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Cadete del espacio, de Robert A. Heinlein (página 5)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Brunn guardaba un suministro de semillas en su cuarto. Matt fue allí un «día» (según el tiempo de nave) para sacar semillas de melón persa y empezar una cosecha. Brunn le indicó que se sirviera. Matt buscó revolviéndolo todo y dijo:

– Por todos los… Mire esto, señor Brunn.

-¿Qué? – el oficial miró el paquete que tenía Matt. En la parte exterior estaba marcado: «Semillas, melón persa, variedad gigante, stock n." 12 04728 a», y dentro del sobre decía: «Semillas, pensamientos, variedad gigante».

Brunn hizo un gesto con la cabeza.

– Que te sirva de lección, Dodson. Nunca te fíes de un almacenero, o acabarás a medio camino de Plutón con una caja de cardos astigmáticos, cuando tú habías pedido cartas astronómicas.

-¿Con qué lo voy a sustituir? ¿Con melones pequeños?

– Vamos a plantar sandías. Al Viejo le gusta la sandía.

Matt se fue con semillas de sandía, pero también se llevó las de pensamiento.

Ocho semanas más tarde ideó una especie de florero cubriendo un bol de la cocina con la misma hoja de celulosa esponja que se utilizaba para impedir que las soluciones en su granja flotaran por el compartimento durante la caída libre. Llenó su florero de agua, colocó dentro su última cosecha y lo puso en el centro de la mesa del comedor.

El Capitán Yancey sonrió sinceramente cuando llegó para cenar y vio el bonito ramo de pensamientos.

– Bueno, caballeros – aplaudió -. Esto es precioso ¡Todo el confort de una casa!

Miró a lo largo de la mesa, hacia Matt.

-¿Supongo que tenemos que darle las gracias por esto, señor Dodson?

– Sí, señor – Matt se puso colorado hasta las orejas.

– Una bonita idea. Caballeros, propongo que le quitemos al señor Dodson el plebeyo título de «granjero» y que le designemos como «extraordinario horticultor», ¿de acuerdo? – hubo nueve «sí» y un fuerte «no» del Comandante Miller. En otra votación, propuesta por el Ingeniero Jefe, se pidió al Oficial Ejecutivo que acabara su comida en la cocina.

El Teniente Brunn explicó la equivocación que había dado lugar al jardín de flores. El Capitán Yancey frunció el entrecejo.

– Naturalmente, habrá comprobado el resto de sus existencias de semillas, señor Brunn.

– Oh, no señor.

– Entonces, hágalo – el Teniente Brunn se dispuso a abandonar la mesa -. Después de la cena – añadió el Capitán.

Brunn se quedó en su sitio.

– Me recuerda algo que me ocurrió cuando era em>Percival Lowell, la que había antes que ésta – continuó Yancey. Habíamos llegado al Polo Sur de Venus y nos las arreglamos de tal manera que teníamos una infección por virus, un tipo de orín, en la «granja»… ¡No se muestre arrogante, señor Jensen, un día fracasará en un planeta que no conozca!

-¿Yo, señor? ¡No me mostraba arrogante!

-¿No? ¿Estaba sonriendo a los pensamientos, acaso?

– Sí, señor.

-¡Humm! Como decía, cogimos esta infección de orín y unos diez días más tarde no tenía más granja que la que pueda tener un esquimal. Limpié completamente el sitio, lo esterilicé y planté otra vez. La historia se repitió. La infección estaba en todas partes de la nave y no podía sacarla. Acabamos este viaje con alimentos en conserva y raciones pequeñas y no tuve permiso de comer a la mesa en todo el resto del viaje – se sonrió a sí mismo, después llamó hacia la puerta de la cocina -. ¿Cómo va todo por allá, Red?

El Oficial Ejecutivo apareció en la puerta, una cuchara en la mano, un plato cubierto en la otra.

– Muy bien – contestó en voz baja -. Acabo de comerme su postre, Capitán.

El Teniente Brunn gritó:

-¡Eh! ¡Comandante! ¡Basta! ¡No lo haga! Esas bayas son para el desayuno.

– Demasiado tarde – el Comandante Miller se limpió la boca.

-¿Capitán?

– Sí, Dodson.

-¿Qué hizo a propósito del acondicionamiento de aire?

– Bueno, señor, ¿qué hubiera hecho usted?

Matt lo consideró.

– Bueno, señor, hubiera improvisado algo para sacar el C02 del aire.

– Exactamente. Saqué todo el aire de un compartimento vacío, me puse el traje de vacío y perforé un par de huecos hacia fuera. Después monté un sistema de tuberías para sacar todo el aire viciado al lado oscuro de la nave a través de un alambique fraccionado: primero helaba toda el agua, después helaba el bióxido de carbono. Lo que molestaba era que se helaba todo en una masa sólida y que tenía que repararlo. Pero funcionó lo bastante bien como para llevarnos a casa – se levantaron de la mesa -. Hartley, si ha acabado de hacer porquerías, vamos a repasar ese plano de los meteoros. Tengo una idea.

La nave se acercaba a la órbita de Marte y pronto se encontraría en la zona, comparativamente peligrosa, de los asteroides y de su acompañamiento de objetos a la deriva en el espacio. Matt estaba de turno, como astrogador auxiliar, pero continuaba con su oficio de granjero de la nave. Tex fue a verle un día en su compartimento de hidroponía.

-¡Oye, simiente de heno!

– El heno lo serás tú.

-¿Ya has arado las tierras del Sur? Parece que va a llover – Tex pretendía estudiar las luces oscilantes, utilizadas para estimular el crecimiento de las plantas, luego apartó la mirada -. No importa, estoy aquí de negocios. El Viejo quiere verte.

– Bueno, por el amor de Dios. ¿Por qué no lo dijiste antes, en vez de gastar saliva en vano? – Matt dejó lo que estaba haciendo y comenzó corriendo a ponerse el uniforme. Por el calor y la humedad en la

Sin embargo, el cinturón de asteroides también es, naturalmente, un espacio muy vacío. Las probabilidades de no colisionar contra cualquier cosa más importante que un grano de arena eran muchas. La única diferencia en la Aes Triplex, aparte del aumento de trabajo para los oficiales más jóvenes, era una orden de la nave, obligando a todos a atarse mientras dormían, en vez de flotar suelta y confortablemente, para que el durmiente no se rompiera el cuello, en caso de que hubiera una aceleración imprevista.

La N.C.P. Aes Triplex estaba provisto de dos naves auxiliares, metidas en pequeños hangares. Eran de un tipo bastante corriente, de alcance corto, y con motor químico, sólo que tenían un radar de exploración tan potente como los de la nave.

Cuando llegaron al área de exploración se designó un piloto y un copiloto para cada navecilla y también una segunda tripulación, puesto que cada cohete tenia que quedarse fuera de la nave una semana seguida, luego cambiar de tripulación y salir otra vez.

Los Tenientes Brunn, Thurlow y Novak y el Subteniente Peters fueron designados como pilotos. Un cadete fue asignado a cada teniente y el Subteniente Gómez fue asociado al Subteniente Peters. Matt estaba con el Teniente Thurlow.

El doctor Pickering se encargó de la comida. Quedaba el Subteniente Cleary como comodín, el hombre que hace todo, lo que era imposible, puesto que las guardias contra meteoros y de exploración tenían que continuar. En consecuencia, las dos tripulaciones que no estaban en el espacio tenían que ayudar, durante su semana de descanso.

Cada lunes, la nave colocaba los cohetes auxiliares en sitios desde donde las tres embarcaciones cubrirían el mayor espacio posible, sin que sus áreas de exploración se cruzaran. La colocación estaba hecha por la nave principal, de modo que la navecilla tuviera los tanques llenos en el desgraciado caso de que no fuera recogida y así tuviera bastante combustible como para ponerse en órbita hacia los planetas interiores, si era necesario.

XII

N.C.P. Pathfinder

Matt se llevó algunos carretes de estudio en su primera semana de búsqueda, con la intención de ponerlos en el diminuto visor, con auriculares, de la navecilla. No tuvo muchas oportunidades: de cada ocho horas, tenía que pasar cuatro con los ojos pegados a las pantallas de investigación. En las otras cuatro que le quedaban, tenía que dormir, comer, atender a otras obligaciones, y, si le era posible, estudiar.

Además de esto, al Teniente Thurlow le gustaba hablar.

El oficial de bombardeo estaba esperando un destino en la Tierra para realizar estudios de posgraduado, al final del crucero.

– Y entonces, tendré que decidirme, Matt. Me quedo y hago del estudio de la física una ocupación, o renuncio y me dedico a investigación.

– Depende de lo que quieras hacer.

– Trivial, pero cierto. Creo que quiero 'ser un científico, con dedicación total, pero, al cabo de unos años, la Patrulla se convierte en tu padre y tu madre. No sé. Esta masa rocosa se está acercando a nosotros… puedo verla ahora por la portilla.

-¿Si, eh? – Matt se inclinó hacia adelante hasta que también él pudo ver aquella piedra que Thurlow había estado observando por radar. Tenía una forma irregular, un conglomerado de brillante sol y brusca, oscura sombra.

– Señor Thurlow – dijo Matt -, mire por el centro. ¿No le parece que es una estriación?

– Podría ser. Se han recogido algunas muestras que eran, sin lugar a dudas, rocas sedimentarias. Fue la primera prueba de que los asteroides fueron un planeta, ¿sabes?

– Creía que las integraciones de Goodman eran la primera prueba.

-¡Que va, estás equivocado! Goodman no pudo verificarlo hasta que se construyó el gran computador de balística en la Estación Tierra.

– Ya lo sabía, pero supongo que lo entendía al revés.

La teoría de que, en algún tiempo, los asteroides habían sido un planeta sito entre Marte v Júpiter, fue negada durante muchos años, porque sus órbitas no indicaban ninguna interrelación, es decir, si el planeta hubiera volado en pedazos, las órbitas deberían intersecarse en el punto de la explosión. El profesor Goodman, utilizando el computador gigante, había demostrado como la falta de relación había sido causada, a través de los años, por las perturbaciones de la actuación de los otros planetas sobre los asteroides.

