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La condena, de Franz Kafka




    La condena, de Franz KafkaMonografias.com

    La condena, de Franz Kafka

    Era domingo por la mañana 21 en lo más hermoso de la primavera. Georg Bendemann, un joven comerciante,· estaba sentado en su habitación en el primer piso de una de las casas bajas y de construcción ligera que se extendía a lolargo del río en forma de hilera, y que sólo se distinguía entre sí por la altura y el color.

    Acababa de terminar una carta a un amigo de su juventud que se encontraba en el extranjero, la ce-rró con lentitud juguetona y miró luego, con el codo apoyado sobre el escritorio» por la ventana, hacia el río, el puente y las colinas de la otra orilla con su color verde pálido 22.Reflexionó sobre cómo este amigo, descontento de su éxito en su ciudad natal, había literalmente huido ya hacía años a Rusia. Ahora tenía un negocio en San Petersburgo, que al principio había marchado muy bien, pero que desde hacíatiempo parecía haberse estancado, tal como había lamentado el amigo en una de sus cada vez más infrecuentes visitas.

    De este modo se mataba inútilmente trabajando en el extranjero, la extraña barba sólo tapaba con dificultad el rostro bien conocido desde los años de la niñez, rostro cuya piel amarillenta pareciamanifestar una enfermedad en proceso de desarrollo. Según contaba, no tenía una auténtica relación con la colonia de sus compatriotas en aquel lugar y apenas relación social algunacon las familias naturales de allí y, en consecuencia, se hacia a la idea de una soltería definitiva.¿Qué podía escribírsele a un hombre de este tipo, que, evidentemente, se había enclaustrado, de quien se podía tener lástima, pero a quien no se podía ayudar? ¿Se le debía quizá acon- sejar que volviese a casa, que trasladase aquí su existencia, que reanudara todas sus antiguas relaciones amistosas, para lo cual no existía obstáculo» y que, por lo demás, confiase en la ayuda de los amigos? Pero esto no significaba otra cosa que decirle al mismo tiempo, con precaución, y por ello hiriéndole aún más, que sus esfuerzos hasta ahora habían sido en vano, que debía, por fin, desistir de ellos, que tenía que regresar y aceptar que todos, con los ojos muy abiertos de asombro, le mirasen como a alguien que ha vuelto para siempre; que sólo sus amigos entenderían y que él era como un niño viejo, que debía simple- mente obedecer a los amigos que se habían quedado en casa y que habían tenido éxito.

    ¿E incluso entonces era seguro que tuviese sentido toda la amargura
    que había que causarle? Quizá ni siquiera se consiguiese traerle
    a casa, él mismo decía que ya no entendía la situación
    en el país natal, y así permanecería, a pesar de todo,
    en su extranjero, amargado por los consejos y un Poco más distanciado
    de los amigos. Pero si siguiera real mente el consejo y aquí se le humillase,naturalmente
    no con intención sino por la forma de actuar, no se encontraría
    a gusto entre sus amigos ni tampoco sin ellos, se avergonzaría entonces
    no tendría de verdad ni hogar ni amigos. En estas circunstancias ¿no
    era mejor que se quedase en el extranjero tal como estaba? ¿Podría
    pensarse que en tales circunstancias sal- dría realmente adelante aquí?

