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Resumen del libro Drácula, de Abraham Stoker (página 5)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13

Más tarde. Otra noche de aventuras. Renfield esperó astutamente hasta que el asistente estaba entrando en el cuarto para inspeccionar. Entonces, salió corriendo a su lado y voló por el corredor. Yo envié órdenes a los asistentes para que lo siguieran. Otra vez se fue directamente a los terrenos de la casa desierta, y lo encontramos en el mismo lugar, reclinado contra la vieja puerta de la capilla. Cuando me vio se puso furioso, y si los asistentes no lo hubiesen sujetado a tiempo, hubiera tratado de matarme. Mientras lo estábamos deteniendo sucedió una cosa extraña. Repentinamente, redobló sus esfuerzos, y luego, tan repentinamente, recobró la calma. Yo miré instintivamente a mi alrededor, pero no pude ver nada. Luego capté el ojo del paciente y lo seguí, pero no pude descubrir nada mientras miraba al cielo iluminado por la luna, excepto un gran murciélago, que iba aleteando en su silenciosa y fantasmal travesía hacia el oeste. Los murciélagos generalmente giran en círculos indecisos, pero éste parecía ir directamente, como si supiera adónde se dirigía o como si tuviera sus propias intenciones. El paciente se calmó más, y al cabo de un rato, dijo:

-No necesitan amarrarme; los seguiré tranquilo.

Sin ningún otro contratiempo, regresamos a la casa. Siento que hay algo amenazante en su calma, y no olvidaré esta noche…

Del diario de Lucy Westenra

Hillingham, 24 de agosto. Debo imitar a Mina y escribir las cosas en un libro. Así, cuando nos veamos podremos tener largas charlas. Me pregunto cuándo será. Desearía que estuviera otra vez conmigo aquí, pues me siento tan infeliz. Anoche me pareció que estaba soñando otra vez como en Whitby. Tal vez es el cambio de clima, o el hecho de que estoy otra vez en casa. Todo es oscuro y horroroso para mí, pues no puedo recordar nada; pero estoy llena de un vago temor, y me siento débil y exhausta. Cuando Arthur vino a comer se miró bastante preocupado al verme, y yo no tuve los ánimos para tratar de parecer alegre. Me pregunto si tal vez pudiera dormir esta noche en el cuarto de mamá. Inventaré una excusa y trataré…

25 de agosto. Otra mala noche. Mi madre no pareció caer en mi propuesta. Ella misma no parece estar tan bien, y no cabe duda de que se preocupa mucho por mí. Traté de mantenerme despierta, y durante un tiempo lo conseguí; pero cuando el reloj dio las doce, me despertó de un sopor, por lo que debo haber estado durmiéndome. Había una especie de aletazos y rasguños en la ventana, pero no les di importancia, y como no recuerdo qué sucedió después, supongo que debo haberme quedado dormida. Más pesadillas. ¡Cómo desearía poder recordarlas! Esta mañana me sentí terriblemente débil.

Mi rostro está sumamente pálido, y me duele la garganta. Algo debe andar mal en mis pulmones, pues me parece que nunca aspiro suficiente aire. Trataré de mostrarme alegre cuando llegue Arthur, porque de otra manera yo sé que sufrirá mucho viéndome así.

Carta de Arthur Holmwood al doctor Seward

Hotel Albemarle, 31 de agosto

"Mi querido Jack:

"Quiero que me hagas un favor. Lucy está enferma; esto es, no tiene ninguna enfermedad especial, pero su aspecto es enfermizo y está empeorando cada día. Le he preguntado si hay alguna causa; no me atrevo a preguntarle a su madre, pues perturbar la mente de la pobre señora acerca de su hija sería fatal, debido a que su propia salud anda muy mal. La señora Westenra me ha confiado que su destino ya está sellado (enfermedad del corazón), aunque la pobre Lucy todavía no lo sabe. Estoy seguro de que algo está ejerciendo influencia en la mente de mi amada novia. Cuando pienso en ella casi me distraigo; el mirarla me produce siempre un sobresalto. Le dije que te pediría a ti que la vieras, y aunque al principio puso algunas dificultades, yo sé por qué, viejo amigo, finalmente dio su consentimiento. Será una tarea dolorosa para ti, lo sé, viejo, pero es por su bien, y yo no debo dudar en pedírtelo ni tú en actuar. Puedes venir a almorzar a Hillingham mañana a las dos, para que la señora Westenra no sospeche nada, y después de la comida Lucy va a buscar una oportunidad para estar a solas contigo. Yo vendré a la hora del té, y podemos irnos juntos; estoy lleno de ansiedad, y quisiera hablar a solas contigo tan pronto como la hayas visto. ¡No faltes!

ARTHUR

Telegrama de Arthur Holmwood a Seward

1 de septiembre

Me llaman para ver a mi padre, que ha empeorado. Escribo. Escríbeme detalladamente por correo nocturno a Ring. Telefonea si es necesario.

Carta del doctor Seward a Arthur Holmwood

2 de septiembre

"Mi querido y viejo amigo:

"Respecto a la salud de la señorita Westenra me apresuro a decirte inmediatamente que en mi opinión no hay ningún trastorno funcional ni enfermedad que yo conozca. Al mismo tiempo, de ninguna manera puedo considerarme satisfecho de su semblante; está totalmente diferente a lo que era la última vez que la vi. Por supuesto, debes tener presente que no tuve oportunidad de hacer un examen minucioso tal como hubiera deseado; nuestra misma amistad plantea aquí una pequeña dificultad que ni siquiera la ciencia médica ni la costumbre pueden sobrepasar. Lo mejor será que te diga exactamente lo que sucedió, dejándote en libertad para que saques, dentro de ciertas medidas, tus propias conclusiones. Luego te diré lo que he hecho y lo que me propongo hacer.

"Encontré a la señorita Westenra con bastantes buenos ánimos. Su madre estaba presente, y en pocos segundos me percaté de que estaba tratando por todos los medios de engañar a su madre, y evitarle de esa manera ansiedades. No tengo ninguna duda de que adivina, en caso de que no lo sepa, que hay necesidad de tener cautela. Comimos solos, y como nos esforzamos por parecer alegres, obtuvimos, como una especie de recompensa por nuestros esfuerzos, cierta alegría real, entre nosotros. Entonces, la señora Westenra se retiró a descansar, y Lucy se quedó conmigo. Fuimos a su boudoir, y hasta que llegamos ahí su reserva no se modificó, pues los sirvientes iban y venían.

Sin embargo, tan pronto como se cerró la puerta, la máscara cayó de su rostro y se hundió en un sillón dando un gran suspiro y escondiendo sus ojos con la mano.

Cuando yo vi que su animosidad había fallado, me aproveché inmediatamente de su reacción para hacer un diagnóstico. Me dijo muy dulcemente:

"No puedo decirle a usted cuánto detesto tener que hablarle acerca de mi persona.

"Yo le recordé que las confidencias de un doctor eran sagradas, pero que tú estabas verdaderamente muy ansioso por ella. Ella captó inmediatamente el significado de mis palabras, y arregló todo el asunto con un par de palabras.

"Dígale a Arthur cualquier cosa que usted crea conveniente. ¡Yo no me preocupo por mí misma, sino por él!

"Por lo tanto, tengo libertad de hablar.

"Fácilmente pude darme cuenta de que le hace falta un poco de sangre, pero no pude ver los síntomas típicos de la anemia, y por una casualidad tuve de hecho la oportunidad de probar la cualidad de su sangre, pues al abrir una ventana que estaba remachada, un cordón se rompió y ella se cortó ligeramente la mano con el vidrio quebrado. En sí mismo fue un hecho insignificante, pero me dio una oportunidad evidente, de tal manera que yo me apoderé de unas pocas gotas de sangre, y las he analizado. El análisis cualitativo muestra que existen condiciones normales, y además, puedo inferir, señalan la existencia de un vigoroso estado de salud. En otros asuntos físicos quedé plenamente convencido de que no hay necesidad de temer; pero como en alguna parte debe haber una causa, he llegado a la conclusión de que debe ser algo mental. Ella se queja de tener a veces dificultades al respirar, y de tener sueños pesados, letárgicos, con pesadillas que la asustan, pero de las cuales no se puede acordar. Dice que cuando niña solía caminar dormida, y que estando en Whitby la costumbre regresó, y que una vez salió caminando en la noche y fue hasta East Cliff, donde la encontró la señorita Murray; pero me asegura que últimamente esta costumbre ha vuelto a desaparecer. He quedado con dudas, por lo que he hecho lo mejor que sé: le he escrito a mi viejo amigo y maestro, el profesor van Helsing, de Ámsterdam, que es una de las personas que más conocimientos tiene sobre enfermedades raras en el mundo. Le he pedido que venga, y como tú me dijiste que todas estas cosas estarían a tu cargo, te he mencionado a ti y tus relaciones con la señorita Westenra. Esto, mi viejo amigo, es en obsequio de tus deseos, pues yo me siento demasiado orgulloso y demasiado feliz de poder hacer lo que pueda por ella. Yo sé que Van Helsing hará cualquier cosa por mí por una razón personal, así es que no importa por qué motivos venga, debemos aceptar sus deseos. Es un hombre aparentemente muy arbitrado, pero esto es porque él sabe de lo que habla más que ninguna otra persona. Es un filósofo y un metafísico, y uno de los científicos más avanzados de nuestra época; y tiene, supongo, una mente absolutamente abierta. Esto, con unos nervios de acero, un temperamento frío, una resolución indomable, un autocontrol y una tolerancia exaltada de virtudes y bendiciones, y el más amable de los más sinceros corazones que laten, forman su equipo para la noble tarea que está realizando por la humanidad, trabajo tanto en la teoría como en la práctica, pues su visión es tan amplia como lo es su simpatía. Te cuento esto para que tú puedas saber por qué tengo tanta confianza en él. Le he pedido que venga inmediatamente.

