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Cadete del espacio, de Robert A. Heinlein (página 7)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

– Me gustaría que tuvieras razón, Matt. Nadie tiene más respeto para el Pequeño Pueblo que yo, pero no existe ningún combustible para cohete que podamos utilizar, que no implique uno o más gases líquidos. Puede que entiendan lo que necesitamos, pero no tendrán medio de hacerlo.

¿Estás seguro?

– Bueno, mira, Matt: el oxígeno líquido, hasta el aire líquido, necesitan presiones muy altas, mucha energía, y envase de alta presión para las fases intermedias. El Pequeño Pueblo utiliza poco la energía, y apenas si utilizan metales.

– No utilizan energía, ¿eh? ¿Y qué me dices de estas luces naranja?

– Bueno, sí, pero eso no puede necesitar mucha energía.

-¿Puedes hacer una? ¿Sabes como funcionan?

– No, pero…

-A lo que estoy intentando llegar es que pueden existir muchas maneras de usar la ingeniería, aparte de las que conocemos: pomposas, fuertes y ruidosas. Tú mismo decías que no conocemos realmente a las nativas, ni siquiera a las de alrededor de los Polos. -¡Preguntémoselo por lo menos!

Oscar parecía muy pensativo.

– Me di cuenta hace algún tiempo de que nuestras amigas de aquí eran más civilizadas que las que están cerca de las colonias, pero no lo podía acabar de definir.

– ¿Qué es la civilización?

– No filosofemos… vamos – Oscar abrió la puerta exterior de la nave y habló con una figura, que esperaba en lo que, para ella, era un día soleado, ocupada en mirar las fotografías de un Saturday Evening Post del 1981.

– He y, chica. ¿Podrías conducirnos a casa de vuestra madre?

Era miel de arce, Tex y Oscar tuvieron que admitirlo. Th'wing explicó, con bastante buena gana, que, cuando las provisiones se hicieron escasas, fabricaron más, utilizando la materia original terrestre como muestra.

Oscar fue a ver la madre de la ciudad, llevando consigo una botella de alcohol etílico salvado del suministro médico de la Gary. Matt y Tex tuvieron que aguardar fuera, porque habían acordado que a Oscar le iría mejor quedarse solo con su señoría. Volvió después de más de dos horas. Parecía aturdido.

-¿Qué hay, Os? ¿Qué conseguiste? – inquirió Matt.

– Son malas noticias – dijo Tex -. Lo veo por tu cara.

– No, no son malas noticias.

– Entonces desembucha, suéltalo ya ¿Quieres decir que lo pueden hacer?

Oscar maldijo en voz baja en venusiano.

-¡Pueden hacer de todo!

– Espera un momento e inténtalo de nuevo – le aconsejó Tex -. No saben tocar la armónica. Lo sé, pues le dejé probar a una. Ahora, cuenta.

– Empecé enseñándole el alcohol etílico e intenté explicarle que todavía teníamos un problema, le pregunté si su gente podía hacer esta materia. Parecía pensar que era una pregunta tonta. Solamente lo olió y dijo que podían. Entonces me esforcé realmente en explicarle cómo era el oxigeno líquido, diciéndole primero que el aire contenía dos tipos de cosas, una inerte y otra activa. Lo mejor que podía hacer era utilizar sus palabras para «vivo» y «muerto». Le dije que quería que la parte viva fuera como agua. Me interrumpió y mandó a buscar una de su gente. Hablaron y hablaron varios minutos y juro que solamente podía entender cada segunda o tercera palabra ni siquiera podía enterarme de la esencia. Era una parte de su idioma completamente nueva para mí. Luego la otra vieja salió de la sala.

«Esperamos. Me preguntó si nos iríamos pronto si conseguíamos lo que queríamos. Le dije que sí. Entonces me pidió que le hiciera el favor de llevarme a Burke. Aunque se disculpaba por esto, se mostraba firme; le dije que lo haría.

