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El gran Mao Tse-Tung (página 7)



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    Sin embargo, la existencia de condiciones y de una situación favorables para nosotros y desfavorables para el enemigo no significa aún la derrota de éste. Esas condiciones y esa situación convierten en posibilidad, pero no en realidad, nuestra victoria y la derrota del enemigo: ni ésta ni aquélla se han hecho realidad para ninguno de los dos ejércitos contendientes. A fin de que se produzca la victoria o la derrota, es necesaria una batalla decisiva entre los dos ejércitos. Sólo esta batalla puede resolver el problema de quién es el vencedor y quién el vencido. He aquí la única tarea durante la fase de la contraofensiva estratégica. La contraofensiva representa un largo proceso, constituye la fase más fascinante y más dinámica de la defensiva y es también su fase final. Lo que se llama defensa activa se refiere principalmente a esta contraofensiva estratégica de carácter decisivo.

    Las condiciones y la situación no sólo se crean en la fase de la retirada estratégica, sino que continúan creándose en la fase de la

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contraofensiva. En esta última no son, ni por su forma ni por su carácter, exactamente iguales a lo que eran en la primera fase.

    Lo que puede permanecer igual por su forma y carácter es, por ejemplo, la fatiga y bajas del enemigo ahora acrecentadas, que no son sino la continuación de la fatiga y bajas de la fase anterior.

    Pero es inevitable que surjan condiciones y una situación enteramente nuevas. Por ejemplo, cuando el enemigo haya sufrido una o varias derrotas, las condiciones favorables para nosotros y desfavorables para él ya no se limitarán a su fatiga, etc., sino que se agregará un nuevo factor: que ha sufrido derrotas. La situación también experimentará nuevos cambios. Las fuerzas enemigas comenzarán a desplazarse en desorden y actuarán equivocadamente, y, por consiguiente, la correlación de fuerzas entre los dos ejércitos resultará distinta a la de antes.

    Pero en el caso de que no sea el enemigo sino nuestro ejército el que ha sufrido una o varias derrotas, las condiciones y la situación cambiarán en sentido contrario, es decir, se reducirán las condiciones desfavorables para el enemigo, mientras que las desfavorables para nosotros comenzarán a aparecer y aun a agravarse. Y éste será otro fenómeno totalmente nuevo y diferente.

    La derrota de cualquiera de los dos bandos conduce directa y rápidamente a que el vencido realice nuevos esfuerzos por salvarse de una situación peligrosa, por librarse de las nuevas condiciones y de la nueva situación que le son desfavorables pero favorables para su adversario, y por volver a crear unas condiciones y una situación favorables para él y desfavorables para el enemigo, a fin de poder ejercer presión sobre éste.

    El lado triunfante, por el contrario, se esforzará al máximo por explotar su victoria e infligir un daño aún mayor al enemigo, por aumentar o desarrollar las condiciones y la situación que le son favorables, y por frustrar el intento de su adversario de librarse de sus condiciones desfavorables y salvarse de la situación peligrosa.

    Así, para cualquiera de los dos lados, la lucha en la etapa de la batalla decisiva es la más intensa, la más compleja, la más variable, y también la más difícil y ardua de toda la guerra o campaña; desde el punto de vista del comando, es el momento más delicado de todos.

    Muchos problemas se plantean en la fase de la contraofensiva. Los principales son: la iniciación de la contraofensiva, la concentración de las fuerzas, la guerra de movimientos, la guerra de decisión rápida y la guerra de aniquilamiento.

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    Trátese de una contraofensiva o de una ofensiva, los principios para resolver estos problemas son en esencia los mismos. En este sentido podemos decir que una contraofensiva es una ofensiva.

    No obstante, una contraofensiva no es exactamente una ofensiva. Los principios de la contraofensiva se aplican cuando el enemigo está a la ofensiva, y los principios de la ofensiva, cuando el enemigo está a la defensiva. En este sentido, existen ciertas diferencias entre la contraofensiva y la ofensiva.

    Por esta razón, aunque en el presente capítulo sobre la defensiva estratégica, en el análisis de la contraofensiva se incluyen diversos problemas relativos a la conducción de las operaciones y aunque en el capítulo sobre la ofensiva estratégica sólo se tratarán otros problemas para evitar la repetición, no debemos perder de vista, en la aplicación práctica, ni las similitudes ni las diferencias entre la contraofensiva y la ofensiva.

5. INICIACION DE LA CONTRAOFENSIVA

    El problema de la iniciación de la contraofensiva es el de la llamada "batalla inicial" o "batalla preliminar".

    Muchos expertos militares burgueses recomiendan prudencia en la batalla inicial, tanto en la defensiva estratégica como en la ofensiva estratégica, pero especialmente en la primera. En el pasado, nosotros también planteamos seriamente este problema. Las operaciones contra las cinco campañas enemigas de "cerco y aniquilamiento" en Chiangsí nos han dado una rica experiencia, y no es inútil examinarla.

    En la primera campaña de "cerco y aniquilamiento", las fuerzas enemigas, alrededor de cien mil hombres, avanzaron en ocho columnas, desde la línea Chían-Chienning hacia el Sur, sobre la base de apoyo del Ejército Rojo. Este contaba entonces con unos cuarenta mil hombres, concentrados en la zona de Juangpi-Siaopu del distrito de Ningtu, provincia de Chiangsí.

    La situación era la siguiente:

    1) Las fuerzas enemigas para operaciones de "aniquilamiento" no pasaban de cien mil hombres, y ninguna de las unidades pertenecía a las propias tropas de Chiang Kai-shek; por lo tanto, la situación general no era muy grave.

    2) La división enemiga al mando de Luo Lin, que defendía Chían, se encontraba al otro lado del río Kanchiang, en su ribera occidental.

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    3) Tres divisiones enemigas, al mando de Kung Ping-fan, Chang Jui-tsan y Tan Tao-yuan respectivamente, habían ocupado la zona de Futien-Tungku-Lungkang-Yuantou, al Sureste de Chían y al Noroeste de Ningtu. Las fuerzas principales de la división de Chang Jui-tsan se encontraban en Lungkang, y las de la división de Tan Tao-yuan, en Yuantou. No convenía elegir Futien y Tungku como campos de batalla, porque los habitantes de esos lugares, engañados por el Grupo A-B, momentáneamente desconfiaban del Ejército Rojo e incluso se mostraban hostiles a él.

    4) La división enemiga bajo el mando de Liu Je-ting estaba muy lejos, en Chienning, en la zona blanca de la provincia de Fuchién, y era poco probable que entrara en Chiangsí.

    5) Las otras dos divisiones enemigas, bajo el mando de Mao Ping-wen y S¸ Ke-siang, habían llegado a la zona de Toupi-Luokou-Tungshao, entre Kuangchang y Ningtu. Toupi estaba en la zona blanca, Luokou en una zona guerrillera, y Tungshao era un lugar donde difícilmente se podían mantener en secreto nuestras acciones, porque había allí elementos del Grupo A-B. Además, si atacábamos a las divisiones de Mao Ping-wen y S¸ Ke-siang y avanzábamos luego hacia el Oeste, habría peligro de que las tres divisiones enemigas acantonadas en el Oeste (las de Chang Jui-tsan, Tan Tao-yuan y Kung Ping-fan) se concentraran, lo que nos haría difícil vencer e imposible dar una solución final al problema.

    6) La división enemiga de Chang Jui-tsan y la de Tan Tao-yuan, que constituían las fuerzas principales del enemigo, pertenecían a las propias tropas de Lu Ti-ping, comandante en jefe de la campaña de "cerco y aniquilamiento" y gobernador de la provincia de Chiangsí; además, Chang Jui-tsan era el comandante del frente. Si esas dos divisiones eran aniquiladas, quedaría fundamentalmente aplastada la campaña de "cerco y aniquilamiento". Cada una de esas dos divisiones tenía más o menos catorce mil hombres y además, la división de Chang Jui-tsan se hallaba acantonada en dos lugares distintos, de modo que si atacábamos cada vez a una división, tendríamos una superioridad absoluta.

    7) La zona de Lungkang-Yuantou, donde estaban acantonadas las fuerzas principales de las divisiones de Chang Jui-tsan y Tan Tao-yuan, se encontraba cerca del lugar donde estaban concentradas nuestras tropas. Más aún, contando allí con un activo apoyo popular, nuestras fuerzas podían acercarse al enemigo sin que éste lo advirtiera.

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    8) El terreno en Lungkang nos era ventajoso. Yuantou no era fácil de atacar. Si el enemigo nos atacaba en Siaopu, teníamos allí también un terreno favorable.

    9) En el sector de Lungkang podíamos concentrar la mayor cantidad posible de tropas. Además, en Singkuo, a unas decenas de li al Suroeste de Lungkang, contábamos con una división independiente de más de mil hombres, que podía, mediante un movimiento envolvente, maniobrar en la retaguardia del enemigo.

