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Las interpretaciones occidentales – por Abd Al-Wahid Yahia – René Guénon (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4

Al tratar de hacer comprender la necesidad de un acercamiento con el Oriente, nos hemos atenido, aparte de la cuestión del beneficio intelectual que sería su resultado inmediato, a un punto de vista que es también del todo contingente, o que por lo menos parece serlo cuando no se vincula con otras consideraciones que no nos era posible abordar, y que están unidas sobre todo al sentido profundo de estas leyes cíclicas cuya existencia nos limitamos a mencionar; esto no impide que este punto de vista, tal como lo hemos expuesto, nos parezca muy apropiado para retener la atención de los espíritus serios y para hacerlos reflexionar, con la sola condición de que no estén del todo cegados por los prejuicios comunes del Occidente moderno. Estos prejuicios los llevan a su más alto grado los pueblos germánicos y anglosajones, que son así, más todavía mental que físicamente, los más alejados de los orientales; como los eslavos tienen en cierto modo una intelectualidad reducida al mínimo, y como el Celtismo no existe ya más que en estado de recuerdo histórico, sólo quedan los pueblos llamados latinos, y que lo son en efecto por las lenguas que hablan y por las modalidades especiales de su civilización, si no por sus orígenes étnicos, en los cuales la realización de un plan como el que acabamos de indicar podría, con algunas probabilidades de éxito, tomar su punto de partida. Este plan comprende, en suma, dos fases principales, que son la constitución de la "élite" intelectual y su acción sobre el medio occidental; pero sobre los medios de la una y de la otra no se puede decir nada actualmente, porque sería prematuro en todos los aspectos; no hemos querido considerar aquí, lo repetimos, más que posibilidades sin duda muy lejanas, pero que no dejan de ser posibilidades, lo que basta para que debamos considerarlas. Entre las cosas que preceden, hay algunas que quizá habríamos vacilado en escribir antes de los últimos acontecimientos, que parecen haber acercado un poco estas posibilidades, o que, al menos, pueden permitir comprenderlas mejor, sin dar una importancia excesiva a las contingencias históricas, que no afectan en nada a la verdad, no hay que olvidar que existe una cuestión de oportunidad que debe a menudo intervenir en la formulación exterior de esta verdad.

Faltan todavía muchas cosas a esta conclusión para que esté completa, y tales cosas son las que conciernen a los aspectos más profundos, esto es, a los más verdaderamente esenciales, de las doctrinas orientales y de los resultados. que se pueden esperar de su estudio por los que son capaces de llevarlo bastante lejos; aquello de que se trata puede ser presentido, en cierta medida, por lo poco que hemos dicho a propósito de la realización metafísica, pero indicamos al mismo tiempo las razones por las cuales, no nos era posible insistir más en ella, sobre todo en una exposición preliminar como ésta; quizás insistiremos en otro lugar, pero aquí sobre todo hay que recordar siempre que, según una fórmula extremo-oriental, "el que sabe diez no debe enseñar más que nueve". Sea como fuere, todo lo que puede ser desarrollado sin reservas, es decir, todo lo que hay de expresable en la vertiente puramente teórica de la metafísica, es todavía más que suficiente para que, a los que pueden comprenderlo, aun si no van más allá, se les presenten las especulaciones analíticas y fragmentarias del Occidente moderno tales como son en realidad, es decir, como una investigación vana e ilusoria, sin principio y sin objeto final, y cuyos mediocres resultados no valen ni el tiempo ni los esfuerzos del que tiene un horizonte intelectual bastante amplio para no limitar a ellas su actividad.

Apéndice

LA INFLUENCIA ALEMANA (**)

Es muy curioso observar que los primeros indianistas, que eran sobre
todo ingleses, sin dar prueba de una comprehensión muy profunda, han
dicho a menudo cosas más justas que los que vinieron después de
ellos; sin duda, cometieron también muchos errores, pero al menos no
tenían un carácter sistemático, y no procedían de
un prejuicio, ni siquiera inconsciente. La mentalidad inglesa, es cierto, no
tiene ninguna aptitud para las concepciones metafísicas, pero tampoco
tiene ninguna pretensión sobre el particular, mientras que la mentalidad
alemana, que no está mejor dotada en el fondo, se hace grandes ilusiones
al respecto; para darse cuenta, no hay más que comparar lo que los dos
pueblos han producido en materia de filosofía. El espíritu inglés
no sale nunca del orden práctico, representado por la moral y la sociología,
y de la ciencia experimental, representada por la psicología de la cual
fue el inventor; cuando se ocupa de lógica, es sobre todo la inducción
la que tiene en cuenta y a la cual da la preponderancia sobre la deducción.