    Por estos motivos, y si se queda mantener en pie la relación
    epistolar con él, no se le podían hacer verdaderas confidencias
    como se le harían sin temor al conocido más lejano. Hacía
    más de tres años que el amigo no había estado en su país
    natal y explicaba este hecho, apenas suficientemente, mediante la inseguridad
    de la situación política en Rusia, que, en consecuencia, no permitía
    la usencia de un pequeño hombre de negocios mientras que cientos de miles
    de rusos viajaban tranquilamen- te por el mundo. Pero precisamente en el ranscurso
    de estos tres años habían cambiado mucho las cosas para Georg.
    Sobre la muerte de su madre, ocurrida hacía dos años y desde la
    cual Georg vivía con su anciano padre en la misma casa, había
    teni- do noticia el amigo, y en una carta había expresado su pésame
    con una sequedad que sólo podía tener su origen en el hecho de
    que la aflicción por semejante acontecimiento se hacía inimaginable
    en el extranjero. Ahora bien, desde entonces, Georg se había enfrentado
    al negocio, como a todo lo demás,con gran decisión. Quizá
    el padre, en la época en que todavía vivía la madre, le
    había obstaculizado para llevar a cabo una auténtica actividad
    propia, por el hecho de que siempre quería hacer prevalecer su opinión
    en el negocio. Quizá desde la muerte de la madre, el padre, a pesar de
    que todavía trabajaba en el negocio, se había vuelto más
    retraído. Quizá desempeñaban un papel importante felices
    casualidades, lo cual era incluso muy probable; en todo caso, el negocio había
    progresado inesperadamente en estos dos años, había sido necesario
    duplicar el personal, las operaciones comerciales se habían quintuplicado,
    sin lugar a dudas tenían ante si una mayor ampliación. Pero el
    amigo no sabia nada de este cambio. Anteriormente, quizá por última
    vez en aquella carta de condolencia, había intentado convencer a Georg
    de que emigrase a Rusia y se había explayado sobre las perspectivas que
    se ofrecían precisamente en el ramo comercial de Georg.

    Las cifras eran mínimas con respecto a las proporciones que había
    alcanzado el negocio de Georg. Él no había querido contarle al
    amigo sus éxitos comerciales y si lo hubiese hecho ahora, con posterioridad,
    hubiese causado una impresión extraña. Es así como Georg
    se había limitado a contarle a su amigo cosas sin importancia de las
    muchas que se acumulan desordenadamente en el recuerdo cuando se pone uno a
    pensar en un domingo tranquilo. No deseaba otra cosa que mantener intacta la
    imagen que, probablemente, se había hecho el amigo de su ciudad natal
    durante el largo período de tiempo, y con la cual se había conformado.
    Fue así como Georg, en tres cartas bastante distantes entre sí,
    informó a su amigo acerca del compromiso matrimonial de un señor
    cualquiera con una muchacha cualquiera, hasta que, finalmente, el amigo, totalmente
    en contra de la intención de Georg, comenzó a interesarse por
    este asunto. Georg prefería contarle estas cosas antes que confesarle
    que era él mismo quien hacía un mes se había prometido
    con la señorita Frieda Brandenfeld, una joven de familia acomodada. Con
    frecuencia hablaba con su prometida de este amigo y de la especial relación
    epistolar que mantenía con él. –Entonces no vendrá a nuestra
    boda -decía ella–, y yo tengo derecho a conocer a todos tus amigos.

    -No quiero molestarle -'-contestaba Georg—, entiéndeme, probablemente
    vendría, al menos así lo creo, pero se sentiria obligado y perjudicado,
    quizá me envidiaría y seguramente, apesadumbrado e incapaz de
    prescindir de esa pesadumbre, regresaría solo, solo ¿sabes lo
    que es eso?

    –Bueno, ¿no puede enterarse de nuestra boda por otro camino?
    –Sin duda no puedo evitarlo, pero es improbable dada su forma de vida.

    –Si tienes esa clase de amigos, Georg, nunca debiste comprometerte.

    –Sí, es culpa de ambos, pero incluso ahora no desearía
    que fuese de otra forma. Y si ella, respirando precipitadamente entre sus besos,
    alegaba todavía: –La verdad es que sí que me molesta. Entonces
    era realmente cuando él consideraba inofensivo contarle todo al amigo.

