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Dimensión filosófica del problema del hombre



Partes: 1, 2

    Resumen: En el trabajo es abordado el problema del hombre, respondiéndose a las preguntas: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es su esencia? ¿De dónde venimos? ¿Cuál es nuestro origen? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es nuestro futuro? Se analizan tres corrientes fundamentales: el emanacionismo, el creacionismo y el evolucionismo. Se llega a la conclusión de que la sociedad actual transita hacia un orden futuro en el cual las máquinas ocuparán un lugar fundamental como nueva clase social.

    Palabras claves: esencia del hombre, origen del hombre, futuro del hombre, emanacionismo, creacionismo, evolucionismo.

    DESARROLLO

    El recorrido del hombre hacia el conocimiento de sí mismo, de su auto conocimiento ha tenido un hondo significado en el desarrollo de la sociedad y la cultura. En este se expresan sus afanes y esperanzas, sus necesidades y aspiraciones, y sobre todo el enorme esfuerzo por mejorarse. Todo el recorrido de la humanidad, toda la creación del hombre ha tributado, de una forma u otra, hacia el fin aquel de responder a la pregunta: ¿qué es el hombre? ¿cuál es su esencia? Al mismo tiempo, para responder a esta pregunta hay que responder a otras colaterales tales como: ¿de dónde provenimos? ¿cuál es nuestro origen? y ¿hacia dónde vamos? ¿cuál es nuestro futuro? Son muchas las ciencias que incursionan en esta problemática. Nosotros nos interesaremos por su dimensión filosófica.

    Dentro de la amalgama de puntos de vistas que se pronuncian al respecto, se pueden distinguir tres grandes líneas: el emanacionismo, el creacionismo y el evolucionismo.

    Punto culminante en el emanacionismo son los neoplatónicos, con Plotino (203 ó 205 a 269 ó 270 después de Cristo) como figura central. Plotino acentúa hasta el extremo la trascendencia de Dios, sobre la cual habían ya insistido Plutarco, los neopitagóricos y Filón. Dios es la unidad absoluta que trasciende a toda cosa. Es el ser. Es superior a toda forma particular, por eso no puede ser designado. Según Plotino, dios no tiene forma, ni aún inteligible. Engendra todas las cosas y no es ninguna de ellas. El no es ninguna cosa determinada, ni calidad, ni cantidad, ni entendimiento, ni alma, ni movimiento, ni inmovilidad, ni en un lugar, ni en el tiempo, etc. En rigor no se puede decir que sea uno, pues de él nada se puede hablar ni saber. De dios sólo se puede decir lo que no es.

    Pero como hay que ponerle un nombre, conviene según él llamarle el Uno o el Bien. Hablamos de él por analogía con las cosas que les son inferiores. Para una divinidad concebida de esta manera, no puede hablarse de creación como acto de voluntad. Lo que ocurre es la emanación. Esta emanación es semejante a la manera en que la luz se difunde entorno al cuerpo luminoso, o el calor en el cuerpo caliente, o como el perfume que emana del cuerpo oloroso. Este proceso de emanación es necesariamente un proceso de degradación. Lo que emana del Uno es inferior al uno, así como la luz es menos intensa que el cuerpo que la irradia o la ola de perfume es menos intensa a medida que se aleja del cuerpo oloroso.

    Los seres que emanan de Dios no pueden, por tanto, tener una perfección, sino que tienden siempre más hacia la imperfección y la multiplicidad. La primera emanación del Uno es el intelecto. Este intelecto, como el logos o el verbo de Filón, es la sede de las ideas platónicas. Lo identifica Plotino con el demiurgo de que nos habla Platón en el Timeo. Del intelecto procede la segunda emanación: el Alma del mundo, que es verbo y acto del intelecto, como el intelecto lo es del Uno. El Alma por un lado mira al intelecto, del que proviene, y, del otro, mira lo que hay después de ella: el cuerpo. Con esto, gobierna al universo corpóreo. La corporeidad, la materia está en el extremo inferior. Es el Mal. Ella es la oscuridad. Está allí donde termina la luz. Por consiguiente, es no-ser. Las almas singulares son parte del Alma del mundo. El alma universal ha entrado a la materia vivificándola y penetrándola completamente.

    Dominado como está por esta Alma, el mundo tiene una armonía y una belleza perfecta. Precediendo de Dios, el hombre tiene como fin último el retorno a Dios. El hombre es de hecho, esencialmente alma. Él es también un cuerpo viviente. Pero su verdadero ser es el que está puro de todo elemento sensible, el que es capaz de tener las virtudes intelectuales (en el sentido aristotélico), que tienen su sede en el alma, en cuanto separada y separable. Aunque está unida al cuerpo, el hombre es alma y el cuerpo es su cárcel y su tumba. El hombre debe sustraerse a las impurezas del cuerpo y purificarse por medio de las virtudes. Otras formas de purificación son la música y el amor a la belleza y a la filosofía. A través de ésta (la belleza, etc.) el hombre se eleva hasta Dios. El estado de reencuentro con Dios es el estado de éxtasis. Según Porfirio, en los seis años que estuvo con su maestro Plotino, éste llegó al éxtasis sólo en cuatro ocasiones.

