y lejos sobre el mar…

Mismo día, por la tarde. Todo marcha bien. Lucy durmió hasta que yo la desperté y pareció que no había cambiado siquiera de lado. La aventura de la noche no parece haberle causado ningún daño; por el contrario, la ha beneficiado, pues está mucho mejor esta mañana que en las últimas semanas. Me sentí triste al notar que mi torpeza con el imperdible la había herido. De hecho, pudo haber sido algo serio, pues la piel de su garganta estaba agujereada. Debo haber agarrado un pedazo de piel con el imperdible, atravesándolo, pues hay dos pequeños puntos rojos como agujeritos de alfiler, y sobre el cuello de su camisón de noche había una gota de sangre. Cuando me disculpé y le mostré mi preocupación por ello, Lucy rió y me consoló, diciendo que ni siquiera lo había sentido. Afortunadamente, no le quedará cicatriz, ya que son orificios diminutos.

Mismo día, por la noche. Hemos pasado el día muy contentas. El aire estaba claro, el sol brillante y había una fresca brisa. Llevamos nuestro almuerzo a los bosques de Mulgrave; la señora Westenra conduciendo por el camino, Lucy y yo caminando por el sendero del desfiladero y encontrándonos con ella en la entrada. Yo me sentí un poco triste, pues pude darme cuenta de cómo hubiera sido absolutamente feliz si hubiera tenido a Jonathan a mi lado. Pero, ¡vaya! Sólo debo ser paciente. Por la noche dimos una caminata hasta el casino Terraza, y escuchamos alguna buena música por Spohr y Mackenzie, y nos acostamos muy temprano. Lucy parece estar más tranquila de lo que había estado en los últimos tiempos, y yo me dormí de inmediato. Aseguraré la puerta y guardaré la llave de la misma manera que antes, pues no creo que esta noche haya ningún problema.

12 de agosto. Mis predicciones fueron erróneas, pues dos veces durante la noche fui despertada por Lucy, que estaba tratando de salir. Parecía, incluso dormida, estar un poco impaciente por encontrar la puerta cerrada con llave, y se volvió a acostar profiriendo quejidos de protesta. Desperté al amanecer y oí los pájaros piando fuera de la ventana. Lucy despertó también, y yo me alegré de ver que estaba incluso mejor que ayer por la mañana. Toda su antigua alegría parece haber vuelto, y se pasó a mi cama apretujándose a mi lado para contarme todo lo de Arthur. Yo le dije a ella cómo estaba ansiosa por Jonathan, y entonces, trató de consolarme. Bueno, en alguna medida lo consiguió, ya que aunque la conmiseración no puede alterar los hechos, sí puede contribuir a hacerlos más soportables.

13 de agosto. Otro día tranquilo, y me fui a cama con la llave en mi muñeca como antes. Otra vez desperté por la noche y encontré a Lucy sentada en su cama, todavía dormida, señalando hacia la ventana. Me levanté sigilosamente, y apartando la persiana, miré hacia afuera. La luna brillaba esplendorosamente, y el suave efecto de la luz sobre el mar y el cielo, confundidos en un solo misterio grande y silencioso, era de una belleza indescriptible. Entre yo y la luz de la luna aleteaba un gran murciélago, que iba y venía describiendo grandes círculos. En un par de ocasiones se acercó bastante, pero supongo que, asustándose al verme, voló de regreso, alejándose en dirección al puerto y a la abadía. Cuando regresé de la ventana, Lucy se había acostado de nuevo y dormía pacíficamente. No volvió a moverse en toda la noche.

14 de agosto. He estado en East Cliff, leyendo y escribiendo todo el día. Lucy parece haberse enamorado tanto de este lugar como yo, y es muy difícil arrancarla de aquí cuando llega la hora de regresar a casa para comer, tomar el té, o cenar. Esta tarde hizo un comentario muy extraño. Veníamos de camino a casa para la cena, y habíamos llegado hasta las gradas superiores del puente Oeste, deteniéndonos para mirar el paisaje como siempre lo hacemos. El sol poniente, muy bajo en el horizonte, se estaba ocultando detrás de Kettleness; la luz roja caía sobre East Cliff y la vieja abadía, y parecía bañarlo todo con un bello resplandor color de rosa. Estuvimos unos momentos en silencio, y de pronto Lucy murmuró como para sí misma:

-¡Otra vez sus ojos rojos! Son exactamente los mismos.

Aquella fue una expresión tan rara, sin venir a colación, que me dejó perpleja.

Me aparté un poco, lo suficiente para ver a Lucy bien sin parecer estar mirándola, y vi que estaba en un estado de duermevela, con una expresión tan rara en el rostro, que no pude descifrar; por eso no dije nada, pero seguí sus ojos. Parecía estar mirando nuestro propio asiento, donde en aquellos instantes estaba sentada una oscura y solitaria figura.

