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La autoridad en la adolescencia de los hijos. Un reto de todos los tiempos



  1. La adolescencia hoy
  2. La adolescencia como etapa de desarrollo
  3. El ejercicio de la autoridad en la adolescencia y el papel de la familia
  4. A manera de conclusiones

Los seres humanos, sensibles y débiles al nacer, por naturaleza; adquieren o pueden hacerlo, la posibilidad de crecer, hacerse fuertes, independientes y autónomos. Para lograrlo necesitarán del paso del tiempo y de otros seres humanos, generosos, dispuestos a ayudarles a crecer.

Crecer es todo un camino, un proceso, cargado de pérdidas y adquisiciones sucesivas, que debe erigirse en función de los proyectos en cada etapa de la vida y llevar, finalmente, al logro de la autonomía.

Es la familia ese espacio privilegiado que acoge al hombre desde su nacimiento y necesita contar con recursos para enseñarle a conducirse en la sociedad y lograr ese sujeto autónomo que se desea. Esto hace de los padres y madres individuos de los que se necesita y espera mucho, pero que lamentablemente muchas veces no saben qué hacer y cómo enfrentar esa tarea de ser padres.

"La concreción de las funciones de maternidad-paternidad se convierten en el ejercicio de roles parciales, estereotipados, que son vividos con gran peso, la autoridad, indispensable para discriminar el lugar de cada uno y posibilitar el crecimiento autónomo, se articula entre autoritarismo vs. "dejar-hacer" sin encontrar alternativas, mostrando como la función de la familia se concreta con un costo muy alto en salud, ya que implica grandes deterioros".[1]

"El grupo familiar soporta hoy fuertes contradicciones, ya que se le presupone que tiene que generar crecimiento, pero se le instrumenta para favorecer dependencias. Hay conflictos por la propia concepción de la función de ser padres y la separación de los hijos; por la asimilación de un tipo de pautas de crianza que no parten de una adecuada comprensión de las necesidades y por la falta de recursos para saber decodificar necesidades del proceso de crecimiento y potenciar la maduración y autonomía".[2]

Esta situación adquiere mayores dimensiones cuando los hijos llegan a la adolescencia, por las características propias de la etapa, de una persona que cambia, que transita entre la niñez y la juventud, que debe elaborar nuevos tipos de relaciones consigo mismo, con el grupo y con los padres: "Deben resolver el vínculo con los padres, hacer una ruptura importante de desidealización para poder definir sus propios intereses y reelaborar la relación en función de que dejen de ser padres de crianza para pasar a ser padres de referencia".[3] La adolescencia es ese tiempo necesario para comenzar a elaborar el desprendimiento de los padres y buscar un lugar en la sociedad, armar la identidad e ir esbozando un proyecto propio.

"En el desarrollo del proceso adolescente en la realidad actual, analizamos graves distorsiones en el proceso de crecimiento, encontramos padres desconcertados, sin modelos de autoridad contenedores, adolescentes sin referencias para la construcción de su proyecto vital, procesos de autonomías sin salida, la salida del alcohol y del tabaco, de la violencia y de las drogas, o simplemente la de estar torpemente vivo".[4]

Esta etapa del desarrollo está acompañada de una representación social negativa. A los adolescentes se les tilda de "difíciles", "rebeldes", "insoportables", generando altas cuotas de malestar en ellos y sus padres.

La adolescencia hoy

En la actualidad resulta cada vez más frecuente escuchar la queja de padres y madres de adolescentes: "ya no sé qué hacer con él", "no me hace caso", "no me quiere respetar", son frases que se escuchan a diario y que se normalizan como si la adolescencia fuera una enfermedad que solo se supera con la mayoría de edad y ante la que nada podemos hacer. Quedando en un inmovilismo que solo perpetúa malestar lejos de potenciar crecimiento. Creando un estancamiento que los padres vivencian pasando por impotencia, desespero, hasta temor.

"El día a día del adolescente común hoy, su educación y crianza, es una realidad compleja y con dificultades. Cada vez con más frecuencia observamos:

  • Falta de hábitos.

  • Pasividad.

  • Escaso interés por los estudios.

  • Poca capacidad de esfuerzo.

  • Tendencia a conductas consumistas y adictivas.

  • Conflictividad relacional.

  • Dificultades en las normas y la autoridad.