    La teoría creacionista cree que el hombre fue creado por uno o varios seres divinos (dioses). La encontramos en casi todas las religiones del mundo. Así encontramos las religiones politeístas (es decir, cree en varios dioses), pueden ser: mayas, aztecas, romanos, griegos, etc. Por otra parte existen las religiones monoteístas (es decir, cree en un solo dios), pueden ser: judaísmo, cristianismo e islamismo, etc. Al mismo tiempo, la teoría creacionista tiene su entronque con la filosofía. En filosofía, punto crucial es la patrística. Esta trató de unir la filosofía griega al cristianismo. Aquí encontramos la figura de Justino (primer decenio del siglo II a 167) e Hipólito (muere en el 237). Según Justino, Dios es el eterno, el increado, inefable.

    Es la noción de una realidad inexplicable, enraizada en la misma naturaleza de los hombres. A su lado y por debajo de él hay el otro Dios, el Logos coexistente y engendrado antes de la creación, por medio del cual Dios creó y ordenó todas las cosas. Después del Padre y el Logos hay el Espíritu Santo, llamado por Justino el Espíritu Profético, al cual los hombres deben las virtudes y los dones proféticos. El hombre ha sido creado por Dios libre de hacer el bien y el mal. Si el hombre no tuviera libertad, no tendría mérito del bien ni de la culpa del mal. El alma del hombre es inmortal sólo por obra de Dios: sin ésta, con la muerte volvería a la nada. Pero también el cuerpo está destinado a participar en la inmortalidad del alma.

    Debe venir una segunda parusía del Cristo; y esta vez vendrá con gloria, acompañado de una legión de ángeles: resucitará los cuerpos y revestirá de inmortalidad aquellos justos, mientras condenará al fuego eterno a los inicuos. En la patrística, el hombre ha sido creado por Dios. Según Hipólito, el hombre ha sido creado por Dios, dotado de libertad. Dios le ha dado, a través de los profetas, la ley que debe guiar su libertad. Según él, el hombre no es Dios, pero si quiere puede llegar a serlo; si no sirve a los instintos y pasiones, llegará a ser Dios. Otro momento crucial en el creacionismo es la obra de San Agustín (354- 28 de agosto del 430). En San Agustín, el problema central es el de la naturaleza del hombre.

    Según él, la posibilidad de buscar a Dios y de amarle está fundada en la misma naturaleza del hombre. Según Agustín, el hombre es creado a imagen de nuestro creador. Tenemos, pues, la posibilidad de volver a él, en el cual nuestro ser no volverá a morir, nuestro saber no tendrá más errores, nuestro amor no tendrá mas ofensas. Esta posibilidad de volver a Dios del hombre, está en la triple manera de su naturaleza: yo soy, yo conozco, yo quiero. Soy en cuanto sé y quiero; sé que soy y quiero; Quiero ser y saber. En estas tres cosas hay una vida inseparable. Una vida única, una única esencia. Los tres aspectos del hombre, según él, se manifiestan en las tres facultades del alma: la memoria, la inteligencia y la voluntad. En esta trinidad, según Agustín, está la imagen de la trinidad divina, imagen desigual pero con todo imagen. Esta es la esencia del hombre.

    La teoría evolucionista postula que el hombre proviene del reino animal, y que gracias a un proceso evolutivo llegó al punto actual. Punto crucial en esta teoría, es la obra de Charles Robert Darwin (12 de febrero de 1809 – 19 de abril de 1882). Fue un naturalista inglés que postuló que todas las especies de seres vivos han evolucionado con el tiempo a partir de un antepasado común mediante un proceso denominado selección natural. Su obra fundamental, El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas preferidas en la lucha por la vida, trata de explicar este proceso. Y en su obra El origen del hombre y de la selección en relación al sexo, explica la evolución del hombre. Otro hito de especial importancia fue la obra de Gregor Johann Mendel (20 de julio de 1822 -6 de enero de 1884). Fue un monje agustino católico y naturalista nacido en Heinzendorf, Austria (actual Hyncice, distrito Nový Jicín, República Checa) que describió, por medio de los trabajos que llevó a cabo con diferentes variedades del guisante o arveja (Pisum sativum), las hoy llamadas leyes de Mendel que rigen la herencia genética.

    El resultado del desarrollo científico ulterior es la teoría sintética de la evolución. De acuerdo con la síntesis moderna establecida en los años treinta y cuarenta, la variación genética de las poblaciones surge por azar mediante la mutación (ahora se considera que está causada por errores en la replicación del ADN) y la recombinación (la mezcla de los cromosomas homólogos durante la meiosis). La evolución consiste básicamente en los cambios en la frecuencia de los alelos entre las generaciones, como resultado de la deriva genética, el flujo genético y la selección natural. La especiación podría ocurrir gradualmente cuando las poblaciones están aisladas reproductivamente, por ejemplo por barreras geográficas (especiacion alopátrica), o por cambios dentro de una misma población (especiación simpátrica). La teoría sintética defiende que los cambios graduales y la selección natural sobre ellos son el mecanismo principal del cambio evolutivo, rechazando otros mecanismos que defienden otras teorías: El saltacionismo considera el origen repentino de nuevas especies; El lamarckismo considera la herencia de caracteres adquiridos; La ortogénesis considera una fuerza intrínseca a la materia orgánica que conduciría a un progreso evolutivo; El equilibrio puntuado considera que los cambios graduales solo explican la microevolución, mientras que la macroevolución se produce por cambios bruscos.