Yo misma me sentí un poco inquieta, pues por unos momentos pareció que aquel desconocido tenía grandes ojos como llamas fulgurantes; pero una segunda mirada disipó la ilusión. La roja luz del sol estaba brillando sobre las ventanas de la iglesia de Santa María, situada detrás de nuestro asiento, y al ponerse el sol había justamente suficiente cambio en la refracción y reflexión de la luz como para dar la apariencia de que la luz se movía. Llamé la atención de Lucy hacia ese efecto peculiar, y ella pareció volver en sí con un sobresalto, aunque al mismo tiempo pareció muy triste. Es posible que estuviera pensando en la terrible noche que había pasado allá arriba. Nunca hablamos de ella; por eso no dije nada, y nos fuimos a casa a cenar. Lucy tenía dolor de cabeza y se acostó temprano. Cuando la vi dormida, salí a dar un pequeño paseo yo sola; caminé a lo largo de los acantilados situados al oeste, y estaba llena de una dulce tristeza, pues pensaba en Jonathan. Al regresar a casa (la luz de la luna brillaba intensamente; tan intensamente que, aunque el frente de nuestra parte de la Creciente estaba en la sombra, todo podía verse distintamente) eché una mirada a nuestra ventana y vi la cabeza de Lucy reclinándose hacia fuera. Pensé que quizá estaba en espera de mi regreso, por lo que abrí mi pañuelo y lo agité. Sin embargo, ella no lo notó, no hizo ningún movimiento. En esos momentos, la luz de la luna se arrastró alrededor de un ángulo del edificio, y sus rayos cayeron sobre la ventana. Allí estaba Lucy, con la cabeza reclinada contra el lado del antepecho de la ventana, y con los ojos cerrados.

Estaba profundamente dormida, y a su lado, posado en el antepecho de la ventana, había algo que parecía ser un pájaro de regular tamaño. Sentí temor de que pudiera resfriarse, por lo que corrí escaleras arriba, pero cuando llegué al cuarto ella ya iba de regreso a su cama, profundamente dormida y respirando pesadamente; se llevaba la mano al cuello, como si lo protegiera del frío.

No la desperté, sino que la arropé lo mejor que pude; comprobé que la puerta estuviera bien cerrada, y la ventana también. ¡Es tan dulce cuando duerme! Pero está más pálida que de costumbre, y en sus ojos hay una mirada cansada, macilenta, que no me agrada. Temo que esté inquieta por algo. Desearía averiguar qué es.

15 de agosto. Me levanté más tarde que de costumbre. Lucy está lánguida y cansada, y durmió hasta después de que habíamos sido llamadas. En el desayuno tuvimos una grata sorpresa. El padre de Arthur está mejorado, y quiere que el casamiento se efectúe lo más pronto posible. Lucy está llena de callado regocijo, y su madre está a la vez alegre y triste. Más tarde me dijo la causa. Está melancólica por tener que perder a Lucy, pero le alegra que pronto ella vaya a tener alguien que la proteja. ¡Pobre señora, tan querida y dulce! Me hizo la confidencia de que ya pronto morirá. No le ha dicho nada a Lucy, y me hizo prometer guardar el secreto; su médico le ha dicho que dentro de unos meses, a lo sumo, va a morir, pues su corazón se esta debilitando. En cualquier momento, incluso ahora, una impresión repentina le produciría casi seguramente la muerte. ¡Ah! Hicimos bien en no contarle lo ocurrido aquella terrible noche de sonambulismo de Lucy.

17 de agosto. No he escrito nada durante dos días seguidos. No he tenido ganas de hacerlo. Una especie de oscuro sino parece estarse cirniendo sobre nuestra felicidad. Ninguna noticia de Jonathan, y Lucy parece estar cada vez más débil, mientras las horas de su madre se están acercando al desenlace final. No comprendo cómo Lucy se esta apagando como lo hace. Come bien y duerme bien, y goza del aire fresco; pero todo el tiempo las rosas en sus mejillas están marchitándose y día a día se vuelve más débil y más lánguida; por las noches la escucho boqueando como si le faltara el aire. Siempre tengo la llave de la puerta atada a mi puño durante la noche, pero ella se levanta y camina de un lado a otro del cuarto, y se sienta ante la abierta ventana. Anoche la encontré reclinándose hacia afuera, y cuando traté de despertarla no pude; estaba desmayada. Cuando conseguí hacer que volviera en sí estaba sumamente débil y lloraba quedamente entre largos y dolorosos esfuerzos por aspirar aire.

Cuando le pregunté como había podido ir hacia la ventana, sacudió la cabeza y la volvió hacia el otro lado de la almohada. Espero que su enfermedad no se deba a ese malhadado piquete de alfiler. Observé su garganta una vez que se hubo dormido, y las punturas no parecían haber sanado. Todavía están abiertas las cicatrices, e incluso más anchas que antes; sus bordes aparecen blanquecinos, como pequeñas manchas blancas con centros rojos. A menos que sanen en uno o dos días, insistiré en que las vea el médico.

