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Resumen del libro Slan, de Alfred E. Van Vogt (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4

-¿Te crees listo, eh? – murmuró. La palabra parecía despertar una nueva corriente de ideas que Jommy no podía seguir mentalmente -. Inteligente… – repitió, medio riéndose -, la cosa más inteligente que ha hecho Granny fue coger un joven slan… Pero ahora es peligroso… tiene que liberarse de él…

– Vieja loca – respondió Jommy Cross fríamente -. No o]vides que la persona que encubre un slan está automáticamente condenada a muerte. Has conservado este viejo pellejo que tienes por cuello bien engrasado de manera que no chirriará cuando te cuelguen, pero darás buenas patadas en el aire con tus asquerosas piernas.

Pronunciadas estas brutales palabras dio media vuelta y salió de la habitación y de la casa. Ya en el autobús, pensó: «Tengo que vigilarla, y dejarla cuanto antes. Teniendo en cuenta las probabilidades no hay nadie capaz de confiarle nada de valor

Incluso en la ciudad baja las calles estaban desiertas. Tomó el autobús sorprendido de ver aquella calma en un lugar donde en general solía reinar el bullicio. La ciudad estaba demasiado tranquila; era como un a verdadera ausencia de vida y movimiento. Permaneció inmóvil en la acera, sin acordarse ya ni remotamente de Granny. Concentró su mente y al principio sólo percibió un leve susurro de la distraída mente del conductor del único autobús que había a la vista que no tardó en desaparecer. El sol brillaba sobre el pavimento. Las pocas personas que pasaban llevaban en el pensamiento un vago terror, tan continuo e invariable, que a Jommy le era imposible penetrar más allá de él.

A medida que aumentaba el silencio crecía la inquietud de Jommy Cross. Exploró los inmuebles vecinos pero le fue imposible percibir el más leve clamor mental. Nada en ninguna parte. De una calle lateral llegó a él el ruido de un motor. De dos manzanas más allá salió un tractor arrastrando un tremendo cañón que apuntaba amenazadoramente al cielo. El tractor se detuvo con estruendo en el centro de la calle por donde había venido. Algunos hombres se acercaron al cañón, preparándolo; después miraron al cielo. esperando nerviosamente.

Jommy Cross sentía deseos de acercarse a ellos y leer sus pensamientos, pero no se atrevía. La sensación de encontrarse en un momento peligroso iba reafirmándose en él. De un momento a otro podía aparecer un militar o un policía y preguntarle qué hacía en la calle. Podía ser detenido u obligado a quitarse la gorra, mostrando el cabello y los dorados zarcillos que eran sus tentáculos.

Decididamente allí ocurría algo grave y el lugar más seguro para él eran las catacumbas, donde estaría fuera de la vista, si bien en un peligro de otro género. Se dirigió, pues, apresuradamente hacia la entrada de las catacumbas que había sido su meta desde que salió de la casa. Se disponía a dar la vuelta a la esquina para tomar una calle lateral cuando un altavoz le volvió a la realidad.

La voz de un hombre gritaba: «¡Ultima advertencia! ¡Salid a la calle! ¡Apartarse de la vista! La misteriosa nave de los slans se está acercando a la ciudad a una velocidad aterradora. Se cree que la nave se dirige al palacio. Se han creado interferencias en todas las ondas de radio para evitar que sean radiadas patrañas de los slans. Salid de las calles. ¡Aquí viene la nave!»

Jommy se quedó helado. ¡Hubo un destello plateado en el cielo y una especie de torpedo alado de reluciente metal que pasó a una velocidad vertiginosa sobre su cabeza. Oyó el rítmico disparo del cañón seguido de otras detonaciones y la nave se convirtió en un lejano punto brillante que se dirigía hacia el palacio.

Cosa curiosa, el resplandor del sol le producía ahora una sensación dolorosa en los ojos. Sentía una especie de confusión. ¡Una nave con alas! Noches y más noches durante aquellos últimos seis años había observado las naves entrar y salir del edificio de los slans sin tentáculos, en el Centro del Aire. Naves-cohetes sin alas pero con algo más. Algo que hacía aquellas grandes máquinas metálicas más ligeras que el aire. La parte del cohete era usada al parecer solamente para la propulsión. La carencia de peso, la forma como eran despedidos como si fuese por fuerza centrífuga tenía que ser la antigravedad. Y allí venia una nave alada, con todo lo que esto implica: motores a chorro, estricto confinamiento a la atmósfera de la Tierra, vulgaridad. Si esto. era lo mejor que sabían hacer los verdaderos slans…

Profundamente decepcionado dio media vuelta y empezó a bajar las escaleras que llevaban a un lavabo público. El lugar estaba tan desierto y silencioso como la calle. Y fue, para él, que tantas puertas cerradas había franqueado en su vida, un juego encontrar el secreto de la cerradura dé aquella puerta de barrotes de acero que daba acceso a las catacumbas.

Al mirar por entre las barras de la puerta sintió la intensa tensión de su mente. Detrás de ella había un fondo de cemento y más allá una vaga obscuridad que significaban más escaleras. Los músculos de su garganta se tendieron, su respiración se hizo jadeante. Inclinó el cuerpo hacia delante, como el corredor que se dispone a arrancar con un «sprint». Abrió la puerta, entró y comenzó a bajar a toda velocidad el largo tramo de escaleras.

A cierta distancia de él empezó a sonar rítmicamente un timbre eléctrico accionado sin duda por la barrera de células fotoeléctricas que había puesto en marcha al franquear la puerta protección instalada hacia años como precaución contra los slans y otros intrusos.

El timbre estaba ya a corta distancia de él y no obstante no percibía la Vibración de ningún cerebro en el corredor que se abría ante sus ojos. Al parecer ninguno dé los hombres encargados de la vigilancia de las catacumbas estaba al alcance del oído. Vio el timbre, reluciente cazoleta de metal, que vibraba furiosamente. La pared era lisa como el cristal, imposible de escalar, el timbre estaba a más de cuatro metros del suelo. Seguía sonando, pero no había el menor indicio de que se acercase cerebro alguno ni la menor sombra de un pensamiento.

– No hay ninguna prueba de que no vengan – pensó Jommy inquieto -. Estas paredes de piedra difundirían rápidamente las ondas mentales.

Se lanzó corriendo hacia la pared y pegó un salto haciendo un desesperado esfuerzo. Levantó el brazo, arañó la pared de mármol, pero no consiguió alcanzar el timbre. Retrocedió, consciente de su fracaso. Seguía tocando cuando dio la vuelta a una esquina del corredor. Lo oyó disminuir de intensidad, desvanecerse en la distancia. Pero una vez hubo cesado le parecía oír todavía en su cerebro como una insistente advertencia de peligro.

Tuvo la extraña sensación de que el sonido, en lugar de desvanecerse con la distancia parecía aumentar, hasta tenerlo junto a él nuevamente; al final se dio cuenta de que estaba debajo de otro timbre tan potente como el primero. Aquello significaba, se dijo desfalleciendo, que debía haber una vasta red distribuida por aquel laberinto de corredores, y hombres que debían estar poniéndose en guardia y mirándose unos a otros abriendo los ojos alarmados.

Jommy Cross apretó el paso. No tenía la menor idea del camino que debía seguir. Sólo sabía que su padre había impreso una imagen hipnótica en su mente y que tenía que seguir sus instrucciones. Súbitamente recibió una orden mental. «¡A la derecha!»

Tomó el brazo más estrecho de una bifurcación y por fin llegó al sitio donde estaba oculto lo que buscaba. Todo fue muy fácil; una losa de la pared de mármol cedió a la presión de sus dedos dejando al descubierto un hueco obscuro. Metió la mano y tocó una caja de metal. La atrajo hacia él. Todo su cuerpo temblaba. Durante algunos instantes permaneció inmóvil tratando de imaginar a su padre delante de aquel agujero, escondiendo los secretos para que su hijo los encontrase en un momento de peligro, si sus planes personales fracasaban.

A Jommy le parecía que aquel momento podía ser trascendental en la historia cósmica de los slans. Aquel momento en – que la obra del difunto padre pasaba a manos del muchacho de quince años que había esperado tantas horas y tantos días que llegase aquel instante. La nostalgia desapareció de su mente al llegar a su cerebro una vaga insinuación procedente del exterior. «Maldito sea este timbre», estaba pensando un cerebro. «Debe ser alguien que se ha refugiado aquí para escapar a las bombas cuando llegó la nave de los slans.»

«Sí, pero que no cuenta con ello», dijo una segunda voz. «Ya sabes cuán estrictos son en estas catacumbas, El que ha hecho funcionar este timbre está todavía en el interior. Será mejor que demos la alarma a la policía.»

«Quizá se ha extraviado», dijo una tercera vibración.

«Que nos lo explique», dijo el primero. «Vamos hacia el primer timbre y con las armas preparadas. No se sabe nunca lo que puede pasar. Con los slans rondando por el cielo estos días, puede ser uno de ellos que se haya metido aquí».

Jommy examinaba frenéticamente la caja de metal buscando la manera de abrirla. Sus órdenes hipnóticas era coger el contenido de la caja y volverla a dejar en el hueco. Ante esta orden, la idea de coger la caja y salir corriendo con ella no acudió nunca a su cerebro.

No encontraba ni cerradura ni pestillo. Y sin embargo, debía haber algo que cerraba la caja… ¡Pronto, pronto! ¡Dentro de pocos minutos los hombres podían pasar por allí!

La penumbra que reinaba en el largo corredor, el olor a humedad, la idea de los gruesos cables eléctricos que distribuían millones de voltios por la ciudad que tenía encima, todo aquel mundo de catacumbas que lo rodeaba, e incluso los recuerdos de su pasado…, éstas eran las ideas que se atropellaban por el cerebro de Jommy mientras contemplaba la caja de metal. Recordaba a Granny borracha y el misterio de los slans, y todo se mezclaba a los pasos de los hombres que se iban acercando. Los oía claramente ya, que se dirigían hacia él.