  • Escaso desarrollo de la autonomía personal y social".[5]

Lo anterior corrobora la existencia de adolescentes descolocados, que no identifican límites, normas y con dificultades para regularse; acompañados de padres que no poseen modelos de autoridad contenedores, coherentes y funcionales. Padres que sufren a diario el desempeño de su rol, que habitualmente no se lo cuestionan por considerarlo normal, repetido, habitual, que se sienten atados de pies y manos, pagando con su bienestar y su salud. Pero sí podemos hacer, salir del inmovilismo, puede ser un primer paso. "Lo que se pretende es desocultar aspectos invisibilizados en la Normalidad Supuesta Salud, responsables de los malestares, generando grados de independencia de lo instituido, lo que conlleva cambios en los comportamientos cotidianos".[6]

La adolescencia como etapa de desarrollo

La adolescencia es ese tiempo de la vida de la que nos parece que mucho se habla, pero que aún no logramos acomodar en nuestra experiencia personal y mucho menos familiar. No es cuestión de culpas ni incapacidades, es que en verdad la adolescencia es una etapa tan peculiar que demanda de muchos esfuerzos para contenerla y guiarla con armonía y pocas angustias. Es una tarea ardua para la familia y el adolescente mismo, pues en muchos casos no se conocen las necesidades de la etapa, lo que dificulta su manejo. Verla como parte del proceso que es la vida del hombre resulta, pues, una oportunidad para crecer. De esta manera es abordada en la periodización que del desarrollo humano se hace desde la perspectiva de los Procesos Correctores Comunitarios (ProCC), a la que nos acogemos.

"En la Teoría integradora del Crecer, ofrecida por la Metodología de los ProCC, el desarrollo humano es un proceso complejo, contradictorio, atravesado por múltiples condicionamientos sociales, materiales y del propio sujeto. Crecer es, entonces, un proceso dialéctico, de sucesivos desprendimientos para ganar adquisiciones que conducen progresivamente hacia la autonomía.

El desarrollo humano visto en términos de crecer trasciende la maduración biológica y la sola determinación socio genética, para incluirlas ambas, en una relación dialéctica que tiene como eje el propio desarrollo psíquico del sujeto. Se habla de una naturaleza socio-psico-bio de la subjetividad, de su configuración y desarrollo.

Los referentes esenciales que en la teoría del crecer se integran provienen de un entendimiento psicoanalítico que nos habla de la constitución de una aparato psíquico exógenamente condicionado y del enfoque histórico cultural que concibe lo psíquico construyéndose en el proceso de inserción del individuo biológico en una cultura que pone su sello en éste." [7]

Con la llegada de los 11 años y hasta los 14 aproximadamente tiene lugar el desarrollo de La Pubertad. Este es el período del bullicio hormonal, se producen una serie de cambios fisiológicos que marcan el paso hacia la capacidad de procrear y que exigen que:

  • "Inicie una relación diferente con su cuerpo, que se centra en la auto observación de lo que le está sucediendo día a día y que le permite procesar su nueva genitalidad.

  • Necesite que lo y la miren, necesita del reconocimiento de los demás sobre sus cambios.

  • Nutra su narcisismo a través del grupo y de la aceptación de sus cambios físicos.

  • Comience a realizar los duelos por los juguetes, por el cuerpo que no es el mismo, por los padres de la infancia, por el tipo de cuidados que estos le daban, por la forma en que con ellos se relacionaba.

  • Vivencie enamoramientos masivos con plena entrega. Se plantee la asignatura de "salir" al afuera".7

Al llegar los 15 años y hasta los 19 aproximadamente tiene lugar la Adolescencia. Es tiempo necesario para comenzar a elaborar el desprendimiento de los padres y buscar un lugar en la sociedad, armar la identidad e ir esbozando un proyecto propio. Esta etapa de la vida del sujeto es vista como edad difícil, de fuertes contradicciones y profundos cambios, desvalorizada y temida por los adultos que generalmente no saben qué hacer y que habitualmente no conocen sus necesidades. En esta edad:

  • "Se realiza una nueva triangulación. El y la adolescente deben solucionar el adentro con sus padres y otros adultos, el afuera con sus coetáneos, con el grupo de compañeros.

  • El narcisismo, por tanto, se nutre esencialmente por el lugar que se logra ocupar en el grupo y por la aceptación que se tiene en el.

  • El y la adolescente desarrollan un proceso de identidad, ¿quién soy?, y dentro de éste se define la identidad sexual.

