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El aporte social de los emprendedores: una mirada histórica desde una perspectiva liberal




Enviado por Eugenia Sol



Partes: 1, 2, 3, 4

  1. Introducción
  2. Emprendedores y sociedad: la visión tradicional
  3. El emprendedor civilizador
  4. El emprendedor y el proceso de mercado
  5. ¿Por qué hay más riqueza en algunos países?
  6. Perspectiva histórica del emprendedor y las empresas
  7. Emprendedores de la Edad Media
  8. Los caminos del emprendedor
  9. Surgen grandes compañías mercantiles
  10. El caso de la Compañía de las Indias Orientales
  11. El Espíritu Emprendedor en América. De la Revolución Americana a los capitanes de la industria
  12. Consideraciones finales
  13. Bibliografía

Introducción

Es común escuchar en estos días todo tipo de críticas al capitalismo global que cubre, cual peste incontrolable, todos los rincones del planeta. La sociedad en la que nos toca vivir parece estar condenada a su autodestrucción por la influencia de los países desarrollados, que en su búsqueda de mejoras tecnológicas y nuevos mercados propagan todo tipo de calamidades alrededor del mundo. La "enfermedad" es conocida como globalización, y sus propagadores son los países capitalistas a través de sus agentes contaminantes, es decir, las corporaciones multinacionales y los empresarios que dan origen a las mismas. En consecuencia, y siempre siguiendo este razonamiento, la manera de detener esta plaga es poner más controles sobre la economía nacional e internacional. Crear obstáculos legales cual antídotos contra una enfermedad que corroe el cuerpo social de las naciones. El "capitalismo salvaje", como le gusta llamarlo a sus detractores, es la causa, entonces, de todas las inequidades y privaciones que padecen más del 80% de la población mundial. Por este motivo, los agentes del capitalismo son denostados y fustigados por su accionar. No es extraño ver de cuando en cuando a Bill Gates ser recibido con un pastel en la cara cuando alguno de estos globalifóbicos tiene la oportunidad de acercarse al empresario en público.

Ahora bien, esta reacción contra los emprendedores y hombres de negocios no es nueva, sino que ha estado presente a lo largo de la historia. Para no alejarnos mucho en el tiempo, podemos situarnos en los siglos XIII y XIV de nuestra era y ver la condena que sufrieron los mercaderes medievales por parte de nobles y religiosos. La actividad se "toleraba" como un mal necesario, el mercader que compra y vende productos elaborados por otras personas no tendría porque enriquecerse más que aquellos que habían producido estas mercancías. El prestamista que adelantaba dinero al productor no tendría por qué cobrar interés, ya que él no había hecho ningún tipo de esfuerzo en la operación. Y el mismo rechazo sufrían aquellos hombres que a lo largo de los siglos XVI y XVII se animaron a experimentar y a hurgar en el campo de las ciencias para lograr mejores maquinarias y procesos productivos. No faltaron los que argumentaron que aquellos emprendedores que descubrían nuevos métodos de producción, más eficientes y económicos, perjudicaban a los artesanos que veían peligrar su fuente de trabajo, y a los campesinos que debían emigrar a la ciudad por culpa de las nuevas maquinarias agrícolas que ahorraban trabajo en el campo. Más cerca en el tiempo, los grandes emprendedores de la segunda mitad del siglo XIX fueron tildados sin titubeos como robber barons. A lo largo de más de cinco siglos aquellos que se animaron a desafiar a la autoridad y a la tradición fueron objeto de rechazo por parte de la clase gobernante e intelectual de su época (aún hoy sigue existiendo este tipo de rechazo hacia el empresario exitoso). Sus ideas y su eventual riqueza fue objeto de censura y rechazo, como si los cambios que lograban introducir luego de un dificultoso e inestable proceso de ensayo y error sólo tuvieran como consecuencia el enriquecimiento propio y la desdicha ajena.

Rara vez encontraremos en los libros de historia los nombres de empresarios,
comerciantes o banqueros exitosos, y cuando se los menciona se lo hace con una
connotación negativa. Eso sí, no faltarán en dichos textos
los nombres de artistas, generales, reyes, políticos, filósofos
y líderes sociales. En estos textos se relatan sus hazañas
y proezas con lujo de detalles, como si estos fueran el motor de la historia
y del progreso. Así, el éxito o el fracaso de la sociedad depende
de la fortuna y sagacidad de estos hombres, ya sean miembros de la clase gobernante
o de la "elite iluminada" que vendría a implantar una nueva
forma de gobierno, cuyo noble propósito es el de la redistribución
de la riqueza.