Silenciosamente, tiró de la tapa de la caja haciendo un supremo esfuerzo, y ésta se levantó tan fácilmente que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. Se encontró frente a una especie de gruesa barra de metal puesta sobre un montón de papeles. No experimentó la menor sorpresa. Sintió, al contrario, un cierto alivio al encontrar intacto algo que sabia que estaba allí. Era sin duda también obra del hipnotismo de su padre.

La barra de metal tenía unos cinco centímetros de diámetro en el centro, afilándose hacia las dos puntas. Una de ellas era rugosa, sin duda posible para facilitar una mejor presa. En la parte más gruesa había un pequeño botón que el pulgar podía fácilmente apretar. El instrumento parecía despedir una tenue luz propia. Este resplandor y la luz difusa del corredor le permitieron leer sobre el papel que contenía la caja estas palabras:

Esta es el arma. Úsala sólo en caso de absoluta necesidad.

Durante un momento Jommy quedó tan absorbido en su contemplación que no se dio cuenta de que los hombres estaban frente a él. Brillé un destello.

¡Qué diablos!… – rugió uno de los hombres – ¡Manos arriba, eh!

Era el primer peligro personal y auténtico en que se encontraba desde hacía seis años y le parecía irreal. Lentamente acudió a él la idea de que los humanos no eran muy rápidos en sus reflejos. Cogió el arma de la caja y sin darse siquiera cuenta de lo que hacía, apretó el botón.

Si alguno de los hombres hizo fuego, la detonación se perdió en el rugido de la blanca llama que brotó con un inimaginable violencia de la boca del tubo. Un instante después, aquellos tres hombres violentos, amenazadores, vivos, habían desaparecido, eliminados por la explosión de aquel terrible fuego.

Jommy miró su mano. Temblaba. Y entonces sintió una especie de congoja al pensar que había privado de la existencia a tres vidas. La visión borrosa fue fijándose y sus ojos perdieron su expresión de asombro. Y al mirar hacia el extremo del corredor vio que éste estaba vacío. Ni un hueso, ni un fragmento de carne o jirón de ropa quedaba para probar que allí habían habido hacía un instante tres seres vivos. En la parte del suelo, donde había llegado la abrasadora incandescencia, había una ligera concavidad, tan ligera que probablemente no sería nunca observada.

Trató de que sus dedos dejasen de temblar; lentamente su sensación de malestar fue desapareciendo. No había motivo para inquietarse. Matar era una acción violenta, pero aquellos tres hombres no hubieran vacilado un instante en matarlo a él, como tantos otros slans que habían perecido a causa de las patrañas que todo este pueblo refería, aniquilándolos sin la más ligera resistencia. ¡Malditos todos ellos!

Durante un momento sintió una violenta emoción. ¿Era posible – se decía – que los slans se hiciesen crueles al hacerse viejos y no sintiesen menor remordimiento al dar la muerte, como la sentían tampoco los humanos al darla a los slans. Su mirada se posó sobre la hoja de papel su padre había escrito:

…el arma. Úsala sólo en caso de absoluta necesidad.

Mil y otros ejemplos de la noble cualidad de sus padres acudieron a su mente. Recordaba todavía perfectamente la noche en que su padre le dijo: «Recuerda esto: por muy fuertes que los slans lleguen a ser, el problema de qué hacer con los humanos seguirá siendo una barrera a la ocupación mundo. Hasta que el problema haya sido resuelto con justicia y psicológica cordura, el empleo de la fuerza será un negro crimen.»

Jommy no pensaba así. Allí estaba la prueba. Su padre no había llevado consigo siquiera el arma que hubiera podido salvarlo. Había aceptado la muerte, antes que hacer uso de ella.

Frunció el ceño. La nobleza estaba muy bien, quizá había vivido demasiado tiempo entre los humanos para sentirse un verdadero slan, pero no podía alejarse de la convicción de que luchar era mejor que morir.

La idea fue reemplazada por el temor. No había tiempo que perder. ¡Tenía que salir de allí y pronto! Se metió el arma y los papeles en los bolsillos. Después, volviendo a meter la caja vacía en su hueco, cerró la losa de mármol. Recorrió veloz mente los corredores, subió la escalera y se detuvo a la vista del lavabo. Un momento antes estaba silencioso y vacío; ahora estaba atestado de hombres. Se detuvo, indeciso, esperando que su número disminuyese.

Pero unos entraban y otros salían, sin que disminuyese su número ni el barullo que reinaba en el recinto. La excitación, el temor, las preocupaciones; pocos eran los hombres cuyos cerebros se diesen cuenta de que estaban ocurriendo grandes cosas. Y el eco de esta realidad llegó al cerebro de Jommy a través de las barreras de acero de la puerta. Mientras, esperaba en la penumbra. A distancia, el timbre seguía sonando insistentemente la alarma y le dictaba finalmente lo que debía hacer. Agarrando el arma con una mano sin sacarla del bolsillo, abrió la puerta y volvió a cerrarla suavemente, atento a la menor señal de peligro.

Pero el compacto grupo de hombres no prestó la menor atención a él cuando se abrió paso y salió a la calle… El pavimento estaba lleno de gente y la muchedumbre avanzaba por las aceras. Se oían los silbatos de la policía, rugían los altavoces, pero nada podía dominar el anarquismo de la multitud. Todo tránsito había cesado. Sudando y lanzando maldiciones, los conductores de los vehículos se apeaban para mezclarse con la muchedumbre delante de los altavoces de las calles defendidos por las ametralladoras.

«No se sabe nada cierto. Nadie sabe exactamente si la nave slan aterrizó en el palacio o dejó caer un mensaje antes de desaparecer. Nadie la vio aterrizar, nadie la vio desaparecer. Es posible que la hayan derribado, pero es posible también que en estos momentos los slans estén conferenciando con Kier Gray. Corre ya este rumor, pese a la ambigua declaración hecha hace unos minutos por el propio Kier Gray. Para ilustración de los que no hayan oído, la repetiré. Señoras y caballeros, la declaración de Kier Gray dice así:

No os excitéis ni alarméis. La extraordinaria aparición de la nave slan no ha alterado en lo más las respectivas posiciones de los slans y los humanos. Controlamos absolutamente la situación. No pueden hacer más que lo que han hecho hasta ahora, y aun así dentro de las más rígidas limitaciones. El número de seres humanos es probablemente de varios millones por cada slan, y en estas condiciones no osarán jamás entablar una lucha franca y abierta contra nosotros. Calmad, pues, vuestros corazones…

»Esta, señoras y caballeros, ha, sido la declaración hecha por Kier Gray después del sensacional acontecimiento del día. El consejo está reunido en sesión permanente desde esta declaración. Lo repito, no se sabe nada más a ciencia cierta. No se sabe sí la nave slan ha aterrizado, pero nadie la ha visto desaparecer. Sólo las autoridades saben la verdad de lo ocurrido, y ya sabéis la declaración hecha sobre este punto por el propio Kier Gray. Si la nave de los slans ha sido derribada o…

La charla seguía y seguía… Una y otra vez se repetía la declaración hecha por Kier Gray, los mismos rumores la acompañaban. Todo aquello se convertía en una especie de zumbido en el cerebro de Jommy, un rugir sin significado de los altavoces, una monotonía de ruidos. Pero permanecía allí esperando alguna información adicional, ardiendo con el refrenado deseo de quince años de saber algo de los demás slans.

La llama de su emoción fue extinguiéndose lentamente. No se dijo nada nuevo y finalmente tomó un autobús para dirigirse a su casa. La obscuridad iba cerrando sobre el caluroso día de primavera. El reloj de una torre marcaba las siete y diecisiete minutos.

Se acercó al patio lleno de basuras con su habitual precaución. Su mente penetró en el desaliñado edificio y se puso en contacto Con la de Granny. Suspiró. ¡Otra vez borracha! ¿Cómo diablos podía Soportar aquel estado, aquel cuerpo de caricatura? Tanta bebida tenía que haber deshidratado ya su organismo. Empujó la puerta, volvió a cerrarla tras él y se detuvo, inmóvil.

Su mente, en contacto casual con la de Granny, acababa de recibir un choque. La vieja había oído la puerta al abrirse y cerrarse y aquello había dado una breve actividad a su cerebro.

No debe saber que he telefoneado a la policía… Tengo que alejarlo de mi pensamiento…, no puedo tener un slan a mi lado…, es peligroso, tener un slan…, la policía cercará las calles…

VIII

Kathleen Layton cerró los puños con rabia. Su frágil y joven cuerpo se estremeció de repulsión conocer los pensamientos que le llegaban por de los corredores. Davy Dinsmore, con sus diecisiete años, la estaba buscando, avanzaba hacia la baranda de mármol desde la cual contemplaba ciudad, envuelta ya en el manto húmedo y tenue de aquella calurosa tarde de primavera.

La niebla iba cambiando constantemente de dibujo. Unas veces era como tenues copos de lana que ocultaban los edificios, otras como un leve velo que extendiese su fina rama sobre el cielo azul.

Era curioso, la vista hería sus ojos, pero sin serle desagradable. La frialdad del palacio parecía llegar a ella por los corredores y las puertas abiertas, rechazando el calor del sol. Pero el resplandor subsistía.

El susurro de los pensamientos de Davy Dinsmore iba creciendo, acercándose. Veía claramente que intentaría persuadirla una vez más de que fuese su amiga… Con un estremecimiento final, la muchacha rechazó aquellas ideas y esperó a que apareciese. Había sido un error mostrarse amable con él, si bien durante los años dieces le había evitado muchas molestias poniéndose a su lado Contra los demás. Ahora prefería su enemistad a los pensamientos amorosos que se filtraban de su cerebro.

