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La identidad perdida




Enviado por Bruno Nizzoli



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Monografía destacada

  1. Introducción
  2. Concepción del ser humano
  3. La identidad humana
  4. La verdadera causa del mal
  5. Evolución de las identidades y su perspectiva
  6. Hacia un sistema humano
  7. Conclusión

Introducción

Este ensayo fue concebido en principio con el interés de revelar la influencia de la identidad sobre los distintos planos del comportamiento humano tanto a nivel individual como social. De todas maneras, como veremos, la identidad tiene una proyección importante sobre varios otros temas pesados, como la libertad, la conciencia, el autodesarrollo, la alienación y coerción social, e incluso, la configuración de los sistemas sociales. Son en realidad estos los temas dominantes de cada capítulo. Por otro lado, el nivel de generalidad de las afirmaciones vertidas en este ensayo hace también imposible su encuadre dentro de una disciplina particular, aunque se podría decir que los primeros tres capítulos se orientan mayormente a un enfoque individual más propio de la psicología, mientras que los dos últimos tienen una clara orientación sociológica.

En los primeros capítulos presento una teoría de muy amplio alcance que permite entender importantes aspectos del comportamiento humano. Nada menos que en él se define la adopción de identidades subjetivas como la principal responsable de la orientación que adquiere la manifestación de la vida emocional, cognitiva y social de los hombres. Esta teoría se complementa con una perspectiva ética desarrollada en el capítulo 2 acerca de lo que podríamos considerar real y deseable en términos de identidad desde una posición humanista. Esto me ha permitido desarrollar un análisis comparado y prospectivo de la adopción de identidades, así como identificar problemas y soluciones relativos al comportamiento humano.

Muchos de los conflictos y limitaciones del ser humano obedecen al tipo de la identidad asumida. Los principales condicionantes del comportamiento que afectan a los hombres y que no les permiten alcanzar un grado deseable de autonomía, integración y autodesarrollo se originan en la adopción de identidades falsas socialmente moldeadas para sumergir al hombre en un estado de sometimiento frente a intereses que son ajenos e indiferentes al destino de la humanidad. En los últimos capítulos ofrezco un panorama del desarrollo futuro de las posibilidades, nunca más actuales, de liberar al hombre de la tiranía de estas identidades artificialmente creadas. Pero para entender mejor el contenido que abordaremos, a continuación ofrezco una breve descripción de los temas y afirmaciones principales de cada capítulo.

En el capítulo 1 se afirma que el instinto de supervivencia del hombre se extiende más allá de las funciones necesarias para la vida, abarcando la defensa y afirmación de aquello con lo que el individuo se identifica psicológicamente. Es decir, que el instinto de conservar la vida se extiende a asegurar una identidad moldeada social y culturalmente. La identidad asumida está detrás de la forma como nos disponemos frente al mundo, de tal manera que la conducta de un hombre es el resultado de las oportunidades y desafíos que éste encuentra para afirmar esa identidad. La afirmación de la identidad, pues, es la principal fuente de orientación de las disposiciones emotivas, cognitivas y sociales en un grado fecundo para la interpretación del comportamiento humano.

Sin embargo, existe un estado de la conciencia que es libre de la influencia de toda identificación. La metaconciencia inaugura una instancia de percepción transpersonal desde la que podemos reconocer la identidad asumida e incluso alterarla. La metaconciencia por sí misma es un fenómeno cognitivo que no puede forjar directamente cambios permanentes en la conciencia ordinaria, en las emociones y el comportamiento en el plano social debido al principio de autonomía que les rige. Pero siendo la identidad el punto de enclave de estos planos del ser, la alteración de la identidad por medio de la metaconciencia puede afectar indirectamente, y de forma radical, el comportamiento del hombre en todos esos planos.

Esta posibilidad de ejercer una elección sobre la identidad asumida, concebida como la principal instancia de autodeterminación que cabe al hombre, hace que nos preguntemos acerca del alcance de otras identidades que podríamos adoptar. En el capítulo 2 pretendo describir precisamente las implicancias de la adopción de la identidad humana concibiéndola como la única auténtica y universal. La identidad humana no sólo es la única real, sino que de ella se desprende la expresión más lograda del ser a nivel emocional, cognitivo y social. Identificarse con lo humano nos permite ejercer todos los magníficos atributos de nuestra especie en su punto de máximo desarrollo. Desde el plano emocional la afirmación de la identidad humana se expresa como fuente de amor, armonía y felicidad permanentes; desde el plano cognitivo su afirmación trasvasa la inteligencia práctica y los conocimientos adquiridos, para manifestarse como fuente de creatividad y sabiduría sin límites; mientras que desde el plano social, la afirmación de la identidad humana sucede a través de la integración y cooperación con el prójimo conformando sistemas de interacción libres e integradores, donde el hombre es un fin en sí mismo.

