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Apuntes sobre geopolítica y poder (página 3)




Enviado por FRANCISCO ARTILES



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Este autor especifica los elementos que inciden en el proceso de construcción del territorio se realiza a partir de algunas premisas o axiomas geopolíticos básicos, a saber:1-Toda superficie, todo espacio-territorio es susceptible de ser organizado;2-Una determinada organización del espacio-territorio no es única ni fija;3-En toda superficie, en todo espacio-territorio es posible establecer al menos un camino, una vía entre dos puntos de una malla de relaciones;4-Esa vía entre dos puntos, tampoco es única;5-Entre tres puntos de una relación en el espacio, es posible establecer una red o malla de relaciones.La construcción del territorio sucede en dos niveles: a nivel material y a nivel simbólico.El plano material es el de la ocupación, de la toma de posesión, de la utilización económica, social y estratégica de un determinado territorio, por la vía de introducir en él, trabajo, energía, información, poder en definitiva.El plano simbólico es el de la configuración de las representaciones espaciales o territoriales, la simbología que cada grupo humano construye de los espacios o territorios que domina o que desea poseer, todas las cuales se sitúan en el nivel del subconsciente colectivo e individual.El espacio o el territorio toma importancia en función de la representación simbólica que los grupos humanos se hacen de él, y en virtud de la experiencia histórica que los vincula a él.Toda práctica espacial inducida por un sistema de acciones o de comportamientos, aunque sea embrionaria, se traduce en una producción territorial que hace intervenir mallas, nudos y redes.

En definitiva, el proceso de producción de territorio -obra humana y consciente por excelencia- supone la compartimentación y reparto de superficies, la implantación de nudos y la configuración de redes.No deja de tener importancia en la construcción de territorio, la delimitación. La configuración y fijación de fronteras constituye una de las prácticas históricas más antiguas y más relevantes para el establecimiento de la identidad grupal propia como afirmación distintivas frente a las identidades grupales ajenas.

La frontera diferencia, limita, envuelve los espacios y territorios propios, generando formas básicas de diferenciación, separación y polaridad con otros espacios y territorios "ajenos"; la frontera es el límite distintivo entre el yo y el otro, entre la propiedad y la "otredad".Todo actor, toda unidad política se sitúa en una relación determinada con un espacio-territorio, en virtud de determinadas estrategias, de determinados intereses que lo mueven a apropiarse de él.

Cualquiera sea la forma o la modalidad de dicha apropiación, cada unidad política se dirige a obtener, lograr o mantener un determinado grado de acceso, dominio y/o control sobre determinados espacios-territorios, en virtud de la importancia que dichos espacios tienen para el logro de sus intereses.Cada vez que una práctica humana se instala en un determinado espacio, no sólo se está produciendo territorio, con todo lo que ello implica de apropiación física o material y de producción simbólica, sino que además está localizando, situando determinados intereses y estrategias de poder, a través de dichas prácticas.Para ello, una unidad política cualquiera, establece su presencia, su organización, sus redes relacionales y sus prácticas en un territorio, generando vínculos materiales y virtuales que lo asocian a éste, y que le permiten localizarse en él en vistas de sus metas e intereses.

Esta localización, que es en la práctica un proceso de asentamiento físico-virtual en un territorio, puede realizarse en términos de concentración de los recursos de poder aplicados o de su desconcentración, según las estrategias puestas en práctica.La deslocalización es una forma de desconcentración de las prácticas de producción del territorio y de los recursos aplicados a éste, en función de criterios de eficiencia, de rentabilidad o de seguridad.Localización y deslocalización de las prácticas en los territorios y espacios, son en síntesis dos polos de una misma estrategia que opera y se materializa en función de determinados intereses.Desde el punto de vista geoestratégico existen las áreas de influencias las cuales determinan las relaciones entre los actores políticos internacionales tienen lugar en un contexto caracterizado por la complejidad de las influencias y determinaciones que mutuamente se producen entre ellos.

La diferencia de potencial de cada actor, sin embargo, da origen a espacios geopolíticos en los que los actores dotados de mayor potencia y voluntad, actúan de manera que los resultados de dichas acciones conducen a establecer ámbitos donde su influencia económica, política, cultural o estratégico-militar, se hace más o menos visible.Las áreas de influencia constituyen una dimensión más o menos opaca del juego de las relaciones internacionales, más fácilmente discernibles por las conductas de los actores, que por la retórica con la que justifican dichas conductas.Estos influyen en la asimetría existente en la realidad de los procesos políticos, económicos y culturales en el orden internacional y en las relaciones geopolíticas, constituye un dato estructural básico, para comprender las relaciones entre los actores de la escena internacional.En un contexto real de asimetría, cada actor o unidad política tiende natural y espontáneamente a obtener la máxima cuota posible y sustentable de autonomía en su provisión de recursos, con respecto a las demás unidades políticas.En realidad la estructura de las relaciones geopolíticas en el mundo contemporáneo tiene lugar dentro de un contínuum que va desde la autonomía absoluta y total hasta la dependencia absoluta y total, situándose la condición de interdependencia en el punto intermedio entre ambos.

Cada actor o unidad política se desplaza a través del tiempo y en el espacio geopolítico, tendiendo a integrar entre sus intereses vitales, la búsqueda de la máxima autonomía posible y alcanzable y, correlativamente, a reducir la dependencia que pudiera afectarle respecto de otras unidades políticas con las que se relaciona.La dualidad autonomía-dependencia hace referencia a la dotación real y potencial de recursos (de poder, de información, económicos, tecnológicos, energéticos, etc.) que permiten a cada unidad política acceder a las arenas en condiciones que les permitan realizar y lograr sus intereses.

Por otra parte, Labastida, H. (1993) plantea que: "Todo lo anterior se produce en el contexto de la globalización la cual se puede definir como una constructo ideológico, puesto que existe una amplia variedad de significados del fenómeno, con variaciones no únicamente formales entre sí".

De modo que se debe aceptar la existencia de múltiples visiones sobre el significado de globalizarse, pero se puede coincidir en señalar que su rasgo central es la intensificación de las interconexiones entre sociedades. El fin globalizador a alcanzar sería la construcción de un mercado mundial, en donde el dinero y la producción de bienes y de mensajes se desterritorialicen, y donde las fronteras nacionales y las aduanas avancen progresivamente hacia su neutralización.

En ese sentido, el postmodernismo se ha desarrollado se ha desarrollado bajo el impulso de la ciencia, de la tecnología, del pensamiento racional y de una cultura industrial-urbana que encuentra sus raíces en el pensamiento iluminista y en la expansión de los siglos XVII y XVIII. Por lo que la globalización tiene características de un fenómeno propio de la modernidad europea-occidental, consecuencia de la doble revolución burguesa, francesa e industrial. Ambas revoluciones implicaron el triunfo de una nueva sociedad.

Sigue planteando el autor, citando que: "La gran revolución de 1789-1848 fue el triunfo no de la "industria" como tal, sino de la industria "capitalista"; no de la libertad y la igualdad en general, sino de la "clase media" o sociedad "burguesa" y liberal; no de la "economía moderna", sino de las economías y estados en una región geográfica particular del mundo (parte de Europa y algunas regiones de Norteamérica), cuyo centro fueron los estados rivales de Gran Bretaña y Francia"

Y se evidencia que la globalización ha encontrado campo fértil para su desarrollo en la expansión imperialista europea, comenzada durante la segunda parte del siglo XIX. Es así que se puede afirmar que la globalización es hija del sistema de producción capitalista.

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países.

De manera que la globalización no consiste únicamente en un aumento de la actividad comercial a nivel mundial. Representa también un cambio cualitativo en la estructura de la economía capitalista. Tal como lo mencionara Marx, el capital existe en tres formas: capital moneda, capital productivo y capital mercadería.

La autoexpansión del capital se da a partir de la metamorfosis del capital mismo por medio de estas tres formas.

La historia del capitalismo puede ser tomada como la globalización de las tres formas de capital. El crecimiento del comercio internacional durante el siglo XIX, producto de la doble revolución burguesa, fue testigo de la globalización del capital mercadería.

Por su parte, la globalización del capital moneda se va produciendo hacia finales del siglo XIX, a través del desarrollo de las inversiones internacionales y de la evolución del sistema bancario internacional.

No obstante, aún cuando estos cambios estructurales se producían, el capital productivo continuaba encontrándose limitado hacia dentro de las fronteras del estadonación, y, desde allí, buscaba atraer a la mano de obra. Tras la segunda guerra mundial, se produce la tercera globalización del capital, la del capital productivo.

Desde entonces, el capital productivo fluctúa por todo el mundo -aunque limitado por los conflictos entre los dos grandes bloques de poder de la postguerra-, con el fin de reducir la estructura de costos y de utilidades de los factores de producción. A este tipo de globalización influyeron fundamentalmente los avances tecnológicos y comunicacionales.

El presente trabajo se orienta hacia enfocar la globalización con un sentido de la tendencia progresiva hacia el incremento de la interdependencia económica y cultural entre sociedades, en el marco teórico de la neutralización de las fronteras (territoriales, étnicas, etc.) respecto a la circulación de bienes, personas y mensajes entre estados. Y se indagará en la globalización en la época del nuevo orden mundial.