    La evolución del hombre, de acuerdo a las distintas ciencias que se ocupan de este proceso, ha recorrido un largo camino. Los primeros posibles homínidos bípedos (homininos) son Sahelanthropus tchadiensis (con una antigüedad de 7 millones de años y encontrado en el Chad, pero que genera muchas dudas acerca de su adscripción a nuestra línea evolutiva), Orrorin tugenensis (con unos 6 millones de años y hallado en África Oriental) y Ardipithecus (entre 5,5-4,5 millones de años y encontrado en la misma región). Los fósiles de estos homínidos son escasos y fragmentarios y no hay acuerdo general sobre si eran totalmente bípedos. No obstante, tras el descubrimiento del esqueleto casi completo apodado Ardi, se han podido resolver algunas dudas al respecto; así, la forma de la parte superior de la pelvis indica que era bípedo y que caminaba con la espalda recta, pero la forma del pie, con el dedo gordo dirigido hacia adentro (como en las manos) en vez de ser paralelo a los demás, indica que debía caminar apoyándose sobre la parte externa de los pies y que no podía recorrer grandes distancias. Los primeros homínidos de los que se tiene la seguridad de que fueron completamente bípedos son los miembros del género Australopithecus, de los que se han conservado esqueletos muy completos (como el de la famosa Lucy).

    Este tipo de homininos prosperó en las sabanas arboladas del este de África entre 4 y 2,5 millones de años atrás con notable éxito ecológico, como lo demuestra la radiación que experimentó, con al menos cinco especies diferentes esparcidas desde Etiopía y el Chad hasta Sudáfrica. Su desaparición se ha atribuido a la crisis climática que se inició hace unos 2,8 millones de años y que condujo a una desertificación de la sabana con la consiguiente expansión de los ecosistemas abiertos, esteparios. Como resultado de esta presión evolutiva, algunos Australopithecus se especializaron en la explotación de productos vegetales duros y de escaso valor nutritivo, desarrollando un impresionante aparato masticador, originando al Paranthropus; otros Australopithecus se hicieron paulatinamente más carnívoros, originando a los primeros Homo. No se sabe con certeza de qué especie proceden los primeros miembros del género Homo; se han propuesto Australopithecus africanus, A. afarensis y A. garhi, pero no hay un acuerdo general. También se ha sugerido que Kenyanthropus platyops pudo ser el antepasado de los primeros Homo.

    Clásicamente se consideran como pertenecientes al género Homo los homínidos capaces de elaborar herramientas de piedra. No obstante, esta visión ha sido puesta en duda en los últimos años; por ejemplo, se ha sugerido que Australopithecus ghari fue capaz de fabricar herramientas hace 2,5 millones de años. Las primeras herramientas eran muy simples y se encuadran en la industria lítica conocida como Olduvayense o Modo 1. Las más antiguas proceden de la región de Afar (Etiopía) y su antigüedad se estima en unos 2,6 millones de años, pero no existen fósiles de homínidos asociados a ellas. De esta fase se ha descrito dos especies, Homo rudolfensis y Homo habilis, que habitaron África Oriental entre 2,5 y 1,8 millones de años atrás, que a veces se reúnen en una sola.

    El volumen craneal de estas especies oscila entre 650 y 800 cm³. Esta es sin duda la etapa más confusa y compleja de la evolución humana. El sucesor cronológico de los citados Homo rudolfensis y Homo habilis es Homo ergaster, cuyos fósiles más antiguos datan de hace aproximadamente 1,8 millones de años, y su volumen craneal oscila entre 850 y 880 cm³. Morfológicamente es muy similar a Homo erectus y en ocasiones se alude a él como «Homo erectus africano». Se supone que fue el primero de nuestros antepasados en abandonar África; se han hallado fósiles asimilables a H. ergaster (o tal vez a Homo habilis) en Dmanisi (Georgia), datados en 1,8 millones de años de antigüedad y que se han denominado Homo georgicus que prueban la temprana salida de África de nuestros antepasados remotos. Esta primera migración humana condujo a la diferenciación de dos linajes descendientes de Homo ergaster: Homo erectus en Extremo Oriente (China, Java) y Homo antecessor/Homo cepranensis en Europa (España, Italia). Por su parte, los miembros de H. ergaster que permanecieron en África inventaron un modo nuevo de tallar la piedra, más elaborado, denominado Achelense o Modo 2 (hace 1,6 ó 1,7 millones de años).