El objetivo de este artículo, es rescatar la importancia de los hombres de negocios (comerciantes, banqueros, empresarios) como agentes civilizadores de la sociedad. La idea central es que en aquellos pueblos en los que estos emprendedores pudieron actuar con mayor libertad se generaron mejores condiciones para el progreso de la población en su conjunto. Es decir que: en primer lugar, el éxito de los mismos es el resultado de la posibilidad de poder experimentar libremente, asumiendo todos los costos y beneficios de sus acciones; en segundo término, que como consecuencia de sus acciones la sociedad en su conjunto, la cercana y la lejana (tanto en tiempo como en espacio) ha podido disponer de mejores herramientas para ser más productivos y en consecuencia generar más riqueza; y por último, que en aquellos países donde no existen (o existieron) estos empresarios donde encontramos las peores condiciones de vida de la gente. En síntesis, la ausencia de empresarios capitalistas, y no la presencia de los mimos, es la causa de la pobreza y de las miserables condiciones de vida en la que está sumergida la mayoría de la población mundial.

En las próximas páginas haré referencia a algunos emprendedores y su influencia a lo largo de la historia, analizando principalmente el contexto en el que se produjo la aparición de los mismos y cuáles fueron sus contribuciones para el progreso de la civilización. Por cuestiones de espacio, sólo me remitiré a algunos casos puntuales situados entre los siglos XIV y XIX. En la primera parte haré una breve referencia teórica al rol del emprendedor en la sociedad; en la segunda parte, mencionaré el caso de los mercaderes medievales; en la tercera, las características de los hombres de negocios en Estados Unidos desde la independencia hasta finales del siglo diecinueve.

Emprendedores y sociedad: la visión tradicional

Las sociedades que a lo largo de la historia han podido progresar en todos los aspectos del quehacer humano han contado con la presencia de emprendedores-innovadores, los cuales han aportado adelantos de todo tipo que beneficiaron, en distinto grado, a toda la comunidad. Si bien es cierto que las acciones de estos fueron motivadas en la mayoría de los casos por la ambición personal, el fin de lucro y la curiosidad, no es menos cierto que las consecuencias de sus acciones redundaron en mejoras no sólo para sus contemporáneos, sino también para las generaciones futuras.

De todos modos, es curioso observar que estos emprendedores-innovadores
generalmente son ignorados a la hora de hacer un estudio de la historia de los
avances de la civilización occidental. Es más, en la mayoría
de los textos en los que se analiza su actuación, se los asocia con una
connotación negativa. Se los presenta como seres que se han enriquecido
a costa del resto de los habitantes. Bajo esta perspectiva el emprendedor es
visto como aquel que sólo busca su beneficio personal o sectorial a costa
del resto de la comunidad, como si el éxito económico del que
llegaron a gozar fuera la consecuencia directa del perjuicio o la explotación
del resto de la sociedad.

En nuestros días, es común escuchar todo tipo de críticas al capitalismo global y a las grandes empresas que son su cara más visible. Políticos, líderes religiosos, periodistas e intelectuales llenan periódicos, espacios en radio, televisión y libros culpando al capitalismo por todas las calamidades que nos ocurren, al tiempo que añoran una sociedad más igualitaria en la que (supuestamente) todo el mundo vivía en condiciones de igualdad y en un ambiente menos contaminado por las grandes fábricas.

Para muchos de estos críticos del capitalismo, los emprendedores y las corporaciones multinacionales son los causantes de todos los males que deben sufrir los sectores más pobres de la sociedad. De hecho, solemos leer en la portada de los periódicos cuando una gran empresa toma la decisión de despedir a un gran número de empleados, pero casi nunca leemos sobre la cantidad de empleados a los que dan trabajo dichas empresas. Parecería que el capitalismo y los empresarios sólo son responsables por los hechos desagradables pero no así por los beneficios de los que gozan los habitantes de las sociedades industrializadas. Si se sigue esta línea de razonamiento, no es extraño observar los pedidos de implementar más controles sobre la economía y las empresas, especialmente a partir de la crisis global que nos afecta desde finales de 2008. Crear obstáculos legales para limitar las supuestas consecuencias negativas del capitalismo y sus "agentes propagadores" (los empresarios) parece ser la consigna del día a nivel global. El denominado "capitalismo salvaje" es la causa de todas las inequidades y privaciones que padece la mayoría de la población mundial.

Ahora bien, esta reacción contra los emprendedores y hombres de negocios no es algo que ha surgido en estos últimos años, sino que ha estado presente a lo largo de todas las épocas. Para no alejarnos mucho en el tiempo, podemos situarnos en los siglos XIII y XIV de nuestra era y ver la condena que sufrieron los mercaderes medievales por parte de nobles y religiosos. Su actividad era "tolerada" como un mal necesario, el mercader que compra y vende productos elaborados por otras personas no tendría porque enriquecerse más que aquellos que habían producido estas mercancías. El prestamista que adelantaba dinero al productor no tendría por qué cobrar interés, ya que él no había hecho ningún tipo de esfuerzo en la operación. Y el mismo rechazo sufrían aquellos hombres que a lo largo de los siglos XVI y XVII se animaron a experimentar y a hurgar en el campo de las ciencias para lograr mejores maquinarias y procesos productivos. No faltaron los que argumentaron que aquellos emprendedores que descubrían nuevos métodos de producción, más eficientes y económicos, perjudicaban a los artesanos que veían peligrar su fuente de trabajo, y a los campesinos que debían emigrar a la ciudad por culpa de las nuevas herramientas agrícolas que ahorraban trabajo en el campo.

