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Krugman, Stiglitz y la reestructuración de la deuda griega (Parte II) (página 4)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10

El gobierno de Tsipras, con cierta justificación, pudo haberse presentado como el mejor socio europeo para implementar un programa de reforma y modernización de largo alcance en Grecia. Las medidas para compensar a los más pobres encontraron considerable apoyo en las capitales de la UE y el sentimiento favorable se hubiese fortalecido si Grecia hubiera comenzado a reducir su abultado presupuesto de defensa (lo esperable de un gobierno de izquierda).

Pero Tsipras dilapidó la oportunidad de Grecia, porque tanto él como otros líderes de Syriza fueron incapaces de ver más allá del horizonte de los orígenes de activismo radical opositor de su partido. No entendieron -y no quisieron entender- la diferencia entre hacer campaña y gobernar. Para ellos, la realpolitik, implicaba venderse.

Por supuesto, aceptar la necesidad es precisamente lo que marca la diferencia entre el gobierno y la oposición. Un partido opositor puede expresar aspiraciones, hacer promesas e incluso soñar un poco; pero el partido que gobierna no puede quedarse en un mundo imaginario ni dentro de un sistema teórico. Y cuanto más soñadoras son las promesas del partido opositor, mayor es el desafío para reducir la brecha con la realidad si, como Syriza, gana la elección y asume el mando.

De hecho, Tsipras parece haber olvidado el énfasis de la tradición marxista sobre la unidad dialéctica de la teoría y la práctica. Si se desea negociar un cambio de enfoque con los acreedores, es poco probable tener éxito si se destruye la propia credibilidad y poner el grito en el cielo contra quienes tienen el dinero que uno necesita. Esa, al menos, es la lección que la mayoría de nosotros hemos aprendido de la teoría y la práctica (algo también conocido como vida).

Pero la incapacidad de Syriza para abandonar su burbuja radical no explica por qué formó una coalición con los Griegos Independientes de extrema derecha, cuando pudo haber gobernado con uno de los partidos centristas proeuropeos. Espero que no compartan sus prioridades de política, en especial un cambio de las alianzas estratégicas, que sería igualmente nocivo para Grecia y Europa. Pero dos pasos que dio Tsipras apenas asumió el gobierno han acrecentado mi escepticismo: su coqueteo con el Presidente ruso Vladimir Putin y su intento de aislar a Alemania dentro de la zona del euro, que nunca pudo dar funcionado.

Dentro de la unión monetaria europea, se ha establecido un consenso para hacer todo lo posible por mantener a Grecia entre sus miembros. Pero el gobierno griego debe entender que los demás miembros de la zona del euro no están dispuestos a acomodar sus demandas si eso implica deslegitimar sus propias y dolorosas reformas. Lo que es más importante, mientras se acerca el momento de la cesación de pagos (que podría incluso ser en julio) las autoridades griegas deben persuadir a sus socios con acciones, no promesas.

Una salida griega del euro desordenada -actualmente el mayor peligro- puede evitarse solo si ambas partes actúan bajo el supuesto de que en las próximas negociaciones no se dirimirán ganadores y perdedores. Esto no será fácil: todas las partes enfrentan significativas presiones internas y cualquier transigencia hará que todos tengan que dar explicaciones en casa. Pero incluso si no existieran la troika y la unión monetaria, Grecia necesitaría urgentemente reformas de gran alcance para recuperarse. También necesita tiempo y dinero, que la UE podría proporcionarle si las autoridades griegas enfrentan la realidad.

Pero en Europa también hay otros que necesitan abandonar sus ilusiones. La crisis griega no puede ser usada para debilitar a los conservadores europeos y cambiar el equilibrio del poder dentro de la UE, ni para quitar a la izquierda griega del gobierno.

La crisis actual y las negociaciones para resolverla solo tienen que ver con una cosa: el futuro de Grecia dentro de Europa y el del proyecto conjunto europeo. Ayudar a Grecia a recuperarse y mantenerla dentro de la zona del euro redundará en beneficio de Europa, tanto política como económicamente. Pero cualquier acuerdo sobre la forma de lograrlo requiere ahora que Grecia demuestre que esa meta también es la suya.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960s and 1970s, and played a key role in founding Germany's Green Party, which he led for almost two decades)

– La reestructuración de los gobiernos (Project Syndicate – 30/4/15)

París.- Desde que estalló la crisis en 2008, los gobiernos de los países avanzados han estado sometidos a una gran presión. En muchos países, los ingresos tributarios se desplomaron bruscamente cuando se contrajo la economía, disminuyeron los ingresos y se paralizaron las transacciones inmobiliarias. En la mayoría de los casos la reducción de los ingresos tributarios fue repentina, profunda y duradera. Los gobiernos no tuvieron otra opción que la de subir los impuestos o adaptarse a una época de vacas flacas.

En algunos países, la magnitud de la sacudida fue tal, que una gran subida de los impuestos no pudo colmar el desfase. En España, pese a una subida de los impuestos que ascendió a más del cuatro por ciento del PIB desde 2010, la relación entre los ingresos por impuestos y el PIB representó sólo el 38 por ciento en 2014, frente al 41 por ciento en 2007. En Grecia, los aumentos de los impuestos ascendieron al 13 por ciento del PIB durante el mismo período, pero dicha relación aumentó sólo en seis puntos porcentuales. En otros países, se alcanzaron los límites políticos de las subidas de impuestos antes de que se pudiera colmar el desfase. De buena o de mala gana, se está concediendo prioridad a los recortes del gasto.

La falta de ilusiones sobre el crecimiento futuro contribuye a la presión. La productividad ha sido en general floja en los últimos años, lo que indica que el crecimiento en los próximos años podría ser más lento de lo que antes se esperaba. Así, pues, el aumento de los ingresos podría ser insuficiente para estar a la altura del gasto público en materia de salud y pensiones para las personas de edad.

Se trata de una crisis muy diferente de las habidas en los decenios de 1980 y 1990. Entonces la cuestión principal era política: la legitimidad y la eficiencia del gasto público estaba en entredicho. Como dijo el Presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan, el Estado era el problema, no la solución y, según se proclamaba a grandes voces, había que reducirlo.

En cambio, las preocupaciones actuales son económicas. Sigue habiendo desacuerdo entre los partidos sobre las dimensiones apropiadas del Estado, pero no hay un rechazo general de su intervención. Con frecuencia, no son los intereses ni las ideologías los que hacen inevitables los recortes del gasto público, sino la realidad.

¿Cómo pueden estar los gobiernos a la altura de semejante imperativo? El riesgo que afrontan es bastante claro; sin una profunda reestructuración del gasto inercial -debido a los derechos a prestaciones sociales y los salarios de los funcionarios-, irá en detrimento del dedicado a nuevas prioridades y nuevas políticas.

Los países que se han visto obligados a hacer en general los mayores recortes ya han sacrificado la inversión en infraestructuras públicas. Otro sector en riesgo es el de la investigación. La inversión social en programas que dan fruto a largo plazo, como las guarderías preescolares, está padeciendo limitaciones financieras. La seguridad nacional no recibe la prioridad que merece, pese al aumento de las amenazas. Por último -y no se trata de lo menos importante- las soluciones en forma de parches, como, por ejemplo, la congelación prolongada de los salarios, pueden llegar a erosionar la calidad de los servicios públicos.

Por fortuna, los gobiernos pueden hacer algunas cosas para mitigar los efectos del gasto inercial. Para empezar, pueden sistematizar simplemente las evaluaciones de la eficiencia del dinero público. En la mayoría de los países, semejantes evaluaciones siguen siendo escasas y asistemáticas: con frecuencia los Parlamentos promulgan políticas sin saber si valdrán la pena en función de su costo y puede pasar mucho tiempo antes de que se ponga fin a políticas ineficaces o ineficientes. Ésa es la razón por la que la legislación relativa a los programas de gasto debería comprender cláusulas de limitación de su vigencia, con lo que sus prórrogas estarían sujetas a una evaluación independiente.

En segundo lugar, también se deberían sistematizar los exámenes del gasto. La fijación de prioridades -ya sea para gastar más en la educación y menos en las pensiones, por ejemplo, o para invertir en infraestructuras o en investigación– entraña opciones difíciles que deben ser explícitas. En un mundo ideal, dichas opciones serían centro de atención de debates electorales y de la labor parlamentaria, pero detrás de cada una de las líneas presupuestarias hay unos votantes que tientan a las autoridades para que eludan las decisiones difíciles. Ésa es la razón por la que son útiles los exámenes estructurados del gasto: obligan a los funcionarios a colmar el desfase entre los fines y los medios y alientan la adopción de decisiones con conocimiento de causa.

En tercer lugar, los gobiernos deben equiparse con un presupuesto para la reestructuración. Como saben las empresas privadas, las transformaciones -cambios profundos en la forma de hacer las cosas- cuestan con frecuencia dinero antes de propiciar ahorro. Puede ser porque los cambios requieran inversión en nueva tecnología o nueva capacitación de los empleados o simplemente la obtención del consentimiento de los accionistas. El dinero asignado en el presupuesto a semejante reestructuración de los programas gubernamentales sería una inversión positiva.