Había calculado una fecha para el desastre, hacía unos quinientos millones de años, y había calculado también que la mayor parte del planeta destruido se había escapado completamente del Sistema. Los escombros que tenían alrededor representaban, más o menos, un uno por ciento del planeta perdido.

El Teniente Thurlow midió la amplitud angular del fragmento, calculó su distancia por radar, y de la resultante supo, aproximadamente, su tamaño. La roca, grande como era, era demasiado pequeña para que valiera la pena investigar su órbita, fue simplemente incluida en el informe sobre objetos a la deriva en el espacio. Los objetos más pequeños nada más eran apuntados, mientras las colisiones con las pequeñas partículas estaban siendo contadas por un circuito electrónico conectado al casco de la navecilla.

– Lo que me molesta – continuó Thurlow- en el hecho de salir está aquí… Matt, ¿has notado la diferencia entre la gente de la Patrulla y la gente de fuera de la Patrulla?

-¡Vaya si la he notado!

-¿Cuál es la diferencia?

-¿La diferencia? Oh, caramba, nosotros somos hombres del espacio y ellos no. Creo que es cuestión de la medida del mundo de cada uno.

– En parte, pero no te dejes engañar por las simples medidas. Cien millones de kilómetros de espacio vacío no significan nada, si está vacío. No, Matt, la diferencia es más profunda. Le hemos dado a la raza humana cien años de paz, y ahora no queda nadie que se acuerde de la guerra. Han aceptado la paz y el confort como una manera de vivir normal. Pero no lo es. El animal humano tiene detrás de él millones de años de peligro, de hambre, y muerte, y el siglo pasado no es más que un parpadeo en su historia. Pero sólo la Patrulla parece darse cuenta de esto.

-¿Suprimiría la Patrulla?

-¡Oh cielos! No, Matt, me gustaría que hubiera alguna manera de hacer que la gente se diera cuenta de lo poco que nos separa de la jungla. Y otra cosa, también… – Thurlow sonrió tímidamente -. Me gustaría que entendiesen un poco lo que somos. Los criados a sueldo de los contribuyentes, eso es lo que piensan de nosotros.

Matt asintió.

– Piensan que somos algo así como un policía de tráfico. Hay un hombre en mi tierra que vende helicópteros de segunda mano, que me preguntó por qué los hombres de la Patrulla tenían que recibir una pensión cuando se jubilan. Dijo que él no habla podido sentarse y ponerse a descansar a los treinta y cinco años, y no veía por qué tenía que mantener a alguien que lo hiciese – Matt parecía asombrado. Al mismo tiempo, parecía alabar a la Patrulla, quería que su propio hijo fuera cadete. No lo entiendo.

– Eso es. Para ellos somos unos animales domésticos de primera clase, caros e inútiles, de su propiedad. No entienden que no se nos puede alquilar. El tipo de guardián que puedes alquilar vale tanto como el tipo de mujer que puedes comprar.

A la semana siguiente, Matt encontró tiempo para mirar lo que la biblioteca de la nave tenía sobre el tema del planeta destruido. No había gran cosa: estadísticas sin interés sobre el tamaño de los asteroides, fragmentos y partículas, datos sobre las órbitas y su distribución, los cálculos de Goodman resumidos. Nada de lo que quería saber: como ocurrió el desastre. No había nada, aparte de unas teorías bien presentadas.

Habló de esto con Thurlow, cuando salieron otra vez de patrulla. El Teniente se encogió de hombros.

-¿Qué esperabas, Matt?

– No sé, pero más que lo que encontré.

– Nuestra escala temporal no es la más adecuada para dejarnos aprender mucho. Supón que escoges uno de los carretes que has estudiado, éste – el oficial le enseñó uno, titulado «Estructuras sociales de los aborígenes marcianos»-. Ahora, supón que examinas un par de fotogramas en el medio. ¿Puedes reconstruir los miles y miles de fotogramas que vienen antes, simplemente por lógica?

– Naturalmente que no.

– Aquí tienes la situación. Si la raza logra arreglárselas para no volarse los sesos durante unos millones de años, tal vez empezaremos a encontrar algo. Hasta ahora, ni siquiera sabemos qué preguntas hacer

Matt se sentía descontento, pero no sabía que responder. Thurlow frunció las cejas.

– Tal vez no estamos hechos para hacer las preguntas adecuadas. ¿Conoces la idea del «doble mundo» de los marcianos?

– Desde luego, pero no la entiendo.

-¿Y quién la entiende? Olvidemos las suposiciones habituales de que un marciano habla con símbolos religiosos cuando dice que vivimos solamente de «un lado» mientras que él vive sobre los «dos lados». Supongamos que lo que quiere decir es tan real como la mantequilla y los huevos, que realmente vive en dos mundos al mismo tiempo, y que estamos en el mundo que considera insignificante. Si se acepta eso, se explica que los marcianos no quieren perder tiempo hablando con nosotros, o intentando explicarnos cosas. No es una fruslería, es razonable. ¿Perderías el tiempo intentando explicar los arcos iris a un gusano?

– No es lo mismo…

– Tal vez lo sea, para un marciano. Un gusano no puede ver, ni siquiera tener sentido de los colores. Si aceptas la realidad del «doble mundo», entonces, para un marciano, no tenemos los sentidos adecuados para poder hacer las preguntas correctas. ¿Por qué se van a molestar con nosotros?

La radio pidió atención. Thurlow la miró y dijo:

– Alguien llama, Matt. Mira quién es y dile que no estamos en casa.

– De acuerdo – Matt pulsó el interruptor y contestó -. Navecilla uno, Triplex, adelante.

– Triplex llamando – llegó la voz familiar del Subteniente Cleary -. Atentos para ser recogidos.

-¿Qué? ¡Déjese de bromas! Solamente hace tres días que estamos aquí.

– Atentos para ser recogidos, es una orden. La navecilla dos encontró la Pathfinder.

-¿Qué dices? ¿Ha oído esto, señor Thurlow? ¿Lo ha oído?

Era verdad, Peters y Gómez, en la otra navecilla, habían descubierto la nave perdida, casi por casualidad. La Pathfinder fue encontrada anclada a un asteroide pequeño, de un kilómetro y medio de ancho aproximadamente. Puesto que era un cuerpo cartografiado, el número 1987 CD, la tripulación de la nave le había prestado poca atención, hasta que su rotación llevó a la Pathfinder a la vista.

El Capitán Yancey lo había pensado bien y había decidido recoger a Thurlow y Dodson, antes de reunirse con la segunda navecilla. Cuando estuvieron dentro, el Aes Triplex se adelantó hacia 1987 CD e igualaron órbitas. El Subteniente Peters había decidido gastar un poco de su combustible de escape y también había igualado las órbitas.

Matt se impacientaba mientras la segunda navecilla era llevada dentro. No podía ver nada, puesto que las portillas estaban cubiertas, y por el momento no tenía tarea asignada. Después, con enloquecedora deliberación, el Capitán Yancey aseguró su nave a la Pathfinder, tirándole un cabo, que fue llevado- por el Subteniente Gómez. El resto de la tripulación de la nave estaba reunida en la sala de control. Tex y Matt aprovecharon la oportunidad para hacer preguntas al Subteniente Peters.

– No puedo decirles mucho – les informó -. Desde fuera parece intacta, pero la puerta de la cámara de descompresión está abierta.

-¿Hay posibilidad de que haya alguien vivo dentro? – preguntó Tex.

– Es posible, pero poco probable.

El Capitán Yancey miró alrededor.

– Cállense – ordenó -. Esto es una sala de control, no un club social.

Cuando hubo terminado, ordenó a Peters y Gómez que fueran con él, los tres se vistieron y salieron de la nave.

Estuvieron fuera una hora, más o menos, y cuando volvieron el Capitán les llamó a todos al comedor.

– Siento decirles, caballeros, que ninguno de nuestros compañeros vive.

Continuó tristemente:

– No tengo muchas dudas sobre lo que ocurrió. La puerta exterior blindada estaba abierta, e intacta. La puerta interior había sido atravesada por un proyectil del tamaño de mi puño, produciendo una descompresión explosiva en los compartimentos contiguos. Aparentemente, tuvieron la inmensa mala suerte de que les entrara un meteoro en la nave por la puerta, exactamente cuando se abrió ésta.

– Espere un momento, Jefe – objetó Miller -. ¿Estaban abiertas todas las puertas herméticas de la nave? Una roca no debiera haber podido hacer esto.

– No hemos podido entrar en la parte de atrás de la nave, pues todavía está bajo presión. Pero pudimos reconstruir lo que ocurrió porque pudimos contar los cuerpos, siete, toda la tripulación de la nave. Todos estaban cerca de la cámara de descompresión y no llevaban los trajes del espacio, salvo uno que se hallaba en la misma cámara, aparentemente su traje fue agujereado por un fragmento. Los otros parecían haberse reunido cerca de la cámara de descompresión, esperando a que entrara – Yancey estaba serio -. Red, creo que tendremos que dar una orden técnica acerca de esto, algo para obligar al personal a que se separe mientras se desarrollan estas operaciones con trajes, de modo que un incidente en la cámara de descompresión no afecte a toda la tripulación de la nave.

Miller frunció las cejas.

– También lo creo así, Capitán. Aunque a veces pudiera ser molesto el hacerlo, en una nave pequeña.

– También es molesto el quedarse sin respiración. Ahora, a propósito de la investigación: Red será el presidente y Novak y Brunn los otros dos miembros. El resto de nosotros nos quedaremos a bordo hasta que el consejo haya acabado su trabajo. Cuando hayan acabado y hayan sacado de la Pathfinder todo lo necesario como pruebas, cada uno tendrá tiempo suficiente para satisfacer su curiosidad.

-¿Qué pasa con el cirujano, Capitán? Le quiero como testigo experto.

– De acuerdo, Red. Doctor Pickering, usted irá con el consejo.

Los cadetes se reunieron en el camarote que compartían Matt y Óscar.