    10) Si nuestras tropas efectuaban una ruptura en el centro y abrían una brecha en el frente del enemigo, sus columnas al Este y al Oeste quedarían cortadas en dos grupos separados por una gran distancia.

Por los motivos anteriores, decidimos dar nuestra primera batalla contra dos brigadas de Chang Jui-tsan, que constituían sus fuerzas principales, y contra el cuartel general de su división; logramos aplastarlos, aniquilando totalmente una fuerza de nueve mil hombres y capturando al propio comandante de la división, sin dejar escapar ni un solo hombre ni un solo caballo. Después de esta victoria, la división de Tan Tao-yuan huyó presa de pánico hacia Tungshao, y la de S¸ Ke-siang, hacia Toupi. Nuestro ejército persiguió entonces a la división de Tan Tao-yuan y aniquiló la mitad de ella. Dimos dos batallas en cinco días (del 27 de diciembre de 1930 al 1.ƒ de enero de 1931), y las fuerzas enemigas en Futien, Tungku y Toupi, temerosas de ser derrotadas, se retiraron en desorden. Así terminó la primera campaña de "cerco y aniquilamiento".

    La situación en la segunda campaña de "cerco y aniquilamiento" era la siguiente:

    1) Las fuerzas enemigas para operaciones de "aniquilamiento" ascendían a doscientos mil hombres; el comandante en jefe era Je Ying-chin, con su cuartel general en Nanchang.

    2) En esta campaña, como en la primera, ninguna de las unidades enemigas pertenecía a las propias tropas de Chiang Kai-shek. Entre esas unidades, el XIX Ejército de Tsai Ting-kai, el XXVI Ejército de Sun Lien-chung y el VIII Ejército de Chu Shao-liang eran fuertes o relativamente fuertes; el resto era relativamente débil.

    3) El Grupo A-B había sido eliminado y toda la población de la base de apoyo respaldaba al Ejército Rojo.

    4) El V Ejército de Wang Chin-yu, recién llegado del Norte, nos temía, y más o menos lo mismo podía decirse de las dos divi-

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siones de Kuo Jua-tsung y de Jao Meng-ling, que constituían su flanco izquierdo.

    5) Si nuestras tropas atacaban primero Futien y luego avanzaban arrolladoramente hacia el Este, podíamos extender la base de apoyo a la zona de Chienning-Lichuan-Taining, en los límites entre Fuchién y Chiangsí, y acumular recursos materiales con miras a aplastar la siguiente campaña de "cerco y aniquilamiento". Si avanzábamos hacia el Oeste, el río Kanchiang limitaría nuestra posibilidad de expansión después de la batalla. Volvernos hacia el Este después de terminada la batalla fatigaría a nuestro ejército y significaría pérdida de tiempo.

    6) En relación con la primera campaña, nuestros efectivos habían disminuido algo, a poco más de treinta mil hombres, pero, por otro lado, nuestras tropas habían tenido cuatro meses para recuperarse y acumular energías.

Por estas razones, decidimos dar nuestra primera batalla contra las fuerzas de Wang Chin-yu y de Kung Ping fan (once regimientos en total), acantonadas en la zona de Futien. Después de haber ganado esta batalla, atacamos sucesivamente a las unidades de Kuo Jua-tsung, Sun Lien-chung, Chu Shao-liang y Liu Je-ting. En quince días (del 16 al 30 de mayo de 1931) cubrimos a pie una distancia de setecientos li, realizamos cinco batallas, capturamos más de veinte mil fusiles y aplastamos completamente la campaña de "cerco y aniquilamiento". Cuando atacábamos a Wang Chin-yu, nos encontrábamos entre las unidades de Tsai Ting-kai y las de Kuo Jua-tsung, a unos diez li de éstas y a unos cuarenta li de aquéllas. Algunos dijeron que nos estábamos "metiendo en un callejón sin salida", pero logramos pasar. Esto se debió principalmente a que operábamos en nuestra base de apoyo y, además, a que no hubo coordinación entre las unidades enemigas. Después de derrotada la división de Kuo Jua-tsung, la de Jao Meng-ling huyó durante la noche hacia Yungfeng, salvándose así del desastre.

    La situación en la tercera campaña de "cerco y aniquilamiento" era la siguiente:

    1) Chiang Kai-shek dirigía personalmente la campaña como comandante en jefe. Tenía bajo su mando tres comandantes de columna. Je Ying-chin, comandante de la columna central, tenía su cuartel general junto con el de Chiang Kai-shek en Nanchang; Chen Ming-shu, comandante de la columna derecha, lo tenía en

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Chían, y Chu Shao-liang, comandante de la columna izquierda, en Nanfeng.

    2) Las fuerzas enemigas para operaciones de "aniquilamiento" ascendían a trescientos mil hombres. Las principales, con unos cien mil hombres, eran de las propias tropas de Chiang Kai-shek y constaban de cinco divisiones (con nueve regimientos cada una) al mando de Chen Cheng, Luo Chuo-ying, Chao Kuan-tao, Wei Li-juang y Chiang Ting-wen, respectivamente. Además de ellas, había otras tres divisiones, con cuarenta mil hombres, al mando de Chiang Kuang-nai, Tsai Ting-kai y Jan Te-chin, y luego las tropas de Sun Lien-chung, con veinte mil soldados. Las fuerzas restantes, que tampoco pertenecían a las propias tropas de Chiang Kai-shek, eran relativamente débiles.

    3) La estrategia del enemigo en sus operaciones de "aniquilamiento", que consistía en "penetrar impetuosamente", era muy diferente de la de "consolidar cada paso a medida que se avanza" empleada en su segunda campaña. El objetivo era empujar al Ejército Rojo hacia el río Kanchiang y aniquilarlo allí.

    4) Sólo hubo un intervalo de un mes entre el final de la segunda campaña de "cerco y aniquilamiento" y el comienzo de la tercera. El Ejército Rojo (con unos treinta mil hombres) no había tenido tiempo para descansar ni para reponer sus bajas después de duros combates y, además, acababa de dar un rodeo de mil li para concentrarse en Singkuo, en la parte occidental de su base de apoyo del Sur de Chiangsí, cuando el enemigo lo presionó de cerca desde varias direcciones.

En tal situación, el primer plan que adoptamos consistía en salir de Singkuo y abrir una brecha en Futien pasando por Wanan, avanzar luego arrolladoramente de Oeste a Este a través de las líneas de comunicación de la retaguardia enemiga, dejando así que las fuerzas principales del enemigo penetraran profunda pero inútilmente en nuestra base de apoyo del Sur de Chiangsí. Esa debía ser la primera fase de nuestra operación. Cuando el enemigo volviese hacia el Norte, sus tropas estarían muy fatigadas, y podríamos aprovechar la oportunidad para golpear sus unidades vulnerables. Esa debía ser la segunda fase. La idea central de este plan era evitar encuentros con las fuerzas principales del enemigo y golpearlo en sus puntos débiles. Pero cuando nuestras fuerzas avanzaban hacia Futien, fueron descubiertas por el enemigo, que trasladó allí rápidamente las dos divisiones de Chen

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Cheng y de Luo Chuo-ying. Tuvimos que cambiar el plan y volver a Kaosings¸ (en la parte occidental de Singkuo). En ese momento nos quedaban sólo este punto y sus alrededores, algunas decenas de li cuadrados, para poder concentrarnos. Un día después de nuestra concentración, decidimos avanzar impetuosamente hacia el Este, en dirección de Lientang (en el Este del distrito de Singkuo), Liangtsun (en el Sur del distrito de Yungfeng) y Juangpi (en el Norte del distrito de Ningtu). Esa misma noche, protegidos por la oscuridad, pasamos por un corredor de cuarenta li de ancho entre la división de Chiang Ting-wen y las fuerzas de Chiang Kuang-nai, Tsai Ting-kai y Jan Te-chin, y llegarnos a Lientang. Al día siguiente, tuvimos una escaramuza con las avanzadas de las tropas de Shangkuan Yun-siang (quien comandaba su propia división y la de Jao Meng-ling). Al tercer día atacamos a la división de Shangkuan Yun-siang: fue nuestra primera batalla; la segunda fue al cuarto día contra la división de Jao Meng-ling; después de una marcha de tres días, llegamos a Juangpi y sostuvimos nuestra tercera batalla contra la división de Mao Ping-wen. Ganamos las tres batallas y capturamos más de diez mil fusiles. En ese momento, las fuerzas principales del enemigo, que avanzaban hacia el Oeste y el Sur, viraron hacia el Este. Enfocando su atención en Juangpi, convergieron sobre ese punto a marchas forzadas con el propósito de trabar combate con nosotros. Se nos aproximaron recurriendo a una maniobra de cerco enorme y compacto. Mientras tanto, nos escurrimos a través de una región de altas montañas, por un corredor de veinte li de ancho entre las tropas de Chiang Kuang-nai, Tsai Ting-kai y Jan Te-chin, por un lado, y las de Chen Cheng y Luo Chuo-ying, por el otro, y así, volviendo de Este a Oeste, nos concentramos en el distrito de Singkuo. Cuando el enemigo nos descubrió y comenzó a avanzar de nuevo hacia el Oeste, nuestras fuerzas ya habían tenido medio mes de descanso. En cambio, las tropas enemigas, hambrientas, fatigadas y desmoralizadas, ya no podían más y decidieron retirarse. Aprovechando su retirada, atacamos a las fuerzas de Chiang Kuang-nai, Tsai Ting-kai, Chiang Ting-wen y Jan Te-chin, y aniquilarnos una brigada de Chiang Ting-wen y la división de Jan Te-chin. No habiendo podido decidir el desenlace del combate con las divisiones de Chiang Kuang-nai y Tsai Ting-kai, las dejarnos escapar.

