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El Marxismo Mariategui y el Movimiento Femenino Popular



Partes: 1, 2

  1. Palabras a la reedición
  2. Presentación
  3. El problema femenino y el marxismo
  4. La teoría de la mujer como "naturaleza femenina deficitaria"
  5. El desarrollo del capitalismo y el movimiento femenino
  6. El marxismo y la emancipación de la mujer
  7. El problema femenino en Mariategui
  8. Desarrollar el movimiento femenino siguiendo a Mariategui
  9. Declaración de principios
  10. Programa

Palabras a la reedición 

La agudización de la lucha de clases de la década del 60 dio nuevo impulso al desarrollo del Movimiento Femenino en el país, situación similar a la que se produjera en el plano internacional. Lo que va de la presente década muestra evidentemente que el problema de la emancipación de la mujer se ha convertido en uno de los temas importantes de la lucha política; y, los años venideros acentuarán más la importancia de las masas femeninas en las grandes luchas que se avecinan.

El año 1975 ha sido declarado por las naciones unidas "Año Internacional de la Mujer y en el país" "Año de la Mujer Peruana". Así, este año será particularmente importante para la politización y movilización, y organización de las mujeres; tarea en la cual contenderán duramente las líneas burocráticas y democrática para organizar a las mujeres corporativamente y en beneficio de las clases explotadoras o democráticamente para servir al pueblo, respectivamente.

En este contexto y perspectiva, en diciembre último se han reunido las organizaciones femeninas que bajo la bandera de Retomar Plenamente el Camino de Mariátegui luchan desde hace años por politizar movilizar y organizar a las mujeres de nuestra patria. Así ha surgido el Comité Coordinador Nacional del Movimiento Femenino Popular; iniciándose, en consecuencia, una nueva etapa del desarrollo de la lucha de las mujeres del país: el Movimiento Femenino Popular; iniciándose, en consecuencia una nueva etapa al desarrollo de la lucha de las mujeres del país: el Movimiento Femenino Popular ha entrado en la etapa de organizar a nivel nacional.

Una de las tareas de este Comité es la propagandización y para iniciar la reedita el trabajo EL MARXISMO, MARIATEGUI Y EL MOVIMIENTO FEMENINO que hace un año publicara el Centro Femenino Popular de Lima, cuyos 5 000 ejemplares están totalmente agotados. De esta forma aportamos a la indispensable y cada día más urgente construcción ideológico-política del movimiento femenino en marcha; y al hacerlo partimos del firme convencimiento de que sólo aplicando y desarrollando la línea que sobre emancipación de la mujer en nuestro país estableciera Mariátegui podremos construir un verdadero movimiento popular como parte de la lucha de nuestro pueblo que ha combatido, combate y combatirá por su liberación.

Con esta publicación iniciamos nuestras EDICIONES EMANCIPACION DE LA MUJER, serie que servirá principalmente para tratar los diversos problemas ideológicos, políticos y organizativos que plantea la construcción de una organización femenina popular. Cuya necesidad y urgencia es notoria y más si tenemos en cuenta cuán poca atención se presta a los problemas organizativos de las masas en el país.

Comité Coordinador Nacional delMovimiento Femenino Popular

Presentación

 El problema de la mujer, el de la emancipación de la mujer vista la cuestión desde el marxismo, cobra cada día mayor importancia; una muestra es que la ONU haya acordado celebrar, en 1975, el año mundial de la mujer, otras son las múltiples publicaciones que sobre el particular circulan y, lo que tiene mayor transcendencia, las movilizaciones crecientes de las masas femeninas en el mundo entero.

En nuestro país también, desde hace años, se ve el reimpulso de la movilización femenina, una de cuyas manifestaciones es la multiplicación de organizaciones, así como el notorio y creciente interés por el problema de la mujer expresado en publicaciones y propaganda. Es que la mayor incorporación de la mujer al proceso de la producción y la agudización de la lucha de clases en el país plantea, evidentemente e1 problema central de la politización de la mujer como parte indispensable de la marcha revolucionaria de nuestro pueblo. Más aún si recordamos las palabras del gran Lenin: "el éxito de la revolución depende del grado en que, participen las mujeres".

Así, para nosotros hoy, en nuestra patria, resuenan perentorias las tesis de José Carlos Mariátegui "No se estudia, en nuestro tiempo, la vida de una sociedad sin averiguar y analizar su base: la organización de la familia, la situación de la mujer" y avizorando el porvenir del movimiento femenino: "A este movimiento no deben ni pueden sentirse extraños ni indiferentes los hombres sensibles a las grandes emociones de la época. La cuestión femenina es una parte de la cuestión humana". Tengamos muy presentes estas palabras si queremos ser "hombres sensibles a las emociones de la época", si queremos servir al proceso revolucionario democrático-nacional en que está empeñado nuestro pueblo y aún espera realización; así preservándonos de la cómoda indiferencia, la fácil crítica o el ataque negador, en cuyo fondo late una profunda incomprensión, apoyando la movilización de la mujer peruana serviremos realmente al pueblo y su revolución que nadie más que él puede cumplir.

