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Stauros – teologia de la cruz



Partes: 1, 2, 3

  1. Presentación
  2. Crucifixión y transfiguración de Pablo VI
  3. Figuras de la cruz en el Antiguo Testamento, según Aurelio Prudencio
  4. Fisonomía espiritual de San Pablo de la Cruz fundador de los pasionistas
  5. Tercer congreso staurológico internacional "La cruz de Cristo, única esperanza"
  6. Recensiones

Presentación

Como habrá podido comprobar, hoy nos presentamos con un aire y un aspecto nuevos. Le explicaré por qué.

En el mes de octubre pasado, se tuvo en Roma la asamblea general de la Asociación Internacional Staurós, en la que se eligió un nuevo Secretario General, el belga Franz Damen, y un nuevo Administrador General, el italiano Giulio Zangaro. También fue elegida una nueva junta directiva, formada por un Italiano, presidente, y otros dos miembros: uno español, otro de Estados Unidos. Además se examinó detenidamente la andadura de la Asociación Internacional Staurós en los veinte años de su existencia. También se estudiaron modos de mejorarla y de extender su radio de acción para "promover el estudio del evangelio de la pasión de Cristo". que es su finalidad, según se indica en el artículo tercero de sus estatutos.

Poco más tarde, el día 5 de diciembre, se tuvo en Madrid otra reunión con los provinciales pasionistas de España y Portugal, así como también con un grupo de especialistas en ciencias sagradas, sobre todo en Biblia, cristología y pastoral. Aquí es donde, después de un estudio detenido, se decidieron los cambios que ahora aparecen en nuestra publicación y que esperamos sirvan para mejorarla. En este primer número presentamos el valioso estudio, "Crucifixión y transfiguración de Pablo VI". de Eduardo de la Hera Buedo, profesor del seminario de Palencia. Está sacado sobre todo de su tesis doctoral, "La unidad de la Iglesia en Pablo VI. Fundamentos teológicos y quehacer pastoral del camino de la unidad en el magisterio del Papa Montini", tesis que le mereció un "Maxima cum laude" en la Pontificia Universidad Gregoriana, de Roma. Esperamos que más adelante pueda ofrecemos una segunda parte sobre este mismo tema en Pablo VI, hoy tan actual.

Luego, ofrecemos el artículo, "Figuras de la cruz en el Antiguo Testamento según Prudencio", de José Luis Moreno, rector del seminario de Logroño. Este estudio fue publicado en "Biblia, Exégesis y Cultura" por EUNSA (Ediciones Universidad de Navarra, S.A., Pamplona.) Al autor y a la Universidad de Navarra, agradecemos su valiosa aportación a "Staurós".

Finalmente, José Lizarralde nos ofrece, desde Santo Domingo, un estudio sobre la "Fisonomía espiritual de san Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas". escrito el año pasado con motivo del II1 Centenario del nacimiento de san Pablo de la Cruz (1694-1994). José Lizarralde estudió teología pastoral, especialidad catequética, en la universidad de Lovaina y ha ejercido largos años su ministerio en lberoamérica.

Con todo esto, la información sobre el Congreso de Roma (9-13 de enero 1995) y la recensión de libros,, esperamos ofrecer un buen servicio a nuestros lectores y cumplir fielmente lo que nuestros estatutos proponen como finalidad de la Asociación Internacional Staurós, esto es, mover el estudio de la Pasión de Cristo" en todos sus aspectos.

Esta publicación, como la misma Asociación Internacional Staurós, no tiene fines lucrativos de ninguna clase y se financia con la aportación de sus socios, pero si usted quiere también ayudamos económicamente o hacer intercambio con sus publicaciones, este Secretariado Ibérico-Iberoamericano le quedará muy agradecido.

Crucifixión y transfiguración de Pablo VI

por Eduardo de la Hera Buedo

INTRODUCCION

El Papa Montini, no siempre comprendido en vida -sobre todo, a partir de 1968, en que arrecia la «contestación», como vendaval, dentro del propio catolicismo- hace ya algunos años que, después de muerto, ha comenzado a ser revalidado y hasta añorado por no pocos. Parece como si aquel sincero, espontáneo aplauso -muchos lo recuerdan con emoción- que pudimos escuchar el día de su entierro (1 2-VIII-1 978), se hubiera agigantado, hubiera subido de volumen, y comenzara finalmente a quedar grabado, como un registro agradecido, en las páginas de la Historia.

Cierto que todavía es pronto, para evaluar con la suficiente perspectiva su pontificado. Todavía no han transcurrido demasiados años desde la desaparición de aquel Papa providencial. Y, sin embargo, además de biografías, en los últimos años han aparecido estudios importantes sobre el significado eclesial de su figura y enseñanzas. Creyentes y no creyentes descubren, en nuestro tiempo, con admiración, la humanidad, la religiosidad, la sabiduría de un Papa, que fue tachado precipitadamente, en su día, de dubitativo, frío, distante.

Todavía está en la mente de muchos la imagen de un Pablo VI doliente: física y moralmente crucificado. La artrosis de los últimos años le hacía arrastrar, con evidente sufrimiento, sus piernas reumáticas. La contestación posconciliar en su propia Iglesia -Pablo VI es el primer Papa de los tiempos modernos contestado- le hicieron replegarse en un silencio interior, que no fue, en modo alguno, paralizante. Después de la Humanae Vitae (agosto de 1968) -fecha simbólica de la contestación, que fue acentuándose en un ala y otra de la Iglesia- el Papa Pablo VI siguió con la reforma propugnada por el Concilio, y nos regaló algunos de los documentos eclesiales más bellos de los últimos tiempos: la Octogesima Adveniens (14 de mayo de 1971) en el 80 aniversario de la Rerum Novarum) y la Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre de 1975) sobre la evangelización en el mundo contemporáneo.

