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Política de dividendos



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. El valor de mercado de la empresa
  3. La irrelevancia de la política de dividendos
  4. La relevancia de la política de dividendos
  5. El efecto de los impuestos
  6. Otras teorías sobre la política de dividendos
  7. Estudios empíricos sobre la política de dividendos
  8. La política de dividendos en la práctica
  9. La política de dividendos en la práctica: Evidencia Empírica
  10. La recompra de las acciones
  11. Preguntas y respuestas
  12. Bibliografía

Introducción

Teniendo en cuenta que el objetivo principal del equipo directivo de la empresa consiste en maximizar el valor de la misma para sus accionistas, nos proponemos estudiar cómo afecta a dicho valor la política de dividendos (es decir, la relación entre los beneficios retenidos y los distribuidos) establecida por sus directivos. Lógicamente, buscamos encontrar aquella política que haga máximo el valor de mercado de las acciones. Así que deberemos hacernos dos preguntas: ¿los dividendos influyen en el valor de las acciones? y, si esto es así, ¿qué tipo de relación existe entre la cuantía de los dividendos y el valor de aquéllas?. Para analizarlas deberemos aislar la política de dividendos del contexto financiero de la empresa por lo que consideraremos constantes el presupuesto de capital (rentabilidades y desembolsos iniciales) y el endeudamiento de la compañía. La razón de hacer esto, estriba en que hay empresas que deciden pagar un dividendo alto, que financian mediante un mayor endeudamiento, así que la política de dividendos depende de la política de endeudamiento de la empresa; mientras que otras, deciden restringir el dividendo para emplear el dinero retenido en nuevas oportunidades de inversión, con lo que la política de dividendos es un subproducto del presupuesto de capital de dicha empresa. Por todo ello es conveniente aislar la política de dividendos de las otras dos políticas de decisión. Sabemos que la política de dividendos forma parte de las decisiones de financiación de la empresa, puesto que cualquier dinero pagado en concepto de dividendos deberá ser financiado de alguna manera, ya sea con un nuevo endeudamiento o con una nueva ampliación de capital. Pero como suponemos que el nivel del endeuda miento y los desembolsos de las inversiones van a permanecer constantes, los posibles dividendos deberán proceder de nuevas emisiones de acciones. Por ello algunos autores definen la política de dividendos como la relación existente entre los beneficios retenidos, por un lado, y la distribución de dividendos líquidos y la emisión de nuevas acciones, por otro.

El valor de mercado de la empresa

El valor de mercado de una empresa es igual al valor actual de la corriente de dividendos futuros, entendiendo por "dividendo" todas las distribuciones en efectivo que haga la empresa a sus accionistas.

El hecho de que el valor de la empresa dependa de los dividendos futuros no implica que la empresa tenga que pagar dividendos en el presente. El dividendo en efectivo podría tener lugar en el momento de finalizar sus actividades. Bastará con que exista una expectativa de que algún día se van a pagar dividendos. Si se asume que el adquirente de una acción está comprando una expectativa de dividendos, se está diciendo que la política de dividendos es esencial para aumentar el valor de la empresa. De aquí subyace la clásica idea de que "un euro de dividendos vale lo mismo que tres en reservas". Ahora bien, si los beneficios retenidos son reinvertidos en la empresa en nombre de los accionistas con el objetivo de crear mayores dividendos o retenciones en el futuro, la anteriormente asumida preferencia por los dividendos no es tan obvia. Si a esto le añadimos la fiscalidad sobre los dividendos y los costes de transacción de reinvertir éstos últimos en la empresa, parecería que los accionistas preferirían las retenciones. Casi por definición, los accionistas preferirán acciones, no dinero. Aquéllos que prefieran éste último venderán sus acciones con lo que realmente están diseñando su propia política de dividendos. Si la empresa tiene un bajo coeficiente de distribución de dividendos, quiere decir que destinará más recursos propios para invertirlos en proyectos de cara a aumentar las expectativas de liquidez futuras con lo que la cotización de sus acciones tendería a ascender.

Como sabemos, los accionistas reciben sus rendimientos a través de los dividendos y de las ganancias de capital, por lo que el rendimiento obtenido por una acción a lo largo de un período anual viene dado por la siguiente expresión:

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Donde D1 representa el dividendo del período, P1 es el precio al final del período y P0 el precio al comienzo del mismo. Por otra parte, el primer sumando de la ecuación de la derecha indica el "rendimiento sobre dividendos", y el segundo el "rendimiento sobre las ganancias de capital".