Planteadas así las cosas, surge una interrogante ¿qué tipo de movimiento femenino impulsar y apoyar? Pregunta que tiene vital importancia cuando se sienta; ampara y difunde el feminismo burgués a tambor batiente. La respuesta es una y concreta: un movimiento femenino popular verdadero no puede construirse y desarrollarse sino desde la posición de la clase obrera, desde el marxismo, y como partes del movimiento popular de cuya liberación depende la emancipación de la mujer. Un movimiento femenino popular sólo puede surgir, por tanto, sustentado en el marxismo-leninismo; lo que en nuestra patria quiere decir basado en el pensamiento de Mariátegui. En conclusión, el desarrollo del movimiento femenino en el Perú depende de retomar el camino de Mariátegui, enarbolar la política que sentara sobre la emancipación de la mujer y librar esta batalla ideológico-política como parte de la polémica por poner el pensamiento de Mariátegui al mando de nuestro Pueblo. Así estaremos preservados de feminismo burgués, de divisionismos que contraponiendo mujeres a hombres quiebran las organizaciones y escinden a las masas. Así, pues, sólo adhiriéndose a la política de Mariátegui sobre la emancipación de la mujer en particular, será posible crear organizaciones femeninas y secciones femeninas en los organismos de masas, como indicara el Amauta para los sindicatos, que fortalezcan y desarrollen las organizaciones de las masas y sirvan a la unidad combatiente del pueblo.

Dentro de esta línea se desenvuelve el CENTRO FEMENINO POPULAR y, como sus hechos prueban, brega (consciente de la impostergable necesidad de la politización de la mujer peruana, rezagada por condiciones sociales opresivas derivadas de nuestra condición de nación semifeudal y semicolonial), y lucha por la creación y desarrollo de un MOVIMIENTO FEMENINO POPULAR del Perú, tarea cuyo cumplimiento requiere larga y tesonera acción que hace de la misma una consigna de la labor en que, junto con otras organizaciones afines de diversos puntos del país, el CENTRO se halla empeñado. Y, en síntesis, cómo se concibe este Movimiento al cual servimos, simple y llanamente como un movimiento generado por el proletariado en las masas femeninas caracterizado por adherirse a Mariátegui, desenvolverse como organización de masas y ceñirse al centralismo democrático.

EL CENTRO FEMENINO POPULAR seguro de la tarea común que desarrolla y consciente de la necesidad de la construcción ideológico-política del MOVIMIENTO FEMENINO POPULAR por el cual brega, publica el presente trabajo "EL MARXISMO, MARIATEGUI Y EL MOVIMIENTO FEMENINO" como aporte al análisis, debate y establecimiento de las bases del verdadero proceso de politización, movilización y organización de la mujer peruana que está en marcha. Está seguro que el debate se abre para quienes quieren debatir clara y abiertamente y que las masas oyen a los que afirman no a los que solamente niegan, como enseñara Mariátegui; y que si bien el camino es largo en él no habrá norte si no nos sustentamos en una clara y definida política sobre la emancipación de la mujer y, para nosotros como para la mujer peruana en general, ésta no puede ser otra que retomar y desarrollar el camino de Mariátegui.

Tal el espíritu que nos anima y si logramos impulsar la polémica desde la posición del proletariado sirviendo a la politización de la mujer peruana, bien empeñado y retribuido con creces estará nuestro esfuerzo; por lo demás, la propagación de las ideas del proletariado nunca se pierde, por más que el tiempo separe la cosecha de la siembra, dijo Lenin. A esto nos adherimos con fe en la mujer peruana y en nuestro pueblo.

I.

El problema femenino y el marxismo

  El problema femenino es una cuestión importante para la lucha popular. Y su importancia es hoy mayor porque se intensifican acciones tendientes a la movilización de las mujeres; movilización necesaria y fructífera desde la posición de la clase obrera y al servicio de las masas populares, pero que impulsada por y en beneficio de las clases explotadoras actúa como elemento de divisionismo y freno de la lucha popular.

En este nuevo período de politización de las masas femeninas en el cual nos desenvolvemos, teniendo como base una mayor participación económica de las mujeres en el país, es indispensable prestar seria atención al problema femenino en tanto estudio e investigación, incorporación política y consecuente labor organizativa. Tarea que plantea tener presente la gran tesis de Mariátegui que enseña: "LAS MUJERES COMO LOS HOMBRES SON REACCIONARIAS, CENTRISTAS O REVOLUCIONARIAS, NO PUEDEN, POR CONSIGUIENTE, COMBATIR JUNTAS LA MISMA BATALLA. EN EL ACTUAL PANORAMA HUMANO LA CLASE DIFERENCIA A LOS INDIVIDUOS MAS QUE EL SEXO". Así, desde el comienzo, la necesidad de una comprensión científica del problema femenino exige partir incuestionablemente de la Concepción de la clase obrera, del marxismo.