La vida de Pablo VI parece vinculada a una fecha: el 6 de Agosto, fiesta de la transfiguración del Señor.

Muere, a las 21.40 horas, de un 6 de Agosto de 1978; un 6 de Agosto de 1964 publica la primera encíclica, programática de su pontificado (Ecclesiam Suam) sobre los caminos de la Iglesia; un 6 de Agosto de 1966 saca a la luz uno de los documentos más importantes de la reforma llevada a cabo por el Vaticano Il: la Ecclesiae

Sanctae, con aplicaciones prácticas de los decretos conciliares sobre la «función pastoral de los obispos», sobre el «ministerio y vida de los presbíteros» y la «renovación de la vida religiosa»…

Ciertamente, a partir de aquél 6 de Agosto de 1978 Pablo VI vive, transfigurado, en la plenitud de Dios. Pero, también, su figura comienza a agigantarse para el mundo. La cruz de su cayado comienza a florecer. Uno de sus últimos biógrafos, Carlo Carmona, dice que, en aquella fecha, «el hombre Montini se transfiguró… Terminó su tormento».1 Acabó para él la crítica destemplada, la fatiga no recompensada, la calumnia y la maledicencia.

Me propongo en este breve trabajo dos cosas: A) En primer lugar, hacer un boceto psicológico de aquel Papa providencial, que fue Pablo VI; pero, sobre todo, quiero poner de relieve, aunque sea con pinceladas esquemáticas, el pensamiento del hombre de Iglesia que había en él. B) Y, en segundo lugar destacar algunos de los momentos más contestados en el recorrido del magisterio del Papa Montini. Esto último lo dejaré para una próxima entrega, si los responsables de «STAUROS» tienen a bien darlo cabida. Quiero dejar claro que, tratándose de un alma sensible, Pablo VI tuvo que abrazarse decididamente a la cruz del sufrimiento. No voy a sacar, por ahora, a la luz el pensamiento teológico de este Papa sobre el misterio de la cruz: pensamiento que recorriendo sus enseñanzas aparece como rico y profundo.' Sencillamente lo que voy a hacer es acercarme con respeto y devoción al personaje, para constatar, unas veces, y entrever o adivinar, otras, algunas de las cruces pesadas, que encontró en su travesía de timonel (¿quién ha dicho que inseguro?). Desearía, además, hacer, una interpretación de aquella controvertida contestación, después de que ha transcurrido algo más de un cuarto de siglo desde entonces.

1. PERFIL PSICOLOGICO Y ECLESIAL DE PABLO Vi

1.1. ¿Hamletiano?

¿Qué es lo que atrae, qué cautiva más de este Papa intelectual, sensible, y que algunos, sacándole punta a una anécdota de Juan XXIII calificaron, con cierta displicencia, de «hamIetiano»?

Permítaseme hacer cábalas: Tal vez, entre sus muchas cualidades, la más atractiva sea su humildad: una humildad que deja entrever una piedad, una sencillez auténticas, muy lejos de lo que se estilaba en la clase social, a la que Montini, por cuna y educación, pertenecía. En 1972, con motivo del noveno aniversario de su elección como Sucesor de Pedro, coloquia con algunos peregrinos y les hace confidentes de «ciertas notas personales», tomadas en otra ocasión. Les dice: «Quizá el Señor me ha llamado a este servicio, no porque yo tenga aptitudes o para que gobieme y salve la Iglesia en las presentes dificultades, sino para que yo sufra algo por la Iglesia,

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1. Cf. Carmona, G.: Paolo VI, Milano, Rusconi, 1991, pág. 17.

2. Cf. De Castro Homem, E.: Por que nos atrai Jesus Crucificado? A sabedoira de Cruz no Magistério espitirual de Paulo VI, Roma, Pontificia Universidad Gregoriana, 1984 (Excerpta Diss. Univ. Gregor.).

y aparezca claro que es El, y no otros, quien la guía y la salva» .3 ¿Podemos hacernos una idea de lo que había sufrido hasta 1972, en su cuerpo y en su alma, un hombre de la sensibilidad de Montini?. la borrasca que levantó la Humanae Vitae (1968), le propinó un mazazo tal, que hasta comenzó a reflejarse en su semblante. Las arrugas del rostro se acentuaron; su espalda llegó a encorvarse; los movimientos del cuerpo se hicieron pesados por la artrosis y el sufrimiento que le aquejaban.