  • Se comienza a consolidar una nueva madurez relacional del yo y la alteridad, es decir, se dan las posibilidades de entender el yo y desde ahí relacionarse con los demás.

  • Se definen intereses, se alcanza el pensamiento abstracto y con estos se comienzan a articular proyectos futuros, inicialmente un poco alejados de la realidad en tanto, aun no existen posibilidades económicas reales y no han concluido sus estudios.

En las etapas antes mencionadas los padres son adultos primordiales que ofrecen las principales pautas de crianza que propician los diversos aprendizajes de vida. En lo adelante estos mismos padres serán tomados sólo como referencia, para la toma de decisiones".7

"La adolescencia es esencialmente una época de cambios, un período de transición con características peculiares, es una etapa de descubrimiento de la propia identidad (identidad psicológica, identidad sexual…) así como de la de autonomía individual".[8] "La adolescencia tiene como objetivo final la construcción de un proyecto de vida, a través de la resolución de los vínculos que uno estableció en el grupo familiar de origen, y la construcción de su lugar en la sociedad".2

El ejercicio de la autoridad en la adolescencia y el papel de la familia

En todo ese camino que es crecer, la familia acoge al hombre desde su nacimiento y necesita contar con recursos para enseñarle a conducirse en la sociedad y lograr ese sujeto autónomo deseado. Esto hace de los padres esos seres primordiales que han de garantizar sustento y educación, como guardianes del sujeto autónomo que podemos ser, pero lamentablemente muchas veces no saben qué hacer y cómo enfrentar esa tarea de ser padres que ejercen autoridad sobre sus hijos, sin deformarlos o maltratarlos.

Lo anterior conduce a que la cotidianidad del seno familiar muchas veces esté marcada por conflictos que expresan agobio, disgusto, peso, insatisfacciones personales, freno en el desarrollo de cada uno y confusión respecto a una serie de criterios en cuestiones básicas relacionadas con la crianza de los hijos.

"Es en gran medida la labor de la familia, contener y regular el proceso de crecer desde unas pautas de crianza. Proceso que implica el desarrollo de un sujeto capaz de ser protagonista de su hacer personal-social. Los padres siempre se preguntan cómo contribuir en ese proceso, desde que roles, con que modelos de autoridad. Los padres se angustian frente a un diario vivir signado por "si lo sé no vengo", "caos", "estoy de los nervios", "aquí no pinto nada", "basta de chillidos", "tú no sales", "dejadme en paz", los "estudios"… VERSUS "la familia debería ser fuente de armonía y comunicación". Los padres se preocupan a medida que los hijos crecen y "se les van de las manos", por los múltiples peligros que existen en los nuevos escenarios reguladores de las relaciones de crecimiento, de púberes y adolescentes".4

Entonces los padres se sienten atrapados "entre un fuerte mandato social acerca de "lo que debería ser" y el pedido de que cada padre resuelva aisladamente las múltiples contradicciones que la educación de los hijos plantea"4 experimentando una serie de malestares que en muchas ocasiones no se identifican como tal por considerarlo normal, repetido y habitual, muchos de estos padres no buscan ayuda, pues dan por hecho que esta sencillamente no existe.

El papel del ejercicio de la autoridad y el cumplimiento de los roles asignados a cada miembro de la familia es el punto de partida para reconocer cual es el papel del ejercicio de la autoridad asignada a los padres, no el autoritarismo, ni tampoco el permisivismo.

"Una de las formas acostumbradas de ejercer la autoridad sobre los hijos es repartir órdenes, u ordenar lo que se tiene que hacer, esta acción consiste en ordenar sin reparar en cuáles son los intereses de los hijos, sin reparar en las necesidades, ni en la caracterización bio-sico-social, este modo de actuar conlleva a una actitud típica del autoritarismo. Pero tampoco se puede aceptar toda demanda sin mediar ningún tipo de censura, este tolerar sus caprichos con todas las consecuencias lamentables que derivarían se convierte en un vicio del permisivismo.

En la conducta de los padres, en el estilo de la familia, se encuentra también las raíces de la autoridad paternal. Para gozar de autoridad, los padres mismos deben lograr la realización de una vida plena. Pero esto significa que también respecto a los hijos ellos deben encontrarse a una cierta mayor altura, pero a una altura natural humana y no creada artificialmente para utilizarla frente a los hijos.