Carta de Samuel F. Billington e hijo, procuradores, en Whitby,

a los señores Carter, Paterson y Cía., en Londres

17 de agosto

"Estimados señores:

"Anexas a la presente les enviamos las mercancías enviadas por el Gran Ferrocarril del Norte. Las mismas han de ser entregadas en Carfax, cerca de Purfleet, inmediatamente después de recibirse las mercancías en la estación de King's Cross. Actualmente la casa está vacía, pero les enviamos también las llaves, todas ellas rotuladas.

"Sírvanse depositar las cajas, cincuenta en total, las cuales constituyen el envío, en el edificio parcialmente derruido que forma parte de la casa, y que está marcado con 'A' en el plano esquemático que les enviamos. Su agente reconocerá fácilmente el lugar, ya que es la antigua capilla de la mansión. Las mercancías, salen por tren a las 9:30 de la noche; llegarán a King's Cross mañana por la tarde a las 4:30. Como nuestro cliente desea que la entrega se haga lo más rápidamente posible, mucho les agradeceríamos que tuvieran preparada alguna gente en King's Cross a la hora indicada, para efectuar el traslado de la mercancía a su destino. Para evitar cualquier demora posible debida a trámites de rutina, tales como pagos en sus departamentos, les enviamos anexo cheque por diez libras (£ 10), cuyo recibo le agradeceríamos nos remitieran. Si los gastos son inferiores a esta cantidad, pueden devolver el saldo; si son más, les enviaremos de inmediato un cheque por la diferencia al tener noticias de ustedes. Al terminar la entrega, sírvanse dejar las llaves en el corredor principal de la casa, donde el propietario pueda recogerlas al entrar en la casa mediante la llave que él posee.

"Por favor no piensen que nos excedemos en los límites de la cortesía mercantil, al insistir por todos los medios en que efectúen este trabajo con la mayor rapidez posible.

"Quedamos de ustedes, estimados señores, sus Attos. y Ss. Ss.

SAMUEL F. BILLINGTON E HIJO "

Carta de los señores Carter, Paterson y Cía., en Londres, a los señores

Billington e Hijo, en Whitby

21 de agosto

"Estimados señores:

"Acusamos recibo de £ 10 y les enviamos por £ 1 17s. 9d, excedente, tal como lo muestran los recibos incluidos. La mercancía ha sido entregada según sus instrucciones, y las llaves quedaron en un paquete en el corredor principal, tal como se nos pidió.

"Quedamos de ustedes, estimados señores, con todo respeto,

CARTER, PATERSON Y CÍA."

Del diario de Mina Murray

18 de agosto. Hoy estoy muy contenta, y escribo sentada en el asiento del cementerio de la iglesia. Lucy está mucho mejor. Anoche durmió bien toda la noche, y no me molestó ni una vez. Parece que ya las rosas regresan a sus mejillas, aunque todavía está tristemente pálida y descolorida. Yo entendería su situación si estuviera anémica, pero no es el caso. Está de muy buen humor, y llena de vida y alegría. Toda aquella mórbida reticencia parece haberla abandonado, y hace justamente un momento me recordó, como si yo necesitara que me la recordaran, aquella noche, y lo que sucedió aquí, en este mismo asiento, donde la encontré dormida. Al tiempo que me hablaba taconeaba juguetonamente con el tacón de su bota sobre la lápida, y dijo:

-¡Mis pobres pies no hacían mucho ruido entonces! Me atrevo a decir que el pobre señor Swales me habría dicho que era porque yo no quería despertar a Geordie.

Como estaba tan comunicativa, le pregunté si había tenido algún sueño esa noche. Antes de responderme, esa su mirada tan dulce y traviesa asomó a su cara, la cual dice Arthur (lo llamo Arthur por costumbre de ella) que ama; y, de hecho, no me extraña que así sea. Entonces, continuó de una manera ensoñadora, como si estuviera tratando de recordar lo sucedido.

-No soñé propiamente, pero todo parecía ser muy real. Sólo quería estar aquí en este lugar, sin saber por qué, pues tenía miedo de algo, no sé de qué. Aunque supongo que estaba dormida, recuerdo haber pasado por las calles y sobre el puente. Al tiempo que pasaba saltó un pez, yo me incliné para verlo y escuché muchos perros aullando; tantos, que todo el pueblo parecía estar lleno de perros que aullaban al mismo tiempo, mientras yo subía las gradas. Luego tuve una vaga sensación de algo largo y oscuro con ojos rojos, semejante a lo que vimos en aquella puesta de sol, y de pronto me rodeó algo muy dulce y muy amargo a la vez; entonces me pareció que me hundía en agua verde y profunda, y escuché un zumbido tal como he oído decir que sienten los que se están ahogando; y luego todo pareció evaporarse y alejarse de mí; mi alma pareció salir de mi cuerpo y flotar en el aire. Me parece recordar que en una ocasión el faro del oeste estaba justamente debajo de mí, y luego hubo una especie de dolor, como si me encontrara en un terremoto, y volviera a mí, y descubrí que me estabas sacudiendo. Te vi haciéndolo antes de que te pudiera sentir.