    –Así es como soy y así tiene que aceptarme —decía
    él–. No pienso convertirme en un hombre a su medida, hombre que quizá
    fuese más apropiado a su amistad de lo que yo lo soy. Y, efectivamente,
    en la larga carta que había escrito este domingo por la mañana,
    informaba a su amigo del compromiso que se había celebrado con las siguientes
    palabras: «Me he re- servado la novedad más importante para el final.
    Me he prometido con la señorita Frieda Brandenfeld, una muchacha perteneciente
    a una familia acomodada que se estableció aquí mu- cho tiempo
    después de tu partida y a la que tú apenas conocerás. Ya
    habrá oportunidad de contarte más detalles acerca de mi prometida,
    baste hoy con decirte que soy muy feliz y que en nuestra mutua relación
    sólo ha cambiado algo en cuanto que tú, en lugar de tener en mi
    un amigo corriente, tendrás un amigo feliz. Además tendrás
    en mi prometida, que te manda saludos cordiales y que te escribirá próximamente,
    una amiga leal, lo que no deja de tener importancia para un soltero.Sé
    que muchas cosas te impiden hacemos una visita, pero ¿acaso no sería
    precisamente mi boda la mejor oportunidad de echar por la borda, al menos por
    una vez, todos los obstáculos? Pero, sea como sea, actúa sin tener
    en cuenta todo lo demás y según tu buen criterio»Georg había
    permanecido mucho tiempo sentado en su escritorio con la carta en la mano y
    el rostro vuelto hacia la ventana. Con una sonrisa ausente había apenas
    contestado a un conocido que, desde la calle, le había saludado al pasar.

    Finalmente, se metió la carta en el bolsillo y, a través
    de uncorto pasillo, se dirigió desde su habitación a la de su
    padre, en la que no había estado desde hacía meses. No existía
    por lo demás, necesidad de ello, porque constantemente tenía contacto
    con él en el negocio; comían juntos en una casa de comidas, por
    la noche cada uno se tomaba lo que le apetecía pero después la
    mayoría de las veces se sentaban un ratito, cada uno con su periódico,
    en el cuarto de estar común, a no ser que Georg, como ocurría
    con mucha frecuencia, estuviese en compañía de amigos o, como
    ahora, fuese a ver a su novia. Georg se extrañó de lo oscura que
    estaba la habitación del padre incluso en esta mañana soleada,
    tal era la sombra que proyectaba la alta pared que se elevaba al otro lado del
    estrecho patio. El padre estaba sentado ante la ventana, en un rincón
    adornado con recuerdos de la difunta madre, y leía el periódico,
    que sostenía de lado ante los ojos, con lo cual intentaba contrarrestar
    una cierta falta de visión. Sobre la mesa estaban aún los restos
    del desayuno, del que no parecía haber comido mucho.

    –iAh Georg! –exclamó el padre, e inmediatamente se dirigió
    hacia él. Su pesada bata se abría al andar y los bajos revoloteaban
    a su alrededor. «Mi padre sigue siendo un gigante», se dijo Georg. –Esto está
    insoportablemente oscuro –dijo a continuación. –Si, si que está
    oscuro —contestó el padre. -'-¿También has cerrado la
    ventana?

    –Lo prefiero así -Fuera hace bastante calor —-dijo georg como
    complemento a lo anterior, y se sentó. El padre retiró la vajilla
    del desayuno y la colocó sobre una cómoda.

    –La verdad es que sólo quería decirte —continuó
    Georg, que seguía los movimientos del anciano totalmente aturdido—
    que, por fin, he informado a San Petersburgo de mi compromiso. Sacó un
    poco la carta del bolsillo y la dejó caer dentro de nuevo. –¿Cómo
    que a San Petersburgo? -preguntó el padre.

    –Si, a mi amigo —dijo Georg, y buscó los ojos del padre. «En
    el negocio es completamente distinto», pensó. «Cuánto sitio ocupa
    ahí sentado y cómo se cruza de brazos!»

    –Sí, claro, a tu amigo —dijo el padre recalcándolo.