Algunos autores consideran que la autoridad paternal debe ser evidente dada la condición de progenitores responsables de los hijos que desearon tener, pero que esta autoridad para ejercerla de manera correcta supone que en primer lugar los padres deben de gozar de prestigio y confianza de quienes depende su labor, así mismo debe de gozar de autoridad moral y respeto.

La educación de los hijos es la dimensión espiritual de los padres. Y los hijos, que son los primeros destinatarios de esa autoridad, tienen el derecho al ejercicio de la autoridad de los padres. Ese derecho se fundamenta en que la autoridad de los padres está orientada hacia el crecimiento en responsabilidad y libertad, es decir, hacia una verdadera educación de la voluntad. Y esto se consigue mediante el esfuerzo continuado en el desarrollo de las virtudes humanas. La autoridad auténtica consiste en hacer que el adolescente sepa tomar decisiones para lo cual los padres deben proteger y dar seguridad.

¿Cómo lograr el buen ejercicio de la autoridad? Planteándose exigencias, para que el hijo vaya logrando poco a poco los diferentes aspectos de su autonomía con la madurez correspondiente. Esta autonomía será bien llevada si los padres conllevan un ejercicio de la autoridad a través de un diálogo sincero donde puedan entender cuáles son los intereses, necesidades y además añadirle consejos y obligaciones positivas que fortalezcan y propugnen el desarrollo pleno por el buen ejercicio de la autoridad.

No debe limitarse el desarrollo autónomo, para desarrollarse el adolescente necesita de libertad para ir asumiendo también aprendizajes por el ejercicio de la acción sobre la vida misma y que no sea al final una persona dependiente, pero esta libertad debe tener límites, por ello se le debe clarificar bien las ideas, darle orientaciones, presentarle opciones para que sepa a qué atenerse y no optar por las cosas que no son razonables".[9]

En la relación entre los adolescentes y sus padres se evidencia "dificultades en el ejercicio de la autoridad, ausencia de normas, límites, necesarios para un crecimiento saludable. Se han rechazado anteriores propuestas rígidas, autoritarias, que no ayudaron a favorecer un crecimiento saludable, pero hoy en día hay dificultades a la hora de construir un modelo de autoridad adecuado, fluctuando entre la ausencia de la misma (coleguismo) y el autoritarismo (cuando la situación ya se va de las manos). Esto genera dificultades a la hora de establecer y asumir los límites necesarios para el crecimiento, la incorporación de la norma, etc.; es decir, esta ausencia de continente necesario para poder ir elaborando lo que supone cada paso en el proceso evolutivo, favorece un funcionamiento psíquico precario tendente a la regresión, la oralidad, el cumplimiento inmediato de los deseos, etc".2

De ahí la importancia del ejercicio de la autoridad, del establecimiento de límites que ayuden a crecer y regularse. La convivencia entre humanos exige reglas. Toda sociedad demanda, para su viabilidad armónica, una normativa. El ejercicio de la autoridad es en sí, facultad y función ineludible en toda convivencia en sociedad, la familia, no escapa de esta necesidad pues para poder cumplir con las funciones que le son propias necesita orden, normas, límites.

¿Cómo puede definirse? "La autoridad refiere a la potestad y a la doble función de mandar por un lado y de lograr ser obedecido por el otro, que ostentará un individuo por sobre el resto.

No cualquiera ostentará esta potestad, sino que la misma está estrechamente relacionada a otras cuestiones como la posición, el rol que ocupa una persona. En la mayoría de los casos, el padre, será la máxima autoridad dentro de una familia, es decir, por él pasarán todas las decisiones y responsabilidades que atañan a sus hijos hasta que estos tengan la edad de emancipación"[10].

Un aspecto interesante a destacar respecto a la autoridad es la existencia de la obediencia, pues sin la aceptación de la autoridad de parte del otro, será muy difícil ejercerla, salvo a través de la fuerza y esto es lo menos recomendable, sobre todo en el trato con adolescentes. Compartamos algunas posturas teóricas al respecto.

En opinión del profesor Salvador Bermúdez "el modo de ejercer la autoridad presenta, históricamente, una gran diversidad, dependiendo estrechamente en cada caso de la legitimidad y el ascendiente que tenga el poder como concepto y como realidad, así como también de los principios éticos y organizativos vigentes en cada época y en cada circunstancia social concreta.