Comúnmente la gente reconoce la identidad humana pero le asigna una importancia periférica frente a otros tipos de identidades, que no solo fueron creadas para someter a las masas (identidades nacionales, de clase, de género, etc.) sino que son significativamente inferiores y limitadas en cuanto a sus implicancias. Esto nos advierte sobre el descrédito social en el que ha caído el sentido de ser humano, incluso en manos de humanistas y defensores de derechos universales quienes le adjudican atribuciones de muy corto alcance. Lo que trato de hacer en este capítulo es recobrar los aspectos sustantivos de lo que significa ser humano, para que identificarse como tal no pueda ser ignorado a favor de otras identidades comparativamente inferiores, además de falsas.

La tesis fundamental del capítulo 3 se podría resumir en la idea de que muchos de los males individuales y sociales tienen como base la adopción de parte de los individuos de una identidad falsa, es decir, de alguna identidad diferente a la de ser humano. La adopción de identidades falsas formadas por sociedades o grupos particulares de personas, son la principal causa de confrontación, dominación, miseria y alienación de los hombres. Por el contrario, se sugiere que la libertad y convivencia armónica entre las personas depende directamente de que adoptemos la identidad humana universal, que es la base de la igualdad, la cooperación y la felicidad de todos los que habitamos esta tierra.

Nuestra sociedad en varios sentidos nos empuja a comportarnos como individuos aislados y dependientes al no permitirnos valorar lo que somos de origen; por el contrario, nos predispone a valorarnos diferencialmente por los logros, las acciones y atribuciones superficiales; a habitar una parte ínfima de nuestro ser y legitimar así la necesidad de subordinación y dependencia a fuentes de poder externas. Hemos sido engañados, nos han convencido de que todo lo bueno debe ser adquirido: que el saber debe ser enseñado, que la motivación debe ser estimulada, que el amor debe ser conquistado. Si en cambio, el sujeto interactúa en un ambiente en el que se lo valora por ser humano y en el que hay un fuerte sentido de unidad de grupo que coopera para lograr objetivos comunes, no sentirá la presión de hacer o tener algo para Ser, se sentirá aceptado de forma incondicional y podrá estar motivado a ejercer y desarrollar aquellos atributos que le son propios libremente.

En el capítulo 4 analizaremos la evolución de las identidades sociales predominantes desde el siglo XVI a la actualidad, identificaremos las características generales y tendencias de cambio en las identidades de cada período, con especial atención en las formas que adquieren en la actualidad. Aunque se trate de identidades falsas, debido a su diversidad e influencia, debemos saber cuáles son las características peculiares que fueron cobrando a lo largo del tiempo para poder captar la tendencia actual en vistas de una posible liberación orientada hacia la adopción generalizada de la identidad humana universal.

En el capítulo 5 analizaremos las características de dos tipos de sistemas sociales que conviven en la actualidad. Llamaré sistema humano a aquel que se origina en la interacción de individuos que afirman su identidad humana, y llamaré sistema materialista al que deviene de la expresión de seres alienados que adoptan identidades falsas. El sistema humano no es mejor sistema porque evita el despilfarro, la corrupción, la marginalidad o el daño medioambiental causado por el interés egoísta de lucro, sino principalmente porque es expresión del ser libre en ejercicio pleno de sus atributos humanos. El sistema materialista, por el contrario, al ser expresión de un sujeto limitado o que niega su ser real, adoptará características negativas en relación a la libertad y la integración humanas.

En los capítulos se fundamentarán debidamente estas afirmaciones y otras de alcance similar. Todo ello con el fin de promover una reflexión aguda sobre las cuestiones de base que están siendo desestimadas por otros autores quienes comúnmente se enfocan apenas en las consecuencias de los problemas planteados aquí. Así mismo, deseo que esta obra sirva para promover estudios más específicos adoptando de forma fecunda la perspectiva de la identidad como clave del comportamiento humano. Pero el principal objeto de divulgar esta obra es que sirva como una guía para orientar a otros hacia la experiencia inefable del encuentro con su ser auténtico, donde hallarán una fuente de extraordinaria belleza y riqueza que sólo puede ser liberada desde el interior de cada uno de nosotros hacia el mundo.

Bruno Nizzoli, Diciembre del 2010.

Concepción del ser humano

Planos del ser

Los principios de la vida

Los principios de la vida definen las funciones esenciales comunes a todo lo que podemos considerar vivo en este planeta. El hombre es antes que nada un organismo vivo, lo primero que distingue al hombre de todo lo que encontramos en el universo es aquella diferencia que establece frente a la materia inerte. Por lo que no podríamos referirnos a lo que es el ser humano sin remitirnos a estos principios básicos de la vida. No obstante, como veremos, estos principios no sólo se verifican a un nivel fisiológico u orgánico en el hombre, tanto como lo hacen en el animal, sino que permiten explicar hasta cierto punto comportamientos sociales y estados psicológicos propios de su especie.