-¿Qué os parece? – dijo Tex -. ¡Era lo que nos faltaba! Tenemos que quedarnos sentados aquí, una semana o quizá diez días, mientras un consejo mide el tamaño de un hueco allá en la puerta.

– Olvídalo, Tex – le aconsejó Oscar -. Me imagino que el Viejo no quería que grabaras tus iniciales en cosas, o que robaras la puerta reventada, como recuerdo, antes de que hubieran hecho una investigación a fondo.

-¡Oh, qué tontería!

– No te enfades. Te prometió que podrás curiosear y tomar fotografías y satisfacer tu apetito de ogro, tan pronto como hubieran terminado. Mientras tanto, aprecia el lujo de tener ocho horas para dormir, para variar. Nada de guardias… ninguna.

-¡Oye, es verdad! – asintió Matt -. No lo había pensado, pero no se necesita vigilar las rocas cuando estás atado y no puedes hacer fintas para evitarías.

– Apuesto a que eso lo sabe bastante bien la tripulación de la Pathfinder.

La última lista de la Pathfinder fue pasada al día siguiente. Los cuerpos habían sido encerrados en un compartimento sellado de la nave muerta, y el pase de lista tuvo lugar en el cuartel de oficiales del Aes Triplex. Fue una ceremonia bastante larga, puesto que resultó necesario leer los rituales de tres religiones diferentes, antes de que el Capitán concluyera con la despedida propia de la Patrulla: Ahora ponemos órbita hacia casa…

Había justamente el número de personas suficiente para contestar a la lista. La tripulación de la Aes Triplex la formaba un capitán y otros once patrulleros. En la Pathfinder había exactamente once tripulantes, seis oficiales de la patrulla y un planetólogo civil, mas los cuatro que siempre están presentes – en cada revista. El Capitán Yancey pasó la lista de la Pathfinder y los otros contestaron, uno después de otro, desde el Comandante Miller hasta Tex, mientras la Larga guardia tocada queda para convertirla en réquiem sonaba suavemente por el sistema de altavoces de la nave.

La garganta de Matt estaba casi demasiado seca para contestar. Las mejillas gordinflonas de Tex se llenaban de lágrimas, y no se esforzó en secarlas.

El Teniente Brunn fue una fuente de informaciones durante los primeros dos días. Describió la Pathfinder como en buen estado, salvo por la puerta averiada. El tercer día, de repente, se calló.

– El Capitán no quiere que los descubrimientos del consejo sean discutidos, hasta que haya tenido tiempo para estudiarlos.

Matt pasó estas palabras a los otros.

-¿Qué se está preparando? Preguntó Tex -. ¿Qué puede haber de secreto en esto?

-¿Cómo queréis que yo lo sepa?

– Tengo una teoría – dijo Oscar.

-¿Qué? ¿Cuál? ¡Desembucha!

– El Capitán quiere demostrar que el hombre no puede morir de curiosidad. Se imagina que sois un caso perfecto para la prueba.

-¡Oh, déjate de tonterías!

El Capitán Yancey les llamó a todos, de nuevo, al día siguiente:

– Caballeros, aprecio su paciencia, no quise discutir lo que encontramos en la Pathfinder hasta haber decidido lo que se tenía que hacer al respecto. Resulta que el planetólogo de la Pathfinder, Profesor Thorwald, llegó a la conclusión evidente de que el planeta destruido estaba habitado.

Empezaron a oírse murmullos en la sala.

– Tranquilos, por favor. ¡Hay muestras de rocas con fósiles en la Pathfinder, pero hay otras cosas también, que el Profesor Thorwald determinó. . – y el doctor Pickering, el Comandante y yo estamos de acuerdo… que eran artefactos, artículos trabajados por manos inteligentes.

Este hecho, por sí solo, bastaría para mandar enseguida una docena de naves al cinturón de asteroides –continuó -. Es, probablemente, el descubrimiento más importante en el estudio del sistema, desde que empezaron las excavaciones en la Luna. Pero el profesor Thorwald llegó a otra conclusión aún más alarmante. Con la ayuda del oficial de bombardeo de la nave, utilizando el método de la disminución del nivel de radiactividad, hizo una hipótesis tentadora de que el planeta, al que llama Planeta Lucifer, fue destruido por una explosión nuclear artificial. En otras palabras, lo hicieron ellos mismos.

El silencio era interrumpido únicamente por los ventiladores de la sala. Al fin, Thurlow estalló:

– Pero Capitán, ¡eso es imposible!

El Capitán Yancey le miró.

-¿Conoce todas las respuestas, joven? Yo estoy seguro de que no.

– Perdóneme, señor.

– En este caso, no me atrevería ni a dar una opinión. No soy competente. Sin embargo, caballeros, si esto es cierto, como lo pensaba el Profesor Thorwald, casi no es necesario decirles que tenemos más razones para estar orgullosos de nuestra Patrulla y que nuestra responsabilidad es más importante de lo que habíamos pensado.

– Ahora al trabajo, no estoy dispuesto a dejar a la Pathfinder donde está. Aparte de las razones sentimentales, pertenece a la Patrulla y vale muchos millones. Creo que podemos repararla y llevarla a casa.

XIII

Un largo viaje de regreso

Matt tomó parte en la reconstrucción de la puerta interior de la cámara de descompresión de la Pathfinder y de las verificaciones de hermeticidad, todo bajo la mirada cuidadosa del ingeniero jefe. Había pocas averías más en el interior de la nave. La roca o meteoro, que había hecho la abertura en la puerta interior, había agotado en ello casi toda su fuerza. Había que reparar una mampara interior y unas abolladuras. La puerta exterior blindada estaba casi intacta, era claro que el invasor, por mala suerte, había entrado mientras la puerta exterior estaba abierta.

Las plantas en el acondicionador de aire habían muerto por falta de atención y de bióxido de carbono. Matt se encargó del asunto mientras los otros ayudaban en la tarea casi interminable de verificar cada circuito, cada instrumento, cada aparato pequeño, necesario para el funcionamiento de la nave. Era un trabajo de base de reparaciones y no hubiera podido ser realizado si los daños hubieran sido más grandes.

Oscar y Matt robaron una hora de su sueño para explorar el 1987 CD, un trabajo que mezclaba la escalada con el empleo de los reactores del traje. El asteroide tenía, naturalmente, un campo de gravedad, pero hasta el tamaño de una pequeña montaña era insignificante comparado con el de un planeta. Simplemente, no podían sentirlo, los músculos utilizados para oponerse a la fuerza tenaz de la gran Tierra no tenían nada a hacer con el tirón débil del 1987 CD.

Finalmente, la Pathfinder fue soltada y su motor probado por una tripulación improvisada, compuesta por el Capitán Yancey en los controles y el Teniente Novak en la sala de máquinas. El Aes Triplex se alejó unos kilómetros, esperó hasta que puso en marcha su cohete por algunos segundos, y entonces se unió a ella. Las dos naves fueron amarradas y el Capitán Yancey y el jefe ingeniero volvieron en el Aes 'Triplex.

– Toda para usted Hartley – anunció. Pruébela usted mismo y tome posesión de ella, cuando esté listo.

– Si usted está de acuerdo, yo también. Con su permiso, señor, transbordaré mi tripulación ahora.

-¿Si? Muy bien, Capitán, tome el mando y lleve a cabo sus órdenes. Apúntelo en el diario de a bordo señor – añadió el Capitán Yancey por encima de su hombro, al oficial de guardia.

Treinta minutos más tarde la tripulación escogida pasó por la cámara de descompresión de la Aes Triplex hacia la cámara de descompresión de la otra. La N.C.P. Pathfinder estaba de nuevo en servicio.

En la Aes Triplex quedaban el Capitán Yancey, el Teniente Thurlow, ahora oficial ejecutivo y astrogador, el Subteniente Peters, ahora ingeniero jefe, el cadete Jensen, oficial Jefe de comunicaciones y los cadetes Jarman y Dodson, oficiales de guardia en todos los departamentos y el doctor Pickering de cirujano.

El Comandante Miller, Capitán de la Pathfinder tenía un oficial menos que el Capitán Yancey, pero todos sus oficiales tenían experiencia. El Capitán Yancey hubiera tomado él mismo el mando de la nave abandonada, y se hubiera arriesgado con ella, si una cosa no se lo hubiera impedido: la ley no lo permitía. Podía poner a su Primer Oficial a bordo y volverla a considerar en activo, pero no había ninguna autoridad para relevarse del mando de su propia nave, era prisionero de su propio y único estatuto: un oficial comandante, obrando sin contacto con sus superiores.

En su plan original de vuelo se había intentado que la Pathfinder atracara en Deimos, Marte, en el momento en que este planeta le alcanzara y se encontrase en posición favorable. El retraso producido por el desastre descartaba la órbita planeada. Marte no estaría en la cita. Además, el Capitán Yancey quería llevar el extraordinario testimonio contenido en la Pathfinder a la Base Tierra lo más pronto posible, no tenía sentido el mandarla a aquel puesto avanzado en el satélite exterior de Marte.

Por consiguiente, fue pasada masa de reacción del Aes Triplex hacia la nave más pequeña, hasta que sus tanques estuvieron llenos y se trazó una órbita rápida, casi directa aunque antieconómica, hacia la Tierra. El Aes Triplex, utilizando una órbita mucho más grande, tipo «Hohmann» pasaría la órbita de Marte, la de la Tierra (la Tierra estaría en este momento en otro lugar), para, más lejos, girar alrededor del Sol y alejarse otra vez de éste, alcanzando la Tierra casi un año más tarde que la Pathfinder. Tenía bastante masa para efectuar esto, aún después de volver a llenar la Pathfinder, pero quedaba limitada a órbitas que malgastaban tiempo para ganar combustible, más usuales en las naves mercantes que en las de la Patrulla.

Matt, en uno de sus múltiples trabajos, como astrogador auxiliar, notó una peculiaridad de la órbita y le llamó la atención a Oscar:

– Oye, Os, ven a mirar esto. Cuando lleguemos al punto del perihelio, al otro lado del Sol, casi pasaremos rozando a tu ciudad natal. ¿Ves?