La teoría de la mujer como "naturaleza femenina deficitaria"

A lo largo de los siglos las clases explotadoras han sostenido e impuesto la pseudo teoría de la "naturaleza femenina deficitaria", que ha servido para justificar la opresión que hasta hoy experimentan las mujeres en las sociedades en que la explotación, sigue imperando.

Así, la alabanza de los judíos: "Bendito sea Dios, nuestro Señor y Señor de todos los mundos, por no haberme hecho mujer" y el conformismo de las judías que rezan: "Bendito sea el Señor que me ha creado según su voluntad", expresan claramente el menosprecio del mundo antiguo por la condición de la mujer. Estas ideas también predominaron en el esclavismo griego; el famoso Pitágoras decía: "Hay un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer"; y hasta el gran filósofo Aristóteles sentenció: "La hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades", y "El carácter de las mujeres padece de un defecto natural".

Estos planteamientos pasaron al período final del esclavismo romano y al medioevo, acentuándose en los pensadores cristiano el menosprecio a la mujer con imputaciones de ser ésta fuente de pecado y antesala del infierno. Tertuliano clamó: « Mujer eres la puerta del diablo. Has persuadido a aquél a quien el diablo no se atrevía a atacar de frente. Por tu culpa tuvo que morir el hijo de Dios; deberías ir siempre vestida de duelo y de harapos"; y Agustín de Hipona: "La mujer es una bestia que no es firme ni estable". Mientras aquéllos condenaban otros sentenciaron la inferioridad y obediencia femeninas; así Pablo de Tarso, el apóstol, predicó: "El hombre no ha sido sacado de la mujer, sino la mujer del hombre; y el hombre no ha sido creado para la mujer, sino la mujer para el hombre", y "Así como la iglesia está sometida a Cristo, así sean sumisas en toda cosa las mujeres a su marido". Y cientos de años después, en el siglo XIII, Tomás de Aquino prosiguió igual prédica: "El hombre es la cabeza de la mujer, del mismo modo que Cristo es la cabeza del hombre" y "Es un hecho que la mujer está destinada a vivir bajo la autoridad del hombre y que no tiene autoridad por sí misma".

La comprensión de la condición femenina no avanzó mayormente con el desarrollo del capitalismo, pues si bien Condorcet apunta a señalar su raíz social al decir: "Se ha dicho que las mujeres…carecían del sentimiento de justicia, y que obedecían antes a su sentimiento que a su conciencia …esa diferencia ha sido causada por la educación y la existencia social, no por la naturaleza", y el gran materialista Diderot escribía: "Os compadezco mujeres" y "en todas las costumbres la crueldad de las leyes civiles se ha unido a la crueldad de la naturaleza en contra de las mujeres. Han sido tratadas como seres imbéciles"; Rousseau, avanzado ideólogo de la revolución francesa estampó: "Toda la educación de las mujeres debe ser relativa a los hombres… La mujer esta hecha para ceder al hombre y soportar sus injusticias". Esta posición burguesa se proyecta hasta la época del imperialismo reaccionarizándose cada vez más; la que unida a posiciones cristianas y reiterando viejas tesis sentencia a través de Juan XXIII: "Dios y la naturaleza dieron a la mujer diversas labores que perfeccionan y complementan la obra encargada a los hombres".

Así vemos como a través del tiempo las clases explotadoras han predicado la "naturaleza femenina deficitaria". Sustentándose en concepciones idealistas han reiterado la existencia de una "naturaleza femenina" independiente de las condiciones sociales, ésta no es sino parte de la tesis anticientífica de la "naturaleza humana"; pero a esta llamada "naturaleza femenina", esencia eterna e invariable, se le añade el adjetivo "deficitaria" para indicar que la condición de la mujer y su opresión y tutelaje es producto de su "natural inferioridad frente al hombre". Con esta pseudo teoría se ha intentado mantener y "justificar" el sometimiento de la mujer.

Finalmente, es conveniente señalar que incluso un notable pensador materialista como Demócrito tenía prejuicios frente a la mujer ("Mujer ducha en lógica: algo espantable"; "La mujer es mucho mas pronta que el varón para pensar mal"). Y que la defensa de la misma se basaba en argumentos metafísicos o religiosos (Eva quiere decir vida y Adán tierra; creada después del hombre, la mujer ha sido mejor terminada que él). Y que incluso la burguesía, cuando era clase revolucionaria, solo concibió a la mujer en referencia al hombre, no como un ser independiente.

El desarrollo del capitalismo y el movimiento femenino

El desarrollo del capitalismo va a incorporar a la mujer al trabajo dando bases, condiciones para que pueda desarrollarse; así con la incorporación al proceso productivo las mujeres tendrán la posibilidad de unirse más directamente a la lucha de clases y a la acción combatiente. El capitalismo llevó a las revoluciones burguesas y en esta fragua las masas femeninas, especialmente trabajadoras, avanzarán.