Mañana veré otra vez a la señorita Westenra. Nos veremos en la ciudad, de manera que yo no alarme a su madre con mi visita.

"Tu amigo,

JOHN SEWARD"

Carta de Abraham Helsing, Doctor en Medicina, Filosofía y Letras, etc., al doctor Seward

3 de septiembre

"Mi buen amigo:

"Cuando he recibido su carta ya estoy de camino hacia usted. Por buena fortuna puedo partir de inmediato, sin mal para ninguno de aquellos que han confiado en mí.

Fueran otras las circunstancias, sería perjudicial para esos que han confiado en mí, pues yo voy adonde mi amigo cuando él me llama para ayudar a aquellos a quienes tiene cariño. Dígale a su amigo que cuando aquella vez usted chupó de mi herida tan rápidamente el veneno de la gangrena de aquel cuchillo que nuestro otro amigo, tan nervioso, dejó deslizar, hizo usted más por él cuando él quiere mi ayuda y usted la solicita, que todo lo que puede hacer su gran fortuna. Pero es un doble placer hacerlo por él, su amigo; y hacia usted voy. Tenga ya dispuesto, y por favor así arreglado, que podamos ver a la joven dama no tan tarde mañana mismo, pues es probable que yo tenga que regresar aquí esa noche. Pero si hay necesidad, regresaré otra vez tres días después, y estaré más tiempo si es preciso. Hasta entonces, mi buen amigo John, adiós.

VAN HELSING "

Carta del doctor Seward al honorable Arthur Holmwood

3 de septiembre

"Querido Art:

"Vino Van Helsing y se fue. Fue conmigo a Hillingham, y encontré que, por discreción de Lucy, su madre había salido invitada a comer, de tal manera que quedamos solos con ella. Van Helsing hizo un examen muy minucioso de la paciente.

Quedó en comunicármelo a mí, y yo te aconsejaré a ti, pues por supuesto yo no estuve presente. Está, lo temo, muy preocupado, pero me dijo que debía reflexionar. Cuando yo le dije de nuestra amistad y cómo tú me habías confiado el asunto, él dijo: 'Debe usted decirle todo lo que piensa. Dígale lo que pienso yo, si usted puede adivinar, y usted adivinará. No; no estoy bromeando. Esta no es broma, sino vida y muerte; quizá más.' Le pregunté qué quería decir con aquello, pues estaba muy serio. Esto sucedió cuando ya habíamos regresado a la ciudad, y estaba tomando una taza de té antes de iniciar su regreso a Ámsterdam. No me dio ninguna pista más. No debes estar enojado conmigo, Art, porque su misma reticencia significa que todo su cerebro está trabajando por el bien de ella. Puedes estar seguro de que, a su debido tiempo, hablará con toda claridad. Así es que yo le dije que escribiría simplemente un registro de nuestra visita, justamente como si estuviese haciendo un artículo descriptivo especial para el Daily Telegraph. Pareció no tomar nota de ello, y sólo comentó que el hollín de Londres no era tan malo como solía ser cuando él era estudiante aquí. Yo recibiré su informe mañana, si tiene tiempo para hacerlo. En todo caso, recibiré una carta.

"Bien, ahora, a la visita. Lucy estaba más alegre que el día que la vi por primera vez, y desde luego parecía estar mucho mejor. Había perdido algo de aquella mirada fantasmal que tanto te inquieta, y su respiración era normal. Fue muy dulce con el profesor (siempre lo es), y trató de que se sintiera tranquilo; sin embargo, yo pude ver que la pobre muchacha estaba haciendo un gran esfuerzo. Creo que Van Helsing también lo notó, pues bajo sus espesas cejas vi aquella rápida mirada que tan bien conozco.

Entonces, comenzó a charlar de todas las cosas posibles menos de nosotros y las enfermedades, y lo hizo con tanto ingenio que yo pude ver cómo la pretendida animación de Lucy se convertía en realidad. Entonces, sin que se notara el cambio, mi maestro llevó la conversación suavemente al motivo de su visita, y dijo calmadamente:

"Mi querida joven, tengo este gran placer porque usted es encantadora. Eso es mucho, querida, aunque estuviera aquí ese a quien no veo. Me dijeron que estaba usted desanimada, y que tenía una palidez fantasmal. A ellos les digo: ¡bah! (y tronó los dedos, agregando a continuación): Pero usted y yo les vamos a demostrar cuán equivocados están. Cómo puede él (dijo, y me señaló con la misma mirada y gesto con el que me había sacado de su clase en cierta ocasión, o mejor dicho, después de esa ocasión), ¿cómo puede él saber nada acerca de jóvenes? Él tiene sus locos con quienes juega, y a quienes devuelve la felicidad, juntamente con la felicidad de aquellos que lo quieren. Es bastante lo que hace, y, ¡oh!, pero hay recompensas, en el mismo hecho de poder restaurar esa felicidad. ¡Más de jovencitas! No tiene mujer ni hija, y los jóvenes no confían en los jóvenes, sino en los viejos como yo, que han conocido ya tantos dolores y las causas de ellos. Así es, querido, que lo enviaremos a que se fume un cigarro en el jardín, mientras usted y yo tenemos una pequeña charla confidencial.

"Acepté la sugestión y salí del cuarto, hasta que al cabo de un rato el profesor salió por la ventana y me pidió que entrara. Parecía preocupado, pero dijo: "He efectuado un minucioso examen, pero no hay ninguna causa funcional.

Estoy de acuerdo con usted en que ha habido mucha pérdida de sangre; ha habido, pero no la hay. Además, el estado general de la joven no muestra ningún síntoma de anemia.

Le he pedido que me envíe a su sirvienta para que yo pueda hacerle un par de preguntas, de tal manera que no quede oportunidad de perder algo. Yo sé muy bien lo que dirá. Y sin embargo, hay una causa; siempre hay una causa para todo. Debo regresar a casa y pensar. Usted debe enviarme el telegrama todos los días; y si hay motivo, vendré otra vez. La enfermedad, pues no estar del todo bien es enfermedad, me interesa y también me interesa ella, la dulce jovencita. Me encanta, y por ella, si no por usted, o por enfermedad, vendré.

"Y como te digo, no quiso decir más, ni cuando estuvimos solos. Así es, Art, que ya sabes todo lo que yo sé. Mantendré una estricta vigilancia. Espero que tu pobre padre siga mejor. Debe ser una cosa terrible para ti, mi querido viejo, estar situado en una posición tal entre dos personas que son tan queridas para ti. Yo conozco tu idea del deber para con tu padre, y haces bien en ser fiel a ella; pero si hay necesidad, te enviaré un mensaje para que vengas de inmediato a donde Lucy; de tal manera que no te acongojes de más, a menos que recibas noticias mías."

Del diario del doctor Seward

4 de septiembre. Mi paciente zoófago siempre me mantiene interesado. Sólo ha tenido un ataque, y eso fue ayer a una hora inusitada. Poco antes del mediodía comenzó a mostrarse inquieto. El asistente reconoció los síntomas y pidió de inmediato ayuda.

Afortunadamente, los hombres llegaron corriendo, y apenas a tiempo, pues al dar el mediodía se volvió tan furioso que tuvieron que usar toda su fuerza para sujetarlo. Sin embargo, como a los cinco minutos comenzó a tranquilizarse paulatinamente, hasta que finalmente se hundió en una especie de melancolía, estado en el cual ha permanecido hasta ahora. El asistente me dice que sus gritos, durante el paroxismo, fueron realmente escalofriantes; cuando entré, me encontré con las manos llenas, atendiendo a algunos de los otros pacientes que estaban asustados por su comportamiento. De hecho, puedo entender bastante bien el efecto, pues el ruido de sus gritos me perturbó incluso a mí, aunque yo me encontraba alejado, a cierta distancia. Ahora acabamos de cenar en el asilo, y sin embargo, todavía mi paciente está sentado en una esquina murmurando, con una mirada sombría, amenazadora y angustiosa. Su rostro más bien parece indicar, en vez de mostrar algo directamente. No puedo acabar de comprenderlo.

Más tarde. Otro cambio en mi paciente. A las cinco de la tarde lo fui a ver y lo encontré casi tan alegre como solía estar antes. Estaba capturando moscas y comiéndoselas, y mantenía registro de sus capturas haciendo unas rayas con las uñas en el borde de la puerta entre los canales del relleno. Cuando me vio, se dirigió a mí y pidió disculpas por su mala conducta, y me suplicó de una manera muy humilde y atenta que le permitiera regresar otra vez a su cuarto y que le diera su libreta. Pensé que convenía complacerlo; de tal manera que está de regreso en su cuarto con la ventana abierta. Ha regado el azúcar de su té por el antepecho de la ventana, y está entregado otra vez a su colección de moscas. De momento no se las está comiendo, sino que las está poniendo en una caja, igual que antes, y ya está examinando los rincones de su cuarto para encontrar arañas. Traté de hacerle hablar sobre lo sucedido en los últimos días, pues cualquier pista sobre sus pensamientos me sería muy útil, pero él no quiso entrar en conversación. Durante unos momentos puso una expresión bastante triste, y dijo con apagada voz, como si más bien hablara consigo mismo en vez de hablar conmigo:

-¡Todo ha terminado! ¡Todo ha terminado! Me ha abandonado. ¡No tengo esperanza, a menos de que yo mismo lo haga!

Luego, repentinamente, volviéndose a mí de manera resuelta, me dijo:

-Doctor, ¿sería usted tan amable de darme un poquito más de azúcar? Creo que me haría muy bien.

-¿Y las moscas? -le pregunté.

-¡Sí! A las moscas les gusta también, y a mí me gustan las moscas; por lo tanto, a mí me gusta.