Más cerca en el tiempo, los grandes emprendedores de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX han sido catalogados como robber barons. Uno de los autores que más ha influido con su prédica antiempresarial fue Thorstein Veblen con su trabajo Theory of Business Enterprise publicado en 1904. En éste, Veblen sostiene que a la empresa moderna sólo le interesa acumular capital, sin importarle si para hacerlo perjudica o beneficia a la comunidad en donde se desempeña. Este autor influenció a John M. Keynes, quien también se refirió a los empresarios en forma negativa al sostener que eran seres ignorantes, cínicos y con falta de escrúpulos. En los años treinta esta visión crítica sobre los empresarios está claramente reflejada en la obra de Matthew Josephson, The Robber Barons, publicada en 1934, en el cual se retoma la idea de Marx, al sostener que la riqueza del empresario era producto del trabajo que éste le robaba a los obreros de la empresa.[1]

A lo largo de más de seis siglos, aquellos que se animaron a desafiar a la autoridad y la tradición, fueron objeto de rechazo por parte de la clase gobernante e intelectual de su época. Aún hoy, en la sociedad altamente tecnificada que nos toca vivir (con cientos de adelantos que nos hacen la vida mucho más sencilla de lo que podría ser) la figura del hombre de negocios exitoso sigue siendo rechazada. Excepcionalmente encontraremos en los libros de historia los nombres de empresarios, comerciantes o banqueros exitosos, y lo más probable es que cuando se los menciona se lo hace con una connotación negativa. Por el contrario, no faltarán en dichos textos los nombres de artistas, militares, reyes, políticos, filósofos, líderes sindicales y sociales. En la mayoría de los casos se resaltan sus aportes a la civilización y el progreso social, como si el éxito o el fracaso de las naciones dependiera de la fortuna y la habilidad de estos hombres, ya sean miembros de una elite gobernante o de un grupo de "elegidos" que lideran una revolución que vendrían a implantar un nuevo orden social, que en la mayoría de los casos se traduce en la creación de una sociedad más igualitaria producto de una justa distribución de la riqueza.

El emprendedor civilizador

En este trabajo se tomará la figura de los hombres de negocios (mercaderes, banqueros, empresarios) con un enfoque totalmente opuesto al que señalamos en los párrafos precedentes. Nuestra hipótesis es que los empresarios son agentes promotores de civilización de la sociedad. Al hablar de civilización nos referimos a una sociedad que ha logrado un cierto estado de desarrollo intelectual, cultural y material, caracterizado por el progreso en las formas de vida cotidianas, con un uso extensivo de la lectura y la escritura, así como también de la tecnología, las ciencias y las artes, todo lo cual implica la existencia de instituciones políticas, sociales y económicas que dan un marco de referencia para una convivencia relativamente pacífica entre los individuos. En este sentido, la civilización es un proceso de creación continuo y espontáneo, ya que no la encontramos dada de esta forma en la naturaleza, siendo el ser humano el único sujeto susceptible de crear civilización.

A lo largo de la historia hemos conocido pueblos que han logrado distintos grados de civilización y algunos otros que nunca han logrado conformarse como una sociedad civilizada. ¿Por qué se ha producido esta diferencia entre unos y otros? Son muchos los trabajos que se han dedico a contestar esta pregunta. Las respuestas que se dieron abordaron explicaciones desde la filosofía, la historia, la geografía, la provisión de recursos naturales, la organización política y las creencias religiosas, por mencionar sólo algunos de los enfoques más conocidos. Pero son pocos los trabajos que destacan el aporte que han hecho los emprendedores al desarrollo de la civilización occidental.

En estas páginas resaltaremos el rol determinante que tuvieron los emprendedores en el progreso de la sociedad, ya que es precisamente en aquellos países donde existe un mayor número de emprendedores exitosos donde se encuentran las mejores condiciones de vida para la población. Ahora bien, una condición necesaria para que exista la posibilidad de tener empresarios exitosos es que haya libertad de emprendimiento.

El éxito de empresarial es consecuencia de la posibilidad de poder
experimentar libremente corriendo riesgos, asumiendo costos y, también,
pudiendo disfrutar de los beneficios que acarreen sus acciones cuando culminan
exitosamente. Ahora bien, cuando en una sociedad libre el empresario obtiene
beneficios, éstos no son sólo para el emprendedor sino que también
la sociedad se beneficia al poder disponer de una mayor cantidad de bienes que
le facilitan la vida, ya sea con mejores herramientas, mejores condiciones de
vida o simplemente con más tiempo libre para poder destinarlo como mejor
le plazca a cada uno. Por ejemplo, una simple mejora en el transporte puede
dar más libertad a las personas, acercar mercados distantes, mejorar
las dietas alimenticias, proveernos mejores medicinas o traer el circo al pueblo
para brindar entretenimiento a sus habitantes.