Cuando he dicho «humildad», no he querido decir indecisión, pusilanimidad, falta de coraje. Llegado el momento de tomar decisiones, a Pablo VI no le faltaba audacia. Meditaba, sí, sopesaba «pros y contras»; pero, una vez tomada la decisión y embocado el camino, el Papa Montini no «daba marcha atrás». Si dudaba o parecía indeciso en algunas ocasiones, ello se debe a que miraba reflexiva y prudentemente los múltiples rostros o aspectos de una realidad, con frecuencia poliédrica. Pablo VI creía en la colegialidad. Tomaba decisiones, después de escuchar a peritos y a hombres de Iglesia. No era un solitario en el poder. Pero nunca abdicó de su responsabilidad última. Permítaseme decir -aunque suene a elogio subjetivo- que fueron sus dudas e incertidumbres, tan humanas, tan lógicas en tiempos de transformaciones rápidas, cuando aparecen tantas cosas opinables, discutibles, otra de las cualidades que hacen que la figura de Pablo Vi se muestre, hoy, atractiva, digna de comprensión y de estima. Y es que el hombre de nuestros días, si se muestra inteligente, sintoniza fácilmente con aquellos personajes históricos, que encarnan las contradicciones propias de las épocas de cambio. Es fácil simpatizar, o al menos empatizar, con las personas, a quienes ha correspondido o corresponde afrontar las dificultades y dudas, que parecen patrimonio común de este atormentado final de milenio, en la encrucijada de otro, que se anuncia diverso en sensibilidades, en estilos, en tantas cosas… Dudan las personas inteligentes, aquellos que tienen talento. Pero desgraciadamente no abunda esta -raza de hombres. Hoy, quizá, destacan más los que viven de improvisadas seguridades, los dogmáticos, los fanáticos. Ciertamente no fue el caso del Papa Montini. Ahi radica, también, uno de sus tormentos interiores: una de sus cruces. Porque el que ve pros y contras, el que analiza despacio las situaciones, sobre todo el que, a pesar de ver claro un camino, no quiere herir a las personas que estiman otros caminos como válidos, vive crucificado. Y, desde luego, sufre a la hora de tomar decisiones: las decisiones propias del hombre de gobierno. A Pablo VI no le faltaron cruces de este tipo.

1.2. Pastor en tiempos de inclemencia

Se puede decir de Pablo VI que fue un Pastor en tiempos de inclemencia: tiempos recios para la fe, de búsquedas y tanteos, de temores y esperanzas ante lo que muchos desearían haber visto «ya», pero «todavía no» aparecía. Aquel estilo montiniano de «dar dos pasos adelante y uno atrás», que se comentaba en determinados ambientes de la época, parece ahora, cuando florecen seguridades y se privilegian otros acentos eclesiales, algo comprensible y explicable en un hombre que llevaba un timón de tan alta responsabilidad.

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3. Aloc. Aud. Gen. (noveno Aniv. de su elección) (2 1 -VII 972): Inseg X (1972) 662.

Uno de los momentos eclesiales, que tocó en suerte al Papa Montini -el posconcilio- fue una etapa de tormentas primaverales -como él mismo reconoció-. Siempre lució el sol después de las borrascas. Pero se replanteaban tantas doctrinas, tantas acciones eclesiales, tantas disciplinas, que la travesía no resultaba siempre cómoda, para quien ejercía tan alta responsabilidad pastoral.

1.3. Contemplativo y activo

La contemplación y la acción constituyen un antiguo binomio en la vida de la Iglesia: «Os invitamos a aceptar el antiguo binomio, que lo llena todo en la experiencia y en la historia de nuestro catolicismo: contemplación y acción» .4 No hablaba el Papa de memoria. En contra de algunas caricaturas, que circularon en su día, Pablo vi fue un hombre no sólo de pensamiento (un «intelectual»), sino también un hombre profundamente sensible, con un corazón y sentimientos acusados; fue un hombre no sólo reflexivo, sino también contemplativo, con un gran espíritu de oración y de atención a la voz del Espíritu. Pablo VI poseía una vena mística, que ha puesto suficientemente en evidencia Daniel Ange en sus dos volúmenes, dedicados al Pablo VI contemplativo.' Pero, a la vez, era hombre activo, dinámico, de los que saben «mirar más lejos» y adelantarse a los acontecimientos. Fue un hombre de acción, no un quietista. Lo demostró a lo largo de todo su pontificado. Todavía, al final de sus días, cuando el secuestro de su amigo Aldo Moro por las Brigadas Rojas, no perdió el tiempo. Sumido en honda preocupación por el riesgo que corría la vida de un amigo, quiso adelantarse y suplicar encarecidamente su liberación.' No había tiempo que perder. Los resultados no colmaron sus expectativas. Pero lo intentó sin demora.

Así, pues, contemplación y acción son pesos equilibrados en la balanza de una vida cristiana. El eje del fiel puede desequilibrarse tanto por exceso como por defecto de peso en un platillo u otro. Cuando se falsea la contemplación con lastre extraño o no se complementa con una actividad eclesial, con un compromiso social, se puede caer en el quietismo, en el pietismo, o, simplemente, en el cumplimiento pasivo y tradicional de ciertos preceptos religiosos, sin correspondencia alguna con la vida. Pero, también, se puede caer en la trampa del activismo. Una actividad apostólica, carente de vida interior, al margen de la oración, se vería privada de su más importante peso específico. Pablo VI deseaba que en la Iglesia se llegara a una armónica síntesis entre contemplación y acción, entre actividad apostólica y oración.

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4. Aloc. Aud. Gen. (7-VII-1971): Inseg IX (1971) 610.

5. Cf. Ange, D.: Paul VI, un regard prophetique (2 Vols), París, Editions Saint-Paul, 1979 y 198 1. Existe versión italiana: Paolo VI, uno sguardo profetico. Un amore che si dona (VoL l), Milano, Editrice Ancora, 1988 (2 ed.); Paolo VI, uno sguardo profetico. La Pentecoste perenne (Vol. 2), Milano, Editrice Ancora, 1981 (1 ed.).

6. Cf. telegramas al Card. Vicario Ugo Poletti y a la señora Eleonora Moro 16-111-1978): Inseg. XVI (1978) 206-207. Angelus (19-111-1978& ibid. 216-217. Regina coeli (21V-1978): ]bid. 238. Aloc. Aud. Gen. (26-IV-1978): ]bid. 308-309.