Entonces comenzó a reírse. A mí me pareció todo aquello pavoroso, y escuché sin aliento. Aquello era sospechoso, y pensé que sería mejor que su mente no se detuviera más en el tema, por lo que nos pusimos a hablar de otras cosas, y Lucy estaba como en sus buenos tiempos. Cuando regresamos a casa, la fresca brisa la había vigorizado, y sus pálidas mejillas estaban realmente más sonrosadas. Su madre se regocijó al verla así, y todas pasamos muy contentas una velada juntas.

19 de agosto. ¡Alegría, alegría, alegría! Aunque no todo es alegría. Finalmente noticias de Jonathan. El pobrecito ha estado enfermo, y por eso no había escrito. Ya no tengo miedo de pensarlo o decirlo, ahora que lo sé. El señor Hawkins me entregó la carta, y me escribió él mismo. ¡Oh! ¡Qué amable! Voy a salir mañana por la mañana e iré donde Jonathan, para cuidarlo si es necesario y traerlo a casa. El señor Hawkins dice que no estaría mal si nos pudiéramos casar allá. He llorado sobre la carta de la buena hermana, al grado que puedo sentirla húmeda contra mi pecho, donde la guardo. Es sobre Jonathan, y debe estar cerca de mi corazón, ya que él está en mi corazón. He proyectado y previsto mi viaje, y mi equipaje está preparado. Sólo me llevaré una muda de ropa; Lucy se llevará mi baúl a Londres y lo guardará hasta que yo envíe por él, pues puede ser que… Ya no debo escribir. Debo guardármelo todo para decírselo a Jonathan, mi marido. La carta que él ha visto y tocado debe confortarme hasta que nos encontremos.

Carta de la hermana Agatha, Hospital de San José y Santa María, en Budapest, a la señorita Willhelmina Murray

12 de agosto

"Estimada señorita:

"Le escribo por deseos del señor Jonathan Harker, ya que él mismo no está lo suficientemente fuerte para escribir, aunque va mejorando gracias a Dios, a San José y a la Virgen María. Ha estado bajo nuestro cuidado desde hace casi seis semanas, pues sufre de una violenta fiebre cerebral. Le envía a usted su amor, y me ruega que le diga que por este mismo correo le escribo al señor Peter Hawkins, en Exéter, para decirle, con el más profundo respeto, que está muy afligido por su retraso, y que todo su trabajo ha sido completamente terminado. El señor Harker tendrá que permanecer todavía unas semanas descansando en nuestro hospital en las montañas, pero luego regresará. Desea que yo diga que no tiene suficiente dinero consigo, y que le gustaría pagar su estancia aquí, para que otros que necesiten no se queden sin recibir ayuda.

"Considéreme usted siempre a sus órdenes, con mi afecto y bendiciones,

HERMANA AGATHA.

"P. D. Estando mi paciente dormido, abro esta para ponerla al tanto de los acontecimientos. El señor Harker me lo ha contado todo respecto a usted, y que dentro de pronto usted será su esposa. ¡Todas las bendiciones para ustedes dos! Él ha sufrido una terrible impresión, así dice nuestro médico, y en sus delirios sus desvaríos han sido terribles; de lobos, veneno y sangre, de fantasmas y demonios, y temo decir de qué más.

Tenga siempre mucho cuidado con él para que en lo futuro no haya nada parecido a estas cosas que puedan excitarlo; las huellas de una enfermedad como la que ha tenido no se borran tan fácilmente. Hubiéramos escrito desde hace mucho tiempo, pero no sabíamos nada de sus amigos, y él no decía nada que pudiéramos entenderle. Llegó en el tren de Klausenburgo y el guardia fue avisado por el jefe de estación de aquel lugar, que entró corriendo en la estación pidiendo a gritos un billete para regresar a casa. Viendo por sus violentos gestos que se trataba de un inglés, le dieron un billete para la estación más lejana en esta dirección, a la que llega el tren.

"Esté usted segura de que cuidamos bien de él. Se ha ganado todos nuestros corazones por su dulzura y suavidad. Verdaderamente está mejorando, y no tengo ya ninguna duda de que dentro de pocas semanas estará completamente repuesto. Pero por amor a la seguridad cuide bien de él. Seguramente que hay, así le pido a Dios y a San José y a Santa María, muchos, muchos felices años para ustedes dos."

Del diario del doctor Seward

19 de agosto. Extraños y repentinos cambios en Renfield anoche. Cerca de las ocho comenzó a ponerse inquieto y a olfatear por todos lados, como un perro cuando anda de caza. Mi ayudante se quedó asombrado por su comportamiento, y conociendo mi interés por él lo animó para que hablara. Generalmente es muy respetuoso con mi ayudante, y a veces hasta servil; pero anoche, me ha dicho el hombre, se comportó en forma bastante arrogante. Por nada de este mundo quiso condescender a hablar con él.