– Me alegro – dijo Matt -. Desprecio a Maloliente hasta la médula, pero tengo escrúpulos de dejarle morir aquí. Tiene que ser juzgado.

– Quédate callado, Matt – dijo Tex-. ¿A quién le importa Maloliente? Continúa Oscar.

– Después de una espera bastante larga, la otra vieja volvió, con una vejiga; parecía ordinaria, pero era más oscura que una vejiga para beber. Su señoría me la dio y me preguntó si era esto lo que quería.

Dije que lo sentía, pero que no quería agua. Exprimió unas gotas en mi mano – Oscar enseñó su mano -.

¿Veis esto? Me quemé.

-¿Era realmente oxígeno líquido?

– Esto o aire líquido. Tampoco podía probarlo. Creo que era oxigeno. Pero escuchad esto… la vejiga no estaba ni siquiera fría. Y no humeaba, hasta que exprimió unas gotas. La otra venusiana la llevaba con el mismo descuido con que podrías llevar una botella de agua caliente.

Oscar mantuvo la vista perdida durante un momento.

– No lo entiendo – dijo -. La única cosa que se me ocurre es la química catalizadora… deben tener una química de catálisis con la que hacen las cosas sin enredos, mientras nosotros las hacemos con calor y presión.

-¿Por qué hacer conjeturas? – dijo Tex -. Probablemente obtendríamos una respuesta falsa. Piensa solamente que las venusianas deben haber dado ya más química de la que jamás aprenderemos nosotros… y en que tendremos el combustible de despegue.

* *

Durante dos días una procesión continua de venusianas había formado una fila doble, desde la orilla del agua hasta la Astarte, llevando vejigas llenas hacia la nave y volviendo con las vacías. Thurlow ya estaba a bordo, asistido todavía por sus pequeños y pacientes enfermeras. Burke fue llevado hasta la nave y liberado. Los cadetes le dejaron solo, lo que parecía desconcertarle. Inspeccionó la nave, pues era la primera vez que había oído hablar de ella, y finalmente se dirigió a Jensen.

– Si piensas que voy a viajar en este ataúd volante, te equivocas por completo.

– Como quieras.

-¿Bueno, y que haremos al respecto?

– Nada. Te puedes quedar en la jungla, o intentar persuadir a la madre de la ciudad para que te acepte de nuevo.

Burke lo pensó.

– Creo que me quedaré con las ranas. Si lo conseguís, podéis decir donde estoy y que vengan a buscarme.

– Les diré donde estás, y también todo lo que pasó;

– No creas que me asustas – Burke se fue.

Volvió poco después.

– Cambié de idea, vengo con vosotros.

– Quieres decir que no te quieren, ¿no?

– Bueno, sí.

– Muy bien – contestó el Cadete Jensen -. Ya que las autoridades locales declinan jurisdicción, te detengo en virtud del código colonial titulado «Relaciones con los Aborígenes», los cargos y las especificaciones te serán dadas a conocer en tu proceso, sin limitarse necesariamente a dicho código. Quedas advertido de que todo lo que digas podrá ser utilizado en tu contra.

-¡No puedes hacer esto!

-¡Matt! ¡Tex! ¡Cogedlo y amarradlo!

– Con mucho gusto – le ataron a un asiento de aceleración puesto en la cocina, lugar donde, según convinieron, causaría menos molestias. Cuando lo hubieron hecho, lo comunicaron a Jensen.

– Mira, Os – añadió Matt -, ¿piensas que podrás conseguir mantener la acusación en su contra?

– Lo dudo, salvo si tienen en cuenta nuestras declaraciones, bajo la regla de «la mejor evidencia>. Naturalmente, tendrían que condenarle a más años que los que tiene la Vía Láctea, pero lo más que puedo esperar es que sea revocada su licencia y le quiten su pasaporte. La Patrulla creerá nuestra historia, y ya basta de hablar de esto.