    –Ya sabes, padre, que en un principio quería silenciar mi compromiso.
    Por consideración, por ningún otro motivo. Tú ya sabes
    que es una persona difícil. Puede enterarse de mi compromiso por otros
    cauces, me dije, y si bien esto apenas es probable dada su solitaria forma de
    vida, yo no puedo evitarlo, pero por mi mismo no debe enterarse. –

    –¿Y ahora has cambiado de opinión? –preguntó el
    padre. Puso el periódico en el antepecho de la ventana y sobre el periódico
    las gafas que tapaba con las manos.

    –Sí, ahora he cambiado de opinión. Si verdaderamente
    se trata de un buen amigo, me he dicho, entonces mi feliz compromiso es también
    para él motivo de alegría y por eso no he dudado más en
    comunicárselo. Sin embargo, antes de echar la carta quería decírtelo
    Georg —dijo el padre, y estiró la boca sin dientes–, escucha por una
    vez. Has venido a mí por este asunto, para discutirlo conmigo. Esto te
    honra sin duda alguna, pero no sirve para nada, y menos aún que para
    nada, si no me dices ahora mismo toda la verdad. No quiero traer a colación
    cosas que nada tienen que ver con esto. Desde la muerte de nuestra querida madre
    han ocurrido ciertas cosas desagradables. Quizá también les llegue
    su turno, y quizá antes de lo que pensamos.

    En el negocio se me escapan algunas cosas, quizá no se me oculten,
    ahora no quiero en modo alguno alimentar la sospecha de que se me ocultan, ya
    no estoy lo suficientemente fuerte, me falla la memoria, ya no puedo abarcar
    tantas cosas. En primer lugar esto es ley de vida y, en segundo lugar, la muerte
    de tu madre me ha afligido mucho más que a ti. Pero ya que estamos tratando
    de este asunto de la carta, te pido, Georg, que no me engañes. Es una
    pequeñez, no merece la pena, así pues, no me engañes. ¿Tienes
    de verdad ese amigo en San Petersburgo? Georg se levantó desconcertado.

    –Dejemos en paz a mis amigos. Mil amigos no sustituyen a mi padre. ¿Sabes
    lo que creo?, que no te cuidas lo suficiente, pero los años exigen sus
    derechos. En el negocio eres indispensable para mi, bien lo sabes tú,
    pero si el negocio amenaza tu salud mañana mismo lo cierro para siempre.
    Esto no puede seguir así. Tenemos que adoptar otro modo de vida para
    ti, pero desde el principio. Estás sentado aquí en la oscuridad
    y en el cuarto de estar tendrías buena luz. Tomas un par de bocados del
    desayuno en lugar de comer como es debido. Estás sentado con las ventanas
    cerradas y el aire fresco te sentaría bien. iNo, padre mío! Iré
    a buscar al médico y seguiremos sus prescripciones Cambiaremos las habitaciones.
    Tú te traslada rás a la habitación de delante y yo a ésta.
    No supondrá una alteración para ti, todo se llevará allí
    Ya habrá tiempo de ello, ahora te acuesto en la cama un poquito, necesitas
    tranquilidad a toda costa. Vamos, te ayudaré a desnudarte, ya verás
    como sé hacerlo. ¿O prefieres trasladarte inmediatamente a la
    habitación de delante y allí te acuestas provisionalmente en mi
    cama? La verdad es que esto sería lo más sensato. Georg estaba
    de pie justo al lado de su padre, que había dejado caer sobre el pecho
    su cabeza de blancos y despeinados cabellos.