Todo lo que dijo fue:

-No quiero hablar con usted: usted ya no cuenta ahora; el patrón está cerca. Mi ayudante cree que es alguna repentina forma de manía religiosa la que se ha apoderado de él. Si es así, debemos de estar alerta ante borrascas, pues un hombre fuerte con manías homicidas y religiosas al mismo tiempo puede ser peligroso. A las nueve de la noche yo mismo lo visité. Su actitud conmigo fue la misma que con mi ayudante; en su extremo repliegue sobre sí mismo, la diferencia entre mi persona y la de mi ayudante le parece nula. Me parece que es una manía religiosa; dentro de muy poco pensará que es el propio Dios. Las infinitesimales distinciones entre un hombre y otro hombre son demasiado mezquinas para un ser omnipotente. ¡Cómo pueden llegar a exaltarse estos locos! El verdadero Dios pone atención hasta cuando se cae un gorrión; pero el Dios creado por la vanidad humana no ve diferencia alguna entre un águila y un gorrión. ¡Oh, si los hombres por lo menos supieran!

Durante media hora o más, Renfield se estuvo poniendo cada vez más excitado. Aparenté no estar observándolo, pero mantuve una estricta vigilancia sobre todo lo que hacía. De pronto apareció en sus ojos esa turbia mirada que siempre vemos cuando un loco ha captado una idea, y con ella ese movimiento sesgado de la cabeza y la espalda que los médicos llegan a conocer tan bien. Se volvió bastante calmado, y fue y se sentó en la orilla de su cama resignadamente, mirando al espacio vacío con los ojos opacos.

Pensé que averiguaría si su apatía era real o sólo fingida, y traté de llevarlo a una conversación acerca de sus animales, tema que nunca había dejado de llamarle la atención. Al principio no me respondió, pero finalmente dijo, con visible mal humor:

-¿Quién se preocupa por ellos? ¡Me importan un comino!

-¿Cómo? -dije yo-. ¿Acaso ya no le interesan las arañas?

(Las arañas son de momento su mayor entretenimiento, y su libreta se está llenando con columnas de pequeños números.)

A esto me respondió enigmáticamente:

-Las madrinas de la boda regocijan sus ojos, que esperan la llegada de la novia; pero cuando la novia se va a acostar, entonces las madrinas no relucen a los ojos que están llenos.

No quiso dar ninguna explicación de lo dicho sino que permaneció obstinadamente sentado en la cama todo el tiempo que estuve con él.

Esta noche estoy bastante cansado y desanimado. No puedo dejar de pensar en Lucy, y de cómo hubiesen sido las cosas diferentes, Si no duermo de inmediato, cloral, el moderno Morfeo: CHCl3CHO. Debo tener mucho cuidado para no habituarme a él. ¡No, no tomaré nada esta noche! He pensado en Lucy, y no la deshonraré a ella mezclándola con lo otro. Si así tiene que ser, pasaré la noche en vela…

Más tarde. Estoy contento de haber tomado esa resolución; más contento aún de haberla realizado. Había estado dando vueltas en la cama durante algún tiempo; y sólo había escuchado al reloj dar dos veces la hora, cuando el guardia de turno vino a verme, enviado por mi asistente, para decirme que Renfield se había escapado. Me vestí y bajé corriendo inmediatamente; mi paciente es una persona demasiado peligrosa como para que ande suelta. Esas ideas que tiene pueden trabajar peligrosamente frente a extraños.

El asistente me estaba esperando. Me dijo que lo había visto hacía menos de diez minutos, aparentemente dormido sobre su cama, cuando miró a través de la rendija de observación en la puerta. Luego su atención fue atraída por el ruido de una ventana que estaba siendo desencajada. Corrió de regreso y vio que sus pies desaparecían a través de la ventana, y entonces envió rápidamente al guardia a que me llamara. Renfield estaba sólo con su ropa de noche, por lo que no debía andar muy lejos. El asistente pensó que sería más útil mirar hacia donde iba que perseguirlo, ya que podía perderlo de vista mientras daba vuelta para salir por la puerta del edificio.

Era un hombre corpulento, y no podía salir por la ventana. Yo soy delgado, así es que con su ayuda, salí, pero con los pies primero, y como sólo nos encontrábamos a unos cuantos pies sobre la tierra, caí sin lastimarme. El asistente me dijo que el paciente había corrido hacia la izquierda y había desaparecido en línea recta. Por lo que yo me apresuré en la misma dirección lo más velozmente que pude; al tiempo que atravesaba el cinturón de árboles vi una figura blanca escalando el alto muro que separa nuestros terrenos de los de la casa desierta.