¡Y pensar que hay gente tan ignorante que piensa que un loco no tiene argumentos! Le di doble ración de azúcar y lo dejé feliz, como supongo que puede ser feliz un hombre en este mundo. Desearía poder penetrar en su mente.

Medianoche. Otro cambio en él. Había ido yo a visitar a la señorita Westenra, a quien encontré mucho mejor, y acababa de regresar; estaba parado en nuestro propio portón mirando la puesta del sol, cuando escuché que el loco gritaba. Como su cuarto está en este lado de la casa, pude oírlo mejor que en la mañana. Fue una sorpresa muy fuerte para mí, y con desagrado aparté la vista de la maravillosa belleza humeante del sol poniente sobre Londres, con sus fantásticas luces y sus sombras tintáceas, y todos los maravillosos matices que se ven en las sucias nubes tanto como en el agua sucia, para darme cuenta de la triste austeridad de mi propio frío edificio de piedra, con su riqueza de miserias respirantes, y mi propio corazón desolado que la soporta. Llegué junto al paciente en el momento en que el sol se estaba hundiendo, y desde su ventana vi desaparecer el disco rojo. Al hundirse, el paciente empezó a calmarse, y al desaparecer por completo se deslizó de las manos que lo sostenían, como una masa inerte, cayendo al suelo. Sin embargo, es maravilloso el poder intelectual recuperativo que tienen los lunáticos, pues al cabo de unos minutos se puso en pie bastante calmado y miró en torno suyo. Hice una seña a los asistentes para que no lo sujetaran, pues estaba ansioso de ver lo que iba a hacer. Fue directamente hacia la ventana y limpió los restos del azúcar; luego tomó su caja de moscas y la vació afuera, arrojando posteriormente la caja; después cerró la ventana y, atravesando el cuarto, se sentó en su propia cama. Todo esto me sorprendió, por lo que le pregunté:

-¿Ya no va a seguir cazando más moscas?

-No -me respondió él-, ¡estoy cansado de tanta basura!

Desde luego es un formidable e interesante caso de estudio. Desearía poder tener una ligera visión de su mente, o de las causas de su repentina pasión. Alto: puede haber, después de todo, una pista, si podemos averiguar por qué hoy sus paroxismos se produjeron a mediodía y no al ocultarse el sol. ¿Sería posible que hubiera malignas influencias del sol en períodos que afectan ciertas naturalezas, así como la luna afecta a otros? Lo veremos.

Telegrama de Seward, en Londres, a van Helsing, en Ámsterdam

4 de septiembre.

Paciente todavía mejor hoy.

Telegrama de Seward, en Londres, a van Helsing, en Ámsterdam

5 de septiembre.

Paciente muy mejorada. Buen apetito; duerme bien; buen humor; color regresa.

Telegrama de Seward, en Londres, a van Helsing, en Ámsterdam

6 de septiembre.

Terrible cambio para mal. Venga enseguida; no pierda una hora. No enviaré telegrama a Holmwood hasta verle a usted.

Carta del doctor Seward al honorable Arthur Holmwood

6 de septiembre.

"Mi querido Art:

"Mis noticias hoy no son muy buenas. Esta mañana Lucy había retrocedido un poquito. Sin embargo, una cosa buena ha resultado de ello: la señora Westenra estaba naturalmente ansiosa respecto a Lucy, y me ha consultado a mí profesionalmente acerca de ella. Aproveché la oportunidad y le dije que mi antiguo maestro, van Helsing, el gran especialista, iba a pasar conmigo unos días, y que yo la pondría a su cuidado; así es que ahora podemos entrar y salir sin causarle alarma, pues una impresión para ella significaría una repentina muerte, y esto, aunado a la debilidad de Lucy, podría ser desastroso para ella. Estamos todos llenos de tribulaciones, pero, mi viejo, Dios mediante, vamos a poder sobrellevarlas y vencerlas. Si hay alguna necesidad, te escribiré, por lo que si no tienes noticias de mí, puedes estar seguro de que simplemente estoy a la expectativa. Tengo prisa. Adiós.

"Tu amigo de siempre,

JOHN SEWARD"

Del diario del doctor Seward

7 de septiembre. Lo primero que van Helsing me dijo cuando nos encontramos en la calle Liverpool, fue: "¿Ha dicho usted algo a su amigo, el novio de ella?"

-No -le dije-. Quería esperar hasta verlo a usted antes, como le dije en mi telegrama. Le escribí una carta diciéndole simplemente que usted venía, ya que la señorita Westenra no estaba bien de salud, y que le enviaría más noticias después.

-Muy bien, muy bien, mi amigo -me dijo-. Mejor será que no lo sepa todavía; tal vez nunca lo llegue a saber. Eso espero; pero si es necesario, entonces lo sabrá todo. Y, mi viejo amigo John, déjeme que se lo advierta: usted trata con los locos. Todos los hombres están más o menos locos; y así como usted trata discretamente con sus locos, así trate discretamente con los locos de Dios: el resto del mundo. Usted no le dice a sus locos lo que hace ni por qué lo hace; usted no les dice lo que piensa. Así es que debe mantener el conocimiento en su lugar, donde pueda descansar; donde pueda reunirse con los de su clase y procrear. Usted y yo nos guardaremos como hasta ahora lo que sabemos…

Y al decir esto me tocó en el corazón y en la frente, y luego él mismo se tocó de manera similar.

-Por mi parte tengo algunas ideas, de momento. Más tarde se las expondré a usted.

-¿Por qué no ahora? -le pregunté-. Puede que den buen resultado; podríamos llegar a alguna conclusión.

Él me miró fijamente, y dijo:

-Mi amigo John, cuando ha crecido el maíz, incluso antes de que haya madurado, mientras la savia de su madre tierra está en él, y el sol todavía no ha comenzado a pintarlo con su oro, el marido se tira de la oreja y la frota entre sus ásperas manos, y limpia la verde broza, y te dice: "¡Mira!: es buen maíz; cuando llegue el tiempo, será un buen grano."

Yo no vi la aplicación, y se lo dije. Como respuesta extendió su brazo y tomó mi oreja entre sus manos tirando de ella juguetonamente, como solía hacerlo antiguamente durante sus clases, y dijo:

-El buen marido dice así porque conoce, pero no hasta entonces. Pero usted no encuentra al buen marido escarbando el maíz sembrado para ver si crece; eso es para niños que juegan a sembradores. Pero no para aquellos que tienen ese oficio como medio de subsistencia. ¿Entiende usted ahora, amigo John? He sembrado mi maíz, y la naturaleza tiene ahora el trabajo de hacerlo crecer; si crece, entonces hay cierta esperanza; y yo esperaré hasta que comience a verse el grano.

Al decir esto se interrumpió, pues evidentemente vio que lo había comprendido.

Luego, prosiguió con toda seriedad:

-Usted siempre fue un estudiante cuidadoso, y su estuche siempre estaba más lleno que los demás. Entonces usted era apenas un estudiante; ahora usted es maestro, y espero que sus buenas costumbres no hayan desaparecido. Recuerde, mi amigo, que el conocimiento es más fuerte que la memoria, y no debemos confiar en lo más débil. Aunque usted no haya mantenido la buena práctica, permítame decirle que este caso de nuestra querida señorita es uno que puede ser, fíjese, digo puede ser, de tanto interés para nosotros y para otras personas que todos los demás casos no sean nada comparados con él. Tome, entonces, buena nota de él. Nada es demasiado pequeño. Le doy un consejo: escriba en el registro hasta sus dudas y sus conjeturas. Después podría ser interesante para usted ver cuánta verdad puede adivinar. Aprendemos de los fracasos; no de los éxitos.

Cuando le describí los síntomas de Lucy (los mismos que antes, pero infinitamente más marcados) se puso muy serio, pero no dijo nada. Tomó un maletín en el que había muchos instrumentos y medicinas, "horrible atavío de nuestro comercio benéfico", como él mismo lo había llamado en una de sus clases, el equipo de un profesor de la ciencia médica. Cuando nos hicieron pasar, la señora Westenra salió a nuestro encuentro. Estaba alarmada, pero no tanto como yo había esperado encontrarla.

La naturaleza, en uno de sus momentos de buena disposición, ha ordenado que hasta la muerte tenga algún antídoto para sus propios errores. Aquí, en un caso donde cualquier impresión podría ser fatal, los asuntos se ordenan de tal forma que, por una causa o por otra, las cosas no personales (ni siquiera el terrible cambio en su hija, a la cual quería tanto) parecen alcanzarla. Es algo semejante a como la madre naturaleza se reúne alrededor de un cuerpo extraño y lo envuelve con algún tejido insensible, que puede protegerlo del mal al que de otra manera se vería sometido por contacto. Si esto es un egoísmo ordenado, entonces deberíamos abstenernos un momento antes de condenar a nadie por el defecto del egoísmo, pues sus causas pueden tener raíces más profundas de las que hasta ahora conocemos.

Puse en práctica mi conocimiento de esta fase de la patología espiritual, y asenté la regla de que ella no debería estar presente con Lucy, o pensar en su enfermedad, más que cuando fuese absolutamente necesario. Ella asintió de buen grado; tan de buen grado, que nuevamente vi la mano de la naturaleza protegiendo la vida. Van Helsing y yo fuimos conducidos hasta el cuarto de Lucy. Si me había impresionado verla a ella ayer, cuando la vi hoy quedé horrorizado. Estaba terriblemente pálida; blanca como la cal. El rojo parecía haberse ido hasta de sus labios y sus encías, y los huesos de su rostro resaltaban prominentemente; se dolía uno de ver o escuchar su respiración. El rostro de van Helsing se volvió rígido como el mármol, y sus cejas convergieron hasta que casi se encontraron sobre su nariz. Lucy yacía inmóvil y no parecía tener la fuerza suficiente para hablar, así es que por un instante todos permanecimos en silencio. Entonces, van Helsing me hizo una seña y salimos silenciosamente del cuarto. En el momento en que cerramos la puerta, caminó rápidamente por el corredor hacia la puerta siguiente, que estaba abierta. Entonces me empujó rápidamente con ella, y la cerró.