    Se ha especulado que los clanes poseedores de la nueva tecnología habrían ocupado los entornos más favorables desplazando a los tecnológicamente menos avanzados, que se vieron obligados a emigrar. Ciertamente sorprende el hecho que H. antecessor y H. erectus siguieran utilizando el primitivo Modo 1 (Olduvayense), cientos de miles de años después del descubrimiento del Achelense. Una explicación alternativa es que la migración se produjera antes de la aparición del Achelense. Parece que el flujo genético entre las poblaciones africanas, asiáticas y europeas de esta época fue escaso o nulo. Parece que Homo erectus pobló Asia Oriental hasta hace solo unos 50.000 años (yacimientos del río Solo en Java) y que pudo diferenciar especies independientes en condiciones de aislamiento, como el caso del Homo floresiensis de la Isla de Flores (Indonesia), especie desaparecida hace 12.000 años, o el Hombre del ciervo rojo de China, desaparecido hace 11.000 años. Por su parte, en Europa se tiene constancia de la presencia humana desde hace casi 1 millón de años (Homo antecessor), pero se han hallado herramientas de piedra más antiguas no asociadas a restos fósiles en diversos lugares. La posición central de H. antecessor como antepasado común de Homo neanderthalensis y Homo sapiens ha sido descartada por los propios descubridores de los restos.

    Los últimos representantes de esta fase de nuestra evolución son Homo heidelbergensis en Europa, que supuestamente está en la línea evolutiva de los neandertales, y Homo rhodesiensis en África que sería el antepasado del hombre moderno. Una visión más conservativa de esta etapa de la evolución humana reduce todas las especies mencionadas a una, Homo erectus, que es considerada como una especie politípica de amplia dispersión con numerosas subespecies y poblaciones interfértiles genéticamente interconectadas. La fase final de la evolución de la especie humana está presidida por tres especies humanas inteligentes, que durante un largo periodo convivieron y compitieron por los mismos recursos. Se trata del Hombre de Neanderthal (Homo neanderthalensis), la especie del homínido de Denisova y el hombre moderno (Homo sapiens). Son en realidad historias paralelas que, en un momento determinado, se cruzan. El Hombre de Neanderthal surgió y evolucionó en Europa y Oriente Medio hace unos 230.000 años, presentando claras adaptaciones al clima frío de la época (complexión baja y fuerte, nariz ancha).

    El homínido de Denisova vivió hace 40.000 años en los montes Altai y probablemente en otras áreas en las cuales también vivieron neandertales y sapiens. El análisis del ADN mitocondrial indica un ancestro femenino común con las otras dos especies hace aproximadamente un millón de años. La secuencia de su genoma ha revelado que habría compartido con los neandertales un ancestro hace unos 650.000 años y con los humanos modernos hace 800.000 años. Un molar descubierto presenta características morfológicas claramente diferentes a las de los neandertales y los humanos modernos. Los fósiles más antiguos de Homo sapiens datan de hace unos 200.000 años (Etiopía). Hace unos 90.000 años llegó al Próximo Oriente donde se encontró con el Hombre de Neanderthal que huía hacia el sur de la glaciación que se abatía sobre Europa. Homo sapiens siguió su expansión y hace unos 45.000 llegó a Europa Occidental (Francia); paralelamente, el Hombre de Neanderthal se fue retirando, empujado por H. sapiens, a la periferia de su área de distribución (Península ibérica, mesetas altas de Croacia), donde desapareció hace unos 28.000 años. Aunque H. neanderthalensis ha sido considerado con frecuencia como subespecie de Homo sapiens (H. sapiens neanderthalensis), el análisis del genoma mitocondrial completo de fósiles de H. neanderthalensis sugieren que la diferencia existente es suficiente para considerarlos como dos especies diferentes, separadas desde hace 660.000 (± 140.000) años. Se tiene la casi plena certeza de que el Hombre de Neandertal no es ancestro del ser humano actual, sino una especie de línea evolutiva paralela derivada también del Homo erectus/Homo ergaster a través del eslabón conocido como Homo heidelbergensis.

    El neandertal coexistió con el Homo sapiens y quizá terminó extinguido por la competencia con nuestra especie. Si existió algún mestizaje entre ambas especies, el aporte a la especie humana actual ha sido, en lo genético, inferior al 5%. En cuanto al llamado Hombre de Cro-Magnon corresponde a las poblaciones de Europa Occidental de la actual especie Homo sapiens. Los parientes vivos más cercanos a nuestra especie son los grandes simios: el gorila, el chimpancé, el bonobo y el orangután. Los fósiles más antiguos de Homo sapiens tienen una antigüedad de casi 200.000 años y proceden del sur de Etiopía (formación Kibish del río Omo), considerada como la cuna de la humanidad (véase Hombres de Kibish). A estos restos fósiles siguen en antigüedad los de Homo sapiens idaltu, con unos 160.000 años.