Corrí inmediatamente de regreso, y le dije al guardia que trajera tres o cuatro hombres y me siguieran a los terrenos de Carfax, en caso de que nuestro amigo fuese a comportarse peligrosamente. Yo mismo conseguí una escalera, y salvando el muro, salté hacia el otro lado. Pude ver la figura de Renfield que desaparecía detrás del ángulo de la casa, por lo que corrí tras él. En el otro extremo de la casa lo encontré reclinado fuertemente contra la vieja puerta de roble, enmarcada en hierro, de la capilla. Estaba hablando, aparentemente a alguien, pero tuve miedo de acercarme demasiado a escuchar lo que decía, pues podía asustarlo y echaría de nuevo a correr. ¡Correr detrás de un errante enjambre de abejas no es nada comparado con seguir a un lunático desnudo, cuando se le ha metido en la cabeza que debe escapar! Sin embargo, después de unos minutos pude ver que él no se daba cuenta de nada de lo que sucedía a su alrededor, y me atreví a acercármele más, y con mayor razón ya que mis hombres habían saltado el muro y se acercaban a él. Le oí decir:

-Estoy aquí para cumplir tus órdenes, amo. Soy tu esclavo, y tú me recompensaras, pues seré fiel. Te he adorado desde hace tiempo y desde lejos. Ahora que estás cerca, espero tus órdenes, y tú no me olvidarás, ¿verdad, mi querido amo?, en tu distribución de las buenas cosas.

De todas maneras es un viejo y egoísta pordiosero. Piensa en el pan y los pescados aun cuando cree que está en una presencia real. Sus manías hacen una combinación asombrosa. Cuando le caímos encima peleó como un tigre; es muy fuerte, y se comportó más como una bestia salvaje que como un hombre. Yo nunca había visto a un lunático en un paroxismo de furia semejante; y espero no volverlo a ver. Es una buena cosa que hayamos averiguado sus intenciones y su fuerza a tiempo. Con una fuerza y una determinación como las de él, podría haber hecho muchas barbaridades antes de ser enjaulado. En todo caso, está en lugar seguro. Ni el mismo Jack Sheppard habría podido librarse de la camisa de fuerza que lo retiene, y además está encadenado a la pared en la celda de seguridad. Sus gritos a veces son horribles, pero los silencios que siguen son todavía más mortales, pues en cada vuelta y movimiento manifiesta sus deseos de asesinar.

Hace unos momentos dijo estas primeras palabras coherentes:

-Tendré paciencia, amo. ¡Está llegando…, llegando…, llegando!

De tal manera que yo tomé su insinuación, y también llegué. Estaba demasiado excitado para dormir, pero este diario me ha tranquilizado y siento que esta noche dormiré algo.

Carta de Mina Harker a Lucy Westenra

Budapest, 24 de agosto

"Mi queridísima Lucy:

"Sé que estarás muy ansiosa de saber todo lo que ha sucedido desde que nos separamos en la estación del ferrocarril en Whitby. Bien, querida, llegué sin contratiempos a Hull, y tomé el barco para Hamburgo, y luego allí el tren. Siento que apenas puedo recordar lo que pasó durante el viaje, excepto que sabía que iba de camino hacia Jonathan, y que, como seguramente tendría que servir de enfermera, lo mejor era que durmiera lo que pudiera… Encontré a mi amado muy delgado, pálido y débil. Toda la fuerza ha escapado de sus queridos ojos, y aquella tranquila dignidad que te he dicho siempre mostraba en su rostro, ha desaparecido. Sólo es una sombra de lo que era, y no recuerda nada de lo que le ha sucedido en los últimos tiempos. Por lo menos, eso desea que yo crea, y por lo tanto nunca se lo preguntaré. Ha tenido una experiencia terrible, y temo que su pobre cerebro pagará las consecuencias si trata de recordar. La hermana Agatha, que es una magnífica monja y una enfermera nata, me dice que desvariaba sobre cosas horribles mientras tenía la cabeza trastornada. Quise que ella me dijese de qué se trataba, pero sólo se persignó y me dijo que nunca diría nada; que los desvaríos de los enfermos eran secretos de Dios, y que si una enfermera a través de su vocación los llegaba a escuchar, debía respetar sus votos. Es un alma dulce, buena; y al día siguiente, cuando vio que yo estaba muy afligida, ella misma suscitó de nuevo el tema, y después de decir que jamás mencionaría sobre lo que desvariaba mi pobre enfermo, agregó: 'Le puedo decir esto, querida: que no era acerca de nada malo que él mismo hubiera hecho; y usted, que será su esposa, no tiene nada por qué preocuparse. No la ha olvidado a usted ni lo que le debe. Sus temores eran acerca de cosas grandes y terribles, sobre las que ningún mortal debe hablar. Yo creo que la dulce hermana pensó que yo podría estar celosa, con el temor de que mi amado se hubiera enamorado de otra mujer.

¡La idea de que yo pudiera estar celosa de Jonathan!. Y sin embargo, mi querida Lucy, déjame susurrarte que cuando supe que no era otra mujer la causa de todos los males, sentí una corriente de alegría por todo el cuerpo. Estoy sentada ahora al lado de su cama, desde donde le puedo ver la cara mientras duerme. ¡Está despertando…!