Chomsky, N. (1993) afirma que: "Tras la finalización de la Guerra Fría, se abogó a través de diversas formas por un nuevo orden. Por nuevo orden mundial, entendemos al sistema de relaciones internacionales aparecidos tras la caída de la Unión Soviética".

El autor ha estudiado el tema con detenimiento y ha llegado a la conclusión de que el nuevo orden mundial, al igual que el viejo, se encuentra asentado sobre la desigualdad, la hipocresía, el racismo y el colonialismo. "Por ello tiene su mérito describir el orden mundial, viejo o nuevo, como "la reglamentación de la piratería internacional".

Asimismo, el nuevo orden se diferencia fundamentalmente del antiguo por no existir ya dos superpotencias líderes de los dos grandes bloques de poder, pues ahora el capitalismo parece alcanzar indiscutiblemente la primacía mundial.

Es la era de la globalización neoliberal, de la occidentalización intensificada, del discurso único. Y esta era resulta muy interesante para estudiar, pues en ella, aparentemente tendiente a la unificación mundial sobre la democracia burguesa-occidental y el libre mercado, se observan antagonismos y contradicciones inherentes a la propia naturaleza del fenómeno.

Justamente, en febrero de 1990, el Comité Internacional de la IV Internacional explicó que la desaparición de la URSS significaba el fin de la época postguerras, pues, en ésta, los antagonismos fundamentales se habían mantenido aplacados bajo el peso de varias estructuras político-estatales, pero a partir de dicho acontecimiento había surgido una época que sería testigo del choque abierto de fuerzas clasistas antagónicas.

Las contradicciones, los conflictos y las consecuencias de la globalización durante la era del nuevo orden mundial son, precisamente, el objeto de estudio del presente ensayo.

En la breve extensión de nuestro trabajo, nos centraremos tanto en la globalización en sus interrelaciones económicas y culturales. El tema obviamente no se agota aquí; simplemente, aquí, nos hemos centrado sobre uno de los aspectos de la globalización, el de sus contradicciones y su rechazo.

La globalización presenta conflictos inherentes a su propia naturaleza. Los desarrollos económicos y tecnológicos que se han producido en la era de la globalización, llevaron a un nivel de intensidad sin precedentes la contradicción fundamental entre la economía internacional y los estados nacionales, y entre la producción social y la propiedad privada.

Es por esto que la articulación entre globalización, integraciones regionales y culturas diversas ha pasado a ser un asunto clave. "Al querer excavar su significado más profundo, la globalización permanece asociada al carácter indeterminado, ingobernable y autopropulsivo de los negocios mundiales; aún, hace pensar a la ausencia de un centro, de una sala de comando, de un consejo de administración, de una oficina de dirección. La globalización es el "nuevo desorden mundial" de Jowitt expresado con otro nombre".

Hoy en día, se puede considerar como virtualmente acabada la discusión que se dio en la última década del siglo XX, donde se debatía, desde la izquierda, sobre la realidad -o no- de la globalización en el nuevo orden mundial como un salto en la evolución histórica del sistema de producción capitalista. No debemos olvidar que, en los "90, había quiénes la consideraban desde "un mito", hasta "nada más que imperialismo".

No obstante, para Hirst (2000) "Hoy, prácticamente nadie deja de aceptar y considerar a la globalización, en el marco del nuevo orden mundial, como una etapa particular de la historia del capitalismo, verdadero salto en la concentración mundial del capital, resultando un proceso cargado de antagonismos y contradicciones".

La interacción entre sociedades se ha vuelto progresivamente más compleja e interdependiente. Pero este hecho no se produce desde un plano de igualdad, lo cuál ya era observado por Trotsky del siguiente modo: "la desproporción en los "tempos" y medidas que siempre se produce en la evolución de la humanidad no solamente se hace especialmente aguda bajo el capitalismo, sino que da origen a la completa interdependencia de la subordinación, la explotación y la opresión entre los países de tipo económico diferente".

García, N. (1999) observa conflictos entre imaginarios, según de quién sea la visión, respecto al contenido de lo que es la globalización; ha estudiado los diversos modos de imaginar la globalización.

Así, para el gerente de una empresa trasnacional, la "globalización" abarca los países donde su empresa actúa, las actividades de las que se ocupa y la competencia con otras; para los gobernantes latinoamericanos, sería casi un sinónimo de americanización; mientras que para una familia mexicana cuyos miembros trabajan en EEUU, globalización alude a los vínculos estrechos con lo que ocurre en la zona de ese país en donde sus familiares residen.

El autor continua planteando que "En rigor, sólo una franja de políticos, financistas y académicos piensan en todo el mundo, en una globalización circular, y ni siquiera son mayoría en sus campos profesionales". El resto imagina globalizaciones tangenciales.

La amplitud o la estrechez de los muestra las desigualdades de acceso a lo que suele llamarse economía y cultura globales". Lo cual se relaciona con lo afirmado por Marx: "Sobre las diversas formas de propiedad y sobre las condiciones sociales de existencia, se levanta toda una superestructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida diversos, plasmados de un modo peculiar".

En un mundo globalizado, sociedades culturalmente diferentes se encuentran en interrelación constante. Y es así que la globalización presenta una de sus más interesantes paradojas, la cual intentaremos estudiar aquí: quiénes abogan por un mercado mundial, integrado, en donde los capitales financieros, los bienes económicos y las imágenes se muevan con entera libertad, también expresan, en reiteradas ocasiones, su rechazo al libre movimiento de personas.

La globalización no ha sido el fenómeno histórico que engendró los choques culturales y el rechazo social al extranjero. La historia social nos muestra que a lo largo de la prehistoria y de la historia, una amplia variedad de sociedades históricas han mostrado su rechazo al extranjero, encontrándose éste fáctica y/o jurídicamente discriminado.

La intensificación de las relaciones económicas trae por decantación la intensificación de las relaciones socioculturales. Tras la segunda guerra mundial, los estados occidentales, europeos y norteamericanos, han rechazado oficial y políticamente al fascismo -particularmente al nazismo-, por el genocidio derivado de su ideología xenófoba.

Pero aún así, en el Occidente capitalista y desarrollado no se ha podido eliminar el nacionalismo, el cual encuentra su raíz en el rechazo frontal a otros grupos culturales. A nivel gubernamental, EEUU ha encontrado internamente en el nacionalismo la fuente de legitimación de su política exterior; aún así, oficialmente y pese a la hipocresía manifiesta del mismo, el discurso dominante ha sido de rechazo a los totalitarismos de tipo fascista.

Por su parte, en la Europa sufrida de la segunda posguerra, se intentó extirpar los nacionalismos extremos, apostando al cosmopolitismo tolerante. Los gobiernos europeos-occidentales, salvo los ibéricos y alguna excepción más, se volcaron, económicamente, a la socialdemocracia y, socialmente, hacia la integración.

Y la globalización occidental y el libre mercado fueron tomados como el camino hacia el logro de gran parte de aquel ideal, en el cual tuvieron su importante papel los medios de comunicación de masas, los cuales no cambiaron únicamente nuestros hábitos domésticos, sino nuestra propia percepción de la realidad.

Pero el fracaso de la integración y la convivencia cultural se encontraba presente en la propia naturaleza del capitalismo y de la globalización. La integración, económica, tecnológica y culturalmente hablando, era desigual. La globalización no significó más que un imperialismo cubierto formalmente legado del antiguo orden colonial, que resultaba ideal en el afán de mantener los significados por sobre las formas, tras el proceso de descolonización, el cuál tuvo lugar tras la segunda guerra mundial.

El imperialismo colonial creó un orden mundial que no fue puesto seriamente en discusión tras la descolonización –concepto polémico, diferente del de liberación nacional-. El capitalismo ya no se movía cómodamente en el sistema colonial, el cual dejó de ser rentable, lo cual puede explicar la velocidad con que se produjo la retirada europea.

"A no ser que se acepte la proposición de que las colonias habían sido agotadas antes de la retirada europea, y que fueron simplemente tiradas como una naranja vaciada de su jugo, o bien que el neocolonialismo ha significado la explotación continuada al mismo grado que antes, o bien, alternativamente, que, a pesar del pequeño cambio en la balanza del poder interno en las naciones coloniales, los intereses capitalistas principales habían perdido súbitamente todo poder para influir en las políticas gubernamentales, es muy probable que las colonias no fueran cuernos de abundancia económica para sus poseedores, como a veces se ha afirmado". Más rentable resultaba incluirlas en el nuevo esquema imperialista de la globalización del capital de la segunda posguerra.

Pero no nos centraremos tanto aquí en la etapa de la guerra fría y la descolonización. Haremos hincapié en la globalización en el nuevo orden mundial, pero, para ello, es importante tener en cuenta la geopolítica de la segunda postguerra. Al aparecer el nuevo orden mundial como síntesis de los antagonismos de la guerra fría, se ha intensificado el antiguo orden imperialista, es decir, en palabras de Noam Chomsky, la ley de la selva.