    La situación en la cuarta campaña de "cerco y aniquilamiento" era la siguiente: Las tropas enemigas avanzaban en tres columnas sobre Kuangchang. La columna oriental constituía sus fuerzas principales. Las dos divisiones que formaban la columna occidental apare-

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cieron ante nosotros y se fueron aproximando al lugar donde nuestras tropas estaban concentradas. Por lo tanto, tuvimos la oportunidad de atacar primero la columna occidental, en la parte sur del distrito de Yijuang, y de un golpe aniquilamos las dos divisiones de Li Ming y de Chen Shi-chi. El enemigo envió entonces dos divisiones de su columna oriental para apoyar a la columna central, y siguió avanzando. Logramos aniquilar otra división, en la parte sur del distrito de Yijuang. En estas dos batallas capturamos más de diez mil fusiles, y la campaña de "cerco y aniquilamiento" quedó aplastada en lo fundamental.

    En la quinta campaña de "cerco y aniquilamiento", el enemigo adoptó, en su avance, una nueva estrategia basada en la guerra de blocaos, y tomó primero Lichuan. Pero nosotros, con la intención de recuperar Lichuan y detener al enemigo más allá del límite de la base de apoyo, atacamos Siaoshi, una sólida posición enemiga que se encontraba en la zona blanca al Norte de Lichuan. Fracasado este ataque, pasamos a atacar Tsisichiao, otra sólida posición enemiga que se encontraba también en la zona blanca, al Sureste de Siaoshi, y otra vez fracasamos. Luego, anduvimos buscando combates entre las fuerzas principales del enemigo y sus blocaos, y fuimos reducidos a una situación de completa pasividad. A todo lo largo de nuestra quinta contracampaña, que duró un año entero, no tuvimos ninguna iniciativa ni dinamismo. Al final, nos vimos obligados a abandonar nuestra base de apoyo de Chiangsí.

    La experiencia militar adquirida durante estas cinco contracampañas demuestra que la primera batalla de la contraofensiva es de extrema importancia si el Ejército Rojo, hallándose a la defensiva, quiere aplastar a las poderosas fuerzas enemigas para operaciones de "aniquilamiento". El desenlace de la primera batalla ejerce una tremenda influencia sobre la situación en su conjunto, influencia que se hace sentir inclusive en la última batalla. De esto se derivan las siguientes conclusiones:

    En primer lugar, hay que ganar la primera batalla. Sólo podemos entablar el combate cuando la situación del enemigo, el terreno y el apoyo popular nos son favorables y desfavorables para el enemigo y cuando estamos perfectamente seguros de vencer. De lo contrario, es preferible retroceder, actuar ron cautela y esperar la ocasión. Semejante ocasión se presentará tarde o temprano; no debemos aceptar precipitadamente el combate. En la primera contracampaña, pensarnos en un principio atacar a las fuerzas de Tan Tao-yuan y avanzamos dos veces, pero cada vez tuvimos que contenernos y regresar, porque el

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enemigo no se apartó de sus posiciones dominantes establecidas en las alturas de Yuantou. Unos días más tarde encontramos a la división de Chang Jui-tsan, que era fácil de atacar. En la segunda contracampaña, nuestras fuerzas avanzaron hasta Tungku, donde, con el solo fin de esperar que las tropas de Wang Chin-yu abandonaran su fuerte posición de Futien, nos apostamos cerca del enemigo durante veinticinco días, incluso a riesgo de revelar nuestra presencia; rechazamos todas las proposiciones impacientes de realizar un ataque inmediato, y al cabo logramos nuestro objetivo. En la tercera contracampaña, aunque nos hallábamos en medio de una situación tempestuosa y habíamos dado un rodeo de mil li, y a pesar de que el enemigo había descubierto nuestro plan de flanquearlo, actuamos con paciencia, nos replegamos, cambiamos nuestro plan inicial por el de efectuar una ruptura en el centro y finalmente dimos con éxito la primera batalla en Lientang. En la cuarta contracampaña, después de nuestro fracaso en la ofensiva sobre Nanfeng, nos replegamos sin vacilar y finalmente viramos hacia el flanco derecho del enemigo, concentramos nuestras fuerzas en la zona de Tungshao y dimos en la parte sur del distrito de Yijuang una batalla que terminó con un gran triunfo nuestro. Sólo en la quinta contracampaña no se tuvo en cuenta para nada la importancia de la primera batalla. Alarmadas con la sola pérdida de la ciudad de Lichuan y en el intento de recuperarla, nuestras fuerzas avanzaron hacia el Norte al encuentro del enemigo. Luego, en vez de considerar como la primera batalla el inesperado encuentro con el enemigo en S¸nkou, que terminó con nuestra victoria (una división enemiga fue aniquilada), y tomar en cuenta los cambios que esa batalla necesariamente provocaría, se lanzó temerariamente un ataque contra Siaoshi, sin asegurarse del éxito. Así, desde el primer paso se perdió la iniciativa. Esta es la peor, la más estúpida manera de combatir.

    En segundo lugar, el plan para la primera batalla tiene que ser el prólogo y parte orgánica del plan para toda la campaña. Sin un buen plan para toda la campaña es absolutamente imposible sostener con verdadero éxito la primera batalla. Es decir, aunque se logre la victoria en la primera batalla, si ésta perjudica a la campaña en su conjunto en lugar de beneficiarla, sólo puede ser considerada como una derrota (por ejemplo la batalla de S¸nkou en nuestra quinta contracampaña). Por lo tanto, antes de dar la primera batalla, debemos tener una idea general de cómo se sostendrán la segunda, la tercera, la cuarta y hasta la última batalla, y qué cambios se producirán en la situación general del enemigo después de cada una de nuestras victorias o de cada una

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de nuestras derrotas. Aunque el resultado no deba necesariamente, y de hecho no pueda en absoluto, coincidir en todos los detalles con lo que esperamos, debemos pensarlo todo con cuidado y en forma realista, a la luz de nuestra situación general y la del enemigo. Sin un plan para toda la partida de ajedrez, es imposible hacer un movimiento realmente eficaz.

    En tercer lugar, también es preciso considerar cómo operar en la siguiente fase estratégica. Todo el que tenga a su cargo la dirección estratégica, no habrá cumplido con su deber si se ocupa sólo de la contraofensiva y no considera las medidas a tomar después del triunfo o en caso de derrota. En una fase estratégica determinada, el estratega debe tener en cuenta las fases subsiguientes o, por lo menos, la que sigue inmediatamente. Aunque es difícil prever los cambios futuros, y cuanto más lejos se mira más borrosas parecen las cosas, es posible hacer un cálculo general, y es necesario tener una apreciación de las perspectivas lejanas. Limitar la mirada al paso que se está dando es un método de dirección nocivo, no sólo en política sino también en la guerra. Cada vez que se da un paso, hay que ver los cambios concretos que surgen de él y, con arreglo a esos cambios, modificar o desarrollar los planes estratégicos y de operaciones; de otro modo se cometerá el error de lanzarse de cabeza sin pensar en los peligros. Por otra parte, es absolutamente indispensable tener un plan a largo plazo, concebido en términos generales y que abarque toda una fase estratégica y hasta varias fases. La falta de un plan de este tipo conducirá a la incertidumbre y nos atará de pies y manos, lo cual servirá de hecho a los fines estratégicos del enemigo, condenándonos a la pasividad. Es preciso tener en cuenta que el alto mando del enemigo tiene cierta perspicacia estratégica. Sólo podemos conseguir victorias estratégicas cuando, adiestrándonos, hayamos alcanzado un nivel superior al del enemigo. La dirección estratégica tanto de la línea oportunista de "izquierda" en la quinta campaña enemiga de "cerco y aniquilamiento" como de la línea de Chang Kuo-tao fue errónea principalmente porque no se observó esta condición. En una palabra, en la fase de la retirada tenemos que prever la de la contraofensiva; en la fase de la contraofensiva, la de la ofensiva, y en la fase de la ofensiva, de nuevo la de la retirada. No hacer caso de todo esto y limitar la visión a las ventajas y desventajas del momento, equivale a seguir el camino de la derrota.