-¡Oh! – dijo Davy Dinsmore saliendo por la puerta – ¡Aquí estás!

Ella lo miró sin sonreír. Davy a los diecisiete años era un muchacho desgalichado, con las largas mandíbulas de su madre, que parecía estar siempre mofándose de los demás, incluso cuando se reía. Se acercó a ella con un aire agresivo que reflejaba los ambivalentes sentimientos que lo ligaban a ella; por una parte, el deseo de conquistarla físicamente, por otra, el auténtico deseo de herirla de alguna forma.

– Sí, sola – para dijo Kathleen -. Esperaba poder estar sola para cambiar.

Sabía que la fibra de Davy Dinsmore tenía una insensibilidad que lo hacía inmune a estas respuestas. Los pensamientos que brotaban de su cerebro permitían a Kathleen saber perfectamente qué estaba pensando, «la muchacha ésta ya vuelve con sus rebufadas, pero ya me, encargaré yo de domarla».

Kathleen trató de cerrar un poco más su cerebro á los detalles del recuerdo que surgían de las complacientes profundidades de la juventud.

– No quiero que andes más detrás de mi – dijo con fría determinación -. Tu mentalidad es una cloaca. Siento haberte dirigido la palabra la primera vez que me viniste con zalamerías. hubiera debido pensarlo mejor, y espero que te des cuenta de que te hablo con el exclusivo fin de que sepas lo que pienso. Pues eso… palabra por palabra. Particularmente lo de la cloaca. Y ahora, vete.

Davy era un muchacho de rostro pálido, pero la furia lo tiñó ahora de rojo y Kathleen captó en su cerebro lo que pasaba en su interior. Cerró inmediatamente su imaginación tratando de rechazar los vituperios que salían de la de Davy. Se dio cuenta, con sorpresa, que sólo le dirigía la palabra cuando podía con toda certeza humillarlo.

– ¡Largo de aquí! – le gritó -. ¡Carne de perro!

-¡Ah!… – gritó él, saltando hacia ella. Durante un segundo la sorpresa de ver que osaba enfrentarse con su fuerza superior la dejó aturdida. Después, comprimiendo los labios, lo agarró, evitando fácilmente sus tendidos brazos y lo levantó en vilo. Se dio cuenta demasiado tarde de que él había ya contado con esto. Sus bruscos dedos agarraron su cabello y los zarcillos dorados erguían sus delicados pedúnculos.

-¡O.K.! – gritó -. ¡Ahora te tengo! No me tires al suelo. Sé lo que querías hacer. Derribarme, sujetarme las muñecas y retorcérmelas hasta que te suelte. Como me bajes una pulgada más te doy un tirón a tus preciosos tentáculos que alguno se .me quedará en la mano. Sé que puedes sostenerme sin cansarte, de manera que aguanta.

El desfallecimiento daba rigidez a Kathleen. «Preciosos tentáculos», había dicho. Tan preciosos, que por primera vez en su vida ahogó un grito en su garganta. Tan preciosos, que no creyó jamás que nadie se atreviese a tocárselos. Una sensación de desvanecimiento la envolvió como una noche de aterradora tormenta.

– ¿Qué quieres? – dijo.

-¡Eso es hablar – exclamó él. Pero Kathleen no necesitaba sus palabras Su mente estaba ya en íntima comunicación con ella.

– Muy bien – dijo débilmente -. Lo haré.

– Y en la seguridad de que me dejarás despacio – dijo -. y cuando mis labios toquen los tuyos trata de que el beso dure por lo menos un minuto. ¡Ya te enseñaré yo a tratarme como una basura!

Sus labios se acercaron a los de la muchacha, destacándose sobre el fondo de su repulsivo rostro y sus ávidos ojos, cuando se oyó una voz autoritaria que con una mezcla de rabia y sorpresa exclamó:

-¿Qué significa esto?

-¡Oh!… – balbució Davy Dinsmore. Kathleen sintió que sus dedos soltaban su cabello y sus tentáculos, y con una profunda aspiración lo dejó caer – Yo… eh… ¡oh, perdone, Mr. Lorry! ¿Eh…!

-¡Fuera de aquí, perro miserable! – gritó Kathleen.

-¡Si, largo de aquí! – asintió Lorry. Kathleen ,lo vio desaparecer tambaleándose, aterrorizado de haber ofendido a uno de los más poderosos hombres del gobierno. Pero cuando hubo desaparecido, no se volvió para mirar al recién llegado. Instintivamente, sus músculos se pusieron rígidos y apartó su rostro y su mirada de aquel hombre, el más poderoso de los consejeros del gabinete de Kier Gray.

-¿Y qué era todo esto? – dijo la voz, no desagradable, de Lorry -. Al parecer he sido oportuno al subir…

– No lo sé – respondió fríamente Kathleen en tono de profundo candor -. Tus atenciones me son igualmente repulsivas.

-¡Hem!… – Se inclinó sobre la barandilla, a su lado, y ella pudo dirigir una mirada furtiva a su fuerte mandíbula.

– En realidad no hay ninguna diferencia – insistió ella -. Los dos queréis lo mismo.

Lorry permaneció un momento silencioso, pero sus pensamientos tenían la misma calidad evasiva de Kier Gray. Los años le habían enseñado a eludir la lectura de sus pensamientos. Cuando, finalmente habló su voz habla cambiado y tenía una calidad más dura.

– No me cabe la menor duda de que tus ideas , sobre este punto cambiarán cuando seas mi amante.

– ¡Eso no será jamás! – chilló Kathleen -. No me gustan los seres humanos… No me gustas tú.

– Tus objeciones no tienen importancia – dijo fríamente él -. El único problema que se presenta es cómo poseerte sin caer en la acusación de estar en secreta alianza con los slans. hasta que encuentre la solución puedes estar tranquila.

Su seguridad produjo un escalofrío a Kathleen.

– Estás completamente equivocado – respondió con firmeza -. La razón por la cual tus intenciones fracasarán es muy sencilla. Kier Gray es mi protector. Ni tú osarás ponerte contra él.

– Tu protector, si – dijo Lorry después de haber reflexionado un instante -. Pero en cuestión de virtud femenina no tiene moral. No creo que tenga inconveniente en que seas mi amante, pero inventará que encuentre en ello una razón de propaganda. Estos últimos años se ha vuelto muy, antislan. Yo lo creía en pro. Pero ahora es casi fanático en no querer saber nada de ellos. John Petty y él están ahora más de acuerdo que nunca sobre este punto. ¡Es curioso.

Permaneció otro momento reflexionando y añadió:

– No te preocupes. Encontraré la fórmula y…

Un rugido de los altavoces cortó las palabras de Lorry

« ¡Alarma general! Una nave no identificada acaba de ser vista cruzando las Montañas Rocosas en dirección este. Los aparatos lanzados en su persecución han sido rápidamente distanciados y la nave parece dirigirse hacia Centrópolis. Se ordena a todo el mundo refugiarse en sus casas, ya que la nave, que se cree es de origen slan, estará aquí dentro de una hora a partir de las presentes indicaciones. Las calles se necesitan para objetivos militares. ¡A casa!»

El locutor cerró y Lorry se volvió hacia Kathleen con la sonrisa en los labios.

– Que no te dé esto ninguna esperanza de salvación. Una nave no puede traer gran cantidad de armamento si no tiene un gran número de fábricas dentro de ella. La antigua bomba atómica, por ejemplo, no puede ser fabricada en una cueva, y además, para ser enteramente franco, los slans no la utilizaron en la guerra antihumana. "El desastre de este siglo, y anterior a él, fue causado por los slans, pero no de esta forma.

Permaneció silencioso durante un minuto y prosiguió:

– Todo el mundo creyó que aquellas bombas habían resuelto el secreto de la energía atómica… A mi me parece – añadió después de una pausa – que este raid tiene por objeto atemorizar a los humanos de mentalidad simple, como preliminar de una tentativa de negociaciones.

Una hora más tarde Kathleen seguía al lado de Jem Lorry mientras la plateada nave de los slans se dirigía hacia el palacio. Iba acercándose a una velocidad vertiginosa. La mente de Kathleen levantó el vuelo hacia ella tratando de conectar los cerebros slans que pudiese haber a bordo.

La nave fue bajando, acercándose, pero ella seguía sin percibir respuesta de los ocupantes. Súbitamente un objeto metálico cayó de la nave, dio en el sendero del jardín a una milla de distancia y quedó en el suelo, reluciendo como una joya bajo el sol de la tarde.

Kathleen levantó la vista y vio que la nave había desaparecido. No, allí estaba. Se veía aún un punto brillante en la remota lejanía, en línea recia detrás del palacio. Durante un instante parpadeó como una estrella y desapareció. Sus ojos descansaron del violento esfuerzo, apartó la vista del cielo y vio a Jem Lorry a su lado.

– Aparte de todo lo demás – exclamó éste con entusiasmo -, es lo que estaba esperando; la oportunidad de ofrecer una explicación que me permitirá llevarte esta noche misma a mi habitación. Supongo que va a reunirse inmediatamente el consejo.

Kathleen lanzó un profundo suspiro. Veía claramente cómo se las había compuesto y que había llegado el momento de luchar con todos los medios que tuviese a su disposición.. Echando la cabeza atrás, brillándole los ojos, respondió con altivez:

– Pediré estar presente en la reunión del consejo por haber estado en comunicación mental con el capitán de la nave. Puedo aclarar ciertas cosas del mensaje que han lanzado – añadió terminando su mentira.

Hacía un terrible esfuerzo de imaginación. Había captado más o menos el contenido del mensaje y, por lo tanto, podía inventar una historia semíverosímil de lo que el jefe slan le había dicho. Si le pescaban la mentira podía acarrearle peligrosas consecuencias, estando como estaba en manos de estos enemigos de los slans, pero tenía . que evitar que la entregasen a Lorry.