La pregunta que debemos hacernos es: ¿pueden los directivos aumentar los rendimientos totales de los accionistas manipulando la política de dividendos?. Para contestarla observemos la expresión que calcula el valor de la empresa:

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En la que V es el valor de la empresa; FC, es el flujo de caja del período; A, las nuevas inversiones realizadas en el período; y ko el coste medio ponderado del capital. Si la empresa genera flujos de caja positivos (FC), los directivos podrán tomar la decisión de repartir una parte en forma de dividendos y retener el resto para emplearlo en la empresa. La cuestión que se plantea es si la corriente de dividendos es más valiosa que la del dinero reinvertido. Según la expresión del valor actual neto (VAN), ambas tienen la misma tasa de capitalización (ko) y, por lo tanto, ninguna tendrá ventaja sobre la otra a la hora de su valoración. Pero hay quien no opina así y que supone que la corriente de dividendos es superior a la de los flujos reinvertidos en la empresa, y alegan que el VAN del proyecto de inversión debe ser ajustado de forma que refleje la decisión de reparto, de los flujos de caja obtenidos, entre dividendos y retenciones. Ahora bien, hasta la fecha no ha aparecido ninguna expresión que lidie con el problema de valorar los recursos destinados a reservas, a amortizaciones y a dividendos.

La irrelevancia de la política de dividendos

Modigliani y Miller (MM) demostraron que, en un mercado de capitales eficiente, la política de dividendos de la empresa es irrelevante en cuanto a su efecto sobre el valor de sus acciones, puesto que éste viene determinado por su poder generador de beneficios y por su tipo de riesgo; esto es, dependerá de la política de inversiones de la compañía y no de cuántos beneficios son repartidos o retenidos. MM demostraron que si la empresa pagaba unos dividendos mayores, debería emitir un mayor número de acciones nuevas para hacer frente a dicho pago, siendo el valor de la parte de la empresa entregada a los nuevos accionistas idéntico al de los dividendos pagados a los accionistas antiguos. Ahora bien, todo esto será cierto siempre que se cumplan una serie de hipótesis básicas:

1º. Los costes de transacción se ignoran.

2º. La política de inversiones de la empresa se mantiene constante.

3º. Las ganancias de capital y los dividendos son gravados con el mismo tipo impositivo.

4º. Los dividendos no transmiten ninguna información al mercado.

5º. Los mercados de valores son eficientes.

6º. Los inversores actúan de forma racional.

Si lo anterior se cumple, se puede demostrar que un aumento del dividendo por acción da lugar a una reducción idéntica en el precio por acción, dejando inamovible la riqueza del accionista. Así que la riqueza actual de los accionistas no cambiará aunque se altere la política de dividendos. Por lo tanto el valor de la empresa sólo dependerá de su política de inversiones. Dado el nivel de inversión requerido por la empresa, el dinero pagado en forma de dividendos puede ser reemplazado por la emisión de nuevas acciones. Es la política de inversiones, no la de financiación, la que determina el valor de la empresa. Un cambio en la política de dividendos implica únicamente un cambio en la distribución del total de rendimientos entre dividendos y ganancias de capital.

Cuando la empresa emite nuevas acciones para poder pagar los dividendos a los accionistas antiguos se produce una transferencia de riqueza de éstos últimos hacia aquéllos, que es equivalente al dividendo recibido por los accionistas antiguos. Así que éstos se quedan como estaban, puesto que lo que reciben de dividendos lo pierden en el valor de sus acciones. Veamos un sencillo ejemplo: supongamos una empresa que tiene un activo fijo de 20.000 euros, que fue financiado con fondos propios repartidos entre 2.000 acciones (cada acción valía en el momento de iniciarse el negocio 10 €). Esos activos le han proporcionado un beneficio de 2.000 euros, tal y como muestra el siguiente balance:

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El precio de mercado de cada acción será ahora de 11 euros (22.000 € / 2.000 acciones), que será la riqueza de cada accionista. El equipo directivo decide repartir la totalidad de los beneficios con lo que el nuevo balance tomará la forma siguiente:

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Obsérvese que ahora el precio de cada acción es de 10 €, siendo la riqueza de cada accionista de 11 € (10 € + 1 € de dividendos), es decir, la misma que antes. Pero como la empresa debe seguir funcionando, la directiva decide acometer un proyecto de inversión cuyo desembolso inicial es de 2.000 euros. Para disponer de dicha cantidad decide ampliar capital, es decir, emitir 200 acciones de 10 € cada una (que es el precio de mercado en este momento). El nuevo balance será:

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El precio por acción es, pues, de 10 € pero ahora no
hay 2.000 acciones emitidas sino 2.200 y ésta emisión ha sido
necesaria para financiar una inversión, que podría haberse acometido
con los beneficios obtenidos en el período anterior si éstos no
se hubiesen repartido. De lo que se deduce que en realidad la emisión
de acciones está financiando el pago de dividendos a las 2.000 acciones
iniciales. Obsérvese, también, que antes de la distribución
de dividendos el valor de mercado de la empresa era de 22.000 euros (20.000
de fondos propios más 2.000 de beneficios), que estaba repartido entre
2.000 acciones; mientras que ahora el valor de mercado sigue siendo el mismo
pero se distribuye entre 2.200 acciones. Éstas, antes de la distribución
de dividendos valían 11 € cada una, después de la misma, valían
un euro menos, justo el valor de los dividendos repartidos por acción
y que realmente han sido pagados a través de una emisión de acciones
nuevas. Algo parecido ocurre cuando la empresa decide recomprar parte de sus
acciones, puesto que se produce una transferencia de valor a favor de aquellos
accionistas que no las venden. Renuncian a un dividendo líquido, pero
acaban teniendo una parte mayor de la empresa. Veámoslo en el ejemplo
anterior, la empresa decide recomprar 100 acciones en vez de pagar dividendos.
Cada acción vale 11 € en el mercado, así que después de
la compra el balance será:

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La riqueza de cada uno de los 1.900 accionistas que aún siguen en la sociedad será, también, de 11 € por acción (20.900 € / 1.900 acciones). Así que la renuncia a un dividendo líquido para poder recomprar acciones no tiene ningún efecto sobre la riqueza de los accionistas. Renuncian a un dividendo líquido de 1 €, pero acaban teniendo acciones que valen 11 €. En resumen, la idea de MM sobre la irrelevancia de la política de dividendos no supone un mundo de certidumbre sino un mercado financiero eficiente, lo que supone que las transferencias de valor derivadas de las variaciones en la política de dividendos se realizan en términos equitativos. Y, puesto que el valor global de los capitales de los accionistas (antiguos y nuevos) no se verá afectado, nadie gana o pierde. La tasa de reparto de los beneficios de la empresa podría afectar al precio de las acciones si los accionistas no tuvieran otra manera de recibir las rentas de sus inversiones. Ahora bien, si el mercado es eficiente, un accionista que necesitara dinero líquido no tendría más que vender las acciones necesarias para conseguirlo. Si la empresa, pagase un dividendo, el inversor podría eliminar o reducir cualquier dividendo recibido comprando nuevas acciones de la compañía. De esta manera cada inversor podría diseñar su propia política de dividendos sin importarle cual es la de la empresa, por ello se pude deducir que ésta última es irrelevante para el accionista y, por lo tanto, no afectará al precio de mercado de las acciones de la empresa.

La relevancia de la política de dividendos

Un supuesto importante de la teoría de Modigliani y Miller es que la política de dividendos no afecta a la tasa de rendimiento requerida de los inversores en acciones (ke). Para Gordon y Lintner esto no es así, sino que ke aumenta al reducirse la tasa de reparto de beneficios debido a que, desde el punto de vista de los inversores, los pagos vía dividendos son más seguros que los que provienen vía ganancias de capital. Esto es, desde el punto de vista del accionista, el valor de un euro de dividendos es mayor que el de uno de ganancias de capital por ser el rendimiento sobre los dividendos (D1/P0) más seguro que la tasa de crecimiento de los mismos (g) en la siguiente ecuación:

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Esta ecuación es una derivación del denominado "Modelo de Gordon" que nos dice que el precio de mercado actual de una acción es igual a dividir el valor esperado del próximo dividendo (D1) por la diferencia entre la tasa de rendimiento requerida de los accionistas ordinarios (ke) y la tasa de crecimiento esperada de los dividendos de la empresa (g). Por otra parte, el dividendo esperado será igual al beneficio por acción esperado multiplicado por la tasa de reparto (1-b), mientras que la tasa de crecimiento es igual a la tasa de retención de beneficios (b) por el rendimiento sobre acciones de la empresa (ROE):

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Si ke = ROE entonces el precio teórico de la acción sería igual a BPA1/ke, con lo que no dependería de la política de dividendos. Pero si el rendimiento de la nueva inversión (ROE) superase los requerimientos de los accionistas (ke) habría que aumentar la tasa de retención (b) de los beneficios y repartir pocos dividendos, o incluso ninguno (b = 1), si se pretende maximizar el valor de las acciones. Si ocurriese lo contrario (ke > ROE), lo mejor sería repartir el mayor dividendo posible (b = 0). Concretando, si con el dinero obtenido a través de los beneficios, la empresa puede obtener una rentabilidad superior a la que pueden lograr los accionistas, sería preferible no repartir dividendos, con lo que se conseguiría aumenta la riqueza de los accionistas. Pero si sucediese lo contrario lo ideal sería repartir los beneficios a los accionistas.