Lo que sucede generalmente es que la gente se queda pensando solamente en la fortuna personal que logra acumular el emprendedor exitoso, lo cual nos hace perder de vista todo el proceso de creación de riqueza que hay detrás de ese éxito y los beneficios que el mismo implica para el resto de la comunidad. Esto se produce porque se suele olvidar el hecho de que en una sociedad libre los que premiamos con el éxito a los empresarios somos los consumidores cada vez que elegimos los productos o servicios que estos ofrecen en el mercado. Por el contrario, en aquellos países donde no existen condiciones que incentiven la aparición estos empresarios son los mismos en los que se encuentran las peores condiciones de vida para la gente. Se podría decir que la ausencia de empresarios capitalistas, y no su presencia, es la causa de la falta de riqueza y de las paupérrimas condiciones de vida en la que está sumergida una gran parte de la población mundial.

El emprendedor y el proceso de mercado

Son diversos los significados que se le han atribuido al concepto de "empresario": se lo suele considerar como un factor de producción, como coordinador de factores, también como manager y líder carismático, o como innovador. Pero aún cuando éste puede ser identificado con muchas etapas del proceso económico, son muy pocas las páginas que dedican los manuales de economía para estudiar la función empresarial.[2]

Peter Klein sostiene que "la función empresarial, en el sentido misiano(, es el acto de asumir la incertidumbre. En un mundo siempre cambiante, las decisiones deben basarse en las expectativas sobre eventos futuros. Debido a que la producción toma tiempo, se deben invertir recursos antes que el retorno sobre las inversiones sea realizado. Si el pronóstico sobre los retornos futuros no es adecuado, las ganancias esperadas se convertirán en pérdidas. Esto, por supuesto, es así no sólo para los inversores financieros, sino para todos los actores humanos. Por lo tanto, toda acción humana deliberada corre algún riesgo que los medios seleccionados no den como resultado el fin buscado. En este sentido, todos los actores humanos son emprendedores".[3] En el caso que nos ocupa, podremos apreciar cómo en aquellas sociedades en las que se puede acotar el riesgo a través de reglas de juego claras, ampliamente conocidas y estables, la presencia de emprendedores exitosos será mayor que en las que no desarrollan un cuerpo institucional que permita acotar el riesgo y la incertidumbre.

Por estabilidad institucional se entiende un conjunto de normas que perduran en el tiempo y que hacen posible predecir con cierto margen de certidumbre las consecuencias de nuestras acciones, si bien no en cuanto a cómo reaccionará el mercado, sí en cuanto al marco legal que regula el comportamiento de los que participan en el mercado. En el contexto de la sociedad libre a la que hacemos referencia, esta estabilidad institucional está determinada por los siguientes principios: libertad individual (de ingreso y salida al mercado, y de movilidad de factores), derechos de propiedad claramente establecidos, cumplimiento de las promesas (contratos) y estado de derecho, esto último refiere a lo que llamamos gobierno de la ley.

De todos modos, la existencia de un marco institucional estable no significa la posibilidad de conocimiento perfecto o el acceso a toda la información requerida por el emprendedor. Éste, asume riesgos aún en las sociedades que más respetan los derechos de propiedad. Se puede decir que la existencia de reglas claras y estables es una condición necesaria para que aparezcan emprendedores dispuestos a arriesgar capital en búsqueda de un beneficio esperado, pero bajo ningún concepto la existencia de las mismas implica la desaparición del riesgo.

Hasta acá se hizo referencia al emprendedor como esencialmente tomador de riesgo, pero éste también puede ser identificado como la persona cuya característica principal es la de buscar mercados subvaluados para desarrollar su idea o invento. En este enfoque, el emprendedor es un "buscador" de oportunidades para nuevos negocios, está "alerta" a las necesidades insatisfechas del mercado. Para los que destacan esta faceta del emprendedor existe una diferencia entre el que aporta el capital para poner en marcha el negocio y la función del emprendedor.[4] En última instancia, se podría decir, que según sea el enfoque que se adopte, el emprendedor es la persona que asume riesgo para poner en práctica su idea, o sólo es el que "descubre" el negocio, y que para llevarlo a la práctica necesitará del aporte económico de un socio capitalista.

Hecha esta aclaración con respecto a la característica principal del emprendedor según el enfoque que se priorice sobre su función, lo que encontraremos mayoritariamente en este trabajo son ejemplos del emprendedor tomador de riesgo, es decir, aquel que no sólo aporta su conocimiento del negocio sino que también arriesgará su capital para ponerlo en marcha, ya que ha sido el modelo más desarrollado hasta bien entrado el siglo XX.