En cuarto lugar, los gobiernos deben fomentar la innovación del sector público. Al contrario del prejuicio popular, las administraciones locales y los organismos públicos sí que innovan; lo que falta es un mecanismo para seleccionar y difundir las innovaciones, del mismo modo que el mercado selecciona nuevos productos o procesos que ahorran costos. Una forma mejor de prestar un servicio público puede permanecer desconocida durante años. Si los gobiernos adoptaran medidas sencillas, como la asignación de más financiación a proyectos concretos y la organización de concursos, se podría modificar esa situación. Por ejemplo, se debería permitir que las escuelas de barrios desfavorecidos organizaran licitaciones para obtener fondos con miras a la innovación educativa.

Por último -y no se trata de lo menos importante-, se debe facultar a las personas. Los ciudadanos quieren un Estado más ágil y que adapte sus operaciones a las necesidades locales. En la era digital, quieren conseguir nuevos criterios de rapidez, fiabilidad y personalización. Cada vez se pone más en tela de juicio la concepción tradicional de que la eficiencia y la igualdad entrañan menos opciones particulares y quieren que el Gobierno sea transparente y garantice el acceso a los datos y que su eficiencia y eficacia resulten directamente observables.

Hay fuerzas potentes en pro del cambio y los gobiernos asediados deberían encauzarlas hacia el objetivo de lograr la reestructuración que tan urgentemente necesitan. Lo contrario sería aceptar el deterioro de la calidad de los servicios públicos, que sólo provocaría la pérdida de la legitimidad gubernamental y, con ella, una menor disposición a pagar los impuestos.

(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as the French government's Commissioner-General for Policy Planning. He is a former director of Bruegel, the Brussels-based economic think tank)

– ¿Por qué Grecia es distinta? (Project Syndicate – 13/5/15)

Bruselas.- Las negociaciones aparentemente interminables entre el nuevo gobierno griego y sus acreedores internacionales -el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea- sobre un nuevo acuerdo de préstamo han entrado a una fase peligrosa. En este punto, un error en cualquiera de los lados amenaza con desencadenar el tipo de accidente que podría precipitar una nueva crisis en Europa.

El FMI parece dispuesto a tirar la toalla – y esto, en especial, debido a la reciente información que indica que este año Grecia podría presentar un pequeño déficit presupuestario primario (que excluye el pago de intereses), en lugar del cuantioso superávit que se planificaba. Sin embargo, debido a que la economía de Grecia se desploma nuevamente, su gobierno está convencido de que el actual programa de pagos no está funcionando – y que, en ausencia de ajustes significativos, nunca lo hará.

Un elemento fundamental en la argumentación que presenta Grecia para obtener nuevos términos del rescate es la narrativa, misma que señala que este país fue víctima de la excesiva austeridad – relato que se ve reforzado por las actuales penurias económicas que atraviesa. Sin embargo, lo que se expresa deja de lado un hecho crucial: la austeridad sí funcionó en otros países europeos afectados por la crisis. En los hechos, Portugal, Irlanda, España, e incluso Chipre están mostrando señales claras de recuperación: tasas de desempleo que finalmente disminuyen (aunque lentamente y desde niveles altos) y restablecimiento de sus accesos a los mercados de capitales.

¿Por qué Grecia es distinta?

La respuesta corta es las exportaciones. En todos los demás países afectados por la crisis (y, de hecho, en la mayor parte de las decenas de países que han recibido préstamos del FMI en las últimas décadas), el aumento de las exportaciones compensa, al menos en parte, el golpe que la demanda recibió cuando sus gobiernos recortaron el gasto y aumentaron los impuestos para equilibrar sus libros contables.

Por supuesto, en una economía grande, donde el financiamiento externo no es un problema, tal como es el caso de Estados Unidos o la eurozona, intentar reducir un déficit presupuestario podría, muy posiblemente, conducir una disminución tan grande en la demanda (y, por lo tanto, en los ingresos fiscales) que haría que la austeridad sea contraproducente. Sin embargo, esta argumentación no es aplicable al caso de Grecia.

De hecho, Grecia tenía déficits muy grandes en su cuenta corriente -superiores al 10% del PIB- cuando el financiamiento externo se secó repentinamente en el período 2008-2009, lo que le forzó a efectuar un ajuste del gasto interno. Si el gobierno griego no hubiese llevado a cabo dicho ajuste, la demanda interna y el empleo, ciertamente, habrían permanecido en niveles más altos – pero también se habrían mantenido altos los niveles de importaciones y los grandes déficits externos. Por lo tanto, a pesar de que la austeridad causó una profunda recesión, permitió a Grecia evitar grandes déficits externos, y de este modo, reducir el tamaño del rescate que el país necesitaba.

El comportamiento de las exportaciones es, por lo tanto, la clave para escapar de la trampa de la austeridad. El problema en el caso de Grecia es que el poco crecimiento de las exportaciones que experimentó últimamente es en gran parte ilusorio, ya que proviene, en su mayoría, de productos derivados del petróleo. Debido a que Grecia no produce petróleo, esto sólo puede significar que las refinerías griegas, que hoy en día tienen un considerable exceso de capacidad, simplemente están exportando petróleo crudo previamente importado, en una forma ligeramente diferente. Ya que los márgenes de ganancia de las refinerías normalmente son menores al 5%, la economía gana poco valor agregado de estas exportaciones. Otras tipos de exportaciones que han aumentado, por ejemplo los metales, plantean una situación similar.

Por otra parte, el transporte marítimo -la mayor exportación de servicios que lleva a cabo Grecia- tiene pocos vínculos reales con el resto de la economía, dado que las empresas del sector no pagan impuestos y emplean a pocos ciudadanos griegos (los tripulantes provienen de países de bajos salarios). La contribución económica del mencionado sector se ve aún más perjudicada por el hecho de que los precios de las materias primas a nivel mundial -precios de los que dependen las tarifas de transporte- últimamente han estado disminuyendo. Entre tanto, los productos manufacturados, que sí agregan valor y empleo en el país, representan sólo una pequeña proporción de las exportaciones totales de Grecia.

De hecho, el comercio exterior total de Grecia, si se mide correctamente, asciende a sólo el 12% de su PIB, mucho menos de lo que cabría esperar de una economía tan pequeña. Más chocante es el hecho de que el déficit comercial total de Grecia (incluyendo tanto bienes como servicios), fue aún mayor en el año 2008, llegando en aquel entonces a dar cuenta de apenas el 13% del PIB, lo que implica que, a fin de evitar una disminución posterior de las importaciones y por lo tanto de la demanda interna, las exportaciones habrían tenido que aumentar en más del doble.

En Portugal, por el contrario, el déficit comercial ascendió a sólo alrededor de un tercio de las exportaciones en el año 2008, lo que significa que las exportaciones tuvieron que aumentar en un tercio para cerrar el déficit exterior, sin reducir las importaciones. Desde ese entonces, Portugal ha incrementado las exportaciones acumulativamente en más de una cuarta parte, por lo que, a pesar de un ligero aumento en las importaciones desde el año 2007, tiene un superávit comercial.

Sin duda, el déficit comercial de Grecia ha disminuido, pero sólo porque las importaciones colapsaron. Mientras tanto, las exportaciones se estancaron, a pesar de que los salarios se redujeron en más del 20%. Este es el verdadero problema de Grecia, no lo es la austeridad. Si Grecia hubiese experimentado el mismo crecimiento de las exportaciones que Portugal (un país que tiene un tamaño e ingreso per cápita similares), no habría experimentado una recesión tan profunda, y los ingresos fiscales habrían sido mayores, haciendo que para el gobierno sea mucho más fácil lograr un superávit presupuestario primario.

Esto sugiere que una combinación de consolidación fiscal, salarios más bajos, y reformas orientadas a las exportaciones podría haber permitido a Grecia avanzar hacia una recuperación sostenible. Este enfoque se ha intentado antes, y ha fallado una sola vez, cuando la Argentina tuvo que pagar su deuda externa en el año 2002 y tuvo que romper una larga década de paridad 1:1 con el dólar estadounidense.

Desafortunadamente, Grecia se asemeja a Argentina en dos aspectos clave. Ambos países tienen sólo un sector de exportaciones pequeño, lo que hace que el ajuste externo sea mucho más difícil; y ambos tienen una estructura de exportaciones que está sesgada hacia los productos básicos, cuya oferta es poco probable que cambie en gran manera, incluso cuando bajan los salarios o se implementan reformas.

Por supuesto, esto no significa que Grecia esté condenada a seguir los pasos de Argentina dirigiéndose hacia la moratoria. Pero sí resalta el desafío que enfrenta el país hoy en día – es decir, reconstruir su sector exportador desde cero.

Es hora de que el gobierno de Grecia reconozca este imperativo y amplíe el alcance de las negociaciones con sus acreedores para incluir no sólo el presupuesto, sino también estrategias para estimular las exportaciones. Pero, primero, Grecia debe, de una vez por todas, reconocer que la austeridad no es el enemigo.

(Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister. He is the editor of Economie Internationale and International Finance)

– Por qué cederá Syriza (Project Syndicate – 14/5/15)

Londres.- Parece que, una vez más, Grecia se ha quitado la soga financiera del cuello. Recurrió a sus tenencias en una cuenta de reserva del Fondo Monetario Internacional y logró devolver 750 millones de EUR (851 millones de USD) -irónicamente, al propio FMI- justo antes de que la deuda venciera.