    -Georg —dijo el padre en voz baja y sin moverse. Georg se arrodilló
    inmediatamente junto al padre, vio las enormes pupilas en su cansado rostro
    dirigidas hacia él desde las comisuras de los ojos. –No tienes ningún
    amigo en San Petersburgo. Tú has sido siempre un bromista y tampoco has
    hecho una excepción conmigo. iCómo ibas a tener un amigo precisamente
    allí No puedo creerlo de ninguna manera. –Padre, haz memoria una vez
    más —dijo Georg, levantó al padre del sillón y le quitó
    la bata, estaba allí tan débil…–, pronto hará ya tres
    años que mi amigo estuvo en casa de visita. Recuerdo todavía que
    no te hacía demasiada gracia. Al menos dos veces te oculté su
    presencia, a pesar de que en esos momentos se hallaba precisamente en mi habitación.
    Yo podía comprender bien tu animadversión hacia él, mi
    amigo tiene sus manías, pero después conversaste agradablemente
    con él. En aquellos momentos me sentía tan orgulloso de que le
    escuchases, asintieses y preguntases…

    Si haces memoria tienes que acordarte. Él contó entonces
    historias increíbles de la revolu- ción rusa. Cómo, por
    ejemplo, en un viaje de negocios a Kiev, había visto en un balcón
    a un sacerdote que se había cortado una ancha cruz de sangre en la palma
    de la mano, la levantó e invocó con ella a la multitud. Tú
    mismo has contado de vez en cuando esta historia. Mientras tanto Georg había
    conseguido sentar al padre y quitarle cuidadosamente el pantalón de punto
    que llevaba encima de los calzoncillos de lino, así como los calcetines.
    Al ver la ropa, que no estaba precisamente limpia, se hizo reproches por haber
    descuidado al padre. Seguro que también formaba parte de sus obligaciones
    el cuidar de que el padre se cambiase de ropa. Todavía no había
    hablado expresamente con su prometida de cómo iban a organizar el futuro
    del padre, porque tácitamente habían supuesto que él se
    quedaría solo en el piso viejo. Sin embargo, ahora se decidió,
    de repente y con toda firmeza, a llevárselo a su futuro hogar. Bien mirado,
    casi daba la impresión de que el cuidado que el padre iba a recibir allí
    podría llegar demasiado tarde. Llevó al padre en brazos a la cama.
    Una terrible sensación se apoderó de él cuando, a lo largo
    de los pocos pasos hasta ella, notó que su padre jugueteaba con la cadena
    del reloj sobre su pecho. Se agarraba con tal fuerza a la cadena del mismo,
    que no pudo acostarle inmediatamente. Apenas se encontró en la cama,
    todo pareció volver de nuevo a la normalidad. Se tapó solo y se
    cubrió muy bien los hombros con el cobertor. No miraba a Georg precisamente
    con hostilidad.

    –¿Verdad que ya te acuerdas de él? –preguntó Georg,
    y asintió con la cabeza haciendo un gesto alentador.

    —¿Estoy bien tapado? –preguntó el padre como si no
    pudiese asegurarse él mismo de que sus pies se encontraban tapados. -Así
    es que te gusta estar en la cama –dijo Georg, y colocó mejor el cobertor
    a su alrededor.

    –¿Estoy bien tapado? –preguntó el padre de nuevo, y
    pareció prestar especial atención a la respuesta.

    –Estáte tranquilo, estás bien tapado.

    –iNo! –gritó el padre de tal forma que la respuesta chocó
    contra la pregunta, echó hacia atrás el cobertor con una fuerza
    tal que por un momento quedó extendido en el aire y se puso de pie sobre
    la cama. Sólo con una mano se apoyaba ligera mente en el techo. –