Oscar observó las posiciones marcadas en la carta.

– Bueno, ¡maldita sea si no lo hacemos! ¿Cuál es el punto más cercano?

– Menos de ciento cincuenta mil kilómetros. Más o' menos. Aunque he descubierto que el Viejo es un diablo para las órbitas efectivas. ¿Te gustaría apearte?

– Iremos demasiado rápido para poder hacerlo. – comentó Oscar, fríamente.

-¿Oh, dónde está el viejo espíritu del explorador? Podrías coger una de las navecillas y marcharte antes de que lo descubriésemos.

-¡Dios, como me gustaría! Sería agradable tener un permiso – Oscar movió la cabeza tristemente y observó el mapa con atención.

– Sé lo que fe preocupa.. – desde que eres jefe de un departamento, has adquirido cierto sentido de la responsabilidad ¿Cómo te sientes siendo uno de los poderosos?

Tex había entrado en la sala de mapas, mientras hablaban. Intervino en la conversación diciendo:

– Venga ya, Os, díselo a tu público.

La tez blanca de Oscar se volvió colorado.

– Basta ya de tomarme el pelo. Yo no tengo la culpa.

– De acuerdo, pero, hablando en serio- continuó Matt -. ¡Vaya suerte hemos tenido todos nosotros: somos oficiales accidentales de nave, en lo que tenía que ser un viaje de estudio. ¿Sabéis lo que pienso

– Y ¿piensas y todo? – preguntó Tex.

– Cállate. Si nos comportamos bien y tenemos la suerte de demostrar l~ que sabemos, esto puede significar el nombramiento como miembros de la Patrulla.

-¿El Capitán Yancey darme a mí la graduación? – dijo Tex -. Lo dudo.

– Bueno, a Oscar es casi seguro. Después de todo, es el oficial jefe de comunicaciones.

– Te digo que esto no significa nada – protestó Oscar -. Seguro, tengo ese cargo, sin nadie con quien comunicarnos. Estamos fuera de alcance de la radio, salvo de la Pathfinder, y se está alejando rápidamente.

– No lo estaremos siempre.

– No cambiará nada. ¿Te puedes imaginar el Viejo dejándome, o a uno de vosotros, hacer algo sin estar mirando por encima de mi hombro? De todas maneras, no quiero aún la graduación. Imagínate que volviésemos y no fuera confirmada. ¡ Sería embarazoso!

– Yo si que aceptaría esa posibilidad – anunció Tex -. Puede ser la única manera que tenga de graduarme.

– No te comportes como un pobre huérfano, Tex. Supón que tu tío Bodie te oyese hablando de esta manera…

De hecho, el ambiente en la nave era muy diferente, aunque el Capitán o el Teniente Thurlow, o los dos, los vigilaban muy atentamente. El Capitán Yancey empezó a llamarlos por sus nombres de pila en la mesa y abandonó completamente el uso del apelativo cadetes. A veces se refería a los «oficiales» de la nave, utilizando el término de tal manera, que incluía a los tres cadetes. Pero no hizo ninguna sugerencia a propósito de su graduación.

Fuera del cinturón de asteroides, fuera del alcance de la radio, y en una caída libre interminable, las tareas de la nave eran fáciles. Los cadetes tenían mucho tiempo para estudiar, bastante tiempo para jugar a cartas y para discutir interminablemente. Matt lo compaginó con sus tareas y llegó el momento en que buscaba en la biblioteca de la nave trabajos más elevados, puesto que las clases pensadas para ellos cuando se fueron de la Randolph eran para un viaje corto.

El Capitán organizó una serie de seminarios, en parte para pasar su propio tiempo y en parte como suplemento a la educación de los cadetes. Pretendían ilustrar varios problemas encontrados por un oficial de la Patrulla como hombre del espacio, o en su tarea más seria como representante diplomático. Yancey hizo bien los cursos, y los cadetes descubrieron, también, que se le podían arrancar reminiscencias. Era, a la vez, agradable e instructivo y les ayudó a pasar aquellas aburridas semanas.

Después de un tiempo muy largo llegaron al alcance de radio de Venus, y había correo para ellos, mensajes que les habían perseguido por la mitad del Sistema Solar. Un despacho oficial, del Departamento, felicitaba al oficial comandante y a la tripulación de la nave por la recuperación de la Pathfinder, esto fue registrado, a su tiempo, en los informes de cada uno. Un mensaje privado de Hartley Miller decía al Capitán Yancey que el viaje a casa había sido bueno y que los sabios se arrancaban los cabellos, discutiendo sobre el contenido de la nave. Yancey les leyó esto en voz alta.

Además de cartas de casa, Matt recibió el anuncio de compromiso de Marianne. Se preguntó si se habría casado con el joven que había conocido en el picnic, pero no estaba seguro del nombre, todo aquello le parecía muy lejano. Había una carta también, para los tres cadetes despachada desde: «Leda, Ganímedes», de Pete. Era del tipo: «aquí hace un tiempo maravilloso, me gustaría que estuvieseis aquí».

-¡Vaya suerte tiene el tipo! – dijo Tex- y nosotros por el mundo… ¡Uff!

Llegaron otros mensajes sobre los movimientos de las naves, órdenes técnicas, cambios de personal, la minucia acumulada de una organización militar importante, y un resumen detallado de las noticias de cuatro planetas desde el momento en que perdieron contacto, hasta el presente.

Oscar descubrió que el Capitán Yancey no le estaba controlando estrictamente como jefe de comunicaciones… pero eso ya no le sorprendía. Simplemente, Oscar era el jefe de comunicaciones, y casi había olvidado que antes había sido otra cosa.

Sin embargo, se dio cuenta de que estaba realmente confirmado en su puesto el día en que llegó un mensaje en la cifra más secreta, el primero que no era en idioma vulgar. Tuvo que pedir al Capitán la máquina de descifrar, que estaba guardada en su caja fuerte. Se la dio sin comentarios.

Oscar abrió mucho los ojos cuando le llevó el mensaje traducido a Yancey. Decía: TRIPLEX: PUEDE INVESTIGAR DIFICULTADES REGIÓN ECUATORIAL VENUS. OPERACIONES.

Yancey lo miró:

– Dígale al Oficial Ejecutivo que quiero verlo y, por favor, no hable de esto.

– Sí, señor.

Thurlow entró un poco desconcertado.

-¿Qué ocurre, Capitán?

Yancey le dio el papel. El Teniente lo leyó y silbó.

-¿Ve alguna manera de cumplir esto?

-¿Sabe cuanta potencia de reacción tenemos, Capitán? Podríamos alcanzar una órbita circular, pero no podemos aterrizar.

– Así lo veo yo. Supongo que tendremos que negarnos. Pero, caramba, preferiría ser flagelado antes que mandar una respuesta negativa. ¿Por qué nos escogieron a nosotros? Debe haber otra media docena de naves mejor situadas.

– No lo creo, Capitán. Me parece que somos la única nave disponible. ¿Ha estudiado la lista de movimientos?

– No con detenimiento, ¿por qué?

– Bien, la Thomas Paine tendría que ser la nave que se ocupase de esto, pero está en New Aukland, para efectuar reparaciones de emergencia.

– Ya veo. Tendría que haber una patrulla permanente alrededor de Venus… algún día tendrá que haberla – Yancey se rascó la barbilla, parecía que se sentía desgraciado.

-¿Qué tal le parecería una cosa, Capitán…?

-¿Si?

– Si cambiáramos el curso ahora mismo, podríamos hacerlo con poco gasto. Entonces, podríamos efectuar un frenado atmosférico, sin más gastos y, después, bajarla con el cohete.

– Humm, ¿cuánto margen tendríamos?

La mirada del Teniente Thurlow se perdía a lo lejos, mientras calculaba mentalmente una ecuación de cuarto orden. El Capitán Yancey se unió en el trance, moviendo los labios en silencio.

– Prácticamente ninguno, Capitán. Después de permanecer en círculo, se tendría que hacer una inmersión y aceptar la velocidad atmosférica terminal, o acercarse mucho a ella, antes de encender el cohete.

Yancey sacudió la cabeza.

-¿En Venus? Preferiría ir a la noche de Valpurgis, montado en una escoba. No, señor Thurlow, sólo podemos llamarles y confesar nuestra impotencia.

– Un minuto, Capitán, ellos saben que no tenemos infantes de marina.

– Claro.

– Entonces, no esperan que actuemos como Policía, así que lo que podemos hacer, es mandar una navecilla auxiliar.

– Me preguntaba cuando acabaría por pensar esto. De acuerdo, señor Thurlow, le toca a usted. Se lo entrego de mala gana, pero me parece que no puedo hacer otra cosa. Nunca tuvo una misión a su cargo, ¿verdad?

– No, señor.

– Pues lo ha conseguido de joven. Bien, pediré los detalles a Operaciones, mientras usted se prepara para el cambio de curso.

– Bien, señor. ¿Quiere designar usted al cadete que vaya conmigo, o lo elijo yo?

– No va a salir con uno solo, Teniente, irá con los tres. Quiero que, en cualquier momento, la nave esté tripulada y que tenga un hombre armado a su lado. La región ecuatorial de Venus… nadie sabe dónde se va a meter.

– Pero usted se queda únicamente con Peters, señor. No contando al cirujano, claro.

– El señor Peters y yo estaremos bien, Peters juega muy bien a las cartas.

Los detalles que obtuvieron de Operaciones eran muy pocos. La nave mercante Gary había enviado un mensaje por radio, diciendo que estaba en peligro a causa de una sublevación de los nativos. Había dado su posición y entonces se había perdido el contacto.

Yancey decidió usar el frenado atmosférico, de todos modos, para ahorrar masa de reacción para más adelante… de lo contrario, el Aes Triplex podía haber tenido que orbitar en torno a Venus, hasta que hubiera sido socorrida.