Esta arriesgada política no fue un accidente, desde que asumió en enero, el gobierno griego, liderado por el primer ministro Alexis Tsipras, del partido Syriza, ha creído que la amenaza de la cesación de pagos -y, con ella, de una crisis financiera que podría hacer estallar al euro- le proporciona apalancamiento en la negociación para contrarrestar la falta de poder político y económico de su país. Meses más tarde, Tsipras y su ministro de finanzas, Yanis Varoufakis, un experto académico en teoría de los juegos, aún parecen estar comprometidos con esta visión, a pesar de la falta de evidencia en su favor.

Pero su cálculo se basa en una premisa falsa, Tsipras y Varoufakis suponen que un incumplimiento obligaría a Europa a elegir entre tan solo dos alternativas: expulsar a Grecia de la zona del euro u ofrecerle asistencia incondicional para el pago de su deuda; pero las autoridades europeas cuentan con una tercera opción en caso de un incumplimiento griego. En vez de forzar la salida de Grecia o "Grexit", como se la llama, la UE podría dejarla atrapada dentro de la zona del euro y privarla de dinero, para luego sentarse a esperar y ver cómo se desploma el apoyo político interno al gobierno de Tsipras.

Ese tipo de estrategia de sitio -esperar a que Grecia se quede sin el dinero que necesita para mantener el funcionamiento normal del gobierno- parece ahora la técnica más promisoria para disolver la resistencia griega. Es probable que funcione, porque el gobierno griego tiene cada vez más dificultades para reunir el dinero necesario para pagar los salarios y las pensiones cada fin de mes.

Para eso, Varoufakis ha recurrido a medidas cada vez más desesperadas, como apoderarse del efectivo en las cuentas bancarias municipales y de los hospitales. Esto implica que la recaudación impositiva se ha visto tan golpeada por el caos económico desde las elecciones en enero que los ingresos del gobierno ya no alcanzan para cubrir los costos del día a día. Si esto fuera cierto -nadie puede asegurarlo debido a la falta de confiabilidad de las estadísticas financieras griegas (otra de las quejas de las autoridades de la UE)- la estrategia de negociación del gobierno griego está condenada al fracaso.

La estrategia de Tsipras-Varoufakis supone que Grecia puede amenazar creíblemente con un incumplimiento porque su gobierno, si se viera obligado a ello, aún tendría dinero más que suficiente para pagar los salarios, las pensiones y los servicios públicos. Se trataba de un supuesto razonable en enero: el gobierno había presupuestado un gran superávit primario (que excluye los pagos de intereses), estimado en el 4 % del PBI.

Si Grecia hubiera entrado en cesación de pagos en enero, este superávit primario podría haber sido redireccionado (en teoría) de los pagos de intereses a la financiación de los mayores salarios, pensiones y gasto público que Syriza prometió durante la campaña electoral. Dada esta posibilidad, Varoufakis puede haber creído que estaba ofreciendo a otros ministros de finanzas de la UE una oferta generosa al proponer un recorte del superávit primario del 4 % al 1 % del PBI, en vez de llevarlo directamente a cero. Si la UE se rehusaba, la amenaza implícita era simplemente dejar de pagar los intereses y dejar disponible la totalidad del superávit primario para gastos públicos adicionales.

Pero, ¿qué pasaría si el superávit primario –la carta ganadora del gobierno griego en su contenciosa estrategia de negociación- hubiera desaparecido? En ese caso, la amenaza de la cesación de pagos ya no resulta creíble. Sin el superávit primario, un incumplimiento ya no permitiría a Tsipras cumplir las promesas electorales de Syriza; por el contrario, implicaría recortes aún mayores en los salarios, las pensiones y el gasto público de los ahora exigidos por la "troika" (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI).

Para las autoridades de la UE, por el contrario, un incumplimiento griego ahora sería mucho menos problemático de lo que antes se preveía. Ya no necesitan evitar la cesación de pagos amenazando a Grecia con su expulsión del euro. En lugar de ello, la UE ahora puede confiar en que el propio gobierno griego castigará su gente cuando le sea imposible pagar los salarios y las pensiones, u honrar las garantías bancarias.

Tsipras y Varoufakis debieran haber previsto esto, porque lo mismo ocurrió dos años atrás cuando Chipre, sumido en la agonía de la crisis bancaria, intentó desafiar a la UE. La experiencia de Chipre sugiere que, cuando se venga abajo la credibilidad de la amenaza del gobierno, es probable que la UE obligue a Grecia a mantener el euro y la haga sufrir una bancarrota municipal al estilo estadounidense, como la de Detroit.

Los mecanismos legales y políticos para considerar a Grecia como una bancarrota municipal son claros. Los tratados europeos declaran sin lugar a dudas que la membresía del euro es irreversible a menos que un país abandone no solo la moneda única, sino también la UE en su conjunto. También es ese el mensaje que los gobiernos de la UE desean inculcar en sus propios ciudadanos e inversores financieros.

Si Grecia entra en cesación de pagos, la UE contará con la justificación legal y la motivación política para insistir en que mantenga al euro como su única moneda de curso legal. Incluso si el gobierno griego decide pagar los salarios y las pensiones emitiendo sus propios pagarés o "nuevas dracmas", el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminará que todas las deudas internas y depósitos bancarios se deben pagar en euros. Eso, a su vez, obligará a un incumplimiento frente a los ciudadanos griegos y los acreedores extranjeros, porque el gobierno será incapaz de honrar el valor en euros de los depósitos asegurados en los bancos griegos.

Por lo tanto, una cesación de pagos de Grecia dentro del euro, lejos de permitir que Syriza honre sus promesas electorales, infligiría una austeridad aún mayor sobre los votantes griegos de la que sufrieron bajo el programa de la troika. En ese punto, el colapso del gobierno sería inevitable. En lugar de que Grecia deje la zona del euro, Syriza dejaría el gobierno de Grecia. En cuanto Tsipras se dé cuenta de que las reglas del juego entre Grecia y Europa han cambiado, su rendición será simplemente una cuestión de tiempo.

(Anatole Kaletsky is Chief Economist and Co-Chairman of Gavekal Dragonomics and Chairman of the Institute for New Economic Thinking. A former columnist at the Times of London, the International New York Times and the Financial Times, he is the author of Capitalism 4.0, The Birth of a New Economy, which anticipated many of the post-crisis transformations of the global economy. His 1985 book, Costs of Default, became an influential primer for Latin American and Asian governments negotiating debt defaults and restructurings with banks and the IMF)

– La austeridad es el único obstáculo (Project Syndicate – 25/5/15)

Atenas.- Una falacia común permea en la cobertura informativa de la prensa mundial sobre las negociaciones entre el gobierno griego y sus acreedores. La falacia, que se ilustra en un comentario reciente de Philip Stephens del diario Financial Times, es que "Atenas no logra o no quiere -o las dos- poner en aplicación un programa de reforma económica". Una vez que esta falacia se presenta como hecho es natural que la cobertura se centre en que nuestro gobierno, en palabras de Stephens, "está desperdiciando la confianza y buena voluntad de sus socios de la eurozona".

No obstante, la realidad de las negociaciones es muy distinta. Nuestro gobierno está dispuesto a aplicar un programa que incluya todas las reformas económicas que señalan los grupos de reflexión económica de Europa. Además, estamos en una posición única para conservar el apoyo del público griego para un programa económico sólido.

Consideremos lo que eso significa: un organismo fiscal independiente; superávits fiscales primarios razonables permanentes; un programa sensato y ambicioso de privatización combinado con un organismo de desarrollo que utilice los activos públicos para crear flujos de inversión; una reforma verdadera de las pensiones que garantice la sostenibilidad a largo plazo del sistema de seguridad social; la liberalización de los mercados de bienes y servicios, etc.

Así pues, si nuestro gobierno está dispuesto a adoptar las reformas que nuestros socios esperan, ¿por qué no han producido las negociaciones un acuerdo? ¿En qué punto están bloqueadas?

El problema es sencillo: los acreedores de Grecia insisten en una austeridad incluso mayor para este año y más adelante -enfoque que impediría la recuperación, obstruiría el crecimiento, agravaría el ciclo deuda-deflación, y al final erosionaría la disponibilidad y capacidad de Grecia para aplicar el programa de reforma que el país necesita con tanta urgencia. Nuestro gobierno no puede aceptar -y no aceptará- un remedio que mostró durante más de cinco años ser peor que la enfermedad.

La insistencia de nuestros acreedores en aplicar una mayor austeridad es sutil y al mismo tiempo firme. Se pone de manifiesto en su exigencia de que Grecia mantenga superávits primarios elevados que no son sostenibles (más del 2% del PIB en 2016 y superiores al 2.5% o incluso al 3% en los años siguientes). Para lograrlo, tendríamos la obligación de aumentar la carga global del impuesto al valor agregado al sector privado, reducir pensiones ya de por sí reducidas en todos los sectores; y compensar las ganancias de la privatización (debido a los precios deprimidos de los activos) con medidas de consolidación fiscal "equivalentes".

La opinión de que Grecia no ha logrado una consolidación fiscal suficiente no solo es falsa, es patentemente absurda. La gráfica (ver abajo) no solo lo muestra sino también explica sucintamente por qué Grecia no ha tenido resultados tan positivos como por ejemplo, España, Portugal, Irlanda o Chipre desde la crisis financiera de 2008. En comparación con los demás países de la periferia de la eurozona, Grecia ha sido objeto de una austeridad de al menos el doble. Eso es todo.