Entre las críticas que este modelo ha sufrido podemos destacar aquellas que ponen en entredicho el que la tasa de retención (b) se mantenga constante durante largo tiempo (aunque Lintner demostró que las empresas tienden a mantenerla constante o con pocas variaciones), lo mismo se le crítica al rendimiento de las inversiones (ROE), puesto que ésta suele disminuir conforme aumente el volumen de la inversión debido a que la empresa realizará primero las inversiones más rentables para acometer seguidamente las de menor rendimiento. Por otra parte, si b = 1 el precio de la acción sería nulo, lo que se contradice con la realidad puesto que la ausencia de dividendos no quiere decir que la empresa esté atravesando dificultades sino que puede haber reinvertido sus beneficios en proyectos muy rentables que prometan un mayor dividendo futuro. Por ello muchas empresas que reparten pocos dividendos ven como sus acciones tienden a subir en el mercado (por ejemplo, las empresas ligadas a Internet suelen basar su rentabilidad en el crecimiento de su valor en bolsa vía reinversiones de capital, de tal manera que cuando han anunciado dividendos mayores a los previstos por el mercado, su precio en bolsa ha caído al indicar que ya no había proyectos suficientemente rentables dónde reinvertir el dinero). Gordon aduce que la tasa de rendimiento requerida por los accionistas (ke) es una función creciente de la tasa de retención (b). Ello se debe a que al aumentar las retenciones de beneficios se aplaza el pago de dividendos a períodos venideros lo que hace dichos pagos más arriesgados que los realizados actualmente, de ahí el aumento de (ke), tal y como comentábamos al principio de este título.

A esto aducen Modigliani y Miller que la mayoría de los inversores reinvertirá sus dividendos en la misma empresa o en otras similares y, en cualquier caso, el riesgo de los flujos de caja de la empresa a largo plazo vendrá determinado únicamente por el riesgo de sus inversiones y no por su política de dividendos, siempre que las políticas de inversiones y de endeudamiento se mantengan constantes. Claro que una lectura más detenida del modelo de Gordon muestra que éste se refiere realmente a un cambio en la política de inversión y no en la de dividendos. Lo que realmente está diciendo el modelo de Gordon es que las empresas que pagan menores dividendos tienden a tener inversiones más arriesgadas; o que hay una mayor incertidumbre sobre cómo dichas decisiones de inversión serán tomadas en el futuro. Y por esta razón, y no por los menores dividendos, el mercado descuenta el beneficio de las compañías, que reparten un menor dividendo, más fuertemente. Concretando, los inversores descuentan los beneficios futuros de acuerdo a los riesgos financiero y económico que perciben en la empresa, y no con relación a la tasa de reparto de beneficios de la misma.

El efecto de los impuestos

La mayoría de los especialistas están de acuerdo en que las ideas de MM son las adecuadas siempre que se cumplan los supuestos básicos de que ambos parten. Por ello la posible relevancia de la política de dividendos con relación al valor de la empresa podría existir cuando dichos supuestos básicos no se cumplen. Uno de dichos supuestos es que la política fiscal es neutral con relación a los dividendos y a las ganancias de capital, pero ¿qué ocurre cuando esto no es así?. En la tabla 1 se muestra un caso en el que tenemos dos empresas que tienen el mismo riesgo. La sociedad A no distribuye dividendos, la B sí lo hace. Supondremos que el tipo impositivo del inversor promedio de ambas es del 30% y que el cobro de dividendos tiene una desgravación del 10% de los mismos (es decir, el impuesto sobre dividendos en este caso será del 20%). El precio actual de una acción de A es de 20 euros siendo el precio esperado dentro de un año de 23 euros. Como no hay reparto de dividendos, la diferencia será la ganancia de capital (3 €) la rentabilidad antes de impuestos será del 15%. Si el inversor decidiese realizar sus plusvalías tendría que pagar 0,9 €/acción, lo que haría que su rentabilidad después de impuestos fuese del 30% menos, es decir, el 10,5%.

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Como ambas tienen el mismo riesgo, la rentabilidad después de impuestos de la empresa B deberá ser la misma que la de A, es decir, el 10,5%. Ahora bien, esta empresa distribuye un dividendo de 2 € por lo que la riqueza al final del año para el inversor tendrá que ser la misma que en el caso de la empresa A, es decir, 23 €, así que 2 € de dividendos más 21 €, que es el precio final del título. El dividendo estará gravado por un tipo del 20% por lo que el accionista recibirá realmente 1,6 € siendo su rentabilidad total después de impuestos igual a dicha cantidad más la ganancia de capital después de impuestos (0,7X; donde X = 21 – P0); toda esta suma será dividida por el precio actual (P0) y el resultado será del 10,5%. Despejando de esa ecuación P0 obtendremos su valor: 20,25 €. Concretando, al no ser neutral la política fiscal con respecto al binomio plusvalías-dividendos las acciones de aquella empresa que reparta dividendos tendrán un mayor valor actual en el mercado, debido a que el fisco está premiando esta postura (si Hacienda premiara a las ganancias de capital, el resultado sería el opuesto al del ejemplo de la tabla 1). Desde el punto de vista fiscal, las ganancias de capital tienen una ventaja sobre los dividendos porque sólo se realizan a voluntad del inversor, mientras que los dividendos le vienen dados. Ello implica que en el caso de los dividendos pagará impuestos en el momento en que se los entreguen, mientras que podrá diferir el pago de los impuestos sobre plusvalías hasta que las realice, lo que podrá hacer cuando fiscalmente le sea más oportuno.