    Ganar la primera batalla, tener en cuenta el plan de toda la campaña y considerar la fase estratégica que sigue inmediatamente, son los

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tres principios que no hay que olvidar jamás cuando se comienza la contraofensiva, es decir, cuando se da la primera batalla.

6. CONCENTRACION DE LAS FUERZAS

    La concentración de las fuerzas parece fácil, pero en la práctica resulta bastante difícil. Todo el mundo sabe que lo mejor es utilizar a muchos para derrotar a pocos. Sin embargo, mucha gente no procede así; por el contrario, divide a menudo sus fuerzas. Esto se debe a que tales jefes militares no tienen una mentalidad estratégica y se desorientan en circunstancias complejas; en consecuencia, se dejan llevar por ellas, pierden la iniciativa y recurren al método de tapar los agujeros.

    Por compleja, grave y dura que sea la situación, lo que debe hacer un jefe militar, antes que nada, es organizar y emplear sus fuerzas de manera independiente y con iniciativa. Con frecuencia puede verse forzado por el enemigo a la pasividad, pero lo importante es recuperar la iniciativa con rapidez. Si no lo logra, el resultado será una derrota.

    La iniciativa nao es algo imaginario, sino algo concreto y material. A este respecto lo más importante es conservar y concentrar una fuerza lo más grande posible y con espíritu combativo.

    A decir verdad, en la defensiva es fácil perder la iniciativa. La defensiva ofrece muchas menos posibilidades para el pleno desarrollo de la iniciativa que la ofensiva. Sin embargo, es posible dar a la defensiva, que es pasiva en la forma, un contenido activo y pasar de la fase pasiva en la forma a la fase activa tanto en la forma como en el contenido. En apariencia, una retirada estratégica completamente planificada se realiza bajo presión, pero en realidad tiene por objeto conservar las fuerzas y esperar el momento oportuno para aplastar al enemigo, atraerlo para que penetre profundamente y prepararse para la contraofensiva. Sólo el rehusar retroceder y aceptar precipitadamente el combate (como en la batalla de Siaoshi), es en realidad perder la iniciativa, aunque en apariencia da la impresión de que se lucha por asegurarla. La contraofensiva estratégica no solamente es activa en el contenido, sino que también en la forma abandona la pasividad del período de la retirada. Para el enemigo, nuestra contraofensiva significa un esfuerzo por privarlo de su iniciativa y reducirlo a la pasividad.

    Las condiciones indispensables para alcanzar plenamente este objetivo son la concentración de las fuerzas, la guerra de movimientos,

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la guerra de decisión rápida y la guerra de aniquilamiento, de las cuales la concentración de las fuerzas es la primera y la más importante.

    La concentración de las fuerzas es necesaria para cambiar la situación entre el enemigo y nosotros. En primer lugar, es necesaria para invertir los papeles entre los dos bandos con relación al avance y la retirada. Antes el enemigo avanzaba y nosotros retrocedíamos; ahora procuramos conseguir que seamos nosotros quienes avancemos y el enemigo quien retroceda. Cuando concentramos nuestras tropas y ganamos un combate, logramos este objetivo en ese combate y eso ejerce influencia sobre toda la campaña.

    En segundo lugar, la concentración de las fuerzas es necesaria para invertir los papeles entre los dos bandos con relación a la ofensiva y la defensiva. En la defensiva, la retirada pertenece fundamentalmente, hasta su punto final, a la fase pasiva, es decir, a la fase de la "defensa". La contraofensiva pertenece a la fase activa, o sea, a la fase del "ataque". Aunque durante toda la etapa de la defensiva estratégica, la contraofensiva no pierde su carácter defensivo, ésta, comparada con la retirada, representa un cambio no sólo de forma, sino también de contenido. La contraofensiva es el paso de la defensiva estratégica a la ofensiva estratégica; reviste el carácter de preludio de la ofensiva estratégica. La concentración de las fuerzas persigue precisamente ese fin.

    En tercer lugar, la concentración de las fuerzas es necesaria para invertir los papeles entre los dos bandos con relación a las operaciones en líneas interiores y exteriores. Un ejército que opera en líneas estratégicamente interiores tiene muchas desventajas, y esto es así especialmente en el caso del Ejército Rojo, que se halla enfrentado a las campañas de "cerco y aniquilamiento". Pero en las campañas o combates podemos cambiar esta situación y debemos hacerlo incuestionablemente. Convertir una gran campaña enemiga de "cerco y aniquilamiento" en multitud de pequeñas y separadas camparlas de cerco y aniquilamiento de nuestras tropas contra el enemigo; transformar el ataque convergente que el adversario lanza contra nosotros en escala estratégica, en una serie de ataques convergentes que lanzaremos contra el adversario en el plano de las campañas o combates; convertir la superioridad estratégica del enemigo en superioridad nuestra sobre él en las campañas o combates; colocar al enemigo que está en una posición estratégicamente fuerte en una posición débil en el plano de las campañas o combates, y pasar, al mismo tiempo, de nuestro estado de debilidad estratégica a un estado de fortaleza en

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las campañas o combates. Es a todo esto a lo que llamamos operaciones en líneas exteriores dentro de las operaciones en líneas interiores, campañas de cerco y aniquilamiento dentro de la campaña de "cerco y aniquilamiento", bloqueo dentro del bloqueo, ofensiva dentro de la defensiva, superioridad dentro de la inferioridad, fortaleza dentro de la debilidad, ventajas dentro de las desventajas, e iniciativa dentro de la pasividad. La victoria en la defensiva estratégica depende, en lo fundamental, de la concentración de las fuerzas.

    En la historia militar del Ejército Rojo de China, este problema ha sido con frecuencia tema de importantes controversias. En la batalla de Chían del 4 de octubre de 1930, avanzamos y atacamos antes de que nuestras fuerzas estuviesen concentradas por completo. Por fortuna las fuerzas enemigas (la división de Teng Ying) huyeron por iniciativa propia; nuestro ataque, en sí mismo, resultó infructuoso.

    A partir de 1932, se planteó la consigna de "Atacar en todo el frente", que exigía que se lanzaran ataques desde la base de apoyo en todas las direcciones: hacia el Norte, el Sur, el Este y el Oeste. Esto es erróneo no sólo en la defensiva estratégica, sino también en la ofensiva estratégica. Mientras no se produzca un cambio radical en toda la correlación de fuerzas entre el enemigo y nosotros, tanto la estrategia como la táctica comprenden la defensiva y la ofensiva, la contención y el asalto, y "atacar en todo el frente" es algo rarísimo en la práctica. Semejante consigna es una expresión del igualitarismo militar que acompaña al aventurerismo militar.

    En 1933, los partidarios del igualitarismo militar formularon la teoría de "golpear con dos puños en dos direcciones a la vez" dividieron en dos a las fuerzas principales del Ejército Rojo, intentando conquistar victorias simultáneas en dos direcciones estratégicas. Como resultado de esto, uno de los puños permaneció inactivo, mientras que el otro se fatigó en los combates y, lo que es peor, se perdió la ocasión de lograr la más grande victoria posible de ese momento. En mi opinión, cuando nos vemos frente a un enemigo poderoso, debemos emplear nuestro ejército, sea cual fuere su fuerza numérica, en una sola dirección principal en un momento determinado, y no en dos direcciones a la vez. No me opongo a operaciones en dos o más direcciones, pero en cada momento dado debe haber sólo una dirección principal. Si el Ejército Rojo de China, que apareció en el escenario de la guerra civil como una fuerza pequeña y débil, ha podido derrotar repetidas veces a su poderoso enemigo y asombrar al mundo con sus victorias, se debe en gran medida a que ha aplicado el principio de concentración

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de las fuerzas. Esto se puede demostrar examinando cualquiera de nuestras grandes victorias. La fórmula de "enfrentar uno a diez y diez a cien" se refiere a la estrategia, a la guerra en su conjunto y a la correlación general de fuerzas entre el enemigo y nosotros. En este sentido, eso es, efectivamente, lo que hemos hecho. Pero esta fórmula no se refiere a las campañas ni a la táctica, en las que jamás debemos proceder así. Tanto en la contraofensiva como en la ofensiva, siempre debemos concentrar una gran fuerza para golpear a una parte del enemigo. Cada vez que no concentramos nuestras fuerzas lo pagamos caro, como en la batalla contra Tan Tao-yuan en la zona de Tungshao, distrito de Ningtu, provincia de Chiangsí, en enero de 1931; en la que se dio contra el XIX Ejército en la zona de Kaosings¸, distrito de Singkuo, Chiangsí, en agosto de 1931; en la batalla contra Chen Chi-tang en la zona de Shuikous¸, distrito de Nansiung, provincia de Kuangtung, en julio de 1932, y en la batalla contra Chen Cheng en la zona de Tuantsun, distrito de Lichuan, Chiangsí, en marzo de 1934. Batallas como la de Shuikous¸ y la de Tuantsun fueron generalmente consideradas como victorias o incluso como grandes victorias (en la primera fueron desbaratados veinte regimientos de Chen Chi-tang y en la segunda doce regimientos de Chen Cheng), pero nosotros jamás aplaudimos tales victorias y, en cierto sentido, incluso podemos calificarlas de derrotas. En nuestra opinión, una victoria tiene poca importancia cuando no nos trae ningún botín o cuando el botín no es mayor que nuestras pérdidas. Nuestra estrategia es "enfrentar uno a diez", y nuestra táctica es "enfrentar diez a uno": éste es uno de los principios fundamentales en que nos basamos para derrotar al enemigo.