(Yanis Varoufakis is Greece's finance minister)

– El gran juego de Varoufakis (Project Syndicate – 29/5/15)

Múnich.- Los economistas especializados en la teoría del juego saben que nunca basta con un Plan A, sino que también hay que idear y desarrollar un Plan B creíble que haga avanzar las negociaciones en torno a ese Plan A. El ministro de finanzas de Grecia, Yanis Varoufakis, lo sabe muy bien. Como "peso pesado" ungido por el gobierno griego, se encuentra trabajando en un Plan B (el potencial abandono de la eurozona), mientras el Primer Ministro Alexis Tsipras queda disponible para el Plan A (una extensión del acuerdo crediticio a Grecia y la renegociación de los términos de su rescate). En cierto sentido juegan al clásico juego del "policía bueno y el policía malo", y hasta ahora con bastantes buenos resultados.

Dos elementos dan forma al Plan B. Primero, simple provocación, apuntando a encolerizar a los ciudadanos griegos y elevar las tensiones entre el país y sus acreedores. Los griegos tienen que creer que se están salvando de una grave injusticia a fin de seguir confiando en su gobierno durante el difícil periodo que vivirían tras una salida de la eurozona.

Segundo, el gobierno griego está elevando los costes del Plan B para la contraparte, al permitir a sus ciudadanos que retiren sus capitales. Si lo quisiera, podría contener esta tendencia con un enfoque más conciliador o detenerla por completo con la introducción de controles al capital. Sin embargo, con ello se debilitaría su posición negociadora, y esa no es una opción para ellos.

La fuga de capitales no implica que estén yéndose al extranjero en términos netos, sino más bien que el capital privado se está volviendo público. Básicamente, los ciudadanos griegos toman créditos de los bancos locales, que están financiados en gran parte por el banco central griego, que a su vez adquiere fondos a través del plan de provisión de liquidez de emergencia (ELA) del Banco Central Europeo. Tras ello, transfieren el dinero a otros países para adquirir activos extranjeros (o cobrar sus deudas), con lo que limitan la liquidez de los bancos de su país.

En consecuencia, otros bancos centrales de la eurozona se ven obligados a emitir más dinero para cumplir las órdenes de pago a nombre de los ciudadanos griegos, dando en la práctica al banco central griego un crédito de sobregiro, según lo miden los llamados pasivos TARGET ("Sistema automatizado transeuropeo de transferencia urgente para la liquidación bruta en tiempo real", por su sigla en inglés). En enero y febrero, las deudas TARGET de Grecia aumentaron diariamente en casi mil millones de euros (1,1 mil millones de dólares) debido a la fuga de capitales por parte de los ciudadanos griegos y los inversionistas extranjeros. A fines de abril la deuda ascendía a 99 mil millones de euros.

Si Grecia abandonara la unión, no se verían afectadas las cuentas que sus ciudadanos hayan abierto en otros países de la eurozona, por no hablar de los bienes que hayan comprado con ellas. Pero dejaría atrapados a los bancos centrales de esos países con reclamaciones de cobro TARGET de esos ciudadanos denominadas en euros frente a un banco central de Grecia que sólo contaría con activos denominados en dracmas. Dado que sería inevitable la devaluación de la nueva moneda, y si se suma el hecho de que el gobierno griego no tendría que sostener la deuda de su banco central, sería casi seguro un impago que despojaría a los demás bancos centrales de toda posibilidad de reclamar sus cobros.

Se produce una situación similar cuando los ciudadanos griegos sacan dinero de sus cuentas y lo acopian en maletas o lo ponen en el extranjero. Si Grecia abandonara el euro, parte importante de estos fondos (que ascendieron a 43 mil millones de euros a fines de abril) se iría al resto de la eurozona, tanto para comprar bienes y activos como para pagar deudas, provocando una pérdida neta para los restantes miembros de la unión monetaria.

Todo esto fortalece considerablemente la posición desde la que negocia el gobierno griego. Poco ha de sorprender entonces que Varoufakis y Tsipras jueguen a ganar tiempo y se nieguen a presentar un listado de propuestas de reformas significativas.

El BCE tiene una gran responsabilidad por esta situación. Al no poder llegar a la mayoría de dos tercios de su Consejo que se necesitaban para limitar la estrategia del banco central griego, pensada únicamente en su propio interés, ha permitido la creación de más de 80 mil millones de euros para liquidez de emergencia, lo que supera a los 41 mil millones de euros que posee el banco central griego en activos recuperables. Ahora que se ha concedido a los bancos griegos los fondos que necesitaban, el gobierno ya no tiene necesidad de poner en práctica controles de capitales.

Se rumorea que el BCE pronto ajustará su enfoque. Sabe que se está desgastando el argumento de que los préstamos ELA cuentan con garantías, ya que en muchos casos éstas tienen una calificación menor que BBB- que las deja casi fuera del grado de inversión.

Si el BCE acaba por reconocer que no bastará con eso y elimina la salvaguarda de liquidez de Grecia, el gobierno griego podría verse obligado a negociar con seriedad, ya que no le beneficiaría seguir esperando. No obstante, puesto que la cantidad de fondos enviados al extranjero y guardados en efectivo ya habrían alcanzado al 79% del PGB, su posición seguiría siendo muy fuerte.

En otras palabras, y gracias en gran medida al BCE, el gobierno griego estaría en condiciones de asegurarse un resultado mucho más favorable (con mayor ayuda financiera y menos exigencias de reformas) que el que hubiera podido alcanzar en cualquier momento del pasado. El dinero que se ha impreso y una gran proporción de los recursos que se han adquirido, medidos por los balances TARGET, harían las veces de una donación para un futuro independiente.

Muchos europeos parecen creer que Varoufakuis, experimentado teórico del juego pero novato en política, no sabe cómo jugar con las cartas que su país ha recibido. Deberían recapacitar antes de que Grecia se marche con toda la baraja.

(Hans-Werner Sinn, Professor of Economics and Public Finance at the University of Munich, is President of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry"s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs)

– Grecia, Argentina, y la trampa del ingreso medio (Project Syndicate – 30/5/15)

Santiago.- ¿Qué tienen en común Grecia y Argentina, fuera de una tradición establecida de macroeconomía mediocre? Una respuesta es que ambos han sido los países de más larga permanencia dentro de la llamada trampa del ingreso medio – y aún no terminan de salir de ella. Hay países en Asia, Europa Oriental y América Latina que temen que tras haber llegado a la clase media internacional, pueden estar estancados en ella. Grecia y Argentina ayudan a ilustrar la forma en que esto puede suceder.

En un estudio reciente, economistas de Bard College y del Banco Asiático de Desarrollo clasifican las economías del mundo en cuatro grupos -entre los que las primeras dos categorías corresponden a los países de ingresos medios altos y altos- y siguen los movimientos según los cuales las naciones entran y salen de estos grupos. ¿Qué países estuvieron estancados por el mayor período de tiempo en la categoría de ingresos medios altos antes de pasar a la de ingresos altos? La respuesta correcta es Grecia y Argentina.

Tomando en cuenta las variaciones del costo de la vida en los distintos países, el estudio concluye que el umbral de ingreso per cápita sobre el cual un país pasa a ser de altos ingresos es US$ 10.750 de poder adquisitivo en el año 1990, y que US$ 7.250 lo es para pasar a la categoría de ingresos medios altos. (Estos umbrales pueden parecer bajos, pero los que el Banco Mundial emplea son muy similares.)

Según estos criterios, Argentina se transformó en un país de ingresos medios altos en 1970, y luego estuvo 40 años estancado en esa categoría, hasta que en 2010 pasó a la de ingresos altos. Grecia se unió a la clase media alta internacional en 1972, y tardó 28 años -hasta 2000- en llegar al grupo de ingresos altos.

No existen otros países que hayan pasado a ser de ingresos medios altos después de 1950, que hayan tardado tanto tiempo en hacer la transición posterior. De hecho, el promedio de esta transición es de 14 años, aunque hay economías como la de Corea del Sur, Taiwán y Hong Kong que la realizaron en sólo siete años.

Los datos del estudio terminan en 2010, y es posible que desde entonces las cosas hayan empeorado. Según cifras del FMI, la larga crisis de Grecia ha hecho que su PIB per cápita (en términos de la paridad del poder de compra) haya caído en 10% desde 2010 y en 18% desde 2007. Es decir, puede que en los últimos años Grecia haya dejado de pertenecer a la categoría de países de ingresos altos.

Durante este mismo período, y si bien de manera lenta, en Argentina incrementó el ingreso per cápita, pero el país nunca estuvo lejos de una crisis macroeconómica a gran escala que pudo reducir drásticamente los ingresos de los hogares.

Por lo tanto, parece acertado concluir que los dos países todavía se encuentran estancados en la trampa de los ingresos medios.

¿De qué naturaleza es esta trampa? En Grecia y en Argentina, es de naturaleza tanto política como económica.

Primero, lo político. En su libro Why Nations Fail (Por qué fracasan las naciones), Daron Acemoglu y James A. Robinson sostienen que las sociedades con instituciones políticas que concentran el poder en manos de unos pocos, rara vez sobresalen en innovación y crecimiento debido a que los innovadores no tienen ninguna garantía de poder quedarse con el fruto de sus esfuerzos. Y, en la medida en que los excluidos no pueden generar riqueza, tienen pocos recursos para desafiar el poder de los grupos dominantes; en consecuencia, las instituciones políticas excluyentes suelen ser autosustentables.