Chomsky describió el nuevo orden desde la óptica geopolítica del siguiente modo: "solo esto tiene sentido: los gobernantes poderosos gozan de derechos que se les niegan a sus súbditos, incluyendo asesinar, torturar y mofarse de las convenciones y el derecho internacional".

En el nuevo orden mundial, el poder político ha sido desplazado como el poder principal. La globalización, tras la caída de la URSS, no ha hecho más que profundizar un fenómeno que venía manifestándose cada vez con más fuerza: la disminución de los ámbitos de decisión políticos del estado nacional. Así lo explica Ignacio Ramonet: "en el marco de la globalización, el poder principal lo tienen las grandes empresas y los grandes grupos financieros, apoyados en los grandes grupos mediáticos.

El poder político es sólo el tercer poder, después del financiero y del mediático".

En el mismo sentido, Néstor García Canclini afirma que: "Transferir las instancias de decisión de la política nacional a una difusa economía trasnacional está contribuyendo a reducir los gobiernos nacionales a administradores de decisiones ajenas, lleva a atrofiar su imaginación socioeconómica y a olvidar las políticas planificadoras a largo plazo".

Unos párrafos atrás mencionábamos la globalización en el nuevo orden mundial como un verdadero salto en la concentración mundial del capital, hecho que no es ajeno al propio devenir histórico del capitalismo. Es así que muchos consideran que la globalización es, ni más ni menos, que la dictadura económica mundial de 200 multinacionales, más o menos.

La cifra de negocio anual de estos gigantes es nada menos que la cuarta parte (26,3%) de la producción mundial, crece a un ritmo doble de lo que crece el Producto Interior Bruto de los 29 países industrializados que integran la OCDE, y supera ya a la producción total sumada de los otros 182 países que no forman parte de la OCDE, pero donde vive la inmensa mayoría de la humanidad. (…) Por eso no es un slogan izquierdista ni una frase de efecto decir que la globalización es la dictadura económica mundial de 200 multinacionales, más o menos".

La dictadura económica se asienta sobre la expansión mundial de las instituciones democráticas burguesas occidentales, lo cual no es más que un maquillaje político ocultando el verdadero centro de las decisiones, una democracia ficticia. José Saramago lo explica del siguiente modo: "Es una pura falacia, es una falsedad, nada de lo que está pasando hoy en el mundo, en los países que se declaran democráticos, tiene que ver con la auténtica democracia. Se ha vuelto evidente que el poder real es el poder económico. Tú no eliges a la administración de Coca Cola o de General Motors. Entonces, si el poder real es ése, todo lo que pasa por debajo es una falacia".

Esta dictadura global de mercado, cargada de antagonismos y contradicciones, ha engendrado, paradójicamente, el resurgimiento de las identidades nacionales, étnicas y religiosas, y de los fundamentalismos. La interrelación más acelerada entre sociedades y las desigualdades manifiestas han creado las condiciones objetivas necesarias para que determinadas fuerzas antagónicas desde el punto de vista económico y cultural se encuentren en conflicto. "El catálogo de las identidades disponibles crece, disminuye, muta, se ramifica y se desarrolla en correlación con la intensificación de las redes de relaciones políticas y económicas. Con la definición de nuevas y la cancelación de viejas fronteras, la complejidad de aquel catálogo aumentará ulteriormente, tanto más en cuanto un número siempre mayor de hombres se encuentre dispuesto a ponerse en movimiento, de manera impredecible y solo en parte controlable".

El etnocentrismo occidental y el esquema heredado del viejo sistema colonial han sido gérmenes del conflicto. Y encontramos que la globalización debilitó el poder político del estado nación, que tiende, idealmente, hacia la creación de un mercado mundial y hacia la desaparición de las fronteras nacionales y aduaneras para el tráfico de bienes y personas; pero que, en su seno, también engendra el rechazo a su propio ideal: el rechazo a la otredad, la cuál es respetada, únicamente, cuando se encuentre en correlación con los objetivos concretos del orden mundial. Así, se da la paradoja de la eliminación de las barreras nacionales productivas -la transnacionalización de la producción y el libre tráfico del capital-, simultáneamente con el cerrado rechazo a la migración y al libre movimiento de personas.

En particular, de los desplazamientos demográficos hacia los centros de poder. Después de todo, no debemos olvidar que "las multinacionales tienen patria: la de sus propietarios mayoritarios. De eso no debe caber la menor duda. Las 200 mayores tienen sus sedes bien establecidas en tan sólo 17 países de los 211 Estados independientes que cuenta la tierra.

Pero 176 de ellas, están radicadas en sólo 6 potencias financieras. Bastante más de una tercera parte (74) son norteamericanas (…).Después de Estados Unidos, el Estado donde están radicadas más multinacionales es Japón, con 152 de las 500 mayores no estadounidenses; hay 75 inglesas, 47 francesas, 42 alemanas, 22 canadienses, y 15 italianas, por lo que el Grupo de los Siete (el G-7) viene a representar al 80% de las multinacionales. Fuera de este grupo, apenas Suiza, Corea, Suecia, Australia, y Holanda pasan de la docena [citado de Forbes, abril 1999."

La lógica centro-periferia se impone en las interrelaciones demográficas. Existen estados expulsores de individuos (periféricos, neocolonias, no occidentales, atrasados tecnológicamente, productores de bienes primarios) y estados receptores de los mismos (metrópolis, centrales, industrializados). Pero esta lógica, derivada del propio sistema mundial, genera violentos rechazos en los estados centrales, pues se observa, en ella, a una amenaza no sólo de tipo económico, sino también cultural.

El capital productivo, al fluctuar por todo el mundo para reducir la estructura de costos, ya no necesita de la movilidad internacional del factor trabajo. Para producir, el capital se traslada donde los costos de producción son menores, a la periferia. Y los gobiernos de los estados centrales, al no necesitar ya de la movilidad de la mano de obra barata, reprime la llegada en exceso de esta, apelando al nacionalismo (no económico, sino cultural) como valor.

Por ejemplo, en las democracias industrializadas occidentales se ha creado oportunamente un modelo propagandístico de confrontación entre Occidente e Islam, una tesis desarrollada en el seno del neoconservadurismo norteamericano, y luego adoptada por regímenes derechistas europeos (Aznar, Sarkozy, Berlusconi).

Represión contra los ciudadanos del mundo en busca de un futuro, cuyo delito fue el ingreso ilegal a un determinado estado; debemos tomar en cuenta que, en caso que la solicitud de ingreso legal haya sido realizado oportunamente, seguramente la misma fue rechazada. "¿Dónde quedó el derecho de libre tránsito que inscribe la Declaración Universal de los Derechos Humanos? (…). El derecho al libre tránsito, no existe.

Las embajadas cobran para tramitar un permiso que, en el 90 % de los casos, niegan sin devolver la tarifa. (…) Ahora, ya no pueden aceptar que esos sucios, malolientes, desastrados, sin dinero y además pedigüeños entren a los países civilizados, decentes y adinerados, afeando sus calles y deformando sus refinadas costumbres. (…) Otra cosa distinta es el libre tránsito de capitales.

Todo el dinero que pueda salir de estos pobres países, no necesita visado, ni permiso de ningún tipo. Es más: exigen que nuestros gobiernos supriman cualquier tipo de trabas para este tipo de tránsito".

De acuerdo con Chomsky (1990) el fenómeno de la migración se relaciona con la orientación política de algunos grupos de poder lo cual se puede ilustrar con la victoria electoral de la ultraderecha italiana en 2008 -aliada al neofascismo- ha desatado una amplia y violenta persecución a los inmigrantes desde el propio aparato estatal, lo cual ha despertado la preocupación de gobiernos "políticamente correctos". Obviamente aquello no se trata de un hecho aislado.

Asimismo, en Polonia, la extrema derecha gobierna hace años, persiguiendo no sólo inmigrantes, sino también determinados grupos sociales. En ese orden, en España, la expulsión de inmigrantes sin papeles es un hecho cotidiano (argumento italiano para rechazar las críticas españolas a su política migratoria), como también lo es la aplicación de la tortura desde el aparato estatal en determinadas regiones étnicas (en Euskal Herria, son continuas las denuncias de malos tratos de parte de militantes independentistas y de organizaciones armadas).

En Israel, considerándolo como parte de Occidente, encontramos que existe una creciente representación política de una derecha racista, liderada por Avigdor Lieberman y su partido Yisrael Beytenu. Y los ejemplos continúan en todo el mapa del Occidente industrializado.

No obstante, la globalización tiene correlación también con otro fenómeno social hijo del capitalismo, el turismo, el cuál se desarrolla precisamente sobre el libre movimiento de las personas, aunque circularmente, es decir, temporalmente. Tal como hemos escrito en otro momento, "la aparición del turismo dentro del esquema de las relaciones entre sociedades tuvo consecuencias respecto a la representación mental del otro: dentro de la sociedad con menor grado de desarrollo económico comenzó a buscarse que se acortara la brecha entre el ideal y la realidad inmediata, con el fin de satisfacer las necesidades y expectativas de los miembros de la sociedad dominante que emprendiesen el viaje hacia allí.