    El igualitarismo militar llegó a su punto culminante durante nuestra quinta contracampaña en 1934. Se consideraba que "dividiendo las fuerzas en seis direcciones" y "resistiendo en todo el frente", podíamos vencer al enemigo, pero finalmente fue el enemigo el que nos derrotó, y todo esto se explica por el miedo a perder territorio. Naturalmente, es difícil evitar la pérdida de territorio cuando se concentran las fuerzas principales para operar en una dirección determinada y se dejan sólo fuerzas de contención en otras. Pero semejante pérdida es temporal y parcial, y se compensará con la victoria en la dirección en que efectuemos nuestro asalto. Una vez lograda esta victoria, se puede recuperar lo perdido en las direcciones en que hemos realizado nuestras operaciones de contención. Durante la primera, segunda, tercera y cuarta campañas de "cerco y aniquilamiento" del enemigo, sufrimos pérdidas

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de territorio, y particularmente en la tercera campaña, en que se perdió casi por completo la base de apoyo del Ejército Rojo en Chiangsí. Pero al final nuestro territorio no sólo fue recuperado, sino incluso ampliado.

    La subestimación de la fuerza del pueblo en nuestras bases de apoyo conduce con frecuencia a temer injustificadamente que el Ejército Rojo se aleje demasiado de esas bases. Esto sucedió en 1932, cuando el Ejército Rojo de Chiangsí inició una larga marcha para atacar la ciudad de Changchou, provincia de Fuchién, y también en 1933, cuando viró para atacar Fuchién después de la victoria en nuestra cuarta contracampaña. En el primer caso, había temor de que el enemigo se apoderara de toda la base de apoyo, y en el segundo, de que se apoderara de parte de ella. En consecuencia, había oposición a concentrar las fuerzas e insistencia en dividirlas para defender la base de apoyo. Pero en ambos casos el resultado demostró que ése era un temor infundado. Pues de una parte, el enemigo teme penetrar en nuestra base de apoyo, y además, el peligro principal a sus ojos es el Ejército Rojo que penetra en la zona blanca para trabar combate allí. Su atención se concentra siempre en donde se hallan las fuerzas regulares del Ejército Rojo. Es muy raro que el enemigo aparte su atención de estas fuerzas para dirigirla sólo a nuestra base de apoyo. Incluso cuando el Ejército Rojo se halla a la defensiva, sigue siendo el centro de la atención del enemigo. Reducir nuestra base de apoyo forma parte del plan general del enemigo, pero si el Ejército Rojo concentra las fuerzas principales y aniquila a una de sus columnas, el alto mando enemigo se verá obligado a dedicar aún mayor atención al Ejército Rojo y a concentrar fuerzas aún mayores contra él. De ahí que sea posible frustrar el plan enemigo de reducir el territorio de nuestra base de apoyo.

    También es erróneo afirmar que "durante la quinta campaña de 'cerco y aniquilamiento', en la cual el enemigo recurrió a la guerra de blocaos, nos era imposible operar con fuerzas concentradas, y todo lo que podíamos hacer era dividirlas para la defensa y lanzar embestidas breves y repentinas". La táctica enemiga de construir blocaos después de un avance de tres o cinco, ocho o diez li, se debió exclusivamente a que el Ejército Rojo ofrecía resistencia paso por paso. La situación habría sido sin duda distinta si nuestro ejército hubiera abandonado la táctica de la defensa paso por paso en sus líneas interiores, y hubiera dado un rodeo y penetrado en las líneas interiores del enemigo para atacarlo cuando fuera necesario y posible. El principio de concentración

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de las fuerzas constituye precisamente el medio para derrotar la guerra de blocaos del enemigo.

    La concentración de las fuerzas que propugnamos no implica el abandono de la guerra popular de guerrillas. Como se ha demostrado ya hace tiempo, la línea de Li Li-san, que rechazaba la "pequeña" guerra de guerrillas y exigía que "se concentrara hasta el último fusil en el Ejército Rojo", era errónea. Desde el punto de vista de la guerra revolucionaria en su conjunto, la guerra popular de guerrillas y las operaciones de las fuerzas regulares del Ejército Rojo se complementan como las dos manos del hombre. Si contáramos sólo con las fuerzas regulares del Ejército Rojo, sin la guerra popular de guerrillas, seríamos como un guerrero manco. En términos concretos, y especialmente desde el punto de vista de las operaciones militares, cuando hablamos de la población de la base de apoyo como una condición, queremos decir que contamos con un pueblo armado. Esta es la razón fundamental por la cual el enemigo teme aproximarse a nuestra base de apoyo.

    También es necesario emplear destacamentos del Ejército Rojo para operaciones en direcciones secundarias; no todas las fuerzas de éste deben ser concentradas. La concentración de las fuerzas que propugnamos se basa en el principio de garantizarnos la superioridad absoluta o relativa en el campo de batalla. Para hacer frente a un enemigo fuerte o combatir en un campo de batalla de importancia vital, debemos contar con una superioridad absoluta de fuerzas. Por ejemplo, en la batalla inicial de la primera contracampaña, el 30 de diciembre de 1930, concentramos una fuerza de cuarenta mil hombres contra los nueve mil de Chang Jui-tsan. Al hacer frente a un enemigo débil o al operar en un campo de batalla sin gran importancia, basta con una fuerza relativamente superior. Por ejemplo, el 29 de mayo de 1931, en la última batalla de la segunda contracampaña, el Ejército Rojo, en su ataque a la ciudad de Chienning, empleó sólo algo más de diez mil hombres contra los siete mil de la división de Liu Je-ting.

    Eso no quiere decir que sea necesario contar con una fuerza superior en todas las ocasiones. En ciertas circunstancias podemos salir al combate con fuerzas relativa o absolutamente inferiores. Veamos un ejemplo del empleo de una fuerza relativamente inferior. Supongamos que, en un sector determinado, el Ejército Rojo sólo dispone de una fuerza relativamente pequeña (no se trata del caso en que, contando con más tropas, no las ha concentrado). Entonces, para aplastar el ataque de un enemigo superior en una situación en que el apoyo popular,

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el terreno y el tiempo nos son muy favorables, es evidentemente necesario contener, con unidades guerrilleras o pequeños destacamentos, el centro y uno de los flancos del enemigo, y concentrar todas las demás fuerzas del Ejército Rojo para un ataque por sorpresa contra un sector del otro flanco; de esta manera es posible lograr la victoria. En nuestro ataque por sorpresa a dicho sector del flanco enemigo, se aplica también el principio de emplear una fuerza superior contra otra inferior, de utilizar a muchos para derrotar a pocos. El mismo principio se aplica igualmente cuando entramos en batalla contando con una fuerza absolutamente inferior, por ejemplo, cuando una unidad guerrillera realiza una operación por sorpresa contra una gran agrupación del ejército blanco y ataca sólo a una pequeña parte de ella.

    La afirmación de que la concentración de una gran fuerza para operaciones en un solo campo de batalla está sujeta a las limitaciones de terreno, caminos, avituallamiento, alojamiento, etc., también tiene que ser considerada a la luz de circunstancias distintas. Estas limitaciones afectan en diferente grado al Ejército Rojo y al ejército blanco, porque el primero es capaz de soportar mayores dificultades que el segundo.

    Derrotamos a muchos con pocos: así se lo declaramos a las fuerzas gobernantes de China en su conjunto. Pero también derrotamos a pocos con muchos: así se lo declaramos a cada parte de las fuerzas enemigas contra las cuales luchamos en el campo de batalla. Esto ya no es un secreto; el enemigo, en general, conoce bien nuestro modo de actuar. Pero no puede impedir nuestras victorias ni evitar sus pérdidas, porque no sabe cuándo ni dónde actuaremos de esta manera. Esto lo mantenemos en secreto. Por lo común, el Ejército Rojo opera por sorpresa.