Otras teorías sobre la política de dividendos

La teoría sobre la irrelevancia de la política de dividendos defendida por Modigliani y

Miller es, sin duda, la mejor siempre que el mercado sea eficiente. Pero, el mundo real no es precisamente así. En él existen impuestos, costes de transacción, comisiones, fallos de información, etc. Porque esto es así y con ánimo de analizar si el valor de la empresa depende, o no, de la política de dividendos han surgido otra serie de teorías más acordes con la realidad de los mercados. Estas cinco teorías se exponen a continuación.

6.1 La teoría de los dividendos residuales

En un mercado en el que existan costes de emisión de acciones, a la empresa le resulta más caro el dinero recabado a través de la emisión de acciones que el que consigue vía beneficios retenidos. El efecto de los costes de emisión es eliminar la indiferencia existente entre emitir acciones para financiar los pagos por dividendos y la financiación interna. Por dicha razón, los pagos de dividendos sólo se producirán si los beneficios no se utilizan íntegramente para propósitos de inversión, esto es, sólo cuando haya "beneficios residuales" después de fijar la política de inversiones de la empresa. Por eso esta política recibe el nombre de teoría de los dividendos residuales, que podríamos desglosar en los siguientes puntos:

  • 1. Mantener constante el ratio de endeudamiento para los proyectos de inversión futuros.

  • 2. Aceptar un proyecto de inversión sólo si su valor actual neto es positivo.

  • 3. Financiar la parte del desembolso de los nuevos proyectos procedente de las acciones ordinarias, primeramente utilizando financiación interna y cuando ésta se agote, a través de la emisión de nuevos títulos.

  • 4. Si quedase alguna financiación interna sin aplicar después de asignar los proyectos de inversión, se distribuirá vía dividendos. En caso contrario no habrá pago de dividendos.

Según esta teoría la política de dividendos tiene una influencia pasiva y no incide directamente sobre el valor de mercado de las acciones.

6.2 El efecto clientela

En un mercado eficiente los inversores podrían diseñar su propia política de dividendos sin más que vender más acciones o recomprarlas, respectivamente, según quisieran más o menos dividendos que los repartidos por la empresa. Pero en un mercado en el que existen costes de transacción el mero hecho de comprar o vender títulos le resultaría más caro al inversor que tendría que pagar unos costes de transacción además, claro está, de que tendría que pagar los impuestos respectivos por recibir los dividendos o por las plusvalías en el caso de la venta de títulos.

Como resultado, de estas consideraciones los inversores podrían no estar interesados en adquirir o vender las acciones que les permitan diseñar su propia política de dividendos. De tal forma que si tienen una política de dividendos determinada buscarían aquella empresa que la satisfaga, con preferencia a realizarla por sí mismos debido al coste añadido que ello tendría. De esta forma las empresas e inversores que prefieren grandes dividendos líquidos invertirán en aquellas empresas que se los proporcionen, mientras que las que los prefieran pequeños buscarán las compañías que tengan dicha política.

Por ello esta teoría recibe el nombre de efecto clientela, pues cada empresa tendrá sus propios inversores-clientes. A menos que haya una mayor demanda agregada sobre una política de dividendos determinada que esté siendo satisfecha en el mercado, dicha política sigue siendo inocua de cara a la valoración de las acciones, es decir, una política es tan buena como otra cualquiera. Si la empresa cambiase su política de dividendos vería como cambian los inversores de la misma en busca de una readaptación de sus inversiones.

6.3 El valor informativo de los dividendos

Las alteraciones en la política de dividendos proporcionan información al mercado de valores. Un aumento en los dividendos esperados puede ser interpretado como una buena noticia. Un recorte de los mismos podría indicar malas noticias. Su completa eliminación, en un número importante de sectores, sería el síntoma de que algo grave le ocurre a la empresa. Como sabemos, en un mercado eficiente los precios de los títulos reflejan toda la información disponible porque los inversores tienen acceso a la misma. Sin embargo, en la realidad esto no suele suceder y los inversores no lo saben todo acerca de los flujos de caja esperados, ni acerca del riesgo asociado a los mismos. De hecho, los directivos estarán mejor informados que los accionistas y que el propio mercado (a esto se le denomina información asimétrica). Así que la eficiencia del mercado de valores en cuanto a la generación de buenas estimaciones del valor intrínseco de las acciones depende, en cierto modo, de la capacidad de los directivos de comunicar información económica al mercado. Y la política de dividendos proporciona un vehículo ideal para comunicar tal información a los accionistas. De hecho, tal vez sea éste el principal papel de dicha política. Es decir, una elevación de los dividendos es un anuncio de la directiva de que los flujos de caja esperados van a superar a los obtenidos en el pasado. Si dicha información no fue anticipada por el mercado, entonces la noticia será seguida de un alza de precios (fig.1). Pero, ¡ojo!, no es el dividendo el que ha alterado el precio, sino la nueva información relacionada con las expectativas de generación de recursos de la empresa, que ha sido incorporada inmediatamente en el precio del titulo. Resumiendo, en un mercado eficiente, los accionistas anticipan el anuncio del dividendo; y si al producirse su distribución, éste fuese superior al anticipado, se produciría un alza de los precios de las acciones al indicar que las expectativas de ganancias futuras son superiores a las inicialmente supuestas por el mercado (fig.1).