"Al despertar me pidió su abrigo, ya que quería sacar algo de su bolsillo; le pregunté a la hermana Agatha si podía hacerlo, y ella trajo todas sus cosas. Vi que entre ellas estaba su libreta de apuntes, e iba a pedirle que me dejara verla (pues yo sabía que en ella podría encontrar alguna pista de su mal), pero supongo que debe haber visto mi deseo en mis ojos, pues me dijo que me fuese a la ventana un momento, ya que deseaba estar solo un rato. Luego me llamó y me dijo muy solemnemente:

"Willhelmina (supe que deseaba hablarme con toda seriedad, pues nunca me había dicho mi nombre desde que me pidió que nos casáramos), tu conoces, querida, mis ideas sobre la confianza que tiene que haber entre marido y mujer: no debe haber entre ellos ningún secreto, ningún escondrijo. He sufrido una gran impresión, y cuando trato de pensar en lo que fue, siento que mi cabeza da vueltas, y no sé si todo fue real o si fueron los sueños de un loco. Tú sabes que he tenido una fiebre cerebral, y que eso es estar loco. El secreto esta aquí, y yo no deseo saberlo. Quiero comenzar mi vida de nuevo en este momento, con nuestro matrimonio. (Pues, mi querida Lucy, hemos decidido casarnos tan pronto como se arreglen las formalidades.) ¿Deseas, Willhelmina, compartir mi ignorancia? Aquí está el libro. Tómalo y guárdalo, léelo si quieres, pero nunca menciones ante mí lo que contiene; a menos, claro está, que algún solemne deber caiga sobre mí y me obligue a regresar a las amargas horas registradas aquí, dormido o despierto, cuerdo o loco.

"Y al decir aquello se reclinó agotado, y yo puse el libro debajo de su almohada y lo besé. Le he pedido a la hermana Agatha que suplique a la superiora que nuestra boda pueda efectuarse esta tarde, y estoy esperando su respuesta…

"Ha regresado y me ha dicho que ya han ido a buscar al capellán de la iglesia de la Misión Inglesa. Nos casaremos dentro de una hora, o tan pronto como despierte Jonathan…

"Lucy, llegó la hora y se fue. Me siento muy solemne, pero muy, muy contenta. Jonathan despertó poco después de la hora, y todo estaba preparado; él se sentó en la cama, rodeado de almohadas. Respondió 'sí, la acepto' con firmeza y fuerza. Yo apenas podía hablar; mi corazón estaba tan lleno, que incluso esas palabras parecían ahogarme.

Las hermanas fueron todas finísimas. Nunca, nunca las olvidaré, ni las graves y dulces responsabilidades que han recaído sobre mí. Debo hablarte de mi regalo de bodas…

Cuando el capellán y las hermanas me hubieron dejado a solas con mi esposo, ¡oh, Lucy!, ¡es la primera vez que he escrito las palabras 'mi esposo'!, cuando me hubieron dejado a solas con mi esposo saqué el libro de debajo de su almohada, lo envolví en un papel blanco, lo até con un pequeño listón azul pálido que llevaba alrededor de mi cuello y lo sellé sobre el nudo con lacre, usando como sello mi anillo de bodas.

Entonces lo besé y se lo mostré a mi marido; le dije que así lo guardaría, y que sería una señal exterior y visible para nosotros durante toda nuestra vida de que confiábamos el uno en el otro; que nunca lo abriría, a menos que fuera por su propio bien o por cumplir un deber ineludible. Entonces él tomó mi mano entre las suyas, y, ¡oh, Lucy, fue la primera vez que él tomó las manos de su mujer!, y dijo que eran las cosas más bonitas en todo el ancho mundo, y que si fuera necesario pasaría otra vez por todo lo pasado para merecerlas. El pobrecito ha de haber querido decir por parte del pasado, pero todavía no puede pensar sobre el tiempo, y no me sorprendería que en un principio mezclara no sólo los meses, sino también los años.

"Bien, querida, ¿qué más puedo decir? Sólo puedo decirte que soy la mujer más feliz de todo este ancho mundo, y que yo no tenía nada que darle excepto a mí misma, mi vida y mi confianza, y que con estas cosas fue mi amor y mi deber por todos los días de mi vida. Y, querida, cuando me besó, y me atrajo hacia él con sus pobres débiles manos, fue como una plegaria muy solemne entre nosotros dos…

"Lucy, querida, ¿sabes por qué te digo todo esto? No sólo porque es tan dulce para mí, sino también porque tú has sido, y eres mi más querida amiga. Fue mi privilegio ser tu amiga y guía cuando tú saliste del aula de la escuela para prepararte en el mundo de la vida. Quiero verte ahora, y con los ojos de una esposa muy feliz, a lo que me ha conducido el deber, para que en tu propia vida de matrimonio tú también puedas ser tan feliz como yo. Mi querida, que Dios Todopoderoso haga que tu vida sea todo lo que promete ser: un largo día de brillante sol, sin vientos adversos, sin olvidar el deber, sin desconfianza. No debo desearte que no tengas penas, pues eso nunca puede ser; pero si te deseo que siempre seas tan feliz como lo soy yo ahora. Adiós, querida.

Pondré esta carta inmediatamente en el correo, y quizá te escriba muy pronto otra vez.

