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Vergüenza: de la humillación al amor propio



    ¿Y qué sería pensar si el pensamiento no se midiera incesantemente con el caos?

    GUILLES DELEUZE Y FÉLIX GUATTARI,

    ¿Qué es la filosofía?

    "LA VERGÚENZA es la herencia mayor que el viejo me dejó". Siempre me resultó desconcertante ese verso del tango, como si me chocara que alguien hubiera heredado del padre algo indigno, un poco obsceno, como la vergüenza. Hasta que leyendo a Vicent de Gaulejac, sociólogo francés, concluí una idea que tenía en la punta de la lengua: la vergüenza, como la tristeza, pueden ser positivas. Si uno es honrado, siente vergüenza después de un comportamiento deshonesto o vergüenza ajena cuando el prójimo o la sociedad proceden mal (Horstein, 2011).

    La vergüenza es un sentimiento doloroso y sensible del que no se suele hablar. Engendra un repliegue sobre sí mismo que puede llegar hasta la inhibición. La gente prefiere no hablar sobre la vergüenza. Sin embargo, ponerla en palabras y describir sus diferentes aspectos permite reconocerla, nombrarla y curar mejor sus heridas (Horstein, 2011).

    Cuando surge la vergüenza nos sentimos inútiles, incomprendidos y desvalorizados. Es un sufrimiento social y psíquico particularmente doloroso. El malestar que se siente ante la vergüenza ajena conduce la mayoría de las veces a una toma de distancia, a rechazar aquello que perturba. La humillación lleva a callar las violencias sufridas y a cultivar un sentimiento de ilegitimidad. Ambas actitudes se complementan y refuerzan mutuamente. El malestar de unos contribuye al rechazo de otros y al silencio de todos (Horstein, 2011).

    La vergüenza sobreviene cuando ciertas circunstancias exteriores evidencian puntos frágiles de la autoestima. Entonces nos sentimos imperfectos, incómodos en nuestra piel, como desnudos.

    Las fisuras en la autoestima pueden originarse, como anticipamos, en un fracaso a la hora de lograr la confianza básica. En tal caso los sentimientos de valoración alternarán con una sensación de vacío y desesperación. Los sentimientos alternantes de magnificencia y falta de valor son consecuencia de una frágil autoestima susceptible de verse abrumada por la vergüenza (Horstein, 2011).

    Vergüenza y culpa

    Trate mal a un amigo o al empleado que me atendió en el banco. No debería, me digo, ir por el mundo atropellando a los demás. Siento un malestar. ¿Culpa o vergüenza? En la culpa incide mi autocritica. Puede saldarse mediante un pedido de disculpa. En la vergüenza está en juego el "qué dirán", qué dirán los otros y también qué diré yo de mí.

    A veces la vergüenza nace de mi propia mirada. No soy lo que esperaba. Incluso cuando nace de la mirada del otro se arraiga en lo más íntimo. Es difícil de asir. Pertenece a la dimensión del ser, mientras que la culpa pertenece a la dimensión del hacer (Horstein, 2011).

    La vergüenza devora las raíces de la autoestima de forma más corrosiva que la culpa. Puede amenazar o destruir la confianza. La otra cara de la vergüenza es el orgullo propio de una autoestima lograda (Horstein, 2011).

    Freud relacionó culpa y vergüenza. La culpa se genera cuando se transgreden las restricciones impuestas por el superyó, mientras que la vergüenza deriva de una distancia del ideal.

    La vergüenza es lo opuesto al amor propio. Se diferencia de la culpa en la medida en que no es una cuestión de falta a propósito de un acto, sino de una mirada en la cual la persona deja de ser digna (Horstein, 2011).

    La culpa es un sentimiento que predomina en ciertos tipos de sociedad en donde el comportamiento social está regido por la tradición. Soy responsable de mis errores y de mis fracasos. Pero sólo soy culpable de las faltas que he realizado premeditadamente (Horstein, 2011).

    Sentir culpas implica creer en la "maldad" de uno. Sin esa creencia un acto podrá producir una saludable sensación de remordimiento, pero no culpa. Lo remuerde haber actuado intencional o innecesariamente de un modo nocivo, con respecto a usted mismo o a otra persona, violando sus normas éticas. Pero esa mala acción no indica que sea inherentemente malo o inmoral. Por eso el remordimiento puede cesar con la disculpa sincera, que es una acción, mientras que la culpa se regodea en el "sí mismo". (Horstein, 2011).

    La culpa tiene consecuencias:

    • A causa de mí "mal comportamiento" soy inferior o inútil (interpretación que afecta la autoestima.