Ésta es una explicación útil de por qué existe una trampa de pobreza -pregunta que el libro procura responder- pero no clarifica por qué existe una trampa de ingresos medios. Después de todo, Argentina y Grecia son democracias, si bien imperfectas, al igual que la mayor parte de las naciones de América Latina o del Asia Oriental a las que hoy les preocupa estancarse en la categoría de ingresos medios. La versión de Acemoglu y Robinson en que una pequeña elite maneja todo el poder, debe ser reemplazada por una narrativa diferente, en la que diversos grupos con poder político ejercen poder de veto sobre las decisiones que afectan a sus intereses económicos.

Pensemos en grupos empresariales poderosos que vetan iniciativas destinadas a mejorar la recaudación de impuestos o a fortalecer las políticas pro-competencia. Esto ayuda a explicar por qué los gobiernos de Argentina y de Grecia están constantemente en déficit (hasta que se terminan sus alternativas de crédito y el ajuste es inevitable), o por qué los precios -y las utilidades- son altos en sectores, como los de transporte y telecomunicaciones, que proveen al posible emprendedor de insumos cruciales, pero con frecuencia inasequibles.

O pensemos en sindicatos del sector público que vetan cambios a las prestaciones que reciben sus miembros. Esto explica en gran medida (añadiendo algo de ideología) por qué el gobierno actual de Grecia ha llegado al borde del impago de la deuda antes de acceder a restringir las pensiones del sector público, como se lo exigen sus socios de la Unión Europea. Asimismo, ayuda a explicar por qué tanto Argentina como Grecia tienen amplios sectores públicos (el gasto público asciende al 46% y al 39% del PIB, respectivamente), pero una inversión fiscal insignificante y una infraestructura anticuada.

No se trata de un exceso de democracia, como a veces aducen los comentaristas conservadores, sino de muy poca. Las instituciones democráticas subdesarrolladas permiten decisiones que son racionales a nivel individual, pero que en el ámbito colectivo son perjudiciales y miopes.

Y la mala política genera una mala economía. Para pasar de la categoría de ingresos medios a la de ingresos altos, los países deben reasignar recursos a sectores de alta productividad, que exigen elevados niveles de conocimientos y destrezas. Ésta es una transición que Grecia y Argentina, con su inestabilidad financiera, su infraestructura deficiente y sus precarios sistemas de educación, aún no han completado.

Grecia exporta productos de petróleo refinado, aceite de oliva, algodón en bruto y fruta seca. Argentina exporta maíz, soja, fruta y vino – así como también automóviles y repuestos automotrices al resto del bloque del Mercosur, donde goza de una amplia protección arancelaria frente a la competencia proveniente de fuera del bloque.

Según el Atlas de Complejidad Económica, creado por Ricardo Hausmann y colegas de la Universidad de Harvard, la brecha que existía en 2008 entre el ingreso de Grecia y el contenido de conocimiento de sus exportaciones era la mayor de una muestra de 128 países. En 2103, Grecia ocupaba el puesto número 48 del índice de complejidad de exportaciones del Atlas -lejos el más bajo de los países desarrollados de Europa- mientras que Argentina ocupaba el número 67.

La falta de dinamismo en las exportaciones se traduce en un crecimiento lento, lo cual a su vez impone límites a la movilidad social y a la expansión de una clase media emprendedora. Esto contribuye a que los actores con poder de veto mantengan su poder político, lo que cierra la trampa. Quizás una obra de peso llamada Why Middle-Income Nations Fail (Por qué fracasan las naciones de ingresos medios) algún día pueda explicar claramente la situación. De ser así, las sociedades podrán comprender por qué las elude la categoría de altos ingresos – y cambiar de rumbo según resulte necesario.

(Andrés Velasco, a former presidential candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional Practice in International Development at Columbia University's School of International and Public Affairs. He has taught at Harvard University and New York University, and is the author of numerous studies on international economics and development)

– Europa y la anti-Europa (Project Syndicate – 30/5/15)

Berlín.- Desde 2008, cuando estalló la crisis financiera mundial, la Unión Europea ha afrontado una sucesión de crisis: la crisis griega en marcado aumento, el revanchismo ruso en Ucrania y la crisis de los refugiados en el Mediterráneo (inextricablemente vinculada con la crisis regional en Oriente Medio y las diversas guerras de África). Dichas crisis han representado unas presiones para la capacidad de los poderes y las instituciones de la UE que han llegado hasta sus límites y más allá, razón por la cual la reacción de Europa ha sido tan bochornosamente débil.

La ineficacia de las instituciones y estructuras existentes frente a las amenazas actuales está poniendo en peligro ahora la legitimidad de la UE, porque los ciudadanos de Europa están pidiendo soluciones que la UE evidentemente no puede -y en parte no quiere- dar. Una consecuencia de ello es la erosión del apoyo a la UE entre los electorados de sus Estados miembros.

Y el ritmo de dicha erosión podría acelerarse en los dos próximos años. Ahora parece seguro que el Reino Unido celebrará en 2016 un referéndum sobre su permanencia en la UE y un partido de extrema izquierda, decidido, como en Grecia, a eludir los rigores de la reforma económica, podría vencer en las próximas elecciones generales de España que se celebrarán en el otoño próximo.

Desde luego, los resultados podrían resultar positivos, en el sentido de que el Reino Unido permaneciera en la UE y España optara por el statu quo o una idea del cambio mucho más moderada que la abrazada por el Gobierno de Grecia encabezado por Syriza, pero la posibilidad peor para el futuro de la UE parece cada vez más probable: la salida de Grecia de la zona del euro y la salida del Reino Unido de la UE y un resultado de las elecciones en España que se parezca al de Grecia.

En caso de que se produjera esa tremenda tormenta, la propia existencia de la UE estaría en duda, porque otros países miembros examinarían su propio futuro posterior a la UE o comenzarían a prepararlo. De hecho, todas las fuerzas euroescépticas y nacionalistas de los Estados miembros de la UE se esforzarían, con un éxito cada vez mayor, por lograr que la retirada de sus países respectivos de la UE fuera la cuestión fundamental del debate político interior y las campañas electorales. Dicho de otro modo, casi sesenta años de integración europea -todo el proyecto europeo- podrían echarse a perder.

Europa no tiene por qué seguir necesariamente esa vía, pero, en vista de que los dirigentes de la UE no reconocen las amenazas actuales que afrontan y no reaccionan al respecto, parece realista suponer que podría ocurrir. Las salidas de Grecia y de Gran Bretaña combinadas y sus consecuencias no sólo para la estabilidad de la zona del euro, sino también para la continuidad de la existencia de la UE, son probablemente el mayor peligro que Europa ha afrontado desde el fin de la Guerra Fría.

Además, la crisis interna de Europa se está produciendo en un ambiente geopolítico inestable y peligroso. Aunque las amenazas exteriores pueden reforzar la cooperación estratégica entre los Estados miembros de la UE, puede que no sea suficiente para mantenerla intacta, en particular dado el empeño de Rusia de dividir a Europa fortaleciendo sus fuerzas nacionalistas, euroescépticas y xenófobas.

Para impedir que la UE se desmiembre, hará falta, primordialmente, una solución estratégica para la crisis griega. Grecia necesita dinero y reformas rápidamente y dentro de la zona del euro. Los gobiernos de Atenas, Bruselas e incluso Berlín no pueden aceptar a Grecia como un Estado y una economía fallidos. La continua partida de póquer entre el Gobierno de Grecia y la troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) perjudica a todas las partes interesadas… y a Europa más que a ninguna. Sólo puede acabar con un nuevo rescate de Grecia o con un desastre para Europa.

Para evitar la salida de Grecia (lo que debería ser la máxima prioridad de la UE), la amenaza representada por la salida de Gran Bretaña parecería ya mucho menos intimidante, en vista de que en su caso los riesgos se reparten mucho más uniformemente entre la Unión y el Reino Unido. En realidad, los riesgos son mayores para el Primer Ministro británico, David Cameron, porque es casi seguro que Escocia no aceptaría una salida de Gran Bretaña, con lo que correría peligro el propio futuro del Reino Unido.

Así, pues, pese a que Cameron está en un agujero que ha cavado él mismo, la UE debe mostrar cierta flexibilidad en sus negociaciones con Gran Bretaña sobre las cuestiones que no se refieren a los principios básicos de la UE. Se podría ofrecer al Reino Unido la posibilidad de no participar en otras políticas de la UE (como la que ahora disfruta respecto del euro) y los dirigentes de la UE podrían buscar una fórmula que tranquilizara a Gran Bretaña respecto de las repercusiones de la zona del euro en el mercado único.

Si, además de afrontar eficazmente los riesgos de las salidas de Grecia y Gran Bretaña, la UE logra fortalecer su unidad y determinación para abordar la crisis de Ucrania y enfrentarse a la actual Rusia revisionista, habrá logrado eludir las amenazas existencias actuales. De hecho, podría incluso resurgir más fuerte de sus futuras pruebas. Ésa no es la hipótesis más probable actualmente, pero podría llegar a serlo, si Europa llega a la conclusión -más temprano que tarde- de que se deben evitar las consecuencias del fracaso casi a cualquier costo.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960s and 1970s, and played a key role in founding Germany's Green Party, which he led for almost two decades)

– Cómo no pagar una deuda soberana (Project Syndicate – 2/6/15)

Ithaca.- La política de riesgo calculado sobre las deudas de Grecia ha planteado el interrogante de si el país entrará en default (o cuándo). Sin duda, sería mucho mejor para Grecia y sus acreedores llegar a una solución negociada. Pero ese resultado está lejos de estar garantizado. El gobierno griego a duras penas logró hacer un pago significativo el mes pasado y pagos aún mayores vencen en el transcurso del verano (boreal), empezando en junio con una cuota de más de 1.500 millones de euros de su deuda con el Fondo Monetario Internacional.