7. GUERRA DE MOVIMIENTOS

    ¿Guerra de movimientos o guerra de posiciones? Respondemos: guerra de movimientos. Cuando no tenemos grandes fuerzas ni reservas de municiones y cuando en cada base de apoyo sólo disponemos de una unidad del Ejército Rojo para enviarla adonde haya que combatir, la guerra de posiciones, en lo fundamental, nos resulta inútil. Para nosotros, la guerra de posiciones es, en general, inaplicable tanto en la defensa como en el ataque.

    Una de las características destacadas de las operaciones del Ejército Rojo, que emana del hecho de que el enemigo es fuerte y el Ejército

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Rojo débil en equipo técnico, es la ausencia de un frente de operaciones estable.

    Los frentes de operaciones del Ejército Rojo son determinados por la dirección en que opera. La inestabilidad de esta dirección implica la de los frentes de operaciones del Ejército Rojo. Aunque la dirección general no cambia en un período determinado, las direcciones particulares dentro de ésta pueden cambiar en cualquier momento. Cuando somos contenidos en una dirección, tenemos que pasar a otra. Si después de un tiempo también nos vemos contenidos en la dirección general, tenemos que cambiar incluso ésta.

    En una guerra civil revolucionaria, los frentes de operaciones no pueden ser estables; tal fue también el caso de la Unión Soviética. La situación del ejército soviético se diferenciaba de la del nuestro sólo en que sus frentes no eran tan inestables como los nuestros. En ninguna guerra puede haber un frente de operaciones absolutamente estable, porque los cambios — victorias o derrotas, avances o retiradas — lo impiden. Sin embargo, se dan con frecuencia frentes de operaciones relativamente estables en las guerras en general. Sólo hay excepciones cuando se trata de un ejército que lucha con un enemigo mucho más fuerte, como es el caso del Ejército Rojo de China en la etapa actual.

    La inestabilidad de los frentes de operaciones conduce a la inestabilidad del territorio de nuestras bases de apoyo, que se dilatan y se contraen constantemente. Sucede a menudo que mientras aparece una base de apoyo, otra desaparece. Esta variabilidad de nuestro territorio está condicionada enteramente por la movilidad de las operaciones militares.

    La movilidad de las operaciones militares y la variabilidad de nuestro territorio dan a todo el trabajo de construcción en nuestras bases de apoyo un carácter variable. Todo plan en este sentido que abarque varios años está fuera de consideración. Los frecuentes cambios en los planes son para nosotros un fenómeno corriente.

    Es útil que reconozcamos esta característica. Debemos elaborar nuestros planes sobre esta base, y no forjarnos ilusiones acerca de una guerra puramente ofensiva, una guerra sin retirada, ni alarmarnos por la variación temporal de nuestro territorio y de la retaguardia de nuestro ejército, ni tratar de trazar planes concretos a largo plazo. Debemos adaptar nuestro pensamiento y nuestro trabajo a las circunstancias, estar dispuestos a establecernos y también a marchar, y tener siempre a mano nuestra mochila de raciones. Sólo a costa de los esfuer-

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zos que hacemos en nuestra vida errante de hoy, podremos conseguir una relativa estabilidad para mañana y, al final, la plena estabilidad.

    Los partidarios de la línea estratégica de la llamada "guerra regular", que dominaba durante la quinta contracampaña, negaron esta movilidad y se opusieron a lo que ellos llamaban "guerrillerismo". Estos camaradas, que se oponían a la movilidad, actuaban como si fueran gobernantes de un gran Estado, y el resultado fue una extraordinaria y colosal movilidad: la Gran Marcha de veinticinco mil li.

    Nuestra república democrática de obreros y campesinos es un Estado, pero actualmente todavía no lo es en el pleno sentido de la palabra. Hoy nos encontramos aún en el período de defensiva estratégica de la guerra civil; nuestro Poder está todavía muy lejos de tener la forma completa de un Estado. Nuestro ejército es todavía muy inferior al ejército enemigo, tanto en efectivos como en equipo técnico; nuestro territorio es aún muy pequeño, y el enemigo sueña constantemente con aniquilarnos y no se dará por satisfecho mientras no lo consiga. En estas condiciones, al definir nuestra política, debemos admitir con franqueza el carácter guerrillero del Ejército Rojo, en lugar de repudiar el guerrillerismo en términos generales. Es inútil sentirnos avergonzados de ello. Por el contrario, ese carácter guerrillero es precisamente nuestra particularidad, nuestro punto fuerte, nuestro medio para derrotar al enemigo. Debemos prepararnos a desechar ese carácter, pero hoy no podemos hacerlo todavía. En el futuro, llegaremos a avergonzarnos de ese carácter y lo desecharemos; pero hoy es algo valioso en que debemos persistir.

    "Combatir cuando podamos vencer y cuando no, marcharnos": tal es la interpretación popular de nuestra actual guerra de movimientos. No hay ningún experto militar en el mundo que estime necesario sólo combatir y niegue la necesidad de marcharse, sólo que nadie marcha tanto como nosotros. En nuestro caso, por lo común dedicamos más tiempo a las marchas que a los combates; ya estaría bien si sostuviéramos en promedio un combate importante por mes. Cuando nos marchamos, lo hacemos siempre con miras a combatir. Toda nuestra orientación estratégica y de operaciones se basa en combatir. No obstante, hay varias circunstancias en las cuales es inconveniente combatir. En primer lugar, no conviene combatir cuando el enemigo que tenemos enfrente es numéricamente superior. En segundo lugar, a veces tampoco conviene combatir cuando las fuerzas del enemigo, aunque no son tan grandes, se hallan muy cerca de otras unidades enemigas. En tercer lugar, hablando en términos generales, no

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conviene combatir a una fuerza enemiga que no está aislada y que se encuentra fuertemente atrincherada. En cuarto lugar, es inconveniente continuar un combate cuando no hay perspectiva de victoria. En todos estos casos, debemos estar dispuestos a marcharnos. Esto es admisible y necesario, porque nuestro reconocimiento de la necesidad de marcharnos está basado, ante todo, en nuestro reconocimiento de la necesidad de combatir. He aquí la característica fundamental de la guerra de movimientos del Ejército Rojo.

    Nuestra guerra es en lo fundamental una guerra de movimientos, pero no rechazamos la guerra de posiciones allí donde es necesaria y posible. Tenemos que reconocer la necesidad de recurrir a la guerra de posiciones cuando, en la defensiva estratégica, defendemos tenazmente algunos puntos clave con miras a contener al enemigo, o cuando, durante nuestra ofensiva estratégica, nos encontramos frente a una fuerza enemiga aislada y privada de toda ayuda. Tenernos ya considerable experiencia en el empleo de los métodos de la guerra de posiciones para vencer al enemigo: hemos tomado muchas ciudades, blocaos y aldeas fortificadas, y hemos abierto brechas en sus posiciones de campaña bastante bien fortificadas. En el futuro tendremos que intensificar nuestros esfuerzos y remediar nuestras insuficiencias en este sentido. Es completamente necesario que aboguemos por el ataque o la defensa de posiciones fortificadas cuando las circunstancias lo exijan y permitan. A lo que nos oponemos hoy es al empleo general de la guerra de posiciones, o a darle la misma importancia que a la guerra de movimientos; esto es lo inadmisible.

    ¿Acaso no se ha producido ningún cambio, durante los diez años de guerra, en el carácter guerrillero del Ejército Rojo, en la ausencia de frentes de operaciones estables, en la variabilidad del territorio de nuestras bases de apoyo o en la inestabilidad del trabajo de construcción en estas bases? Sí, ha habido cambios. En la primera etapa, que va desde la época de las montañas Chingkang hasta el comienzo de la primera contracampaña en Chiangsí, ese carácter guerrillero y esa variabilidad o inestabilidad eran muy pronunciados. El Ejército Rojo estaba aún en su infancia y las bases de apoyo todavía eran zonas guerrilleras. En la segunda etapa, que se extiende de la primera contracampaña a la tercera, los rasgos señalados antes disminuyeron considerablemente. Se había formado el Ejército del I Frente y nuestras bases de apoyo ya contaban con una población de varios millones de habitantes. En la tercera etapa, comprendida entre el final de la tercera contracampaña y la quinta, ese carácter guerrillero y esa

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variabilidad o inestabilidad disminuyeron aún más. Ya se habían establecido el Gobierno Central y la Comisión Militar Revolucionaria. La Gran Marcha constituyó la cuarta etapa. Por haber rechazado erróneamente la guerra de guerrillas y la movilidad en pequeña escala, nos embarcamos en una guerra de guerrillas y una movilidad de enorme escala. Ahora nos encontramos en la quinta etapa. Como no conseguimos aplastar la quinta campaña de "cerco y aniquilamiento" y como se produjo esta gran movilidad, el Ejército Rojo y las bases de apoyo se han visto considerablemente reducidos. Sin embargo, nos hemos instalado firmemente en el Noroeste; hemos consolidado y desarrollado nuestra base de apoyo de la Región Fronteriza de Shensí-Kansú-Ningsia. Los ejércitos de tres frentes que constituyen las fuerzas principales del Ejército Rojo se hallan ya bajo un mando único, cosa que no ocurría antes.