-¡Dios mío! -dijo él-. ¡Esto es terrible! No hay tiempo que perder. Se morirá por falta de sangre para mantener activa la función del corazón. Debemos hacer inmediatamente una transfusión de sangre. ¿Usted, o yo?

-Maestro, yo soy más joven y más fuerte; debo ser yo.

-Entonces, prepárese al momento. Yo traeré mi maletín. Ya estoy preparado.

Lo acompañé escaleras abajo, y al tiempo que bajábamos alguien llamó a la puerta del corredor. Cuando llegamos a él, la sirvienta acababa de abrir la puerta y Arthur estaba entrando velozmente. Corrió hacia mí, hablando en un susurro angustioso.

-Jack, estaba muy afligido. Leí entre líneas tu carta, y he estado en un constante tormento. Mi papá está mejor, por lo que corrí hasta aquí para ver las cosas por mí mismo. ¿No es este caballero el doctor van Helsing? Doctor, le estoy muy agradecido por haber venido.

Cuando los ojos del profesor cayeron por primera vez sobre él, había en ellos un brillo de cólera por la interrupción en tal momento: pero al mirar sus fornidas proporciones y reconocer la fuerte hombría juvenil que parecía emanar de él, sus ojos se alegraron. Sin demora alguna le dijo, mientras extendía la mano:

-Joven, ha llegado usted a tiempo. Usted es el novio de nuestra paciente, ¿verdad? Está mal; muy, muy mal. No, hijo, no se ponga así -le dijo, viendo que repentinamente mi amigo se ponía pálido y se sentaba en una silla casi desmayado-. Usted le va a ayudar a ella. Usted puede hacer más que ninguno para que viva, y su valor es su mejor ayuda.

-¿Qué puedo hacer? -preguntó Arthur, con voz ronca-. Dígamelo y lo haré. Mi vida es de ella, y yo daría hasta la última gota de mi sangre por ayudarla.

El profesor tenía un fuerte sentido del humor, y por conocerlo tanto yo pude detectar un rasgo de él, en su respuesta:

-Mi joven amigo, yo no le pido tanto; por lo menos no la última.

-¿Qué debo hacer?

Había fuego en sus ojos, y su nariz temblaba de emoción. Van Helsing le dio palmadas en el hombro.

-Venga -le dijo-. Usted es un hombre, y un hombre es lo que necesitamos. Usted está mejor que yo, y mejor que mi amigo John.

Arthur miró perplejo y entonces mi maestro comenzó a explicarle en forma bondadosa:

-La joven señorita está mal, muy mal. Quiere sangre, y sangre debe dársele, o muere. Mi amigo John y yo hemos consultado; y estamos a punto de realizar lo que llamamos una transfusión de sangre: pasar la sangre de las venas llenas de uno a las venas vacías de otro que la está pidiendo. John iba a dar su sangre, ya que él es más joven y más fuerte que yo (y aquí Arthur tomó mi mano y me la apretó fuertemente en silencio), pero ahora usted está aquí; usted es más fuerte que cualquiera de nosotros, viejo o joven, que nos gastamos mucho en el mundo del pensamiento. ¡Nuestros nervios no están tan tranquilos ni nuestra sangre es tan rica como la suya!

Entonces Arthur se volvió hacia el eminente médico, y le dijo:

-Si usted supiera qué felizmente moriría yo por ella, entonces entendería…

Se detuvo, con una especie de asfixia en la voz.

-¡Bien, muchacho! -dijo van Helsing-. En un futuro no muy lejano estará contento de haber hecho todo lo posible por ayudar a quien ama. Ahora venga y guarde silencio. Antes de que lo hagamos la besará una vez, pero luego debe usted irse: y debe irse a una señal mía. No diga ni palabra de esto a la señora; ¡usted ya sabe cuál es su estado! No debe tener ninguna impresión; cualquier contrariedad la mataría. ¡Venga!

Todos entramos en el cuarto de Lucy. Por indicación del maestro, Arthur permaneció fuera. Lucy volvió la cabeza hacia nosotros y nos miró, pero no dijo nada.

No estaba dormida, pero estaba simplemente tan débil que no podía hacer esfuerzo alguno. Sus ojos nos hablaron; eso fue todo. Van Helsing sacó algunas cosas de su maletín y las colocó sobre una pequeña mesa fuera del alcance de su vista. Entonces, mezcló un narcótico y, acercándose a la cama, le dijo alegremente:

-Bien, señorita, aquí está su medicina. Tómesela toda como una niña buena. Vea; yo la levantaré para que pueda tragar con facilidad. Así.

Hizo el esfuerzo con buen resultado.

Me sorprendió lo mucho que tardó la droga en surtir efecto. Esto, de hecho, era un claro síntoma de su debilidad. El tiempo pareció interminable hasta que el sueño comenzó a aletear en sus párpados. Sin embargo, al final, el narcótico comenzó a manifestar su potencia, y se sumió en un profundo sueño. Cuando el profesor estuvo satisfecho, llamó a Arthur al cuarto y le pidió que se quitara la chaqueta. Luego agregó:

-Puede usted dar ese corto beso mientras yo traigo la mesa. ¡Amigo John, ayúdeme!

Así fue que ninguno de los dos vimos mientras él se inclinaba sobre ella. Entonces, volviéndose a mí, van Helsing me dijo:

-Es tan joven y tan fuerte, y de sangre tan pura, que no necesitamos desfibrinarla.

Luego, con rapidez, pero metódicamente, van Helsing llevó a cabo la operación.

A medida que se efectuaba, algo como vida parecía regresar a las mejillas de la pobre Lucy, y a través de la creciente palidez de Arthur parecía brillar la alegría de su rostro.

Después de un corto tiempo comencé a sentir angustia, pues a pesar de que Arthur era un hombre fuerte, la pérdida de sangre ya lo estaba afectando. Esto me dio una idea de la terrible tensión a que debió haber estado sometido el organismo de Lucy, ya que lo que debilitaba a Arthur apenas la mejoraba parcialmente a ella. Pero el rostro de mi maestro estaba rígido, y estuvo con el reloj en la mano y con la mirada fija ora en la paciente, ora en Arthur. Yo podía escuchar los latidos de mi corazón. Finalmente dijo, en voz baja:

-No se mueva un instante. Es suficiente. Usted atiéndalo a él; yo me ocuparé de ella.

Cuando todo hubo terminado, pude ver cómo Arthur estaba debilitado. Le vendé la herida y lo tomé del brazo para ayudarlo a salir, cuando van Helsing habló sin volverse; el hombre parecía tener ojos en la nuca.

-El valiente novio, pienso, merece otro beso, el cual tendrá de inmediato.

Y como ahora ya había terminado su operación, arregló la almohada bajo la cabeza de la paciente. Al hacer eso, el estrecho listón de terciopelo que ella siempre parecía usar alrededor de su garganta, sujeto con un antiguo broche de diamante que su novio le había dado, se deslizó un poco hacia arriba y mostró una marca roja en su garganta. Arthur no la notó, pero yo pude escuchar el profundo silbido de aire inhalado, que es una de las maneras en que van Helsing traiciona su emoción. No dijo nada de momento, pero se volvió hacia mí y dijo:

-Ahora, baje con nuestro valiente novio, dele un poco de vino y que descanse un rato. Luego debe irse a casa y descansar; dormir mucho y comer mucho, para que pueda recuperar lo que le ha dado a su amor. No debe quedarse aquí. ¡Un momento! Presumo, señor, que usted está ansioso del resultado; entonces lléveselo consigo, ya que de todas maneras la operación ha sido afortunada. Usted le ha salvado la vida esta vez, y puede irse a su casa a descansar tranquilamente, pues ya se ha hecho todo lo que tenía que hacerse. Yo le diré a ella lo sucedido cuando esté bien; no creo que lo deje de querer por lo que ha hecho. Adiós.

Cuando Arthur se hubo ido, regresé al cuarto. Lucy estaba durmiendo tranquilamente, pero su respiración era más fuerte; pude ver cómo se alzaba la colcha a medida que respiraba. Al lado de su cama se sentaba van Helsing, mirándola intensamente. La gargantilla de terciopelo cubría la marca roja. Le pregunté al profesor:

-¿Qué piensa usted de esa señal en su garganta?

-Y usted, ¿qué piensa?

-Yo todavía no la he examinado -respondí, y en ese mismo momento procedí a desabrochar la gargantilla.

Justamente sobre la vena yugular externa había dos pinchazos, no grandes, pero que tampoco presagiaban nada bueno. No había ninguna señal de infección, pero los bordes eran blancos y parecían gastados, como si hubiesen sido maltratados. De momento se me ocurrió que aquella herida, o lo que fuese, podía ser el medio de la manifiesta pérdida de sangre; pero abandoné la idea tan pronto como la hube formulado, pues tal cosa no podía ser. Toda la cama hubiera estado empapada de rojo con la sangre que la muchacha debió perder para tener una palidez como la que había mostrado antes de la transfusión.

-¿Bien? -dijo van Helsing.

-Bien -dije yo-, no me explico qué pueda ser.

Mi maestro se puso en pie.

-Debo regresar a Ámsterdam hoy por la noche -dijo-. Allí hay libros y documentos que deseo consultar. Usted debe permanecer aquí toda la noche, y no debe quitarle la vista de encima.

-¿Debo contratar a una enfermera? -le pregunté.

-Nosotros somos los mejores enfermeros, usted y yo. Usted vigílela toda la noche; vea que coma bien y que nada la moleste. Usted no debe dormir toda la noche. Más tarde podremos dormir, usted y yo. Regresaré tan pronto como sea posible, y entonces podremos comenzar.