La revolución francesa, la más avanzada de las que la burguesía condujo, fue un buen caldo de cultivo para la acción femenina. Las mujeres se movilizaron junto a las masas y participando en los clubes políticos desarrollaron acción revolucionaria; en estas luchas organizaron una "Sociedad de Mujeres Republicanas y Revolucionarias" y a través de Olimpia de Gouges, en 1789 piden una "Declaración de Derechos de la mujer" y crean periódicos como "El impaciente" para reivindicar su condición. En el desarrollo del proceso revolucionario las mujeres conquistaron la supresión del derecho de primogenitura y abolición de los privilegios de masculinidad, obtuvieron igual derecho de sucesión que los varones y consiguieron el divorcio. Su participación combatiente dio algunos frutos.

Pero contenido el gran impulso revolucionario a las mujeres se les niega el acceso a los clubes políticos, se combate su politización y se las recrimina predicando su vuelta al hogar, se les dice: "¿Desde cuándo les está permitido a las mujeres abjurar de su sexo y hacerse hombres? La naturaleza ha dicho a la mujer: Sé mujer. Tus trabajos son el cuidado de la infancia, los detalles del hogar y las diversas inquietudes de la maternidad". Más aún, con la reorganización burguesa que inicia Napoleón, con el Código Civil, la mujer casada vuelve a ser sometida a tutela, cae bajo el dominio del marido en su persona y en sus bienes; se niega la indagación de la paternidad; se quita a la casada derechos civiles, como a las prostitutas; y se les prohíbe el divorcio y el derecho de enajenar sus propiedades.

En la revolución francesa ya se puede ver con claridad cómo el avance de las mujeres y su retroceso están ligados a los avances y los retrocesos del pueblo y la revolución. Esta es una lección importante: La identidad de intereses del movimiento femenino y la lucha popular, como aquél es parte de ésta.

Asimismo esta revolución burguesa muestra cómo las ideas sobre la mujer siguen un proceso igual al político; frenado y combatido el ascenso revolucionario surgieron ideas reaccionarias sobre la mujer: Bonald sostuvo "El hombre es a la mujer lo que la mujer es al niño"; Comte, tenido como "padre de la sociología", planteó que la femineidad es una suerte de continua infancia y que esa infanticida biológica se expresa en debilidad intelectual; Balzac escribió: "El destino de la mujer y su única gloria es hacer latir el corazón de los hombres. La mujer es una propiedad que se adquiere por contrato, un bien mueble, porque la posesión vale un título; en fin, hablando propiamente, la mujer no es más que un anexo del hombre". Todo este reaccionarismo se sintetizó en las siguientes palabras de Napoleón: "La naturaleza quiso que las mujeres fuesen nuestras esclavas… Son nuestra propiedad …; la mujer no es más que una máquina para producir hijos"; personaje para quien la vida femenina debía orientarse por "Cocina, Iglesia, Hijos", lema al que Hitler se adhiriera en este siglo.

La revolución francesa enarboló sus tres principios de libertad, igualdad y fraternidad y prometió justicia y reivindicar al pueblo. Bien pronto mostró sus limites y que sus declaraciones principistas no eran sino declaraciones formales, a la vez que sus intereses de clase se contraponían a los de las masas; la miseria, el hambre y la injusticia siguieron reinando, aunque bajo nuevas formas. Contra este orden de cosas se lanzaron los utópicos con una crítica demoledora y sagaz aunque, por las condiciones históricas, no pudieran llegar a la raíz del mal. Los socialistas utópicos también condenaron la condición de la mujer bajo el capitalismo; Fourier, representante de esta posición señaló: "El cambio de una época histórica puede determinarse siempre por la actitud de progreso de la mujer… el grado de emancipación femenina constituye la pauta natural de la emancipación general".

Frente a esta gran afirmación es bueno contraponer el pensamiento del anarquista Proudhon sobre la mujer, y tener presente sus ideas hoy que se quiere presentar a los anarquistas como ejemplo de visión y consecuencia revolucionarias y se les propagandiza a los cuatro vientos. Sostenía Proudhon que la mujer es inferior al hombre por su fuerza física, intelectual y moralmente, y que en su conjunto representado numéricamente, la mujer tiene un valor de 8/27 del valor del hombre. Así para este paladín la mujer representa menos de un tercio del valor del hombre; esto no es sino expresión del pensamiento pequeño burgués de su autor, raíz común de todo anarquismo.

A lo largo del siglo XIX, con su creciente incorporación al proceso productivo, la mujer siguió desarrollando su lucha en pro de sus reivindicaciones uniéndose al movimiento sindical y revolucionario del proletariado, un ejemplo de esta participación fue Luisa Michel, combatiente de la Comuna de París de 1871. Pero el movimiento femenino en general fue orientado hacia el sufragismo, a la lucha por obtener el voto para las mujeres, tras la falsa idea de que consiguiendo votos y posiciones parlamentarias se reivindicarían sus derechos; así se canalizó la acción feminista hacia el cretinismo parlamentario. Sin embargo, es bueno recordar que el voto no fue alcanzado gratuitamente sino que en el siglo pasado y comienzos de este lucharon abierta y decididamente para conseguirlo. La lucha por el voto femenino y su consecución demuestran una vez más, que si bien ésta es una conquista no es el medio que permite una transformación verdadera de la condición de la mujer.