    –Querías taparme, lo sé retoño mío, pero
    todavía no estoy tapado, y aunque sea la última fuerza es suficiente
    para ti, demasiada para ti. iClaro que conozco a tu amigo! Sería el hijo
    que desea mi corazón, por eso también le has engañado duran-
    te todos estos años. ¿Por qué si no? ¿Acaso crees
    que no he llorado por él? Precisamente por eso te encierras en tu oficina,
    el jefe está ocupado. Sólo para poder escribir tus falsas cartitas
    a Rusia. Pero, afortunadamente, nadie tiene que dar lecciones al padre de cómo
    adivinar las intenciones del hijo. De la misma manera que ahora has creido haberle
    subyugado, subyugado de tal forma que podrías sentarte con tu trasero
    sobre él y él no se movería, en ese momento mi señor
    hijo ha decidido casarse. Georg levantó la mirada hacia el espectro de
    su padre. El amigo de San Petersburgo a quien de repente el padre conocía
    tan bien, se apoderaba de él como nunca hasta ahora. Le vio perdido en
    la lejana Rusia. Le vio en la puerta del negocio va cío y desvalijado
    Entre las ruinas de las estanterías entre los géneros hechos jirones,
    entre los tubos de gas 23 que estaban caídos, él permanecía
    todavía erguido. ¿Por qué había tenido que irse
    tan lejos?

    –iPero mírame –gritó el padre, – Georg corrió,
    casi distraído, hacia la cama, con la intención de comprenderlo
    todo,pero se quedó parado a mitad de camino.

    –Porque ella se ha levantado las faldas —-comenzó a hablar
    el padre—, porque se ha levantado así las faldas de cerda asquerosa
    –y para expresarlo plásticamente se levantó el camisón
    tan alto que se veía sobre el muslo la cicatriz de sus años de
    guerra–, porque se ha levantado así, y así las fal- das, te has
    acercado a ella y, para poder gozar con ella sin que nadie molestase, has profanado
    la memoria de nuestra madre, has traicionado al amigo y has metido en la cama
    a tu padre para que no se pueda mover, pero ¿puede moverse o no? Permanecía
    en pie sin apoyo alguno y lanzaba las piernas en todas las direcciones. sonreía
    con entusiasmo al comprenderlo todo. Georg estaba de pie en un rincón
    lo más lejos posible del padre. Desde hacía un rato había
    decidido firmemente observarlo todo con exactitud, para no ser indirectamente
    sorprendido de alguna forma por detrás o desde arriba. Entonces se acordó
    de nuevo de la decisión, ya hacía rato olvidada, y volvió
    a olvidarla tan deprisa como se pasa un hilo corto a través del ojo de
    una aguja. –No obstante el amigo no ha sido todavía traicionado –gritó
    el padre, y lo corroboraba su índice movido de acá para allá–
    yo era su representante en este lugar. Georg no pudo evitar gritar: iComediante!
    Reconoció inmediatamente el daño y demasiado tarde, los ojos fijos
    se mordió la lengua hasta doblarse de dolor.

    –iSi, por supuesto que he representado una comedia! iComedia! iBuena
    palabra! ¿Qué otro consuelo le quedaba al anciano padre viudo?
    Dime, y durante el momento que dure la respuesta sé todavía mi
    hijo vivo. ¿Qué otra salida me quedaba en mi habitación
    interior, perseguido por un personal infiel, viejo hasta los huesos? Y mi hijo
    iba con júbilo por la vida, ultimaba negocios que yo había preparado,
    se retorcía de la risa y pasaba ante su padre con el reservado rostro
    de un hombre de honor. ¿Crees tú que yo no te hubiese querido,
    yo, de quien saliste tú? «Ahora se inclinará hacia delante», pensó
    Georg, «¡si se cayese y se estrellase!» Esta palabra se le pasó
    por la cabeza como una centella. El padre se echó hacia delante, pero
    no se cayó. Puesto que Georg no se acercaba como había esperado,
    se irguió de nuevo.

    –iQuédate donde estás, no te necesito! Piensas que tienes
    todavía la fuerza suficiente para venir aquí, y solamente te contienes
    porque así lo deseas, iNo te equivoques! Todavía soy el más
    fuerte, iYo solo habría tenido quizá que retirarme pero así
    la madre me ha dado su fuerza, con tu amigo me alié mara- villosamente
    y a tu clientela la tengo aquí en el bolsillo! –ilncluso en el camisón
    tiene bolsillos! –se dijo Georg, y creyó que con esta observación
    podría hacerle quedar en ridículo ante todo el mundo. Pensó
    en esto sólo durante un momento, porque inmediatamente volvía
    a olvidarlo todo.