Mientras las autoridades griegas consideran sus opciones, harían bien en tener en mente que existen mejores y peores maneras de incumplir el pago de una deuda soberana -especialmente habida cuenta del deseo de los países de reestablecer su solvencia lo antes posible-. En las próximas semanas y meses, sería inteligente que el gobierno griego considerara tres lineamientos:

No echar pestes: el default es doloroso, inclusive si termina resultando la opción correcta en el largo plazo. En medio de todo ese sufrimiento, es tentador apuntar con el dedo. Pero es importante resistir ese impulso. Es mucho más probable que los deudores soberanos tengan que interactuar con los mismos acreedores y actores internacionales en otro momento. Es difícil saber cuánto daño le infligieron los pronunciamientos poco diplomáticos de la Argentina durante su saga de default a sus esfuerzos por abrirse camino en el sistema legal de Estados Unidos; lo que resulta evidente es que su retórica oficial poco meditada no favoreció su causa.

En el contexto griego, ya ha habido suficientes insultos por varias crisis de deuda. Emitir una declaración de arrepentimiento ante la incapacidad de llegar a una solución negociada, ofreciendo planes claros a corto y largo plazo para gestionar el default y delineando una estrategia convincente para la recuperación y el crecimiento serían preferibles, por lejos.

Hablar con claridad: Luego de un incumplimiento de pago, quizás exista la sensación de que nadie escucha ni siquiera la más racional de las explicaciones. Los acreedores probablemente insistirán en que el default fue un error terrible y argumentarán que la recuperación es imposible a menos que se revierta rápidamente la decisión. Algunos analistas, en verdad, pueden desearle el mal a un país insubordinado, aunque más no sea para probar un punto o enseñarles una lección a quienes potencialmente quieran hacer lo mismo. Pero otros actores, entre ellos potenciales acreedores futuros, podrían estar más abiertos a la persuasión.

Por lo general se dice que la solvencia depende de dos cosas: la voluntad de pago y la capacidad de pago. Un default es una manifestación concreta de los límites de la voluntad de pago de un estado, al menos en el corto plazo. Y aun así las cosas no necesariamente son tan blancas y negras. Un país que incumple con sus pagos puede dejar en claro que el rechazo de un pago de deuda determinado no necesariamente conlleva un rechazo de la lógica de los pagos de la deuda en su totalidad.

En el caso de Grecia, algunos inversores y analistas pueden congeniar con la opinión de las autoridades de que las medidas de austeridad no hicieron más que afectar su recuperación. Pueden aceptar que un default podría ser parte de un paquete de políticas destinadas a mejorar los elementos fundamentales de la economía de un país y así su capacidad para pagar su deuda en el largo plazo.

Pagar parte de la deuda: Suena contradictorio, pero los países en default deberían considerar el pago de parte de sus deudas -según sus propios términos o de manera escalonada- como un modo de reconstruir su solvencia. Si la explicación de un default incluye una afirmación de que los pagos deberían estar asociados a la recuperación económica, entonces puede tener sentido especificar las condiciones para reanudar los pagos -y seguir adelante cuando se cumplan las condiciones.

Sin duda, esto podría debilitar el apalancamiento de un deudor -la promesa de pago futuro- para hacer regresar a los acreedores a la mesa de negociaciones. Pero también demostraría tanto a los antiguos acreedores como a los potenciales acreedores nuevos, no sólo una capacidad, sino también una voluntad de hacer pagos, creando así incentivos para que los actores externos respalden la recuperación económica.

Inclusive después del rechazo por parte de la Unión Soviética de las deudas de la Rusia zarista -quizás el default de deuda más tristemente célebre (y más malinterpretado) del siglo XX- ciertos acreedores manifestaron un interés por prestarle dinero al nuevo régimen, en parte porque las agencias soviéticas pagaron la deuda que consideraban legítima. Más recientemente, Ecuador continuó efectuando pagos sobre la pequeña porción de deuda que consideraba aceptable después de incumplir con el pago de sus deudas internacionales en 2008 (bajo circunstancias muchos menos extremas que las de Grecia). Este pago contribuyó a una lenta mejora de su calificación de crédito y a su eventual retorno a los mercados de capital internacionales en 2014.

Aún si Grecia llega a un acuerdo a tiempo para hacer el primer pago al FMI que vence a principios de junio, tal vez no tenga suficiente para cubrir los pagos aún mayores que vencen durante el resto del verano. Existe la posibilidad de que el gobierno griego y sus acreedores regresen a la mesa de negociaciones otra vez. Un default unilateral, es de esperarse, no será necesario. Pero si Grecia no toma esa ruta, debería buscar que su camino sea lo más tranquilo posible.

(Odette Lienau, an associate professor of law at Cornell University, is the author of Rethinking Sovereign Debt: Politics, Reputation, and Legitimacy in Modern Finance)

– Un discurso de esperanza para Grecia (Project Syndicate – 4/6/15)

Atenas.- El 6 de septiembre de 1946, el Secretario de Estado de los Estados Unidos James F. Byrnes viajó a Stuttgart para pronunciar su histórico "Discurso de la Esperanza", que señaló el cambio de ánimo de los Estados Unidos para con Alemania después de la guerra y dio a una nación hundida una posibilidad de imaginar la recuperación, el crecimiento y un regreso a la normalidad. Siete decenios después, es mi país, Grecia, el que necesita semejante oportunidad.

Hasta el "Discurso de la Esperanza" de Byrnes, los Aliados estaban decididos a convertir "a Alemania en un país de carácter primordialmente agrícola y pastoral". Ésa era la intención expresa del Plan Morgenthau, concebido por el Secretario del Tesoro de los EEUU Henry Monrgenthau Jr. y firmado por los Estados Unidos y Gran Bretaña dos años antes, en septiembre de 1944.

De hecho, cuando los EEUU, la Unión Soviética y el Reino Unido firmaron el Acuerdo de Potsdam en agosto de 1945, convinieron en la "reducción o destrucción de toda la industria pesada civil con potencial bélico" y en la "reestructuración de la economía alemana para dedicarla a la agricultura y la industria ligera". En 1946, los Aliados habían reducido la producción de acero de Alemania al 75 por ciento de su nivel anterior a la guerra. La producción automovilística se desplomó hasta el 10 por ciento de la anterior a la guerra. Al final de aquel decenio, se habían destruido 706 instalaciones industriales.

El discurso de Byrnes señaló al pueblo alemán una inversión de ese impulso punitivo de desindustrialización. Naturalmente, Alemania debe su recuperación y su riqueza de la posguerra a su población, su trabajo y su innovación denodados y su devoción a una Europa democrática y unida, pero los alemanes no habrían podido organizar su magnífico renacimiento posterior a la guerra sin el apoyo que significó el "Discurso de la Esperanza".

Antes del discurso de Byrnes y durante algún tiempo posterior, los aliados de los Estados Unidos no veían con buenos ojos que los derrotados alemanes recuperaran la esperanza, pero, una vez que el gobierno del Presidente Harry Truman decidió rehabilitar a Alemania, no había vuelta atrás. Su renacimiento estaba en marcha, facilitado por el Plan Marshall, la condonación de la deuda de 1953 patrocinada por los EEUU, y por la llegada de trabajadores emigrantes de Italia, Yugoslavia y Grecia.

Europa no habría podido unirse en paz y con democracia sin ese cambio copernicano. Alguien tenía que dejar de lado las objeciones moralistas y contemplar desapasionadamente a un país encerrado en un conjunto de circunstancias que lo único que podían hacer era reproducir la discordia y la fragmentación por todo el continente. Los EEUU, tras haber surgido después de la guerra como único país acreedor, así lo hicieron precisamente.

Actualmente, es mi país el que está encerrado en semejantes circunstancias y necesitado de esperanza. No faltan las objeciones moralistas a la ayuda a Grecia, que deniegan a su población una oportunidad para su propio renacimiento. Se pide una mayor austeridad a una economía que está de rodillas por la dosis más tremenda de austeridad que país alguno haya soportado jamás en época de paz, sin que se le ofreciera alivio alguno de la deuda ni plan alguno para impulsar la inversión y, desde luego, al menos de momento, "Discurso de la Esperanza" alguno para este pueblo hundido.

Un rasgo de las sociedades antiguas, como las de Alemania y Grecia, es el de que las tribulaciones contemporáneas reavivan temores antiguos y fomentan una nueva discordia. Así, pues, debemos tener cuidado. A los adolescentes nunca se les debería decir que, por un "pecado de prodigalidad", merecen recibir instrucción en escuelas depauperadas y verse abrumados por un desempleo en masa, ya se trate de Alemania en el decenio de 1940 o de la Grecia actual.

Mientras escribo estas líneas, el Gobierno de Grecia va a presentar a la Unión Europea un conjunto de propuestas de reformas profundas y gestión de la deuda y un plan de inversión para hacer arrancar la economía. En realidad, Grecia está lista y dispuesta para concertar un pacto con Europa que elimine las deformaciones a las que se debió que fuese la primera ficha de dominó que cayó en 2010.