-¿Podremos comenzar? -dije yo-. ¿Qué quiere usted decir con eso?

-¡Ya lo veremos! -respondió mi maestro, al tiempo que salía precipitadamente.

Regresó un momento después, asomó la cabeza por la puerta y dijo, levantando un dedo en señal de advertencia: -Recuérdelo: ella está a su cargo. ¡Si usted la deja y sucede algo, no podrá dormir tranquilamente en lo futuro!

Del diario del doctor Seward (continuación)

8 de septiembre. Estuve toda la noche sentado al lado de Lucy. El soporífero perdió su efecto al anochecer, y despertó naturalmente; parecía un ser diferente del que había sido antes de la operación. Su estado de ánimo era excelente, y estaba llena de una alegre vivacidad, pero pude ver las huellas de la extrema postración por la que había pasado. Cuando le dije a la señora Westenra que el doctor van Helsing había ordenado que yo estuviese sentado al lado de ella, casi se burló de la idea señalando las renovadas fuerzas de su hija y su excelente estado de ánimo. Sin embargo, me mostré firme, e hice los preparativos para mi larga vigilia. Cuando su sirvienta la hubo preparado para la noche, entré, habiendo entretanto cenado, y tomé asiento al lado de su cama. No hizo ninguna objeción, sino que se limitó a mirarme con gratitud siempre que pude captar sus ojos. Después de un largo rato pareció estar a punto de dormirse, pero con un esfuerzo pareció recobrarse y sacudirse el sueño. Esto se repitió varias veces, con más esfuerzo y pausas más cortas a medida que el tiempo pasaba. Era aparente que no quería dormir, de manera que yo abordé el asunto de inmediato:

-¡No quiere usted dormirse?

-No. Tengo miedo.

-¡Miedo de dormirse! ¿Por qué? Es una bendición que todos anhelamos.

-¡Ah! No si usted fuera como yo. ¡Si el sueño fuera para usted presagio de horror…!

-¡Un presagio de horror! ¿Qué quiere usted decir con eso?

-No lo sé, ¡ay!, no lo sé. Y eso es lo que lo hace tan terrible. Toda esta debilidad me llega mientras duermo; de tal manera que ahora me da miedo hasta la idea misma de dormir.

-Pero, mi querida niña, usted puede dormir hoy en la noche. Yo estaré aquí velando su sueño, y puedo prometerle que no sucederá nada.

-¡Ah! ¡Puedo confiar en usted!

Aproveché la oportunidad, y dije:

-Le prometo que si yo veo cualquier evidencia de pesadillas, la despertaré inmediatamente.

-¿Lo hará? ¿De verdad? ¡Qué bueno es usted conmigo! Entonces, dormiré.

Y casi al mismo tiempo dejó escapar un profundo suspiro de alivio, y se hundió en la almohada, dormida.

Toda la noche estuve a su lado. No se movió ni una vez, sino que durmió con un sueño tranquilo, reparador. Sus labios estaban ligeramente abiertos, y su pecho se elevaba y bajaba con la regularidad de un péndulo. En su rostro se dibujaba una sonrisa, y era evidente que no habían llegado pesadillas a perturbar la paz de su mente.

Temprano por la mañana llegó su sirvienta; yo la dejé al cuidado de ella y regresé a casa, pues estaba preocupado por muchas cosas. Envié un corto telegrama a van Helsing y a Arthur, comunicándoles el excelente resultado de la transfusión. Mi propio trabajo, con todos sus contratiempos, me mantuvo ocupado durante todo el día; ya había oscurecido cuando tuve oportunidad de preguntar por mi paciente zoófago. El informe fue bueno; había estado tranquilo durante el último día y la última noche.

Mientras estaba cenando, me llegó un telegrama de van Helsing, desde Ámsterdam, sugiriéndome que me dirigiera a Hillingham por la noche, ya que quizá sería conveniente estar cerca, y haciéndome saber que él saldría con el correo de la noche y que me alcanzaría temprano por la mañana.

9 de septiembre. Estaba bastante cansado cuando llegué a Hillingham. Durante dos noches apenas había podido dormir, y mi cerebro estaba comenzando a sentir ese entumecimiento que indica el agotamiento cerebral. Lucy estaba levantada y animosa.

Al estrecharme la mano me miró fijamente a la cara, y dijo:

-Usted no se sentará hoy toda la noche. Está acabado. Yo ya estoy bastante bien otra vez; de hecho, me siento perfectamente, y si alguien va a cuidar a alguien, entonces yo seré quien lo cuide a usted.

No tuve ánimos para discutir, sino que me fui a cenar.

Lucy subió conmigo, y avivado por su encantadora presencia, comí con bastante apetito y me tomé un par de vasos del más excelente oporto. Entonces Lucy me condujo arriba y me mostró un cuarto contiguo al de ella, donde estaba encendido un acogedor fogón.

-Ahora -dijo ella-, usted debe quedarse aquí. Dejaré esta puerta abierta, y también mi puerta. Puede acostarse en el sofá, pues sé que nada podría inducir a un médico a descansar debidamente en una cama mientras hay un paciente al lado. Si quiero cualquier cosa gritaré, y usted puede estar a mi lado al momento.

No pude sino asentir, pues estaba muerto de cansancio, y no hubiera podido mantenerme sentado aunque lo hubiese intentado. Así es que, haciendo que renovara su promesa de llamarme en caso de que necesitase algo, me acosté en el sofá y me olvidé completamente de todo.

Del diario de Lucy Westenra

9 de septiembre. Me siento feliz hoy por la noche. He estado tan tremendamente débil, que ser capaz de pensar y moverme es como sentir los rayos del sol después de un largo período de viento del este y de cielo nublado y gris. Arthur se siente muy cerca de mí. Me parece sentir su presencia caliente alrededor de mí. Supongo que es porque la enfermedad y la debilidad vuelven egoísta, y vuelven nuestros ojos internos y nuestra simpatía sobre nosotros mismos, mientras que la salud y la fuerza dan rienda suelta al amor, y en pensamiento y sentimiento puede uno andar donde uno quiera. Yo sé donde están mis pensamientos. ¡Si Arthur lo supiese! Querido mío, tus oídos deben zumbar mientras duermes, tal como me zumban los míos al caminar. ¡Oh, el maravilloso descanso de anoche! Cómo dormí, con el querido, buen doctor Seward vigilándome. Y hoy por la noche no tendré miedo de dormir, ya que está muy cerca y puedo llamarlo. ¡Gracias a todos por ser tan buenos conmigo! ¡Gracias a Dios! Buenas noches, Arthur.

Del diario del doctor Seward

10 de septiembre. Fui consciente de la mano del profesor sobre mi cabeza, y me desperté de golpe en un segundo. Esa es una de las cosas que por lo menos aprendemos en un asilo.

-¿Y cómo está nuestra paciente?

-Bien, cuando la dejé, o mejor dicho, cuando ella me dejó a mí -le respondí.

-Venga, veamos -dijo él, y juntos entramos al cuarto contiguo.

La celosía estaba bajada, y yo la subí con mucho cuidado mientras van Helsing avanzó, con su pisada blanda, felina, hacia la cama.

Cuando subí la celosía y la luz de la mañana inundó el cuarto, oí el leve siseo de aspiración del profesor, y conociendo su rareza, un miedo mortal me heló la sangre. Al acercarme yo él retrocedió, y su exclamación de horror, "¡Gott in Himmel!" ,no necesitaba el refuerzo de su cara doliente. Alzó la mano y señaló en dirección a la cama, y su rostro de hierro estaba fruncido y blanco como la ceniza. Sentí que mis rodillas comenzaron a temblar.

Ahí sobre la cama, en un aparente desmayo, yacía la pobre Lucy, más terriblemente blanca y pálida que nunca. Hasta los labios estaban blancos, y las encías parecían haberse encogido detrás de los dientes, como algunas veces vemos en los cuerpos después de una prolongada enfermedad. Van Helsing levantó su pie para patear de cólera, pero el instinto de su vida y todos los largos años de hábitos lo contuvieron, y lo depositó otra vez suavemente.

-¡Pronto! -me dijo-. Traiga el brandy,

Volé, al comedor y regresé con la garrafa. Él humedeció con ella los pobres labios blancos y juntos frotamos las palmas, las muñecas y el corazón. Él escuchó el corazón, y después de unos momentos de agonizante espera, dijo: -No es demasiado tarde. Todavía late, aunque muy débilmente. Todo nuestro trabajo se ha perdido; debemos comenzar otra vez. No hay aquí ningún joven Arthur ahora; esta vez tengo que pedirle a usted mismo que done su sangre, amigo John.

Y a medida que hablaba, metía la mano en el maletín y sacaba los instrumentos para la transfusión; yo me quité la chaqueta y enrollé la manga de mi camisa. En tal situación no había posibilidad de usar un soporífero, pero además no había necesidad de él; y así, sin perder un momento, comenzamos la transfusión. Después de cierto tiempo (tampoco pareció ser tan corto, pues el fluir de la propia sangre no importa con qué alegría se vea, es una sensación terrible), van Helsing levantó un dedo en advertencia:

-No se mueva -me dijo-, pues temo que al recobrar las fuerzas ella despierte; y eso sería muy, muy peligroso. Pero tendré precaución. Le aplicaré una inyección hipodérmica de morfina.

Entonces procedió, veloz y seguramente, a efectuar su proyecto. El efecto en Lucy no fue malo, pues el desmayo pareció transformarse sutilmente en un sueño narcótico. Fue con un sentimiento de orgullo personal como pude ver un débil matiz de color regresar lentamente a sus pálidas mejillas y labios. Ningún hombre sabe, hasta que lo experimenta, lo que es sentir que su propia sangre se transfiere a las venas de la mujer que ama.

El profesor me miraba críticamente.

-Eso es suficiente -dijo.

