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¿La paz en Colombia es posible?



  1. ¿Cuál es el mejor camino: la fuerza bruta o la razón, la sensibilidad y la inteligencia?
  2. ¿Las fuerzas militares en que ayudan?
  3. ¿El posconflicto que es o en que influye?

La paz es el mayor y el más importante interés de todos los colombianos, y no hay ninguno de nosotros, con uso de razón, que no lo sienta de esta manera.

Existen dos corrientes de pensamiento en torno a la forma
de buscarla: algunos creen que solo se logrará derrotando militarmente
a los grupos alzados en armas; otros pensamos que la única vía
posible es la mesa de negociaciones.

Los primeros desconocen la historia y los ejemplos que otras sociedades han dado al mundo. Son guerreristas y creen en la victoria. Son intolerantes y arrogantes. Para defender su opción tienen entonces que asumir el costo que implica; aunque no sientan o padezcan la guerra en carne propia, deben cargar sobre sus conciencias el dolor causado por tantos años.

Son muchas las penas acumuladas por varias generaciones de compatriotas y por casi medio millón de colombianos que han pagado con sus vidas el precio de este conflicto. ¿Por qué ellos no pudieron disfrutar de su país, de sus familias y de sus vidas? Y frente a esta realidad, ¿cuál es el compromiso de cada uno de nosotros? ¿Acaso exigir desde la comodidad citadina la continuidad de una guerra que no se sufre en carne propia?

Tengo el convencimiento de que aunque se logren triunfos incuestionables y categóricos siempre habrá un nuevo comienzo para quienes enarbolan las banderas de la revolución a través de las armas. Y como creo que ellos tampoco alcanzarán la victoria definitiva, esta sería entonces una guerra para siempre. Sí señores: ¡eterna! Como lo ha sido para las últimas cuatro generaciones de compatriotas.

¿Cuál es el mejor camino: la fuerza bruta o la razón, la sensibilidad y la inteligencia?

Tenemos la oportunidad, quizás única en muchos años, de cesar la horrible noche. Son comprensibles el escepticismo que nos asalta y la falta de credibilidad que nos generan los miembros de la guerrilla. Sin embargo tenemos que aceptar que, como resultado de una acción militar firme y vigorosa adelantada durante más de una década, estamos de nuevo frente a un proceso de paz.

Para todos es evidente que en esta ocasión se tienen mejores condiciones que en los anteriores intentos de Belisario, Gaviria y Pastrana. Y que quien está negociando no es el presidente Santos: somos todos los colombianos. El primer mandatario solo es el director de orquesta, y ese papel lo está desempeñando con responsabilidad y competencia.

Todos los temas que se tocan en La Habana son duros y serán un difícil reto para nuestra democracia. Quizás signifiquen el más grande de todos desde el nacimiento de la República.

Si después de todo este esfuerzo no se llega a la paz, que sea por culpa de los guerrilleros y no de los demás colombianos.

No solo hay que creer: hay que participar y asumir posturas tolerantes y patrióticas. El camino apenas empieza y los enemigos están al acecho para atacar al menor traspié. No condenemos a nuestros hijos a seguir viviendo el terror que a nosotros nos tocó.

Solo alguien muy egoísta puede anteponer otros intereses, o los personales, a los de la nación.

¿Cuál es el mejor camino: la fuerza bruta o la razón, la sensibilidad y la inteligencia?

La paz es el mayor y el más importante interés de todos los colombianos, y no hay ninguno de nosotros, con uso de razón, que no lo sienta de esta manera.

Existen dos corrientes de pensamiento en torno a la forma de buscarla: algunos creen que solo se logrará derrotando militarmente a los grupos alzados en armas; otros pensamos que la única vía posible es la mesa de negociaciones.

Los primeros desconocen la historia y los ejemplos que otras sociedades han dado al mundo. Son guerreristas y creen en la victoria. Son intolerantes y arrogantes. Para defender su opción tienen entonces que asumir el costo que implica; aunque no sientan o padezcan la guerra en carne propia, deben cargar sobre sus conciencias el dolor causado por tantos años. Son muchas las penas acumuladas por varias generaciones de compatriotas y por casi medio millón de colombianos que han pagado con sus vidas el precio de este conflicto. ¿Por qué ellos no pudieron disfrutar de su país, de sus familias y de sus vidas? Y frente a esta realidad, ¿cuál es el compromiso de cada uno de nosotros? ¿Acaso exigir desde la comodidad citadina la continuidad de una guerra que no se sufre en carne propia? Tengo el convencimiento de que aunque se logren triunfos incuestionables y categóricos siempre habrá un nuevo comienzo para quienes enarbolan las banderas de la revolución a través de las armas. Y como creo que ellos tampoco alcanzarán la victoria definitiva, esta sería entonces una guerra para siempre. Sí señores: ¡eterna! Como lo ha sido para las últimas cuatro generaciones de compatriotas.