1.4. Apasionado por la Iglesia

El magisterio del Papa Montini gira fundamentalmente en torno a la Iglesia: la Iglesia de la comunión y de la corresponsabilidad. ¿Quién puede negar que Pablo VI amó y se entregó, con quebranto de su salud, al servicio de la Iglesia? los surcos hondos de su rostro, sobre todo en los años finales de su vida, delatan -según queda dicho- esta preocupación, Un Pontífice que sufre con la Iglesia y por ella, un Pontífice, que, como otro Moisés, se convierte en guía de un Pueblo -el Pueblo del Exodo- al que -como veremos enseguida- concibe en continuo peregrinaje, no puede menos de ser un Pastor que ama a la Iglesia. No en vano su cayado, en forma de cruz, abre los caminos de este Pueblo en circunstancias históricas de excepción: el desarrollo de un Concilio y el tiempo más conflictivo que le sigue. La Iglesia no sería hoy como es, si no fuera por la intuición, la sabiduría y el quehacer de Pablo VI, aun antes de ser Papa. El Concilio Vaticano II dió el giro que conocemos, gracias a la pasión por Cristo y el misterio de su Iglesia de hombres como Montini y otros de sensibilidad cercana a la suya.

Por esto mismo el estudio de la eclesiología montiniana -interpretación en buena parte de la del Concilio Vaticano Il- constituye, hoy, una de las claves, que permite entender algunos de los caminos emprendidos por la acción apostólica de la iglesia, no sólo en lo que se llamó el posconcilio, sino en los tiempos más recientes y hasta en nuestros días. Pongamos un ejemplo: La Evangelii Nuntiandi, sigue conteniendo las claves esenciales de los caminos emprendidos por lo que, durante el pontificado de Juan Pablo II, él mismo ha llamado la Nueva Evangelización. Poco a poco van apareciendo trabajos, que permiten adentrarnos en esa rica mina, que es la eclesiología montiniana. El propio Pontífice no dejó de alentar los estudios eclesiológicos, a los que consideró como una «necesidad viva de nuestro tiempo ( .. ), algo decisivo en orden a otros muchos problemas vitales, a los religiosos sobre todo, a los ecuménicos, a los humanísticos … ».7

1.5. Una encíclica programática

Desde la aparición de la Ecclesiam Suam -su primera encíclica programática- fácil fue adivinar por qué caminos discurrirían sus enseñanzas eclesiológicas. El P. Congar, en el trabajo que presentó para el Coloquio Internacional, organizado por el Instituto Paolo VI de Brescia, en el octubre romano de 1980, explica bien cuál era, en líneas generales, la situación eclesiológica en el momento de la aparición de la encíclica. La visión más oficial, que critica precisamente el Card. Montini, en su famosa intervención conciliar del 5 de diciembre de 1962, era la de una Iglesia predominantemente jurídica: o sea, la imagen de una Iglesia, entendida como «societas perfecta, inaequalis, hierarchica».8 Frente a esta concepción, Pablo VI acentuará con preferencia el aspecto «mistérico» de la Iglesia: La Iglesia es un misterio, porque

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7. Aloc. Aud. Gen. (27-IV-1966): Inseg IV (1966) 761.

8. Cf. Y-M Congar: Situation ecclésiologique, en: Istituto Paolo VI (Ed.), «Ecclesiam Suam». Colloquio, 82-86.

vive indisolublemente unida a Cristo. Cristo mismo no cesa de entregarse por ella y de conducirla mediante el Espíritu Santo. Pero, «para conocer bien a la Iglesia, hace falta amarla; después, estudiarla … ».9

1.6. La iglesia, primero amada; luego, pensada

Pablo VI ama, primero; y piensa, después. Por este orden. Esta fue su norma. La practicó con las personas, y la hizo realidad con el misterio de la iglesia. Desde el amor que él profesaba a la Esposa de Cristo y, tal vez, simplificando un poco, el Papa Montini clasificaba o dividía en tres las actitudes que cabe adoptar frente a la iglesia: la indiferencia, la crítica (destemplada o constructiva) y el enamoramiento."10

En primer lugar, frente a la Iglesia estarían los «indiferentes», a quienes llama el Pontífice «vagabundos en el desierto del misterio». Son los que no se preocupan por la cuestión religiosa. Hoy, aparentemente muchos. Piensan, tal vez, que la fe se ha difuminado. 0 que es algo tan íntimo y subjetivo, que no es necesario vivirlo dentro de ninguna comunidad eclesial. la mentalidad científica, técnica, secularista, ha arrumbado el misterio envolvente del mundo. Y, sin embargo, para un auténtico cristiano -hace notar el Papa- los valores religiosos son «supremos, verdaderos, necesarios». Un cristiano los recibe de la Iglesia y en ella. Pablo Vi quiere estar pastoralmente cerca de este grupo: «Son hermanos vagabundos en el desierto del misterio».11 La preocupación pastoral de la Iglesia debe urgir, hasta el punto de salir a la búsqueda de aquellos que, indiferentes, despistados, no encuentran en la Iglesia norte ni punto de referencia alguno.

En segundo lugar, los «críticos»: «positivos», unos; «negativos», otros. Actitud, muy de moda. Cree ver el Papa -como decimos- dos categorías distintas de crítica: Positiva, una; negativa, la otra. Los «críticos positivos» se orientan hacia la verdad. Contemplan la Iglesia en toda su profundidad. No sólo se fijan en los aspectos humanos. La ven como lo que es: el Cuerpo místico de Cristo. Descubren luces y sombras. Su crítica no oculta nada; pero nace del amor. Aman más a la Iglesia, cuanto más quieren verla sin arrugas. «Críticos de esta clase querríamos ser un poco todos los que nos llamamos fieles, hijos, miembros solidarios de la Iglesia (2 Co 13, 8)».12 Los «críticos negativos» no aman a la Iglesia. Se muestran pesimistas. Sólo tienen voz para la denuncia. Sus ojos contemplan exclusivamente las deformidades: verdaderas unas, falsas otras. Críticos severos, con prejuicios, carentes de generosidad. Pablo VI los invita a la serenidad. La serenidad posibilita el diálogo, y éste nace del amor. la Iglesia no se construye sin amor.13

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9. Aloc. Aud. Gen. (27-IV-1966): Inseg IV (1966) 762.