-¿Ya? -protesté yo-. Tomó usted bastante más de Art.

A lo cual él sonrió con una especie de sonrisa triste, y me respondió:

-Él es su novio, su fiancé. Usted tiene trabajo, mucho trabajo que hacer por ella y por otros; y con lo que hemos puesto es suficiente.

Cuando detuvimos la operación, él atendió a Lucy mientras yo aplicaba presión digital a mi propia herida. Me acosté, mientras esperaba a que tuviera tiempo de atenderme, pues me sentí débil y un poco mareado. Al cabo de un tiempo me vendó la herida y me envió abajo para que bebiera un vaso de vino. Cuando estaba saliendo del cuarto, vino detrás de mí y me susurró:

-Recuerde: nada debe decir de esto. Si nuestro joven enamorado aparece inesperadamente, como la otra vez, ninguna palabra a él. Por un lado lo asustaría, y además de eso lo pondría celoso. No debe haber nada de eso, ¿verdad?

Cuando regresé, me examinó detenidamente, y dijo:

-No está usted mucho peor. Vaya a su cuarto y descanse en el sofá un rato; luego tome un buen desayuno, y regrese otra vez acá.

Seguí sus órdenes, pues sabía cuán correctas y sabias eran. Había hecho mi parte y ahora mi siguiente deber era recuperar fuerzas. Me sentí muy débil, y en la debilidad perdí algo del placer de lo que había ocurrido. Me quedé dormido en el sofá; sin embargo, preguntándome una y otra vez como era que Lucy había hecho un movimiento tan retrógrado, y como había podido perder tanta sangre, sin dejar ninguna señal por ningún lado de ella. Creo que debo haber continuado preguntándome esto en mi sueño, pues, durmiendo y caminando, mis pensamientos siempre regresaban a los pequeños pinchazos en su garganta y la apariencia marchita y maltratada de sus bordes a pesar de lo pequeños que eran.

Lucy durmió hasta bien entrado el día, y cuando despertó estaba bastante bien y fuerte, aunque no tanto como el día anterior. Cuando van Helsing la hubo visto, salió a dar un paseo, dejándome a mí a cargo de ella, con instrucciones estrictas de no abandonarla ni por un momento. Pude escuchar su voz en el corredor, preguntando cuál era el camino para la oficina de telégrafos más cercana.

Lucy conversó conmigo alegremente, y parecía completamente inconsciente de lo que había sucedido. Yo traté de mantenerla entretenida e interesada. Cuando su madre subió a verla, no pareció notar ningún cambio en ella, y sólo me dijo agradecida: ¡Le debemos tanto a usted, doctor Seward, por todo lo que ha hecho! Pero realmente ahora debe usted tener cuidado de no trabajar en exceso. Se ve usted mismo un poco pálido. Usted necesita una mujer para que le sirva de enfermera y que lo cuide un poco; ¡eso es lo que usted necesita!

A medida que ella hablaba, Lucy se ruborizó, aunque sólo fue momentáneamente, pues sus pobres venas desgastadas no pudieron soportar el súbito flujo de sangre a la cabeza. La reacción llegó como una excesiva palidez al volver ella sus ojos implorantes hacia mí. Yo sonreí y moví la cabeza, y me llevé el dedo a los labios; exhalando un suspiro, la joven se hundió nuevamente entre sus almohadas.

Van Helsing regresó al cabo de unas horas, y me dijo:

-Ahora usted váyase a su casa, y coma mucho y beba bastante. Repóngase. Yo me quedaré aquí hoy por la noche, y me sentaré yo mismo junto a la señorita. Usted y yo debemos observar el caso, y no podemos permitir que nadie más lo sepa. Tengo razones de peso. No, no me las pregunte; piense lo que quiera. No tema pensar incluso lo más improbable. Buenas noches.

En el corredor, dos de las sirvientas llegaron a mí y me preguntaron si ellas o cualquiera de ellas podría quedarse por la noche con la señorita Lucy. Me imploraron que las dejara, y cuando les dije que era una orden del doctor van Helsing que fuese él o yo quienes veláramos, me pidieron que intercediera con el "caballero extranjero". Me sentí muy conmovido por aquella bondad. Quizá porque estoy débil de momento, y quizá porque fue por Lucy que se manifestó su devoción; pues una y otra vez he visto similares manifestaciones de la bondad de las mujeres. Regresé aquí a tiempo para comer; hice todas mis visitas y todos mis pacientes estaban bien; y luego me senté mientras esperaba que llegara el sueño. Ya viene.

11 de septiembre. Esta tarde fui a Hillingham. Encontré a van Helsing de excelente humor y a Lucy mucho mejor. Poco después de mi llegada, el correo llevó un paquete muy grande para el profesor. Lo abrió con bastante prisa, así me pareció, y me mostró un gran ramo de flores blancas.

-Estas son para usted, señorita Lucy -dijo.

-¿Para mí? ¡Oh, doctor van Helsing!

-Sí, querida, pero no para que juegue con ellas. Estas son medicinas.

Lucy hizo un encantador mohín.

-No, pero no es para que se las tome cocidas ni en forma desagradable; no necesita fruncir su encantadora naricita, o tendré que indicarle a mi amigo Arthur los peligros que tendrá que soportar al ver tanta belleza, que él quiere tanto, distorsionarse en esa forma. Ajá, mi bella señorita, eso es: tan bonita nariz esta muy recta otra vez. Esto es medicinal, pero usted no sabe cómo. Yo lo pongo en su ventana, hago una bonita guirnalda y la cuelgo alrededor de su cuello, para que usted duerma bien. Sí; estas flores, como las flores de loto, hacen olvidar las penas. Huelen como las aguas de Letos, y de esa fuente de la juventud que los conquistadores buscaron en la Florida, y la encontraron, pero demasiado tarde.

Mientras hablaba, Lucy había estado examinando las flores y oliéndolas. Luego las tiró, diciendo, medio en risa medio en serio:

-Profesor, yo creo que usted sólo me está haciendo una broma. Estas flores no son más que ajo común.

Para sorpresa mía, van Helsing se puso en pie y dijo con toda seriedad, con su mandíbula de acero rígida y sus espesas cejas encontrándose:

-¡No hay ningún juego en esto! ¡Yo nunca bromeo! Hay un serio propósito en lo que hago, y le prevengo que no me frustre. Cuídese, por amor a los otros si no por amor a usted misma -añadió, pero viendo que la pobre Lucy se había asustado como tenía razón de estarlo, continuó en un tono más suave-: ¡Oh, señorita, mi querida, no me tema! Yo sólo hago esto por su bien; pero hay mucha virtud para usted en esas flores tan comunes. Vea, yo mismo las coloco en su cuarto. Yo mismo hago la guirnalda que usted debe llevar. ¡Pero cuidado! No debe decírselo a los que hacen preguntas indiscretas. Debemos obedecer, y el silencio es una parte de la obediencia; y obediencia es llevarla a usted fuerte y llena de salud hasta los brazos que la esperan. Ahora siéntese tranquila un rato. Venga conmigo, amigo John, y me ayudará a cubrir el cuarto con mis ajos, que vienen desde muy lejos, desde Haarlem, donde mi amigo Vanderpool los hace crecer en sus invernaderos durante todo el año. Tuve que telegrafiar ayer, o no hubieran estado hoy aquí.

Entramos en el cuarto, llevando con nosotros las flores. Las acciones del profesor eran verdaderamente raras y no creo que se pudiera encontrar alguna farmacopea en la cual yo encontrara noticias. Primero cerró las ventanas y las aseguró con aldaba; luego, tomando un ramo de flores, frotó con ellas las guillotinas, como para asegurarse de que cada soplo de aire que pudiera pasar a través de ellas estuviera cargado con el olor a ajo. Después, con el manojo frotó los batientes de la puerta, arriba, abajo y a cada lado, y alrededor de la chimenea de la misma manera. Todo me pareció muy grotesco, y al momento le dije al profesor:

-Bien, profesor, yo sé que usted siempre tiene una razón por lo que hace, pero esto me deja verdaderamente perplejo. Está bien que no hay ningún escéptico a los alrededores, o diría que usted está haciendo un conjuro para mantener alejado a un espíritu maligno.

-¡Tal vez lo esté haciendo! -me respondió rápidamente, al tiempo que comenzaba a hacer la guirnalda que Lucy tenía que llevar alrededor del cuello.

Luego esperamos hasta que Lucy hubo terminado de arreglarse para la noche, y cuando ya estaba en cama entramos y él mismo colocó la guirnalda de ajos alrededor de su cuello. Las últimas palabras que él le dijo a ella, fueron:

-Tenga cuidado y no la perturbe; y aunque el cuarto huela mal, no abra hoy por la noche la ventana ni la puerta.

-Lo prometo -dijo Lucy, y gracias mil a ustedes dos por todas sus bondades conmigo. ¡Oh! ¿Qué he hecho para ser bendecida con amigos tan buenos?

Cuando dejamos la casa en mi calesín, que estaba esperando, van Helsing dijo:

-Hoy en la noche puedo dormir en paz, y quiero dormir: dos noches de viaje, mucha lectura durante el día intermedio, mucha ansiedad al día siguiente y una noche en vela, sin pegar los ojos. Mañana temprano en la mañana pase por mí, y vendremos juntos a ver a nuestra bonita señorita, mucho más fuerte por mi "conjuro" que he hecho. ¡Jo!, ¡jo!

Estaba tan confiado que yo, recordando mi misma confianza de dos noches antes y los penosos resultados, sentí un profundo y vago temor. Debe haber sido mi debilidad lo que me hizo dudar de decírselo a mi amigo pero de todas maneras lo sentí, como lágrimas contenidas.