Se crea por entonces un modelo turístico en el que las relaciones teóricas entre el mundo desarrollado y el mundo subdesarrollado se encuentran forzada e interesadamente desprovistas de contradicciones, en un sistema de intereses complementarios, en donde a la demanda se la identifica con los países desarrollados -la metrópoli- y a la oferta con los países subdesarrollados -la colonia-.

Este modelo acabó por ser un medio por el cual la política turística de un país se centra en la satisfacción primaria de las necesidades y expectativas de la demanda para la toma de decisiones nacionales; es decir que los planes de desarrollo de estas sociedades se encontraron condicionados por la demanda de ocio de las poblaciones más ricas". El turismo implica libertad de movimientos de carácter temporal, con sus propias contradicciones, pero perfectamente coherente con el esquema de globalización que venimos marcando.

Mientras tanto, en la postergada periferia sucede que la globalización, sumada al fracaso de determinados modelos de desarrollo -el socialismo árabe, por ejemplo- y al conflicto árabe-israelí, ha generado una radicalización con raíces identitarias de origen religioso: el fundamentalismo islámico y su rechazo a Occidente. La globalización es sinónimo de occidentalización. En el nuevo escenario mundial -radicalizado en la primera década del siglo XXI- el capital necesita seguridad y uniformidad sociocultural.

Y esta se obtiene con la expansión, hacia todo el globo, de la cultura occidental, de las instituciones democráticas burguesas y del esquema trasnacional de producción, lo cual no se encuentra exento de antagonismos y contradicciones. Es innegable el choque cultural, del mismo modo que es innegable la resistencia a la imposición. Y la resistencia deja campo libre a las fuerzas de la reacción y a los clericalismos feudales.

Claro que perdura, aún, alguna tibia resistencia laica, panárabe y tercermundista (el socialismo árabe aún resiste en Libia, en Siria y, cada vez con menor fortaleza, en Palestina). Pero la religión se transformó en el símbolo identitario propio del mundo islámico. En síntesis, socioculturalmente hablando, se trata de una política conservadora y reaccionaria ante la política conservadora y reaccionaria occidental. Lo cual no podemos dejar de enmarcarlo en la búsqueda de profundización de la globalización del capital, y, en última instancia, del predominio de la integración financiera por sobre la integración social.

Para Victoria, P. (1994) "Las propias contradicciones de la globalización engendraron amplios movimientos de rechazo al fenómeno". Y estos no provienen exclusivamente desde alguna ideología en particular, sino que su naturaleza es amplia. Tanto la derecha radical como la izquierda han dado origen a grupos sociales que rechazan a la globalización y/o a algunos de los aspectos de ella.

Sin embargo, cabe mencionar que el liberalismo y la derecha son los máximos defensores del nuevo orden y de la globalización del capital.

Sigue planteando el autor, la derecha rechaza de plano la globalización vinculada al libre movimiento de personas, defendiendo la occidentalización del mundo, lo que proviene de su propia naturaleza etnocéntrica, y patrocinando, claro, la idea de un mercado mundial capitalista.

Del mismo modo, también existe una derecha radical y reaccionaria que ve, en la globalización, una amenaza concreta a un determinado modo de vida tradicional, aunque no dejan de ser movimientos marginales.

La derecha es, por lo general, la que en menor grado se ha opuesto -y se opone-, tanto desde la teoría como desde la práctica, a la globalización del capital, puesto que el liberalismo económico y la democracia burguesa se han transformado en valores propios de los grupos y partidos de dicho espectro ideológico. El poder financiero, y sus representantes en los medios de comunicación y en la política, utilizan el temor hacia el otro como estrategia de defensa de los valores occidentales, que no son más que el capitalismo y el libre mercado.

Por lo que no deja de ser coherente con una defensa cerrada de la globalización neoliberal.

Huntington, S. (2000), afirma que: "La cultura y las identidades culturales -que en su nivel más amplio resultarían identidades civilizacionales- configuran las pautas de cohesión, desintegración y conflicto en el mundo de la postguerra fría; asimismo, considera que los estados-nación continúan siendo los actores principales en los asuntos mundiales"

El autor niega que, en el nuevo orden, los conflictos más generalizados se encuentren producidos por criterios económicos (como antagonismos sociales), sino que los criterios son aquellos culturales. Concretamente, el programa de la derecha, respecto a la globalización, en el marco del nuevo orden mundial, no deja de ser imperialista, xenófobo, occidentalizador ("democrático"), desigual y cargado de antagonismos y contradicciones.

La izquierda es quién más ha criticado la globalización, pues la uniformación en un mercado planetario es vista como la consagración del único modo de pensar, y es interpretada como la legitimación de las desigualdades. Si bien los grupos de izquierda que combaten la globalización representan un amplio espectro ideológico (anarquismo, socialismo, ecologismo), aquí nos centraremos en dos grupos amplios para nuestro análisis: la izquierda marxista-internacionalista y la izquierda no marxista-nacionalista.

El trotskista Nick Beams expresa lo que planteamos del siguiente modo: "Hay dos perspectivas históricas diametralmente opuestas implícitas en estos puntos de vista divergentes. El marxismo se basa en que el estado-nación no es una entidad natural, sino una creación histórica; que es producto del desarrollo capitalista, el cual, no obstante, es socavado por el mismo crecimiento de la producción capitalista para la cual ha establecido la estructura.

Todas las tendencias oportunistas [nacionalistas] rechazan el concepto que el estado-nación es un fenómeno histórico transitorio. Insisten que la clase obrera tiene que adaptarse a la estructura del estado-nación".

El marxismo explica que la revolución socialista tiene origen y fundamentación en el propio desarrollo de las fuerzas productivas, las cuales ingresan en conflicto directo con las relaciones sociales arcaicas del capitalismo. La llamada globalización no sería más que el imperialismo, como la etapa superior inevitable del sistema capitalista, disfrazado con otra denominación.

Tanto la izquierda marxista como la nacional comparten premisas, pero disienten en el análisis del significado y en la metodología de estudio, de organización y de lucha. La izquierda marxista, básicamente, sostiene que la defensa de los intereses del proletariado requiere la existencia de un programa de acción internacionalista que conduzca a la conquista del poder, pues la dinámica histórica del capitalismo ha quebrado la conexión entre la revolución socialista y el estado nacional.

Por su parte, la perspectiva de la izquierda nacional comparte parte del análisis con el marxismo, pero sostiene que los intereses del proletariado solo pueden defenderse si se basan en una perspectiva nacional y popular. Desde una perspectiva marxista -y, principalmente, desde el trotskismo-, se considera a los representantes de la izquierda nacional o como oportunistas, y/o como reaccionarios.

A nivel práctico, la globalización ha encontrado -y encuentra- detractores que, desde la esfera del poder político, han expresado su crítica contra la misma, tanto desde la izquierda marxista como desde la izquierda nacional. Grupos sociales políticamente organizados y críticos de la globalización han alcanzado el poder. No obstante, la propia dinámica de la globalización los ha dejado relegados a un segundo plano decisorio, transformándose, en reiteradas ocasiones, en meros críticos retóricos.

En Latinoamérica, se pueden encontrar varios Jefes de Estado que se han enfrentado contra la globalización, identificándola con el imperialismo y el neoliberalismo. Fidel Castro consideró en 2003 que "el capitalismo desarrollado, el imperialismo moderno y la globalización neoliberal, como sistemas de explotación mundial, les fueron impuestos al mundo, igual que la falta elemental de principios de justicia durante siglos reclamados por pensadores y filósofos para todos los seres humanos, que aún están muy lejos de existir sobre la Tierra (…). La globalización neoliberal constituye la más desvergonzada recolonización del Tercer Mundo".

Por su parte, Evo Morales ha catalogado al fenómeno como "globalización selectiva", agregando a su crítica argumentos ecologistas: "Se habla de calentamiento global, de deshielo, ¿de dónde viene? De la mal llamada globalización, de la globalización selectiva que no respeta pluralidad, diferencias (…).Ese capitalismo, la exagerada (e) ilimitada industrialización de algunos países nos trae problemas al continente y al planeta Tierra". Obviamente no son los únicos estadistas críticos con el fenómeno. También, pero desde una perspectiva más nacional, deberíamos incluir aquí a Hugo Chávez, a Rafael Correa y a Daniel Ortega.

Como se han mostrado grandes rasgos las dos posturas con mayor difusión ideológica -teórica y práctica-, como lo son la izquierda marxista y la izquierda nacional, pero ni siquiera hemos agotado nominalmente a todas las vertientes críticas de izquierda. La discusión y la crítica a la globalización no se termina aquí, ni mucho menos, pues coexisten una amplia gama de posturas que no han sido consideradas, como las reformistas.

Por ejemplo, un economista heterodoxo como Joseph Stiglitz, tras analizar críticamente el fenómeno, opina sobre las medidas a tomar respecto a la globalización: "Para algunos, la respuesta es simple: abandonar la globalización. Pero esto no es factible ni auspiciable (…).