10. Aloc. Aud. Gen. (12-IX-1973): Inseg XI (1973) 834-837.

11. Ibid. 834-835.

12. ibid. 835.

13. Ibid. 835-836.

En tercer lugar se sitúan lo «enamorados de la Iglesia»: Son los que aman a la Iglesia como es: divina y humana, misteriosa y contingente, sublime y defectuosa. Cree el Papa ver a la Iglesia «perfecta en el pensamiento de Cristo (Ef 5, 27), pero perfectible en nuestra experiencia y deseo». No es necesario evadirse hacia el sueño de una Iglesia meramente carismática, exenta de instituciones u organizaciones humanas. Como veremos enseguida, sólo hay una Iglesia. Y ésta es carismática e institucional, invisible y visible. Del amor a la Iglesia surge el deseo de la renovación personal -la de sus miembros- y el de la reforma de sus estructuras e instituciones. Del amor a la Iglesia, del fervor y de la entrega, surge la Iglesia misma. 14 Un amor, por tanto, que no ciega, sino que ayuda a penetrar mejor. Adviértase que el Papa no habla de los «fanáticos de la Iglesia»: de aquellos que querrían verla, como las grandes organizaciones de este mundo, triunfante, poderosa, influyente. Da por supuesto que esa visión pertenece a otra época. O ha sido definitivamente liquidada por el Concilio Vaticano Il.

A la vista de estos tres grupos, tal vez alguien precipitadamente crea saber ya dónde se encuentra el Papa Montini. Después de haberme aproximado al estudio de su magisterio, pienso modestamente que Montini no fue de esos personajes, a quienes el amor ciega y la pasión turba. Cierto es que amó apasionadamente a la Iglesia. Pablo VI muere diciendo: «Siento que la Iglesia me circunda: ¡oh santa Iglesia, una, católica y apostólica, recibe con mi benedicente saludo mi supremo acto de amor!».15 Sin embargo, a Montini no se le clasifica fácilmente. Amó, pero fue también crítico. ¿De dónde surge, si no, todo su empeño reformador? Es verdad que el Concilio, al que el Papa se debe moralmente, sitúa a los hombres de Iglesia en el camino de la renovación y de la reforma. Pero Montini llevaba, en el interior y en su actividad de Pastor, este deseo reformador aun antes de ser Papa.16

Por tanto, la visión que algunos han dado de Pablo VI como la de un reformista conservador o como la de un maquillador de rostros eclesiales, para que todo continúe igual, no se corresponde al ímpetu renovador que este Papa imprimió a la Iglesia de Cristo.

1.7. ¿Criticar con amor?

Algunos creen amar más, porque aman y obedecen a ciegas. A veces se premian «servicios obedientes», fidelidades no críticas, silencios aquiescentes. La herencia del Papa Montini incluye el amor y la crítica. O, mejor, la crítica inteligente, la que brota

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14. Ibid, 836.

15. Testamento de Pablo VI (30-VI-1 965): AAS 80 (1978) 560: «E sento che la Chiesa mi circonda: 0 santa Chiesa, una e cattolica ed apostolica, ricevi col mio benedicente saluto il mio supremo atto d`amore».

16. Cf. sus escritos y trabajos pastorales, siendo arzobispo de Milán: Montini, G. B.: La Chiesa (Discorsi dell'Arcivescovo di Milano) (1957-1962), Milano, Arcivescovado, 1963; Rimoldi, A.: (Ed.) Discorsi e scritti sul Concilio (1959-1963), Brescia-Roma, Studium, 1983 (Presentaziones di G. Cottier); Rimoldi, A., Colorno, G.: Giovanni Battista Montini. Interventi nella Comissione Centrale Preparatoria del Concilio Ecuménico Vaticano II (Gen. Giug. 7962), Roma-Brescia, Studium, 1992.

del amor, de una fidelidad sin reservas; pero, también, la que sabe ver lo que debe perfeccionarse. La fidelidad no equivale a una «adhesión pasiva». «El amor no oculta los defectos y las necesidades, que un ojo filial puede descubrir aun en la madre Iglesia … ».17

Así, pues, la mirada del corazón va más lejos. Profundiza en lo que ve. El perezoso, el rutinario, tiene ojos; pero camina a ciegas. Cuando se ama de verdad, se sufre ante los defectos de la persona a quien se ama. Sobre todo, se piensa en poner remedio. La Iglesia posee defectos, arrugas, sombras. Pero las luces también brillan en ella. Que tengan ojos para ver la rosa quienes contemplan continuamente las espinas. Y viceversa. Tagore nos hacía caer en la cuenta de que no se pueden separar las espinas de la rosa. En 1969 se queja el Papa: «¿No existe ya bien alguno que reconocer en la Iglesia?."18

Como veremos enseguida, en los umbrales de la década de los setenta Pablo VI sufre una contestación salvaje. Él percibe esta contestación en algunos sectores no precisamente «alejados». Habla el Papa Montini de una «crítica presuntuosa, negativa». La Iglesia tiene derecho a la credibilidad. Pero una crítica así corroe la credibilidad. No se tienen en cuenta -según el Papa- dos percepciones: una «visión global", que sitúe la Iglesia en esta tierra, y un «sentido histórico», que permita valorar algunos de sus aspectos a la luz del pesado.19

Algunos ilustres eclesiólogos del momento confirman en revistas de prestigio esta queja del Papa Montini. Pablo Vi cita a uno de sus maestros franceses más queridos: al P. De Lubac.20 Por mi parte, pienso que estas opiniones de personas tan autorizadas pesaban mucho en el ánimo del Papa. El P. De Lubac opinaba entonces que la función crítica, aislada y destemplada, velaba la tradición doctrinal. Pablo VI coincidía con esta opinión. En el sentir del Papa Montini era la tradición de la Iglesia la más contestada entonces .21 Si los cristianos y pastores de otras iglesias admiran y envidian los tesoros de la tradición católica romana, ¿por qué algunos en nuestra Iglesia los desprecian?. Esta era la queja del Papa.