El siglo XX implica un mayor desarrollo de la acción económica femenina, las obreras aumentan masivamente, así como las empleadas a quienes se suman fuertes contingentes de profesionales; las mujeres incursionan en todos los campos de la actividad. En este proceso tienen gran importancia las guerras mundiales que incorporan millones de mujeres a la economía en sustitución de los hombres que son movilizados al frente. Todo esto impulsa la movilización, organización y politización de las mujeres; y a partir de los años 50 se reinicia con mayor fuerza la lucha femenina que se amplia en los años 60 con una gran perspectiva para el futuro.

En conclusión, el capitalismo mediante la incorporación económica de la mujer sienta bases para su movilización reivindicativa; pero el capitalismo sólo es capaz de dar una igualdad jurídica formal a las mujeres, en modo alguno puede emanciparlas; esto está demostrado por toda la historia de la burguesía, clase que incluso en su más avanzada revolución, la francesa del siglo XVIII, no pudo avanzar mas allá de una reivindicación formal. Más aún el desarrollo posterior a los procesos revolucionarios burgueses y el siglo XX demuestran que no solamente la burguesía no puede dar la emancipación a las masas femeninas sino que con el desarrollo del imperialismo la Concepción burguesa frente a la condición femenina se reaccionariza cada vez más y remacha la opresión social, económica, política e ideológica sobre las mujeres aunque la pinte y camufle de mil maneras.

El marxismo y la emancipación de la mujer

El marxismo, la concepción de la clase obrera, concibe al hombre como un conjunto de relaciones sociales históricamente variables que cambian en función del proceso social. Así, pues, el marxismo es absolutamente contrario a la tesis de la "naturaleza humana" como realidad eterna, inmutable al margen de las condiciones sociales, posición que es la del idealismo y de la reacción. La posición marxista implica también la superación del materialismo mecanicista (de los viejos materialistas anteriores a Marx y Engels) que incapaz de comprender el carácter histórico social del hombre como transformador de la realidad, recaía insensiblemente en concepciones metafísicas o espiritualistas, tal el caso de Feuerbach.

Así como el marxismo considera el hombre como una concreta realidad históricamente generada por la sociedad, tampoco acepta la tesis de la "naturaleza femenina", pues ésta no es sino complemento de la llamada "naturaleza humana" y, por tanto, reiteración de que la mujer es una naturaleza eterna e inmutable; con el agravante, como viéramos, de que el idealismo y la reacción entienden por "naturaleza femenina" una "naturaleza deficitaria e inferior" a la del hombre.

Para el marxismo, así como el hombre, la mujer no es sino un conjunto de relaciones sociales históricamente conformadas y cambiante en función de las variaciones de la sociedad en su proceso de desarrollo; la mujer es pues, un producto social y su transformación exige la transformación de la sociedad.

Cuando el marxismo enfoca el problema femenino lo hace, por tanto, desde una posición materialista y dialéctica, desde una concepción científica que si permite una cabal comprensión. En el estudio, investigación y comprensión de la mujer y su condición, el marxismo trata el problema femenino en relación con la propiedad, la familia y el Estado, ya que en el proceso histórico la condición de la mujer y su ubicación histórica esta íntimamente ligada a estas tres cuestiones.

Un extraordinario ejemplo de análisis concreto del problema femenino, desde estos puntos de vista, lo tenemos en el "Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado" de F. Engels, quien señalando la sustitución del derecho materno por el paterno, como inicio des sometimiento femenino, escribía:

"Así, pues, las riquezas, a medida que iban en aumento, daban, por una parte, al hombre una posición más importante que a la mujer en la familia y, por otra parte hacían que naciera en él la idea de valerse de esta ventaja para modificar en provecho de sus hijos el orden de herencia establecido… Aquella revolución -una de las más profundas que la humanidad ha conocido- no tuvo necesidad de tocar ni a uno solo de sus miembros vivos de la gens. Todos los miembros de ésta pudieron seguir siendo lo que hasta entonces habían sido. Bastó decir sencillamente que en lo venidero los descendientes de un miembro masculino permanecerían en la gens, pero los de un miembro femenino saldrían de ella, pasando a la gens de su padre. Así quedaron abolidos la filiación materna y el derecho hereditario materno, sustituyéndolos la filiación masculina y el derecho hereditario paterno. Nada sabemos de cómo se produjo esta revolución en los pueblos cultos, pues se remonta a los tiempos pre-históricos… El derrocamiento del derecho materno fue la GRAN DERROTA HISTÓRICA DEL SEXO FEMENINO EN TODO EL MUNDO. El hombre empuñó también las riendas de la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción". (El subrayado es nuestro).