Pero, para que Grecia aplique esas reformas con éxito, sus ciudadanos necesitan un ingrediente del que carecen: la esperanza. Un "discurso de la esperanza" para Grecia cambiaría la situación ahora, no sólo para nosotros, sino también para nuestros acreedores, pues nuestro renacimiento acabaría con el riesgo de suspensión de pagos.

¿Qué debería figurar en semejante declaración? Así como el discurso de Byrnes fue corto en detalles, pero largo en simbolismo, un "discurso de la esperanza" para Grecia no ha de ser técnico. Debe señalar simplemente un cambio, un corte con los cinco últimos años de acumulación de nuevos préstamos sobre la ya insostenible deuda, con la condición de soportar más dosis de austeridad punitiva.

¿Quién debería pronunciarlo? En mi opinión, debería ser la Canciller de Alemania, Angela Merkel, y dirigirse a un auditorio en Atenas o Salónica o cualquier otra ciudad griega elegida. Podría aprovechar esa oportunidad para sugerir un nuevo planteamiento de la integración europea, que comience con el país que más ha sufrido, víctima tanto de la concepción defectuosa de la zona del euro como de los fallos de su propia sociedad.

La esperanza fue una fuerza para el bien en la Europa de la posguerra y ahora puede serlo para una transformación positiva. Un discurso de una dirigente de Alemania en una ciudad griega podría ser un gran paso para hacerla realidad.

(Yanis Varoufakis is Greece's finance minister)

– Los asesores de Merkel hablan claro: "Todos ganaríamos con la salida de Grecia" (Libertad Digital – 5/6/15)

Juergen Donges y Hans-Werner Sinn denuncian el "chantaje" heleno y apuestan por desenchufar cuanto antes a Grecia del Eurosistema.

Juergen Donges y Hans-Werner Sinn son dos destacados economistas germanos, además de asesores del Gobierno que preside Angela Merkel. En dos recientes artículos, lanzan duras críticas al Ejecutivo de Syriza en Grecia, advirtiendo de la necesidad de aplicar un plan B para Grecia, bien desenchufando al país heleno del Eurosistema y permitiendo la emisión de una moneda paralela (Geuro), bien apostando por su salida ordenada de la zona euro. El error sería, por tanto, ceder al "chantaje" de Tsipras.

Donges no se corta a la hora de criticar a Syriza

Alexis Tsipras había prometido a su electorado poner fin a las políticas de ajuste fiscal y de reformas estructurales de sus predecesores, por considerar que constituían una imposición de la troika (léase Alemania), lo que es inaceptable para un país soberano, y que no habían hecho más que empobrecer a gran parte de la población, hiriendo su orgullo.

Ni una palabra sobre las causas internas que habían llevado al país al borde de la quiebra (unas políticas económicas y presupuestarias nefastas, la corrupción y el clientelismo como comportamiento político normal, una increíble evasión fiscal como deporte nacional). El jefe del nuevo Ejecutivo también se ha callado que los Gobiernos anteriores no han cumplido ni mucho menos a rajatabla con sus compromisos, sino que han mostrado bastante flexibilidad a la hora de interpretar los acuerdos, especialmente en materia de reformas estructurales.

Y recuerda que quieren "vivir a costa de otros"

Los griegos que votaron a Syriza adoran a Tsipras como si de Robin Hood se tratara. Se han creído el cuento de que no había que preocuparse por la elevada deuda soberana del país, pues los acreedores internacionales terminarían condonándola. También dan por hecho que los socios europeos volverían a conceder las ayudas financieras necesarias, solo que de ahora en adelante sin condiciones y controladores exteriores.

¿A quién no le gustan los cheques en blanco? ¿Tienen los griegos un ADN propio que crea una mentalidad de vivir a costa de otros? Si uno hace un poco de memoria literaria se encuentra con que el célebre escritor francés Edmond About, en un ensayo titulado La Gréce contemporaine (1853), caracterizó a Grecia como el único ejemplo de un país moderno que desde su nacimiento en 1830 estaba en quiebra total debido a un gasto público excesivo y a la negativa de los ciudadanos a pagar impuestos. Por aquel entonces fueron tres potencias garantes (Gran Bretaña, Francia y Rusia) las que mantuvieron a flote al país.

Poco o nada parecen haber cambiado los comportamientos. Hoy los garantes de la supervivencia del país heleno son 18 estados de la zona euro (y sus contribuyentes), algunos más pobres que Grecia, junto con la Comisión Europea y el FMI, con unos cuantiosos préstamos, y el BCE, que le facilita a los cuatro bancos helenos generoso acceso a los fondos de liquidez de emergencia y abre de este modo indirectamente una línea de financiación a corto plazo para el Gobierno (lo que stricto sensu no es lícito).

Donges también denuncia el "chantaje" de Atenas

Tsipras y su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, empezaron su mandato negándose rotundamente a reconocer la realidad de los hechos. Primero intentaron dividir políticamente al Eurogrupo, aliar a Italia y Francia a su causa y aislar a Alemania, sin conseguirlo. Luego, en las reuniones del Eurogupo y en el Consejo Europeo presentaron con tácticas dilatorias largas listas con "ideas" sobre reformas con un denominador común: la falta de concreción y de credibilidad, lo cual ha puesto a más de un homólogo europeo los pelos de punta.

Los nuevos mandatarios también jugaron la carta del chantaje, insinuando el impago de deudas, una salida de la zona euro, el boicot a la política exterior común de aplicar sanciones económicas a Rusia por el conflicto de Ucrania, y la movilización de apoyos financieros por parte de países terceros (Rusia, China). Hasta ahora, esta estrategia no ha dado los frutos esperados.

Sinn detalla la estrategia de Varufakis

Como "peso pesado" ungido por el gobierno griego, (Varufakis) se encuentra trabajando en un Plan B (el potencial abandono de la eurozona), mientras el Primer Ministro Alexis Tsipras queda disponible para el Plan A (una extensión del acuerdo crediticio a Grecia y la renegociación de los términos de su rescate).

Dos elementos dan forma al Plan B. Primero, simple provocación, apuntando a encolerizar a los ciudadanos griegos y elevar las tensiones entre el país y sus acreedores. Los griegos tienen que creer que se están salvando de una grave injusticia a fin de seguir confiando en su gobierno durante el difícil periodo que vivirían tras una salida de la eurozona.

Segundo, el gobierno griego está elevando los costes del Plan B para la contraparte, al permitir a sus ciudadanos que retiren sus capitales. Si lo quisiera, podría contener esta tendencia con un enfoque más conciliador o detenerla por completo con la introducción de controles al capital. Sin embargo, con ello se debilitaría su posición negociadora, y esa no es una opción para ellos.

La fuga de capitales no implica que estén yéndose al extranjero en términos netos, sino más bien que el capital privado se está volviendo público. Básicamente, los ciudadanos griegos toman créditos de los bancos locales, que están financiados en gran parte por el banco central griego, que a su vez adquiere fondos a través del plan de provisión de liquidez de emergencia (ELA) del Banco Central Europeo. Tras ello, transfieren el dinero a otros países para adquirir activos extranjeros (o cobrar sus deudas), con lo que limitan la liquidez de los bancos de su país.

En consecuencia, otros bancos centrales de la eurozona se ven obligados a emitir más dinero para cumplir las órdenes de pago a nombre de los ciudadanos griegos, dando en la práctica al banco central griego un crédito de sobregiro, según lo miden los llamados pasivos TARGET ("Sistema automatizado transeuropeo de transferencia urgente para la liquidación bruta en tiempo real", por su sigla en inglés).

Si Grecia abandonara la Unión, no se verían afectadas las cuentas que sus ciudadanos hayan abierto en otros países de la eurozona, por no hablar de los bienes que hayan comprado con ellas. Pero dejaría atrapados a los bancos centrales de esos países con reclamaciones de cobro TARGET de esos ciudadanos denominadas en euros frente a un banco central de Grecia que sólo contaría con activos denominados en dracmas.

Todo esto fortalece considerablemente la posición desde la que negocia el gobierno griego. Poco ha de sorprender entonces que Varufakis y Tsipras jueguen a ganar tiempo y se nieguen a presentar un listado de propuestas de reformas significativas.

Sinn culpa directamente al BCE

El BCE tiene una gran responsabilidad por esta situación (…) Ahora que se ha concedido a los bancos griegos los fondos que necesitaban, el gobierno ya no tiene necesidad de poner en práctica controles de capitales.

Se rumorea que el BCE pronto ajustará su enfoque. Sabe que se está desgastando el argumento de que los préstamos ELA cuentan con garantías, ya que en muchos casos éstas tienen una calificación menor que BBB- que las deja casi fuera del grado de inversión.

Si el BCE acaba por reconocer que no bastará con eso y elimina la salvaguarda de liquidez de Grecia, el gobierno griego podría verse obligado a negociar con seriedad, ya que no le beneficiaría seguir esperando. No obstante, puesto que la cantidad de fondos enviados al extranjero y guardados en efectivo ya habrían alcanzado al 79% del PGB (más de 80.000 millones de euros), su posición seguiría siendo muy fuerte.

En otras palabras, y gracias en gran medida al BCE, el gobierno griego estaría en condiciones de asegurarse un resultado mucho más favorable (con mayor ayuda financiera y menos exigencias de reformas) que el que hubiera podido alcanzar en cualquier momento del pasado. El dinero que se ha impreso y una gran proporción de los recursos que se han adquirido, medidos por los balances TARGET, harían las veces de una donación para un futuro independiente.