    Desde el punto de vista del carácter de nuestra estrategia, también se puede decir que el período transcurrido desde los días en las montañas Chingkang hasta la cuarta contracampaña fue una etapa; la quinta contracampaña, otra, y el período que va desde la Gran Marcha hasta ahora, la tercera. Durante nuestra quinta contracampaña, fue rechazada erróneamente la antigua línea correcta; ahora, hemos rechazado con toda razón la errónea línea que se adoptó durante la quinta contracampaña y revivido la justa línea anterior. Pero no descartamos todo lo de la quinta contracampaña ni revivirnos todo lo anterior a ella. Sólo revivimos lo bueno del pasado y rechazamos lo erróneo del período de la quinta contracampaña.

    El guerrillerismo tiene dos aspectos. El uno es el carácter irregular, es decir, la descentralización, la falta de unificación, la ausencia de una disciplina estricta, los métodos simplistas de trabajo, etc. Todos estos rasgos los trae el Ejército Rojo del período de su infancia y algunos de ellos eran justamente lo que se necesitaba entonces. Pero a medida que el Ejército Rojo alcanza su etapa superior, debe desembarazarse de todo ello gradual y conscientemente, para hacerse más centralizado, más unificado, más disciplinado y más cuidadoso en su trabajo, en una palabra, para adquirir un carácter más regular. En lo que respecta a la dirección de las operaciones militares, es también necesario reducir en forma gradual y consciente aquellas características guerrilleras que dejan de ser necesarias en la etapa superior. Negarse a progresar en este aspecto y aferrarse obstinadamente a la antigua etapa es inadmisible y perjudicial; es desventajoso para las operaciones en gran escala.

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    El otro aspecto del guerrillerismo lo constituyen el principio de la guerra de movimientos, el carácter guerrillero de nuestras operaciones estratégicas y de campañas, que todavía nos es necesario, la variabilidad, todavía inevitable, del territorio de nuestras bases de apoyo, la flexibilidad en nuestros planes de construcción de estas bases y el rechazo a dar prematuramente un carácter regular al Ejército Rojo en el curso de su formación. A este respecto, es igualmente inadmisible y dañino, igualmente desventajoso para nuestras operaciones actuales, negar los hechos históricos, oponerse a la conservación de lo que es útil, dejar irreflexivamente la actual etapa para correr a ciegas hacia una "nueva etapa" inaccesible y desprovista de toda significación real en la actualidad.

    Nos encontramos ahora en vísperas de una nueva etapa en cuanto a equipo técnico y organización del Ejército Rojo. Debemos prepararnos para pasar a ella. No hacerlo sería erróneo y desventajoso para nuestras futuras operaciones militares. En el futuro, cuando las condiciones técnicas y organizativas del Ejército Rojo hayan cambiado y éste haya entrado en una nueva etapa de su formación, las direcciones de sus operaciones y los frentes de combate se harán relativamente estables, se recurrirá más a la guerra de posiciones, y el carácter móvil de la guerra, la variabilidad de nuestro territorio y la inestabilidad de nuestro trabajo de construcción disminuirán en gran medida para desaparecer finalmente. Entonces, ya no será un obstáculo para nosotros todo lo que nos limita ahora, como por ejemplo, las fuerzas superiores del enemigo y sus posiciones sólidamente fortificadas.

    En la actualidad nos oponemos, por una parte, a las erróneas medidas adoptadas en el período en que dominaba el oportunismo de "izquierda" y, por la otra, al renacimiento de muchos de los rasgos de irregularidad propios de la infancia del Ejército Rojo y que ya han dejado de ser necesarios. Pero debemos restablecer resueltamente los numerosos y valiosos principios relativos a la formación del Ejército, a la estrategia y a la táctica, con arreglo a los cuales el Ejército Rojo ha logrado victorias constantemente. Debemos resumir todo lo valioso del pasado y transformarlo en una línea militar sistemática, aún más desarrollada y más rica, a fin de ganar hoy victorias sobre nuestro enemigo y prepararnos para pasar a una nueva etapa en el futuro.

    Hacer la guerra de movimientos abarca numerosos problemas, tales como el reconocimiento, el juicio sobre la situación, la adopción de decisiones, la disposición de las fuerzas para el combate, la dirección del combate, el camuflaje, la concentración de las fuerzas, las marchas,

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el despliegue, el ataque, la persecución, el ataque por sorpresa, el ataque a posiciones, la defensa de posiciones, los encuentros inesperados, la retirada, el combate nocturno, las operaciones especiales, las maniobras para evitar las fuerzas enemigas poderosas y atacar a las débiles, el asedio a las ciudades para aniquilar los refuerzos enemigos, el ataque simulado, la defensa antiaérea, las maniobras entre varias unidades enemigas, las maniobras para atacar una unidad enemiga eludiendo otra mediante un rodeo, los combates sucesivos, las operaciones sin retaguardia, la necesidad de descansar y acumular energías, etc. En la historia del Ejército Rojo, todas estas formas de acción han presentado muchas particularidades que deben ser tratadas en forma metódica y resumidas en la ciencia de las campañas. Sobre ellas no me extenderé aquí.

8. GUERRA DE DECISION RAPIDA

    La guerra prolongada en el plano estratégico y las campañas o combates de decisión rápida son dos aspectos de una misma cosa, dos principios a los que se debe dar simultáneamente igual importancia en la guerra civil y que también son aplicables en la guerra antiimperialista.

    El carácter prolongado de nuestra guerra está determinado por el hecho de que las fuerzas reaccionarias son poderosas mientras que las fuerzas revolucionarias sólo crecen en forma gradual. Aquí, la impaciencia es perjudicial, y preconizar la "decisión rápida" es erróneo. Sostener una guerra revolucionaria durante diez años, como lo hemos hecho nosotros, podría ser sorprendente en otros países, pero para nosotros no representa más que los párrafos iniciales de un "ensayo en ocho partes" — la "introducción", la "exposición preliminar del tema" y las "tesis generales de la disertación"[36] –, y nos esperan todavía apasionantes capítulos. No cabe duda que, bajo la influencia de las condiciones internas y externas, las cosas pueden desarrollarse en el futuro mucho más rápido que en el pasado. Como ya se han producido cambios en la situación internacional e interna y sobrevendrán cambios aún mayores en el futuro, puede decirse que hemos dejado atrás la situación anterior en que el desarrollo era lento y luchábamos en el aislamiento. Pero no debemos esperar que los éxitos nos lleguen de la noche a la mañana. La aspiración de "aniquilar al enemigo antes del desayuno" es laudable, pero sería malo elaborar

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los planes concretos de acción sobre la base de esta aspiración. Como las fuerzas reaccionarias de China están respaldadas por muchas potencias imperialistas, nuestra guerra revolucionaria continuará siendo una guerra prolongada hasta que las fuerzas revolucionarias del país hayan acumulado suficiente poderío para quebrar las principales posiciones de los enemigos internos y externos, y hasta que las fuerzas revolucionarias internacionales hayan aplastado o contenido a la mayor parte de las fuerzas de la reacción internacional. Formular nuestra línea estratégica de guerra prolongada partiendo de este punto, es uno de los principios importantes de nuestra dirección estratégica.

    El principio que se aplica a las campañas y combates es inverso: no la larga duración, sino la decisión rápida. Buscar la decisión rápida en las campañas y combates es algo propio de todas las épocas y de todos los países. En una guerra tomada en su conjunto, también se busca, en todo tiempo y lugar, la decisión rápida, y siempre se considera desventajosa una guerra de larga duración. Sólo en el caso de China, la guerra debe ser manejada con la máxima paciencia y tratada como una guerra prolongada. Durante el período de la línea de Li Li-san, cierta gente ridiculizaba nuestra manera de proceder, llamándola "táctica de boxeo" (o sea, la táctica de conquistar una gran ciudad sólo después de numerosos cambios de golpes), y se burlaba de nosotros diciendo que no veríamos la victoria de la revolución hasta que tuviésemos blancos los cabellos. Se ha demostrado ya hace tiempo que semejante impaciencia es errónea. Pero estas observaciones críticas habrían sido perfectamente justas si se hubiesen referido a los problemas de las campañas y combates, y no a la estrategia. Esto se explica porque, en primer lugar, el Ejército Rojo no tiene una fuente de abastecimiento de armas y, en especial, de municiones; en segundo lugar, hay numerosos ejércitos blancos contra un solo Ejército Rojo, que debe prepararse para llevar a cabo un combate tras otro en rápida sucesión, a fin de aplastar cada campaña de "cerco y aniquilamiento", y, en tercer lugar, aunque los ejércitos blancos avanzan por separado, en la mayoría de los casos se mantienen bastante cerca unos de otros y si, al atacar a uno de ellos, no logramos decidir rápidamente la batalla, todos los demás convergerán sobre nosotros. Por estas razones tenemos que recurrir a operaciones de decisión rápida. Es habitual que terminemos una batalla en unas cuantas horas, o en uno o dos días. Sólo cuando nuestro plan es "el asedio a las ciudades para aniquilar los refuerzos enemigos", es decir, cuando nuestro propósito no es aniquilar al enemigo sitiado, sino a las tropas que se envíen en su socorro, estamos

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dispuestos a realizar operaciones relativamente prolongadas contra el enemigo sitiado, pero buscamos siempre una decisión rápida en nuestro ataque a sus refuerzos. Frecuentemente nos orientamos también hacia las campañas o combates prolongados cuando, durante la defensiva estratégica, defendemos tenazmente nuestros puntos de apoyo en los sectores donde efectuamos operaciones de contención, o cuando, durante la ofensiva estratégica, atacamos a fuerzas enemigas aisladas y privadas de toda ayuda o eliminamos los puntos fortificados blancos dentro de nuestras bases de apoyo. Pero semejantes operaciones prolongadas no obstaculizan sino que ayudan a las operaciones de decisión rápida de las fuerzas regulares del Ejército Rojo.