Hubo bastante controversia al tratar de definir las condiciones a partir de las cuales poder considerar a algo como vivo, aunque ahora los científicos están bastante más de acuerdo al respecto. Se define en Biología como viva la estructura molecular autoorganizada capaz de intercambiar energía y materia con el entorno con la finalidad de autopreservarse, crecer, renovarse y finalmente reproducirse. Las funciones que deberían verificarse en todo ser vivo serían las siguientes:

  • Reproducción: Capaz de generar o crear copias de sí mismo.

  • Crecimiento: Capaz de aumentar en el número de células que lo componen y/o en el tamaño de las mismas.

  • Evolución: Capaz de modificar su estructura y conducta con el fin de adaptarse mejor al medio en el que se desarrolla.

  • Homeostasis: Utiliza energía para mantener un medio interno constante.

  • Movimiento: Desplazamiento mecánico de alguna o todas sus partes componentes. [1]

El conjunto de estos principios distingue todo aquello que podemos llamar vida, de no verificarse tan sólo uno de estos principios en un ente no podríamos considerarlo vivo. La exigencia está muy justificada, pues de no mediar suficientes requisitos de membresía podríamos considerar vivas muchas cosas que por sentido común nos cuesta admitir que lo son. El universo de lo no vivo comprende unos seres que cumplirían con mayor mérito para candidatearse a un escalafón superior sobre la materia inerte. Algunas de estas formas de existencia, incluso, no son fácilmente clasificables como no vivas, y han suscitado más de una discusión entre los científicos.

Por ejemplo, el virus y las células cancerígenas cumplen con prácticamente todos aquellos principios. Sin embargo, si de alguna manera nos vemos inclinados a calificar a estos agentes nocivos para el organismo sería de antivida. Para poder excluir a esos agentes de entre los seres vivos, es necesario destacar el hecho de que no se considera viva cualquier estructura del tipo que sea (aunque contenga ADN o ARN) incapaz de establecer un equilibrio homeostático con su entorno. Aquellos agentes no son capaces de relacionarse de una forma estable, retroalimentaria, sostenible con el medio; no poseen un organismo homeostático, consumen recursos y ponen en peligro la sostenibilidad del medio en el cual se manifiestan. Por lo tanto, con toda razón podemos no considerarlos vivos, aunque ello, por su puesto, no les impida seguir haciendo daño.

La homeostasis proporciona a los seres vivos la independencia de su entorno mediante la captura y conservación de la energía procedente del exterior, de tal manera que contrarresta aquella tendencia a la disolución propia de cualquier entidad no viva del universo (principio de la termodinámica). La interacción con el exterior se realiza por sistemas que captan los estímulos externos como pueden ser los órganos de los sentidos en los animales superiores o sistemas para captar sustancias o nutrientes necesarios para el metabolismo como puede ser el aparato respiratorio o digestivo. Todo ser vivo depende para su subsistencia de la energía captada del medio físico, pero esta dependencia no es depredadora al extremo de eliminar la regeneración natural de su fuente y provocar la disolución de ambos.

Por otra parte, la vida es para sí misma una fuente de energía activa en tanto constantemente transforma y efectiviza procesos internos que le permiten autosustentarse optimizando el uso de los recursos con los que cuenta. La homeostasis podría interpretarse así como una fuerza creativa, es decir, generadora de un nuevo orden y de un proceso activo que contrarresta la tendencia a la disolución o la entropía que producen la alta dependencia y vulnerabilidad al entorno. Puesto en términos aún más simples, todo organismo vivo se comporta más como una fuente que como un sumidero de recursos y energía. Esta diferencia entre ser fuente o sumidero conforma en este ensayo una categoría fundamental con la que identificar la expresión de lo humano en todos los planos del ser, y no sólo a nivel orgánico o metabólico, por lo que será muy tenida en cuenta en el capítulo segundo.

Por ahora, veamos otro inminente candidato a ser considerado como ser vivo, resistido desde la intuición, pero que insospechadamente puede echar por tierra muchos de los argumentos que pudiéramos esgrimir en su contra basándonos en los principios enunciados. Imaginemos un autómata lo bastante desarrollado que, sin resultar descabellado para el avance actual de la Inteligencia artificial y la robótica, sea capaz de adaptar su comportamiento de forma mas efectiva a los requerimientos del entorno, que tuviera la habilidad de replicarse a sí mismo realizando copias de su código fuente mejorado junto a funciones aprendidas, y que además cuente con un sistema de autorregulación interno alimentado por energía auto renovable para cuya conservación no necesitara de ningún tipo de intervención humana. ¿Qué nos disuade aún de no considerarlo un ser vivo?

Por supuesto, no contaría con una organización celular, es decir, que aunque en conjunto pueda actuar como un organismo vivo, sus partes constitutivas no son otra cosa que materia inerte interconectada. Pero además, y esto creo es lo fundamental, todas aquellas facultades le son dadas, es decir, no emergen de sí como parte de un desarrollo espontáneo, sino que se manifiestan dentro de las posibilidades que establece el comportamiento programado por un humano. El autómata no posee identidad propia, está desde su concepción completamente definido por una intervención humana.