En este proceso de creación de riqueza, generalmente son muchos más los emprendedores que fracasan en su intento que los que tienen éxito; ya que por cada emprendimiento que culmina en éxito hay centenares de fracasos que pocos toman en cuenta. Esto se debe principalmente a que los emprendedores deben desempeñarse en un contexto de cambio permanente en la población, la dotación de recursos, las tecnologías, los precios, las valoraciones subjetivas de los consumidores, la cantidad y calidad de los bienes y servicios que éstos demandan, entre otras cosas.[5] El empresario busca asignar los recursos de manera tal que se maximicen sus utilidades y beneficios, pero esta búsqueda se produce en un contexto de información dispersa y cambiante. Este es un punto no menor, ya que es el emprendedor (o su socio capitalista) el que arriesga su capital en cada iniciativa.[6]

Ahora bien, la actividad empresarial como la entendemos en este trabajo sólo se puede dar en una economía de mercado basada en derechos de propiedad privada y en la libre competencia. En este marco institucional el emprendedor se convierte en el motor de la economía gracias a los descubrimientos, innovaciones y aumentos de productividad que introduce en su búsqueda de maximizar sus utilidades.[7] Para incrementar las fortunas de sus dueños y accionistas las empresas deben incrementar, indirectamente, las fortunas de los consumidores, que son quienes eligen comprarles cada día. Esto se verifica cuando gracias a las mejoras mencionadas las personas pagan menos por productos y servicios de mejor calidad.[8]

En consecuencia, en aquellas naciones donde se establecen las condiciones de estabilidad institucional, para que estos empresarios-innovadores puedan desarrollarse y tomar riesgos, es donde se genera más riqueza. Como señalan Micklethwait y Wooldrige: "The most important organization is the company: the basis of prosperity of the West and the best hope for the future of the rest of the world"[9] Los autores sostienen que la presencia de empresas modernas en el mundo capitalista es lo que ha hecho la gran diferencia entre las naciones ricas y las pobres. Un indicador de esto es la cantidad de empresas privadas que un país posee y su correlación con su potencial económico y la calidad de vida de sus habitantes. Por ejemplo, se puede comparar dos extremos, por un lado, Estados Unidos que en 2001 tenía cinco millones y medio de corporaciones, mientras que al mismo tiempo Corea del Norte (hasta lo que se puede saber) no tenía ninguna.[10]

La existencia de empresas en una economía de mercado es lo que permite la generación de riqueza y la optimización de los escasos recursos con que cuentan los países. El sistema capitalista de mercado "premia" doblemente a la sociedad en su conjunto: primero, al castigar a las empresas que no generan riqueza, ya que estas al desaparecer dejan de derrochar recursos; y en segundo lugar, al otorgar éxito a aquel que ha hecho las cosas bien, para que de este modo siga haciéndolo en beneficio propio y de los consumidores, actuando, además, como ejemplo para aquellos que quieran imitar en la creación de riqueza.

Como veremos más adelante con algunos ejemplos, gran parte de lo que producen estas empresas son innovaciones tecnológicas que redundan en mejoras en la producción de bienes y servicios. Estos, al hacerse más accesibles a un mayor número de personas y a un menor costo, redundan en una mejor calidad de vida. Paradójicamente, los mismos que critican a la globalización y la expansión capitalista también critican muy agudamente el avance de la tecnología sobre el ser humano, como si la tecnología fuera enemiga del hombre. Presuponen, los que piensan de este modo, que existe una relación inversamente proporcional entre desarrollo tecnológico y el desarrollo del hombre como ser social.

Pero en realidad, lo que podemos apreciar es que en aquellos pueblos en los que se ha logrado un mayor grado de desarrollo tecnológico son los que brindan al ser humano mayores posibilidades de desarrollarse como tal. Su calidad de vida es mejor, no sólo por el hecho de poder vivir más años, sino que esos años son vividos en mejores condiciones. La tecnología le permite aumentar la cantidad de bienes que produce y hacerlo de forma más eficiente, de este modo al aumentar su salario real puede satisfacer necesidades que hasta ese momento estaban insatisfechas. Uno de los primeros que llamó la atención sobre todos estos cambios fue Jean-Baptiste Say (1767-1832) en su Tratado de Economía Política, publicado en 1803.[11] Al producir más, también se puede demandar más. En consecuencia, al tener una mayor capacidad de demanda uno puede satisfacer más necesidades.[12]

Cuando hablamos de satisfacer mayor cantidad de necesidades no nos referimos sólo a necesidades que se podrían catalogar como de tipo material. De hecho, en la valoración subjetiva que hace cada individuo sobre sus necesidades es éste quien mejor sabe de qué manera podrá disponer de sus propios recursos. De todos modos, sabemos que por lo general las primeras necesidades que el hombre tiende a satisfacer son las llamadas necesidades básicas (alimento, vestimenta, movilidad y vivienda) y que a partir de tenerlas cubiertas entonces se puede procurar la satisfacción de las de otro tipo.

En consecuencia, en aquellas sociedades donde las personas tienen medianamente satisfechas sus necesidades básicas es donde encontramos una mayor cantidad de individuos que se pueden dar el "lujo" de considerar la posibilidad de satisfacer otro tipo de necesidades. Así las cosas, es gracias a la aplicación de nueva tecnología en el trabajo que el hombre aumenta su productividad, al mismo tiempo que le da la posibilidad de disponer de más tiempo y recursos para ser empleados en otro tipo de actividades. Por lo general, sólo las personas que tienen asegurado su alimento, vestimenta y vivienda pueden estar pensando en otras cuestiones como el entretenimiento, lugar de vacaciones, tomarse tiempo para meditar o dedicarse a desarrollar alguna forma de actividad artística.