Si el dividendo fuese inferior al esperado se produciría un descenso en los precios por el motivo contrario al expuesto. Es necesario señalar que esto último no siempre sucede, pues si se cumplen ciertas condiciones un recorte de los dividendos esperados puede ser una buena noticia. Ello puede ocurrir cuando una empresa que tiene varias oportunidades de inversión rentables, dispone de poca liquidez y, al mismo tiempo, le es muy costoso el conseguir financiación externa; el valor de las acciones de la empresa puede aumentar como consecuencia de una reducción de los dividendos y un aumento de las inversiones. Ahora bien, la condición fundamental para que esto se cumpla es que el mercado se entere de todo esto y lo perciba como algo positivo.

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Por ejemplo, esta situación se da en las empresas de sectores en crecimiento (Microsoft, Intel, Compaq, etcétera), cuyos accionistas buscan ganancias de capital, antes que dividendos, porque prefieren los mayores rendimientos derivados del crecimiento de las empresas. De hecho, estas empresas tienen por costumbre no repartir dividendos; por ello, al anunciar un reparto de beneficios están diciendo al mercado que ya no hay inversiones tan suculentas como antes y que van a pasar a ser empresas con un menor crecimiento. El resultado es una bajada del precio de sus acciones para reflejar las menores expectativas existentes. Otra política alternativa seguida por este tipo de empresas con el dinero sobrante es la recompra de acciones, que es un procedimiento que le da una mayor flexibilidad que el tener que prever unos dividendos semestrales o trimestrales. Este efecto informativo de los dividendos es una muestra de la denominada asimetría informativa, es decir, del diferente grado de accesibilidad a la información existente entre los propietarios y los gerentes, pues éstos últimos tienen una información privilegiada sobre la marcha de la empresa de la que no disponen los accionistas. Así, en un mercado con riesgo, los dividendos son un medio de minimizar cualquier desajuste que pueda surgir en el precio de las acciones como resultado de la asimetría informativa. Los dividendos, también, pueden ser importantes en cuanto que la dirección de la empresa no tenga otro medio fiable de informar a los inversores sobre los beneficios esperados.

6.4 Los costes de agencia y la política de dividendos

Como ya vimos en el epígrafe 3, Modigliani y Miller demostraron que si los mercados financieros eran eficientes, la política de dividendos era irrelevante a la hora de aumentar el valor de la empresa. Por otro lado, para que esto último fuese así, uno de los supuestos básicos implicaba que los directivos deberían cumplir el objetivo de maximizar el valor de la empresa para sus accionistas, lo que haría que los intereses de los accionistas fuesen acordes a los de los directivos. Pero, ¿qué ocurriría si el mercado financiero no fuera eficiente?, ¿podría dicha ineficiencia hacer que la política de dividendos sí fuese relevante?. Una posible ineficiencia sucede precisamente en el incumplimiento del objetivo señalado en el párrafo anterior por parte de los directivos.

Según éste, si tuviésemos dos empresas idénticas salvo en lo tocante a la distribución de su capital social, de tal manera que una estuviese dirigida por sus propietarios (pocos accionistas), mientras que otra los fuera por directivos contratados al efecto (muchos accionistas), su valor de mercado sería el mismo, si las restantes variables se mantuviesen inalterables. Si el mercado del "control empresarial" fuese eficiente, cualquier empresa que se desviase del objetivo final señalado anteriormente, vería descender su precio de mercado, lo que la llevaría a terminar siendo adquirida por otros directivos más capaces. Esto también implica un buen funcionamiento del mercado de trabajo, en orden a poder sustituir a los directivos que no defienden los intereses de sus accionistas por otros que sí lo hagan. Ahora bien, si ambos mercados no funcionan eficientemente, como así parece suceder, uno de los supuestos de MM se viene abajo, dando lugar a lo que, Jensen y Meckling, denominaron como costes de agencia. Es decir, al problema de la separación entre propiedad y control, el cual explica una parte bastante importante del comportamiento, que no parece ser racional a la luz de los supuestos de los mercados perfectos. La medida de los costes de agencia consiste en la diferencia entre el valor de mercado de la empresa cuando su equipo directivo es el propietario de la totalidad de la misma y su valor cuando dicho equipo posee menos del cien por cien de la misma. Los directivos, con objeto de reducir dichos costes de agencia, suelen tomar una serie de medidas como, por ejemplo, la realización de auditorias externas de la empresa, el establecimiento de cláusulas de protección por parte de los acreedores, el establecimiento de incentivos (opciones sobre acciones, por ejemplo), etc., todo ello con el objetivo, adicional, de proporcionar información a los inversores sobre las acciones e intenciones de los directivos. A dichas medidas reductoras de los costes de la separación entre la propiedad y el control podríamos incluirles la política de dividendos. Efectivamente, si al repartir dividendos es necesario acudir al mercado financiero para financiar dicho reparto, a través de la ampliación de capital correspondiente, los suministradores de capital no acudirán a la llamada de la empresa a menos que reciban nueva información sobre los usos que la directiva piensa dar a dichos fondos, de esta manera los accionistas actuales podrán conseguir nueva información sobre las intenciones de los directivos a través de este proceso. En este caso la política de dividendos puede realizar una significativa contribución al valor de la empresa.