Una propiedad de la vida que tiene en cuenta este aspecto de la identidad es lo que se dio en llamar autopoiesis. Para Humberto Maturana, los seres vivos son autónomos, en tanto sistemas cerrados en su dinámica de constitución y funcionamiento, y en su continua producción de sí mismos. La autopoiesis es el término utilizado por él para designar la propiedad básica de los seres vivos de actuar como sistemas autónomos con una estructura auto regenerativa, de tal modo que cuando algo externo incide sobre ellos, los efectos dependen más de ellos mismos, de su estructura en ese instante, que de lo externo. Estos sistemas están abiertos a su medio porque intercambian materia y energía, pero simultáneamente se mantienen cerrados operacionalmente pudiendo quedar internamente aislados y ajenos a las variables externas.

Para Maturana, todo ser vivo es un sistema cerrado que se autorregula continuamente y que se manifiesta a través de su singular metabolismo. El metabolismo es el conjunto de reacciones bioquímicas y procesos físico-químicos que ocurren en una célula y en el organismo. Estos complejos procesos interrelacionados son la base de la vida a escala molecular y permiten las diversas actividades de las células: crecer, reproducirse, mantener sus estructuras, responder a estímulos, etc. Estas funciones internas y la propiedad de sus componenentes son continuamente reproducidas al interior de la célula u organismo, y no se ven alteradas por variaciones externas.

La autopoiesis designa pues la manera en que los sistemas mantienen su identidad gracias a procesos internos que reproducen continuamente sus particulares propiedades y funciones. El principio de Maturana puede interpretarse en general como una tendencia de todo ser vivo a conservar su identidad de forma autónoma. Una semilla de limón crecerá hasta transformarse en un árbol de limón, el entorno sólo puede retrazar o impedir el crecimiento, pero no puede alterar su identidad haciendo que crezca como un cactus en un terreno árido. Nuestro autómata, desde el principio, no opuso ninguna resistencia al medio, de hecho fue completamente concebido por una intervención humana, antes de ésta no era sino materia inerte, y por supuesto no tenía ninguna identidad propia. En resumen, podemos decir que por el momento lo autómata dista de lo autónomo.

Sin embargo, no podemos aún estar seguros de lo que se viene en materia de vida artificial, es probable que en un futuro no muy lejano podamos generar vida completamente dentro de un laboratorio y que esta vida a su vez de lugar a un proceso natural o espontáneo de nueva vida como emergente de una concepción artificial. También es factible que se construyan autómatas que funcionen en base a componentes y estructuras de origen biológico, no lo sabemos. Recientemente se ha conseguido en laboratorios alterar la identidad de algunas células. El 21 de mayo de 2010 el instituto Instituto J. Craig Venter consiguió el hito de transplantar la versión sintética del genoma de una especie de bacteria a otra y que esta última se autorreplicase bajo el control del ADN transplantado. Podemos decir que se ha producido vida artificial, la vida de la bacteria original se extingue y se da vida a otra que responde a una identidad diseñada por el hombre.

En cualquier caso, ya se trate de vida natural o artificial, aquellos dos principios, la homeóstasis y la autopoiesis, siguen siendo fundamentales para distinguir la vida como tal de otros aspirantes a este galardón. Desde ya que tanto virus y autómatas son algo más que materia inerte, sin embargo, la vida dista mucho de todo lo encontrado aún en el Universo, y en los confines de esta gran diferencia que marcamos sobre la materia inanimada es lógico encontrar aspirantes que se queden a mitad del camino. Por su parte, entre aquellos acreditados como seres vivos debemos reconocer que el hombre es la expresión de vida más compleja y evolucionada de la que tenemos conocimiento. La vida humana pues, es ciertamente un caso particular que amerita ser distinguido aún del selecto grupo de seres vivos.

Diferencias entre el hombre y el animal

A medida que vamos avanzando en la escala de complejidad biológica vemos una sofisticación increíble en cuanto a las respuestas dadas por los organismos vivos al medio ambiente. El animal, a diferencia de la mayoría de los insectos, está adaptado a su entorno de forma activa, no se limita a responden a estímulos, sino que interactúa con su medio de forma tal que su comportamiento puede ser hasta cierto punto resultado de un aprendizaje condicionado. A pesar de que los animales obedecen a una serie de instintos y necesidades que lo impulsan a actuar siempre en busca de alimento y protección, su comportamiento puede ser múltiple y variar de acuerdo con las facilidades y obstáculos que ofrece el medio ampliando sus posibilidades de adaptación y supervivencia.

Ante todo, el hombre es un mamífero que en un estado salvaje casi no manifestaría diferencias sustanciales de comportamiento en comparación con otros animales, especialmente con los primates. Esto significa que comparte los instintos básicos de supervivencia y necesidades que caracterizan a diversas especies del reino animal. De hecho, como sabemos desde Darwin, y a partir de estudios antropológicos y genéticos, es muy probable que tengamos un ancestro común con los simios, de hecho está muy aceptado que el ser humano u homo sapiens vendría a ser una subclase de homínidos.