Al entrar en la sala de consejo, Kathleen tuvo una sensación de derrota. Había sólo siete hombres presentes incluyendo a Kier Gray. Los miró uno tras otro tratando de leer en ellos lo que pudiese y vio que no podía contar con ninguna ayuda.

Los cuatro más jóvenes eran amigos personales de Jem Lorry. El sexto, John Petty, le dirigió una mirada de fría hostilidad y apartó la vista con indiferencia. La mirada de Kathleen se fijó por fin en Kier Gray. Un ligero temblor de sorpresa la invadió al ver que él la miraba con una lacónica mirada de indiferencia y un leve gesto de desdén en los labios. Captó su mirada y rompió el silencio.

– De manera que has estado en comunicación mental con el jefe de los slans, ¿verdad? Bien, de momento vamos a creérnoslo – añadió riéndose. Había tal incredulidad en su voz y en su expresión, y tanta hostilidad en toda su actitud, que Kathleen sintió cierto alivio cuando apartó los ojos de ella. Se dirigió a los demás, al proseguir:

– Es lamentable que cinco consejeros estén en estos momentos rondando por los ámbitos del mundo. Personalmente, no soy de la opinión de apartamos mucho de nuestro cuartel general; que sean los subordinados quienes viajen. Sin embargo, no podemos demorar la discusión sobre un problema tan urgente como éste. Si los siete presentes llegamos a un acuerdo, no necesitaremos su presencia. Si quedamos empatados será necesario hacer amplio uso de la radio. La síntesis del mensaje lanzado por la nave afirma que hay un millón de slans organizados por todo el mundo…

– Me parece – interrumpió Jem Lorry sardónicamente – que nuestro jefe de policía secreta se ha dejado embaucar pese a su tan cacareado odio a los slans.

Petty se incorporó dirigiéndole una mirada iracunda.

– Quizás estarías dispuesto a cambiar de cargo conmigo durante un año y veríamos lo que puedes hacer – le chilló -. No me importaría desempeñar la reposada carga de ministro del Estado por algún tiempo. 

El prolongado silencio que siguió fue cortado por las glaciales palabras de Kier Gray.

– Déjame terminar. Siguen diciendo que no solamente este millón de slans organizados existe sino que hay, además, una enorme cantidad de slans no organizados, hombres y mujeres, estimados en más de diez millones. ¿Qué te parece esto, Petty?

– Indudablemente existen algunos slans no organizados – admitió cautelosamente el jefe de policía -. Cada mes detenemos aproximadamente un centenar esparcidos por el mundo, que al parecer no pertenecen a ninguna organización. En las vastas zonas de las regiones más primitivas de la Tierra, es imposible infundir a los pueblos el odio a los slans, y los aceptan como seres humanos. Y existen, sin duda, algunas vastas colonias en lugares remotos, particularmente en Asia, África, América del Sur y Australia. Hace muchos años ya que tales colonias fueron fundadas, pero suponemos que siguen existiendo y que, a través de los años, han constituido sólidos sistemas de defensa. Estoy dispuesto, por consiguiente, a reconocer cualquier actividad por parte de estas remotas fuentes. La civilización y la ciencia son organismos basados principalmente en la actividad, física y mental, de centenares de millones de seres. Desde el momento en que estos slans se refugian en las regiones más retiradas de la tierra, corren a su derrota, porque están separados de los libros, y del contacto con las mentes civilizadas que son la única base posible de un más grande desarrollo. El peligro no reside, ni ha residido nunca, en estos remotos slans, sino en los que viven en las grandes ciudades donde tienen posibilidad de establecer contacto con las grandes mentalidades humanas y tienen a pesar de todas nuestras precauciones, acceso a los libros. Es una cosa fuera de duda que esta nave que hemos visto hoy ha sido construida por los slans que viven, y constituyen un peligro, en los centros civilizados.

– Mucho de lo que supones es probablemente verdad – asintió Kier Gray Pero volviendo al mensaje, sigue diciendo que estos millones de slans sólo sienten el deseo de terminar este periodo de violencia que existe entre ellos y la raza humana. Denuncian la ambición de poder que dominó a los primeros slans, explicando que esta ambición fue debida a un falso concepto de superioridad, aclarado hoy porque la experiencia les ha demostrado que no son superiores a los seres humanos sino únicamente diferentes. Acusan también a Samuel Lann, el ser humano y biólogo científico que fue el primero en crear slans, y de quien han tomado el nombre S. Lann slan, de haber inculcado en sus criaturas la creencia de que deben .gobernar al mundo. Y que esta creencia, y no un innato deseo de dominio, fue la raíz de las desastrosas ambiciones de los primitivos slans.

Hizo una breve pausa y prosiguió:

– Desarrollando esta idea, sigue haciendo ver que las primeras invenciones de los slans eran simplemente pequeños perfeccionamientos de ideas ya existentes. – No ha habido, en realidad, afirman, obra creadora en la ciencia física, realizada por los slans. Declaran también que sus filósofos han llegado a la conclusión de que los slans no poseen una mentalidad científica, en el verdadero sentido de la palabra, diferenciándose, bajo este concepto, de los seres humanos de hoy en día, tan vastamente como los griegos y los romanos de la antigüedad, que jamás desarrollaron, como sabemos, ciencia alguna.

Seguía hablando, pero durante un momento Kathleen podía escucharlo sólo con la mitad de su cerebro. ¿Podía ser verdad? ¿Los slans sin mentalidad científica? ¡Imposible! La ciencia era meramente una acumulación de hechos, y la deducción de las conclusiones de estos hechos. ¿Quién mejor que un slan adulto, en pleno desarrollo, puede alcanzar un orden divino de una intrincada realidad? Vio a Kier Gray coger una hoja de papel de sobre la mesa y concretó de nuevo su mente en lo que decía.

– Voy a leeros la última página – dijo con una voz sin entonación -. No sabríamos encomiar demasiado la importancia de este punto. «Esto representa que nosotros, los slans, no podemos jamás retar al poderío militar de los humanos. Cualesquiera que fuesen las mejoras y modificaciones que introdujésemos en las armas y maquinaria ya no pueden afectar el resultado de una guerra, en el caso en que esta desastrosa circunstancia se produjese.

»A nuestro modo de ver, no hay nada más fútil que el presente estado de los slans, que, sin solucionar nada, sólo consiguen mantener el mundo en un estado de intranquilidad, creando gradualmente un caos económico del cual los seres humanos sufren hasta un grado que aumenta incesantemente.

»Ofrecemos la paz con honor, siendo la base única de esta negociación que los slans deben gozar en adelante de un derecho legal a la vida, a la libertad, y a la persecución de la felicidad.»

Kier Gray dejó lentamente el papel sobre la mesa, recorrió con la vista el rostro de todos los presentes y con una voz a la vez dura y descolorida, dijo:

– Soy rotundamente contrario a todo compromiso. Fui de opinión de que podía hacerse algo, pero no lo soy ya. Todo slan que exista por ahí – hizo un amplio gesto con la mano significando que abarcaba todo el globo – debe ser exterminado.

A Kathleen le pareció que una pantalla que lo oscurecía todo se había interpuesto entre sus ojos y la tenue luz de los plafones de la pared. En medio de aquel silencio, incluso la pulsación de los pensamientos de los hombres producían una tenue vibración en su cerebro, como el romper de las olas en una playa de los tiempos primitivos. Todo un mundo de impresiones separaba su mente de la sensación producida por aquellos pensamientos; la impresión de ver el cambio que se había producido en Kier Gray

Pero… ¿era un cambio? ¿No era acaso posible que aquel hombre estuviese tan desprovisto de remordimientos como John Petty? La razón de mantenerla en vida podía ser exactamente, como había dicho, los propósitos de estudio. Y, desde luego, hubo también el tiempo en que había creído, con razón o sin ella, que su futuro político estaba ligado a la continuación de la existencia de Kathleen.

Pero nada más. No experimentaba ningún sentimiento de compasión o piedad, no tenia ningún interés en proteger aquella débil criatura por interés hacia sí misma. Nada, fuera de los designios más materiales de la vida. Aquél era el gobernante de hombres que ella había admirado, casi venerado, durante años enteros. ¡Este era su protector!

Era verdad, desde luego, que los slans estaban mintiendo. Pero, ¿qué otra cosa podían hacer si trataban con un pueblo que sólo conocía el odio y la mentira? Por lo menos ellos ofrecían la paz, no la guerra; y allí estaba aquel hombre rechazando, sin la menor consideración, una oferta que pondría fin a más de cien años de criminal persecución de su raza.

Se dio cuenta con sobresalto de que los ojos de Kier Gray estaban fijos en ella. Sus labios esbozaban una sarcástica sonrisa al decir:

– Y ahora vamos a ver en qué consistía este mensaje mental que dices haber recibido en tu… comunicación con el comandante slan.

Kathleen lo miró con expresión desesperada. Gray no creía una palabra de su pretensión y ella sabía que lo único que podía ofrecer al cerebro implacablemente lógico de aquel hombre era una declaración cuidadosamente meditada.

– Pues… – comenzó -. Fue…

De repente se dio cuenta de que Jem Lorry se había levantado, frunciendo el ceño, con saña.

– Kier – dijo -, considero una práctica intolerable declarar tu incalificable oposición a un asunto tan grave como éste sin dar ocasión al consejo de deliberar sobre él. En vista de tu actitud no me queda otra alternativa que declararme, con ciertas reservas, desde luego, en favor de este ofrecimiento de paz. Mi reserva principal es ésta: los slans tienen que aceptar ser asimilados a la raza humana. A este fin, los slans no podrán casarse entre ellos, sino que deben casarse con seres humanos.

-¿Qué te hace creer que unión humano-slans puede dar fruto? – preguntó Kier Gray sin hostilidad.