A lo largo del devenir histórico de Occidente en los últimos siglos, se ha ido abriendo paso un singular cambio de principio: de la imposición de los ordenamientos por la fuerza, se ha evolucionado progresivamente hacia un sistema de consenso, sobre la base de la voluntad mayoritaria y del respeto al derecho de las minorías a hacer oír su voz. En el punto más avanzado de ese proceso, se sitúan hoy las sociedades que hacen del respeto individual y de grupo su seña de identidad por excelencia.

En su ensayo ¿Qué es autoridad?, Hannah Arendt deja claro que "la autoridad excluye el uso de medios externos de coacción". Es más: en teoría estricta, la autoridad ha de ser ejercida mediante "la persuasión, que presupone igualdad y funciona a través de un proceso de discusión razonada". En la medida en que la autoridad es insoslayable por necesaria, "implica una obediencia en la que los hombres conservan su libertad".

Revertir el proceso, recuperar la razón y el acatamiento, volver al consenso tras haberlo perdido, es operación extraordinariamente difícil y ardua. Exige grandes dosis de habilidad y destreza para el mero restablecimiento de la necesaria confianza. Sin olvidar que la operación ha de ser hecha cambiando ostensiblemente la debilidad por la firmeza: dificultad extrema, para la que los tiempos no ayudan.

Ciertamente, vivimos inmersos en una época poco propicia a la autoridad. Ya en 1932, ese agudo analista político que fuera De Gaulle, caracterizaba de "tiempo duro, el nuestro, para la autoridad. Las costumbres la baten en brecha, las leyes tienden a debilitarla. En el hogar como en el trabajo, en el Estado y en la calle, lo que (la autoridad) suscita es impaciencia y crítica más que confianza y subordinación. Contrariada desde abajo cada vez que da muestras de sí, comienza a dudar de sí misma, tantea, se ejerce a destiempo, bien mínimamente con reticencias, cautelas, excusas, bien por exceso, a golpes, asperezas y formalismos".

Veinte años más tarde, a mediados de los 50, Hannah Arendt insistía en la misma observación: "la autoridad ha desaparecido en el mundo moderno". A su entender, en el siglo XX, el desarrollo que hemos protagonizado ha ido acompañado por una "cada vez más amplia y honda crisis de autoridad". Arendt estimaba, al efecto, que "hay, claro está, conexión entre la pérdida de autoridad en la vida pública y política y en los ámbitos privados y prepolíticos de la familia y la escuela".

"En tiempos de desconcierto y aflicción —anota oportunamente el historiador inglés A.J.P. Taylor—, los hombres exigen autoridad por sí misma. No tienen idea de lo que debería hacerse, pero anhelan una voz que mande, que resuelva sus dudas". Sólo la confianza puede otorgar, entre nosotros, ese margen de excepción en el ejercicio de la autoridad".[11]

También Pablo Pascual Sorribas considera que una autoridad bien entendida obtiene el respeto y es la piedra angular para desarrollar personas equilibradas y felices, de eso se trata, de ayudar a crecer. Una persona es autoridad por el cargo que ocupa. El padre-madre en la familia es, por principio, la autoridad y como consecuencia tiene un capital de prestigio y de reconocimiento que le permite tener autoridad. Ante el nacimiento de los hijos todos los padres disponen del mismo capital de autoridad. Para seguir teniendo autoridad es preciso ganarla día a día con decisiones: correctas, justas y útiles.

"Cuanta más autoridad tenemos como padres, menos hemos de ejercer el poder. Y al contrario, en la medida que nuestra autoridad disminuye, debemos imponer medidas coercitivas: castigos, gritos, enfados, etc. que cada día han de ser mayores para que tengan efecto, deteriorando así la buena relación entre nosotros y nuestros hijos y, en consecuencia, la calidad de vida familiar.

La base que la relación entre padres e hijos en edad de educar no es una relación de igualdad, sino jerarquizada. Un padre es un adulto al que se le supone una sabiduría que nuestro hijo no tiene. Los niños, hasta la adolescencia, tienen una gran capacidad para aprender datos y conocimientos, pero no tienen sentido común para afrontar muchas situaciones de la vida diaria. Hemos de ser nosotros, los padres, quienes pongamos los límites a su libertad individual para protegerlo.

Igualmente debe ser un adulto quien le obligue en ocasiones a realizar una tarea que en principio no le apetece pero que a largo plazo supondrá un gran bien para él. Los padres han de tomar decisiones por el hijo para evitar males mayores que afectan además a otras personas, como compañeros y profesores.