La tripulación pasó cincuenta y seis horas agotadoras, encerrada en la sala de control, mientras la nave se adentraba en las nubes de Venus y volvía a salir de ellas, cada vez un poco más adentro y un poco más despacio. Se fue poniendo penosamente caliente, y el tiempo de que pasaban en el espacio en cada salto casi no era suficiente para irradiar el calor que captaba. La mayor parte de la nave estaba intolerablemente caliente, ya que la sala de control y la «granja» se refrigeraban, a expensas del resto. En el espacio, no hay forma de eliminar un calor no deseado, permanentemente, excepto por radiación, y la diferencia de energía cinética entre la órbita original y la circunsvenusiana, que quería el Capitán, tuvo que ser absorbida como calor, un poco cada vez, para luego irradiarla al espacio.

Pero al final, tres acalorados, cansados y muy emocionados jóvenes, uno de ellos un poco mayor, estaban listos para subir a la navecilla número 2.

De pronto, Matt se acordó de algo.

– Oh, doctor. Doctor Pickering – el cirujano había pasado aquel viaje, sin acontecimientos médicos, escribiendo una monografía titulada: «Algunas notas sobre patología comparativa de los planetas habitados», y andaba ahora por el final. Había relevado a Matt como «granjero».

-¿Si, Matt?

– Esas nuevas plantas tomateras… tiene que cruzar su polen dentro de tres días. ¿Lo hará por mi? ¿No se olvidará?

-¿Cómo voy a hacerlo?

El Capitán se echó a reír:

– Salga ya de los surcos, Dodson, olvide la granja, nosotros la cuidaremos. Ahora, caballeros – miró alrededor captando sus miradas -. Procuren mantenerse vivos. Dudo de que esta misión justifique la pérdida de cuatro oficiales de la Patrulla.

Cuando salían, Tex apretó a Matt en las costillas:

-¿Oíste eso, muchacho? ¡Cuatro oficiales de la Patrulla!

– Sí, pero mira lo que dijo además.

Thurlow guardó las órdenes en su bolsillo. Eran muy simples: seguir dos grados siete latitud norte, longitud doscientos doce grados cero, localizar la Gary e investigar el supuesto levantamiento de los nativos. Mantener la paz.

El Teniente se instaló y miró a su tripulación:

-¡Mantengan agarrados sus sombreros, muchachos, allá vamos!

XIV

Los nativos son amistosos

La navecilla empezó a bajar con Thurlow al control y Matt en el asiento del copiloto. Al principio llevaba una velocidad orbital de más de siete kilómetros por segundo, que era la velocidad de la Aes Triplex en su órbita circular próxima alrededor del ecuador de Venus. La intención del Teniente era de neutralizar esta velocidad justo sobre su destino y entonces descender sobre su cola. Necesitaba hacer un aterrizaje sobre el chorro, puesto que la navecilla no tenía alas.

Tenía que hacerlo de manera muy precisa, utilizando el mínimo de energía posible. Le ayudaba un poco el «flotar con la corriente» de Oeste a este, la velocidad rotacional de unos 1.500 kilómetros por hora de Venus sobre su ecuador era una ganancia y no una pérdida. Sin embargo, el colocarse exactamente en el sitio ya era otra cuestión. El momento de partida estaba escogido de tal manera que toda la curva descendente tuviera lugar en el lado iluminado del Planeta, para utilizar el Sol como punto de referencia de su situación en longitud; la latitud dependería de la estimación del rumbo mediante la elección exacta de la ruta.

El Sol es el único cuerpo celeste que se puede utilizar durante la navegación aérea en Venus, e incluso se deja de verle al ojo desnudo, tan pronto como uno se encuentra en la envoltura de nubes que cubre todo el planeta. Matt tomaba marcaciones al Sol, manteniendo un ojo pegado al ocular de un adaptador de infrarrojos que había sido colocado en el octante de la nave, y así podía conducir a su, capitán, según un plano de vuelo preparado. No le había parecido práctico preparar un programa para el piloto automático, se sabía demasiado poco acerca de las condiciones atmosféricas que pudieran encontrar.

Cuando Matt hubo informado a su piloto que estaban, según el radar, a unos cincuenta kilómetros de altura, acercándose a la longitud exacta, tal como lo señalaba la imagen infrarroja del Sol, Thurlow llevó a la navecilla hacia su destino, cada vez más bajo y más lentamente y al final la frenó con el cohete para dejarla caer en una parábola distorsionada por la resistencia del aire.

Estaban envueltos por las siempre presentes nubes de Venus. La portilla de piloto era totalmente inútil. Ahora, Matt empezó a mirar la superficie que estaba debajo de ellos, utilizando un «perforador de nubes» de rayos infrarrojos.

Thurlow miró su altímetro de radar, verificando con el plan de alturas para la maniobra de toma; tierra.

– Si tenemos que esquivar algo, tiene que ser ahora – le dijo tranquilamente a Matt -. ¿Qué ves?

– Parece bastante liso. No puedo decir mucho.

Thurlow echó un vistazo.

– En cualquier caso no es agua… y tampoco es bosque. Creo que podemos intentarlo.

Cayeron, mientras Matt miraba detenidamente la fantasmagórica imagen producida por los infrarrojos, preparado para decirle a Thurlow que diera toda la potencia posible, si fuera un prado.

Thurlow frenó el cohete… y lo paró. Sintieron un golpe, como si se hubieran caído unos metros. Habían llegado a Venus.

-¡Oh! – dijo el piloto, secándose el sudor de su frente -. No quiero tener que intentar esto cada día.

– Un buen aterrizaje, patrón – gritó Oscar.

– Ya lo creo – corroboró Tex.

– Gracias, amigos. Bueno, bajemos los zancos

Pulsó un botón del tablero de control. Como la mayoría de los cohetes construidos para aterrizar sobre su chorro, Ja navecilla estaba dotada de tres mástiles telescópicos que salían de los lados de la embarcación y se inclinaban hacia abajo. La presión hidráulica los empujaba, hasta que se ponían en contacto con algo lo bastante sólido como para resistirlos, y entonces el motor se cortaba automáticamente y se fijaban en su sitio, sosteniendo el cohete por tres lados, como si fuera un trípode y manteniéndolo erecto.

Thurlow esperó que aparecieran tres pequeñas luces verdes bajo el botón de control de los zancos, entonces desconectó los giróscopos de estabilización de la navecilla. Esta se quedó inmóvil, por lo que se desató.

– Muy bien, muchachos. Vamos a echar un vistazo. Matt y Tex, quedaos dentro. Oscar, si no te importa que lo diga, puesto que es tu país natal, tendrías que hacernos los honores.

-¡De acuerdo! – Oscar se desató y se fue corriendo hacia la cámara de descompresión. No se necesitaba verificar el aire puesto que hay hombres en Venus, y todos, como miembros de la Patrulla, habían sido inmunizados contra los virulentos hongos de Venus.

Thurlow iba detrás muy cerca de él. Matt se desató y bajó, para sentarse al lado de Tex en el asiento de pasajero que Oscar había dejado. El espacio de la cámara de descompresión era demasiado pequeño en esta diminuta embarcación, como para que valiera la pena hacer otra cosa aparte de esperar.

Oscar miró a fuera, fijamente, por entre la niebla.

– Bueno, ¿cómo te sienta estar de vuelta en casa? – le preguntó Thurlow.

-¡Espléndido! ¡Qué magnífico, qué día tan maravilloso!

Thurlow sonrió a Oscar y le dijo:

– Bajemos la escalera y miremos donde estamos. La puerta de acceso estaba a más de quince metros por encima de los alerones de cola, sin cómodo ascensor de carga.

– De acuerdo – Oscar dio la vuelta y pasó, apretándose, junto a Thurlow. De repente la navecilla se inclinó sobre el lado opuesto a la puerta, pareció quedarse retenida, pero luego empezó a caer, cada vez más deprisa.

-¡Los giróscopos! – gritó Thurlow -. Matt, conecta los giróscopos.

Intentó pasar por encima de Oscar; chocaron, y los dos cayeron hacia atrás, tendidos, mientras la nave se volcaba.

Matt intentó ejecutar la orden del piloto, pero estaba tendido, relajándose. Se cogió a los lados del asiento, intentando con fuerza ponerse de pie, y volver a la estación de control, pero el asiento se inclinó hacia atrás, se encontró deslizándose sobre el mismo y al final quedó sobre el lado de la embarcación, que en aquel momento estaba horizontal.

Oscar y Thurlow fueron lo primero que vio cuando se repuso. Estaban amontonados sobre la pared interior de la nave, con Oscar encima. – Este empezó a levantarse… y se paró.

-¡Hey!

-¿Estás herido, Os?

– Mi brazo.

-¿Qué te pasa? – era Tex, que surgió detrás de Matt, al parecer ileso de la caída.

Oscar se ayudó con su brazo derecho para levantarse, y tocó con cariño su antebrazo izquierdo.

– No sé. Una torcedura o tal vez una rotura. ¡Ay! ¡Ay! Es una rotura.

-¿Estás seguro? – Matt se adelantó -. Déjame ver.

-¿Qué pasa con el patrón? – inquirió Tex.

-¿Qué? – dijeron Matt y Oscar a la vez. Thurlow no se había movido. Tex se acercó a él y se arrodilló.

– Parece que ha perdido el sentido.

– Tírale agua.

– No, no lo hagas – la embarcación cayó un poco más. Oscar se asustó y dijo:

– Creo que sería mejor que saliéramos de aquí.

-¿Qué? ¡No podemos! – protestó Matt -. Tenemos que llevar al señor Thurlow con nosotros.

Oscar no le contestó sino que empezó a subir hacia la cámara de descompresión abierta, que se encontraba ahora a unos tres metros por encima de ellos, lanzando juramentos en venusiano, agitándose penosa y difícilmente, utilizando una mano y forcejeando.

-¿Qué le pasa al viejo, Os? – preguntó Tex -. Parece que ha perdido la cabeza.

-¡Déjale estar! Tenemos que ocupamos del patrón.

Se arrodillaron al lado de Thurlow y le examinaron deprisa pero suavemente. No parecía herido, pero permanecía inconsciente.

– Tal vez sólo haya perdido el sentido – sugirió Matt -. Sus pulsaciones son fuertes y seguras.