Menos de una hora más tarde las enfermeras de Thurlow salieron de la nave, y los cadetes se despidieron de la madre de muchos, lo que resultó un acontecimiento florido y prolijo, en el cual Oscar se dejó entrampar, prometiendo volver algún día. Pero, finalmente, cerraron la puerta exterior, y Tex la aseguro.

-¿Estás seguro de que entendieron que tenían que quedarse lejos de nuestro soplo? – inquirió Matt.

– Marqué la línea de seguridad con ella y la oí dar órdenes. No te preocupes más y ponte en tu puesto.

– Sí, señor.

Matt y Oscar fueron hacia proa, Oscar tenía el antiguo diario metido en su cabestrillo. Tex se puso frente a los controles manuales. Oscar se sentó en la silla del copiloto y abrió el diario en la página del último apunte. Cogió un trozo de lápiz que había encontrado en la cocina, lo mojó en su lengua, anotó la fecha, y escribió con letras grandes.

Se detuvo y le dijo a Matt.

– Todavía pienso que tendríamos que cambiar el mando.

– Nada de eso – dijo Matt -. Si el Comodoro Arkwright puede dirigir la Randolph sin vista, tú puedes dirigir la Astarte con un ala estropeada.

– De acuerdo, si así lo quieres – continuó escribiendo:

O. Jensen, capitán provisional.

M. Dodson, piloto y astrogador.

W. Jarman, ingeniero jefe.

Tte. R. Thurlow, pasajero (en la enfermería).

B. Burke, pasajero, paisano (en el calabozo).

– Pase revista a la tripulación, señor.

– Sí, señor. ¿Llamo también tu nombre, Os?

– Seguro, ya es una lista bastante corta.

-¿Qué pasa con Maloliente?

-¡Ése, ni hablar! Lo he inscrito como carga.

Matt inspiró profundamente y hablando cerca del tubo acústico, para que Tex le oyera, llamó:

-¡Teniente Thurlow!

Oscar contestó:

– Contesto por él – miró de nuevo al Teniente, atado en el asiento del inspector, donde podían vigilarle, Thurlow abrió los ojos con la mirada interrogadora y perpleja que había mostrado en las escasas ocasiones en que parecía enterarse de algo.

¡Jensen!

-¡Presente!

-¡Jarman!

-¡Presente! – contestó Tex, su voz surgió ahogada y cavernosa por el tubo acústico.

Matt dijo:

– Dodson, presente – luego, se mojó los labios y dudó- ¡Dahlquist!

Oscar estaba a punto de contestar, cuando la voz de Thurlow se alzó tras de ellos:

– Contesto por él.

-¡Martin! – Matt continuó, mecánicamente, demasiado asustado para pararse.

-¡Contesto por él! – dijo Oscar, mirando a Thurlow.

-¡Rivera!

-¡Contesto por él! – dijo la voz de Tex.

¡Wheeler!

-¡Wheeler está presente también – contestó Tex otra vez -. Están todos presentes, Matt. Estamos listos.

Personal completo, Capitán.

– Muy bien, señor.

-¿Cómo está, Os?

– Ha cerrado los ojos otra vez. Haz despegar a la nave cuando estés listo.

– Sí, señor. De acuerdo con el plan¡la nave despega!

Agarró los controles de las alas y esperó. La Astarte se alzó sobre sus cohetes de popa, se movió adelanté y hacia arriba, hacia las nieblas de Venus.

XVIII

En el despacho del Comandante

Los cadetes aprobados Dodson y Jarman, recién salidos de la NCP Pegasus, al llegar a la Estación Tierra, procedentes de New Auckland, saltaron de la navecilla de la Randolph, entrando en esta nave. El cadete Jensen no estaba con ellos; a Oscar, le habían concedido, mediante un mensaje oficial de la Academia, seis meses de permiso para ir a su casa, con el acuerdo de que, durante este tiempo, tendría que volver temporalmente a sus obligaciones, para acompañar al primer cónsul a las regiones ecuatoriales, ver que se hiciese cargo de su puesto, y ayudarle a entablar relaciones.