– Es lo que voy a averiguar – respondió Lorry con una voz tan indiferente que sólo Kathleen captó la intensidad que en ella había. Se inclinó hacia delante, deteniendo la respiración -. He decidido hacer de Kathleen mi amante y veremos lo que veremos. Nadie se opone a ello, espero…

Los consejeros jóvenes se encogieron de hombros. Kathleen no tuvo necesidad de leer sus pensamientos para ver que no tenían la menor objeción que hacer. Se dio cuenta de que John Petty no prestaba atención a lo que se decía y Kier Gray parecía absorbido en sus meditaciones como si tampoco lo hubiese oído.

Angustiada, Kathleen abrió los labios para hablar. Pero los volvió a cerrar. Una idea acudió súbitamente a su cerebro. Supongamos que el matrimonio mixto fuese la solución del problema slan… y que el consejo aceptase la proposición de Jom Lorry… Pese a que sabía que el plan estaba meramente basado en el deseo que Lorry sentía, ¿osaría ella defenderse si existiese la más remota posibilidad de que aquellos slans que habían venido en la nave estuviesen de acuerdo y terminase de esta forma centenares de años de sufrimientos y asesinatos?

Volvió a echarse atrás viendo la ironía de la situación. Había asistido al consejo con intención de defenderse y ahora no se atrevía a articular palabra. Kier Gray estaba hablando nuevamente.

– En la solución brindada por Jem Lorry no hay nada nuevo. El mismo Samuel Lann estaba intrigado por los posibles resultados de tal unión y convenció a una de sus nietas de que se casase con un ser humano. La unión no produjo fruto alguno.

-¡Quiero hacer la prueba yo mismo! – repitió Jem Lorry obstinadamente -. El problema es demasiado importante para que dependa de una sola unión.

– Hubo más de una – observó Kier Gray tranquilamente.

– Lo importante del experimento – intervino otro de los presentes secamente -, es que ofrezca una solución, y no cabe la menor duda de que la raza humana dominaría el resultado. Somos más de tres billones y medio aproximadamente contra, digamos, cinco millones, que es, a mi juicio una estimación aproximada del número Y aunque el experimento no produjese hijos, conseguiríamos nuestro objeto en el sentido de que dentro de doscientos años, considerando a una vida normal una duración de ciento cincuenta años, no quedaría un slan vivo.

Kathleen quedó impresionada al ver que Jem Lorry había ganado su causa. Percibió vagamente en la superficie de su mente que no trataría más de aquel asunto. Por la noche mandaría soldados a buscaría y nadie podría decir después que había habido desacuerdo en el Consejo. Su silencia era consentimiento.

Durante algunos minutos sólo percibió un vago rumor de voces y un barullo de ideas más vago todavía. Finalmente, una frase se fijó en su cerebro. Haciendo un esfuerzo fijó su atención en lo que decían. La frase «podríamos exterminarlos de este modo», le hizo ver hasta dónde habían llegado en el perfeccionamiento de su plan en el espacio de aquellos breves minutos.

– Vamos a poner en claro la situación – decía Kier Gray animadamente – La introducción de la idea de adoptar un aparente acuerdo con los slans con el objeto de exterminarlos parece haber hecho vibrar una cuerda sensible que, al parecer también, elimina de nuestras mentes toda idea de una verdadera y honrada colaboración basada en, por ejemplo, una idea de asimilación. Los esquemas de la idea son, en breves palabras, como siguen: Número uno. Permitirles mezclarse con los seres humanos hasta que cada uno de ellos haya sido completamente identificado; entonces coger a la mayoría de ellos por sorpresa y dar caza a los demás en un breve espacio de tiempo. Plan número dos. Obligar a todos los slans a instalarse en una isla, digamos Hawai, por ejemplo, y una vez los tengamos allí, rodear la isla con barcos de guerra y aniquilarlos. Plan número tres. Tratarlos duramente desde el principio; insistir en fotografiarlos y tomar sus huellas digitales, hacerlos comparecer ante la policía con frecuencia, lo cual ofrecería un elemento de legalidad y rectitud Esta tercera idea puede ser del agrado de los slans porque, si se lleva a cabo durante un cierto período de tiempo, puede parecer una salvaguardia a todos menos a un corto numero de ellos que se presentaran a la policía un día determinado. Lo estricto de la medida tendrá además el valor psicológico de hacerles sentir que somos severos y meticulosos, y tranquilizará gradualmente y paradójicamente, su estado de espíritu.

La voz fría siguió perorando, pero todo aquello tenia en cierto modo un sentido de irrealidad. Era imposible que siete hombres estuviesen allí discutiendo la traición y el asesinato en vasta escala…, siete hombres que decidían en nombre de toda la raza humana un punto que estaba más allá de la vida y de la muerte.

-¡Qué locos estáis! – dijo Kathleen con saña -. ¿Os imagináis por un solo instante que los slans se dejarán engañar por vuestras burdas patrañas? Los slans podemos leer el pensamiento y además, todo es tan transparente y ridículo, y cada uno de vuestros planes tan infantil y claro, que me pregunto cómo he podido creer a ninguno de vosotros inteligente y astuto.

Todos se volvieron para mirarla fríamente, en silencio. Una leve sonrisa de ironía se esbozaba en los labios de Kier Gray.

– Me parece que eres tú quien estás en un error, no nosotros. Suponemos que son inteligentes y suspicaces y, por lo tanto, no les ofrecemos ninguna idea complicada; y esto es, desde luego, el primer elemento de éxito de una propaganda. En cuanto a leer el pensamiento, no nos pondremos nunca en contacto con los jefes slans. Transmitiremos la opinión de nuestra mayoría a los otros cinco consejeros, que entablarán las negociaciones en la firme creencia de que jugamos limpio. Ningún subordinado recibirá instrucciones, salvo la de que el asunto debe ser lealmente llevado. De manera que ya ves…

– Un momento – interrumpió John Petty, con tal tono de satisfacción que Kathleen se volvió hacia él sobresaltada -. El principal peligro no reside en nosotros mismos, sino en el hecho de que esta muchacha slan haya oído nuestros planes. Ha dicho que había estado en comunicación mental con el capitán de la nave que se ha acercado hoy a palacio. En otras palabras, ahora saben que está aquí. Supongamos que se acerque otra nave; se encontrará en condiciones de comunicarles nuestros planes. Considero, por consiguiente, que debe dársele muerte sin demora.

Un desfallecimiento mental ardía en el interior de Kathleen. La lógica del argumento no podía ser refutada. Veía que las mentes de todos los reunidos iban aceptando la idea. Al tratar de huir de las asiduidades de Jeni Lorry había caído en una trampa que sólo podía terminar con la muerte.

La mirada de Kathleen estaba fija, como fascinada, en el rostro de John Petty. El hombre se sentía imbuido de una intima satisfacción que no podía ocultar. No cabía la menor duda de que no había esperado una victoria tan rotunda. La sorpresa no hacía más que aumentar la satisfacción.

Apartó reluctante la mirada de él y la fijó en los demás presentes. Los vagos pensamientos que había captado de ellos le llegaban ahora más concentrados. Ya no cabía la menor duda acerca de lo que pensaban. Su decisión causaba un placer particular a los más jóvenes que no tenían, como Jem Lorry, un interés personal por ella. Pero su convicción era algo inalterable. La muerte.

A Kathleen le parecía que lo irremisible de aquel veredicto estaba escrito en el rostro de Jem Lorry. Se volvió hacia ella, el desfallecimiento pintado en el rostro.

-¡Maldita imbécil!… – dijo.

Comenzó a morderse nerviosamente el labio inferior y se desplomó sobre su silla, con la vista melancólicamente fija en el suelo.

Kathleen estaba como aturdida. Estuvo mirando largo rato a Kier Gray antes de verlo. Vio con horror el surco que cruzaba su frente, la expresión no disimulada de sus ojos. Aquello le dio un instante de valor. No quería su muerte, de lo contrario no hubiera estado tan aterrado. El valor, y la esperanza que vino con él, se desvanecieron como una estrella detrás de una nube negra. El mismo desfallecimiento de Gray le decía que el problema que había hecho erupción en aquella sala, como una bomba, no tenía remedio. Lentamente su expresión fue convirtiéndose en impasibilidad, pero no tuvo la menor esperanza hasta que le oyó decir:

– La muerte sería quizá la solución necesaria si fuese verdad que ha estado en comunicación con un slan del interior de la nave. Afortunadamente para ella, ha mentido. En la nave no había slans. La nave era un robot autoimpulsado.

– Creía que las naves robot de autoimpulsación podían ser capturados por radio interferencia con su mecanismo – dijo uno de los presentes.

– Y así es – respondió Kier Gray -. Recordarás que la nave se elevó casi vertical antes de desaparecer. Los controladores slans lo lanzaron de esta forma cuando se dieron súbitamente cuenta de que estábamos obstruccionando con éxito su nave.

Esbozó una horrible sonrisa.

– Hemos derribado su. nave en un terreno pantanoso a cien millas del sur. Quedó en muy mal estado según los informes y no han podido sacarla aún; pero será llevada a su debido tiempo a los grandes talleres de Cudgen donde, sin duda, su mecanismo podrá ser analizado. La razón de que tardásemos tanto – añadió -, fue que su mecanismo robot estaba basado en un principio ligeramente distinto que requería una nueva combinación de ondas de radio para dominarlo.

– Todo esto carece de importancia – dijo Petty con impaciencia -. Lo que cuenta aquí es que esta muchacha slan ha estado escuchando nuestros planes de aniquilamiento de su raza y puede, por lo tanto, ser peligrosa, en el sentido de que hará cuanto pueda para informar a los suyos de nuestras intenciones. Debe ser muerta.