Este párrafo de Engels sienta la tesis fundamental del marxismo sobre el problema femenino: la condición de la mujer se sustenta en las relaciones de propiedad, en la forma de propiedad que se ejerce sobre los medios de producción y en las relaciones productivas que sobre aquéllas se levantan. Esta tesis del marxismo es importantísima pues sienta que la opresión anexa a la condición femenina tiene como raíz la formación, surgimiento y desarrollo del derecho de propiedad sobre los medios de producción y que por tanto, su emancipación esta ligada a la destrucción de tal derecho. Es indispensable, pues para una comprensión marxista del problema femenino, partir de esta gran tesis y hoy más que nunca cuando supuestos revolucionarios y hasta autotitulados marxistas, pretenden hacer surgir la opresión femenina no de la formación y surgimiento de la propiedad sino de la simple división del trabajo en función de los sexos que habría atribuido a la mujer ocupación menos importante que al hombre reduciéndola al ámbito doméstico. Este planteamiento pese a toda la propagandización e intento de presentarlo como revolucionario, no es sino la sustitución de la posición marxista sobre la emancipación de la mujer por planteamientos burgueses que en esencia son nuevas formas de la supuesta "naturaleza femenina" inmutable.

Desarrollando este punto de partida, materialista dialéctico, Engels enseña cómo sobre esa base se instituyó la familia monogámica de la cual dice: "Fue la primera forma de familia que no se basaba en condiciones naturales, sino económicas, y concretamente en el triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común primitiva, originada espontáneamente. Y:"Por tanto, la monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como una reconciliación entre el hombre y la mujer, y menos aun como la forma más elevada de matrimonio. Por el contrario, entra en escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en la pre-historia". (El Origen… El subrayado es nuestro).

Luego de sentar que la propiedad privada sustenta la forma familiar monogámica, que sanciona la opresión de la mujer, Engels establece la correspondencia de las tres formas fundamentales de matrimonio con los tres grandes estadios de evolución humana: salvajismo y matrimonio por grupos; barbarie y matrimonio sindiasmico; civilización y monogamia "con sus complementos, el adulterio y la prostitución". Así, los clásicos del marxismo desarrollan las tesis sobre la condición social históricamente variable de la mujer y su ubicación en la sociedad; señalando como la condición femenina está íntimamente relacionada con la propiedad, la familia y con el Estado que es el aparato que organiza legalmente aquellas relaciones y las impone y sostiene por la fuerza.

Este planteamiento científico sistematizado por Engels es producto del análisis marxista de la condición de la mujer a través de la historia y el más elemental estudio comprueba plenamente la certeza y vigencia de estos planteamientos, que son el fundamento y punto de partida de la clase obrera para la comprensión del problema femenino. Hagamos un recuento histórico que nos sirva a ejemplificar lo sentado por Engels y los clásicos.

En la comunidad primitiva sobre una división natural del trabajo basada en la edad y el sexo, los hombres y las mujeres desenvolvían sus vidas en una espontánea igualdad y participación de la mujer en las decisiones del grupo social; más aún, las mujeres estaban rodeadas de respeto y consideración, trato deferente y hasta privilegiado. Iniciado el aumento de riquezas que resalta la posición del hombre en la familia e impulsándose la sustitución del derecho materno por el paterno comienza la posposición de la mujer y su resquebrajamiento cuyos ecos llegan hasta el mismo Esquilo, el gran trágico griego, quien en su obra "Las Euménides" escribiera: "No es la madre quien engendra eso que se llama su hijo; ella es sólo la nodriza del germen depositado en su entraña; quien engendra es el padre. La mujer recibe el germen como una depositaria extraña, y lo conserva si así place a los dioses".

Así en el esclavismo griego la condición femenina es de sometimiento e inferioridad social y objeto de menosprecio. De ellas se decía: "El esclavo carece absolutamente de la libertad de deliberar; la mujer tiene pero de manera débil e ineficaz" (Aristóteles); "La mejor mujer es aquella de la cual menos hablan los hombres" (Pericles); y la respuesta del marido a su mujer que indaga sobre los negocios públicos: "No es cosa tuya. Calla si no quieres que te pegue… Sigue tejiendo". (Aristofanes, Lysistrata). ¿Qué realidad expresaban estas palabras? Las mujeres en Grecia estaban en una perpetua minoría de edad: bajo el poder del tutor ya sea el padre, el marido, el heredero del marido o del Estado, su vida transcurrió bajo permanente tutela; se le proveía una dote matrimonial para que tuviera de qué vivir y no padeciera hambre y en algunos casos se le autorizaba el divorcio; por lo demás estaba reducida al gineceo en la casa y en la sociedad bajo el control de autoridades especiales. La mujer podía heredar a falta de descendiente varón directo, en cuyo caso debía casarse con el pariente de mas edad dentro del genes paterno; así no heredaba directamente sino que era una transmisora de herencia; todo en resguardo de la propiedad familiar.