Matt y Tex mostraron sus órdenes al oficial de guardia y le dejaron las inevitables copias. Les dio el alojamiento que les correspondía en el Callejón del Puerco, en una habitación con distinto número pero que, de todas formas, se parecía mucho a la que habían tenido.

– Parece como si nunca la hubiéramos dejado – dijo Tex, mientras deshacía su bolsa de costado.

– Sólo que parece extraño que Os y Pete no estén por aquí.

– Sí, aún espero ver aparecer la cabeza de Oscar preguntando si nos gustaría formar equipo con él y Pete:

El teléfono de la habitación sonó, Tex respondió:

-¿El cadete Jarman?

– Al habla.

– Saludos del comandante. Tiene que presentarse en su oficina.

– Sí, señor – desconectó y se dirigió a Matt -. No pierden demasiado tiempo, ¿verdad? – quedó pensativo y añadió. ¿Sabes lo que pienso?

– Creo que puedo adivinarlo.

– Bien, este rápido servicio parece prometedor. E hicimos un buen trabajo, Matt. No hay porque darle vueltas.

– Lo supongo. Devolver la Astarte, perdida hace noventa y ocho años, fue algo que puede darnos un destino; incluso si la hubiéramos arrastrado sobre ruedas, todavía sería algo importante. De todas formas, no te llamaré teniente todavía.

– Cruza los dedos, ¿qué tal estoy?

– No eres guapo, pero si que se te ve diecinueve veces mejor que cuando aterrizamos en el Polo Sur. Más vale que te des prisa.

– De acuerdo – Tex se fue y Matt esperó ansiosamente. Al fin, llegó la llamada que esperaba, diciéndole que también se presentara al Comandante.

Todavía encontró a Tex dentro. Antes que ponerse nervioso, bajo la mirada de los demás, en la oficina exterior del Comandante, prefirió esperar en el pasillo. Al cabo de un rato, Tex salió. Matt se dirigió a él con impaciencia.

-¿Qué pasó?

Tex le dirigió una extraña mirada.

– Entra.

-¿No puedes hablar?

– Hablaremos más tarde. Entra.

-¡Cadete Dodson! – gritó alguien desde la oficina.

Presentándose, respondió. Dos segundos después, estaba en presencia del Comandante.

– Se presenta el cadete Dodson tal como usted ordenó, señor.

El Comandante volvióse hacia él y, de nuevo, Matt sintió la horrorosa sensación de que el Comodoro Arkwright podía verle mejor que cualquier hombre normal, que tuviera ojos:

– Oh, sí, señor Dodson. Acomódese. – El veterano miembro de la Patrulla cogió de su mesa, y sin ningún titubeo, un sujetapapeles -. He estado mirando su informe. Ha solucionado su deficiencia en astrogación y la ha complementado con un poco de trabajo práctico. El capitán Yancey parece darle por bueno, en general, pero señala que a veces está distraído y tiene tendencia a preocuparse con una tarea, a expensas de las otras. En un hombre joven, esto no me parece muy grave.

– Gracias, señor.

– No fue un cumplido, sino sólo una observación. Ahora, dígame lo que haría si… – cuarenta y cinco minutos más tarde, Matt pudo respirar lo suficiente como para darse cuenta de que había estado sometido a un examen muy profundo. Había entrado en la oficina del Comandante sintiendo que medía tres metros de alto, metro treinta de ancho y que estaba completamente cubierto de pelo. Tal sentimiento ya había desaparecido.

El Comandante hizo una pausa momentánea, como si pensara, y después continuó:

-¿Cuándo estará listo para ser comisionado, señor Dodson?

Matt se quedó un poco cortado, después consiguió responder:

– No lo sé, señor. Dentro de tres o cuatro años, quizá.