Tenemos la oportunidad, quizás única en muchos años, de cesar la horrible noche. Son comprensibles el escepticismo que nos asalta y la falta de credibilidad que nos generan los miembros de la guerrilla. Sin embargo tenemos que aceptar que, como resultado de una acción militar firme y vigorosa adelantada durante más de una década, estamos de nuevo frente a un proceso de paz.

Para todos es evidente que en esta ocasión se tienen mejores condiciones que en los anteriores intentos de Belisario, Gaviria y Pastrana. Y que quien está negociando no es el presidente Santos: somos todos los colombianos. El primer mandatario solo es el director de orquesta, y ese papel lo está desempeñando con responsabilidad y competencia.

Todos los temas que se tocan en La Habana son duros y serán un difícil reto para nuestra democracia. Quizás signifiquen el más grande de todos desde el nacimiento de la República.

Si después de todo este esfuerzo no se llega a la paz, que sea por culpa de los guerrilleros y no de los demás colombianos.

No solo hay que creer: hay que participar y asumir posturas tolerantes y patrióticas. El camino apenas empieza y los enemigos están al acecho para atacar al menor traspié. No condenemos a nuestros hijos a seguir viviendo el terror que a nosotros nos tocó.

Solo alguien muy egoísta puede anteponer otros intereses, o los personales, a los de la nación.

¿Las fuerzas militares en que ayudan?

Son gran apoyo porque han podido tener buena seguridad en algunas partes del país porque la guerrilla a tenido azotado a los diferentes pueblos que han sufrido la violencia y el desplazamiento forzado, el ejercito a sido de gran apoyo para las comunidades mas vulnerables porque de alguna u otra forma han colaborado para que las personas que han sufrido por causa de la violencia algunas lo han perdido todo por eso el gobierno debe prestarle mas atención a los damnificados porque estas personas casi no tienen ayudas laborales porque son muy pobres y la mayoría no acabo su estudio y el gobierno es muy conchudo porque le colabora a las personas que han hecho daño a estas otras personas que han acabado con las familias que han matado muchas personas por muchos años y recibe como subsidio o por decirlo un premio por estos actos de violencia que han azotado a el país por 50 años y el gobierno cree que la guerrilla todavía quiere negociar con ellos sabiendo que para nadie es un secreto esa guerrilla nunca se va a acabar y la bacrim siguen delinquiendo por causa de esta misma.

¿El posconflicto que es o en que influye?

Las personas creen que porque distintos gobiernos internacionales están diciendo que apoyan el proceso de paz se cree que pierden el tiempo porque simplemente es la perspectiva la que observamos y miramos solo lo que nos presentan los noticieros pero nunca hemos pensado bien a fondo que sucede adentro de los auditorios donde negocian porque los medios de comunicación no pueden ingresar allá por eso se cuestiona que hablan y que pueden decir sobre el proceso si se estarán cumpliendo los acuerdos acordados El problema de la aceleración del proceso no está solamente en el desarrollo agrario integral, en la participación política, en la solución al problema de drogas ilícitas y en las víctimas. Todos esos temas con las salvedades puestas de presente en el acuerdo parcial hasta ahora 28 tendrán que ir a una asamblea nacional constituyente. El tema esencial en este momento para destrabar la mesa es la justicia. Si no se logra una salida, el proceso fracasa. Esa es la verdad pura y simple.

Por esta razón, no es aceptable que un sector de la justicia y de la academia haya puesto de presente que el proceso de paz deba resolverse de forma exclusiva con el Código Penal en la mano determinando cómo y en qué condiciones deben ir presos los responsables de crímenes de guerra o lesa humanidad cometidos con ocasión del conflicto armado. Esta doctrina consiste en que los tribunales otorgan a los Estados, en casos particulares, la posibilidad de interpretar y aplicar los derechos humanos consagrados en los instrumentos internacionales. Estas particularidades tienen que ver con circunstancias que sean propias tanto de su cultura como de su historia. En Colombia la guerra lo es.

La doctrina ha sido utilizada en decenas de casos en el sistema europeo de derechos humanos, así como en el sistema interamericano que la ha puesto a prueba en algunas decisiones sobre derechos políticos, libertad de expresión y libertad personal, sin entrar a aplicarla en los conflictos armados internos.

A pesar de su limitación, debe considerarse que en
Colombia esta doctrina sí sería aplicable a partir de la existencia
de dos factores.

 

 

 

Autor:

Juan Diegomensa Gutierrez

 

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