    El hombre de Herto (Homo sapiens idaltu) es una subespecie de Homo sapiens descrita a partir de especímenes fósiles encontrados en las proximidades de la localidad etíope de Herto Bouri en el año 1997 por el equipo de paleoantropólogos dirigido por Tim White. Sin embargo, el nuevo descubrimiento no se hizo público hasta el año 2003. Homo sapiens idaltu es un nombre trinominal, como es preceptivo, según la taxonomía, para denominar las subespecies; las dos primeras palabras son latinas y significan humano que sabe -capacitado para conocer y reflexionar respecto a lo que conoce-, mientras que la tercera y última es una palabra del amhárico que significa anciano. Dado el lugar en el cual se hizo el hallazgo de los restos (tres cráneos) se le llamó "Hombre de Herto". Dichos fósiles han sido datados con una antigüedad de unos 158.000 años, es decir del Pleistoceno Medio. El descubrimiento ha suscitado alguna polémica entre los investigadores. Varios consideran al Homo sapiens idaltu como una subespecie extinta del Homo sapiens y es por esto que se usa la denominación taxonómica trinomial.

    Otros, en cambio, consideran que Homo sapiens idaltu es sólo un ser humano de la actual especie que mantiene ligeros rasgos morfológicos arcaicos en relación a otros fósiles que son indiscutiblemente de Homo sapiens (i.e.: los Cro-Magnon, los hombres de Grimaldi, etc.). Si es correcta la tesis según la cual el Homo sapiens idaltu es una subespecie de la nuestra, habrá que rescatar la antigua denominación de Homo sapiens sapiens para el hombre actual. Esta terminología se usaba cuando el Hombre de Neanderthal era considerado una subespecie nuestra (Homo sapiens neanderthalensis); pero desde que se evidenció que los neandertales y los humanos modernos representan especies biológicas distintas, se han venido usando los términos Homo sapiens y Homo neanderthalensis. Los restos de Homo sapiens idaltu han sido considerados como los especímenes más antiguos de la especie humana hasta la redatación de los fósiles de Homo sapiens conocidos como Omo I y Omo II, a los cuales se les ha atribuido casi 200.000 años de antigüedad.

    Una escuela de pensamiento, que se enmarca dentro del evolucionismo, y que se abre paso casi junto con la teoría de la evolución de Darwin es el darwinismo social. El darwinismo social es una teoría social que propugna por la idea de que la teoría de la evolución de Charles Darwin tiene aplicaciones sociales en instituciones humanas. Está basado en la idea de la supervivencia del más apto concebido como mecanismo de evolución social y la creencia de que el concepto darwiniano de la selección natural puede ser usado para el manejo de la sociedad humana, insistiendo en la competición (étnica, nacional, de clase, etc.) por recursos naturales o diversos puestos sociales.

    En general, defiende la eugenesia como argumento para aplicar métodos de "depuración" o "mejora" de la especie humana e implica un conjunto de reformas a las leyes sociales o políticas en un plano de lucha entre individuos o grupos humanos, concebidas como una forma de progreso social y biológico. El darwinismo social está basado en interpretaciones sobre los escritos de Darwin, que fueron planteados teóricamente por Herbert Spencer (Derby, Reino Unido, 27 de abril de 1820-Brighton, Reino Unido, 8 de diciembre de 1903) fue un naturalista, filósofo, psicólogo, antropólogo y sociólogo británico. Fue uno de los más ilustres positivistas de su país. Ingeniero civil y de formación autodidacta, se interesó tanto por la ciencia como por las letras) en un inicio, y posteriormente usadas para fines políticos, recibiendo numerosos adherentes. El darwinismo social gozó de una gran aceptación en círculos académicos y fue una gran influencia en países occidentales a finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX.

    A pesar de que el origen del proyecto se plantea formalmente en la obra de Herbert Spencer, el término fue utilizado por primera vez por Joseph Fisher en 1877. Herbert Spencer afirma que la idea básica del «Darwinismo social» (que la teoría de la evolución biológica tiene aplicaciones sociales) no había sido iniciada originalmente por Charles Darwin, sino que su origen se encuentra en la obra de Spencer mismo. Consecuentemente se considera que el darwinismo social llegó a incorporar algunas percepciones que anteceden al darwinismo. Spencer resalta la influencia de Malthus, pero también visiones que provienen del lamarckismo.

    Por ejemplo. en sus "Principios de biología", Spencer sugiere que no podemos en el caso del hombre, más que en el caso de cualquier otro ser, presumir que la evolución ya ha tomado o tomará lugar en forma espontánea todas las modificaciones, funcionales y orgánicas, han sido, son y deben ser ya sea inmediata o remotamente consecuencia de las condiciones que prevalecen. Adicionalmente Spencer basaba sus propuestas – avanzadas en su La estática social, escrito en 1851- acerca de la libertad humana y derechos individuales en la teoría evolutiva de Lamarck. Los partidarios y defensores de Charles Darwin argumentan que él mismo se declaró dudoso de la propuesta, oponiéndose a la aplicación del mecanismo de selección natural a las sociedades humanas, debido a la consideración de que la política social no puede guiarse por los conceptos de lucha por la supervivencia y selección natural. No obstante, diversos críticos exactamente opinan lo contrario, y argumentan que Darwin nunca diferenció entre "evolución biológica" y "evolución social". De hecho, en su libro El Origen del hombre, Darwin mismo cita cinco veces a Herbert Spencer, a quien refiere como "nuestro gran filósofo", a la vez que habla constantemente de las implicaciones sociales de la teoría evolutiva, e incorpora el concepto de "sobrevivencia del más fuerte". Darwin también titula un capítulo: "La selección natural en acción en las naciones civilizadas", en donde mantuvo que los miembros débiles de las sociedades civilizadas propagan su especie, y con esto, se degenera la especie humana. Hoy día el darwinismo social es rechazado por anticientífico, quedando claro que los procesos sociales deben ser explicados por leyes sociales y no por leyes biológicas.