El problema no es la globalización, sino como se la ha gestado (…) Occidente debe hacer su propia parte para reformar las instituciones internacionales que gobiernan la globalización". No obstante, creemos haber cumplido con la premisa del presente trabajo, centrándonos fundamentalmente en la crítica de la izquierda en sus dos vertientes mayoritarias.

En suma, la globalización es un proceso complejo, dinámico y cargado de antagonismos y contradicciones. Marx observaba que "así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas, hay que distinguir todavía más entre las frases y las figuraciones de los partidos y su organismo efectivo y sus intereses efectivos, entre lo que se imaginan ser y lo que, en realidad, son".

Existe una distancia abrumadora entre aquella globalización deseada, idealizada y aclamada desde los ambientes financieros y, también, por ciertos académicos respetables; de la globalización real, tangible, cotidiana. La brecha a la que hacemos mención ha llevado, en los países periféricos, al rechazo frontal de amplias mayorías populares a la globalización, por la ineficacia manifiesta en la solución estructural de los problemas económicos.

Más aún, ha sabido generar nuevos ámbitos de conflictos, manifestándose como un fenómeno tendiente a la creación de un mercado mundial cuya premisa es la desigualdad, la ineficiencia y la repetición de la vieja división internacional del trabajo y la producción. El viejo esquema imperialista ha prevalecido pero con factores dominantes de poder diferentes de aquel: el poder político queda relegado, en el nuevo esquema, a ser un actor de reparto frente al poder financiero y al poder económico.

En ese contexto, la globalización como concepto no es ni buena ni mala. Presenta consecuencias de una gama tan amplia que sería simplista reducirla a una cuestión valorativa tan limitada. De hecho, la globalización actual no es más que una etapa lógica de la evolución y desarrollo del sistema de producción capitalista, el cual puede ser criticado, sí. Pero no para intentar volver a alguna etapa anterior a la globalización, como se anhela desde el conservadurismo y la extrema derecha.

Debe ser criticado aprovechando las potencialidades que emergen de ella en la construcción de un orden nuevo, en donde la distancia entre lo que la globalización debería ser y lo que la globalización es, se acorte. En conclusión, y aunque parezca uno de aquellos eslóganes ya gastados por la reutilización constante, el objetivo que debe perseguirse es, ni más ni menos, democratizar la globalización.

Para Taylor (1994) "Históricamente se han sucedido diferentes Órdenes Geopolíticos Mundiales, liderados  en cada periodo por una potencia que establece las normas internacionales aceptadas mayoritariamente por los demás Estados".

Tras el liderazgo británico y después de una primera mitad de siglo XX muy convulsa, en la segunda mitad EEUU confirma su hegemonía y reorganiza el Orden Internacional de la Guerra Fría que se desmorona con la caída del Muro de Berlín. Entonces EE UU  pretende modificar la estructura geopolítica mundial e iniciar un nuevo Orden de carácter unipolar.

Esa táctica política se intensifica a partir del cambio de siglo. A pesar de los pocos años transcurridos, los resultados están siendo nefastos para la potencia norteamericana, que va perdiendo su capacidad de liderazgo, cada vez más cuestionada por parte de estados y también de ciudadanos. Paralelamente se van posicionando las diferentes potencias (especialmente China) de cara al próximo Orden Mundial que se avecina.

A lo largo de las últimas centurias se han sucedido diferentes Órdenes Geopolíticos Mundiales que en cada uno de los periodos históricos vienen a reflejar la estructura y distribución del poder.

Cada uno de ellos está liderado por una potencia que establece su hegemonía e impone las normas internacionales a seguir, las cuales son aceptadas y obedecidas mayoritariamente por los demás estados que forman parte del Sistema Mundial.

En consecuencia, los órdenes geopolíticos mundiales responden en cada periodo a los cambios históricos acaecidos en la distribución del poder.

Para este autor, el proceso evolutivo de cada uno de estos órdenes sigue por distintas etapas diferenciadas entre sí por las características que presenta en ellos la posición hegemónica del estado o estados que aspiran al liderazgo mundial. En la parte inicial del ciclo, la trayectoria ascendente permite conseguir el triunfo hegemónico de una de las potencias que, de esta forma, se convierte en el Centro del Sistema Mundial.

Es entonces cuando aparece consolidado el orden internacional dictado por la gran potencia vencedora y seguido por la mayoría de los estados. A partir de ese punto álgido se pasa a la madurez del orden geopolítico y a continuación se inicia la última parte del ciclo, hasta llegar a la decadencia de la hegemonía, momento en el que se comienza la construcción de una nueva etapa de distribución del poder a escala mundial.

Desde una perspectiva territorial se produce una diferenciación espacial en el Sistema Mundial entre el Centro constituido por el estado que determina las reglas de articulación del poder y la Periferia, individualizada como el conjunto de territorios dependientes.

Durante el siglo XIX, el Reino Unido mantuvo dicho liderazgo y dictó las normas internacionales, referidas a las esferas económica, política y social, las cuales fueron asumidas en gran medida por los diferentes estados que constituían el Sistema Internacional. Dicha posición preeminente se resquebraja en los inicios del siglo XX, como resultado de dificultades económicas internas en la metrópoli a los que se unen otros factores externos, fundamentalmente el repliegue del Imperio y el ascenso de dos grandes potencias emergentes (EE UU y Alemania) dispuestas a conseguir el liderazgo mundial.

Según Fareed (2003) "Tras las complejas vicisitudes de la primera mitad del siglo XX, marcadas por dos Guerras Mundiales, el Crack de 1929 y la Gran Depresión subsiguiente, EE UU se confirma como el nuevo árbitro del Sistema Mundial, articula las redes de neoimperialismo, acordes a sus prioridades político-económicas y establece las directrices de un nuevo Orden Geopolítico de la Guerra Fría".

Desde el punto de vista formal, la nueva potencia hegemónica impulsó la firma de loa Acuerdos de Bretton Woods, la creación del Sistema de Naciones Unidas y el establecimiento del dólar como moneda de cambio en las transacciones internacionales, incluso las realizadas con el bloque socialista.

La primera llamada de atención sobre el liderazgo de EE UU en el Sistema Mundial se produjo a partir de 1971 con el fin del sistema monetario dólar/oro, la  crisis del sistema de Bretton Woods y la frustrada y, por ende, frustrante intervención norteamericana en Vietnam. A todo lo anterior se sumó la recesión económica, incrustada en el sistema internacional desde 1973 (coincidiendo con la guerra del Yom Kippur y la subida espectacular del precio de los hidrocarburos) y que se mantuvo con mayor o menor virulencia durante una década aproximadamente.

Arrighi (2007) afirma que en ese contexto y una vez comprometido el liderazgo norteamericano, el gobierno de R. Reagan respondió con una significativa escalada en la carrera armamentística, acompañada de una política financiera muy agresiva, de la que se derivó un claro aumento de la dependencia exterior, perceptible en la presencia en la economía norteamericana de ahorro, capital y crédito de los gobiernos extranjeros.

Paralelamente, la enorme fuerza de la demanda de productos del exterior, a expensas de un dólar revalorizado,  hizo que la economía norteamericana actuara a modo de locomotora del crecimiento económico mundial.

Frente al Centro, la Periferia también se va transformando, especialmente el continente asiático que continuaba incorporándose con notable fuerza al Sistema Mundial. Tras la segunda Guerra Mundial, el primero en hacerlo fue Japón y años más tarde se le han ido uniendo otros estados como Corea  del Sur, Taiwán, Hong Kong, Malasia, Tailandia y más recientemente China.

Paralelamente, el marco institucional de los países socialistas se empieza a resquebrajar en la misma década de los 80. La subida al poder de Gorbachov (1985) inaugura una nueva etapa de reestructuración del sistema socialista en el interior, a la vez que disminuyó su apoyo a los otros gobiernos comunistas más o menos impopulares, tradicionalmente aliados suyos.

La falta de apoyo exterior, unido al descontento interno, se tradujo en la caída sucesiva de los diferentes regímenes socialistas, la desaparición de la estructura militar (Pacto de Varsovia) y de la económica (fin del COMECON). Desde el punto de vista político, los diferentes estados transformaron su antigua estructura de partido único en regímenes pluripartidistas más o menos democráticos.

En efecto, la estructuración de los nuevos estados ha sido (en algún caso lo continúa siendo) bastante compleja, de donde se derivan algunas consecuencias sociales negativas, debido a la falta de Estado de Derecho y al empobrecimiento de amplios sectores de su población. En el plano geopolítico internacional ha supuesto el fin  del Orden de la Guerra Fría.

De acuerdo con Urdiales (2007) "El desmoronamiento de la mayoría de los estados que habían abrazado el Socialismo como modelo político-económico, desencadenó una etapa de euforia y autocomplacencia en el Sistema Capitalista que fortaleció la ortodoxia ideológica representada por el neoliberalismo".

En ese orden, esta excesiva confianza en el propio sistema lleva a olvidar las carencias y los problemas que aún se mantienen sin resolver en el mismo, como es el caso de las desigualdades y la pobreza, aún  presentes, no sólo en el Tercer Mundo, sino también en el llamado mundo desarrollado.