En todo caso, frente a la crítica, el sentir del Papa Montini era este: «Las críticas y las reformas son posibles y útiles» .22 Con tal de que se hagan desde el amor y la fidelidad.

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17. Aloc. Aud. Gen. (24-1X-1 969): Inseg VII (1969) 1072. 18. Ibid.

19. Ibid. 1071.

Cf. Lubac (De) H.: L"Eglise dans la crise actuelle, en: Nrth 9112 (1969) 585. Copio el párrafo íntegro del P. De Lubac: «En effet, lorsque la fonction critique entre seule en activité, elle en vient vite á tout pulvériser. Elle ne permet plus de voir in les constantes de l"esprit, ni celles de la tradition doctrinales, ni la continuité et l"unicité de la vérité révélée á travers les diverses expressions culturelles qui coincident ou se succédent".

21. Ibid. 1072. Respetamos en el original la queja del Papa: «Forse che la sua tradizione, l"aspecto oggi piú diffarnato della nostra Chiesa, non risplende di uomini e di opere grandi?».

22. Ibid. 1071.

1.8. La Iglesia del riesgo

La Iglesia soñada por Pablo Vi no es la Iglesia cómoda de las «seguridades humanas». Más bien, la Iglesia abierta, asomada a los vientos de este mundo. Pablo Vi ama el riesgo de la travesía. Hombres y mujeres se hacen personas y cristianos en el peregrinaje. Conocía, sin duda, la filosofía de Gabriel Marcel: «Homo Viator" (El hombre es un caminante, animado por la esperanza) .23 Montini, tan agustiniano, tan hijo de las lecturas existencialistas de su juventud, repite mucho la imagen de una Iglesia, navegando «entre las persecuciones de los hombres y los consuelos de Dios» .24 Ni siquiera la unidad de la fe, recibida y transmitida -eso, sí-con cuidado y amor, debe erigirse en el gran obstáculo para la búsqueda y el riesgo. La ortodoxia puede convertirse en la coartada del inmovilismo. La seguridad viene de Dios, del Cristo, de su promesa y del Espíritu. Pero nunca de los medios humanos. Estos siempre son desproporcionados, revisables, relativos, si se comparan con la acción de la Trinidad.

1.9. Crucificado entre posiciones opuestas

El destino de Pablo VI fue el de unir posiciones, aparentemente irreconciliables, extremosas. En la misma concepción de lo que la Iglesia es, unos acentuaban más los lazos intrínsecos de la fraternidad o de la caridad; otros se aferraban, preferentemente, a la organización jurídica, al cuerpo visible y estructural. El Papa Montini, que había puesto tantas veces de relieve el aspecto mistérico de la Iglesia, no quiere que se soslaye el aspecto jurídico. No se pueden separar estas dos maneras de concebir la Iglesia. Se debe llegar a una síntesis en ambas formas de entenderla.

Todavía en los comienzos de su pontificado, cree que es su deber salir al paso de la polémica. Algunos, basándose en que la caridad es el precepto supremo del cristianismo, hablaban de dar primacía a la «Iglesia de la caridad» frente a la «Jg1esia jurídic^ la de los cargos o funciones. «Pero así como no podemos separar el alma del cuerpo sin provocar la muerte, la Iglesia que llaman de la 'caridad,» no puede existir sin la Iglesia juridica».25 La Iglesia es visible e invisible, jurídica y carismática. No se pueden separar ambos aspectos de la Esposa de Cristo. Equivaldría a mutilarla. El propio Pablo de Tarso, que habla de carismas y ministerios (1 Co 4, l), organiza las primeras comunidades cristianas, y pone al frente de ellas apóstoles con autoridad de gobierno.

La Iglesia, por tanto, abarca e incluye un doble e inseparable aspecto: por una parte, es espiritual, invisible, íntimamente vinculada a Cristo, hasta formar una misma cosa con El. Y, por otra parte, es institucional, visible, humana, histórica, concreta. Amarla tal y como es, constituye toda una aventura. En los años de Pablo VI a muchos

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23. Cf. Marcel, G.: «Horno viator». Prolégoménes á une metaphysique de l"espérance, París, Aubier, 1963.

24. Cf. Molina, A.: Presencia de S. Agustín en el magisterio de Pablo VI: RelCul 25 (1979) 333-361.

25. Disc. Pontificia Comisión Revisión del Código (20-XI-1965): Inseg. III (1965) 642. Cf. también: Disc. Congreso Internacional Derecho Canónico (19-1-1970): AAS 62 (1970) 108.

cristianos parecía hacerles daño una Iglesia institucional. Querían sólo una Iglesia espiritual, invisible. Tantos años de estudiar la Iglesia como «sociedad perfecta», tanto lastre jurídico, tanto organicismo carente de vida, había conducido a muchos grupos y personas a la búsqueda del alma sola de la Iglesia. Pablo VI, subrayará ambos aspectos de la única Iglesia de Jesucristo: el invisible y el visible. Una Iglesia angélica o meramente espiritual no sería la Iglesia de Jesucristo, formada de hombres y mujeres, configurada con el barro de Adán, para que así resplandezca mejor la gracia que la sostiene.26

En la misma línea de unir extremos opuestos, tuvo que mediar entre los que propugnaban poco menos que hacer «tabla rasa» de la tradición eclesial y los que pensaban que no era ni oportuna ni necesaria una auténtica renovación y reforma de la Iglesia. Los llamados «tradicionalistas» y «progresistas» tiraban fuertemente de cada uno de los brazos del Pontífice, que sufría los desgarrones de quienes se erigían en maestros de la verdad, al margen de la cohesión de una Iglesia, concebida como Cuerpo unitario en su múltiple diversidad.