– Mira esto, Matt – había una protuberancia detrás de la cabeza del Teniente. Matt la examinó, palpándola con cuidado.

– No se ha hundido el cráneo. Solamente se ha dado un porrazo. Se pondrá bien. Creo…

– Me gustaría que el Doctor Pickering estuviera aquí.

– Sí, y si los peces tuvieran patas, serían ratas… Deja de preocuparte Tex. Deja de manosearle, y dale la oportunidad de salir de esto de modo natural.

Oscar sacó la cabeza por la puerta abierta:

-¡Eh, vosotros chicos! ¡Hay que salir de aquí, y rápido!

-¿Por qué? – le preguntó Matt -. De todas maneras, no podemos: tenemos que quedamos con el patrón, y todavía está sin sentido.

-¡Entonces hay que acarrearlo!

-¿Cómo? ¿Sobre los hombros?

-¡De cualquier manera, pero hay que hacerlo! ¡La nave se está hundiendo!

Tex abrió la boca, la cerró otra vez, y se fue hasta un pequeño armario. Matt gritó:

– Tex, coge una cuerda.

-¿Qué piensas que estoy haciendo, patinando sobre hielo? – Tex reapareció con un rollo de cuerda delgada y resistente, utilizada para remolcar la pequeña embarcación hacia la nave madre -. Tranquilo, ahora, levántalo mientras la paso bajo su peso.

– Tendríamos que hacer un buen cabestrillo. Así podemos herirlo.

-¡No hay tiempo para eso! – apremió Oscar desde arriba -. ¡Deprisa!

Matt subió a la puerta con una extremidad de la cuerda, atándola, mientras Tex estaba todavía pasando el lazo bajo de los sobacos del hombre inconsciente.

Una mirada alrededor bastaba para confirmar la predicción de Oscar: la navecilla estaba de costado y sus alerones apenas tocaban el suelo firme. Su morro estaba más bajo que su cola y se hundía en un fango amarillo y poco denso.

El fango se extendía en la niebla, como un campo llano, y su superficie estaba cubierta como una alfombra de hongos amarillo-verdosos salvo en un espacio pequeño al lado de la nave donde ésta, al caer, había abierto un hueco.

Matt no tuvo tiempo de hacerse una idea de la escena. El fango llegaba casi a la puerta.

-¿Listo allí abajo?

– Listo, estaré arriba enseguida.

– Quédate donde estás y no dejes que se golpee. Creo que puedo manejarlo – Thurlow pesaba unos sesenta y tres kilos en la Tierra, su peso en Venus era de unos cincuenta y tres kilos. Matt se puso a horcajadas en la puerta y tiró de la cuerda.

– Te puedo echar una mano, Matt – dijo Oscar, ansiosamente.

Apártate de en medio – con Matt tirando y Tex empujando y aguantando desde abajo, llevaron al inerte Teniente sobre el marco de la puerta y le sacaron del cohete.

La nave se balanceó de nuevo mientras un alerón de la cola se deslizaba del escollo.

– Adelante, chicos – instó Matt -. ¿Os, puedes llegar a esa orilla, tú solo?

– Si, claro.

– Entonces, hazlo. Dejaremos al patrón atado a la cuerda y te pasaremos un extremo del que te podrás suspender con tu mano buena. De esta manera, si se hunde en el fango, podemos sacarlo.

– Cállate y trabaja – Oscar recorrió todo el largo de la nave, llevando consigo el extremo de la cuerda. Llegó al escollo, pasando por un alerón de cola.

Matt y Tex no tuvieron problemas para transportar a Thurlow hasta los alerones, pero los últimos pocos metros, desde éstos a la orilla fueron difíciles. Tenían que andar cerca del tubo del reactor, todavía caliente y humeante, y balancearse encima de una depresión formada por un alerón y el lado convergente de la nave. Finalmente, lo consiguieron, dejando que Oscar sostuviera la mayor parte del peso del Teniente tirando desde la orilla con su brazo bueno.

Cuando hubieron puesto a Thurlow sobre el césped, Matt saltó otra vez a bordo de la navecilla. Oscar le gritó.

– Eh, Matt, ¿a dónde crees que vas?

– De vuelta dentro.

– No lo hagas. Vuelve aquí – Matt dudó, Oscar añadió -. Es una orden, Matt.

Matt contestó:

– Me quedaré solamente un minuto. No tenemos ni armas ni elementos de supervivencia. Haré una rápida entrada y los tiraré hacia fuera.

– Ni lo intentes – Matt se quedó dudando un momento, indeciso entre la prioridad indiscutible en el escalafón de Oscar, y la novedad de recibir órdenes directas de su compañero de cuarto. Mira la puerta, Matt – siguió Oscar -. Te quedarás prisionero.

Matt observó. El extremo lejano de la puerta ya estaba en el fango, y una corriente continua de fango se vertía dentro de la nave, espeso como si fuera melaza. Mientras miraba, el vehículo dio un cuarto de vuelta, buscando una nueva estabilidad. Matt volvió a la orilla de un salto.

Miró detrás y vio que la puerta ya no se podía ver; una gran burbuja se formó e hizo ¡plop!, luego otra.

– Gracias, Os.

Se quedaron de pie, mirando a la cola deslizarse por la orilla. Una nube de vapor subió y se juntó con la niebla, cuando el tubo del cohete tocó la humedad; entonces la cola se levantó y la navecilla se quedó casi vertical; al revés, durante unos momentos, con solamente su extremidad posterior fuera del barro.

Se sumergió lentamente. Al fin, no quedaba nada más que burbujas en el fango y una abertura desigual en aquel falso prado imaginario que señalaba donde había estado.

La barbilla de Matt temblaba.

– Tendría que haber permanecido en los controles. Hubiera podido estabilizarla con los giróscopos -.

– Eso no tiene sentido – dijo Oscar -. No te pidió que te quedaras en tu puesto.

– Tendría que haberlo imaginado.

Deja de culparte. Los reglamentos dicen que esto es cosa del piloto. Si tenía alguna duda tendría que haberla dejado estabilizada con el giróscopo hasta haberlo examinado todo. Y, como por ahora tenemos que ocuparnos de él, deja ya los post-mortem.

– De acuerdo – Matt se arrodilló y tomó el pulso de Thurlow. Continuaba siendo regular.

– No podemos hacer nada más por él, por ahora, aparte de dejarle descansar. Déjame ver tu brazo.

– De acuerdo, pero ten cuidado. ¡Uff!

– Perdona. Me temo que tendré que hacerte daño; en realidad, nunca he puesto un hueso en su lugar.

– Yo sí – dijo Tex -. Allá en las montañas. Ven aquí amigo Os. Recuéstate y relájate, que te va a doler.

– De acuerdo. Pensaba que en Texas simplemente los rematabais – Oscar intentó bromear.

– Solamente los que tenían una pierna rota. Habitualmente salvamos a los que tienen los brazos rotos. Matt, coge un par de tablillas. ¿Tienes un cuchillo?

– Sí.

– Muy bien, yo no tengo. Mejor será que te quites la blusa, Oscar – Jensen obedeció, con ayuda; Tex colocó un pie debajo del sobaco izquierdo de Oscar, cogió su mano izquierda con sus dos manos y dio un fuerte tirón.

Oscar chilló.

– Creo que lo conseguí – dijo Tex -. Matt, Corre con estas tablillas.

– Ya voy – Matt había encontrado un grupo de arbustos de unos cuatro o cinco metros de altura, parecidos superficialmente a los bambúes de la Tierra. Cortó una docena de trozos, gruesos como su dedo meñique y de unos quince centímetros de largo, y los llevó a Tex -. ¿Irán bien?

– Creo que sí. Lo siento por tu blusa, Oscar – Tex Intentó cortar la prenda en pedazos, pero renunció -. ¡Caramba! Este material es duro. Dame tu cuchillo, Matt.

Diez minutos más tarde, Oscar estaba bien entablillado y provisto de un cabestrillo hecho con lo que quedaba de su blusa. Tex se quitó su propia blusa y se sentó encima, puesto que el césped estaba húmedo, y el día caliente y bochornoso como habitualmente lo son en Venus.

– Ya está hecho eso – dijo, y el patrón ni siquiera ha parpadeado. De modo que tu sigues mandando, Os. ¿Cuándo comemos?

– Una pregunta interesante – Oscar frunció las cejas -. Primero vamos a ver de lo que disponemos.

– Vaciad vuestras bolsas.

Matt tenía su cuchillo. La bolsa de Oscar no contenía nada importante. Tex cooperó con su armónica. Oscar parecía preocupado.

-¿Amigos, creéis que puedo mirar en la bolsa del señor Thurlow?

– Creo que tendrías que hacerlo – dijo Tex -. Nunca vi que alguien se quedara inconsciente durante tanto tiempo.

– Estoy de acuerdo – añadió Matt -. Creo que tenemos que admitir que ha sufrido una conmoción y que se quedará inconsciente durante un cierto tiempo. Adelante, Oscar.

La bolsa de Thurlow contenía unas cosas personales que ojearon por encima, las órdenes de la expedición y otro cuchillo, cuyo mango estaba provisto de un pequeño compás magnético.

– Caramba, me alegro de tener esto. Me estaba preguntando cómo íbamos a encontrar nuestro camino hasta aquí sin nativos para guiamos.

-¿Quién quiere volver aquí? – preguntó Tex -. Me parece que no me atrae lo más mínimo.

– La navecilla está aquí.

– Y el Triplex está en algún sitio, encima de tu cabeza. Una está casi a la misma distancia de nosotros que la otra… para peatones, quiero decir.

– Mira, Tex, de cualquier manera tenemos que sacar este cohete del fango, y hacerlo funcionar. Si no, nos quedaremos aquí toda la vida.

-¿Qué? ¡Confiaba en ti, el viejo experto en Venus, para conducirnos otra vez hacia la civilización!