¿Por qué hay más riqueza en algunos países?

Este crecimiento se debe a la existencia de hombres de negocios dispuestos a arriesgar su capital, lo cual está asociado directamente con la visión de negocio y el espíritu creativo del entrepreneur. Ambas condiciones deben estar presentes, ya que no alcanza con tener un grupo de capitalistas dispuestos a asumir riesgos, sino que también es necesario que exista la empresarialidad que es característica del espíritu creador que desafía los paradigmas tecnológicos y administrativos de su época. Muchas veces los dos factores (capitalista y entrepreneur) se han encontrado en la misma persona sobre todos hasta mediados del siglo diecinueve (en parte debido a la ausencia de capital disponible y a la precariedad de lo que podríamos llamar hoy en día "la ingeniería financiera").[13] Pero a medida que nos acercamos al presente, y el desarrollo científico-tecnológico se hace más sofisticado, encontramos cada vez más casos en los cuales el hombre de negocios que aporta capital y el emprendedor se asocian para desarrollar sus capacidades en la empresa.

En su búsqueda de maximizar los recursos, los emprendedores deben resolver dificultades que se presentan en dos niveles diferentes. Por un lado, existe un problema técnico en el cual la mente se enfrenta a la materia. En este caso el desafío consiste en ver cómo se puede introducir una innovación tecnológica que permita lograr un mayor grado de eficiencia en la producción de bienes y servicios. Por otro lado, una vez resuelto el primer escollo, cada vez que una nueva tecnología es implementada, el innovador debe lidiar con un contexto social (competidores, clientes, proveedores, autoridades políticas o religiosas) que muchas veces rechaza los cambios, o por lo menos los acepta con desconfianza. Por estas razones, para que una sociedad sea tecnológicamente creativa y genere riqueza, se deben dar tres condiciones: primero, debe haber un grupo de personas ingeniosas y creativas dispuestas a innovar y mejorar la forma en que se vienen haciendo las cosas hasta ese momento: segundo, las instituciones políticas, sociales y económicas deben incentivar la inversión económica que este proceso requiere, asegurándoles la propiedad que surja de sus emprendimientos exitosos; y en tercer lugar, debe ser una sociedad abierta y tolerante a la diversidad, ya que todo innovador pondrá en duda muchas de las creencias y tradiciones que ese grupos de personas han tenido por válidos durante mucho tiempo.[14]

La recompensa llega a estos emprendedores, en una economía de mercado, como consecuencia de la contribución que éstos hacen a la sociedad en la que viven. El éxito o el fracaso está determinado, en última instancia, por la elección que hacen los consumidores cada vez que deciden comprar el producto de una marca o de otra. La historia del progreso económico y tecnológico está escrita por los emprendedores-innovadores que se aventuran en un mundo de cambio continuo, ignorancia y gran rivalidad competitiva. Es en este contexto que el empresario desarrolla una capacidad especial para detectar oportunidades de nuevos nichos de negocios, capacidad que Israel Kirzner identifica como estado de alertness.[15]

Perspectiva histórica del emprendedor y las empresas

La empresa, como el ser humano, se desenvuelve en una realidad plural, cambiante y dinámica, razón por la cual no existen teorías únicas que sirvan para explicar sus comportamientos. Por el mismo motivo, tampoco existe un factor único que nos permita explicar las causas y las consecuencias de sus éxitos o fracasos. El análisis desde una perspectiva histórica más que ofrecernos respuestas sobre la problemática empresarial nos ayuda a comprender las dificultades a las que se enfrenta el emprendedor y qué decisiones tomó en cada situación. Además, nos permite comparar cómo impactaron las políticas económicas y las instituciones en la evolución de las empresas. También, el conocimiento de la historia de las empresas nos da la posibilidad de analizar las estrategias que utilizaron las mismas para adaptarse a los cambios sociales, económicos y políticos de cada región.[16]

El enfoque de la escuela de las capacidades dinámicas de la empresa, tiene en cuenta no sólo las ventajas competitivas y tecnológicas de ésta, sino que también se fija en su capacidad de evolución en el marco histórico en el que les toca operar, dándole especial atención a la capacidad de reacción de la empresa ante los cambios que se producen en los paradigmas tecnológicos, las variaciones que se dan en el mercado y en el gusto de los consumidores, así como también en la economía internacional. Fue Alfred Chandler autor de "La mano visible. La revolución en la dirección de la empresa norteamericana" (1977), uno de los que más promovió el análisis del comportamiento de la empresa desde una perspectiva histórica.[17]