Fernando Savater dice "el padre que no quiere figurar sino como el mejor amigo de sus hijos, algo parecido a un arrugado compañero de juegos, sirve para poco; y la madre, cuya única vanidad profesional es que la tomen por hermana ligeramente mayor que su hija, tampoco sirve para mucho más".

Cuando no tenemos autoridad, nuestro hijo se convierte en autoridad, llegando a disponer y a usar la correspondiente cuota de poder inherente a ella. Nadie desea un jefe que no tenga ni sabiduría, ni sentido común, ni ningún sentido de la medida para ejercer su poder, porque estaremos soportando y sufriendo un tirano, un dictador, que es en lo que se convierte nuestro hijo cuando se da esta circunstancia.

Si el adolescente no encuentra "autoridad" en casa porque la hemos perdido, la busca fuera de ella. Busca líderes individuales que no siempre son positivos para él o se refugia en el grupo al que sigue y sirve ciegamente, sin hacer caso a los esfuerzos de las personas que lo quieren bien.

Muchos, cuando llegamos a esta situación, nos sentimos impotentes, pedimos ayuda al Estado y a la escuela, y no sólo queremos que actúen por nosotros, sino que además exigimos resultados cuando a lo largo de los años no hemos sabido o querido vivir como un adulto con todas sus consecuencias.

Para tener autoridad es preciso tener prestigio. Este se tiene cuando se reconoce una habilidad o cualidad determinada en la persona, cuando se valora su modo de ser, su modo de trabajar, del modo de tratar a los demás. No hay autoridad sin respeto fundamentado en la integridad, la sinceridad y la empatía, nunca en el miedo y en la imposición.

Los padres han de tomar decisiones diarias que ayuden a los hijos a respetar los límites naturales, que le ayuden a madurar como persona. La permisividad y el "dejar hacer" son enemigos de la autoridad que ayuda a crecer". [12]

La permisividad es la comodidad del momento, pero trae consigo muchas incomodidades posteriores, se conseja a los padres educar a sus hijos con autoridad, pero marcando límites razonables.

"Las principales razones por las que muchos padres no ponen límites a sus hijos son:

a) miedo a que éstos les rechacen;

b) no quieren repetir viejos patrones de autoritarismo en los que fueron criados;

c) no saben poner normas o es más fácil decir que "si" para evitar conflictos."[13]

Javier Elzo, catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto, en el libro "Jóvenes y valores, la clave para la sociedad del futuro", ofrece una serie aseveraciones que confirman la importancia de poner límites para que los padres puedan ejercer una autoridad saludable tanto para los hijos adolescentes que van creciendo como para los padres que han de ayudarles a hacerse independientes. Para aprender a poner límites a los hijos, pueden emplear algunas técnicas:

• "Aprende a negociar. Hay que hacer un esfuerzo por negociar con los hijos, a pesar de que éstos sean buenos "negociadores". Para ello, el marco de referencia debe ser suficientemente amplio.

• Los adultos deben conocer sus propios límites. Si los padres no tienen límites tampoco sabrán ponerlos.

• Saber decir "no". El estilo comunicativo de los padres debe estar acorde con sus palabras, el lenguaje verbal y el lenguaje no verbal no deben contradecirse.

•Ser coherentes. Cuando se niega algo, se tiene que explicar por qué se ha tomado esa decisión, escuchar las argumentaciones de los hijos y actuar de la misma manera que se pide a estos que actúen.

• Escuchar y mirarles a los ojos.

• Mantener las decisiones. Es importante mantener la coherencia con lo que se hace y se piensa porque de lo contrario se perderá la credibilidad ante los hijos.

• Resaltar lo que se hace bien.

• Poner límites que tengan valor.

Poner límites no significa que haya que ser estrictos, sino evitar que estén consentidos y sean poco "resistentes a la frustración" o "malos perdedores". "El mejor antídoto es decir a los hijos que les queremos y hacer que se sientan queridos y amados, pero sabiendo que lo que hacen no siempre está bien". [14]

Otra de las teorías que abordan el tema de la autoridad, los límites y la relación entre estos en el vínculo padres-adolescentes, es la del profesor Juan Marcelo Pardo, quien plantea: "La falta de capacidad de los mayores para poner límites a los jóvenes es sin dudas uno de los grandes problemas de nuestros tiempos. Todos hablan de la necesidad de poner límites a los adolescentes, pero nadie se siente encargado de hacerlo: la tarea siempre le corresponde a otro. Los profesores dicen de sus alumnos: Si en la casa no les ponen límites, ¿qué podemos hacer nosotros? Los padres responden: La escuela está en crisis, nuestro hijo "se desata" allí. La culpa no es nuestra.