El diario de Lucy Westenra

12 de septiembre. ¡Qué buenos son todos conmigo! Casi siento que quiero a ese adorable doctor van Helsing. Me pregunto por qué estaba tan ansioso acerca de estas flores. Realmente me asustó. ¡Parecía tan serio! Sin embargo, debe haber tenido razón, pues ya siento el alivio que me llega de ellas. Por algún motivo, no temo estar sola esta noche, y puedo acostarme a dormir sin temor. No me importará el aleteo fuera de la ventana. ¡Oh, la terrible lucha que he tenido contra el sueño tan a menudo últimamente!

¡El dolor del insomnio o el dolor del miedo a dormirme, y con los desconocidos horrores que tiene para mí! ¡Qué bendición tienen esas personas cuyas vidas no tienen temores, ni amenazas; para quienes el dormir es una dicha que llega cada noche, y no les lleva sino dulces sueños! Bien, aquí estoy hoy, esperando dormir, y haciendo como Ofelia en el drama: con virgin crants and maiden strewments. ¡Nunca me gustó el ajo antes de hoy, pero ahora lo siento admirable! Hay una gran paz en su olor; siento que ya viene el sueño. Buenas noches, todo el mundo.

Del diario del doctor Seward

13 de septiembre. Pasé por el Berkeley y encontré a van Helsing, como de costumbre, ya preparado para salir. El coche ordenado por el hotel estaba esperando. El profesor tomó su maletín, que ahora siempre lleva consigo.

Lo anotaré todo detalladamente. Van Helsing y yo llegamos a Hillingham a las ocho en punto. Era una mañana agradable; la brillante luz del sol y todo el fresco ambiente de la entrada del otoño parecían ser la culminación del trabajo anual de la naturaleza. Las hojas se estaban volviendo de todos los bellos colores, pero todavía no habían comenzado a caer de los árboles. Cuando entramos encontramos a la señora Westenra saliendo del recibidor. Ella siempre se levanta temprano. Nos saludó cordialmente, y dijo:

-Se alegrarán ustedes de saber que Lucy está mejor. La pequeñuela todavía duerme. Miré en su cuarto y la vi, pero no entré, para no perturbarla.

El profesor sonrió, y su mirada era alegre. Se frotó las manos, y dijo:

-¡Ajá! Pensé que había diagnosticado bien el caso. Mi tratamiento está dando buenos resultados.

A lo cual ella respondió:

-No debe usted llevarse todas las palmas solo, doctor. El buen estado de Lucy esta mañana se debe en parte a mi labor.

-¿Qué quiere usted decir con eso, señora? -preguntó el profesor.

-Bueno, estaba tan ansiosa acerca de la pobre criatura por la noche, que fui a su cuarto. Dormía profundamente; tan profundamente, que ni mi llegada la despertó. Pero el aire del cuarto estaba terriblemente viciado. Por todos lados había montones de esas flores horribles, malolientes, e incluso ella tenía un montón alrededor del cuello. Temí que el pesado olor fuese demasiado para mi querida criatura en su débil estado, por lo que me las llevé y abrí un poquito la ventana para dejar entrar aire fresco. Estoy segura de que la encontrarán mejor.

Se despidió de nosotros y se dirigió a su recámara donde generalmente se desayunaba temprano. Mientras hablaba, observé la cara del profesor y vi que se volvía gris como la ceniza. Fue capaz de retenerse por autodominio mientras la pobre dama estaba presente. Pues conocía su estado y el mal que le produciría una impresión; de hecho, llegó hasta a sonreírse y le sostuvo la puerta abierta para que ella entrara en su cuarto. Pero en el instante en que ella desapareció me dio un tirón repentino y fuerte, llevándome al comedor y cerrando la puerta tras él.

Allí, por primera vez en mi vida, vi a van Helsing abatido. Se llevó las manos a la cabeza en una especie de muda desesperación, y luego se dio puñetazos en las palmas de manera impotente; por último, se sentó en una silla, y cubriéndose el rostro con las manos comenzó a sollozar, con sollozos ruidosos, secos, que parecían salir de su mismo corazón roto. Luego alzó las manos otra vez, como si implorara a todo el universo.

-¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! -dijo-. ¿Qué hemos hecho, qué ha hecho esta pobre criatura, que nos ha causado tanta pena? ¿Hay entre nosotros todavía un destino, heredado del antiguo mundo pagano, por el que tienen que suceder tales cosas, y en tal forma? Esta pobre madre, ignorante, y según ella haciendo todo lo mejor, hace algo como para perder el cuerpo y el alma de su hija; y no podemos decirle, no podemos siquiera advertirle, o ella muere, y entonces mueren ambas. ¡Oh, cómo estamos acosados! ¡Cómo están todos los poderes de los demonios contra nosotros! -añadió, pero repentinamente saltó-. Venga -dijo-, venga; debemos ver y actuar. Demonios o no demonios, o todos los demonios de una vez, no importa: nosotros luchamos con él, o ellos y por todos.

Salió otra vez a la puerta del corredor con su maletín, y juntos subimos al cuarto de Lucy. Una vez más yo subí la celosía, mientras van Helsing fue hacia su cama. Esta vez él no retrocedió espantado al mirar el pobre rostro con la misma palidez de cera, terrible, como antes. Sólo puso una mirada de rígida tristeza e infinita piedad.

-Tal como lo esperaba -murmuró, con esa siseante aspiración que significaba tanto.

Sin decir una palabra más fue y cerró la puerta con llave, y luego comenzó a poner sobre la mesa los instrumentos para hacer otra transfusión de sangre. Yo había reconocido su necesidad de inmediato y comencé a quitarme la chaqueta, pero él me detuvo con una advertencia de la mano.

-No -dijo-. Hoy debe usted efectuar la operación. Yo seré el donante. Usted ya está débil.

Y al decir esto, se despojó de su chaqueta y se enrolló la manga de la camisa.

Otra vez la operación; nuevamente el narcótico. Una vez más regresó el color a las mejillas cenizas, y la respiración regular del sueño sano. Esta vez yo la vigilé mientras van Helsing se recluía y descansaba.

Poco después aprovechó una oportunidad para decirle a la señora Westenra que no debía quitar nada del cuarto de Lucy sin consultarlo. Que las flores tenían un valor medicinal, y que respirar su olor era parte del sistema de curación. Entonces se hizo cargo del caso él mismo, diciendo que velaría esa noche y la siguiente, y que me enviaría decir cuándo debería yo venir.

Al cabo de otra hora, Lucy despertó de su sueño, fresca y brillante, y desde luego mirándose mucho mejor de lo que se podía esperar debido a su terrible prueba.

¿Qué significa todo esto? Estoy comenzando a preguntarme si mi larga costumbre de vivir entre locos no estará empezando a ejercer influencia sobre mi propio cerebro.

Del diario de Lucy Westenra

17 de septiembre. Cuatro días y noches de paz. Me estoy poniendo otra vez tan fuerte que apenas me reconozco. Es como si hubiera pasado a través de una larga pesadilla, y acabara de despertar para ver alrededor de mí los maravillosos rayos del sol, y para sentir el aire fresco de la mañana. Tengo un ligero recuerdo de largos y ansiosos tiempos de espera y temor; una oscuridad en la cual no había siquiera la más ligera esperanza de hacer menos punzante la desesperación. Y luego, los largos períodos de olvido, y el regreso hacia la vida como un buzo que sale a la superficie después de sumergirse. Sin embargo, desde que el doctor van Helsing ha estado conmigo, todas estas pesadillas parecen haberse ido; los ruidos que solían asustarme hasta sacarme de quicio, el aleteo contra las ventanas, las voces distantes que parecían tan cercanas a mí, los ásperos sonidos que venían de no sé dónde y me ordenaban hacer no sé qué, todo ha cesado. Ahora me acuesto sin ningún temor de dormir. Ni siquiera trato de mantenerme despierta. Me he acostumbrado bastante bien al ajo; todos los días me llega desde Haarlem una caja llena. Hoy por la noche se irá el doctor van Helsing, ya que tiene que estar un día en Ámsterdam. Pero no necesito que me cuiden; ya estoy lo suficientemente bien como para quedarme sola. ¡Gracias a Dios en nombre de mi madre, y del querido Arthur, y de todos nuestros amigos que han sido tan amables! Ni siquiera sentiré el cambio, pues anoche el doctor van Helsing durmió en su cama bastante tiempo. Lo encontré dormido dos veces cuando desperté; pero no temí volver a dormirme, aunque las ramas o los murciélagos, o lo que fuese, aleteaban furiosamente contra los cristales de mi ventana.

Recorte de La Gaceta de Pall Mall, 18 de septiembre

EL LOBO QUE ESCAPO PELIGROSA AVENTURA DE NUESTRO REPORTERO

Entrevista con el guardián del Jardín Zoológico

Después de muchas pesquisas y otras tantas negaciones, y usando repetidamente las palabras Gaceta de Pall Mall como una especie de talismán, logré encontrar al guardián de la sección del Jardín Zoológico en el cual se encuentra incluido el departamento de lobos. Thomas Bilder vive en una de las cabañas detrás del recinto de los elefantes, y estaba a punto de sentarse a tomar el té cuando lo encontré. Thomas y su esposa son gente hospitalaria, y sin niños, y si la muestra de hospitalidad de que yo gocé es el término medio de su comportamiento, sus vidas deben ser bastante agradables. El guardián no quiso entrar en lo que llamó "negocios" hasta que hubimos terminado la cena y todos estábamos satisfechos. Entonces, cuando la mesa había sido limpiada, y él ya había encendido su pipa, dijo:

-Ahora, señor, ya puede adelantarse y preguntarme lo que quiera. Perdonará que me haya negado a hablar de temas profesionales antes de comer. Yo le doy a los lobos, a los chacales y a las hienas en todo nuestra sección su té antes de comenzar a hacerles preguntas.

-¿Qué quiere usted decir con "antes de hacerles preguntas"? -inquirí deseando ponerlo en situación de hablar.