En este mismo sentido se manifiesta Miguel Martínez-Echevarría, quien sostiene que "las empresas no son funciones abstractas que se materializan en distintos contextos históricos, sino que se convierten en verdaderos agentes de la historia, que adquieren su personalidad o sus rasgos característicos a lo largo de su propia vida. El éxito de cada empresa es diferente y es resultado de un proceso histórico propio e irrepetible, en el que se han ido fraguando sus fortalezas y debilidades. Se trata de un proceso multidivisional y complejo en el que han influido la cultura de la sociedad en la que cada empresa se ha desenvuelto, la idiosincrasia de las personas que han intervenido, la estructura económica del entorno inmediato, el marco legal, etc. En tal caso, la historia de un empresa se convierte en el relato de cómo ha llegado a configurarse, y tiene especial interés conocer cómo superó las dificultades y problemas que le plantearon los avatares de los acontecimientos políticos y económicos a los que tuvo que enfrentarse a lo largo del tiempo."[18]

Emprendedores de la Edad Media

En los últimos años, un gran número de historiadores económicos, ha situado los orígenes del capitalismo (o pre-capitalismo para otros) en la Baja Edad Media. Es que, precisamente hacia finales del siglo XI y comienzos del XII, se empiezan a producir una serie de cambios en Europa, que van a llevar a lo que José Luis Romero denominó "revolución mercantil"[19] La visión tradicional de la economía medieval cerrada en el manor lentamente comienza a dar paso a una economía basada en el intercambio, en la que van a tener un rol fundamental los hombres de negocios.

Los cambios que posibilitan esta tendencia a la apertura son:

  • El cese de las invasiones y las luchas internas en Europa.

  • El crecimiento de la población, debido a que hay menos muertes y más mano de obra para producir alimentos.

  • El aumento del comercio, gracias a la pacificación (i.e. más seguridad en los transportes) y el aumento de la demanda.

  • Finalmente, y como consecuencia de lo anteriormente mencionado, el crecimiento de las ciudades.

La aparición de una nueva clase social, compuesta por mercaderes y burgueses, es la que va a movilizar todos estos cambios. Estos hombres movidos por su espíritu inquieto y el afán de lucro, son los que van a poner en marcha nuevamente la economía de intercambio que va a provocar el crecimiento económico de Europa después de casi 600 años de estancamiento.

La Edad Media es una época que abarca desde el siglo V al siglo XV aproximadamente de nuestra era. A lo largo de sus mil años de historia, distintas fueron las características que adoptó la organización política, económica y social de Europa. Las diferencias se hacen presentes según la región y la época que se estudie. De todos modos, existe una división del período que consiste en: Alta Edad Media desde el siglo VII al XI; y Baja Edad Media desde el siglo XI al XV. En los siguientes párrafos haré una breve descripción sobre cuáles fueron las diferencias más notables (desde el punto de vista económico) entre cada uno de estos períodos, a fin de poder comprender mejor cómo los cambios introducidos a partir de la Baja Edad Media dan origen a las instituciones que favorecieron la aparición de emprendedores-innovadores, y a su vez, apreciar cómo estos aportan adelantos para que mejore la calidad de vida de los habitantes.

La Alta Edad Media, se caracteriza por ser una sociedad casi exclusivamente rural, en la cual las instituciones políticas y económicas estaban en manos de la misma persona: el señor feudal. El centro político y económico era el manor, dentro del cual se desarrollaba la vida de los campesinos y del señor. Todas las transacciones se hacían según la costumbre y la tradición. La idea económica que prevalecía era "el justo precio" y "el justo ingreso". Conceptos como la oferta y la demanda estaban totalmente fuera de cuestión. Estas unidades políticas y productivas estaban aisladas del contacto exterior; el dinero casi desaparece por completo en esta época. El manor tendía al autoabastecimiento, y sólo el 10% de la economía se daba fuera de sus límites. Este sistema, basado en la costumbre, el aislamiento y la poca movilidad social, no dio lugar a la introducción de innovaciones tecnológicas, ni a la búsqueda de mejoras aplicadas a la producción, ya que por el tipo de sociedad, todo aquello que implicara cambios era visto de mala manera y rechazado. Además, no existían ningún tipo de incentivos para generar riqueza, porque todo "exceso" en la producción era castigado con un aumento en los impuestos o la confiscación por parte del señor feudal.

Esta organización cerrada (que tenía su razón de ser en las invasiones "bárbaras" que se sucedían en Europa desde la caída del Imperio Romano de Occidente y en la ausencia de una autoridad central efectiva) comienza a desaparecer lentamente a comienzos del siglo XI debido a algunos cambios que se van a producir en la sociedad medieval. Los más importantes de estos fueron: el fin de las invasiones y de las guerras; el crecimiento de la población; el aumento del comercio y el desarrollo de las ciudades. Estos cuatro elementos, pusieron en marcha una serie de modificaciones que llevarían a una nueva estructura política, social y económica al cabo de un par de siglos. Es importante destacar que el impacto de dichos acontecimiento fue dispar en el continente europeo, concentrándose su mayor influencia en el Norte de Italia, Centro de Francia, los Países Bajos y algunas ciudades sobre la costa del Mar Báltico (fueron estas precisamente las regiones que tuvieron una mayor influencia del accionar de los mercaderes).