6.5 La teoría de las expectativas

La denominada teoría de las expectativas parte de la idea de que lo importante en la Economía, no es tanto lo que sucede actualmente, como lo que se espera que suceda. Esto es, en la fecha en que la empresa realiza el anuncio de los dividendos a repartir, el mercado ya se ha formado una expectativa sobre los mismos, la cual se ha basado en las estimaciones del mercado sobre los beneficios de la compañía, sobre sus oportunidades de inversión y sobre sus planes de financiación. Estimaciones que, a su vez, se han basado en la idea que el mercado tiene acerca del estado de la economía nacional e internacional, de la industria, de la política fiscal, etc. La expectativa que el mercado tiene sobre dichos dividendos se verá reflejada automáticamente en el precio de las acciones de la empresa. Así que si cuando se produce el anuncio de los dividendos, éstos coinciden con lo esperado por el mercado, no se producirá ninguna variación en el precio de los títulos. Pero, si se anuncia más de lo esperado el precio ascenderá y si se anuncia menos el precio descenderá. Supongamos que el mercado espera un dividendo mayor del actual debido a que opina que la empresa tiene unas mayores expectativas de beneficios. Ello haría ascender el precio de la acción antes del anuncio del reparto de dividendos y reduciría, consecuentemente, el rendimiento sobre el dividendo (D1/P0).

Pero si llegado el momento, dicho aumento en el dividendo no se produce, el mercado lo interpretará como malas noticias, el precio de la acción descenderá, aumentándose el rendimiento sobre el dividendo. En resumen, si existe una diferencia entre el dividendo anunciado y el esperado, lo más probable es que asistamos a una variación en el precio de la acción.

Estudios empíricos sobre la política de dividendos

A través de las teorías anteriormente expuestas no parece que hayamos dejado claro la relevancia de los dividendos en cuanto al valor de las acciones, así que podríamos intentar ver que hacen las empresas en la realidad, buscando la relación entre los dividendos repartidos y el precio de los títulos.

7.1 Black y Scholes (1974)

Ambos especialistas desarrollaron una teoría que viene a apoyar la irrelevancia de la política de dividendos en un mundo con costes de transacción e impuestos. En lo que se ha denominado una aproximación "positivista" a la cuestión de los dividendos, ellos han supuesto que si la mayoría de las empresas pagan dividendos, es porque los inversores deben obtener algunas ventajas que contrarrestan los pagos por impuestos implícitos en los mismos. Por ejemplo, los inversores pueden desear unos ingresos periódicos para "propósitos de consumo", resultándoles mejor obtener dividendos que vender sus propias acciones. Para Black y Scholes cada inversor desarrolla un tipo de cálculo implícito que pondera el beneficio de recibir dividendos contra la desventaja de tener que pagar impuestos. Esto hace que los inversores se agrupen en diversos segmentos con distintas preferencias sobre los dividendos: unos inversores preferirán mayores dividendos, mientras que otros los preferirán inferiores. Esta diferencia en las preferencias de los inversores, sin embargo, no quiere decir que las empresas respondiendo a una preferencia específica a favor, o en contra, de los dividendos puedan aumentar el precio teórico de sus acciones ajustando su política de dividendos. Si las empresas son conscientes de las demandas de algunos inversores que quieren mayores rendimientos sobre dividendos, así como de las demandas de otros que los prefieren menores, ajustarán sus políticas de dividendos para satisfacer a aquél grupo de demanda que sea mayoritario en un momento determinado del tiempo. Como resultado de ello, la oferta de acciones en cada nivel de rendimiento se ajustará a la demanda del mismo, y los inversores como grupo estarán contentos con el rango de rendimientos disponibles.