– No sabes lo que dices. Tal vez puedas andar ocho o diez mil kilómetros a través de pantanos, y pasar trampas y cañaverales espesos; yo no puedo. Solamente recuerdo que no hay ninguna colonia permanente, ni plantación, a más de ochocientos kilómetros de los dos polos. Recuerda que Venus no está realmente explorada, y que sé aproximadamente lo mismo a propósito de este rincón del bosque que tu del Tíbet.

– Me pregunto qué demonios estaba haciendo la Gary por aquí – comentó Matt.

– Y yo que sé…

-¡Hey! – exclamó Tex -. Tal vez podemos volver a casa en la Gary.

– Tal vez, pero todavía no hemos encontrado a la Gary. En consecuencia, si vemos que no podemos, tan pronto como cumplamos estas órdenes… – Oscar alzó el papel que había sacado del bolsillo de Thurlow -, tenemos que encontrar una manera de sacar la navecilla de este hueco de sentina.

-¿Con nuestras sonrosadas y diminutas manos de mosquito? – preguntó Tex -. ¿Y qué pasa con nuestras órdenes? No me parece que estemos en muy buena forma para ir a apaciguar tumultos, sosegar insurrecciones e imponer nuestra autoridad de un lado a otro. No tenemos ni una pistola de lanzar garbanzos, ni un solo garbanzo. Pensándolo bien, si tuviera uno, me lo comería.

– Oscar tiene razón – convino Matt -. Estamos aquí, tenemos que cumplir una misión; tenemos que llevarla a cabo. Es lo que el señor Thurlow diría. Y, después, tenemos que discurrir una manera de volver.

Tex se levantó.

– Tendría que haberme dedicado al negocio del ganado. De acuerdo, Oscar, ¿qué pasa ahora?

– Lo primero que tenéis que hacer tú y Matt es construir una litera, para transportar al jefe. Tenemos que encontrar agua corriente, y no quiero separar al grupo.

Del mismo seto de arbustos de caña de donde habían sacado las tablillas sacaron material para hacer el armazón de una litera. Utilizando los dos cuchillos, Matt y Tex cortaron dos pedazos de dos metros, gruesos como sus brazos. El material era ligero y bastante tieso. Introdujeron los palos en las mangas de sus blusas, y colocaron travesaños en muescas, cerca de cada extremidad. Había un amplio hueco en el medio que cerraron con la cuerda recuperada de la navecilla.

El resultado era una birria, pero utilizable. Thurlow estaba todavía inconsciente. Su respiración era débil pero su pulso todavía regular. Lo colocaron sobre la camilla y se pusieron en camino, con Oscar guiándolos, con el compás en la mano.

Durante una hora, más o menos, andaron por una tierra pantanosa, chapoteando en el barro arañándose con las malezas, y perseguidos por nubes de insectos.

Al final Matt estalló:

-¡Os! Nos merecemos un poco de descanso.

Jensen se dio la vuelta.

– De acuerdo, de todas maneras ya hemos llegado. Agua corriente.

Se adelantaron y se reunieron con él. Más allá del espeso cañaveral, perfectamente llano y tranquilo bajo la colina, había un estanque o un lago. Su tamaño era incierto, puesto que la orilla lejana se perdía en la niebla.

Escogieron un Sitio para poner la litera, y entonces Oscar se inclinó hacia el agua y la golpeó:

¡Plash!, ¡plash!, ¡plash!, ¡plash!, ¡plash!

-¿Qué hacemos ahora?

– Esperamos y rezamos. Gracias a Dios, los indígenas son amables, normalmente.

-¿Crees que nos pueden ayudar?

– Si quieren ayudarnos, apostaría hasta dinero a que pueden sacar la navecilla del barro, y pulirla y limpiarla en tres días.

-¿Lo crees realmente? Sabía que los venusianos eran amables pero, un trabajo como éste…

– No despreciéis a Pequeño Pueblo. No se nos parecen, pero no te dejes engañar por eso.

Matt se agachó y empezó a ahuyentar los insectos golpeó otra vez el agua, de la misma manera.

– Me parece que no hay nadie en casa, Os.

– Espero que te equivoques, Tex. Se supone que la mayor parte de Venus está habitada, pero este puede ser un sitio tabú.

Una cabeza triangular, ancha como la de un perro collie, surgió del agua a unos tres metros de ellos. Tex saltó. El venusiano le miró con ojos curiosos y brillantes. Oscar se puso en pie.

– Bien venidos, vosotros cuya madre era amiga de mi madre.

La venusiana se dirigió a Oscar:

– Que vuestra madre descanse feliz – dijo, y luego se sumergió y desapareció, casi sin hacer ondas.

– Es un consuelo – dijo Oscar -. Naturalmente, dicen que este planeta no tiene más que un idioma único, pero es la primera vez que lo compruebo.

-¿Por qué ha desaparecido ese tipo?

– Probablemente para ir a dar parte. Y no digas «ese tipo», Matt, di «esa venusiana».

– Es una diferenciación, que sólo podría interesar a otro venusiano.

– Bien, es una mala costumbre, de todas maneras – Oscar se agachó y esperó.

Después de un tiempo que parecía más largo a causa de los insectos, el calor y el bochorno, el agua se abrió en una docena de Sitios al mismo tiempo. Uno de los anfibios subió con gracia a la orilla y se puso de pie en ella. Llegaba aproximadamente al hombro de Matt. Oscar repitió los saludos de rigor. Ella le miró:

– Mi madre me dice que no os conoce.

– Sin duda, ocupada con pensamientos importantes, lo ha olvidado.

– Tal vez. Vamos a ver a mi madre para que os huela.

– Sois muy amable. ¿Podéis transportar a mi compañero? – Oscar señaló a Thurlow -. Estando enferma, «ella» no puede cerrar su boca en las aguas.

La venusiana asintió. Llamó a una de sus acompañantes, y Oscar se unió a la deliberación, explicando como se debía cubrir la boca de Thurlow y taparle la nariz.

– Para que las aguas no «la» devuelvan a la madre de su madre.

La segunda nativa discutió, pero asintió.

Tex abrió unos ojos como faros.

– Mira, Matt – dijo, con prisa, en Básico. Seguro que no están pensando en llevarnos bajo el agua ¿verdad?

– Salvo que quieras quedarte aquí, hasta que los insectos te coman entero, tienen que ir. Tómatelo con calma, déjalas llevarte, e intenta mantener los pulmones llenos. Cuando se hundan, puede ser que tengas que estar sumergido durante unos minutos – le contestó Oscar.

– Tampoco me gusta a mí – dijo Matt.

– Ostras, visité por primera vez una casa venusiana cuando tenía nueve años. Saben que no podemos nadar como ellas. Al menos, las que están cerca de las colonias lo saben – admitió, dudosamente, Oscar.

– Tal vez sería mejor que se lo dijeras bien claro.

– Lo intentaré.

La jefe le cortó con convicción. Dio una orden aguda y seis componentes de su grupo se colocaron al lado de los cadetes, dos para cada uno. Otras tres cogieron a Thurlow, lo alzaron y lo introdujeron en el agua. Una de ellas era la que había recibido las órdenes.

Oscar les gritó:

-¡Tomadlo con calma, amigos!

Matt sintió unas manos pequeñas empujándole hacia el lago. Inspiró profundamente y entró en el agua.

El agua se cerró encima de su cabeza. Era cálida como la sangre, y dulce. Abrió los ojos, vio la superficie, entonces su cabeza emergió otra vez. Las pequeñas manos se agarraron a sus lados, y le impelieron, nadando con fuerza. Se dijo a sí mismo que debía relajarse, y dejó de luchar.

Después de un rato, incluso lo encontró agradable, cuando se hubo asegurado de que las pequeñas criaturas no intentaban arrastrarle hacia el fondo. Pero se acordó del consejo de Oscar e intentó estar alerta, para cuando empezaran a bucear. Afortunadamente, vio que el trío en el que Tex se encontraba en el medio se zambullía; inspiró a tiempo.

Bajaron y bajaron, hasta que sus tímpanos le dolieron y después siguieron adelante. Cuando empezaron a subir, el dolor en su pecho era casi insoportable. Estaba luchando contra el reflejo de abrir la boca y respirar algo, hasta agua, cuando salieron a la superficie otra vez.

Hubo otros tres recorridos, duros para los pulmones, debajo del agua; cuando hicieron superficie por última vez Matt, vio que ya no estaba en el exterior.

La cueva, si es que era una cueva, tenía unos treinta metros de largo y menos de la mitad de ancho. En el centro había la entrada acuática por la cual habían venido. Estaba iluminada desde arriba, bastante débilmente, por una especie de globos naranja, ardientes.

Advirtió la mayor parte de esto después de haber subido a la orilla. Su primera impresión fue de una multitud de venusianos rodeando la piscina. Naturalmente, les extrañaban sus invitados y charlaban. Matt pilló unas palabras y oyó una referencia «engendrados en el cieno», lo que le molestó.

Los tres que estaban con Thurlow salieron del agua. Matt se separó de sus guardias y ayudó a sacarlo a tierra firme. Se puso furioso, durante un momento, al no poder encontrar el pulso del Teniente; después lo localizó: Era rápido y confuso.

Thurlow abrió los ojos, y le miró:

– Matt, los giros…

– Todo está bien, Teniente. Tómelo con calma.

Oscar estaba de pie, junto a él.

-¿Cómo está, Matt?

– Parece que está saliendo de la inconsciencia. Me parece que está mejor.

– Tal vez la inmersión le benefició.

-A mi no me hizo ningún bien – aseguró Tex -. Tragué unos cuatro litros de agua durante la última. Estas pequeñas ranas son unas descuidadas.

– Se parecen más a focas – dijo Matt.

– No son nada de eso – cortó Oscar bruscamente. Son gente. Ahora – continuó – intentaremos entablar relaciones amistosas.

Dio la vuelta, buscando a la jefa del grupo.

La muchedumbre se separó, dejando un pasillo hacia la piscina. Una anfibio, andando sola, pero seguida por tres más bajó lentamente por el pasillo hacia ellos. Oscar se dirigió a ella.

¡Saludos, oh muy preciada madre de muchos!

Ella le miró de arriba abajo lentamente, y habló, pero no a él:

– Tal como pensaba. Llevdoslas.