La condición de la mujer en Roma, también sociedad esclavista, permite una mejor comprensión de aquélla como derivada de la propiedad, de la familia y del Estado. Después del reinado de Tarquino y afirmado el derecho patriarcal, la propiedad privada y por tanto, la familia (gens) deviene base de la sociedad: la mujer quedará sujeta al patrimonio y a la familia; quedo excluida de todo "oficio viril", de la vida pública y es una "menor civil"; no se le niega directamente la herencia, pero se le somete a tutoría. Sobre este punto dijo Gayo, el jurista romano: "La tutela ha sido establecida en el interés de los mismos tutores, a fin de que la mujer de la cual son presuntos herederos no pueda arrebatarles su herencia por testamento, ni empobrecerla por medio de enajenaciones o deudas". La raíz patrimonial de la tutela que sobre la mujer se impone quedó pues claramente expuesta y definida.

Después de la XII Tablas, el hecho de que la mujer perteneciese a la gens paterna y la gens conyugal (también por estrictas razones de resguardo de la propiedad), generó conflictos que fueron la base del avance de la "emancipación legal" de la romana. Aparece el matrimonio "sine manu": sus bienes permanecen bajo la dependencia de sus tutores y el esposo sólo tiene derecho sobre su persona y aún comparte este poder con el "pater familias" que conserva una autoridad absoluta sobre su hija. Y surge un tribunal doméstico para resolver las discrepancias que puedan surgir entre padre y marido; así la mujer puede recurrir ante el padre por sus desavenencias con el marido y viceversa: "ya no es ella la cosa del individuo".

Sobre esta base económica (su participación en la herencia aunque tutoriada) y sobre la contienda entre los derechos de las gens paterna y marital sobre la mujer y sus bienes se desarrolla una mayor participación de las romanas en su sociedad, pese a todas las restricciones legales: se sienta en el "atrium", es el centro de la casa, preside el trabajo de los esclavos, dirige la educación de los niños y tiene influencia sobre ellos hasta edad bien avanzada; comparte trabajos y problemas del cónyuge y es considerada copropietaria de sus bienes. Concurre a fiestas y en la calle se le cede el paso, incluso por cónsules y lictores. El peso de las romanas en su sociedad se refleja en la figura de Cornelia, la madre de los Gracos.

Con el desarrollo social romano, el Estado desplaza la contienda entre las gens, asumiendo las disputas sobre la mujer, el divorcio, el adulterio, etc., que pasaron a ventilarse en tribunales públicos aboliendo el tribunal doméstico. Posteriormente se abolirá, como consecuencia de exigencias económicas y sociales, la tutela sobre la mujer, bajo la legislación imperial. A la mujer se le fija una dote propia (un patrimonio particular) que no vuelva a los agnados (parientes paternos) ni pertenece al marido; así, se le da una base económica para su independencia y desenvolvimiento. Al final de la República a la madre se le reconoció derechos sobre sus hijos dándosele la custodia de los mismos por mala conducta del padre o por ser sometido a tutela.

Bajo el emperador Marco Aurelio, en el año 178, se da gran paso en el proceso de propiedad y familia: los hijos son declarados herederos de la madre con preferencia a los agnados; así la familia se funda sobre el vínculo consanguíneo y la madre surge como la igual del padre frente a los hijos, los hijos se reconocen también como hijos de la mujer; y derivado de lo anterior, la hija hereda igual que sus hermanos varones.

Pero a la vez que el Estado "emancipa" a la mujer de la familia la somete a su tutela y restringe su acción. Y simultáneamente al ascenso social de la mujer, en Roma se inició una campaña antifemenina invocando su inferioridad y para reducirla legalmente se invocó la "imbecilidad y fragilidad del sexo".

En Roma, pues, la mujer tuvo una mejor condición social que en Grecia y adquirió respeto y hasta gran influencia en la vida social, como se refleja en las palabras de Caton: "En todas partes los hombres gobiernan a las mujeres, y nosotros, que gobernamos a todos los hombres, somos gobernados por nuestras mujeres". La historia romana tiene destacadas mujeres enaltecidas desde las Sabinas, pasando por Lucrecia y Virginia hasta Cornelia. Las críticas a las féminas, no en cuanto mujeres, sino a las contemporáneas, se desarrolló a fines del siglo I y en el II de nuestra era; así Juvenal les reprochaba: lujuria, glotonería, dedicarse a ocupaciones de hombres y apasionarse por la caza y los deportes.

La sociedad romana reconoció algunos derechos a las mujeres, especialmente el derecho de propiedad, pero no les abrió la actividad civil ni mucho menos la pública, actividades que desarrollaron "ilegalmente" y en forma restringida; por ello las matronas romanas ("perdidas sus virtudes antiguas") tendieron a buscar en otros campos el uso de sus energías.