Los bonobos o chimpancés enanos son una de las dos especies que componen el género de los chimpancés. Ellos exhiben una multitud de rasgos similares a los nuestros, junto con una buena porción del genoma que nos define como especie: según estudios recientes los chimpancés comparten el 98% de nuestra herencia genética. Estos monos manifiestan un comportamiento social basado en sentimientos altruistas que se manifiesta en poca agresividad, complacencia sexual, e inclinación a compartir el alimento. También se ha verificado que utilizan herramientas como palos afilados por ellos mismos para cazar termitas u otros insectos dentro de hoyos en la tierra o en los árboles. Los bonobos pueden pasar la prueba del espejo, que sirve para demostrar la conciencia de uno mismo. Se comunican principalmente mediante sonidos, aunque todavía no se conoce el sentido de sus vocalizaciones. Utilizan expresiones faciales y algunos de sus gestos con las manos son fácilmente interpretables, como el de la invitación a jugar. Algunos de ellos fueron enseñados y pudieron aprender un vocabulario de cerca de 400 palabras que pueden escribir usando un teclado especial de lexigramas (símbolos geométricos), y con el cual logran responder de manera satisfactoria a preguntas simples, tal como si se tratara de un niño de 4 años.

Quizá los Bonobos sean los que más se nos parezcan, pero tanto ellos como el ser humano pertenecen al reino animal, con el que comparten otros innumerables atributos. Así como cualquier animal, tenemos corazón, hígado, cerebro, utilizamos los mismos órganos sensoriales, tenemos similar metabolismo y fisiología, compartimos la misma necesidad de alimentarnos y reproducirnos, etc. Prácticamente no tenemos nada que otros animales no tengan. Inclusive nuestro cerebro, proporcionalmente más grande y complejo que el de cualquier otra especie, carece de partes que falten en el cerebro de otros animales. En todo caso, son muchas más similitudes las diferencias lo que podemos extraer de la comparación física entre el hombre y el animal.

Sin embargo, no podemos dejar de admitir que el comportamiento, los recursos y capacidades del hombre actual distan mucho de lo encontrado en cualquier otra especie animal. Entonces, ¿en qué consiste esta sutil pero significativa diferencia que nos ha permitido avanzar tanto respecto de los otros animales? Estudios arqueológicos y paleontológicos han demostrado que desde hace más de 50.000 años los antepasados del hombre mostraban algunos comportamientos exclusivos que no son comunes a ninguna otra especie animal, como la construcción y uso avanzado de herramientas para cazar, cortar el alimento y defenderse de los predadores.

La producción de herramientas líticas, es decir, herramientas de piedra, data por lo menos de 2.600.000 años. Se puede decir que es una de las principales diferencias que existían entre los primeros humanos y sus antecesores "no humanos" y la rama de otros homínidos que se desprenden de ese ancestro común. El uso de herramientas líticas constituyó un hito importante para el desarrollo de nuestra especie desde sus orígenes en África.

Así mismo, antes de las primeras civilizaciones se pudo constatar la ejecución de costumbres rituales y la producción de arte prehistórico. Una forma de arte prehistórico fue desarrollado por el ser humano primitivo desde el paleolítico superior hasta el neolítico (desde hace 30.000 años), periodos donde surgieron las primeras manifestaciones que se pueden considerar artísticas. En el paleolítico, el hombre se dedicaba a la caza y vivía en cuevas dentro de las cuales pintaba animales y figuras humanas, lo que conocemos como pintura rupestre es la forma más primitiva de arte encontrado hasta el momento. En el neolítico se vuelve sedentario beneficiándose del cultivo de la tierra, lo que da origen a sociedades cada vez más complejas en las que va cobrando importancia la religión, como se puede apreciar en los monumentos megalíticos de la época, y comienza también la producción de piezas de artesanía y la decoración de utensilios, junto con nuevas manifestaciones artísticas.

Podríamos decir entonces que el hombre, sin dejar de ser un animal por compartir infinidad de características con los mamíferos, es entre ellos el más complejo y evolucionado, pues no sólo actúa con amplio poder de adaptación sobre el entorno, sino que es el único que trasciende la limitación física de su cuerpo y su habitad, pudiendo crear los medios para su supervivencia, como así también sus propios estímulos para vivir, como lo fueron desde sus orígenes el arte y la religión. Ello le permitió a su vez desarrollar una compleja interacción entre sus semejantes, relación que fue evolucionando sobre todo con el uso de otra herramienta poderosísima: el lenguaje.