    • Si los demás se enteran de lo que he hecho, me despreciarían (vergüenza).

    • Quizá me castiguen o se venguen de mí (persecución).

    Se puede aliviar la culpa mediante la confesión, la reparación, el castigo o el arrepentimiento, mientras que la vergüenza requiere una transformación de sí mismo (Horstein, 2011).

    Vergüenza y humillación

    La humillación parece venir de fuera, del otro, de lo otro. Pensemos en los perseguidos, en las etnias, las minorías, las clases sociales discriminadas.

    ¿Recuerda la guerra de Bosnia? Los bosníacos y los bosníocratas, por un lado, y los serbobosnios, por el otro. En total fueron 250,000 muertos. Para matar a alguien hay que despreciarlo, humillarlo. Y es una situación sin escapatoria. Nada podía hacer un negro para que no lo torturara el Ku Klux Klan (Horstein, 2011).

    Un preso político puede traicionar sus tradiciones para congraciarse con su carcelero y ser perdonado. En la Sudáfrica del apartheid, un negro no podía ser blanco. Pero las humillaciones pueden no ser definitivas. Mandela soportó casi treinta años de cárcel, y los negros sudafricanos soportaron castigos y escarnios, con barrotes o sin barrotes. Con orgullo, erguidos, con la estima alta. Y en México, ¿No tenemos un sub-comandante Marcos?

    No siempre el que humilla tiene más armamento que el humillado. A veces el humillado se achica y no emplea la violencia en defensa propia. Cuando Freud presencio ciertas humillaciones sufridas por su padre (y luego por él mismo), sintió rencor hacia el grupo de humilladores pero también la vergüenza de haberse avergonzado de su padre. Y se dio fuerzas con los proyectos del conquistador Aníbal. Él, tan de extramuros como el cartaginés, conquistaría su Roma. Nadie lo humillaría como el padre (Horstein, 2011).

    Lo vemos en mándela: la potencia no necesita del odio. En cambio, la impotencia alimenta el odio. Al no poder reaccionar, se confirma su desvalorización. Se siente culpable de lo que le sucede. El desprecio y la humillación se tornan autodesprecio y autohumillación. La violencia, que fue externa, deviene interna. Esa interiorización del juicio del otro inhibe la capacidad de reacción.

    La vergüenza implica más contradicciones. Mientras la sufro, me aíslo, me siento menos, casi violado. Cuando la enfrento, salgo a la calle, me envalentono, me pongo a tono, socializo. Para Vicent de Gaulejac, es un sufrimiento social que, al no poder ser tratado "en lo social" , produce efectos en el psiquismo. Hasta 1994 era un esfuerzo titánico no sentirse humillado en el apartheid. Los segregados se daban fuerzas unos a otros. Ninguna terapia individual hubiera bastado. La nueva Sudáfrica fue la terapia social (Horstein, 2011).

    La vergüenza es un revoltijo de rabia, culpa, amor, odio, ira, agresividad, miedo. Un conglomerado de emociones, afectos, sensaciones. Y lo primero que tiene que hacer un avergonzado es no tener vergüenza de tener vergüenza, que es otro modo de habituarse a las tensiones, al conflicto (Horstein, 2011).

    Involucra a varias áreas: el cuerpo, la sexualidad, la moral, la vida social, la identidad pero, en particular, la autoestima. Afecta la subjetividad, las creencias, los valores y también sus relaciones, su familia y la sociedad en que vive. Puede predominar la vergüenza corporal, la sexual, la intelectual o la familiar. No sólo nos ponemos colorados, todo se tiñe (Horstein, 2011).

    El estigma. Al definir "estigma" el diccionario es bifronte. Por un lado, el estigma es divino: "Huella impresa sobrenaturalmente en el cuerpo de algunos santos, como símbolo de la participación de sus almas en la pasión de Cristo". Por el otro, es ignominioso: "Marca impuesta con hierro candente, bien como pena infamante, bien como signo de esclavitud". Ser marcado con un estigma puede producir modestia y soberbia, como a veces se observa en los judíos, o en los afro estadounidenses o en tantas minorías (Horstein, 2011).

    Con hierro candente o sin él, no pocas sociedades, en el pasado y en el presente han marcado a algunos individuos por pertenecer a una identidad o raza, o piel, o religión o situación social (por ejemplo con el monte de "villero"), o en económica o cultural. Se empieza por sentirlos extraños, extranjeros y se termina por poner una barrera, como si el diferente fuera contagioso. Sociedad implica orden: Cuando el poder piensa que orden es el verdadero y el único posible ha sido definitivamente establecido. El poder intenta frenar las desviaciones que lo amenazan. Pero como las sociedades cambian, hay nuevas órdenes establecidos (Mandela, Obama, etcétera).