En el hundimiento del esclavismo y el desarrollo de la feudalidad hay que tener en cuenta la influencia del cristianismo y el aporte germano al considerar la situación femenina. El cristianismo contribuyó no poco a la opresión de la mujer; en los padres de la Iglesia hay un definido menosprecio hacia las mujeres a quienes consideraban inferiores, siervas del hombre y fuentes del mal. A lo ya dicho basta añadir la condena de San Juan Crisóstomo, santo de la Iglesia Católica: "No hay ninguna bestia salvaje tan dañina como la mujer". Bajo esta influencia se mitiga y luego niega los avances de la legislación romana.

Las sociedades germanas basadas en la guerra dieron a la mujer situación secundaria por su menor fortaleza física y fuerza; pero, no obstante era respetada y tenía derechos que hacían de ella una asociada de su cónyuge. Recuérdese lo que Tácito escribió al respecto: "en la paz y en la guerra comparte su suerte; vive con él, y con él muere".

Cristianismo y germanismo influenciaron la condición de la mujer en la feudalidad. La mujer se hallaba en situación de dependencia absoluta respecto del padre y del marido; en tiempos del rey Clovis "el mundium pesa sobre ella durante toda su vida". Las mujeres desenvuelven su vida totalmente sometidas al señor feudal aunque protegidas por las leyes "como propiedad del hombre y madre de hijos"; su valor aumenta con la fecundidad valiendo el triple de un hombre libre, valor que pierde cuando ya no puede ser madre: la mujer es un útero reproductor.

En la feudalidad también se aprecia la evolución de la condición femenina, como en Roma, en función de la restricción de los derechos de los señores y del aumento del poder real: el mundium pasa de los señores al rey; el mundium se convierte en una carga para el tutor, pero se mantiene el sometimiento de la tutelada.

En los tiempos convulsos de la formación del feudalismo la condición de la mujer es incierta; no estando claramente deslindados los derechos de soberanía y propiedad, los públicos y privados, la condición de la mujer es cambiante y elevada o rebajada, según las contingencias sociales.

Primero se les niega los derechos privados, pues la mujer no tiene derechos públicos. Hasta el siglo XI la fuerza y las armas imponen el orden y sustentan directamente la propiedad: para los juristas feudo "es una tierra que se tiene con cargo de servicio militar" y la mujer no podía tener derecho feudal pues no podía defenderla por las armas ni prestar servicio militar. Cuando los feudos se tornan patrimonio y son hereditarios (de conformidad con normas germánicas las mujeres también pueden heredar), se admite la sucesión femenina; pero esto no mejora su condición: la mujer necesita un tutor que haga valer sus derechos, así el marido es quien lleva el feudo y lo usufructúa. La mujer es sólo el instrumento a través del cual se transmite el dominio, como en Grecia.

La propiedad feudal no es familiar como en Roma, es del soberano, del señor, y la mujer también pertenece al soberano, él es quien le escoge esposo. Como se ha escrito "una heredera es una tierra y un castillo: los pretendientes se disputan esa presa, y la joven a veces sólo tiene 12 años, o menos aún, cuando su padre o señor la da en regalo a cualquier barón". La mujer necesita de un señor que la "ampare" y haga valer sus derechos; así una Duquesa de Borgoña clamaba al rey: "Mi marido acaba de morir, pero ¿de qué sirve el duelo…? Encontradme un marido que sea poderoso, porque lo necesito mucho para defender mis tierras". De esta forma el cónyuge tenía gran poder marital sobre la mujer a la que trataba sin consideración, maltrataba, abofeteaba, etc. y del cual sólo se requería que "castigue razonablemente", como hoy algunos códigos exigen en la corrección de los hijos.

La concepción guerrerista imperante hacía que el caballero medieval prestara más atención a sus caballos que a su cónyuge y los señores predicaban: "maldito sea el caballero que va a pedir consejo a una dama cuando debe participar en un torneo"; a la vez que se apostrofaba a las mujeres: "Entrad en vuestros apartamentos pintadas y doradas, sentaos en la sombra, bebed, comed, bordad, teñid la seda, pero no os ocupéis de nuestros asuntos. Nuestros asuntos consisten en luchar con la espada y el acero. ¡Silencio!". Así menospreciaba y marginaba el mundo medieval de los señores a sus féminas.

En el siglo XIII se desarrolló un movimiento de mujeres letradas, el que desplazándose del Mediodía al Norte las prestigió; el mismo que estuvo ligado al amor caballeresco y al marianismo intenso de esa época. Pero "si la cortesía dulcifica la suerte de la mujer, no la modifica profundamente", como dice S. de Beauvoir en "El segundo sexo" libro donde se encuentra abundante información sobre la historia de la mujer; datos que son útiles, claro está, al margen de la concepción existencialista de su autora. Ya que no son las ideas las que cambian la condición femenina en lo fundamental, sino las bases económicas que les sirven de sustento. Cuando el feudo pasa de ser derecho basado en el servicio militar a tornarse obligación económica, se da una reivindicación de la condición de la mujer, pues ésta es perfectamente hábil para cumplir una obligación monetaria; así se suprime el derecho señorial de casar a sus vasallos y se extingue la tutela sobre la mujer.

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