    El marxismo rompe con el darwinismo social y sienta época en la comprensión del origen y esencia del hombre. Punto crucial en la explicación científica del origen y evolución del hombre es la teoría de F. Engels de que el trabajo fue el que hizo al hombre (1). En su obra "El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre", él nos dice que primero el trabajo y después, y junto con él, la palabra articulada, fueron los dos estímulos fundamentales que transformaron nuestros antepasados en hombres (1). En un inicio, allá en el seno de la naturaleza, nuestros antepasados, por efecto de la propia selección natural, se vieron constreñidos a pasar a un modo de vida instrumental, es decir, basado en la producción y utilización de instrumentos de trabajo. El trabajo comienza, según él, con la fabricación de instrumentos (1). Con este paso se dan premisas biológicas necesarias para la formación del homo, como son la posición bípeda (al liberar las manos para el trabajo), la vista al frente, el desarrollo del cerebro y de los órganos de los sentidos, etc. El trabajo implica, según él, la vida en colectivo, la vida social, es decir, la formación y desarrollo de las relaciones sociales. Además, según Engels, los hombres en formación llegaron a un punto en que debieron de sentir la necesidad de decirse algo.

    Surge así el lenguaje articulado, con lo que se facilita la trasmisión de la experiencia acumulada, de los conocimientos. Desde su punto de vista, a medida que nuestros antepasados avanzan en el desarrollo van dejando a tras las leyes biológicas y se van abriendo paso las leyes sociales. Con la entrada a la civilización ya las leyes biológicas han quedado subordinadas (eliminadas, subsumidas, etc.) a las leyes sociales, y el mecanismo de evolución del hombre deja de ser biológico y pasa a ser social (2). Desde el punto de vista de Marx, la esencia del hombre no es algo abstracta, inherente a cada individuo, al margen del tiempo y el espacio, es, por el contrario, concreta, y no otra cosa que el conjunto de las relaciones sociales (3). Marx critica a Feuerbach por ver en el hombre una esencia abstracta. El hombre de Feuerbach es natural, no insertado en la vida social, en el sistema de las relaciones sociales (3). Para el marxismo, el hombre es la unidad del homo sapiens y las relaciones sociales, que se personifican en este homo sapiens; siendo las relaciones sociales el componente esencial. Según esta teoría, en el proceso de evolución del hombre, proceso milenario como vimos, la biología del hombre adquiere la plasticidad necesaria como para que las relaciones sociales tomen cuerpo (en esta biología) y surja, así, la personalidad, la forma social, que es el hombre.

    Surge la pregunta siguiente, aquella que ya vimos: ¿Hacia dónde vamos? Es evidente que para el evolucionismo el futuro del hombre es la evolución. Pero esta solución genérica no responde de forma concreta a preguntas como ¿en qué dirección?

    La primera cuestión concreta a saber es si desde el punto de vista biológico cesó la evolución o, por el contrario, continúa. Para Alejandro Madruga González la evolución biológica del hombre parece haber llegado a su fin (1). Al mismo tiempo, este punto de vista parece no sostenerse. Lo que sucede es que la selección natural, como mecanismo de la evolución biológica, es sustituida por un nuevo mecanismo: la selección social. Sin duda que los hombres usan criterios de selección social, tales como: estéticos, éticos, jurídicos, económicos, eróticos, etc., lo cual se reafirma después genéticamente. Por eso, se habla de que el hombre va o bien hacia la perfección moral, o bien hacia la perfección estética, o bien hacia la perfección cognoscitiva, etc. Desde este punto de vista, el homo sapiens evoluciona biológicamente, pero por criterios sociales de selección. Aquí, ya rige la ley de la selección social. Una cosa es evidente: la evolución biológica del hombre es hacia la sociabilidad, hacia darle más plasticidad a la biología de forma que se integre con mayor facilidad a la vida social. Notemos que cada época histórica tiene sus criterios concretos de selección, y que estos criterios por separados son una forma abstracta de ver las cosas. No hay actualmente evolución biológica abstracta del hombre, esta evolución es concreta.

    La segunda cuestión concreta a saber es, desde el punto de vista social, hacia dónde evolucionará el hombre.