    Vergüenza, identidad y discriminación

    El término "identidad" contiene una contradicción en sí mismo. X = X, pero a la vez X es diferente de T, M, etc. Juan sin duda es distinto de Pedro. Pero también Juan es el mismo Juan a los 5 años y el mismo que será en el futuro. Pero a la vez es distinto de Juan el año que viene. Esta dinámica contradictoria es el núcleo mismo de los procesos identitarios. Una persona se define siempre en relación con los demás y con sigo misma. Tiene necesidad de pertenecer a una totalidad, una familia, un grupo, una clase, un pueblo y ser reconocida como miembro particular de su comunidad de pertenencia. La necesidad de identificación son opuestas y complementarias (Horstein, 2011).

    Esa dialéctica existencial permite al individuo afirmarse como sujeto singular pero parecido a los suyos.

    El poder jerarquiza y estigmatiza. Confiere valor a las cosas y a la gente, e inversamente, desvaloriza, margina, excluye. La humillación es un medio para reforzar la autoridad. El blanco de Sudáfrica esgrimía clichés para que el negro se sintiera mal. Las palabras son usadas como armas. Pero el arma preferida es la mirada. La mirada despreciativa es el arma terrible (Horstein, 2011).

    ¿Existe la pureza? En sentido material puro es lo limpio, lo que no tiene mancha. El agua pura es agua sin mezcla, un agua que sólo es agua y, por lo tanto, es un agua muerta, lo cual dice mucho sobre la vida y sobre cierta nostalgia de la pureza, Todo lo que vive ensucia, todo lo que limpia mata. Por eso ponemos cloro en las piscinas y en la agua corriente. La pureza es imposible: sólo podemos elegir entre diferentes tipos de impurezas, y a esto se le llama higiene.

    Existieron y todavía existen intentos de purificación étnica: la España Medieval y su "limpieza de sangre", el nazismo y el supuesto predominio de la raza aria, el nacionalismo étnico malayo, los brutales asesinatos entre pueblos desmembrados de la ex Yugoslavia. Una bestialidad ridícula si no fuera asesina, porque Hitler, el fundamentalista ario, hizo alianza con los japoneses. ¿Qué tienen de arios los japoneses?

    Los conquistadores españoles, además de diezmar a los habitantes originarios de América, tuvieron relaciones con sus mujeres, y por eso la Conquista no fue exactamente un Holocausto. Todo pueblo es una mezcla, lo mismo que todos los organismos y toda la vida. La pureza está del lado de la muerte. El agua es pura cuando no tiene gérmenes, ni sales ni minerales, y en consecuencia sólo existe en laboratorios (Horstein, 2011).

    La dignidad evita que el sujeto se desmorone y salvaguarda su autoestima. Hay gente que renuncia a beneficios para no ser humillada o despreciada. Hay un vínculo consustancial entre identidad y dignidad. El sentimiento de identidad tiene dos aspectos: un aspecto personal, que es el sentimiento de ser protagonista de su historia, de afirmar su propia existencia, y de un aspecto social, que inscribe al individuo dentro de un grupo, una cultura, una nación, por el reconocimiento de pertenencia de sus derechos, de sus tradiciones, de sus creencias y de su ciudadanía. Se trata de una noción subjetiva, pero que alude a la idea de reciprocidad: considerar al otro como una persona, con las mismas consideraciones que uno tiene para "los suyos", para sus semejantes. Los sentimientos de dignidad e integridad implican la autoestima y la mirada del otro (Horstein, 2011).

    La vergüenza se genera en la indefensión y la dependencia del entorno. Ese estado propio del niño pequeño es el fundamento de la "necesidad de ser amado que no abandonará más al ser humano" (Freud, 1930:120). La vergüenza se alimenta de esa angustia original, en particular cuando las necesidades de amor y protección no han sido adecuadamente satisfechas o cuando el medio social se ocupa de incrementarlas (Horstein, 2011).

    La separación del otro lo hace depender de la mirada de la que se espera aprobación y amor. Rota al fusión con la madre, se construye el Yo y sus ideales de independencia, autonomía, nutrido por el narcicismo, pero también su reverso: la angustia de ser alguien sin valor y sin interés. Surge otra cadena casual que relaciona el juicio del otro, la diferenciación social, el sentimiento de inferioridad, el desmoronamiento de la imagen idealizada de los padres, el odio, el desprecio, la vergüenza de tener vergüenza, la ambivalencia y la diferenciación.