Kier Gray se puso en pie lentamente y se volvió hacia Petty con el rostro ceñudo. Su voz, al hablar, tenía un timbre metálico.

– Ya te he dicho, creo, que estoy haciendo un estudio sociológico sobre esta slan, y te agradeceré, por lo tanto, te abstengas de toda otra tentativa de ejecutarla. Has dicho que todos los meses se capturan y ejecutan centenares de slans, y que ellos afirman que existen aún otros cinco millones de ellos en el mundo. Espero – añadió con un tono de sarcasmo en la voz -, que se me concederá el privilegio de conservar la vida a éste para propósitos científicos, un slan que, al parecer, odias más que a todos los demás juntos…

– Todo esto está muy bien, Kier – interrumpió el otro secamente -. Lo que quisiera saber es por qué mintió Kathleen Layton al afirmar que había estado en comunicación de la nave.

Kathleen exhaló un profundo suspiro. El terror de aquellos minutos de peligro mortal iba desvaneciéndose en ella, pero se ahogaba todavía bajo el peso de la emoción. Con voz muy temblorosa, dijo:

– Porque sabía que Jem Lorry iba a hacer de mi su amante y quería que supieseis que me resistía.

Sintió el temblor de los pensamientos de los allí reunidos y vio sus expresiones faciales primero comprensión, después, impaciencia.

-¡Por la salud del cielo, Jem! – exclamó uno de ellos -, ¿no podrías dejar tus asuntos amorosos al margen de las reuniones del Consejo?

– Con el debido respeto a Kier Gray – intervino otro -, es sencillamente intolerable que un slan se oponga a cualquier cosa que un ser humano haya proyectado acerca de él. Tengo curiosidad de ver cuál sería el resultado de esta unión. Tus objeciones están refutadas; y ahora, Jem, llévate a tu protegida a tus habitaciones. Y espero que eso termine la discusión.

Por primera vez durante sus diecisiete años, Kathleen tuvo la sensación de que había un límite a lo que un slan era capaz de soportar. Sentía una tensión interior como si algún órgano vital estuviese a punto de romperse. Se daba cuenta de que no podía pensar nada. Permanecía sentada, agarrada con fuerza al brazo de plástico de su silla. Y súbitamente sintió en su cerebro el latigazo de una idea de Kier Gray. «¡Loca! ¿Cómo te has metido en este lío?»

Lo miró, angustiada, viendo por primera vez que estaba echado hacia atrás en su silla, los ojos entornados, los labios apretados. Finalmente, dijo:

– Todo esto estaría muy bien si estas uniones necesitasen pruebas. Pero no es así. El testimonio de más de cien casos de intentos de reproducción en las uniones humano-slans se halla a la disposición de todos en los archivos de la biblioteca, bajo el epígrafe «Matrimonios anormales». Las razones de la esterilidad son difíciles de definir, ya que los hombres y los slans no difieren unos de otros hasta un grado considerable. La sorprendente dureza de la musculatura de los slans es debida, no a un nuevo tipo de músculo, sino a la aceleración de las explosiones eléctricas que actúan los músculos. Hay también un gran incremento en número de nervios de todas las partes del cuerpo que los hacen extraordinariamente más sensibles. Los dos corazones no son en realidad dos corazones, sino una combinación en la cual cada una de las secciones puede operar separadamente. Y las dos secciones cardíacas no son sensiblemente mayores que un solo corazón normal. Son sencillamente dos bombas más perfeccionadas.

Ante la expectación del auditorio, continuo:

– Los tentáculos que emiten y reciben pensamientos, son también crecimientos fibrosos de antiguas formaciones poco conocidas, de la parte alta del cerebro, que tienen que haber sido, evidentemente, la fuente de toda la vaga telepatía mental conocida por los primitivos seres humanos, practicada todavía en todas partes por muchísimos humanos. Ya veis, por lo tanto, que lo que hizo Samuel Lann con su máquina de transformación a su mujer, que le dio los tres primeros chiquillos slans, un niño y dos niñas, hace más de seiscientos años, no ha añadido nada nuevo al cuerpo humano, sino que ha cambiado o modificado lo que ya existía anteriormente.

A Kathleen le parecía que trataba de ganar tiempo. En un breve destello mental suyo, vio indicios de una comprensión total de la situación. Pero hubiera debido saber que no había argumentos ni lógica que fuese capaz de disuadir a un hombre como Jem Lorry de sus pasiones. Oyó la voz de Gray que proseguía:

– Os doy estas informaciones porque al parecer ninguno de los aquí presentes se ha tomado la molestia de investigar la verdadera situación para compararla con la creencia general. Tomemos, por ejemplo, la así llamada superior inteligencia de los slans, a la cual se alude en la carta recibida de ellos hoy. Hay un caso a este respecto que lleva muchos años olvidado; el experimento por el cual Samuel Lann, este hombre extraordinario, crió un mono pequeño, un chiquillo slan y otro humano, en las mismas rígidas condiciones científicas. E] mono fue el más precoz, aprendiendo en pocos meses lo que el slan y el humano tardaron mucho más en asimilar. Después el humano y slan aprendieron a hablar, y el mono quedó considerablemente atrás. El slan y el humano siguieron progresando a un paso casi igual hasta que, a la edad de cuatro años, las facultades de telepatía mental del slan comenzaron vagamente a manifestarse.

Al llegar a aquel punto, el chiquillo slan se puso a la cabeza. Sin embargo, el doctor Lann descubrió más tarde que intensificando la educación del chiquillo humano, le era posible alcanzar y sostenerse a un nivel relativamente igual al del slan, especialmente en la rapidez de pensamiento. La gran ventaja del slan era leer los pensamientos de los demás, lo cual le daba una inigualada visión interna de la psicología y un fácil acceso a la educación que el chiquillo humano podía sólo alcanzar a través de los ojos y los oídos.

John Petty lo interrumpió con una voz dura y áspera.

– Todo lo que dices lo hemos sabido desde siempre y es la principal razón por la cual no podemos tomar en consideración negociaciones de paz con estos…, esos malditos seres artificiales. Para que un ser humano pueda equipararse a un slan tiene que someterse a años de terrible esfuerzo para adquirir lo que el slan adquiere con la mayor facilidad. En otras palabras, todo lo que no sea una mínima fracción de humanidad es incapaz de ser otra cosa que un esclavo en comparación con un slan. Señores, no podemos tratar de paz, sino al contrario, de una intensificación de los métodos de exterminio. No podemos correr el riesgo de poner en práctica uno de los maquiavélicos planes que hemos discutido porque el peligro de que fracase es demasiado grande.

-¡Tiene razón! – exclamó un consejero.

Varias voces hicieron eco a esta convicción; y al instante no cupo ya duda sobre cuál tenía que ser el veredicto. Kathleen vio a Kier Gray mirarla fijamente a los ojos.

– Si ésta tiene que ser vuestra decisión – dijo – consideraría un grave error que uno de nosotros la tomase como amante. Podría producir una mala impresión.

El silencio que siguió fue de asentimiento, y la mirada de Kathleen se fijó en el rostro de Jem Lorry. Él le volvió la mirada fríamente, poniéndose al mismo tiempo de pie mientras ella se dirigía hacia la puerta. Avanzó hacía ésta para darle paso y cuando ella pasó por su lado le dijo:

– No va a ser por mucho tiempo, querida. De manera que no acaricies vanas esperanzas.

Y le sonrió confidencialmente. Pero no era en esta amenaza en lo que Kathleen iba pensando mientras avanzaba por el corredor. Recordaba la explosiva y destructora expresión que había aparecido en el rostro de Kier Gray en el momento en que John Petty solicitó su muerte.

No lo entendía. No se amoldaba en absoluto a las suaves palabras que había pronunciado un minuto antes, cuando informó a los demás de que la nave slan habla sido derribada en un pantano.

Si era así, ¿por qué se había impresionado? Y si no era así, ¿por qué Kier Gray había corrido el terrible riesgo de mentir por ella y estaba probablemente preocupándose por ella todavía?

IX

Jommy Cross se quedó contemplando pensativo pero detalladamente aquel despojo humano que era Granny. No sentía rabia por su traición. El resultado era un desastre, su futuro aparecía súbitamente vacío, sin objeto, sin hogar. El primer problema que se presentaba era qué hacer con aquella vieja.

Estaba sentada, riéndose en una silla, vestida con un traje de alegres colorines que revestía sus infectas formas. Lo miró riéndose.

– Granny sabe algo, sí… Granny sabe… – Sus palabras eran incoherente -. Dinero, oh, Dios mío, si! ¡Granny tiene mucho dinero a su vejez! ¡Mira!

Con la confiada inocencia de una persona borracha sacó una abultada bolsa negra de debajo de sus faldas y con el sentido común de un avestruz volvió a esconderlo.

Jommy quedó impresionado. Era la primera vez que veía aquel dinero pese a que sabía sus diferentes escondrijos. Pero hacerle aquella ostentación ahora, en momento en que acababa de denunciarlo, era una estupidez que merecía el más severo castigo.

Pero seguía indeciso, mientras la tensión de los pensamientos exteriores que iban aumentando ejercía un peso impalpable sobre su cerebro. Eran docenas de hombres, que avanzaban detrás de sus baterías de ametralladoras. Frunció el ceño preocupado. Por derecho natural tenía que dejar que aquella bruja que lo había delatado sufriese el peso de la ley, que quería que todo ser humano sin excepción, que hubiese encubierto o albergado un slan fuese colgado por el cuello hasta que sobreviniese la muerte.

Por su mente pasó la imagen de Granny encaminándose al patíbulo, Granny implorando a gritos merced, Granny tratando de impedir que le echaran la soga al cuello, pataleando, arañando, golpeando a sus apresadores.

Avanzó y la cogió por su hombro desnudo donde el traje se había deslizado. La sacudió con una violencia fría, mortal, hasta que sus dientes castañetearon y soltó un sollozo horrible, y una mirada de demente apareció en sus ojos.