Jaime Barylko ha dado una explicación de este desentendimiento de los mayores: "El siglo XX ha sido el siglo de la permisividad, un tiempo en el cual los padres que habían experimentado el exceso de autoridad, creyeron que lo mejor que podía pasarles a sus hijos era la permisividad."

El establecimiento de límites es importante ya que éstos ayudan a formar la identidad personal. Tenemos que reencontrar el sentido de educar en los límites. Y a ello tal vez nos ayude el recordar por qué los límites hacen bien y son educativos, y en qué sentido contribuyen a lograr la madurez psicológica.

Se ha afirmado que "el límite es el valor identificador de cada persona, es su nombre". Para ver con mayor claridad por qué los límites le dan identidad a la persona, nos detendremos a analizar sus dos funciones, a las que llamaremos negativa y positiva respectivamente. La negativa es aquella por la cual los límites nos recortan algo, como si nos quitaran cosas o nos empobrecieran, privándonos de lo que no es nuestro. Podemos decir, en referencia a esta función, que los límites restringen el deseo, distinguiendo la realidad de la fantasía. Por su parte, la función positiva es la que constituye, la que dice lo que se es, la que establece quiénes somos ante los otros.

Ambas funciones de los límites, actuando simultáneamente, nos dan la identidad, nos definen como personas y nos ubican en la realidad, porque nos permiten saber quiénes somos y quiénes no. Descubrimos quiénes somos, con toda la riqueza y la pobreza que acompaña a ese descubrimiento. Pobreza, si nos creíamos más de lo que éramos. Riqueza, si nos damos cuenta que somos totalmente originales, únicos e irrepetibles, que no podemos confundirnos con los otros.

Tenemos que perder el miedo a limitar. Limitar no es aniquilar. Limitar es dar vida, si lo hacemos adecuadamente. El gran peligro reside en ver en los límites sólo su aspecto negativo-empobrecedor: lo que nos quitan y nos prohíben.

Los límites son educativos por lo siguiente: la realidad nos limita. Mal que nos pese, no somos omnipotentes. Y es bueno ir vislumbrando esto desde chicos. La realidad no es tan manipulable como los niños o los adolescentes pretenden desde su pensamiento mágico y egocéntrico. La vida muchas veces nos dice no y, si no sabemos aceptarlo, viviremos resentidos.

Por ello, la educación tiene que llevar a la persona a comprender y aceptar que no todo saldrá siempre según su deseo, que no siempre logrará lo que se propone. Esto se denomina tolerancia a la frustración y es un rasgo fundamental de la personalidad madura. Quien no lo adquiere será un caprichoso consentido, aunque tenga 40 o 65 años.

"Entonces, cuando papá dice «basta» o «no hay más», o «espera un ratito» o «hasta acá», de algún modo está funcionando como un representante de lo real para ese hijo; le está adelantando situaciones que tendrá que experimentar, lo está ayudando a ubicarse."

Los límites son educativos porque ayudan a salir del narcisismo y a prepararse para amar. "Miremos cuando la madre le pone una condición («te dejo ver los dibujitos si ordenas la pieza») o plantea una renuncia o un sacrificio por amor («no pidas este juguete porque papá anda con poca plata a pesar de todo lo que trabaja») esto hace que el hijo o la hija deje su narcisismo (el quererse a sí mismo/a por sobre todo lo demás) y vaya aprendiendo el verdadero amor vincular desde sus primeras relaciones afectivas.

Si el adolescente permanece en un estado de ilimitación, de satisfacción espontánea de sus continuas demandas, nunca llegará a la madurez humana. Cometeríamos un grave error educativo si persistiéramos en una concepción anacrónica, como también si desaprensivamente echáramos ahora todo por la ventana, y proclamáramos la pura y absoluta espontaneidad, abandono al hombre, al niño, al adolescente, a sus deseos. No hay educación sin una adecuada dosis de frustración. Porque toda educación supone la reducción del deseo y de la fantasía de omnipotencia". [15]

El establecimiento de límites es esencial a la hora de educar, aunque muchas veces venga acompañado del malestar que a los padres les provoca el sentirse "el malo de la película" cada vez que ejerce su autoridad ante un adolescente que demanda contención. Tarea dura la de los padres, pues "la autoridad materna y paterna tiene una gran importancia en la constitución de nuestro comportamiento. Muchas veces sentimos que la autoridad es negativa, como negadora y limitante de mi desarrollo; y aunque es verdad que mal ejercida es destructora, bien llevada es una herramienta fundamental del amor para nuestra vida. De ahí su origen etimológico "augere" es acrecentar, aumentar. Toda buena autoridad hace crecer la vida"[16].