Algo parecido ocurría en el camino del ecumenismo: En la razonable impaciencia por conseguir la unidad deseada de las iglesias, unos abogaban por una praxis ecuménica audaz: no importaba incluso llegar ya a la intercomunión -comulgar juntos en la misma celebración eucarística- sin que los debates doctrinales, sin que los estudios y el acercamiento de posiciones teológicas tuvieran necesariamente que ir por delante. Pablo VI tiene que mediar, también, en esta polémica: doctrina y praxis ecuménicas estén «indisolublemente unidas en el esfuerzo común por llegar a la unidad» .27 la doctrina ilumina, inspira, conduce a la acción. El pensamiento, la reflexión son como el alma, el aliento de toda actividad concreta. En cambio, la acción o la praxis es la que comunica el imprescindible dinamismo a la reflexión. «Esta dialéctica entre la verdad y el amor, la doctrina y la acción, la experiencia y la reflexión, es el cumplimiento de estas palabras de S. Pablo, que constituyen el que podría llamarse gran mandamiento ecuménico: 'Veritatem facientes in caritate' (Ef 4, 15).28

En 1972, dirigiéndose al Pontificio Consejo «Cor Unum», Pablo Vi hace una sugerencia, que revela bien su genio, su estilo, su forma de trabajar: «Armonizar sin imponer, coordinar sin dar órdenes, unir sin unificar .. ».29 Nos parece éste un bello programa: Armonizar, coordinar, unir. Y hacerlo, sin imponer, sin dar órdenes, sin unificar o uniformar. Sólo quien asume la autoridad como un servicio puede realizar este ideal. Pero también quien cree sinceramente que es posible un pluralismo, una diversidad en la unidad esencial del mismo Credo. En definitiva, el hombre evangélico, que Montini era. Él mismo reconoce que se trata de un programa «paradossale». Pero en la combinación de elementos paradójicos se contabilizan los mejores éxitos.

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26. Cf. Aloe. Aud. Gen. (30-1V-1 969): Inseg IV (1969) 941. El Papa, en esta ocasión, pone delante el ejemplo de Santa Catalina de Siena, que, en una época difícil, de decadencia humana, supo amar a la iglesia tal y como ésta es.

27. Aloc. Consejo Iglesias U.S.A. (28-111-1969): AAS 61 (1969) 260.

28. Ibid.

29. Aloc. Pontificio Consejo «Cor Unurn» (1-XII-1972): Inseg X (1972) 1225: « … harmoniser sans imposer, coordener sans commander, unir sans unifier….»

Es el riesgo de entrecruzar, aunando, hilos diversos. Quizá sólo han amado este riesgo quienes -como el Papa Montini- han sabido vivir reconciliados consigo mismos. Pero, ¿a qué precio? Muchas veces al de vivir crucificados entre los dos polos que se quieren unificar. Este fue uno de los tormentos del Papa Montini. Pero, también, una de sus más hermosas tareas.

Pablo VI, incluso, va más lejos en su reflexión: En todo este fenómeno de purificación eclesial no pierde de vista el misterio de la cruz. la Esposa en su andadura terrena sigue con la cruz las huellas del Esposo. El Cuerpo está unido a la Cabeza. La dialéctica de la cruz es connatural a una Iglesia, que es «complexio oppositorum», y, consecuentemente, tensión y equilibrio entre los extremos.30 Ni siquiera el Concilio, con su mensaje optimista, liberado del rigorismo medieval, «ha olvidado que la cruz ocupa el centro del cristianismo»,31 para que «no se desvirtúe la cruz de Cristo» (1 Co 1, 17). «Pero, ¿es verdad que sufre la Iglesia hoy? Sí, hoy la Iglesia está pasando por una prueba, que le produce grandes sufrimientos» .32

2. LA CRUZ DE LA CONTESTACION

2. l. Entre los «inmovilistas» y los «innovadores» radicales

Pienso que la década de los setenta estuvo caracterizada por lo que podríamos llamar los excesos de los inmovilistas y de los innovadores radicales. No pretendo hacer aquí un análisis exhaustivo de todos estos «excesos». Ni quiero decir que en la década anterior no se dieran también. Tan solo pretendo señalar que parece que en esta década se agudizaron. Al menos -esta es mi apreciación- hicieron que el Papa Montini viviera como «crucificado» entre unos y otros. Críticas y tensiones pugnaban -a babor y estribor- por romper, o al menos resquebrajar, la unidad de la Barca de Pedro.