En apenas los últimos 10.000 años el hombre ha pasado de una vida salvaje, de nómade recolector y cazador, expuesto casi totalmente a las inclemencias del tiempo, a la compleja civilización que conocemos hoy, con un completo dominio de los recursos naturales, comunicaciones globales, exploración del espacio, rascacielos y viajes ultrasónicos. A pesar del poco tiempo transcurrido, todo esto tuvo que ser construido por el hombre a través de un proceso costoso de ensayo y error, guerras intestinas, oscurantismo, esclavitud, etc. Todo lo cual nos hace sospechar muchas veces que las virtudes humanas en realidad son pocas comparadas a la providencia de nuestra tierra, lo que se traduce en abundantes recursos naturales, leyes físicas simples y constantes, clima benévolo en los últimos 10 mil años, etc. y sin lo cual probablemente no hubiésemos prosperado como lo hicimos. Aunque sean mínimas, es muy importante señalar cuáles son esas diferencias fundamentales que le permitieron al hombre de a poco salir de su estado primitivo para crear civilización y dominar el mundo.

  • Posibilidad de manipular objetos: el hombre es quien tiene la mayor habilidad para mantenerse erguido y dejar libres los miembros delanteros para manipular objetos con sus manos. A diferencia de los monos, que se mantienen erguidos ocasionalmente, las manos del hombre tienen un pulgar desarrollado y sus pies no son prensiles. La posibilidad de producir y manipular herramientas le permitió contar con un recurso extraordinario para la supervivencia; la apropiación y explotación de los recursos naturales.

  • Su cerebro es más grande y complejo: el Neocórtex, "corteza nueva" o la "corteza más reciente" es la denominación que reciben las áreas más evolucionadas del córtex cerebral. Estas áreas constituyen la "capa" neuronal que recubre el lóbulo prefrontal y, en especial, frontal de los mamíferos superiores. Se encuentra muy desarrollada en los primates y destaca en el homo sapiens. Juega un papel importante en funciones como la percepción sensorial, razonamiento espacial, la conciencia y la representación simbólica. El arte del hombre primitivo es una expresión natural de esta mayor habilidad de representación simbólica.

  • Gregarismo y Cooperación: El hombre forma parte de un sistema de orden transpersonal mucho más complejo que el que se observa entre algunos animales que conviven en manadas. Su sensibilidad y gregarismo le hizo consolidar vínculos estrechos con los demás miembros de su especie, lo que posibilitó que colaborarán entre sí para lograr objetivos comunes, desarrollar nuevas habilidades individuales y recursos de interacción como el lenguaje.

Estas tres propiedades naturales de la especie en combinación con la formación de comunidades en aldeas (sedentarismo) y el excedente de bienes propiciado por la explotación de la agricultura y la ganadería dieron comienzo a la civilización entorno a unos 7000 años atrás. Para asegurar sus necesidades de alimento, cuero, huesos, y otros productos, las primitivas sociedades cazadoras-recolectoras debían seguir las migraciones de los grandes rebaños de bóvidos, cérvidos y otros animales. Hace unos 10.000 años los seres humanos del neolítico descubrieron que capturar animales, domesticarlos y mantenerlos vivos para utilizarlos cuando fuera preciso, les permitía reducir la incertidumbre que suponía el hecho de tener que depender de la caza y la provisión natural de animales. La domesticación de animales permitió también utilizarlos para realizar trabajos agrícolas o transportar cargas.

La agricultura y la ganadería permitieron a las poblaciones humanas conseguir una mayor certidumbre respecto a sus posibilidades de sustento, así como reducir el esfuerzo en obtenerlo, lo que posibilitó un mayor desarrollo cultural, ya que el ser humano podía entonces empezar a disponer de más tiempo para actividades sociales. En este sentido, parece que el desarrollo de la ganadería tuvo lugar en Oriente Próximo, precisamente en zonas donde, a su vez, el desarrollo cultural fue más intenso y temprano. La necesidad de organizar vínculos más estrechos, la posibilidad de intercambiar o comerciar con bienes, de idear nuevos refinamientos culturales como los rituales y los cultos religioso, etc. a su vez, propiciaron la necesidad de sofisticar el lenguaje como recurso simbólico, sobre el cual se apoya buena parte de los atributos cognitivos exclusivos del hombre.

La percepción es el primer proceso cognoscitivo, a partir del cual tanto los hombres como los animales codifican la información que llega del entorno a través de los sistemas sensoriales para formar una imagen de la realidad funcional a su modo de vida y necesidades. Pero en el hombre, a diferencia del animal, esta capacidad se ve mediada por la capacidad de representación simbólica que es tanto más compleja cuanto mejor desarrollado se encuentre el lenguaje. Es decir, que a partir del uso de un lenguaje complejo se produce un salto cualitativo en el comportamiento humano en relación al vínculo que establece con el mundo y con los miembros de su especie.