    –iCuélgate del brazo de tu novia y ven hacia mí! iTe la
    barro de al lado y no sabes cómo! Georg hacía muecas como si no
    pudiese creerlo. El padre sólo asentía con la cabeza, ratificando
    la verdad de lo que decía y dirigiéndose al rincón en que
    se encontraba Georg.

    –iCómo me has divertido hoy cuando has venido y me has preguntado
    si debías contarle a tu amigo lo del compromiso! Si lo sabe todo, estúpido,
    lo sabe todo! Yo le escribía porque olvidaste quitarme las cosas para
    escribir. Por eso ya no viene desde hace años, lo sabe todo cien veces
    mejor que tú mismo, tus cartas las arruga con la mano izquierda sin haberlas
    leído, mientras que con la derecha se pone delante mis cartas para leerlas.
    De puro entusiasmo agitaba el brazo por encima de la cabeza.

    –iLo sabe todo mil veces mejor! –gritó.

    –Diez mil veces —dijo Georg con la intención de burlarse de
    su padre, pero todavía en su boca estas palabras adquirieron un tono
    profundamente serio. –iDesde hace años estoy a la espera de que me vengas
    con esa pregunta! ¿Crees que me preocupa alguna otra cosa? ¿Crees
    que leo periódicos? iMira! Y tiró a Georg un periódico
    que, de alguna forma, había ido a parar a su cama. Un periódico
    viejo con un nombre que a Georg le era completamente desconocido.

    –iCuánto tiempo has tardado en llegar a la madurez! Tuvo que
    morir tu madre, no llegó a ver el día de júbilo. El amigo
    perece en su Rusia, ya hace tres años estaba amarillo de muerte, y yo,
    ya ves cómo me va a mí, para eso tienes ojos. -Entonces me has
    espiado –gritó Georg.

    El padre dijo como si tal cosa y en tono compasivo:

    –Probablemente eso querías haberlo dicho antes, ahora ya no viene
    a cuento.

    Y en voz más alta:

    –Ahora ya sabes lo que había además de ti, hasta ahora
    no sabias más que de ti mismo. Lo cierto es que fuiste un niño
    inocente, pero aún más ciertamente fuiste un hombre diabólico.
    Por eso has de saber que yo te condeno a morir ahogado. Georg se sintió
    como expulsado de la habitación, el golpe con el que el padre a su espalda
    había caído sobre la cama resonaba todavía en sus oídos.
    En la escalera, por cuyos escalones bajaba tan deprisa como si se tratase de
    una rampa inclinada,sorprendió a la criada que estaba a punto de subir
    para arreglar el piso.

    -Jesús! -gritó, y se tapó la cara con el delantal,
    pero él ya se había ido. Salió del portal de un salto,
    el agua le atraía por encima de la calzada. Ya se asía firmemente
    a la baranda como un hambriento a la comida. Saltó por encima como el
    excelente atleta que, para orgullo de sus padres, había sido en sus años
    juveniles. todavía seguía sujeto con las manos, que se iban do
    poco a poco, divisó entre las barras de la baranda un ómnibus
    24 que cubriría con facilidad el ruido de su caída, exclamó
    en voz baja: «Queridos padres, siempre os he querido», y se dejó caer.
    En ese momento atravesaba el puente un tráfico verdaderamente interminable.

     

    Enviado por:

    Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

    "NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®

    www.monografias.com/usuario/perfiles/ing_lic_yunior_andra_s_castillo_s/monografias

    Santiago de los Caballeros,

    República Dominicana,

    2015.

    "DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®

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