– Es la muerte para ti si te cogen… ¿No sabes la ley?

-¿Eh?… ¡Uh!… – Trató de incorporarse, pero volvió a caer en el sopor de su mente aturdida.

Pronto, pronto, pensó él, haciendo un esfuerzo mental por ver si sus palabras habían surtido algún efecto. Estaba ya a punto de renunciar, cuando vio un tenue destello de razón en medio de la incoherente masa de los pensamientos de la vieja.

Está bien… – murmuró -. Granny tiene mucho dinero… A la gente rica no se le ahorca.

No digas tonterías…

Jommy se apartó de ella, indeciso. El peso de los pensamientos de los hombres eran una enorme carga para su cerebro. Iban acercándose, acercándose, cerrando cada vez más el circulo. Su número le sorprendía. incluso la poderosa arma que llevaba en el bolsillo seria infructuosa, si una lluvia de balas atravesaba las frágiles paredes de la barraca. Y una sola bala bastaba para aniquilar todos los sueños de su padre.

-¡Pardiez! – se dijo -. ¡Estoy loco! ¿Qué voy a hacer contigo, aunque te saque de aquí? Todos los caminos de la ciudad estarán bloqueados. No hay más que una esperanza, y seria ya una dificultad casi imposible aun sin el peso de una mujer borracha en mis hombros. No tengo el menor deseo de trepar treinta pisos por las paredes con este peso muerto.

La lógica le decía que debía abandonarla. Estuvo a punto de marcharse, pero la visión de Granny en el momento de ser ahorcada reapareció con todo su horror. Por muchos que fuesen sus defectos, aquella mujer le había salvado la vida. Era una deuda que tenía que pagar. Con un solo gesto brusco arrancó el saco negro de debajo de la falda de Granny, que lanzó un gruñido de borracha y con un resto de lucidez avanzó las manos hacia la bolsa que Jommy hacía bailar tentadora, delante de sus ojos

– ¡Mira! – le dijo -. Todo tu dinero, todo tu futuro. Te morirás de hambre. Tendrás que ir a barrer los suelos del asilo. Te azotarán…

En quince segundos la vieja se serenó; una serenidad ardiente capaz de comprender los puntos esenciales con claridad de un criminal endurecido.

-¡Nos ahorcarán! – susurró.

– No, nos iremos a alguna parte – dijo Jommy -. Toma, aquí está tu dinero – añadió tendiéndoselo y sonriendo al ver la avidez con que la vieja lo cogió. Tenemos un túnel por donde huir. Va de mi habitación a un garaje de la calle 370. Tengo la llave de un coche. Iremos cerca del Centro del Aire y robaremos un…

Se detuvo, dándose cuenta de la fragilidad de la última parte de su plan. Parecía increíble que los slans sin tentáculos estuviesen tan pobremente organizados que él pudiese ahora apoderarse de una de aquellas maravillosas naves del espacio que lanzaban cada noche hacia el cielo. Cierto era que una vez se había escapado de ellos con una absurda facilidad, pero…

Jommy depositó la vieja sobre el suelo del tejado del edificio de donde partían las naves del espacio y se dejó caer a su lado, jadeante. Por primera vez en su vida sentía un cansancio muscular debido a la violencia del esfuerzo.

-¡Pardiez! – se dijo -. ¿Quién hubiese dicho que esta vieja podía pesar tanto?

Granny lanzaba ronquidos con el retrospectivo terror de la peligrosa escalada. Jommy captó la primera advertencia en las palabras de vituperio que subían a sus labios. Sus extenuados músculos se galvanizaron instantáneamente. Una mano rápida le tapó la boca.

-¡Cállate o te arrojo por la barandilla como un saco de patatas! – le dijo -. Tienes la culpa de la situación y hay que aguantar las consecuencias.

Sus palabras hicieron el efecto de un ducha fría. Jommy no pudo menos que admirar la reacción de la vieja después de su terror. La vieja tenía ciertamente un gran dominio de sí misma. Apartó la mano que le tapaba la boca y preguntó:

-¿Y ahora, qué?

– Tenemos que encontrar la manera de meternos en el edificio lo antes posible y… – Miró su reloj de pulsera y se sintió desfallecer. ¡Las diez menos doce minutos! ¡Doce minutos antes de la salida de la nave cohete! ¡Doce minutos para asumir el control de la nave!

Levantó a Granny de un empujón, se la echó al hombro y echó a correr hacia el centro del tejado. No solamente no tenía tiempo de buscar las puertas, sino que probablemente estaban cerradas, y le quedaba todavía menos tiempo para estudiar y neutralizar el sistema de alarma. No había más que un camino. En alguna parte debía encontrarse la pista por la cual las naves eran lanzadas hacia las remotas regiones del espacio interplanetario.

Notó bajo sus pies una ligera elevación, como una pequeña protuberancia. Se detuvo, tambaleándose, perdiendo el equilibrio por una súbita parada después de su veloz carrera. Buscó cuidadosamente el principio de la sección protuberante que debía ser el borde de la pista de lanzamiento. Sacó rápidamente el arma atómica de su padre del bolsillo y su fuego desintegrante lanzó llamaradas.

Se asomó al agujero de más de un metro de diámetro que había hecho y vio un túnel que penetraba en las profundidades, a un ángulo aproximadamente de sesenta grados. Eran, cien, doscientos, trescientos metros de metal reluciente, y la nave iba adquiriendo forma a medida que los ojos de Jommy iban acostumbrándose a la luz tenue. Vio la aguda punta de un torpedo con unos tubos de explosión que salían de ella desfigurando el efecto liso y afilado. En aquel momento, todo aquello tenía un aspecto muerto y silencioso, pero amenazador.

Le hacía el efecto de asomarse al cañón de una escopeta y ver la punta de la bala que estaba a punto de ser disparada. La comparación le pareció tan apropiada que durante algunos momentos estuvo indeciso sobre lo que debía hacer. Dudaba. ¿Osaría deslizarse por la suave pista cuando de un segundo a otro la nave-cohete podía lanzarse hacia el cielo?

Tenía frío. Haciendo un esfuerzo apartó la vista de la paralizadora profundidad del túnel y fijó sus ojos, primero sin verlo, después como fascinado, en el distante esplendor del palacio. Sus pensamientos pasaron veloces; su cuerpo fue perdiendo lentamente su tensión. Durante algunos segundos permaneció allí, absorbido en la magnificencia, en la belleza y el esplendor que ofrecía el palacio por la noche.

Desde aquella alta torre y por entre los rascacielos el palacio aparecía claramente con toda su brillantez. Brillaba con una llama suave, viva y maravillosa que cambiaba de color a cada instante, ofreciendo mil combinaciones, cada una de ellas sutil, a veces sorprendente, variada. Ninguna de ellas eran una repetición de la anterior.

¡Relucía, vibraba, vivía! Una vez, durante un largo momento, la alta torre se convirtió en una brillante turquesa azul, mientras la parte baja visible del palacio era un profundo rojo de rubí. Fue sólo un momento… y la combinación se deshizo en un millón de rutilantes fragmentos de color: azul rojo, verde, amarillo… Ni un solo color faltaba en aquella maravillosa policromía, en aquella silenciosa explosión.

Durante mil noches su alma se había alimentado de aquella belleza y ahora sentía nuevamente la admiración. Aquella visión le daba fuerzas. Volvía a él el valor, como la inquebrantable e indestructible fuerza que tenía. Apretó los dientes y de nuevo contempló la pendiente que formaba un ángulo tan agudo, tan liso, en su promesa de un alocado descenso hasta la acerada punta de la nave.

Aquel peligro era como un símbolo de su futuro. Un futuro ignorado, menos predecible que nunca. Era de sentido común creer que los slans sin tentáculos sabían que estaba en el tejado. Debían tener sistemas de alarma…, debían tenerlos…

-¿Qué estás haciendo aquí mirando por este agujero? – gruñó Granny. ¿Dónde está la puerta que necesitamos? Es hora de…

-¡Hora! – dijo Jommy Cross. Su reloj marcaba las diez menos cuatro minutos y ponía en tensión todos los nervios, le quedaban cuatro para conquistar una fortaleza! Captó los pensamientos de Granny que se daba cuenta de sus intenciones. La palma de su mano llegó a tiempo de ahogar en sus labios el grito que se disponía a lanzar. Un segundo después caían. irrevocablemente lanzados a lo irremisible.

Chocaron con la superficie del túnel casi suavemente como si hubiesen penetrado súbitamente en un mundo de avance lento. La superficie no era dura, sino que parecía ceder bajo su cuerpo y sentía sólo una vaga noción de movimiento. Pero sus ojos y su mente no se engañaban. La aguda nariz de la nave del espacio subía hacia ellos. La ilusión de que la nave avanzaba rugiendo era tan real que tuvo que luchar contra el pánico que amenazaba apoderarse de él.

-¡Pronto! – le susurró a Granny -. ¡Frena con la palma de las manos!

La vieja no necesitaba que la instasen. De todos los instintos de su extenuado cuerpo el más fuerte era el de conservación. En aquel momento hubiera sido incapaz de gritar ni para salvar su vida, pero sus labios temblaban de terror mientras luchaba por ella. El terror había convertido sus ojos en dos puntos negros…, pero, ¡luchaba!- Tendiendo sus huesudas manos se agarró al reluciente metal rascando la superficie con las largas piernas abiertas y por lamentable que fuese el resultado, ayudó.

Repentinamente la punta de la nave se elevó por encima de Jommy Cross, más alta de lo que había pensado. Haciendo un esfuerzo desesperado se agarró a la primera gruesa hilera de cámaras de propulsión. Sus dedos tocaron el liso metal engrasado y resbalaron; instantáneamente perdió presa.