Este cambio sin precedentes en la larga historia de la humanidad desde el homo habilis (posiblemente el primero en utilizar herramientas de piedra hace más de 2 millones de años), podría resumirse precisamente en la incorporación de un nuevo tipo de herramienta, ya no material, sino cognitiva. Pero esta revolución de las capacidades humanas no obedece a un desarrollo natural; todas las facultades superiores del ser humano se han desarrollado sobre la base de la vida social, y dependen de la incorporación de recursos culturales como el lenguaje, la escritura, el arte. Para Vygotsky la adquisición de dichas herramientas y la posibilidad de dominarlas internamente, se conseguiría mediante un proceso de interiorización.

La interiorización es un proceso fundamental para explicar el desarrollo de los atributos psicológicos exclusivamente humanos (procesos psicológicos superiores) que obedecen a la línea de desarrollo cultural, como contrapartida del desarrollo natural. Lo que permite afirmar que "la internalización de las actividades socialmente arraigadas e históricamente desarrolladas es el rasgo distintivo de la naturaleza humana…" (Vigotsky, 1934, p.94) "Todas las funciones psíquicas superiores son procesos mediatizados, y los signos, los medios básicos utilizados para dominarlos y dirigirlos." (…) "El signo actúa como un recurso de actividad psicológica, al igual que una herramienta lo hace en el trabajo" (Vigotsky, 1934, p. 87, 88) El proceso de internalización se caracteriza precisamente por un dominio progresivo e interiorizado de estas herramientas cognitivas, que comienzan siendo medios de interacción social y luego habilitan a una función de control intrapsicológica.

Así pues, el uso de recursos materiales se complementó con el uso de recursos cognitivos, con los que en última instancia el hombre alcanzó a comprender las leyes que gobiernan los fenómenos físicos y a utilizarlas en su provecho. Es debido a ello que, a pesar de que el hombre comparte con el animal instintos, necesidades y emociones básicas, pudo mejorar su respuesta al medio de manera extraordinaria. Mientras que los animales responden a estímulos circunscriptos al momento y lugar presentes, apenas excedido por un tipo de aprendizaje condicionado, el hombre ha desarrollado su capacidad única de aprendizaje y comportamiento simbólico que le permite extender enormemente el alcance de sus acciones en el tiempo, con lo que consigue trascender lo inmediato e incluso transformarlo para que responda a sus deseos y necesidades. En efecto, el hombre lejos de ser ya un animal que intenta adaptarse del modo más conveniente al mundo, tiene un amplio poder para hacer que el mundo se adapte en buena medida a él.

No obstante, la superioridad del hombre no nos debe cegar acerca de las semejanzas manifiestas entre el hombre y el animal. El que el hombre tenga un cerebro mayor y más desarrollado, no es equivalente a dotarle de racionalidad y creatividad. Lo cierto es que, como he sugerido, estos atributos son consecuencia de una evolución que ha llevado miles de años y se apoyó en varías circunstancias favorables ajenas al hombre; sin la enorme providencia y asistencia de la naturaleza en los últimos 10.000 años probablemente nos hubiésemos extinguidos, como sucedió con el resto de los homininos. Durante cerca de 150.000 años el homo sapiens apenas se distinguía de los primates por el uso del fuego, abrigo y herramientas elementales. Nuestro cerebro es en buena parte aún primitivo y comparte con el de los animales muchas de las funciones básicas para la supervivencia de la especie.

Sin embargo, es cierto también que, al menos a un nivel material, el hombre pudo a lo largo de los últimos siglos de forma generalizada desentenderse de esta función básica de supervivencia y transformar un entorno natural en un medio social a medida que establecía ciudades más seguras, incorporaba nuevos recursos tecnológicos para la producción de bienes y cooperaba estableciendo formas progresivamente complejas de división del trabajo. De pronto, el hombre tuvo a su disposición un excedente de energía intrapsíquica para pensar, inquirir, crear, pero sobre todo, para incorporar y ejercer una cultura compartida. De ahí que la funcionalidad primitiva del cerebro asociada a la supervivencia física cedió terreno a otro tipo de demandas de origen cultural y social.

El plano cognitivo

La función biológica más importante que realiza el cerebro es administrar los recursos energéticos de los que dispone el animal para fomentar comportamientos basados en la economía de su supervivencia. El cerebro mantiene relativamente constante la cantidad de energía consumida en su funcionamiento. Si el hombre se comporta regularmente a un nivel físico, el cerebro capitalizará esta energía en las áreas encargadas de las funciones motrices a expensas de las demás ligadas al razonamiento. Así mismo, repartirá la energía en el caso que se requiera para funciones mas diversificadas. Es decir, el cerebro es un centro sorprendentemente capaz de regular y optimizar la energía suministrada al organismo para afrontar diversas formas de adaptación al medio. Una vez que el hombre civilizado consigue desentenderse en buena parte de los comportamientos orientados a la supervivencia, le es posible utilizar la energía excedente para operar a un nivel cognitivo especializado. No sólo el excedente de energía sino también los recursos cognitivos, como el lenguaje, están en la base de este nuevo plano del ser que lo diferencia de los animales.