Oscar empezó a protestar, pero no dio ningún resultado. Cuatro de las enanas se acercaron a él. Tex le gritó:

-¿Qué te parece, Os? ¿Les damos de palos?

-¡No! – gritó Oscar a su vez -. No te resistas.

Tres minutos más tarde, fueron metidos en una sala pequeña, casi completamente en tinieblas, pues la oscuridad estaba rota solamente por una única esfera de luz naranja. Después de haber dejado a Thurlow en el suelo las enanas se fueron, cerrando la puerta detrás a base de correr una cortina. Tex miró alrededor, intentó ajustar sus ojos a la débil luz, y dijo:

– Es tan confortable como una tumba. Os, tendrías que habernos dejado organizar una buena pelea. Apuesto a que hubiéramos podido liquidar a toda esta pandilla.

– No seas tonto, Tex. Supón que lo hubiéramos conseguido, cosa que dudo; si así hubiera sido, ¿cómo ibas a encontrar el camino para salir de aquí nadando?

– No lo hubiera intentado. Hubiéramos cavado un túnel hasta la superficie, tenemos dos cuchillos.

– Tal vez lo hubieras logrado. Yo no lo intentaría: generalmente el Pequeño Pueblo construye sus ciudades bajo los lagos.

– No lo había pensado bajo este aspecto… eso si que es cosa mala – Tex examinó el techo como si se estuviera preguntando cuando se abriría -. Mira, Os, no creo que estemos debajo del lago, puesto que las paredes de este calabozo estarían húmedas.

– Ni hablar, son muy buenas para estas cosas.

– Bueno, de acuerdo, de modo que nos tienen en sus manos. No me estoy quejando, Os, tu intención era buena, pero me parece que tendríamos que haber probado suerte en la jungla.

– Por el amor del cielo, Tex. ¿No crees que ya tengo bastante para preocuparme sin que hagas conjeturas? Si no estás quejándote, entonces deja de rezongar.

Hubo un corto silencio y Tex dijo:

– Perdóname, Oscar. Soy un bocazas.

– Lo siento. No tendría que haberme irritado. Me duele el brazo.

– Oh, ¿cómo te va? ¿No te lo he puesto bien?

– Creo que hiciste un buen trabajo, pero me duele. Me empieza a picar, debajo de las vendas; me aguijonea. ¿Qué estás haciendo, Matt?

Después de haber observado el estado de Thurlow, que seguía sin cambios, Matt había ido hasta la puerta investigando la cerradura. Descubrió que la cortina era de alguna clase de tela, dura y espesa, y estaba atada a los bordes. Estaba intentando cortarla con su cuchillo, cuando Oscar le habló.

– Nada – contesto -, esto no la corta.

– Entonces, deja de intentarlo y tranquilízate. No queremos salir de aquí… al menos, por ahora.

– Habla por ti, amigo. ¿Por qué «no queremos»?

– Es lo que he intentado decirle a Tex No voy a decir que éste sea un lugar agradable pero, de todas formas, estamos unas ochocientas veces mejor aquí de lo que estábamos hace unas dos horas.

-¿Cómo?

-¿Tenéis alguna idea de lo que significa pasar la noche aquí en la jungla, sin nada para defendernos? ¿Cuando se oscurece, y los gusanos del cieno vienen a mordisquearte los dedos del píe? Tal vez nos arreglaríamos durante una noche, o aún dos, manteniéndonos activos y si así era seríamos muy, muy afortunados… ¿pero qué pasaría con él?- Oscar hizo un movimiento hacia la forma inmóvil de Thurlow -. Por esto es por lo que, en primer lugar, me ocupe en encontrar nativos. Estamos seguros, aunque estemos encerrados.

Matt tembló. Los gusanos del cieno no tienen dientes; pero excretan un ácido que disuelve lo que quieren probar. Miden unos dos metros.

– Me has convencido.

Tex dijo:

– Me gustaría que Tío Bodie estuviera aquí.

-A mi también, te haría callar. No estoy ansioso por salir de aquí hasta que nos hayan dado algo para comer y podamos dormir un poco; para entonces tal vez el jefe ya estará de nuevo sobre sus pies, y sabrá lo que tenemos que hacer.

-¿Qué te hace pensar que van a damos de comer?

– No sé lo que harán, pero creo que lo harán. Si se parecen a las venusianas que están alrededor de las colonias polares, nos darán de comer. Mantener a otra criatura encerrada, sin darle de comer, es una crueldad en la cual nunca pensarían Oscar buscó palabras -. Tenéis que conocerlas para entender lo que quiero decir, pero el caso es que el Pequeño Pueblo no tiene la crueldad de los hombres.

Matt asintió.

– Sé que se las describe como una raza amable y pacífica. No creo que llegue nunca a tenerles mucho cariño, pero los carretes de estudio me las presentaron como amables.

– Eso es solamente un prejuicio de raza. Es más fácil sentir amistad por una venusiana que por un hombre.

– Os, esto no es justo – protestó Tex -. Matt no tiene ningún prejuicio de raza, y tampoco lo tengo yo. Mira al Teniente Peter, ¿nos importó que fuera tan negro como el as de espadas?

– No es lo mismo. Una venusiana es completamente diferente. Creo que tienes que criarte con ellas, como yo, para darlo por supuesto. Pero todo lo que les concierne es diferente, por ejemplo, el hecho de que nunca se vea otra cosa más que hembras.

– Dime, ¿qué pasa con esto, Os? ¿Seguro que hay varones venusianos, o bien es solamente una superstición?

– Seguro que los hay, el Pequeño Pueblo es indiscutiblemente bisexual. Pero dudo que jamás obtengamos una imagen de uno o que tengamos la suerte de poderlo examinar. Los tipos que proclaman haberlos visto son unos mentirosos – añadió -, porque sus historias nunca coinciden.

-¿Por qué crees que son tan quisquillosos sobre esto?

-¿Por qué nunca come buey un hindú? No hay ninguna razón para esto. Yo creo en la teoría convencional: los varones son pequeños e indefensos y tienen que ser protegidos.

– Estoy contento de no ser venusiano – comentó Matt.

– Tal vez no sería una vida tan mala – repuso Tex -. Yo… podría soportar algo de protección femenina, ahora mismo.

– No vayas a considerarme una autoridad sobre Venus – advirtió Oscar -. Nací aquí, pero no nací en este sitio.

Dio golpecitos en el suelo.

– Conozco a los nativos de la región polar, los que viven alrededor de mi ciudad natal, y es prácticamente el único tipo de venusiano que la gente conoce.

-¿Piensas que haya tanta diferencia? – quiso saber Matt.

– Creo que ya tenemos mucha suerte al poder hablar con ellos, a pesar de que su acento me vuelva loco. En cuanto a las otras diferencias… mira, si los únicos seres humanos que hubieras encontrado fueran esquimales, ¿de qué te serviría esto para tratar con el alcalde de una ciudad de Méjico? Las costumbres locales serían completamente distintas.

– Entonces tal vez no nos den de comer, después de todo – dijo Tex, melancólicamente.

Pero les dieron de comer, poco después. La cortina se descorrió, algo fue puesto en el suelo y la puerta se cerró otra vez.

Había un plato lleno de una sustancia viscosa, de color y de textura indeterminadas a la débil luz, y un objeto que tenía aproximadamente la talla y la forma de un huevo de avestruz. Oscar cogió el plato y lo olió, después cogió un pedacito y lo probó.

– Está bien – anunció -, vamos, comamos.

-¿Qué es? – preguntó Tex.

– Es… bueno, no importa. Cómelo. No os hará daño y os mantendrá en vida.

-¿Pero, qué es? Quiero saber qué es lo que estoy comiendo.

– Permíteme señalar que, o te lo comes o te quedas con hambre. A mí no me importa. Si te lo digo, tus prejuicios locales te impedirán comer. Piensa solamente que es basura y aprende a saborearía.

– Eh, basta, deja de tomarnos el pelo, Os.

Pero Oscar se negó a continuar la discusión. Comió con prisa, hasta que hubo terminado su ración, echó una mirada a Thurlow y dijo de mala gana.

– Creo que tendríamos que dejar un poco para él.

Matt probó aquello.

-¿Qué tal es? – le interrogó Tex.

– No es malo. Me recuerda puré de brotes de soja. Es salado… me da sed.

– Sírvete – sugirió Oscar.

-¿Eh? ¿Dónde? ¿Cómo?

– La vejiga para beber, naturalmente – Oscar le pasó «el huevo de avestruz».

Matt lo encontró suave al tacto, a pesar de su apariencia. Lo sostuvo en alto, perplejo.

-¿No sabes cómo utilizarlo? Mira – Oscar lo cogió, miró las extremidades, y eligió una, que colocó en sus labios -. Así – dijo, secándose los labios -. Pruébalo. No lo aprietes demasiado, o te lo vas a echar por encima.

Matt lo probó, y obtuvo un trago de agua. Se parecía un poco a utilizar un biberón.

– Es una especie de vejiga de pescado – explicó Oscar -. Es esponjosa por dentro. Oh, no tengas repugnancia, Tex, está esterilizada.

Tex lo probó, cautelosamente, después se rindió y agarró la comida. Al cabo de un rato todos se arrellanaron, sintiéndose mucho mejor.

– No es tan malo – admitió Tex -. Pero, ¿sabéis lo que me gustaría? Una pila de pasteles calientes, humeantes, tiernos y bien doraditos…

-¡Oh, cállate! – dijo Matt.

– Con mantequilla fundada y nadando en miel. De acuerdo, me callaré – abrió la cremallera de su bolsa y sacó su armónica -. Bueno, que os parece… todavía está seca.

Intentó un par de notas, y después se lanzó a una brillante ejecución de «El piloto bizco».

– Tex, basta – dijo Oscar -. Esta es una especie de sala de hospital, ¿recuerdas?

Tex miró al enfermo con inquietud:

-¿Crees que lo puede oír?

Thurlow dio la vuelta y murmuró en su sueño. Matt se inclinó sobre él.

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