    La vergüenza es la consecuencia de violencias padecidas (físicas, psicológicas o simbólicas) frente a las cuales la persona reacciona de acuerdo con la historia. La vergüenza se arraiga en su interior cuando el sujeto queda atrapado en una contradicción que inhibe y a veces hasta destruye su capacidad de defensa (Horstein, 2011).

    La acción: entre la vergüenza y la soberbia

    La vergüenza y la ambición son los dos polos alrededor de los cuales se organizan las respuestas posibles a la humillación. La vergüenza es inhibidora; la ambición, estimulante. Una lleva al repliegue sobre sí mismo; la otra, al deseo de superar a los demás. Una neutraliza la capacidad de acción; la otra moviliza. El vergonzoso se esconde; el ambicioso se hace notar.

    El individuo se bloquea cuando ya no puede imaginarse ser otro diferente al que es, a causa de condiciones de existencia alienantes. La historización simbolizante es la que posibilita la elaboración de proyectos individuales o colectivos mediante la imaginación creadora (Castoriadis, 1998).

    La vergüenza es producto de un psiquismo congelado y la soberbia, de un psiquismo impostado. La vergüenza inhibe la capacidad de acción y de imaginación. La soberbia encubre la vergüenza mediante la construcción de una imagen excepcional, única y omnipotente. Ni inhibido ni megalómano, un psiquismo vital nos permite hincar el diente en la realidad para construir un futuro (Horstein, 2011).

    La vergüenza es un sentimiento social. (Robinson Crusoe no muestra vergüenza en su isla solitaria). Concierne a aquello que constituye al sujeto como miembro de una sociedad, afirmando su singularidad y su pertenencia. Confronta al sujeto con la mirada del otro. Esta mirada puede obligar a hacer concesiones para mantener un vínculo con los otros. La vergüenza evita que el sujeto se separe de ciertas normas y valores propios de un grupo. Expresa conflictos entre una sociedad que excluye a algunos de sus miembros. La vergüenza es índice de deseo de pertenecer a un grupo y no ser reconocido por él (Horstein, 2011).

    El análisis de la influencia de los condicionamientos sociales sobre la historia individual aporta un esclarecimiento particular sobre los conflictos "personales". Permite deslindar los elementos de una historia propia y las que comparte con aquellos que han vivido situaciones similares. Todos vivimos en un coctel cuyos ingredientes son contradicciones sociales, psicológicas, culturales y familiares.[1]

    Bibliografía

    • BARTHES, Roland. 1978. Roland Barthes por Roland Barthes. Kaíros. Barcelona. España.

    • CASTORIADIS, Cornelius (1998). Hecho y por hacer. Eudeba. Buenos Aires, Argentina.

    • FREUD, Sigmund. 1930 (1979). "El malestar en la cultura", en Obras completas, t. XXI. Amarrotu. Buenos Aires, Argentina.

    • GAULEJAC, Vicent de 2008. Las fuentes de la vergüenza. Mármol Izquierdo. Buenos Aires.

    • HONNET, Axel. 2009. Crítica del agravio moral. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, argentina.

    • HORSTEIN Luis. 2011. Autoestima e Identidad: Narcicismo y valores sociales. 1ra edición. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, Argentina.

    • MORIN, Edgar, 1984. Ciencia con conciencia. Anthropos, Barcelona España.

    • NIETZSCHE, Friedrich. 1976. Genealogía de la moral. Obras completas. Aguilar. Buenos Aires, Argentina.

     

     

    Autor:

    José Luis Villagrana Zúñiga

    Maestro en Economía de la Empresa por la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), Licenciado en Economía (UAZ), … y curioso por naturaleza.

    Zacatecas, México. 24 de marzo de 2015.

    [1] En relaci?n con el maltrato social, Axel Honneth (2009) postula tres tesis centrales: 1) la premisa fundamental es que la constituci?n subjetiva presupone el reconocimiento intersubjetivo rec?proco; 2) en la sociedad moderna existen tres formas de reconocimiento: la del amor, la del derecho y la del la identidad; 3) existe una l?gica que corresponde a la secuencia de esas tres formas de reconocimiento. Los tres "modelos" de reconocimiento corresponden a tres dimensiones de la personalidad: el amor conduce a la autoconfianza, el derecho corresponde al autorespeto, y la eticidad corresponde a la valoraci?n social y la autoestima. A esas formas de reconocimiento, Honneth opone tres formas de desprecio que implican la ausencia de autoconfianza, autorespeto y autoestima (Horstein, 2011).

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