Para que el cerebro asumiese funciones netamente cognitivas era necesario poder trascender la conducta corporal asociada a la supervivencia en la que el hombre se apoyó por miles de años. Pero esta flexibilidad del comportamiento humano no sería posible sin la complejidad de la estructura misma de su cerebro, que hace posible ampliar sus funciones con el uso de recursos simbólicos.

El sistema límbico es la parte del cerebro primitiva que el hombre comparte con gran cantidad de animales, está formado por varias estructuras cerebrales que gestionan respuestas fisiológicas ante estímulos emocionales y regulan la vida afectiva. Hoy se sabe que está de alguna manera relacionado con la memoria, la atención, los instintos sexuales, las emociones primarias, y es el responsable de la motivación por la supervivencia. El sistema límbico interacciona muy velozmente (y al parecer sin que necesiten mediar estructuras cerebrales superiores) con el sistema endócrino y el sistema nervioso autónomo.

Pero, más allá del sistema límbico la estructura cerebral se torna una adquisición exclusiva sólo para algunas especies. El cerebro de los vertebrados se caracteriza por el aumento de la complejidad de la corteza cerebral a medida que ascendemos por el árbol filogenético y evolutivo. El gran número de circunvoluciones que aparecen en el cerebro de algunos mamíferos es sólo característico en animales con cerebros avanzados y de proporciones superficiales relativamente grandes. Los lóbulos frontales de la corteza cerebral son los más "modernos" filogenéticamente. Esto quiere decir que solamente los poseen de forma desarrollada los animales más evolucionados.

A diferencia de los demás animales, en el Homo sapiens las áreas corticales más desarrolladas se ubican en las zonas dedicadas al lenguaje simbólico y las áreas prefrontales y frontales -en especial del hemisferio izquierdo- en donde se realizan las síntesis que dan por resultado procesos elaborados de reflexión, cognición e intelección. Los lóbulos frontales son el sustrato anatómico para las funciones ejecutivas que permiten dirigir nuestra conducta hacia un fin y comprenden la atención, planificación, secuenciación y reorientación sobre nuestros actos.

La Isocorteza (o Neocorteza), que es la última parte del cerebro en evolucionar, es el encargado de los procesos de raciocinio y la mente conciente. Este área constituye la "capa" neuronal que recubre los lóbulos prefrontal y, en especial, frontales de los mamíferos. Se encuentran muy desarrolladas en los primates y destaca por su extensión en el hombre. Juega un papel importante en funciones como la percepción sensorial, la generación de órdenes motrices, razonamiento espacial, el pensamiento consciente y, en los humanos, el lenguaje.

Podemos decir en forma genérica que el hombre posee un cerebro con dos funciones muy diferenciadas: una racional y otra emocional. El neocórtex permite un aumento de la sutileza y la complejidad de la vida emocional, aunque no gobierna la totalidad de la vida emocional propia del sistema límbico o cerebro primitivo. De hecho, los centros de la emoción parecen tener un poder extraordinario para influir en el funcionamiento global del cerebro, incluyendo a los centros del pensamiento.

Para Goleman: "Las emociones son importantes para el ejercicio de la razón. Entre el sentir y el pensar, la emoción guía nuestras decisiones, trabajando con la mente racional y capacitando —o incapacitando— al pensamiento mismo. Del mismo modo, el cerebro pensante desempeña un papel fundamental en nuestras emociones, exceptuando aquellos momentos en los que las emociones se desbordan y el cerebro emocional asume por completo el control de la situación. En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional y nuestro funcionamiento vital está determinado por ambos."

El plano cognitivo del ser humano tiene su propia dinámica de funcionamiento allende la vida emocional, aunque nunca del todo desligada de ella. Ciertamente, la crianza, la educación, la experiencia y los conocimientos adquiridos en la vida hacen que los hombres desarrollen una forma particular de interpretar y responder a la experiencia de forma conciente. La autonomía relativa del plano cognitivo se hace evidente al constatar que las respuestas mentales pueden ser muy similares como extraordinariamente dispares entre distintos hombres, aunque la respuesta emocional y la cultura adquirida no disten demasiado entre unos y otros. La conciencia de sí mismo y del entorno, las representaciones simbólicas, los pensamientos, la imaginación, etc. todo ello conforma un plano de ser prácticamente inexistente entre las demás especies. Sin embargo, este no es el único plano que excede la vida emocional del hombre.

Ser desde un plano social

Muchos animales demuestran tener comportamiento social o gregario; forman jerarquías, sostienen una comunicación elemental, actúan en equipo para cazar y hasta ejercen una incipiente división del trabajo. Sin embargo, ninguna especie ha llegado ni por asomo a la compleja y diversificada interacción que establecen los hombres entre sí. La conducta social de éstos, por otra parte, no se reduce a una inclinación innata, sino que es aprendida a través de un largo proceso de socialización y aculturación, de tal modo que el plano social del ser humano adquiere una existencia en sí mismo, desligado de la naturaleza.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

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