La difícil gestión de la reestructuración político-económica de los antiguos países socialistas y su integración en el Sistema Mundo han seguido derroteros muy diferenciados, excepcionalmente pacíficos (caso de Chequia, Eslovaquia, Eslovenia y las Repúblicas Bálticas) y más frecuentemente violentos, en los que los nacionalismos han tenido (o siguen teniendo) un papel protagonista.

Éste sería el caso de la extinta Yugoslavia y gran parte de la URSS, de donde ha nacido un elevado número de nuevos estados, surgidos en base a la capacidad de los nacionalismos para aglutinar a la población cuando fracasa el proyecto social y político del estado y aumenta el empobrecimiento de amplios sectores de la población.

La evolución menos traumática aparece representada en los actuales integrantes de la Unión Europea. A pesar de las significativas diferencias, un denominador común entre ellos, sería la recuperación del Estado de Derecho y del Bienestar. Más difícil está siendo la transición en otro grupo de países (los demás integrantes de la Unión Soviética o de Yugoslavia) en los que las deficiencias institucionales siguen siendo importantes.

Su incorporación al Sistema Mundial se está produciendo en calidad de países subdesarrollados, en los que los ciudadanos carecen de las mínimas libertades y la pobreza afecta a importantes grupos de la población. Esto ocurre, por ejemplo, en las repúblicas caucásicas o en las ribereñas del Mar Caspio, donde convergen regímenes políticos autoritarios, riqueza del territorio y pobreza de la población.

Ante la desmembración del Orden Geopolítico Mundial de la Guerra Fría,  los EE UU destacan como única superpotencia lo que la lleva a autoinvestirse como artífice exclusivo de un nuevo Orden Geopolítico de carácter unipolar más acorde con la realidad del momento y que mejor responda a los objetivos estratégicos norteamericanos. Para ese objetivo no se requiere colaboración de otros estados o de las Instituciones Internacionales surgidos tras la segunda Guerra Mundial, sino únicamente se demanda su obediencia y supeditación.

Según Albala (2005) "De esta forma, la potencia norteamericana ha pasado de ser el principal artífice del Orden Internacional de la Guerra Fría a convertirse en uno de sus principales pirómanos". El seguimiento del Sistema de Naciones Unidas, especialmente desde finales del siglo XX, permite observar su inoperancia, la multitud de problemas que la acechan y la falta de voluntad política en su resolución.

De entre ellos cabría destacar el desinterés en su mantenimiento, reflejado en el aumento de las deudas pendientes de los estados (especialmente de EE UU), la poca atención a las actuaciones de los cascos azules embarcados en misiones de paz o la escasa aplicación de las resoluciones del Consejo de Seguridad.

Ante la inoperancia de la ONU, en marzo de 2005 se hizo público el Informe de Renovación, auspiciado por Kofi Annan, en  el que se ponía de manifiesto la necesidad de entendimiento y corresponsabilidad entre la superpotencia mundial y los demás estados para conseguir un mundo más seguro. No obstante, el tema continúa estancado, debido a la falta de voluntad política, sobre todo estadounidense, en su remodelación.

Esa gigantesca tarea de reestructuración de un nuevo Orden Internacional lo pretende llevar a cabo la derecha norteamericana, representante de una revolución conservadora en la que la religión y la ética se interconectan como factores movilizadores de la política. Coincidiendo con la etapa presidencial de Clinton, la oposición republicana fue adquiriendo presencia en las Cámaras Legislativas, hasta conseguir la mayoría parlamentaria en las elecciones legislativas de 1994, lo que le permitió ir cimentando la política que más adelante aplicarán con la llegada de G.W. Bush a la Casa Blanca.

En este contexto resulta obligada la referencia al Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, elaborado por algunos de los grandes exponentes de la ideología neoconservadora, como P Wolfowitz, R Perle y R Cheney.

En dicho documento se establecen las directrices de la política exterior, a la vez que se reconoce la utilidad de llevar a cabo una política agresiva hasta conseguir configurar un nuevo Orden Geopolítico de carácter unipolar, subordinado a los intereses norteamericanos.  

La primacía de los objetivos geoestratégicos estadounidenses y la falta de interés por compartir el poder con otras potencias se refleja en la falta de respeto a la legalidad  internacional, especialmente al Sistema de Naciones Unidas, a quien se utiliza o simplemente se ignora según marque la conveniencia política. A modo de ejemplos de esta realidad, se podría citar (además del aumento de la deuda con Naciones Unidas, el rechazo al Tratado de control de armas de Ottawa (1997) o  la aprobación de una legislación extraterritorial, como es la Ley Helms Burton (1996), que completa la Ley Torricelli (1992), contraria al derecho internacional.

Las modificaciones en el Sistema Mundial, bastante intensas en EE UU, afectan también a los estados de la Periferia. La intensidad de los cambios se hace especialmente perceptible en Asia que se consolida como el continente con mayor dinamismo económico y mejoras más significativas en el nivel de vida de la población. Al grupo ya tradicional de los que anteriormente se llamaban "nuevos países industriales" se  incorpora en la década de los años 90  India y sobre todo China, tras un periodo de fuerte crecimiento económico prolongado de más de 10 años. Su fuerte ascenso económico supone el resurgir de un anterior centro de poder, vigente durante los siglos XVI, XVII e incluso XVIII.

A partir de entonces, el descenso hegemónico chino se precipitó de la mano de un imperio "burocráticamente opresor y militarmente débil", que se manifestó en la derrota  en la Primera Guerra del Opio (1839-1842) cuando China se mostró incapaz de crear un imperio de carácter global. Su caída continuó hasta convertirse (paralelo al ascenso de Europa) en uno de los países más pobres del mundo al acabar la Segunda Guerra Mundial.

El renacer chino en el contexto internacional de finales del siglo XX introduce nuevas perspectivas desde el análisis de los Órdenes Geopolíticos, ya que convergen poder económico, militar y  político. Todas ellas son variables nuevas, que no estaban presentes en los restantes países asiáticos que se desarrollaron con anterioridad, mucho más subordinados a la gran potencia norteamericana y a sus objetivos estratégicos.

Durante estos años de final del siglo XX y desde una vertiente política, se produce el avance de los procesos electorales en gran número de estados tanto de Asia,  como de América Latina o África.

A principios del siglo XXI, 119 países tenían gobiernos emanados de las urnas, lo que no significa que sean países democráticos, ya que para ello requerirían de instituciones eficientes y un Estado de Derecho real y efectivo para sus ciudadanos, capaz de respetar sus derechos básicos y defender sus libertades civiles.

A pesar de ese ligero avance en la estructuración del estado, sólo por la celebración de elecciones no se puede hablar de maduración del sistema democrático. Es éste un privilegio del que gozan actualmente un reducido número de países que han podido desarrollar un Estado Social de Derecho y de Bienestar, en el que los poderes públicos aseguren la libertad de los ciudadanos, a la vez que se responsabilicen de su acceso  a los bienes y servicios que cualquier persona requiere para llevar a cabo una vida digna.

Incluso se puede hablar de un cierto retroceso en las democracias más asentadas (Unión Europea, Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda), que se manifiesta en el malestar de la población  y su alejamiento de la vida política, como un claro reflejo de la pérdida de confianza de la población en su clase política y en sus instituciones.

La inoperancia de los partidos políticos tradicionales favorece el desarrollo de coaliciones populistas, de corporaciones mediáticas no sometidas a control democrático o de ONG que tratan de cubrir parte del espacio público, que venían ocupando los partidos políticos. A todo ello se une la limitación de los derechos ciudadanos y la involución hacia regímenes de carácter más autoritario tras el 11 de Septiembre de 2001.

Para Gretz (1999) "En este contexto internacional marcado por nuevos acontecimientos, los Estados Unidos intentan liderar en solitario la transición hacia un nuevo Orden Geopolítico más operativo para la coyuntura actual de principios del siglo XXI".

No obstante, la superpotencia está administrando mal su bagaje, habiendo tenido que enfrentarse a diferentes problemas (tanto de orden interno como externo) que están haciendo peligrar muy seriamente su pretendido liderazgo global para una futura etapa hegemónica dirigida desde y para Estados Unidos (Centro del Sistema Mundial), en base a la subordinación del resto de los estados (Periferia del Sistema Mundial).

Hace unas décadas la guerra de Vietnam supuso el punto de inflexión en el poderío estadounidense, actualmente la actual guerra de Irak está suponiendo la confirmación de la decadencia norteamericana. Esta pérdida de hegemonía de la superpotencia norteamericana se puede analizar desde diferentes perspectivas complementarias e interconectadas referentes a los ámbitos económicos, militar, político  y social.

Para este autor, actualmente EE.UU se sigue manteniendo como primera potencia mundial en volumen de PIB, si bien se le siguen acercando otras potencias, especialmente China, si es que se mide la riqueza no en dólares corrientes, sino en PPA.