    La decisión rápida no se puede obtener sólo con desearla; requiere muchas condiciones concretas. Las principales son: prepararse bien, no dejar escapar el momento oportuno, concentrar una fuerza superior, emplear la táctica de cerco y de movimientos envolventes, elegir un terreno favorable y atacar a las fuerzas enemigas cuando están en marcha o cuando se han detenido pero no han consolidado todavía sus posiciones. Sin estas condiciones es imposible conseguir la decisión rápida en una campaña o combate.

    El aplastamiento de una campaña de "cerco y aniquilamiento" es una operación en gran escala, en la que conviene aplicar también el principio de decisión rápida y no el de larga duración, porque las condiciones de una base de apoyo, tales como reservas humanas, recursos financieros y poderío militar, no permiten operaciones prolongadas.

    Pero, al observar en general el principio de decisión rápida, debemos oponernos a la precipitación indebida. Es absolutamente necesario que el organismo superior que dirige militar y políticamente una base de apoyo revolucionaria, teniendo en cuenta las condiciones de esa base antes mencionadas y la situación del enemigo, no se deje intimidar por la furiosa presión de éste, ni pierda el ánimo ante dificultades que pueden soportarse, ni se descorazone por ciertos reveses, sino que pruebe tener la paciencia y perseverancia necesarias. La primera campaña de "cerco y aniquilamiento" en Chiangsí fue aplastada, de la primera a la última batalla, sólo en una semana; la segunda, sólo en medio mes; la tercera, al cabo de tres meses; la cuarta, en tres semanas, y la lucha contra la quinta se prolongó durante todo un año. Pero cuando nos vimos obligados a romper el cerco después de no lograr aplastar la quinta campaña de "cerco y aniquilamiento", mostramos una precipitación injustificable. En aquellas circunstancias habríamos podido resistir dos o tres meses más, de modo que nuestras tropas

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hubieran tenido tiempo para descansar y reorganizarse. Si se hubiera procedido así y si, después de romper el cerco, la dirección hubiera actuado con un poco de inteligencia, la situación habría sido muy distinta.

    Sin embargo, el principio de reducir por todos los medios la duración de una campaña, principio de que hemos hablado, sigue siendo válido. En nuestros planes para las campañas y combates, debemos esforzarnos al máximo por concentrar nuestras fuerzas, recurrir a la guerra de movimientos, etc., a fin de asegurar el aniquilamiento de las fuerzas vivas del enemigo en las líneas interiores (esto es, en la base de apoyo) y el rápido aplastamiento de la campaña de "cerco y aniquilamiento". Pero cuando es a todas luces imposible desbaratar la campaña en nuestras líneas interiores, debemos emplear las fuerzas principales del Ejército Rojo para romper el cerco enemigo y desplazarnos a nuestras líneas exteriores, o sea, a las interiores del enemigo, a fin de lograr el mismo objetivo. Ahora que el enemigo ha desarrollado ampliamente su guerra de blocaos, ése será nuestro método habitual de operaciones. Dos meses después del comienzo de nuestra quinta contracampaña, cuando se produjo el Incidente de Fuchién[37], las fuerzas principales del Ejército Rojo debieron, sin duda alguna, haber irrumpido en la zona de Chiangsú-Chechiang-Anjui-Chiangsí, con la provincia de Chechiang como centro, y barrido a lo ancho y a lo largo la zona entre Jangchou, Suchou, Nankín, Wuju, Nanchang y Fuchou, pasando de la defensiva estratégica a la ofensiva estratégica, amenazando los centros vitales del enemigo y buscando combates en las vastas zonas donde no había blocaos. De ese modo habríamos podido obligar a las fuerzas enemigas que atacaban el Sur de Chiangsí y el Oeste de Fuchién a volver para defender sus centros vitales, y habríamos podido aplastar su ofensiva contra la base de apoyo de Chiangsí y aliviar la situación del Gobierno Popular de Fuchién, al que ciertamente habríamos ayudado actuando así. Rechazado este plan, no fue posible desbaratar la quinta campaña de "cerco y aniquilamiento" y el Gobierno Popular de Fuchién se derrumbó inevitablemente. Después de un año entero de lucha, aunque se había tornado desventajoso avanzar sobre Chechiang, todavía nos era posible pasar a la ofensiva estratégica en otra dirección, llevando nuestras fuerzas principales hacia la provincia de Junán, no para pasar a la provincia de Kuichou, sino para avanzar hasta el centro mismo de Junán; de esta manera habríamos podido inducir al enemigo a desplazarse de Chiangsí a Junán y aniquilarlo allí. Como este plan también fue rechazado,

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se disipó finalmente toda esperanza de aplastar la quinta campaña de "cerco y aniquilamiento" y no quedó más salida que la Gran Marcha.

9. GUERRA DE ANIQUILAMIENTO

    Para el Ejército Rojo de China es inconveniente preconizar la "guerra de desgaste". Que compitieran en riquezas no dos Reyes Dragones[38], sino un Rey Dragón y un mendigo, sería una cosa muy cómica. Para el Ejército Rojo, que obtiene del enemigo casi todos sus abastecimientos, la orientación básica es la guerra de aniquilamiento. Sólo aniquilando las fuerzas vivas del enemigo, podemos aplastar sus campañas de "cerco y aniquilamiento" y ampliar las bases de apoyo revolucionarias. Causar bajas al enemigo es un medio para aniquilarlo; de otro modo, no tendría ningún sentido. Nosotros mismos sufrimos pérdidas cuando infligimos bajas al enemigo, pero, aniquilándolo; completamos nuestras filas, y de este modo no sólo compensamos nuestras pérdidas, sino que aumentamos el poderío de nuestras tropas. En una guerra contra un enemigo poderoso, las operaciones encaminadas sólo a derrotarlo no pueden decidir radicalmente el desenlace de la guerra. En cambio, una batalla de aniquilamiento produce inmediatamente un gran impacto sobre el enemigo, sea éste quien fuere. En una riña es mejor cortarle un dedo al adversario que herirle en los diez; en una guerra, es preferible aniquilar una división enemiga que derrotar a diez.

    Nuestra política para hacer frente a la primera, segunda, tercera y cuarta campañas de "cerco y aniquilamiento" fue la guerra de aniquilamiento. Aunque las fuerzas aniquiladas en cada campaña no constituían más que una parte de las tropas enemigas, todas estas campañas fueron aplastadas. Pero durante la quinta contracampaña se adoptó una política contraria, que en realidad ayudó al enemigo a alcanzar su objetivo.

    La guerra de aniquilamiento implica la concentración de una fuerza superior y la adopción de la táctica de cerco y de movimientos envolventes. Sin las últimas, la primera es imposible. Condiciones tales como el apoyo del pueblo, un terreno favorable, una fuerza enemiga fácil de atacar y el ataque por sorpresa, son indispensables para aniquilar al enemigo.

    Desbaratar a una fuerza enemiga o permitirle escapar sólo tiene sentido cuando, en el combate o campaña en su conjunto, nuestras fuerzas principales realizan operaciones de aniquilamiento contra otra

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fuerza enemiga ya determinada; de otro modo es una cosa sin sentido. Aquí las pérdidas se justifican por las ganancias.

    Cuando establecemos nuestra propia industria de guerra, debernos guardarnos de depender de ella. Nuestra política básica consiste en apoyarnos en las industrias de guerra de los países imperialistas y de nuestro enemigo interno. Tenemos derecho a la producción de las fábricas de armamentos de Londres y de Janyang, y las unidades enemigas nos sirven de brigadas de transporte. Esta es la pura verdad y no una broma.

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NOTAS

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