Después de alcanzar el equilibrio ninguna empresa podrá alterar el valor de sus acciones variando su política de dividendos. A esto le hemos denominado anteriormente el efecto clientela. Las ideas de Black y Scholes provienen de un estudio empírico realizado por ambos en el que intentaron examinar las relaciones entre el rendimiento sobre el dividendo (D1/P0) y el rendimiento total exigido a las acciones (ke). Si los inversores prefieren los dividendos a las ganancias de capital, los mayores rendimientos sobre los mismos impulsarán al alza el precio de las acciones y, por lo tanto, producirán un menor rendimiento total (ke). Si, por el contrario, hubiese una aversión a los dividendos, cuanto más grandes sean éstos, menores serían los precios y más grande el rendimiento total exigido por los inversores. Para comprobar su idea recurren al modelo de valoración de activos financieros (CAPM), para ello le añaden a su expresión central, la recta del mercado de títulos (SML), un componente ?i indicativo de la variabilidad del rendimiento sobre el dividendo:

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Como sabemos Ei indica el rendimiento esperado del título i; Em el rendimiento esperado del mercado; Rf, es el tipo de interés sin riesgo; ßi es el coeficiente de volatilidad; Di es el rendimiento sobre el dividendo del título i; Dm es el rendimiento promedio sobre el dividendo del mercado. Si al utilizar los datos del pasado y aplicándole un proceso de regresión resultase que el coeficiente ?i toma un valor nulo, o muy próximo al mismo, querrá decir que se cumplen los requerimientos de Modigliani y Miller; si tomase un valor positivo querrá decir que los inversores requerirían un rendimiento más alto sobre los títulos que repartieran mayores dividendos; por el contrario, si su valor fuera negativo, se cumplirían las ideas de Gordon-Lintner. Después de aplicar el modelo Black y Scholes llegaron a la conclusión de que las empresas no podían influir en los precios de sus acciones alterando la política de dividendos (como es lógico, el coeficiente ?i que obtuvieron estaba muy próximo a cero). El estudio realizado por estos dos conocidos especialistas es significativo por dos razones: a) Fue el primer estudio empírico, que relacionaba la distribución de los dividendos con los precios de las acciones, que tuvo una aceptación general en la comunidad académica financiera. b) También fue el primer estudio en proporcionar un soporte empírico a la idea defendida por Modigliani y Miller sobre la irrelevancia de la política de dividendos.

7.2 Litzenberger y Ramaswamy (1979)

Ambos especialistas comenzaron con la premisa de que el diferente tratamiento fiscal con relación a los dividendos y a las ganancias de capital desembocaría en una "aversión" a los dividendos por parte de los inversores9, lo que implicaría un alza de los rendimientos esperados antes de impuestos y un descenso del precio de las acciones. Es decir, los inversores valoraban un dólar de dividendos menos que un dólar de ganancias de capital, lo cual implicaba que aquellas acciones que pagaban altos dividendos se vendieran con un descuento con relación a las que los pagaban más bajos. Aplicando el mismo modelo del CAPM que utilizaron Black y Scholes pero modificándolo para tener en cuenta el diferente tratamiento fiscal, llegaron a la conclusión que un dólar de dividendos equivalía a 0,77 dólares de ganancias de capital, esto es, por cada punto porcentual que aumentase el rendimiento sobre el dividendo los accionistas requerían un aumento de 1,23 puntos porcentuales en el rendimiento total de la acción. Todo lo cual implicaba que las empresas podrían aumentar el valor de sus acciones reduciendo los dividendos repartidos. La radical diferencia existente entre los dos estudios analizados fue recibida con bastante escepticismo por los especialistas. Ambos estudios eran consistentes con los métodos estadísticos empleados y, sin embargo, llevaban a diferentes conclusiones. Así, pues, algo estaba mal, pero qué.

7.3 Miller y Scholes (1983)

Basándose en la teoría de las expectativas racionales, Miller y Scholes desmontaron el estudio de Litzenberger y Ramaswamy. Para Miller y Scholes fueron las variaciones en el precio de las acciones producidas por la asimetría informativa, las que los dos especialistas del estudio anterior confundieron con un efecto producido por el diferente tratamiento fiscal. En resumen, la fuerte correlación positiva entre los rendimientos sobre dividendos y rendimientos totales que Litzenberger y Ramaswamy interpretaron como un efecto fiscal negativo de los dividendos sobre el precio de las acciones podría ser, según la idea de Miller y Scholes, un efecto de la "información" comunicada al mercado vía los anuncios de dividendos. Ambos repitieron el estudio de Litzenberger y

Ramaswamy, pero eliminando todos los casos en los que el dividendo fue anunciado y repartido el mismo mes, con lo que llegaron a la conclusión de que el efecto fiscal no llegaba a ser más del 4% (lejos del 23% del estudio anterior), lo cual es prácticamente despreciable y, por lo tanto, apoya la idea de la irrelevancia de la política de dividendos.

7.4 Conclusión

Partes: 1, 2

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