-Golpeándolos sobre la cabeza con un palo es una manera; rascarles en las orejas es otra, cuando algún macho quiere impresionar un poco a sus muchachas. A mí no me importa mucho el barullo, pegarles con un palo antes de meterles su cena, pero espero, por así decirlo, a que se hayan tomado su brandy y su café, antes de intentar rascarles las orejas. ¿Sabe usted? -agregó filosóficamente -, hay bastante de la misma naturaleza a nosotros que en esos animales. Aquí está usted, viniendo y preguntando acerca de mi oficio, cuando no tenía yo nada en la barriga. Mi primer intento fue despedirlo sin decirle nada. Ni siquiera cuando usted me preguntó en forma medio sarcástica si quisiera que usted le preguntara al superintendente si usted podía hacerme algunas preguntas. Sin ofenderlo, ¿le dije que se fuera al diablo?

-Sí, me lo dijo.

-Y cuando usted dijo que daría un informe sobre mí por usar lenguaje obsceno, eso fue como si me golpeara sobre la cabeza; pero me contuve: lo hice muy bien. Yo no iba a pelear, así es que esperé por la comida e hice con mi escudilla como hacen los lobos, los leones y los tigres. Pero, que Dios tenga compasión de usted ahora que la vieja me ha metido un trozo de su pastel en la barriga, me ha remojado con su floreciente tetera, y que yo he encendido mi tabaco. Puede usted rascarme las orejas todo lo que quiera, y no dejaré escapar ni un gruñido. Comience a preguntarme. Ya sé a lo que viene: es por ese lobo que se escapó.

-Exactamente. Quiero que usted me dé su punto de vista sobre ello. Sólo dígame cómo sucedió, y cuando conozca los hechos haré que me diga sus opiniones sobre la causa de ellos, y cómo piensa que va a terminar todo el asunto.

-Muy bien, gobernador. Esto que le digo es casi toda la historia. El lobo ese que llamábamos Bersicker era uno de los tres grises que vinieron de Noruega para Jamrach, y que compramos hace cuatro años. Era un lobo bueno, tranquilo, que nunca causó molestias de las que se pudiera hablar. Estoy verdaderamente sorprendido de que haya sido él, entre todos los animales, quien haya deseado irse de aquí. Pero ahí tiene, no puede fiarse uno de los lobos, así como no puede uno fiarse de las mujeres.

-¡No le haga caso, señor! -interrumpió la señora Bilder, riéndose alegremente-. Este viejo ha estado cuidando durante tanto tiempo a los animales, ¡que maldita sea si no es él mismo como un lobo viejo! Pero todo lo dice sin mala intención.

-Bien, señor, habían pasado como dos horas después de la comida, ayer, cuando escuché por primera vez el escándalo. Yo estaba haciendo una cama en la casa de los monos para un joven puma que está enfermo; pero cuando escuché los gruñidos y aullidos vine inmediatamente a ver. Y ahí estaba Bersicker arañando como un loco los barrotes, como si quisiera salir. No había mucha gente ese día, y cerca de él sólo había un hombre, un tipo alto, delgado, con nariz aguileña y barba en punta. Tenía una mirada dura y fría, y los ojos rojos, y a mí como que me dio mala espina desde un principio, pues parecía que era con él con quien estaban irritados los animales. Tenía guantes blancos de niño en las manos; señaló a los animales, y me dijo:

"Guardián, estos lobos parecen estar irritados por algo.

"Tal vez es por usted -le dije yo, pues no me agradaban los aires que se daba.

"No se enojó, como había esperado que lo hiciera, sino que sonrió con una especie de sonrisa insolente, con la boca llena de afilados dientes blancos.

"-¡Oh, no, yo no les gustaría! -me dijo.

"-¡Oh, sí!, yo creo que les gustaría -respondí yo, imitándolo-. Siempre les gusta uno o dos huesos para limpiarse los dientes después de la hora del té. Y usted tiene una bolsa llena de ellos.

"Bien, fue una cosa rara, pero cuando los animales nos vieron hablando se echaron, y yo fui hacia Bersicker y él me permitió que le acariciara las orejas como siempre. Entonces se acercó también el hombre, ¡y bendito sea si no él también extendió su mano y acarició las orejas del lobo viejo!

"Tenga cuidado -le dije yo-. Bersicker es rápido.

"No se preocupe -me contestó él-. ¡Estoy acostumbrado a ellos!

"-¿Es usted también del oficio? -le pregunté, quitándome el sombrero, pues un hombre que tenga algo que ver con lobos, etc., es un buen amigo de los guardianes.

"No -respondió él-, no soy precisamente del oficio, pero he amansado a varios de ellos.

"Y al decir esto levantó su sombrero como un lord, y se fue. El viejo Bersicker lo siguió con la mirada hasta que desapareció, y luego se fue a echar en una esquina y no quiso salir de ahí durante toda la noche. Bueno, anoche, tan pronto como salió la luna, todos los lobos comenzaron a aullar. No había nada ni nadie a quien le pudieran aullar. Cerca de ellos no había nadie, con excepción de alguien que evidentemente estaba llamando a algún perro en algún lugar, detrás de los jardines de la calle del Parque. Una o dos veces salí a ver que todo estuviera en orden, y lo estaba, y luego los aullidos cesaron. Un poco antes de las doce de la noche salí a hacer una última ronda antes de acostarme y, que me parta un rayo, cuando llegué frente a la jaula del viejo Bersicker vi los barrotes quebrados y doblados, y la jaula vacía. Y eso es todo lo que sé."

-¿No hubo nadie más que viera algo?

-Uno de nuestros jardineros regresaba a casa como a esa hora de una celebración, cuando ve a un gran perro gris saliendo a través de las jaulas del jardín. Por lo menos así dice él, pero yo no le doy mucho crédito por mi parte, porque no le dijo ni una palabra del asunto a su mujer al llegar a su casa, y sólo hasta después de la escapada del lobo se conoció; y ya habíamos pasado toda la noche buscando por el parque a Bersicker, cuando recordó haber visto algo. Yo más bien creo que el vino de la celebración se le había subido a la cabeza.

-Bien, señor Bilder, ¿y puede usted explicarse la huida del lobo?

-Bien, señor -dijo él, con una modestia un tanto sospechosa -, creo que puedo; pero yo no sé si usted quedará completamente satisfecho con mi teoría.

-Claro que quedaré. Si un hombre como usted, que conoce a los animales por experiencia, no puede aventurar una buena hipótesis, ¿quién es el que puede hacerlo?

-Bien, señor, entonces le diré la manera como yo me explico esto. A mí me parece que este lobo se escapó… simplemente porque quería salir.

Por la manera tan calurosa como ambos, Thomas y su mujer, se rieron de la broma, pude darme cuenta de que ya había dado resultados otras veces, y que toda la explicación era simplemente una treta ya preparada. Yo no podía competir en pillerías con el valeroso Thomas, pero creí que conocía un camino mucho más seguro hasta su corazón, por lo que dije:

-Ahora, señor Bilder, consideraremos que este primer medio soberano ya ha sido amortizado, y este hermano de él está esperando ser reclamado cuando usted me diga qué piensa que va a suceder.

-Tiene usted razón, señor -dijo él rápidamente-. Me tendrá que disculpar, lo sé, por haberle hecho una broma, pero la vieja aquí me guiñó, que era tanto como decirme que siguiera adelante.

-¡Pero…, nunca! -dijo la vieja.

-Mi opinión es esta: el lobo ese está escondido en alguna parte, el jardinero dice que lo vio galopando hacia el norte más velozmente que lo que lo haría un caballo; pero yo no le creo, pues, ¿sabe usted, señor?, los lobos no galopan más de lo que galopan los perros, pues no están construidos de esa manera. Los lobos son muy bonitos en los libros de cuentos, y yo diría cuando se reúnen en manadas y empiezan a acosar a algo que está más asustado que ellos, pueden hacer una bulla del diablo y cortarlo en pedazos, lo que sea. Pero, ¡Dios lo bendiga!, en la vida real un lobo es sólo una criatura inferior, ni la mitad de inteligente que un buen perro; y no tienen la cuarta parte de su capacidad de lucha. Este que se escapó no está acostumbrado a pelear, ni siquiera a procurarse a sí mismo sus alimentos, y lo más probable es que esté en algún lugar del parque escondido y temblando, si es capaz de pensar en algo, preguntándose dónde va a poder conseguirse su desayuno; o a lo mejor se ha retirado y está metido en una cueva de hulla. ¡Uf!, el susto que se va a llevar algún cocinero cuando baje y vea sus ojos verdes brillando en la oscuridad. Si no puede conseguir comida es muy posible que salga a buscarla, y pudiera ser que por casualidad fuera a dar a tiempo a una carnicería.

"Si no sucede eso y alguna institutriz sale a pasear con su soldado, dejando al infante en su cochecillo de niño, bien, entonces no estaría sorprendido si el censo da un niño menos. Eso es todo.

Le estaba entregando el medio soberano cuando algo asomó por la ventana, y el rostro del señor Bilder se alargó al doble de sus dimensiones naturales, debido a la sorpresa.

¡Dios me bendiga! -exclamó -. ¡Allí está el viejo Bersicker de regreso, sin que nadie lo traiga!

Se levantó y fue hacia la puerta a abrirla; un procedimiento que a mí me pareció innecesario. Yo siempre he pensado que un animal salvaje nunca es tan atractivo como cuando algún obstáculo de durabilidad conocida está entre él y yo; una experiencia personal ha intensificado, en lugar de disminuir, esta idea.

Después de todo, sin embargo, no hay nada como la costumbre, pues ni Bilder ni su mujer pensaron nada más del lobo de lo que yo pensaría de un perro. El animal mismo era tan pacífico como el padre de todos esos cuentos de lobos, el amigo de otros tiempos de Caperucita Roja, mientras está disfrazado tratando de ganarse su confianza.

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