Progresivamente la ventaja tecnológica estadounidense se va reduciendo respecto a otras regiones económicas emergentes, de modo que las exportaciones chinas de productos de microelectrónica ya sobrepasan a las norteamericanas, que hasta ahora ocupaban el primer puesto en la jerarquía mundial.

La pérdida paulatina de liderazgo económico norteamericano es el resultado de una serie de desequilibrios macroeconómicos entre los que cabe destacar el déficit presupuestario y el exterior, que le obliga a incrementar su dependencia respecto a los países más dinámicos de Asia (China, India, Singapur, Corea, Taiwán).

El cambio experimentado por las cuentas públicas ha sido enorme, ya que entre 2000 y 2006, el país ha pasado de un superávit de 236.000 millones de dólares hasta alcanzar un déficit de 500.000 millones de dólares, o lo que es lo mismo, ha pasado de tener el mayor excedente presupuestario a la mayor deuda de su historia.

Esta espectacular transformación guarda estrecha relación con la política económica expansiva del actual gobierno republicano, basada en el aumento de los gastos de defensa y la disminución de los impuestos. La aparición de los números rojos en las cuentas públicas ha conducido a la reducción del tamaño y funciones del Estado, así como de las políticas sociales, ya bastante menguadas en un contexto social, como es el norteamericano, en el que la pobreza se concibe como un problema  individual, no social.

La articulación de las relaciones de poder en el nuevo contexto geopolítico mundial (incluidos los territorios del bloque soviético) lleva a EE UU a fortalecer su poderío militar, única esfera  en la que sigue manteniendo su indiscutible liderazgo. Su gasto en defensa (superior al billón de dólares, 3,8% del PIB en 2006) constituye aproximadamente la mitad del gasto total mundial.

No obstante, también en este campo China va reduciéndole la ventaja, si bien las informaciones disponibles sobre la situación real son un tanto confusas. Oficialmente el presupuesto militar chino ascendió a 28.000 millones de dólares en 2006, lo que supone el 14,7% más que el año interior. EE UU no acepta como válidas esas cifras, señalando que la realidad duplica o triplica las cifras oficiales.

No obstante, también el ejército norteamericano da muestras de falta de autonomía, incrementando la dependencia del capital privado interno o bien de los suministros exteriores, según se puede apreciar en el protagonismo de empresas norteamericanas  en la guerra de Irak  (por ejemplo Halliburton) o en el reciente encargo al consorcio EADS de 178 aviones cisterna para tráfico de tropas y mercancías.

Dado el interés en mantener la supremacía norteamericana en cuestiones de defensa, el presupuesto militar ha venido creciendo especialmente a partir del Programa de Estrategia de Seguridad Nacional (2002) que impulsa la militarización del espacio a la vez que la proliferación de armas nucleares, también  entre los aliados norteamericanos. 

En esta línea cabe situar el apoyo técnico al programa nuclear de la India (Febrero de 2006) o la estrecha relación que se viene prestando a Pakistán desde el atentado del 11 de septiembre, a pesar de que ninguno de estos países es firmante del Tratado de no Proliferación Nuclear (TNP).

Radicalmente distinto es el comportamiento estadounidense respecto a la política nuclear de Irán, firmante del TNP, pero país catalogado por los ideólogos norteamericanos como integrante del "Eje del Mal" y, por tanto, enemigo a combatir, al margen de cualquier planteamiento racional en la política exterior.

Esta actuación del Imperialismo estadounidense, caracterizada tanto por la falta de principios como por su carácter errático, se refleja en las guerras de Afganistán e Irak, actualmente en curso en una región especialmente conflictiva, donde (lejos de resolver) se están incrementando los problemas. Quizás un hecho que ayude a entender el fracaso de las actuaciones sea la falsedad de la hipótesis de partida.

Se pretendía luchar contra el terrorismo islamista (especialmente representado por Al-Qaeda) y para ello se actúa en estados (en uno de ellos -Irak- además sin que hubiera ninguna relación probada con dicho terrorismo) siguiendo una estrategia de guerra más o menos convencional que está resultando fallida. Sin duda, hubiera sido preferible identificar correctamente al nuevo enemigo político, no coincidente con ningún estado y que aprovecha de manera muy inteligente las redes que le proporciona la globalización actual y los avances en el capitalismo financiero.

La intervención en Afganistán en 2002 constituye una prueba más de la forma de actuación política de EE UU, al margen de la legalidad internacional. Se esgrimió con el objetivo de derrocar al gobierno talibán y se justificó en legítima defensa después del atentado del 11 de septiembre, imposible de imputar jurídicamente al estado afgano.

Es por ello que la decisión fue contraria a la carta de Naciones Unidas, que especifica como condición necesaria para permitir la actuación militar exterior de cualquier estado, la existencia de una agresión armada previa. Aunque se consiguiera derrocar al gobierno, ni se ha conseguido estabilizar el país ni disminuir el riesgo terrorista en el mundo, que eran los objetivos básicos de la guerra.

Un año después, la invasión de Irak está siendo otro claro ejemplo de la guerra unilateral y preventiva que EE UU lidera, al margen de la legalidad internacional. La falta de razones que justifiquen dicha actuación es un tema suficientemente conocido sobre el que hay una bibliografía cuantiosa que viene a poner de manifiesto que la decisión estaba tomada con anterioridad, de modo que el atentado de Nueva York de 2001 sirvió sólo de excusa a la ocupación militar.

También es perfectamente conocida la falta de planificación de la operación, que ha supuesto la destrucción del Estado, ha llevado el terrorismo al país, pero sobre todo está suponiendo una auténtica sangría humana en una guerra que el presidente Bush dio por finalizada en mayo de 2003, pero que realmente sigue activa, aunque su caracterización vaya cambiando. Se conoce el número de muertos estadounidenses en combate (4.000 a mitad de marzo de 2008), pero los datos son mucho más imprecisos respecto al número de iraquíes fallecidos o afectados por el maltrato ejercido por las tropas norteamericanas al margen de los convenios internacionales (especialmente del de Ginebra).

La OMS estima en 151.000 los muertos de manera violenta en el país hasta junio de 2006. La revista Lancet en octubre de 2007 informaba sobre un estudio de la Universidad Johns Hopkins que elevaba la cifra a 650.000. Por otra parte, un informe de la británica Opinión Research Business evalúa en torno a un millón las muertes provocadas por la guerra hasta el verano de 2007.

La falta de planificación de la contienda abarca también al ámbito económico, hasta el punto que el gasto evaluado por G. W. Bush al inicio de la invasión (50.000 millones de dólares) han pasado a convertirse en 3 billones de dólares.

Según señala J. Stiglitz (2008), ya que en su cálculo incluye costes directos e indirectos, derivados del uso que los fondos hubieran tenido con un objetivo distinto al militar.

El balance hasta ahora de estas dos guerras, que aún continúan, es muy negativo y han hecho disminuir el respeto hacia el gobierno de EE UU, no ya sólo por parte de los demás estados del sistema internacional, sino también de los ciudadanos del mundo, que demuestran su falta de confianza en una potencia que actúa de espaldas a la legalidad internacional y de la defensa de los derechos humanos.

A nivel interno son muy significativas las deficiencias estadounidenses de su Estado Social de Derecho, por debajo de los valores medios de los estados europeos, cuyos poderes públicos tradicionalmente se vienen preocupando más por las políticas sociales. Siguiendo la estricta ortodoxia capitalista, los sucesivos gobiernos norteamericanos (con la excepción del New Deal de F. D. Roosevelt) han obviado la prestación directa de servicios sociales a la población que casi se reduce a los programas de Medicare y Medicaid, destinados a pensionistas o grupos de bajo nivel de renta respectivamente.

Su modelo de Estado del Bienestar se ha ocupado de establecer el marco legal al que debe acogerse la iniciativa privada, que se convierte en la auténtica prestataria de los servicios sociales a la población, especialmente en la sanidad y la educación, piezas básicas de las actuales políticas de bienestar.

En consecuencia, el acceso a estos servicios está muy relacionado con la renta/cápita, lo que sin duda favorece la polarización económica que caracteriza internamente a la mayor potencia económica del mundo como un gigante de pies de barro con unos niveles de pobreza bastante elevados.

El alcance de la bolsa de pobreza en EE UU (superior a la media de la Unión Europea) ofrece datos similares,  tanto si se barajan los informes de la OCDE o del PNUD. El primero de ellos define el umbral de pobreza (población por debajo del 50% de la renta media del país) que alcanza en EE UU aproximadamente al 13% de la población en 2006. A través del segundo procedimiento que recoge el cálculo del índice de pobreza elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo el valor es similar 15,4%, superior al de España y el doble de uno de los países mas desarrollados actualmente, como es el caso de Noruega.

Con alguna ligera oscilación, las diferencias entre países se mantienen en los últimos años, poniéndose, además, de manifiesto el empeoramiento comparativo en el caso norteamericano, coincidiendo con el mandato republicano de G.W. Bush, especialmente preocupado en disminuir los ingresos fiscales e incrementar el gasto público en los programas de seguridad y defensa.