    Una corriente de pensamiento que ha tenido impacto al respecto es la teoría del fin de la historia. En el libro El fin de la Historia y el último hombre (The End of History and the Last Man) Francis Fukuyama (en 1992) expone una polémica tesis: la Historia, como lucha de ideologías, ha terminado, con un mundo final basado en una democracia liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría. Como parte de un ensayo anterior de 1989, «¿El fin de la Historia?» se publicó en la revista de asuntos internacionales The National Interest. Fukuyama explicaba el triunfo de las democracias liberales como efecto de la caída del comunismo. Así, el fin de la historia se interpreta como el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas. Inspirándose en Hegel y en alguno de sus exegetas del siglo XX, como Alexandre Kojève, afirma que el motor de la historia, que es el deseo de reconocimiento, el thimos, se ha paralizado en la actualidad, debido a la disolución del bloque conformado por gobiernos comunistas, acto que deja como única opción viable una democracia liberal, tanto en lo económico como en lo político. Se constituye así en el llamado pensamiento único: las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía.

    En palabras de Fukuyama, el fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas. Su definición de democracia liberal se sustenta en al menos tres puntos: a) Disponer de una economía de libre mercado; b) Poseer un gobierno representativo; c) Mantener los derechos jurídicos. Según sus propias palabras, como idea, la democracia liberal es el único sistema político con algún tipo de dinamismo. Sugiere una relación entre el desarrollo económico surgido al calor de los sistemas industriales de los Estados Unidos, Europa Occidental o Japón y la capacidad de sostener unos sistemas representativos similares con unas democracias estables. Pero esto no significa que ya no sucederán más cosas a través de la historia porque, argumenta él, la historia generalmente va determinada por la ciencia y esta no ha encontrado todavía sus límites.

    Por el contrario, Fukuyama cree que ahora es el turno de la biología; los descubrimientos que se hagan en esta ciencia orientarán el futuro. Fukuyama cree en el humanismo, la cultura y la ciencia como base moral capaz de desplazar a la religión u otros dogmas morales o éticos. Es decir, cree que a través de los Derechos humanos universales se puede llegar a unos Deberes humanos universales. Defiende también reformas en lo económico y lo político. Es vital una apertura internacional (globalización) que le dé competitividad al mercado interno; además, es fundamental que existan libertades políticas y se eviten los gobiernos autoritarios o represivos. En la economía, el Estado debe jugar un papel mínimo, permitiendo que el capital privado se mueva con la mayor libertad jurídica posible. Todo funciona mejor si puede dar por sentado un marco jurídico estable y efectivo, que permita la seguridad de los derechos de propiedad y de las personas, y un sistema de asociación privada relativamente transparente. Pero estas características no han prevalecido en los países latinoamericanos. En muchos casos, el Estado ha sido arbitrario y rapaz. Como consecuencia, se redujeron los radios de confianza al nivel de la familia y los amigos y se generó una dependencia a ellos.

    Es evidente que, a pesar de Fukuyama, en el mundo actual, la lucha de clases no ha cesado, de la misma forma que no ha desaparecido la explotación del hombre por el hombre. Por tanto, la historia ha de seguir su curso de luchas y de conflictos. Prueba de ello son las revoluciones pacíficas que han tenido lugar en pleno siglo XXI en América Latina en Venezuela, Bolivia y Ecuador, y prueba de ello es la primavera árabe de nuestros días. El capitalismo es una fase en la historia que necesariamente habrá de derivar hacia un nuevo orden de cosas. La historia se hace de tal modo que sobre la cabeza muerta de un estadío histórico de desarrollo social se levanta una nueva formación social, como un concepto que subsume, elimina la fase anterior. Así, en occidente, la historia conoce tres formaciones o estadíos históricos: el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo.

    El esclavismo fue un gran invento. Es el primer concepto de sociedad. Con el esclavismo comienza la historia. Es la primera formación social. La etapa del desarrollo anterior (la de la sociedad gentilicia) es período de tránsito entre la etapa del desarrollo biológico y la etapa del desarrollo propiamente social, que comienza en occidente con el esclavismo. La sociedad gentilicia se basa en los nexos familiares, que por demás son consanguíneos. La gens y toda la sociedad que sobre ella se levanta son una formación basada en nexos de sangre, es decir, biológico.

    El esclavismo es el primer concepto de sociedad que se mueve sobre bases puramente económicas, es decir, sociales. El tránsito de la sociedad gentilicia a la sociedad esclavista es el tránsito de la familia sindiásmica a la familia monogámica. Pero esta última es ya un fenómeno económico. Con el esclavismo, la sociedad se estructura en base económica y superestructura, y empieza a regir la ley de la correspondencia de la superestructura a la base económica. También comienza a regir la ley de la correspondencia de las relaciones de producción al carácter y nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Surgen, así, las relaciones de producción como relaciones propiamente sociales. Ahora son basadas en el concepto de propiedad y no en las tradiciones y las costumbres, como en la sociedad gentilicia.

    Con el invento de la propiedad (que no se puede identificar con su expresión jurídica, pues la propiedad es un fenómeno primordialmente económico) comienza la civilización. La propiedad, en su expresión económica, comprende las relaciones de producción propiamente dichos, las de distribución, las de cambio y las de consumo. La civilización se levanta sobre el concepto de propiedad. Antes del esclavismo, los prisioneros de guerra capturados a las otras tribus, o los hombres que eran condenados por quebrantar las costumbres de su propia tribu, o los miembros de la propia tribu que eran condenados por violentar las tradiciones, etc., eran ejecutados, eran condenados a muerte. Con el esclavismo, esos hombres son perdonados y pasaban a ser esclavos, tanto sociales (como los Ilotas para Esparta) como personales. Pasan a ser propiedad de los ciudadanos más pudientes, es decir, de los esclavistas (tanto como propiedad de toda la clase como propiedad personal).

    Con el invento de la propiedad se inventa la propiedad sobre el otro hombre, y con ello la sociedad supera la barbarie de las costumbres y tradiciones gentilicias. En ocasiones, la sociedad gentilicia se edulcora. No se ve que era una sociedad bárbara, basada en normas brutales que no tenían nada de civilizadas (como, por ejemplo, la ley del Talión). El esclavismo es un inmenso progreso social. Si el esclavismo no hubiese sido progreso social no se habría impuesto como formación social, no habría abierto una época esplendorosa de civilización humana.

    Pero el esclavismo agotó las posibilidades de desarrollo social al llegar a determinado grado de su propio desarrollo. Ya en el seno de Roma surge el colonato, que es una forma de sujeción del hombre a la tierra para que éste esté más interesado que el esclavo es la productividad del trabajo. Este es el germen del feudalismo. El campesino, es decir, el siervo de la gleba (el hombre sujeto a la tierra) trabaja para el señor cierta parte del tiempo, pero trabaja para sí la otra. Con ello, está más interesado que el esclavo en la cantidad y calidad del producto del trabajo. Si Roma no hubiera caído bajo el empuje de los bárbaros, hubiera transitado ella misma a la forma feudal de producción. Pero los bárbaros se ocuparon de precipitar los acontecimientos.

    En su arrastre, los bárbaros impusieron el feudalismo en toda Europa. Surge así el feudalismo como una forma de sujeción personal de unos hombres a los otros, no ya en calidad de esclavos sino en calidad de siervos. La sociedad feudal es, a su vez, un gran invento. Sustituye la atrocidad de la esclavitud personal por una forma más suave de explotación: la sujeción personal. Pero esto es también una forma de propiedad. Es un invento de cómo apropiarse de los otros hombres y de cómo apropiarse del producto de su trabajo. La tierra, con los siervos adscriptos a ella, es, a su vez, propiedad tanto colectiva como personal de la clase de los señores feudales. De nuevo, nos encontramos, aquí, con que la sociedad, y la propiedad asociada a ella, es un concepto, es un invento humano. Pero que se levanta ahora sobre la cabeza muerta del esclavismo.

    Hubo de pasar, ahora, mil años antes de que la renta del suelo o de la tierra evolucionara de renta en trabajo a renta en especie y, de aquí, a renta en dinero. El imperio del dinero da paso al capital. Con ello, el feudalismo al llegar a determinado grado de desarrollo comienza a agotar las posibilidades de su propio desarrollo. De modo que en el propio seno de la sociedad feudal comienzan a surgir las relaciones capitalistas de producción. El capitalismo es un nuevo concepto de sociedad y, en correspondencia, un nuevo concepto de propiedad. Se basa en la idea de dejar libres a los siervos (libres doblemente: de sujeción personal y de medios de producción) para que estos se viesen en la obligación de venderse como fuerza de trabajo al capitalista.

    Pero no hay que pensar que el capitalismo es el reino de la libertad. Aquí, una vez más, nos encontramos con que la clase de los trabajadores, es decir, de los proletarios es propiedad colectiva de la clase de los capitalistas. Es la explotación de una clase por la otra. Pero es un inmenso progreso social. Ya no hay sujeción personal. Ahora al obrero se le pago por el tiempo de su trabajo o el producto de su trabajo. Con lo que está más interesado que el siervo en el tiempo de trabajo o el producto de su trabajo. La coerción, aquí, es económica. Como el obrero o proletario es libre dos veces, está obligado a venderse a la clase de los capitalistas. Pero puede elegir a qué capitalista venderse en particular y puede aspirar a valorizar su fuerza de trabajo, con lo que puede salir más o menos beneficiado en su contrato de compra-venta.

    Notemos que el capitalismo es una sociedad relativamente joven. Aún en 1812 Napoleón desarrollaba sus guerras de conquistas, llevando por Europa el capitalismo y derrumbando los restos que encontraba a su paso de la sociedad feudal. Al mismo tiempo, mientras que esto acontece en Europa, en América latina se desarrollan a partir de 1810 las revoluciones burguesas de independencia de las repúblicas iberoamericanas. Y aunque con la guerra de independencia de 1776 de las Trece colonias de Norteamérica y con la revolución francesa de 1789 el capitalismo se afianza como sistema, no es hasta las dos primeras décadas del siglo XIX que se impone como sistema global. Pero el capitalismo, como las otras dos formaciones (el esclavismo y el feudalismo), agotará las posibilidades de su propio desarrollo; y sobre su cabeza muerta se levantará una nueva sociedad, un nuevo concepto, que subsumirá o eliminará la propiedad capitalista y la sociedad que sobre ésta se levanta.

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