Cayó de espaldas y sólo entonces se dio cuenta de que se había erguido con el máximo de estatura de su cuerpo. Fue una caída fuera, casi aturdidora, pero en el acto se puso nuevamente de pie gracias a la fuerza especial de sus músculos de slan. Sus dedos se agarraron a la segunda hilera de los grandes tubos, con tal fuerza, que la parte incontrolable de su recorrido terminó. Extenuado por el esfuerzo y el descenso se abandonó, y sólo cuando volvió a incorporarse tratando de aliviar el aturdimiento de su cabeza se dio cuenta de que un poco más allá, bajo el inmenso cuerpo del aparato, se veía una zona iluminada.

La nave describía ahora una curva tan cerrada hacia el suelo del túnel que tuvo que inclinarse de una forma dolorosa para avanzar. «Una puerta abierta, aquí, pocos segundos antes de salir la nave», iba pensando ¡Era una puerta! Una abertura de setenta centímetros de diámetro en el casco de metal de la nave de un pie de espesor, con los goznes abriendo hacia adentro. La empujó sin vacilar, con el arma terrible dispuesta para el menor movimiento. Pero no se produjo.

A la primera mirada vio que estaba en la sala de control. Había algunas sillas, un cuadro instrumental de aspecto complicado y dos grandes placas curvadas y relucientes a cada lado. Había también una puerta abierta que llevaba a otro departamento. Jommy sólo necesitó un instante para entrar y arrastrar a la asustada vieja tras él. Y una vez allí, con ligereza, saltó hacia la puerta de comunicación.

Al llegar al umbral se detuvo y se asomó. La segunda habitación estaba en parte amueblada con las mismas sillas que el cuarto de control, unas sillas cómodas y profundas. Pero más de la mitad de la habitación estaba ocupada por cajas de embalaje sujetas al suelo con cadenas. Había dos puertas. Una de ellas daba seguramente a otra sección de la alargada nave. Estaba entreabierta y por ella se veían cajas y vagamente, en el fondo. otra puerta que llevaba a un cuarto departamento. Pero fue la segunda puerta de la segunda habitación la que hizo que Jommy Cross se detuviese, helado, donde estaba.

Estaba en un lado, más allá de las sillas y daba al exterior de la nave procedente de la habitación exterior, en la cual había unos hombres. Abrió su mente a toda recepción. Instantáneamente una oleada llegó a él; tantos eran, que la combinada filtración que pasaba a través de las defectuosas pantallas mentadas, le aportaron una variedad de actitudes, amenazadoras unas, inquietas otras, pero todas ellas como si aquellos slans sin tentáculos estuviesen allí reunidos esperando algo.

Cortó la comunicación mental y se volvió hacia el cuadro de instrumentos que ocupaba toda la pared principal del cuarto de controles. El cuadro tenía cosa de un metro de ancho y dos de largo y contenía varios tubos metálicos relucientes y diversos mecanismos brillantes. Había más de una docena de palancas de control de diversos géneros, todas al alcance del hombre que estuviese sentado en el sillón de mando.

A cada lado del cuadro instrumental había las relucientes placas curvadas que habían llamado ya su atención. La superficie cóncava de cada sección principal relucía con una luz propia atenuada. Era imposible solucionar el sistema de controles de la nave en los pocos instantes de que disponía. Sin pensar en lo que hacía, se sentó de un salto en la silla de control y con un gesto deliberado accionó todos los conmutadores y palancas del cuadro.

Una puerta se cerró con un ruido metálico. Se produjo una súbita y maravillosa sensación de ligereza; un rápido movimiento de avance que casi aplastó su cuerpo y después un sordo rugido grave. Instantáneamente Jommy comprendió el objeto de las dos placas curvadas. En la de la derecha apareció la imagen del cielo que tenía delante. Jommy veía demasiado vertical para que la tierra fuese otra cosa que una imagen deformada en el fondo de la placa.

Fue la placa de la izquierda donde Jommy pudo gozar de la visión gloriosa de una ciudad de luces, a medida que iba quedando atrás de la nave, tan vasta, que impresionaba la imaginación. Lejano, a un lado, vio el nocturno esplendor del palacio.

Y entonces la ciudad se perdió en la distancia.

Cuidadosamente fue cerrando todas las llaves que había abierto comprobando el efecto de cada una de ellas. A los dos minutos el complicado cuadro instrumental estaba. resuelto y tenía el sencillo mecanismo bajo control. La utilidad de cuatro de los interruptores no era clara, pero no podía esperar. Adoptó una marcha horizontal porque no tenía intención de penetrar en los espacios sin aire. Esto exigía un profundo conocimiento de todos los botones y contactos del mecanismo y su primer propósito era establecer una nueva y más segura base de operaciones. Después con aquella nave dispuesta a llevarlo donde quisiera ir…

Su cerebro se encumbraba. Sentía una extraña sensación de poderío apoderarse de él. Quedaban todavía mil cosas por hacer, pero, por lo menos, estaba fuera de la jaula; tenía edad y fuerza suficiente. Tenían todavía que transcurrir años, largos años que le separaban de la madurez. Tenía que aprender a usar toda la ciencia de su padre. Ante todo tenía que estudiar cuidadosamente su plan primordial de encontrar a los verdaderos slans y hacer las primeras exploraciones.

Sus pensamientos cesaron súbitamente al recordar la presencia de Granny. Las ideas de la vieja no fueron más que un leve latir de su mente durante aquellos minutos. Sabía que estaba en la habitación contigua y en el fondo de su cerebro veía la imagen de lo que ella estaba viendo. Y en aquel preciso instante, la imagen se desvaneció, como si hubiese cerrado los ojos.

Jommy Cross sacó su arma y simultáneamente pegó un salto de costado. Del umbral salió un destello de fuego que abrasó el sitio donde había estado sentado, tocó el cuadro de instrumentos y se apagó. Una alta muchacha slan sin tentáculos estaba de pie frente a él apuntándole con su pistola, pero su cuerpo quedó inmóvil al ver el arma de Jommy apuntándola a ella. Así permanecieron durante un largo momento aterrador. Los ojos de la muchacha se convirtieron en dos pozos relucientes.

-¡Maldita víbora!

A pesar de su furor, quizá debido a él, la voz tenía una vibración sonora casi bella, y en el acto Jommy Cross se sintió vencido. Su aspecto y el sonido de su voz trajeron a su memoria el piadoso recuerdo de su madre y con una sensación de desamparo supo que jamás podría borrar la existencia de aquella maravillosa criatura, como no hubiera podido borrar la de su madre. Pese a la potente arma que le amenazaba como la de la muchacha lo amenazaba a él, supo que estaba completamente a su merced. Y la manera como ella había disparado por la espalda probaba la firme decisión que ardía detrás de aquellos ojos grises. ¡Muerte! El odio implacable de los slans sin tentáculos contra los verdaderos slans.

Pese a su desfallecimiento, Jommy la contemplaba con creciente fascinación. Alta, fuerte, de un cuerpo esbelto, permanecía inmóvil, tranquila, con un pie adelantado, un poco ladeante, como un corredor dispuesto a emprender una carrera. La mano derecha, que sostenía el arma era delgada, delicadamente moldeada, de un delicioso color tostado. La mano izquierda estaba oculta detrás de la espalda, como si al avanzar rápidamente balanceando los brazos, se hubiera detenido súbitamente a medio paso, con una mano delante y otra detrás.

Su traje consistía en una simple túnica anudada a la cintura y en su cabeza, orgullosamente erguida, ondulaba una cabellera castaño obscuro. Su rostro, bajo aquella diadema dorada, era el epítome de una belleza sensitiva, los labios no demasiado gruesos, la nariz delicadamente perfilada las mejillas tersas y suaves. Y, no obstante, era esta suavidad de las mejillas lo que daba a su rostro aquella fuerza, aquella potencialidad intelectual. Su tez parecía suave y clara, y los ojos grises tenían una luminosidad sombría.

No, no, no podía disparar; no podía borrar la existencia de aquella mujer exquisitamente bella. Y no obstante… no obstante tenía que demostrarle que podía hacerlo. Permanecía inmóvil estudiando la superficie de su mente, las ideas borrosas que brotaban de ella. Veía en su reserva la misma incompleta protección que había observado en los demás slans enemigos, debido, sin duda, a su incapacidad de leer los pensamientos ajenos y, por consiguiente, de calcular lo que una protección completa significaba.

De momento no podía permitirse seguir las ligeras vibraciones que emanaban de ella. Lo único que contaba ahora era que estaba de pie delante de aquella muchacha terriblemente peligrosa, las armas de ambos levantadas, tensos los músculos y los dos cuerpos en la más atenta actitud de acecho. La muchacha fue la primera en hablar.

– Esto es una locura – dijo -. Tenemos que dejar las armas en el suelo, sentamos y hablar. Esto calmará nuestra intolerable tensión nerviosa, pero nuestra posición seguirá siendo materialmente la misma.

Jommy Cross quedó sorprendido. La proposición delataba una debilidad ante el peligro que no aparecía ni en su enérgico rostro ni en su cuerpo. El hecho de que la hubiese formulado reforzaba psicológicamente la posición de Jommy, pero sentía cierto recelo, tenía la convicción de que su oferta podía ocultar ciertos peligros.

– La ventaja será tuya – respondió él lentamente -. Tú eres una slan adulta, en pleno crecimiento, tus músculos están mejor coordinados. Puedes volver a coger el arma más rápidamente que yo.

– Es verdad – asintió ella considerando la justeza de la reflexión -. Pero por otra parte tú tienes la ventaja de poder leer por lo menos parte de mis pensamientos.

– Al contrario – dijo él mintiendo descaradamente -, cuando tu cortina mental estaba cerrada, la cobertura fue tan completa que no pude adivinar tu propósito antes de que fuese demasiado tarde.

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