Muchos europeos parecen creer que Varoufakuis, experimentado teórico del juego pero novato en política, no sabe cómo jugar con las cartas que su país ha recibido. Deberían recapacitar antes de que Grecia se marche con toda la baraja.

La solución, por tanto, es clara, según Donges

El Eurogrupo tiene que dejar bien claro que lo que vale son exclusivamente las normas de la eurozona tal y como han sido establecidas en el Tratado de Maastricht y en acuerdos intergubernamentales posteriores. Para que esto sea creíble y se entienda en Atenas, los máximos líderes políticos europeos (Merkel, Hollande, Juncker, Schulz, Draghi) deben acabar con declarar oficialmente que la unidad de la zona euro es un tabú, cueste lo que cueste. No tiene sentido mantener unido lo que conjuntamente no funciona. Más sentido tiene pensar en un plan B para Grecia.

Ese plan B podría contemplar dos opciones. Una sería la de combinar futuras ayudas financieras a Grecia en euros para garantizar el servicio de la deuda externa con la emisión de otro medio de pago para las transacciones económicas internas. El Gobierno pondría en circulación una moneda paralela, una especie de euro griego (geuro).

Técnicamente podían ser pagarés con los que el Gobierno afrontaría los gastos corrientes como sueldos, pensiones y subsidios de desempleo. Las empresas y los consumidores los utilizarían para sus respectivas operaciones. El geuro no sería convertible en divisas. Probablemente se depreciaría frente al euro. Esto mejoraría la competitividadprecio de las exportaciones, incluido el turismo extranjero. Pero la sociedad sufriría el efecto pobreza que una depreciación cambiaria siempre acarrea debido al encarecimiento de las importaciones que acelera la inflación.

El geuro no tiene por qué ser permanente. Se le puede poner fin en cuanto los principales problemas del país hayan sido subsanados. La otra opción del plan B sería la salida de Grecia de la zona euro. También en este caso se le podrían ofrecer al Gobierno heleno unas ayudas financieras durante un tiempo determinado, destinadas a cubrir las necesidades de gasto más apremiantes y evitar un repudio de la deuda exterior, que de producirse expulsaría a Grecia de los mercados de capital por un tiempo indefinido. Grecia recuperaría la autonomía sobre las políticas presupuestarias, monetarias y cambiarias que podría instrumentalizar de la mejor manera posible para sanear la economía. El país tomaría su futuro en sus propias manos.

(Segunda opción) Un Grexit ordenado no tiene por qué ser traumático para la zona euro. Por el contrario, la arquitectura de gobernanza de la zona euro ganaría credibilidad y quedaría fortalecida. En todos los países miembros habría, por el interés que les trae, un fuerte incentivo de respetar en el futuro mejor que en el pasado las reglas económicas e institucionales de la Unión Monetaria. Los inversores financieros internacionales tomarían nota de la determinación de los gobiernos europeos de consagrar la zona euro como un área de estabilidad con un elevado potencial de crecimiento económico y de creación de empleo y, por fin, liberado de reiterativas crisis de insolvencia soberana. Todos ganaríamos.

(Jürgen Bernhard Donges es un economista alemán. Es profesor emérito de economía política en la Universidad de Colonia, y ha sido un miembro del Consejo alemán de Expertos Económicos. Hans-Werner Sinn, Professor of Economics and Public Finance at the University of Munich, is President of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry"s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs)

– ¿Suicidio a la griega? (Project Syndicate – 10/6/15)

Londres.- En las últimas negociaciones en torno a la crisis griega, la buena noticia es que un impago de la deuda por parte de este país, que se ha vuelto más plausible tras el provocativo rechazo del Primer Ministro Alexis Tsipras a lo que describió como la "absurda" oferta de rescate de los acreedores, ya no representa una amenaza seria para el resto de Europa. La mala noticia es que parece que Tsipras no lo entiende así.

A juzgar por su beligerancia, parece creer sinceramente que Europa necesita a Grecia tan desesperadamente como ésta a Europa. Ese es el verdadero "absurdo" de las actuales negociaciones, y la falta de apreciación de Tsipras de su verdadero poder de negociación arriesga hoy una catástrofe para su país, la humillación para su partido Syriza, o ambas.

El resultado más probable es que tenga que tragarse sus palabras y aceptar las condiciones de la "troika" (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) antes de fines de junio. De lo contrario, el BCE dejará de respaldar al sistema bancario griego y al gobierno se le acabarán los fondos para pagar la deuda externa y, lo que es más dramático, las pensiones y salarios de sus ciudadanos. Sin acceso a financiación externa alguna, Grecia se convertirá en un paria económico -la Argentina de Europa- y es posible que la presión pública obligue a Syriza a dejar el poder.

Se trata de un resultado que adquiere tintes todavía más trágicos si se considera que el análisis en que se basa Syriza para exigir flexibilizar la austeridad es correcto en lo sustancial. En lugar de buscar un acuerdo digno para suavizar programa de la troika, Tsipras desperdició seis meses en batallas simbólicas sobre asuntos económicamente irrelevantes, como las leyes laborales, las privatizaciones e incluso el nombre de la troika.

Esta conducta provocadora le hizo perder todos sus aliados potenciales en Francia e Italia. Peor aún, el tiempo perdido en grandilocuencias políticas acabó con el superávit presupuestario primario, la gran baza de Tsipras al comenzar las negociaciones.

Ahora cree tener otra: el temor de Europa al impago griego, pero es una ilusión promovida por su ministro de finanzas, Yanis Varoufakis, quien como profesor de teoría de los juegos, se jactó hace poco en el New York Times de que "en sus esfuerzos por sobrevivir, la pequeña Grecia podría hundir el mundo financiero" y que su imagen mediática de "tonto irracional… está haciéndome el trabajo", al asustar a otros ministros de finanzas de la UE.

Parece ser que Varoufakis cree que su "sofisticada comprensión de la teoría de los juegos" da a Grecia una ventaja crucial en la "compleja dinámica" de las negociaciones. De hecho, el juego que se da en Europa es menos un ajedrez que un tres en raya, en que un empate es un resultado normal pero un movimiento en falso es casi una derrota segura.

Las reglas de este juego son mucho más sencillas de lo que Varoufakis esperaba, debido a un acontecimiento crucial que ocurrió la misma semana de las elecciones griegas. El 22 de enero, el BCE adoptó la medida decisiva de proteger la eurozona de un posible impago de Grecia. Al anunciar un enorme programa de compra de bonos, proporcionalmente mucho mayor para la eurozona que la flexibilización cuantitativa aplicada en los Estados Unidos, Gran Bretaña o Japón, el Presidente del BCE Mario Draghi erigió el cortafuegos impenetrable que tanto se necesitaba para proteger la Unión monetaria de una crisis financiera al estilo Lehman.

La nueva capacidad (en lo esencial de forma ilimitada) del BCE de emitir dinero como respaldo de bancos y gobiernos, ha reducido a la insignificancia el peligro de un contagio griego. Es un cambio profundo en el ambiente financiero europeo del que los políticos griegos ni muchos analistas económicos parecen haber caído en cuenta.

Antes de la decisión del BCE, el contagio era un riesgo real. Si el gobierno griego entraba en un impago de la deuda o intentaba abandonar el euro, los bancos del país podrían haberse derrumbado y los griegos que no hubiesen llevado su dinero al extranjero habrían perdido sus ahorros, como ocurrió en Chipre en 2013. Ante el temor de que les ocurriera lo mismo, los ahorristas de otros países, como Portugal o España, podrían haber transferido su dinero a Alemania o Austria, y vendido sus títulos de deuda estatal portuguesa o española.

Como resultado, los precios de los bonos de los países deudores habrían colapsado, los tipos de interés se habrían ido a las nubes y los bancos se habrían visto ante la clara perspectiva de un colapso. Si el contagio griego se intensificaba, el siguiente país más débil, probablemente Portugal, se habría encontrado sin capacidad de espaldar a su sistema bancario ni pagar sus deudas. Tendría que haber abandonado el euro in extremis, siguiendo el ejemplo de Grecia.

Antes de enero era bastante probable esta secuencia de eventos, pero el programa de compra de bonos del BCE supuso un cortafuego en cada punto del proceso. Si los titulares de bonos portugueses se alarman por la perspectiva de un futuro impago de Grecia, el BCE simplemente puede proceder a elevar su compra de bonos; sin límite a su poder de compra, puede superar con facilidad cualquier presión de venta.

Si los ahorristas en bancos portugueses comienzan a trasladar su dinero a Alemania, el BCE reciclará esos euros de regreso a Portugal en forma de depósitos interbancarios. Nuevamente, no hay límites a la cantidad que el BCE puede reciclar, siempre que los bancos portugueses sigan siendo solventes… y lo serán en tanto el BCE siga comprando bonos estatales portugueses.

En pocas palabras, su programa de compra de bonos ha hecho que el BCE pase de ser un observador pasivo de la crisis del euro, paralizado por las anacrónicas limitaciones legalistas del Tratado de Maastricht, en un prestamista adecuado de último recurso. Ahora que cuenta con poderes similares a los de la Reserva Federal de EEUU, el Banco de Japón y el Banco de Inglaterra, el BCE puede garantizar que la eurozona no sufra contagios financieros.

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