Como señala José Luis Romero, el paso de la Alta Edad Media a la baja Edad Media implicó la transición de una economía natural a una economía de intercambio. A mediados del siglo XI se restablece el orden en Europa, las mismas rutas que antes utilizaban los invasores para atacar, ahora son utilizadas por los comerciantes y la creciente población para desplazarse, lo que a su vez activa el comercio y posibilita el crecimiento de las ciudades.

Se podría decir que la Baja Edad Media se caracteriza por una mayor movilidad social y geográfica, ésta a su vez está sustentada por una aumento de la población como consecuencia del fin de las guerras y el descenso de la mortalidad. Esta nueva población demanda más alimentos, los que se pueden producir gracias a dos cambios fundamentales: en primer lugar, la disponibilidad de nuevas tierras, ya que ahora hay seguridad en regiones donde antes no la había, sumado esto a la existencia de mayor cantidad de campesinos para cultivarlas; y segundo, comienzan a utilizarse nuevas técnicas de cultivo como la rotación trienal, lo que permite un aumento en la producción agrícola, así como también la aparición de nuevas herramientas para trabajar la tierra. Los siglos XI y XII son años de gran movilidad si lo comparamos con los seis siglos anteriores. El desplazamiento de la población presenta la posibilidad de observar nuevas formas de trabajo y de relacionarse económicamente. Se abren nuevas vías de comunicación, crecen las ciudades y el intercambio comercial.

Estos cambios favorecen el surgimiento de la burguesía y los mercaderes; estos, a su vez, se convierten en agentes aceleradores de las incipientes transformaciones que se producen en la sociedad. En consecuencia, el crecimiento de las ciudades y del comercio son dos hechos que se producen en sincronía, influenciándose mutuamente. De alguna manera, el desarrollo de la ciudad es una respuesta al creciente comercio y a la "sedentarización" de las ferias comerciales del medioevo. En los burgos los mercaderes se van a establecer en forma fija, sin la necesidad de desplazarse permanentemente. Gracias a esta estabilidad y seguridad, adquirida en la ciudad, la actividad de los mercaderes va a tener un crecimiento notable. Como se puede apreciar, no es sencillo determinar cuál de todos los factores mencionados es el primero en desencadenar esta serie de cambios. Generalmente en cualquier tipo de análisis social que se haga no hay un único factor que sea el determinante de un proceso de esta naturaleza.

Según Henri Pirenne[20]una característica central de este nuevo sector social es que los mismos no dependen del señor feudal para su desarrollo. El comercio y la industria que hasta ese momento habían sido actividades esporádicas y fortuitas, a partir del crecimiento de la ciudad, se convierten en una actividad estable e independiente. De alguna manera el proceso de pacificación que se vivió desde siglo XI, dio oportunidad a un número creciente de campesinos a buscar fortuna en otros lugares, generalmente cerca de puertos comerciales (en el Norte de Italia o en el Báltico), algunos continuando su tareas agrícolas en nuevas tierras y otros en las ciudades. Es importante tener presente que la posibilidad de liberarse de la servidumbre señorial fue un factor clave en esta búsqueda de nuevas oportunidades; en este proceso la ciudad cumplió un papel fundamental, otorgando seguridad a los campesinos que lograban escapar del control del señor.

A medida que la población se fue independizando del señor, ya sea porque se instalaban en las ciudades o porque se establecían en las nuevas tierras disponibles, aparece un concepto hasta ese momento desconocido en la sociedad medieval, el fin de lucro. Durante toda la Alta y parte de la Baja Edad Media, la organización económica de la sociedad estaba destinada al autoabastecimiento. El fin de lucro no sólo era mal visto, sino que hasta era castigado legal y moralmente (en esto es muy importante la prédica de la Iglesia). Esta nueva búsqueda de beneficio, según Pirenne, no sólo fue causada por la transformación en la relación del campesino con el señor feudal, sino que fue motivada también por el crecimiento de las ciudades que comenzaron a demandar la producción del campo, la cual era indispensable para su subsistencia. Son los campesinos libres que viven en los alrededores de las ciudades los que "alimentan" a la nueva población urbana.

En este contexto de crecimiento comercial "reaparece" la moneda. Si bien nunca había desaparecido del todo, la misma se utilizaba en forma muy limitada hasta el siglo XI, (especialmente para demandar bienes de lujo por parte de algunos miembros de la nobleza). La expansión del comercio hizo muy dificultoso sostener el sistema de trueque, de modo que la demanda de dinero creció notablemente a partir del siglo XII, lo que produjo como consecuencia un aumento de precios que benefició a los productores y alentó, al mismo tiempo, la entrada de nuevos competidores al mercado (algo similar ocurriría cuando se produce la denominada "revolución de los precios" del S. XVI con la llegada del oro y la plata de América).

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