"Debemos revalorizar la adolescencia, donde nuestros hijos se transforman en torbellinos, pero a la vez son una maravilla. Por eso la adolescencia hay que entenderla como un proceso hacia la madurez, donde al final de esa etapa nuestro hijo tendrá una personalidad madura, responsable y disciplinada, que tomará decisiones, que luchará con los problemas y se relacionará con los que los rodean de un modo satisfactorio"[17].

"Ser padres de adolescentes no es fácil, nadie nos enseñó a serlo, por eso es importante anticiparse, fortalecer ciertas virtudes que educan el carácter, conocer a sus amigos, consolidar el diálogo. Los padres debemos buscar nuevas estrategias y formas para tratar a nuestros hijos conforme a la etapa, pero también debemos reflexionar para no caer en los estilos de autoridad que no son asertivos. Los padres deben luchar por ejercer el derecho irrenunciable de educar a los hijos. No podemos dejar más hijos huérfanos de padres vivos a nuestra sociedad"[18].

A manera de conclusiones

Los análisis realizados llevan a pensar que los padres de los adolescentes de hoy en su mayoría experimentan contrariedad y displacer por la tarea de ser padres de adolescentes, corroborando la concepción social de que esta es una edad difícil.

El hecho de que los adolescentes desobedezcan a sus padres con tanta frecuencia evidencia que el ejercicio de la autoridad no es satisfactorio, ya que no cumple con sus objetivos contenedores. Se tiene autoridad cuando se brindan elementos de análisis para que los púberes y adolescentes resuelvan sus necesidades.

Sin límites el adolescente está descolocado, no es desagradable y trasgresor sin razones, es que no sabe donde detenerse porque no tiene límites que le orienten, o estos no son firmes.

Para lograr colocarse el adolescente necesita de un adulto con autoridad,
aunque esto implique una tarea más para mamá y papá, u
otros adultos primordiales, que no saben cómo asumirla pues no han tenido
una educación en ese sentido.

 

 

Autor:

Lic. Magdenis Elizabeth Fombellida Valdés.

MSc. Karelia Fernández Ramos.

MSc. Airelav Pérez Carmona.

MSc. Ileana Morales Blanco

[1] eferencias Bibliogr?ficas:
Cucco, M. Programa de escuela para padres. [Internet] 2009 [citado 2 septiembre 2013]. Disponible en: http://mif.webs.ull.es/bibliocas/escuela.rtf?

[2] S?enz, A. Intervenci?n comunitaria con adolescentes. [Internet] 2010 [citado 4 julio 2013]. Disponible en: http://www.procc.org/…/Intervencion_comunitaria_con_adolescentes.2000.pdf?

[3] Losada. A. Algunas notas sobre Pubertad y Adolescencia. [Internet] 2009 [citado 23 septiembre 2013]. Disponible en: http://www.procc.org/pdf/Notas_sobre_pubertad_y_adolescencia.pdf?

[4] Cucco, M. Aspectos psicosociales de la adolescencia. [Internet] 2012 [citado 23 septiembre 2013]. Disponible en: http://www.procc.org/pdf/Aspectos_psicosociales_de_la_adolescencia.pdf?

[5] Cucco, M. Diplomado en la Metodolog?a ProCC. R?o Cauto, Granma, Cuba. Notas de clases. 2009

[6] Cucco, M. La Metodolog?a de los Procesos Correctores Comunitarios. El Grupo Formativo. [Internet] 2004 [citado 20 septiembre 2013]. Disponible en:
http://www.procc.org/pdf/El_metodo_del_Grupo_Formativo.2004.pdf?

[7] C?rdova, M. Etapas del crecer saludable. Pinceladas. En: Curso el proceso de crecer. En: Diplomado en la metodolog?a ProCC. Compilaci?n, 2009: 42-47

[8] Definici?n de la adolescencia y sus caracter?sticas. En: Adolescencia [Internet] 2013 [citado 8 octubre 2013]. Disponible en: http://es.wikipedia.org/wiki/Adolescencia

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