La mayor vulnerabilidad de la sociedad estadounidense se puede percibir también en las acusadas diferencias internas en variables tan fundamentales como la esperanza de vida, la mortalidad infantil o la capacidad para hacer frente a los desastres naturales, como ocurrió en agosto de 2005, cuando el huracán Katrina supuso la muerte de unas 1.500 personas y el desplazamiento de varios centenares de miles.

Taylor (1990) afirma que: "Las lagunas en el Estado Social de Derecho trascienden al modelo democrático estadounidense, paradigmático en otras etapas históricas, aunque con notables lagunas en la actualidad, según se refleja en el cúmulo de quejas de los ciudadanos respecto a los últimos procesos electorales".

El descontento se manifiesta también en el propio alejamiento de la ciudadanía de las urnas, con unos niveles de participación de sólo aproximadamente el 50% de la población. Una de las causas de la marginación política de un importante sector de la población puede ser consecuencia de la decisión individual de mantenerse fuera de un modelo político-social un tanto excluyente, que atiende poco a los intereses de la población de menos recursos.

Las deficiencias detectadas en los procesos electorales presidenciales son numerosas y cubren diferentes aspectos, que van desde la necesidad de contar con fuentes de financiación privada para participar activamente en política, a la falta de legislación federal homogénea para asegurar el derecho universal al voto, requisito básico en cualquier democracia.

Otros de los puntos débiles significativos tienen que ver con la complejidad y la falta de transparencia de los diferentes sistemas de votación o el "original" proceso de recuento electoral que se interrumpe, en el caso de que uno de los partidos se declara perdedor y su candidato da la enhorabuena al ganador, sin llegar a computar el total de votos emitidos.

La gravedad de esta costumbre norteamericana cobra especial relevancia teniendo en cuenta que actualmente las elecciones se ganan o se pierden por un reducido número de votos, como continuamente ponen de manifiesto los procesos electorales en las democracias consolidadas.

Nogué (2004) plantea que: "La realidad geopolítica actual se configura en base a unos 200 estados, teóricamente independientes, aunque realmente subordinados a las decisiones tomadas en los foros político-económicos exteriores". Este modelo neocolonial permite que unas pocas potencias (Centro) mantengan el control económico y político de otros estados no sometidos a su jurisdicción y que (con una función específica) constituyen la Periferia del Sistema Mundial, donde el crecimiento es inducido y subordinado a  intereses exteriores.

La ubicación de esos estados en el Sistema Mundial difiere en el tiempo en base al interés que las potencias centrales tengan por su control, por lo que con cierta facilidad se pasa de la irrelevancia a la dependencia.

Analizando esta cuestión desde una perspectiva histórica se puede ver la transformación del Golfo Pérsico en el siglo XX, que ha dejado de ser un territorio de escasa importancia geoestratégica, cuando la industrialización dependía fundamentalmente del carbón hasta convertirse en zona de un gran valor estratégico, cuando la energía consumida en el mundo procede sobre todo de los hidrocarburos. Algo parecido le está ocurriendo a Guinea Ecuatorial, estratégicamente situada en una importante área de reservas de hidrocarburos y bien situada respecto a las principales áreas de consumo energético en el mundo.

La diferente funcionalidad de los distintos estados es aceptada mayoritariamente cuando el Orden Geopolítico es estable y se encuentra en el cenit. No es ésta, sin embargo, la situación actual en la que la potencia hegemónica estadounidense está perdiendo gran parte de su liderazgo.

En este contexto, algunos de los estados periféricos se rebelan, ayudando a configurar la etapa de transición hacia el nuevo Orden Geopolítico Internacional que se está gestando. Los signos de desobediencia están especialmente presentes en el continente latinoamericano y sobre todo en  el asiático, impulsados por el ascenso chino.

Para este autor, desde el siglo XVI el continente latinoamericano se ha venido incorporando al Sistema Mundial en calidad de territorio colonizado, dentro de los esquemas del colonialismo clásico. A partir del siglo XIX, coincidiendo con la independencia de los diferentes estados, ha continuado la subordinación a las potencias dirigentes o centrales del Sistema Mundial, formando parte de la Periferia en el marco del neoimperialismo.

En suma, la supeditación se ha mantenido y a la vez se ha venido adaptando a los cambios emanados por los Ordenes Geopolíticos, liderados cronológicamente, primero por el Reino Unido y después por EE UU.

La situación está cambiando a principios del siglo XXI, coincidiendo factores externos (decadencia del Orden Geopolítico vigente) e internos (llegada al poder de partidos políticos más o menos escorados a la izquierda, como está ocurriendo en Brasil, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú, Chile y Nicaragua). Con diferentes matices, todos ellos protagonizan una complicada batalla de desobediencia, liderada por Brasil y Venezuela, que se mueve entre la resistencia a las peticiones norteamericanas y el miedo a sus posibles represalias.

En este contexto, la posición de Brasil es más diplomática, centrada especialmente en su posición de potencia regional, la organización del Grupo de los 20 en la OMC o la celebración de reuniones internacionales como la Cumbre de América del Sur y de los Países Árabes en Brasil, 2007.

De forma más rupturista, Venezuela viene impulsando una oposición frontal a las directrices neoimperialistas norteamericanas, con un protagonismo enorme del presidente Chávez. Su iniciativa de la Alternativa Bolivariana pretende estructurar una red geopolítica de ámbito regional basada en la cooperación política, económica y cultural. Para su concreción está dando pasos a través de algunos proyectos concretos.

El más desarrollado ha sido la creación de Petrocaribe (2005) como instrumento para ejercer el liderazgo exterior a través del suministro de petróleo a los países aliados en condiciones económicas preferenciales. Un año después se ha firmado el acuerdo comercial ALBA (Alternativa Bolivariana para América) con Cuba y Bolivia que trata de contrarrestar los recientes acuerdos bilaterales de libre comercio firmados por EE UU con Colombia y Perú. 

En ese orden, para este autor, la trayectoria espectacular de China desde 1978  le está permitiendo escalar peldaños de liderazgo internacional a una velocidad superior a la que su rival norteamericano quisiera. La política de reformas institucionales, el establecimiento de redes de influencia a escala global y el continuado crecimiento económico han hecho que el país se haya convertido en una de las primeras potencias mundiales. Paralelamente, ha alcanzado el segundo puesto (tras Japón) en volumen de reservas de divisas, muy por delante de EE UU, que ocupa el noveno lugar.

Por otra parte, y frente al acusado déficit comercial de la gran potencia norteamericana, China goza de un superávit significativo en la cada vez más densa red comercial que está desplegando a escala mundial.

En efecto, en su ascenso como potencia mundial China está incrementando enormemente sus intercambios diplomáticos y comerciales en todos los continentes a la vez que eleva su presupuesto militar. El aprovisionamiento de hidrocarburos está en la base de esta política económica exterior que se complementa con la venta de productos de fabricación china, afianzándose el superávit comercial.

Este relevante peso económico  se fortalece con la posición destacada de China en Naciones Unidas, como miembro del Consejo de Seguridad con derecho de veto y copartícipe con el envío de tropas en las misiones internacionales de los cascos azules, lo que ayuda a aumentar su presencia exterior.

La investigación y exploración espacial es otra esfera capital para una gran potencia en la que China está mostrando también su acercamiento a los EE UU. Su amplitud de actuaciones abarca la tecnología de satélites, la de misiles e incluso recientemente ha incorporado la de naves espaciales, cuyo éxito se ha verificado con la realización de un viaje espacial tripulado en 2005. Sus previsiones para los próximos años señalan el año 2016 para su llegada a la Luna, un año antes de que la NASA haya previsto su regreso.

A pesar de los notables avances de China en diferentes campos, todavía se mantienen a nivel interno algunos problemas estructurales muy graves como las deficiencias del régimen político de partido único, la  falta de libertades y de derechos de sus ciudadanos,  la dificultad de acceso de gran parte de la población a servicios de salud y vivienda y las enormes desigualdades de renta entre clases sociales y territorios.

De cómo se resuelvan este cúmulo de problemas dependerá mucho la pujanza del avance de China hacia la posición de gran potencia mundial, capaz de establecer las reglas de juego de un Nuevo Orden Geopolítico.

Tema II:

Geoestrategia

2.1-Geoestrategia y Terrorismo

Según Waltzer, M. (1998) "A pesar de gozar de un uso generalizado por amplios sectores de nuestra sociedad, no existe aún un consenso sobre la definición del término 'ciberseguridad'".

Para poder dar una definición completa de ciberseguridad es necesario, primero, proporcionar una definición de 'ciberespacio': Conjunto de medios y procedimientos basados en las TIC y configurados para la prestación de servicios.

La definición permite comprender de inmediato que el ciberespacio es ya parte esencial de nuestras sociedades, economías, e incluso puede llegar a ser factor determinante de la evolución de las culturas y de su convergencia y de ahí la importancia de protegerlo.

Hasta hace unos años, la ciberseguridad obedecía a un enfoque de protección de la información (Information Security) donde solamente se trataba de proteger la información a accesos, usos, revelaciones, interrupciones, modificaciones o destrucciones no permitidas.

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