– Creo que un año debería ser suficiente, si se esmera. Le voy a enviar a Hayworth Hall. Puede tomar el transbordador en la Estación, esta tarde. Con el permiso acostumbrado, claro – añadió.

– Estupendo, señor.

– Diviértase. Tengo algo para usted… – aquel hombre ciego titubeó una décima de segundo, después alcanzó otro portapapeles- .. una copia de la carta de la madre del Teniente Thurlow. Otra copia está en su informe.

-¡Oh! ¿Cómo está el teniente, señor?

– Completamente repuesto, me dijeron. Otra cosa, antes de que se vaya.

– Sí, señor.

– Deme algunos informes acerca de los problemas que tuvieron para volver a poner la Astarte en marcha, especificando lo que tuvieron que aprender en su camino… especialmente, cualquier equivocación que cometieran.

– De acuerdo, señor.

– Sus observaciones serán consideradas cuando se revise el manual del material en desuso. No se apresure, hágalo cuando vuelva de su permiso.

Matt se alejó de la presencia del Comandante, sintiendo que su tamaño era sólo una fracción del que tenía cuando entró; pero, de todas formas, más que deprimido se sentía exaltado. Se precipitó hacia la habitación que compartía con Tex y le encontró esperándole. Tex le miró de arriba abajo.

– Veo que lo has conseguido.

– Correcto.

-¿ Hayworth Hall?

Así es – Matt parecía perplejo. No lo entiendo. Entré allí realmente convencido de que iba a recibir ya mi despacho, pero me siento maravillosamente. ¿Por qué será?

– A mi no me lo preguntes. Me siento igual y, a pesar de todo, no puedo recordar que me dirigiera ni una sola palabra amable. No hizo más que dar por sentado todo lo ocurrido en Venus.

Matt dijo:

– Eso es.

-¿El qué?

– Simplemente lo dio por sentado. Por eso nos sentimos bien. No le dio mayor importancia, porque no esperaba otra cosa, ¡porque somos miembros de la Patrulla!

-¡Caramba! ¡Eso es, eso es exactamente! Como si nosotros tuviéramos la categoría treinta y dos y él la primera, pero fuéramos miembros de la misma logia – Tex empezó a silbar.

– Me siento mejor – dijo Matt -. Antes me sentía bien, pero ahora me siento mejor, ahora que entiendo el porqué. Oye, otra cosa…

-¿Qué?

– No le contaste nada de la pelea que tuve con Burke en New Auckland, ¿verdad?

– Claro que no – Tex se sentía indignado.

– Es extraño. No se lo dije a nadie más que a ti, y podría jurar que nadie lo vio. Así lo planeé.

-¿Lo sabía él?

– Seguro que sí.

-¿Estaba molesto?

– No, dijo que se daba cuenta de que Burke estaba en libertad bajo fianza, y que yo estaba de permiso, y no quería meterse en mi vida privada. Pero quiso darme un consejo.

-¿Si? ¿Cuál fue?

– No fiarme excesivamente de mi izquierda.

Tex parecía asombrado, y después pensativo.

– Creo que también quería decir que no te fiases de tu barbilla.

– Probablemente – Matt empezó de nuevo a hacer el equipaje -. ¿Cuándo sale la próxima navecilla hacia la Estación?

– Dentro de unos treinta minutos. Oye Matt, tú también tienes permiso, claro.

– Desde luego.

-¿Qué tal si aceptaras mi invitación para pasar unas semanas con todos los Jarman? Quiero que conozcas a mi gente… y a Tío Bodie.

– A Tío Bodie, desde luego que quiero conocerlo… pero, Tex…

-¿Sí?

-¿Pasteles calientes para desayunar?

– Nada de pasteles calientes.

-¡Trato hecho!

  • Chócala.

FIN

CADETE DEL ESPACIO, DE ROBERT A. HEINLEIN

 

Enviado por:

Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®

www.monografias.com/usuario/perfiles/ing_lic_yunior_andra_s_castillo_s/monografias

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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