Debo terminar ya, pues Jonathan está despertando. ¡Debo atender a mi marido!

"Quien siempre te quiere,

MINA HARKER"

Carta de Lucy Westenra a Mina Harker

Whitby, 30 de agosto

"Mi queridísima Mina:

"Océanos de amor y millones de besos, y que pronto estés en tu propio hogar con tu marido. Me gustaría que regresaran pronto para que pudieran pasar cierto tiempo aquí con nosotros. El fuerte aire restablecería pronto a Jonathan; lo ha logrado conmigo.

Tengo un apetito voraz, estoy llena de vida y duermo bien. Les agradará saber que ya no camino dormida. Creo que no me he movido de la cama durante una semana, esto es, una vez que me acuesto por la noche. Arthur dice que me estoy poniendo gorda. A propósito, se me olvidó decirte que Arthur está aquí. Damos grandes paseos, cabalgamos, remamos, jugamos al tenis y pescamos juntos; lo quiero más que nunca.

Me dice, que me quiere más: pero lo dudo, porque al principio me dijo que no me podía querer más de lo que me quería ya. Pero estas son tonterías. Ahí está, llamándome, así es que nada más por hoy.

LUCY

"P. D. -Mamá te envía recuerdos. Parece estar bastante mejor la pobrecita."

"P. D. otra vez. Nos casaremos el 28 de septiembre."

Del diario del doctor Seward

20 de agosto. El caso de Renfield se hace cada vez más interesante. Por ahora hemos podido establecer que hay períodos de descenso en su pasión. Durante una semana después de su primer ataque se mantuvo en perpetua violencia. Luego, una noche, justamente al alzarse la luna, se tranquilizó, y estuvo murmurando para sí mismo: "Ahora puedo esperar; ahora puedo esperar." El asistente me vino a llamar, por lo que corrí rápidamente abajo para echarle una mirada. Todavía estaba con la camisa de fuerza y en el cuarto de seguridad; pero la expresión congestionada había desaparecido de su rostro, y sus ojos tenían algo de su antigua súplica; casi podría decir de su "rastrera" suavidad. Quedé satisfecho con su condición actual y di órdenes para que lo soltaran. Mis ayudantes vacilaron, pero finalmente llevaron a cabo mis deseos sin protestar. Una cosa extraña fue que el paciente tuvo suficiente buen ánimo como para ver su desconfianza, pues, acercándoseme, me dijo en un susurro, al mismo tiempo que los miraba a ellos furtivamente:

-¡Creen que puedo hacerle daño! ¡Imagínese, yo hacerle daño a usted! ¡Imbéciles!

Era un tanto consolador, para mis sentimientos, encontrarme disociado incluso en el cerebro de este pobre loco de los otros; pero de todas maneras, no comprendo sus pensamientos. ¿Debo aceptar que tengo algo en común con él, por lo que siendo como somos, como fuéramos, debemos unirnos? ¿O tiene que obtener de mí un bien tan estupendo que mi salud le es necesaria? Tendré que averiguarlo más tarde. Hoy en la noche no hablará. Ni el ofrecimiento de un gatito, o incluso de un gato grande, es capaz de tentarlo. Sólo dice: "No me importan nada los gatos. Ahora tengo más en qué pensar, y puedo esperar; puedo esperar."

Después de un rato, lo dejé. El ayudante me dice que estuvo tranquilo hasta un rato antes del amanecer y que, entonces, comenzó a dar muestras de nerviosismo.

Finalmente se puso violento, hasta que, por último, cayó en una especie de paroxismo que lo agotó de tal manera que, finalmente, se desvaneció en una especie de coma.

… Tres noches seguidas ha sucedido lo mismo: violento todo el día y tranquilo desde la salida de la luna hasta la salida del sol. Realmente desearía descubrir alguna pista de la causa. Casi parecería como si hubiera alguna influencia que viniera y se fuera. ¡Vaya idea! Esta noche vamos a enfrentar en un juego a los cerebros sanos contra los cerebros enfermos. Una vez se escapó sin nuestra ayuda. Esta noche se escapará con ella. Le daremos la oportunidad, y los hombres estarán preparados para seguirlo en caso de que sea necesario…

23 de agosto. "Siempre sucede lo inesperado." Cómo conocía bien a la vida Disraeli. Cuando nuestro pájaro encontró abierta la jaula, no quiso volar, de tal manera que todos nuestros sutiles preparativos no sirvieron de nada. En todo caso, hemos probado una cosa: que los períodos de tranquilidad duran un tiempo razonable. En lo futuro estaremos en capacidad de aflojarle un poco las restricciones durante unas cuantas horas cada día. Le he dado instrucciones a mi asistente nocturno para que sólo lo encierre en el cuarto de seguridad, una vez que ya se haya calmado, hasta una hora antes de que suba el sol. El pobre cuerpo del enfermo va a gozar de este beneficio, aunque su mente no pueda apreciarlo. ¡Alto! ¡Lo inesperado! Me llaman: el paciente se ha escapado otra vez.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter