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El efecto de la dictadura argentina en la ciudad de Rosario (1976-1983) (página 2)



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asignadas en su gran mayoría a civiles de diferentes partidos políticos con predominio de los miembros del radicalismo y del peronismo. A los dos días de producido el golpe militar, el Fondo Monetario Internacional le otorgó un crédito al gobierno y anunció su satisfacción por la designación del nuevo ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz.

Por su parte, la represión se dirigió en forma señalada hacia el sistema educativo, articulándose con el que se erigió en objetivo fundamental de la dictadura militar: la erradicación de la "subversión". En los establecimientos públicos de enseñanza media, se intensificó un perfil que combinaba la caída de la calidad de la enseñanza, las prácticas pedagógicas tradicionales, repetitivas y carentes de motivación con el cinismo y la apatía como respuesta de los estudiantes.

En la Universidad la imposición del orden se convirtió en el primer objetivo de las autoridades y, como había sucedido en otros ámbitos, fue intervenida por la dictadura, y derogó la ley universitaria del gobierno peronista y la promulgación en abril de una legislación "de emergencia" para las universidades nacionales, la ley N° 21.276. La represión dirigida hacia el sistema educativo se tradujo no sólo en la persecución y las desapariciones de docentes y estudiantes sino también en el control de los contenidos de la enseñanza, la imposición de rígidas medidas disciplinarias para los alumnos y la erradicación de las actividades políticas de escuelas y universidades.

Se les exigió a los decanos de las Universidades de todo el país que se les entreguen las listas de todos los estudiantes militantes en los centros de estudiantes y cuerpos de delegados, y se llevaron secuestrados a cientos de ellos. El lema era destruir las organizaciones que encarnan el pensamiento político crítico y que cuestionan en la práctica el modelo de apropiación, acumulación y circulación de la riqueza y el conocimiento. Las tristemente célebres "Listas Negras". Así se aplicaba la "cultura del miedo".

La represión cultural se sustentó en una serie de pilares básicos: desgaste del campo intelectual, con la intención de formar sujetos acríticos y desgaste de las identidades plurales, prohibiendo todo derecho de reunión; aunados en el campo universitario, como medidas de prevención regladas por la autoridad ilegal, entendido en ejes dictatoriales; así como también, sanciones, expulsiones, persecuciones, facilitadoras de la vigilancia y el control ideológico y moral.

Este embate represivo instrumentado desde diversos frentes logró, sobre todo, modificar la vida cotidiana de los adolescentes y jóvenes de la ciudad, ejemplificada en las estrictas normas de vestimenta y cortes de pelo para los alumnos de escuelas públicas, la prohibición de circular sin documentos de identidad, la restricción de espacios de sociabilidad en el ámbito urbano.

Las escuelas funcionaban como cuarteles. El proyecto educativo consistió en una férrea disciplina, prohibiciones curriculares y censura a los docentes y estudiantes. La dictadura invirtió más en defensa que en educación.

En las escuelas se habilitaban salas para mirar los partidos de Argentina durante el Mundial de fútbol de España de 1982. La educación durante la guerra de Malvinas fue una educación para legitimar la guerra y también para lavarla con deportivismos carnavalescos.

Eso es un punto de partida para comprender el "Proyecto Educativo Autoritario", tal como lo definieron Juan Carlos Tedesco, Cecilia Braslavsky y Ricardo Carciofi, en el libro homónimo.

En 1976, los gastos destinados a defensa fueron del 15,5 % y los destinados a educación del 100 %.

En 1977 el Ministerio de Cultura y Educación distribuyó en todas las escuelas un opúsculo titulado "Subversión en el ámbito educativo. Conozcamos a nuestro enemigo". Allí se afirmaba entre otras cosas: "El accionar subversivo se desarrolla a través de maestros ideológicamente captados que inciden sobre las mentes de los pequeños alumnos, fomentando el desarrollo de ideas o conductas rebeldes aptas para la acción que desarrollará en niveles superiores…" Este tipo de sentencias justificaron las prohibiciones curriculares. Se excluyó el uso de la palabra "Vector de la enseñanza de las matemáticas" porque alguien supuso que los "subversivos" se manejaban con el concepto de "Vector revolucionario" y que eso subvertiría a los educandos. También se afirmó que la teoría lógico matemática de los conjuntos era una amenaza al orden público. Hasta "El Principito" de Saint Exupéry estuvo en el Index de lo prohibido. Se quiso abolir a la ciencia y a la cultura. Así de demencial.

Como señaló Tedesco, el drama educativo radica en lo que No se enseña, en lo que prohíbe. Ese drama tuvo centenares de víctimas. Hubo cerca de 300 estudiantes secundarios desparecidos. Y todavía no aparecen.

La educación durante los años de la dictadura incrustó un modo de concebir los procesos sociales simplista y binario.

Durante gran parte del gobierno militar y sobre todo a lo largo del primer quinquenio, la intendencia de Rosario logró establecer un diálogo fluido con quienes se regía como los "sectores representativos" de la comunidad: el Arzobispado de Rosario, la Bolsa de Comercio, la Sociedad Rural, entidades empresarias y comerciales como la Federación Gremial del Comercio y la Industria o la Asociación Empresaria de Rosario, pero también algunos dirigentes políticos y las asociaciones vecinales.

A lo largo del primer quinquenio, el Ejecutivo municipal al mando del capitán Augusto Félix Cristiani (1976-1981), se erigió en el eje articulador de una serie de acciones y declaraciones que expresaron reiteradamente la comunidad de objetivos existentes entre el Proceso de Reorganización Nacional, sus representantes en la comuna y el II° Cuerpo y las "fuerzas vivas" de la ciudad.

La Municipalidad de Rosario acuñó el slogan de "Rosario: ciudad limpia, ciudad sana, ciudad culta". La imagen de ciudad que pretendía construir Cristiani era la cara visible y legal del terror impuesto sobre la sociedad desde marzo de 1976. El éxito de la estrategia represiva se midió en estos primeros años en la casi total inexistencia de cuestionamientos y la generalizada apatía de los rosarinos, que sólo se rompió espasmódicamente con el impulso nacionalista ofrecido desde el poder, como sucedió, durante el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978.

Las autoridades militares secuestraban y consideraban "subversivos" que generalmente eran:

  • Los que ayudaban en la villas-miseria

  • Los que tenían como objetivo una mejora salarial

  • Los miembros de algunos centros de estudiantes

  • Periodistas que mostraban descuerdo con las autoridades militares

  • Los psicólogos y Sociólogos, por pertenecer a las profesiones "sospechosas"

  • Las monjas y sacerdotes que llevaban sus enseñanzas a la villas-miserias

  • Los amigos de cualquiera de los detenidos, los amigos de estos amigos, etc.

Todas en su mayoría inocentes de cometer actos terroristas, o siquiera de compartir con alguien, o pertenecer a grupos que combatían esta guerrilla.

El ataque a la Universidad

Durante los años de la dictadura militar fueron muchos los docentes y no docentes de las distintas universidades que colaboraron de distinta manera, desde ejercer cargos para administrar las mismas, docentes que ocuparon los puestos de los cesanteados o que sufrieron la represión, hasta denunciar y pasar listas de profesores, estudiantes y no docentes a las Fuerzas Armadas.

Varios docentes sabían de la desinformación o tenían posiciones contrarias a la aventura de los militares. Además, se daban tenues debates en las salas de profesores sobre qué hacer, cómo encarar el tema en las aulas; muchos recurrían sólo a enseñar los antecedentes históricos del conflicto con los ingleses, pero no se podía evitar conversar de la guerra y sus consecuencias, siempre teniendo en cuenta la edad de los escolares. Se organizaron festivales, conferencias, y los pizarrones estaban adornados con frases alusivas a la reivindicación histórica.

Los alumnos estaban informados de lo que iba sucediendo y los más se mostraban dispuestos a sumarse como voluntarios a la guerra, influenciados por el mensaje de tono patriótico y nacionalista de los dictadores.

Cabe mencionar a Jorge Walter Pérez Blanco, que ingresó a la Facultad de Medicina en 1978, como auxiliar en Medicina Legal, que espiaba a todo el mundo. Era la época de mayor actividad de los servicios de inteligencia del Ejército. Allí también se encontraba Ana Christeler, miembro con trabajo real en el Departamento de Extensión Universitaria de la UNR y la obra social de la Universidad, que reclutaba mujeres y las pasaba a consideración del Teniente Coronel Oscar Pascual Guerrieri.

Pérez Blanco desarrolló otras actividades. Fue pastor de una iglesia de la zona sur de Rosario, tuvo un programa de radio, integró la Asociación Internacional de Policía y creó organizaciones ligadas a la colectividad rumana. Era uno de los principales responsables de lo que se denominaban "operaciones psicológicas". Era apodado W, Walter West o Jorge West. Estas operaciones consistían en "la atribución de determinados hechos, los cuales se los achacaban a la subversión".

El agente de inteligencia continuó en funciones en la cátedra de Medicina Legal dio clases de posgrado en Criminología hasta 1998. Ese año fue suspendido, cuando las organismos de derechos humanos volvieron a exhumar sus antecedentes. Este sujeto no pudo ser investigado por su actuación en la represión ya que su nombre apareció entre los beneficiados por la aplicación de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Pero pudo recurrir a la justicia para accionar contra la Universidad. La Corte Suprema de Justicia resolvió el pleito en su favor.

Según datos aportados oportunamente por representantes de la Federación Universitaria Argentina ante la Justicia Española por el proceso iniciado al ex represor Adolfo Scilingo, entre 1969 y 1983, se contabilizaron a nivel nacional más de 2.200 casos de estudiantes desaparecidos, lo que ratifica que, junto con el sector de los trabajadores, el de los estudiantes fue uno de los más golpeados por la dictadura.

En el plano local, una investigación realizada por profesores y alumnos de la UNR indica que en Rosario hubo cerca de 200 estudiantes y docentes universitarios desaparecidos (191 de la UNR y 7 de la UTN).

Durante la Guerra de Malvinas, en mayo de 1982, un grupo de cinco matriculados del Colegio de Abogados de Rosario viajó a Europa con el objetivo de lograr el apoyo a la posición argentina por parte de sus pares españoles, franceses e italianos, así como de los gobiernos, partidos, sindicatos y medios.

A raíz de una iniciativa propia de los abogados Israel Sterkin, Rodolfo Torelli, Ricardo Beltramino, Mario Saccone y Felipe Bóccoli realizaron la gestión, en representación de la Federación Argentina de Colegios de Abogados.

La misión finalizó abruptamente por el fin de la Guerra y, por esos avatares propios de la historia argentina, sus participantes mantuvieron su iniciativa en un bajo perfil, en su país que eligió la desmalvinización, a pesar de lograr la esperada vuelta a la democracia.

Lejos de apoyar a la dictadura, viajaron a defender la soberanía argentina sobre las Islas del Atlántico Sur con las armas del Derecho.

El trabajo, llamado "Memoria con Identidad" y realizado por miembros del Movimiento Universitario Evita, destaca el impacto de la represión en cada una de las Facultades. Así, por ejemplo, la Facultad de Humanidades es la que más víctimas registra, con 70 desaparecidos, seguida por Medicina con 26, Ingeniería 19 y Psicología 15.

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En este grafico se puede apreciar los datos que se muestran en la tabla y saber con exactitud que los jefes de ejército perseguían a todo aquel que se le opusiera.

Distribución de los desaparecidos según
profesión u ocupación

Porcentaje

Obreros

30%

Estudiantes

21%

Empleados

18%

Profesionales

11%

Docentes

6%

Autónomos y varios

5%

Amas de casa

4%

Conscriptos y personal subalterno de fuerzas de seguridad

3%

Actores y Artistas

2%

Religiosos

0%

Fuente de datos de la tabla: CONADEP y Nunca Más

El Periodismo

En las primeras horas del 24 de marzo de 1976, la Junta Militar redactó una serie de comunicados que anulaban las libertades y garantías constitucionales para los argentinos. La libertad de prensa fue suprimida en el Comunicado N°19, en el que los comandantes resolvían "que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones ilícitas o personas o a grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o de terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta 10 años en el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las fuerzas armadas, de seguridad o policiales".

Las empresas periodísticas y los periodistas, durante esos años, mostraron un abanico de actitudes. Desde ser obsecuentes y colaboracionistas con los genocidas, siendo en los hechos voceros de prensa de los militares, hasta aquellos que arriesgando sus vidas hicieron que su trabajo estuviera basado en principios y compromiso social.

En cuanto al temor, al clima de amenazas "cruzadas" y a la censura, desde ya que fueron reales. Los militares crearon una oficina de censura a la que dieron el nombre de "Servicio Gratuito de Lectura Previa" y que funcionaba en la Casa Rosada.

Pero la revista "Humor", los diarios "Nueva Presencia" y "Buenos Aires Herald" y otras publicaciones e intelectuales de menor repercusión, mostraron actitudes valientes, elogiables y valiosas de destacar. Representan las constancias de que estas publicaciones condenaron y denunciaron hasta donde pudieron las violaciones a los derechos humanos.

A los pocos días de producirse el Golpe, las Fuerzas Armadas se hicieron cargo de las emisoras de televisión y se las dividieron de esta manera: el Canal 7 denominado ATC a partir de 1978 permaneció bajo la administración de la Armada; el Canal 11 le fue adjudicado a la Fuerza Aérea; y con el Canal 9 se queda el Ejército.

También existieron medios que agitaron un clima golpista, como el diario La Razón, que dedicó diecinueve tapas consecutivas, desde el 2 al 23 de marzo de 1976, a preanunciar el Golpe de Estado, aunque sin nombrarlo en forma explícita.

Luego del Golpe, los editores y directores de diarios y revistas fueron informados acerca de qué era lo que se esperaba de ellos en la nueva etapa.

Los militares crearon una oficina de censura a la que dieron el nombre de "Servicio Gratuito de Lectura Previa" y que funcionaba en la Casa Rosada.

Desde 1977 apareció en cada canal la figura de "Asesor Literario", encargado de leer los guiones de los programas antes de su grabación. Por otra parte, desde el COMFER (Comité Federal de Radiodifusión) se calificaba a los programas como NHM (no en horario de menores) o NAT (no apto para televisión) y se elaboraban "orientaciones", "disposiciones" y "recomendaciones" acerca de los temas, los valores nacionales y los principios morales que debían promoverse desde la programación.

Algunos programas debieron modificar sus tramas y elencos ya que varios actores y autores fueron excluidos a través de "listas negras" que no se hacían públicas.

Uno de los símbolos de aquella época, el paradigma en torno del cual mostraron su adhesión muchos medios de prensa, fue el eslogan: "Los argentinos somos derechos y humanos" (Frase pronunciada por el periodista deportivo José María Muñoz).

El dogma oficial, una falacia, pretendió ser impuesto como una síntesis de la idiosincrasia nacional.

Al arribar la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la Argentina en 1979, se produjo un fervor general, entusiasmo periodístico, y con epicentro en las transmisiones de Radio Rivadavia comandadas por José María Muñoz, de Radio Mitre con Julio Lagos y de ATC (en los almuerzos de Mirtha Legrand), se exhortó a un festejo fervoroso del triunfo; y, por las radios, se invitó a la gente a manifestar también frente a la delegación de la OEA (Organización de Estados Latinoamericanos), en la Avenida de Mayo, para demostrarle a la Comisión que la Argentina "no tenía nada que ocultar". Tres lacayos de los uniformados eran Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Samuel "Chiche" Gelblung.

Así, los medios gráficos de la ciudad de Rosario se constituyeron para los primeros años del gobierno militar en una herramienta esencial en la difusión y legitimación del proyecto dictatorial en el ámbito local, no sólo porque reprodujeron, aplaudieron y apoyaron el discurso militar sino porque además incorporaron toda una agenda de cuestiones que consideraban ineludible para el PRN. Cabe recordar que para marzo del 76 dos periódicos circulaban en la ciudad de Rosario, ambos con características diferentes. La Tribuna, un diario vespertino, de pocas páginas, con información general aunque con una fuerte presencia de las secciones de deportes y quiniela, ya que se constituía como un diario de raigambre popular y barrial.

La Capital, matutino que se perfilaba como un periódico hegemónico en Rosario y el cordón industrial, no sólo porque tenía una tirada promedio de sesenta mil ejemplares semanales y cien mil los domingos, o por su trayectoria a lo largo de todo el siglo sino porque era el diario de referencia con respecto a temas de la ciudad. Le dio un apoyo intenso y monolítico a la dictadura: el diario participó ampliamente de lo que la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), calificó años más tarde como un verdadero "delirio semántico". Las adjetivaciones que predominaron en el discurso oficial sobre la "amenaza subversiva"-"marxistas"-"leninistas", "apátridas", "materialistas y ateos", "enemigos de los valores occidentales y cristianos", "agentes de la disolución y el caos" entre muchos otros-poblaron también con frecuencia las páginas de La Capital. El diario adoptó un punto de vista que al mismo tiempo que defendía el accionar oficial en su presunta lucha contra el enemigo subversivo permitía invocar el respeto de los militares por los derechos que subrepticiamente (y no tanto) pisoteaban, y alegar la existencia de una campaña internacional destinada a desprestigiar al país.

A partir de 1977 el diario comenzó a reclamar, haciéndose eco de los sucesivos dictámenes de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), la reinstauración de la libertad de prensa sin cortapisas. La libertad de prensa fue entendida como superior a cualquier doctrina y, por ende, inolvidable. Para La Capital, la normalización del país no autorizaba a vulnerar esta libertad, menoscabada por la Ley de Seguridad que prohibía la información de hechos subversivos, información que el diario opinaba, no podía ser calificada de delictiva.

A ellos se sumaría a mediados de 1977 El País, que en su primera etapa y hasta diciembre era de tirada vespertina transformándose luego en matutino. Si bien El País intentó constituirse como una alternativa, no logró consolidarse como una empresa rentable en la ciudad, cerrándose a mediados de 1978. El estudio sobre la prensa gráfica local señala que tuvieron un rol central en la instalación de una agenda de problemas de diversa índole. En ese sentido me interesa destacar aquí las prácticas discursivas que esos medios construyeron en torno a los jóvenes durante el período 1976/1978, ya que esta fue una temática recurrente permitiendo reproducir y consolidar estereotipos hegemónicos respecto de la juventud.

Si bien los medios gráficos de la ciudad tuvieron, en general, un discurso de apoyo al gobierno militar nacional y local, ese apoyo se construyó desde distintas estrategias y gradualidades. En líneas generales es posible decir que el discurso de los medios, se construyó durante la fase más represiva de la dictadura en una estructura discursiva binaria afianzando y difundiendo la lógica sobre la cual se asentaba la práctica represiva del terrorismo de estado. Como señala Pilar Calveiro, en Poder y Desaparición las lógicas totalitarias son lógicas binarias, construyen su poder a partir de "concebir el mundo como dos grandes campos enfrentados", donde la construcción de la identidad propia rechaza toda posibilidad de otro, otro que es siempre enemigo. Así la "subversión" es ese otro contrapuesto al "ser nacional" que, según el discurso militar, para sobrevivir debe aniquilarla. Esa estructura binaria construida desde los discursos oficiales se reproduce y difunde en otros espacios a la vez que impregna las prácticas enunciativas respecto de múltiples temáticas. Así, los diarios de la ciudad construyeron su discurso también desde una lógica binaria que permeó las interpretaciones sobre la realidad social y que ayudaron en el proceso de legitimidad que se estructuraba respecto de la dictadura impuesta en marzo de 1976, ya no sólo la "subversión apátrida" se oponía al ser nacional, occidental y cristiano, el caos se oponía al orden, un orden que no sólo era la negación del conflicto social y político sino la negación de toda diferencia en los diversos planos de la vida cotidiana. El caos era la inmoralidad, la basura, los perros callejeros, el ruido molesto, el cirujeo, las "gitanas", los jóvenes y el orden era pensado como la erradicación de todos ellos, la restitución de los "valores morales", del decoro.

Dicho discurso se inscribió en la lógica propia del contexto enfatizando una retórica conservadora y fuertemente anclada en la idea de orden, así como en la apelación constante a "salvar la patria". Si bien este pareciera presentarse simplemente como un reflejo del discurso militar y del proyecto del PRN, debemos tener en cuenta que es el mismo periódico quien lo promueve desde las distintas secciones.

En tanto promotor de determinadas acciones y valores el diario La Capital construyó una prédica que intentó ser ejemplar no sólo para la sociedad rosarina sino también para las instituciones y espacios estatales con los cuales entablaba diálogos y discutía. En este sentido algunas de las temáticas a tratar referían específicamente a los problemas cotidianos de los rosarinos como el ruido, la basura, las inscripciones en las paredes, las acciones municipales, etc. Si bien los temas no eran privativos de este proceso histórico y pueden observarse en otros contextos sociopolíticos, en esta coyuntura adquirieron un lugar central en tanto permitió expresar parte de los valores y acciones del "deber ser argentino". Asimismo, junto a los problemas cotidianos que en la narrativa se presentaron como parte de la agenda de cuestiones necesarias a tener en cuenta para constituir ese "bienestar general necesario" , también es posible observar que algunos sujetos eran centro de atención de los editoriales, y como correlato en las cartas de lectores. Es claro que entre esos sujetos se encontraban los jóvenes.

Ya desde el inicio de la dictadura, éstos fueron centro de atención del discurso militar desde una doble mirada. Por un lado los jóvenes representaban el futuro y en ellos se depositaba también la responsabilidad de llevar adelante el PRN. Por otro lado los jóvenes eran vistos en forma negativa, como sujetos peligrosos, rebeldes, por el cual se apelaba a diversas instituciones que llevasen adelante la tarea de "forjarlos" a la propia imagen. En ese sentido los diarios reprodujeron gran parte de ese discurso e incluso ayudaron a construirlo, configurando estereotipos hegemónicos.

En principio es posible observar que los textos periodísticos de aquellos años reprodujeron y difundieron una imagen de la juventud como un todo homogéneo representado en la figura del varón de clase media y estudiante. También es posible observar que en algunos medios, y específicamente en el diario La Capital, se enfatizaba en un discurso que ayudaba a la conformación de percepciones negativas sobre los jóvenes.

En diciembre de 1975, por ejemplo, ante el incendio de una calesita, un editorial aseveraba: "Que en una antigua plaza de Rosario, la plaza López, dos o tres individuos jóvenes hayan quemado una calesita y bailado alrededor del fuego como celebrando un rito, nos parece una acto que linda con lo terrible". Y agregaba: "Vivimos un tiempo en donde todo parece posible, el tiempo del amor y del desprecio, de lo sagrado y lo profano. Las cosas que ocurren se mezclan en un caos que parece preparado con diabólica lucidez. Nos asustan algunos hechos que no deberían asustarnos, sentimos miedo de nada, permanecemos indiferentes ante ciertos horrores. Estamos confundidos, acaso porque la confusión sea el signo secreto de la vida (…) ¿Cómo medir el valor de algo en momentos en que todos los valores parecen subvertidos? ".

Si bien la cita da indicios de la sensación de miedo y caos generalizado que el mismo diario reproduce, no podemos dejar de observar que el editorial se refiere a la acción de jóvenes considerándola abominable, temible. Esa percepción va a surgir frecuentemente en los editoriales y también en las cartas de lectores.

Como ya hemos mencionado, la sección carta de lectores no era un espacio marginal en el diario, ya que no sólo incorporaba la voz del lector al discurso del diario sino que generalmente lo que allí se decía era retomado por los editoriales. En días previos al golpe de estado en una de ellas se aludía al aspecto de los jóvenes: "En estas épocas de cambios hay costumbres de las que duele despedirnos. Por ejemplo la manera en que los alumnos del colegio nacional se presentaban para ir a clase. Me parece bien que cada uno vaya como quiera pero hay algunos alumnos que antes deberían pasar no sólo por una peluquería sino por debajo de la ducha."

En la misma fecha un editorial recibía con beneplácito el uso de saco y corbata en la universidad -especialmente para docentes en tanto "entrañan el propósito de asegurar el umbral de decoro en las aulas superiores". Como es posible observar, entre fines de 1975 y principios de 1976, el problema del aseo, la vestimenta, la salida de los jóvenes en la noche eran cuestionadas tanto desde las cartas de lectores como desde los editoriales y ello no era un elemento casual en su discurso. Por el contrario se inscribía en el marco de un discurso general de existencia de anarquía y desorden en todos los aspectos de la vida, incluso en cuestiones cotidianas. La percepción de que todo estaba "patas arriba" ayudaba no sólo a configurar una visión negativa sobre los jóvenes sino también a plantear la necesidad del restablecimiento del orden.

Ya con el golpe militar las percepciones en torno a ese grupo no difirió, desde otra carta de lectores publicada en agosto de 1976 y titulada "Delincuencia" el lector refería a los 12 consejos para lograr la "delincuencia juvenil", entre ellas transcribo:

"1) Comenzad desde su más tierna infancia a dar al niño todo lo que quiera. 2) No le deis una educación religiosa. Aguardad que sea él mismo quien lo resuelva cuando cumpla 21 años. 3) Jamás le enseñéis la distinción entre el bien y el mal. 4) Permitidle leer todo lo que caiga en sus manos. Preocúpate de esterilizar los vasos y servilleta que usa, pero no os molestéis en vigilar el alimento que nutre su mente. Si seguís estos doce consejos vuestros hijos serán otros delincuentes, si hacéis lo contrario serán un día sanos y honrados ciudadanos".

Otro editorial publicado en julio de 1977 refería a su comportamiento en el transporte público del siguiente modo: "Lo mismo que se trate de varones o de niñas, hacen gala de una total falta de urbanidad. Forman corrillos en los pasillos, dificultando en extremo la de por sí difícil en las horas 'pico', se comunican entre si a gritos y no son escasas las veces que hacen objeto de pesadas burlas al resto del pasaje".

Los jóvenes en general se presentaban así como un foco de atención: "faltos de moral y de urbanidad" o posibles "delincuentes"; se constituían en sujetos potencialmente peligrosos que, desde la prédica del periódico, tanto las instituciones como el estado debían encauzar. Aún cuando desde La Capital se evidenciaba un cuestionamiento general respecto de la juventud, era frecuente la asociación entre "delincuente subversivo" y joven. Dicha asociación se realizaba especialmente desde los comunicados -y desde el discurso militar insistiendo generalmente en la "corta edad" del "enemigo subversivo". Sin embargo esta asociación trascendía los comunicados y desde los medios se alertaba a la población respecto de la necesidad de investigar la documentación de las parejas jóvenes que quisiesen alquilar un inmueble. Según José Lofiego, miembro del Servicio de Informaciones de la policía de Rosario: "Les habíamos dado una especie de formulario mimeografiado con algunos interrogantes básicos, sobre todo movimientos sospechosos de personas que nadie los conocía en el barrio, de personas jóvenes con hijos de poca edad, hacíamos hincapié sobre todo en eso". Como es posible observar, en el imaginario militar de aquellos años subversión y juventud eran términos que se articulaban proponiendo un abanico de interpretaciones y aunque no todos los jóvenes eran considerados subversivos la construcción discursiva ayudaba a crear un ambiente de duda sobre ellos estigmatizándolos.

Aún cuando la llegada del golpe no modificó las percepciones que el diario construía en torno a la juventud, sí se propuso enfatizar las acciones del gobierno de facto que buscaban encauzarla, refrendando no sólo el discurso sino también apoyando fervientemente esas acciones. El 24 de marzo Videla en nombre de la Junta Militar llamaba a "restituir los valores esenciales" y convocaba a los jóvenes a sumarse a esa tarea. Tanto su incorporación en el PRN como las acciones disciplinarias tendientes a "guiar" los comportamientos sociales juveniles se constituyeron en cuestiones subrayadas por los medios locales desde diversas secciones; asimismo no sólo se informaba de temas tales como las nuevas normativas impuestas en algunas escuelas sobre la vestimenta de estudiantes o sobre la campaña moralizadora llevada adelante por la Jefatura de Policía, sino que desde los editoriales se aplaudía tales acciones en tanto se sostenía que "la juventud, en especial, desprovista muchas veces del resguardo necesario dentro de este tipo de cosas es, indudablemente la principal beneficiaria de esta acción moralizador".

En abril de 1976 una carta de lectores de La Capital recibía con satisfacción las medidas tendientes a restringir la circulación de los jóvenes en los horarios nocturnos ya que "con medidas así, lograremos aunque sea de a poco, encauzar a la juventud. Si los padres no se ocupan, ya se ocuparán las autoridades de que no anden a deshoras por allí, a merced de las malas compañías y de todos los peligros que acechan por las calles".

En septiembre de 1977 La Capital planteaba que "la juventud también es valiosa protagonista en el presente" pero que en los años pasados: "desvirtuóse el papel de la juventud en nuestra comunidad, haciéndosela tempranamente destinataria de funciones y atribuciones que no sólo no le correspondían sino que atentaban contra esenciales valores de la civilidad argentina. No debe olvidarse que en los oscuros días en que el terrorismo había montado su maquinaria al amparo oficial, fue calificada de 'maravillosa' a aquella parte de la juventud argentina enrolada en la subversión, y que equivocadamente creían que poner bombas era parte de una tarea patriótica".

En tanto los jóvenes eran llamados a actuar en ese presente el diario los incluyó en su discurso sin dejar por ello de marcar la potencialidad del peligro que surgía cuando eran "manipulados" por el "terrorismo" que los influía con valores ajenos al "ser argentino". Al presentarse a la juventud como un peligro latente, se apelaba especialmente a la responsabilidad instituciones consideradas claves para la formación de esa nueva juventud. Por ello también se enfatizaba desde diversas perspectivas el lugar que ocupaban la familia, la educación secundaria, la Iglesia para inculcar los valores necesarios que no permitiesen esta "intromisión foránea". En diciembre de 1976 La Capital se refería a la familia planteando que "debe constituirse en un bastión inexpugnable para cualquier clase de ataque que pretenda destruirla o desnaturizarle sus funciones esenciales y su protección acabada y plena depende de un justo ordenamiento social". En octubre de 1977 otro editorial planteaba que ante la posibilidad de que los jóvenes fueran "blanco propicio para tentaciones que pueden desviar su camino" la responsabilidad de los padres se volvía ineludible: "El sentido ético de la existencia basado en los tradicionales y permanentes valores morales, debe ser inculcado cotidianamente por los padres pues nada ni nadie puede reemplazarlos en esa responsabilidad que es divina y humana. Vigorizar a la familia como institución equivale a vigorizar a la subsistencia misma de la sociedad, porque esta se basa primaria y fundamentalmente en aquella".

El análisis realizado nos permite pensar que la construcción discursiva de los medios en torno a la juventud no era casual ni menor, sino que se constituía en una herramienta esencial en el proceso de construcción de representaciones más generales que legitimaban el PRN a la vez que impartía pautas y valores que consideraban "esenciales" en esa construcción del "ser nacional".

Mientras La Tribuna y El País retomaron desde sus páginas algunos de los puntos más contundentes del discurso oficial, insistieron en menor medida en cuestiones como, por ejemplo, la temática de la juventud. Sin embargo en la construcción de esas representaciones cobró fuerza la acción discursiva de La Capital, que en tanto se consideraba un claro defensor del PRN, promovió actitudes, valores y problemáticas que no dudó en levantar como banderas de su propio discurso. Así las representaciones hegemónicas en torno a la juventud instituyó a los jóvenes como un todo monolítico y homogéneo -y masculino, presentándose desde los editoriales como una problemática recurrente incluso desde los meses previos al golpe de estado. La construcción de los jóvenes como peligrosos, ajenos y contrarios a la sociedad llevaba a excluirlos, dejando de ser un sujeto social con sus propias pautas, con sus propios comportamientos para convertirse en un problema a resolver, una cuestión de la cual el estado debía encargarse para ordenar, disciplinar y en ocasiones reprimir.

Las empresas periodísticas y los periodistas, durante esos años, mostraron un abanico de actitudes. Pocas veces como durante la dictadura, el periodismo omitió tanto cumplir su rol de denuncia y de vigilancia de los valores éticos. Fueron obsecuentes y colaboracionistas con los genocidas, siendo en los hechos voceros de prensa de los militares, hasta aquellos que arriesgando sus vidas hicieron que su trabajo estuviera basado en principios y compromiso social. Siguiendo su línea de escaso o nulo sostén de la democracia, la "prensa seria" no sólo apoyó el golpe de 1976 sino que, en general, se embarcó en una obcecada defensa u ocultamiento del sistema represivo. En este sector también se produjo una grave falta por omisión o por complicidad: hubo empresas periodísticas, y hasta gente afín al medio, como responsables en el área cultural, que callaron cuando fueron secuestrados periodistas o escritores disidentes. Refugiados en el clima de "paz y orden" así conseguido iniciaron un vergonzoso camino que, en lugar de una autocrítica digna, culminó en una postura más vergonzosa aún: la denuncia tardía de los "excesos", el destape de la "guerra sucia" cuando ello no significaba jugarse, la crítica dura al grupo político-militar al que habían apoyado cuando les era beneficioso. Allí se incuba otro elemento negativo que dificultará cualquier reconciliación: el irreductible sector militar se sintió traicionado por sus acólitos periodísticos de antaño.

También existieron medios que agitaron un clima golpista, como el diario La Razón que dedicó diecinueve tapas consecutivas desde el 2 al 23 de marzo de 1976, a preanunciar el Golpe de Estado, aunque sin nombrarlo en forma explícita.

En cuanto al temor, al clima de amenazas "cruzadas" y a la censura, desde ya que fueron reales. Los militares crearon una oficina de censura a la que dieron el nombre de "Servicio Gratuito de Lectura Previa" y que funcionaba en la Casa Rosada.

Pero la revista "Humor", los diarios "Nueva Presencia" y "Buenos Aires Herald" y otras publicaciones e intelectuales de menor repercusión, mostraron actitudes valientes, elogiables y valiosas de destacar. Representan las constancias de que estas publicaciones condenaron y denunciaron hasta donde pudieron las violaciones a los derechos humanos.

A los pocos días de producirse el Golpe, las Fuerzas Armadas se hicieron cargo de las emisoras de televisión y se las dividieron de esta manera: el Canal 7 denominado ATC a partir de 1978 permaneció bajo la órbita de la Presidencia de la Nación; el Canal 13, bajo la administración de la Armada; el Canal 11 le fue adjudicado a la Fuerza Aérea; y con el Canal 9 se queda el Ejército.

Desde 1977 apareció en cada canal la figura del "Asesor Literario", encargado de leer los guiones de los programas antes de su grabación.

El 15 de septiembre de 1980 se dio a conocer la Ley 22.285 de Radiodifusión firmada por Jorge Rafael Videla. El espíritu de la Ley intentaba culminar con el monopolio estatal de la televisión. Una vez más se echaba mano a aquella estrategia, la misma que intentó en su momento Pedro Aramburu con el Decreto 15.460. La dictadura militar comenzaba un lento proceso de debilitamiento y la desestatización de los canales le permitiría ponerlos en manos de adjudicatarios fieles a ellos, aunque ya no fueran gobierno. La Ley, por otra parte, al menos en la letra, prohibía la inversión de capitales extranjeros, aunque en las emisoras abundaban los productos enlatados provenientes del país del norte. Tampoco permite la adjudicación a personas que tuvieran vinculación alguna con empresas periodísticas, en su cuestionado y luego reformado Artículo 45.

Así se creó el COMFER (Comité Federal de Radiodifusión) con el fin de controlar el funcionamiento y emisión de la programación de radio y televisión. Desde allí, se calificaba a los programas como WHM (no en horario de menores) o WAT (no apto para televisión) y se elaboraban "orientaciones", "disposiciones" y "recomendaciones" acerca de los temas, los valores nacionales y los principios morales que debían promoverse desde la programación.

Algunos programas debieron modificar sus tramas y elencos ya que varios actores y autores fueron excluidos a través de "listas negras" que no se hacían públicas. Por otra parte, la situación económica de los canales producto de los sucesivos traspasos en su gerenciamiento, era caótica; este déficit redujo los recursos para producciones nacionales. En este marco, las programaciones incluyeron principalmente series "enlatadas" norteamericanas.

Uno de los símbolos de aquella época, el paradigma en torno del cual mostraron su adhesión muchos medios de prensa, fue el eslogan: "Los argentinos somos derechos y humanos" (Frase pronunciada por el periodista deportivo José María Muñoz). Al arribar la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la Argentina en 1979, se produjo un fervor general, entusiasmo periodístico, y con epicentro en las transmisiones de Radio Rivadavia comandadas por José María Muñoz, de Radio Mitre con Julio Lagos y de ATC (en los almuerzos de Mirtha Legrand), se exhortó a un festejo fervoroso del triunfo; y, por las radios, se invitó a la gente a manifestar también frente a la delegación de la OEA (Organización de Estados Latinoamericanos), en la Avenida de Mayo, para demostrarle a la Comisión que la Argentina "no tenía nada que ocultar". Tres lacayos de los uniformados eran Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Samuel "Chiche" Gelblung.

Ese fue el espíritu con que el periodismo apoyó a la dictadura, salvo casos aislados. Ese fue el tono con que se escribieron las notas pisoteando una norma esencial: el respeto a la vida y a la verdad. El dogma oficial, una falacia, pretendió ser impuesto como una síntesis de la idiosincrasia nacional.

Próximo a realizarse en el país el Campeonato Mundial de Fútbol en 1978, la dictadura creó el Ente Argentina ´78 TV con el propósito de instaurar un canal de transmisión en color. Se adoptó la norma Pal-N y nació ATC en reemplazo de Canal 7, con instalaciones monumentales y de última generación para justificar el desmesurado presupuesto acordado. Durante el Campeonato, tanto desde la televisión como desde la radio, se promovió el festejo callejero-para "mostrar al mundo" un clima de "alegría popular"-y se emitieron mensajes en los que se desacreditaba la supuesta campaña anti-Argentina en el exterior.

Los contenidos políticos se evitaban, tanto en este tipo de programas como en los de noticias, que recibían permanentes llamadas de atención de la Secretaría de Información Pública (SIP), respecto de los temas que podían tocarse en cada momento. Por ejemplo, en 1981, la SIP anunció a los informativos que no debían hacer ningún comentario que desacreditara la economía y el mercado cambiario.

Las radios también sufrieron, levantamientos de programas, clausuras de emisoras; así también temas y personas de las que no se podía hablar "por órdenes superiores". Algunos artistas prohibidos en las radios fueron: Atahualpa Yupanqui, Sui Generis, Rodolfo Mederos, Arco Iris, Vox Dei, Litto Nebbia, Anacrusa, Luis Alberto Spinetta, Almendra, Invisible, Charly García, Nito Mestre, Joan Báez, Led Zeppelin, Frank Zappa, Génesis, Focus, Chico Buarque de Hollanda, Vinicius de Moraes, Toquinho, Bob Dylan, The Beatles, entre otros.

Aparecieron en los medios de comunicación supuestos "asesores literarios", personas que en realidad se dedicaban a registrar todo aquello que se decía al aire o se escribía. Al igual que había ocurrido con los canales de televisión, las Fuerzas Armadas se repartieron las emisoras radiales.

Otro de los temas que abordaban constantemente los medios de comunicación fue la vida de la familia; se resaltaban los "valores occidentales y cristianos". La idea era que los padres controlaran la vida de los hijos: quiénes eran sus amigos, que leían, qué les enseñaban en la escuela. El principio de autoridad que nacía de la Junta Militar se debía extender a toda la sociedad, y las familias apoyar el proyecto de la dictadura.

El eje de los discursos en radio y televisión era aceptar como natural el control de las fuerzas de seguridad y sumisión a las autoridades. Las publicidades desde el Ministerio de Economía fueron constantes, algunas muy recordadas.

En cuanto al temor, al clima de amenazas "cruzadas" y a la censura, desde ya que fueron reales. Pero la revista "Humor", los diarios "Nueva Presencia" y "Buenos Aires Herald" y otras publicaciones e intelectuales de menor repercusión, mostraron actitudes valientes, elogiables y valiosas de destacar. Representan las constancias de que estas publicaciones condenaron y denunciaron hasta donde pudieron las violaciones a los derechos humanos.

Uno de los símbolos de aquella época, el paradigma en torno del cual mostraron su adhesión muchos medios de prensa, fue el eslogan: "Los argentinos somos derechos y humanos" (Frase pronunciada por el periodista deportivo José María Muñoz).

El dogma oficial, una falacia, pretendió ser impuesto como una síntesis de la idiosincrasia nacional.

Pocas veces como durante la dictadura, el periodismo omitió tanto cumplir su rol de denuncia y de vigilancia de los valores éticos. Siguiendo su línea de escaso o nulo sostén de la democracia, la "prensa seria" no sólo apoyó el golpe de 1976 sino que, en general, se embarcó en una obcecada defensa u ocultamiento del sistema represivo. En este sector también se produjo una grave falta por omisión o por complicidad: hubo empresas periodísticas, y hasta gente afín al medio, como responsables en el área cultural, que callaron cuando fueron secuestrados periodistas o escritores disidentes. Refugiados en el clima de "paz y orden" así conseguido iniciaron un vergonzoso camino que, en lugar de una autocrítica digna, culminó en una postura más vergonzosa aún: la denuncia tardía de los "excesos", el destape de la "guerra sucia" cuando ello no significaba jugarse, la crítica dura al grupo político-militar al que habían apoyado cuando les era beneficioso. Allí se incuba otro elemento negativo que dificultará cualquier reconciliación: el irreductible sector militar se sintió traicionado por sus acólitos periodísticos de antaño.

Desde muchos sectores de la vida nacional se sigue apuntando que aún no hubo una verdadera autocrítica de las empresas periodísticas y de los periodistas colaboracionistas con los golpistas del ´76.

Ese fue el espíritu con que el periodismo apoyó a la dictadura, salvo casos aislados. Ese fue el tono con que se escribieron las notas pisoteando una norma esencial: el respeto a la vida y a la verdad.

El Panorama en Rosario

El mismo día del Golpe, desde la sede del Comando del II Cuerpo, más específicamente de las Oficinas de Inteligencia, se citó a los responsables de los medios de comunicación para darles las nuevas pautas con las cuales debían manejarse. Por otra parte, no fueron pocos los periodistas que desde hacía meses frecuentaban las oficinas y circulaban por los pasillos de la sede de Córdoba y Moreno; tras el Golpe, esas visitas se incrementaron.

Los trabajadores de prensa de aquellos años, destacaron que se les entregaron planillas donde se les informó del ya mencionado Comunicado N° 19, de todas las prohibiciones y las censuras a que debían atenerse en sus trabajos periodísticos.

En nombre de los trabajadores de prensa, Alberto Gollán (ex intendente en 1971 y dueño de Canal 3) y Carlos Ovidio Lagos (director del Diario "La Capital"), respaldaron totalmente el accionar de la dictadura.

La radio de Rosario (LT2) le fue otorgada a Televisión Litoral S.A. en octubre de 1982 por Decreto N° 1004. La firma ya poseía el Canal 3.

Se intervino militarmente a la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa; se expulsó a corresponsales de agencias extranjeras y se requisó haciendo incinerar numerosos libros de bibliotecas públicas y privadas.

Así, los medios gráficos de la ciudad de Rosario se constituyeron para los primeros años del gobierno militar en una herramienta esencial en la difusión y legitimación del proyecto dictatorial en el ámbito local, no sólo porque reprodujeron, aplaudieron y apoyaron el discurso militar sino porque además incorporaron toda una agenda de cuestiones que consideraban ineludible para el PRN. Cabe recordar que para marzo del 76 dos periódicos circulaban en la ciudad de Rosario, ambos con características diferentes. La Tribuna, un diario vespertino, de pocas páginas, con información general aunque con una fuerte presencia de las secciones de deportes y quiniela, ya que se constituía como un diario de raigambre popular y barrial. La Capital, matutino que se perfilaba como un periódico hegemónico en Rosario y el cordón industrial, no sólo porque tenía una tirada promedio de sesenta mil ejemplares semanales y cien mil los domingos, o por su trayectoria a lo largo de todo el siglo sino porque era el diario de referencia con respecto a temas de la ciudad. A ellos se sumaría a mediados de 1977 El País, que en su primera etapa y hasta diciembre era de tirada vespertina transformándose luego en matutino. Si bien El País intentó constituirse como una alternativa, no logró consolidarse como una empresa rentable en la ciudad, cerrándose a mediados de 1978. El estudio sobre la prensa gráfica local señala que tuvieron un rol central en la instalación de una agenda de problemas de diversa índole. En ese sentido me interesa destacar aquí las prácticas discursivas que esos medios construyeron en torno a los jóvenes durante el período 1976/1978, ya que esta fue una temática recurrente permitiendo reproducir y consolidar estereotipos hegemónicos respecto de la juventud.

Si bien los medios gráficos de la ciudad tuvieron, en general, un discurso de apoyo al gobierno militar nacional y local, ese apoyo se construyó desde distintas estrategias y gradualidades. En líneas generales es posible decir que el discurso de los medios, se construyó durante la fase más represiva de la dictadura en una estructura discursiva binaria afianzando y difundiendo la lógica sobre la cual se asentaba la práctica represiva del terrorismo de estado. Como señala Pilar Calveiro, en Poder y Desaparición las lógicas totalitarias son lógicas binarias, construyen su poder a partir de "concebir el mundo como dos grandes campos enfrentados", donde la construcción de la identidad propia rechaza toda posibilidad de otro, otro que es siempre enemigo. Así la "subversión" es ese otro contrapuesto al "ser nacional" que, según el discurso militar, para sobrevivir debe aniquilarla. Esa estructura binaria construida desde los discursos oficiales se reproduce y difunde en otros espacios a la vez que impregna las prácticas enunciativas respecto de múltiples temáticas. Así, los diarios de la ciudad construyeron su discurso también desde una lógica binaria que permeó las interpretaciones sobre la realidad social y que ayudaron en el proceso de legitimidad que se estructuraba respecto de la dictadura impuesta en marzo de 1976, ya no sólo la "subversión apátrida" se oponía al ser nacional, occidental y cristiano, el caos se oponía al orden, un orden que no sólo era la negación del conflicto social y político sino la negación de toda diferencia en los diversos planos de la vida cotidiana. El caos era la inmoralidad, la basura, los perros callejeros, el ruido molesto, el cirujeo, las "gitanas", los jóvenes y el orden era pensado como la erradicación de todos ellos, la restitución de los "valores morales", del decoro.

Dicho discurso se inscribió en la lógica propia del contexto enfatizando una retórica conservadora y fuertemente anclada en la idea de orden, así como en la apelación constante a "salvar la patria". Si bien este pareciera presentarse simplemente como un reflejo del discurso militar y del proyecto del PRN, debemos tener en cuenta que es el mismo periódico quien lo promueve desde las distintas secciones.

El apoyo del diario La Capital a la gestión económica procesista era bastante sólido en el comienzo. El diario coincidía con la orientación general del discurso económico oficial aunque esbozaba algunos desacuerdos puntuales en cuanto al retraso de su implementación en áreas clave como el propio Estado.

En tanto promotor de determinadas acciones y valores el diario La Capital construyó una prédica que intentó ser ejemplar no sólo para la sociedad rosarina sino también para las instituciones y espacios estatales con los cuales entablaba diálogos y discutía. En este sentido algunas de las temáticas a tratar referían específicamente a los problemas cotidianos de los rosarinos como el ruido, la basura, las inscripciones en las paredes, las acciones municipales, etc. Si bien los temas no eran privativos de este proceso histórico y pueden observarse en otros contextos sociopolíticos, en esta coyuntura adquirieron un lugar central en tanto permitió expresar parte de los valores y acciones del "deber ser argentino". Asimismo, junto a los problemas cotidianos que en la narrativa se presentaron como parte de la agenda de cuestiones necesarias a tener en cuenta para constituir ese "bienestar general necesario", también es posible observar que algunos sujetos eran centro de atención de los editoriales, y como correlato en las cartas de lectores. Es claro que entre esos sujetos se encontraban los jóvenes.

Ya desde el inicio de la dictadura, éstos fueron centro de atención del discurso militar desde una doble mirada. Por un lado los jóvenes representaban el futuro y en ellos se depositaba también la responsabilidad de llevar adelante el PRN. Por otro lado los jóvenes eran vistos en forma negativa, como sujetos peligrosos, rebeldes, por el cual se apelaba a diversas instituciones que llevasen adelante la tarea de "forjarlos" a la propia imagen. En ese sentido los diarios reprodujeron gran parte de ese discurso e incluso ayudaron a construirlo, configurando estereotipos hegemónicos.

En principio es posible observar que los textos periodísticos de aquellos años reprodujeron y difundieron una imagen de la juventud como un todo homogéneo representado en la figura del varón de clase media y estudiante. También es posible observar que en algunos medios, y específicamente en el diario La Capital, se enfatizaba en un discurso que ayudaba a la conformación de percepciones negativas sobre los jóvenes.

En diciembre de 1975, por ejemplo, ante el incendio de una calesita, un editorial aseveraba: "Que en una antigua plaza de Rosario, la plaza López, dos o tres individuos jóvenes hayan quemado una calesita y bailado alrededor del fuego como celebrando un rito, nos parece una acto que linda con lo terrible". Y agregaba: "Vivimos un tiempo en donde todo parece posible, el tiempo del amor y del desprecio, de lo sagrado y lo profano. Las cosas que ocurren se mezclan en un caos que parece preparado con diabólica lucidez. Nos asustan algunos hechos que no deberían asustarnos, sentimos miedo de nada, permanecemos indiferentes ante ciertos horrores. Estamos confundidos, acaso porque la confusión sea el signo secreto de la vida (…) ¿Cómo medir el valor de algo en momentos en que todos los valores parecen subvertidos? ".

Si bien la cita da indicios de la sensación de miedo y caos generalizado que el mismo diario reproduce, no podemos dejar de observar que el editorial se refiere a la acción de jóvenes considerándola abominable, temible. Esa percepción va a surgir frecuentemente en los editoriales y también en las cartas de lectores.

Como ya hemos mencionado, la sección carta de lectores no era un espacio marginal en el diario, ya que no sólo incorporaba la voz del lector al discurso del diario sino que generalmente lo que allí se decía era retomado por los editoriales. En días previos al golpe de estado en una de ellas se aludía al aspecto de los jóvenes: "En estas épocas de cambios hay costumbres de las que duele despedirnos. Por ejemplo la manera en que los alumnos del colegio nacional se presentaban para ir a clase. Me parece bien que cada uno vaya como quiera pero hay algunos alumnos que antes deberían pasar no sólo por una peluquería sino por debajo de la ducha."

En la misma fecha un editorial recibía con beneplácito el uso de saco y corbata en la universidad -especialmente para docentes en tanto "entrañan el propósito de asegurar el umbral de decoro en las aulas superiores". Como es posible observar, entre fines de 1975 y principios de 1976, el problema del aseo, la vestimenta, la salida de los jóvenes en la noche eran cuestionadas tanto desde las cartas de lectores como desde los editoriales y ello no era un elemento casual en su discurso. Por el contrario se inscribía en el marco de un discurso general de existencia de anarquía y desorden en todos los aspectos de la vida, incluso en cuestiones cotidianas. La percepción de que todo estaba "patas arriba" ayudaba no sólo a configurar una visión negativa sobre los jóvenes sino también a plantear la necesidad del restablecimiento del orden.

El análisis realizado nos permite pensar que la construcción discursiva de los medios en torno a la juventud no era casual ni menor, sino que se constituía en una herramienta esencial en el proceso de construcción de representaciones más generales que legitimaban el PRN a la vez que impartía pautas y valores que consideraban "esenciales" en esa construcción del "ser nacional".

Mientras La Tribuna y El País retomaron desde sus páginas algunos de los puntos más contundentes del discurso oficial, insistieron en menor medida en cuestiones como, por ejemplo, la temática de la juventud. Sin embargo en la construcción de esas representaciones cobró fuerza la acción discursiva de La Capital, que en tanto se consideraba un claro defensor del PRN, promovió actitudes, valores y problemáticas que no dudó en levantar como banderas de su propio discurso. Así las representaciones hegemónicas en torno a la juventud instituyó a los jóvenes como un todo monolítico y homogéneo -y masculino, presentándose desde los editoriales como una problemática recurrente incluso desde los meses previos al golpe de estado. La construcción de los jóvenes como peligrosos, ajenos y contrarios a la sociedad llevaba a excluirlos, dejando de ser un sujeto social con sus propias pautas, con sus propios comportamientos para convertirse en un problema a resolver, una cuestión de la cual el estado debía encargarse para ordenar, disciplinar y en ocasiones reprimir.

Los espacios artísticos y culturales

"Cuando escucho la palabra cultura, saco el revólver" (Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda de Adolfo Hitler)

Los primeros años de la dictadura habían sido un período sembrado de dificultades las expresiones artísticas, dominado por la represión y la censura. Pero desde 1981 y, sobre todo, a partir de 1982 todas las vertientes de la vida cultural y artística experimentaron, en el país y en la ciudad, un risible renacimiento. La renovada oferta musical y teatral encontró un fértil terreno en un público ávido de propuestas y los rosarinos comenzaron a asistir masivamente al cine, al teatro y a los recitales, sobre todo en aquellos casos en donde se presentaban obras, filmes o artistas prohibidos previamente por la censura. La respuesta del público obedecía no sólo a la indudable calidad de muchas de estas ofertas sino que, por lo menos para una impactante porción de los espectadores, se vinculaba con una forma de resistencia, con una actitud de rechazo a la dictadura que también se verificaba en estos ámbitos.

En el ámbito de la Literatura, hubo escritores asesinados como Rodolfo Walsh (autor de la insoslayable Carta a la Junta Militar), Francisco Urondo, Haroldo Conti, Héctor Oesterheld, Roberto Santoro, Enrique Raab, entre los más destacados de 83 cuerpos que cargaron con la demencia militar.

Otros escritores daban cursos escondidos. Hubo pequeñas heroicidades, pero el miedo dejó su marca.

Los censores-orgánicos, minuciosos-sabían muy bien aquello que debían combatir: la cultura tal como se había manifestado desde la segunda postguerra hasta los primeros 70, la creatividad ligada a la ambición de realizar ética y estética, el sueño de que una subjetividad podría conmoverse ante un proyecto participativo, el afán de poner a danzar las bodas entre sentimiento e intelecto.

Fueron 231 los intelectuales, científicos, docentes, actores y músicos a los que la dictadura consideró poseedores de "antecedentes ideológicos desfavorables" e integraron la lista del Operativo Claridad. En solo una de las listas, se calcula que más de 700 personas de las más diversas profesiones estuvieron incluidas en las listas negras de la dictadura.

Hacia 1982 se verificó un cierto aflojamiento de los controles sobre los medios masivos de información que redundó en algunos cambios importantes. Ese año comenzó a editarse Rosario, que representó un soplo de aire fresco en la ciudad, quebrando el tradicional dominio que ejercía el diario La Capital en el ámbito de los medios gráficos y la programación de los canales locales comenzó a incluir ciclos de enorme éxito producidos en la Capital Federal, como "Nosotros y los Miedos", que eran la expresión de una televisión más comprometida.

Por su parte, "El Clan", un programa que se emitió durante varios años en el mediodía de Canal 5, representó un esfuerzo de producir una especie de revista periodística de la ciudad, que fue cambiando a medida que se transformaba la realidad política a nivel local y nacional.

La cultura que supervivía en el país guardaba, después del golpe, como condición de existencia, su invisibilidad, con cursos, talleres que daban entre otros, Juan José Sebreli, Juan Carlos Martini Real, Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo, quienes espiaban por las rendijas de sus departamentos, para comprobar, antes de que llegaran los alumnos, que no hubiera algún fisgón apuntando desde la vereda. La cultura, en los primeros años de dictadura, estuvo amordazada para interceder en la vida nacional y, como contrapartida, construyó espacios "micro".

El silencio mortuorio y plano, derramado desde el poder, no tuvo tampoco en la cultura el exacto reflejo buscado.

Las autoridades jamás pudieron disociar conceptualmente a la literatura de un ejercicio esotérico con aroma a marxismo. Toda la filosofía, excepto la tomista, era conspirativa y prescindible y sus cultores, sujetos de temer.

La dictadura militar hizo indiscriminadas listas negras donde anotó a Atahualpa Yupanqui, a Litto Nebbia y a Luis Alberto Spinetta. La música fue cercenada de tal forma que se prohibieron 250 composiciones musicales. Por ejemplo, fue proscripto el tango "Cambalache" de Enrique Santos Discépolo.

En el cine, entre 1976 y 1983 se censuraron 132 películas, de la mano de Miguel Paulino Tato. Las formas desbordantes, ingenuas y clásicamente argentinas de Isabel Sarli encresparon los ánimos militares. La promiscuidad altamente estética del "Casanova" de Fellini, la virulencia juvenil de "La Naranja Mecánica", así como los símbolos sexistas de Pier Paolo Pasolini no aprobaban los cánones marciales que exigía la "moralidad" imperante. Fernando Pino Solanas jamás pudo exhibir "Los hijos de Fierro", y Leonardo Favio sólo existía en las listas negras.

Una de las películas más valiosas de todo el período fue "Tiempo de Revancha". Un plano de Federico Luppi cortándose la lengua frente al espejo, se convirtió en el símbolo de una pírrica victoria contra un sistema aparentemente impenetrable desde una resistencia silenciosa.

En el cine, entre 1976 y 1983 se censuraron 132 películas, de la mano de Miguel Paulino Tato. Las formas desbordantes, ingenuas y clásicamente argentinas de Isabel Sarli encresparon los ánimos militares. La promiscuidad altamente estética del "Casanova" de Fellini, la virulencia juvenil de "La Naranja Mecánica", así como los símbolos sexistas de Pier Paolo Pasolini no aprobaban los cánones marciales que exigía la "moralidad" imperante. Fernando Pino Solanas jamás pudo exhibir "Los hijos de Fierro", y Leonardo Favio sólo existía en las listas negras. Las listas negras fueron varias a través de esos años; algunos actores y actrices se exiliaron principalmente en Europa y Méjico.

Entre los censurados podemos citar a Norma Aleandro, Marilina Ross, Irma Roy, Bárbara Mujica, Juan Carlos Gené, Luis Politti, Federico Luppi, Carlos Carella, Héctor Alterio, David Stivel; ellos habían recibido amenazas en las postrimerías del anterior gobierno constitucional, por parte de la Triple A y fueron prohibidos por decisión de la Junta Militar.

El cine fue un instrumento al servicio de crear el semblante de alegría para todos tal como lo muestra una de las producciones de la época, "La fiesta de todos" (1978), dirigida por Sergio Renán. El libro fue de Mario Sábato y Hugo Sofovich, y con Adolfo Aristarain como director de producción. El punto de partida fue el material registrado por la empresa brasileña Milton Reisz Corp, que había tenido la concesión de la filmación del Mundial. Fue un collage optimista que reunía imágenes de los distintos encuentros deportivos y de los festejos de la gente en la calle y en las tribunas-donde también aparecían, en algunos momentos, Videla y Massera, y donde asomaba un corte sostenido, con globos con la leyenda "Argentina de pie ante el mundo"-más una serie de mínimos sketches interpretados por conocidos actores argentinos, desde Luis Sandrini y Malvina Pastorino hasta Aldo Barbero, Rudy Chernicoff, Ulises Dumont, Ricardo Darín y Susú Pecoraro.

A pesar de esos ataques y luego de años de oscurantismo, un grupo de autores decidieron reafirmar la existencia de la dramaturgia argentina, aislada por la censura de las salas oficiales y silenciadas en las escuelas de teatro del Estado.

Todo comenzó en 1980, cuando varios autores se propusieron mostrarse conjuntamente en un teatro y veintiuno de ellos "escribieron otras tantas obras breves que, a tres por día, formaron siete espectáculos que debían repetirse durante ocho semanas.

En 1981 "Teatro Abierto" representó en Buenos Aires una experiencia de libertad en el ámbito del teatro independiente que, a pesar de las amenazas y prohibiciones, mostró que existían espacios de creación y reflexión que concitaban el apoyo popular. Fue un movimiento de los artistas textuales de Buenos Aires. En agosto de 1982 el ciclo se reeditó en Rosario, y durante un mes se presentaron obras de catorce directores en distintas salas de la ciudad, que fueron recibidas por el público, alentando a elencos y directores locales a repetir la experiencia en 1983. Esta experiencia notable se extendió hasta 1985.

Cada obra fue dirigida por un director distinto y puesta en escena a intérpretes diferentes para dar lugar a una presencia también masiva de los actores. Así, doscientas personas, entre autores, directores y técnicos, participaron del primer ciclo.

El evento se inauguró en el Teatro del Picadero y desde la primera función provocó una convocatoria de público entusiasmado que desbordó las trescientas localidades previstas. Las funciones se realizaban en un horario insólito, a las seis de la tarde, y el precio de la entrada equivalía a la mitad del costo de una localidad de cine.

Una semana después de inaugurado, un Comando de la Marina incendió las instalaciones de la sala. Los militares habían advertido que estaban en presencia de un fenómeno donde se mezclaba lo político con lo teatral.

El atentado provocó la indignación de todo el mundo cultural. Casi veinte dueños de salas incluidas las más comerciales, se ofrecieron para asegurar la continuidad del ciclo. Más de cien pintores donaron cuadros destinados a recolectar dinero y recuperar las pérdidas. Los hombres más importantes de la cultura y de los derechos humanos, como Jorge Luis Borges y el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, expresaron su adhesión.

Las actividades pudieron continuar en el Teatro Tabarís, la más comercial de todas las salas de la calle Corrientes y con el doble de capacidad que el Teatro del Picadero. Las funciones se hacían a teatro lleno, y el entusiasmo del público convertía a las obras en verdaderas proclamas antidictatoriales.

Se realizaron tres ediciones de Teatro Abierto bajo el régimen militar (1981/1982/1983). Durante 1984 se debatió la forma de continuar, y las actividades siguieron durante dos ediciones.

El ejemplo estimuló a otros artistas de otras expresiones y así surgieron, a partir de 1982, Danza Abierta, Poesía Abierta y Cine Abierto, con un éxito en los ambientes de esas especialidades.

El Teatro en Rosario

En Rosario el teatro siempre ocupó un lugar relevante en la cultura de la ciudad. Desde los primeros grupos a los actuales hubo épocas de esplendor, con grandes actores, autores, y con la representación de las más diversas obras.

En las décadas previas al Golpe, la actividad teatral fue intensa, y fueron varios los grupos teatrales que sufrieron la censura y prohibiciones durante la dictadura. Entre ellos, podemos recordar a Arteón, definida como "una organización de experimentación y resistencia cultural".

Un antecedente fue el Grupo "Organización y Arte"; posteriormente, varios de sus integrantes se escindieron y conformaron Arteón. En 1965, se constituyó un espacio artístico, creativo y de producción colectiva.

Néstor Zapata recuerda que junto a María Teresa Gordillo fundaron Arteón en la mesa de un bar. Otros miembros destacados fueron Sara Lindberg y Miguel Daza. Este grupo de jóvenes hipotecaron la casa de Zapata padre para conseguir un crédito y realizar una película. Su especulación era ganar un concurso para luego hacer frente a la hipoteca. El premio no se ganó y había que hacer frente a la hipoteca.

En los ajetreados años ´60, diferentes grupos de jóvenes con inquietudes artísticas, intelectuales y políticas, se aglutinaban en las trasnoches del Arteón. Rápidamente se consolidó como un espacio de sociabilidad que permitía la circulación de ideas y la interacción de propuestas y proyectos.

Con las funciones de trasnoches se afrontaron las necesidades económicas; pero el objetivo del grupo era crear, inventar. El Arteón se consolidó como un emprendimiento multicultural capaz de aglutinar y promover actividades de cine; y la producción y realización de cine, cine arte, obras de teatro, títeres y también cine publicitario.

A finales de la década del ´60, principio del ´70, hubo una etapa de producción de ficción donde la realidad social de represión y resistencia ciudadana estaba presente en las obras. Este contexto social de opresión e injusticia se catalizó en la producción de dos cortometrajes de alto contenido social: "Última Acción" y "El Hueso de Paco".

El 27 de Octubre de 1972, sin saber cómo, ardió el Arteón. El fuego arrasó con el depósito y la sala de Arteón. A partir de 1973 nuevos aires parecen ser los inspiradores de un clima de fervor generalizado.

Arte, creación y política, fueron las divisas que identificaban a los involucrados en el emprendimiento Arteón. En una de las salas, en el bajo de Laprida al 500, se refugian los trabajos teatrales. En Sarmiento al 700, en El Patio, se realizaban los estrenos de algunas películas.

Luego, en los momentos de represión y censura, el grupo se preparó para enfrentar la nueva situación. Algunos materiales se guardan, otros se esconden, la mayoría se pierden. La decisión política es evitar la clandestinidad y armar una organización cultural en la superficie. Se conciben los Talleres de Arteón como "una forma de resistencia cultural". Se convocan y se organizan las personas más idóneas para ello. Este lugar se afianza, gana respeto por su reputación.

En agosto de 1982 el ciclo se reeditó en Rosario, y durante un mes se presentaron obras de catorce directores en distintas salas de la ciudad, que fueron recibidas por el público, alentando a elencos y directores locales a repetir la experiencia en 1983.

En una coyuntura de creciente politización, el fenómeno de "Teatro Abierto" estimuló el acercamiento de los rosarinos al teatro independiente y hacia aquellas expresiones culturales que proponían una reflexión sobre la realidad presente y pasada. Por esos años, el teatro independiente vivió una especie de boom y las puestas de los elencos rosarinos-entre los que se contaban Arteón, Escena 75, el Teatro Margarita Xirgu dirigido Lauro Campos o el grupo de Pepe Costa-se vieron favorecidas por la afluencia de público.

En sus comienzos, la Asociación Amigos del Arte, declara filiación antiperonista, intenta dar una respuesta a algunos conceptos populistas del ya triunfante movimiento liderado por Perón. Se privilegiaban las manifestaciones artísticas provenientes de la vanguardia pero no jamás se ejerció censura sobre ninguna propuesta que se acercara. El director teatral Raúl Marciani fue responsable del área Teatro de la Institución. Al principio la entidad funcionaba en una casa situada en las calles Laprida y Santa Fe y allí pasaron figuras de las letras como Jorge Luis Borges y del teatro como Juan Carlos Gené, por nombrar algunos de los más representativos.

Durante la dictadura militar, Amigos del Arte tuvo su decadencia, perdió el brillo que tenía en sus orígenes ya que con el alejamiento de Teatrika los integrantes de la Comisión Directiva decidieron no hacer más teatro.

Raúl Marciani, director del Grupo La Catapulta, es uno de los que impulsa el retorno de la actividad teatral a la sala, instalándose con sus talleres y una programación abierta a toda la comunidad.

En la década 70-80 surgen Teatrika (1972) con la dirección de Pepe Costa, que funcionó en la Sala de Amigos del Arte; la Comedia Provincial Santafesina (1973); el Instituto Provincial de Arte (1974); Escena 75 (1975) con la dirección de Daniel Querol y Carlos Segura (iniciados en Teatrika), elenco que rescata la figura de uno de los forjadores del teatro a nivel nacional como fue Eugenio Filippelli; el Teatro del Mercado Viejo con la dirección de David Edery y Elisenda Seras; y en 1978 CRIT, Centro Rosarino de Investigación Teatral.

En 1973, consecuencia de la realidad política de Argentina, el grupo Arteón presenta "Compañero País" en los jardines de Canal 5 bajo la dirección de Néstor Zapata.

Pero la dictadura no paralizó a los actores rosarinos. Estos buscaron nuevas estrategias y, a meses del 24 de marzo de 1976, Arteón estrenó "Stéfano", de Discépolo, con dirección de Néstor Zapata; "El Organito", en el teatro del Mercado Viejo, dirigido por David Edery; y "Babilonia", del grupo Teatrika, bajo la dirección de Pepe Costa, que permanece tres años en cartelera. Al año siguiente, se incorpora María de los Ángeles González, primero como actriz y luego como docente y autora teatral. También se pone en escena "Relojero" por el grupo APM (Agentes de Propaganda Médica).

Esta etapa cuenta con la Sala Lavardén, ex sala Evita y el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, herencia que nos dejara el Mundial de Fútbol 78, que se constituyó desde entonces en el ámbito propio de las manifestaciones culturales de la ciudad, organizando importantes ciclos de teatro.

Pero hay una figura que aparece modelando el humor político rosarino, uno de los grandes maestros que predicó con un estilo particular de enseñanza siempre preocupado por su conexión con las luchas populares: Norberto Campos.

Campo fue el símbolo de cómo el teatro puede afinar sus herramientas e intervenir en lo social, fundamentalmente en los espacios callejeros, espacios donde la irreverencia y la transgresión adoptan otra variante de la risa. En su homenaje a los orígenes del teatro argentino, vistiendo los atuendos de aquel inmortal "Pepino el 88" y fundando el Grupo Litoral junto a la bailarina y coreógrafa Cristina Prates, encuentra el campo propicio para fusionar el humor político, el teatro y la danza que alcanzaron con"Inodoro Pereyra, el renegau", una de las empresas más genuinas de las artes escénicas rosarinas adaptando la popular historieta del Negro Fontanarrosa.

Durante el período de la dictadura aparecen agrupaciones ejerciendo un accionar contestatario y de claro desafío, asumido en mayor o menor grado por algunos grupos como Cucaño y el Grupo de Jorge Orta. Las acciones eran callejeras, efímeras o esporádicas, como así también en algunas galerías privadas. Así surge Grupo Azul y, a fines de la etapa, la expresión del teatro callejero.

El grupo más importante fue Cucaño, una formación que intervenía constantemente en el espacio callejero de las más variadas maneras; podían ir de lo irónico a la provocación, buscando formas constantes de ataques a la "moral".

Una característica común a todos los grupos es que se dedican a estudiar teatro, buscando perfeccionarse en el país y en el extranjero.

El 27 de noviembre de 1978 se creó la filial Rosario de Asociación Argentina de Actores, y Pepe Costa funda el Centro Rosarino de Investigación Teatral.

En la década del ´80, se inicia una prolífica, producción que arranca con una puesta memorable: "Cándida", de Bernard Shaw, con dirección de Héctor Tealdi, que fue censurado durante los años de la dictadura. Fue un pionero del teatro independiente en la década del ´50, donde desarrolló una gran labor en su ciudad natal, Rosario. Aún en plena censura, en los años ´80 comenzó nuevamente a realizar una gran actividad teatral al participar en el Grupo Teatro Abierto; ahí dirigió a Leonor Manso y Carlos Carella.

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