En el centro estaba el Concilio Vaticano ll: la brújula que orientó siempre al Papa. Como buen navegante él se atenía siempre a esta brújula. Pero las embestidas de los que rechazaban el Concilio Vaticano II y de los que parece que querían ir más lejos, obligaron a Pablo Vi a mantener un equilibrio difícil, que a veces se manifestaba en los surcos de su rostro preocupado, envejecido, y en ciertos titubeos comprensiblemente humanos.33

Al comienzo de la década de los setenta, en plena efervescencia contestataria, el Papa Montini centraba los que él llamaba «brotes cismáticos» en dos círculos opuestos: Por un lado, estaban los que el Papa llamaba «defensores del inmovilismo formal de la costumbre eclesiástica» 34 refutadores del Concilio en cuanto que lo veían

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30. Cf. A. Antón: Eclesiología posconciliar, en: R. Latourelle, (Ed.) Vaticano II, 284.

31. Aloc. Aud. Gen. (1 2-IV-1 969): Inseg IV (1969) 903; Cf. LG 1, 7, 8; ll, 11, IV, 34; V, 39. 32. Ibid. 904.

33. Estas preocupaciones se traslucen en algunas de sus alocuciones e intervenciones públicas: Disc. Cardenales (21-VI-1976): AAS 68 (1976) 460-462; Disc. Cardenales (23-VI-1972): AAS 64 (1972) 497-499.

34. Adviértase que el Papa no habla de defensores de la tradición ni de siquiera de tradicionalistas, término que podría prestarse a equivocos; habla de inmovilistas formales, defensores de la costumbre eclesiástica: Aloc. Aud. Gen. (7-1-1970): Inseg VIII (1970) 27-28.

como «reformista». Y, por el otro, los que apoyándose en el mismo Concilio caían en «una desvalorización, un distanciamiento, una intolerancia respecto a la tradición de la Iglesia».35 Como puede verse, en el centro de los extremos siempre el Concilio: contestado por unos, manipulado por otros.

2.2. Defensores del «inmovilismo»

Según Pablo Vi este grupo desviacionista confunde «costumbres», que con el paso de los años pueden y deben en ciertos aspectos modificarse, con la Tradición sana y santa de la Iglesia, la que nos vincula a las fuentes de la fe." El Concilio, para estos cruzados del inmovilismo, sería una pesadilla. Las «novedades» del Vaticano II habrían llegado a encerrar un auténtico riesgo. los enemigos de la Iglesia lo estarían aprovechando, para minarla de raíz. Basta con leer la carta que Mons. Lefébre, después de la primera sesión del Vaticano II, envía «á tous les membres de la Congregation du Saint-Esprit» (1974). Rezuma prevención y sospecha hacia la reforma litúrgica, aunque ciertamente todavía no se muestra tan radical, como ocurriría más tarde37. la «tradición» -recuérdese que Lefébre confundía «tradición» con «costumbres»- «debía prevalecer siempre según este grupo de secesionistas. Pero al caso Lefévre me referiré a continuación.

2.2.1. Un caso particular. Mons. Lefébre (1976)

El caso Lefébre no fue sino el más clamoroso y llamativo de los casos de desobediencia tradicionalista, que tuvo que afrontar Pablo Vi. Pero este tenía connotaciones especiales, que le hacían más grave: se trataba de un obispo con un apreciable número de seguidores y simpatizantes, que amenazaban con separarse de la unidad de la Iglesia.38

La postura personal de Pablo VI de cara a Mons. Lefébre no pudo ser más respetuosa. Carecen de fundamento, por tanto, los que hablan de «condenas salvajes» y

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35. El Papa prefiere describir más que denominar con un solo vocablo a los que nosotros llamamos con el inadecuado nombre de progresistas: Cf. Ibid.

36. Ibid. 27-28: «Altra deviazione sarebbe data dal confondere la consuetudine con la tradizione La tradizione, cioé la consuetudine, dicono, deve prevalere. Anchlessi questi difensori dell"inmovilismo formale del costume ecclesiatico, forse per ecceso d"arnore, finiscono per esprimerlo questo arnore in polemiche con gli amici di casa, quasi questi, più che altri, fossero infedeli e pericolosi» (las negrillas son nuestras).

37. Cf. M. Lefébre: Un évéque parle. Ecrits etallocutions (1963-1973), Jarzé, 1974, 20. El obispo contestatario pone «peros» a la teología que subyace en la Sacrosanctum Conciflum; se muestra preocupado por el enfoque ecuménico de algunos temas conciliares: colegialidad, revelación, ecumenismo; igualmente echa de menos la contundencia dogmática propia de un Concilio (tal y como lo entiende él) sacrificada al talante pastoral: Ibid. 15-27. Mucho más «puntilloso» y radical se muestra, todavía, con los resultados de la segunda sesión: Ibíd. 32-44.

38. Como ejemplo recogemos la significativa noticia de Il Tempo (7-1V-1 973), en la que se hablaba de una espectacular iniciativa, llevada a cabo por los tradicionalistas: Una delegación, guiada por el alabé De Nantes llegaría a Roma, para poner a los pies del Pontífice un «libelo», firmado por 60 católicos franceses, en el que se denunciaba al Papa de herejía.

otros juicios similares .39 Pablo Vi distingue perfectamente la conciencia equivocada del obispo de su objetiva desviación cismática, que analiza y descalifica fraternal, pero severamente, después de pacientes y continuadas amonestaciones.

Actuar contra las enseñanzas de un Concilio, tal y como las proponen los obispos en comunión con el Sucesor de Pedro, supone una desobediencia grave; y, si se es obispo, la desobediencia implica un riesgo mayor para la unidad de comunión, que debe prevalecer siempre, en el respeto a la verdad. Pablo VI, fiel al Vaticano ll, dejó claro en el caso Lefébre que no se podía edificar la Iglesia de hoy, sin una aceptación gozosa de todas las directrices del Concilio, tal y como las propone el Magisterio de la Iglesia .40 Rechazar la renovación/reforma propugnada por el Vaticano II, equivale a desengancharse de la Tradición de la Iglesia.

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