Por el contrario, si se considera la filosofía alemana, no se
encuentran en ella más que hipótesis y sistemas con pretensiones
metafísicas, deducciones con un punto de partida caprichoso, ideas que
quisieran pasar por profundas cuando son simplemente nebulosas; y esta pseudo-metafísica,
que es cuanto existe de más alejado de la metafísica verdadera,
los alemanes quieren encontrarla en los otros, e interpretan siempre las concepciones
en función de las suyas propias: esta última manía en ninguna
parte es más invencible que entre ellos, porque ningún otro pueblo
tiene una actitud de espíritu tan estrechamente sistemática. Por
lo demás, los alemanes no hacen en esto más que llevar al extremo
los defectos que son comunes a toda la raza europea: su orgullo nacional les
conduce a actuar en Europa como los europeos en general, infatuados por su imaginaria
superioridad, se conducen en el mundo entero; la extravagancia es la misma en
ambos casos, con una simple diferencia de grado. Es, pues, natural que los alemanes
se imaginen que sus filósofos hayan pensado cuanto es posible concebir
a los hombres y, sin duda, creen hacer un gran honor a los otros pueblos asimilando
las concepciones de ellos a esta filosofía de la cual están tan
orgullosos. Esto no impide que Schopenhauer haya disfrazado ridículamente
al Budismo haciendo de él una especie de moralismo "pesimista",
y que haya dado la justa medida de su nivel intelectual buscando "consolaciones"
en el Vedanta; y vemos, por otra parte, a orientalistas contemporáneos
como Deussen pretender enseñar a los Hindúes la verdadera doctrina
de Shankarâchârya, al que atribuyen simplemente las ideas de Schopenhauer. Y
es que la mentalidad alemana, por el hecho mismo de que es una forma excesiva
de la mentalidad occidental, es lo opuesto del Oriente y no puede comprender
nada de él; como, sin embargo, tiene la pretensión de comprenderlo,
por fuerza lo desnaturaliza: de ahí estas falsas asimilaciones contra
las cuales protestamos en toda ocasión, y principalmente esta aplicación
a las doctrinas orientales de los rótulos de la filosofía occidental
moderna.

Cuando se es incapaz de hacer metafísica, sin duda que lo mejor es no ocuparse de ella, y el positivismo, a pesar de todo lo que tiene de estrecho y de incompleto, todavía nos parece preferible a las elucubraciones de la pseudo-metafísica. El mayor error de los orientalistas alemanes es, pues, el de no darse cuenta de su incomprehensión, y de hacer trabajos de interpretación que no tienen valor alguno, pero que se imponen a toda Europa y llegan muy fácilmente a sentar autoridad, porque los otros pueblos no tienen nada que oponerles o que poner en comparación, y también porque estos trabajos se rodean de un aparato de erudición que impresiona mucho a las gentes que tienen para ciertos métodos un respeto que llega hasta la superstición. Estos métodos, por lo demás, son igualmente de origen germánico, y sería del todo injusto no reconocer a los alemanes las cualidades muy reales que poseen bajo el concepto de la erudición: la verdad es que sólo en la composición de diccionarios, de gramáticas, y de esas voluminosas obras de compilación y de bibliografía que sólo exigen memoria y paciencia; es extremadamente lamentable que no se hayan especializado enteramente en este género de trabajos muy útiles para ser consultados llegado el caso, y que, cosa apreciable, ahorran pérdida de tiempo a los que son capaces de hacer otra cosa. Lo que no es menos lamentable es que estos mismos métodos, en lugar de continuar como patrimonio de los alemanes, para cuyo temperamento están particularmente adaptados, se hayan difundido en todas las Universidades europeas, y sobre todo en Francia, donde pasan por ser los únicos "científicos", como si la ciencia y la erudición fuesen una sola y misma cosa; y, de hecho, como consecuencia de este deplorable estado de espíritu, la erudición llega a usurpar el sitio de la verdadera ciencia. El abuso de la erudición cultivada por ella misma, la creencia falsa de que puede bastar para dar la comprehensión de las ideas, todo esto, entre los alemanes, puede todavía comprenderse y excusarse en cierto modo; pero en los pueblos que no tienen las mismas aptitudes especiales, no puede verse en eso más que el efecto de una servil tendencia a la imitación, signo de una decadencia intelectual a la cual es tiempo de poner remedio, si no se quiere dejar que se transforme en decadencia definitiva.

Los alemanes se las han ingeniado muy hábilmente para preparar la supremacía intelectual que soñaban, imponiendo a la vez su filosofía y sus métodos de erudición; su orientalismo es, como acabamos de decirlo, un producto de la combinación de estos dos elementos. Es notable la manera como estas cosas se han vuelto instrumentos al servicio de una ambición nacional; sería muy instructivo, a este respecto, estudiar cómo los alemanes han podido aprovecharse de la caprichosa hipótesis del "arianismo", que por lo demás no inventaron. No creemos, por nuestra parte, en la existencia de una raza "indoeuropea", aun cuando no se obstinen en llamarla "aria", lo que no tiene ningún sentido; pero lo que es significativo, es que los eruditos alemanes han dado a esta raza supuesta la denominación de "indogermánica", y que han puesto todo su cuidado en hacer verosímil esta hipótesis apoyándola en múltiples argumentos etnológicos y sobre todo filológicos. No queremos entrar aquí en esta discusión; sólo haremos notar que la semejanza real que existe entre las lenguas de la India y de Persia y las de Europa de ningún modo es la prueba de una comunidad de raza; basta, para explicarla, que las civilizaciones antiguas que conocemos hayan sido primitivamente llevadas a Europa por algunos elementos vinculados a la fuente de donde procedieron directamente las civilizaciones hindú y persa. Se sabe, en efecto, lo fácil que resulta a una ínfima minoría, en ciertas condiciones, imponer su lengua, con sus instituciones, a la masa de un pueblo extranjero, aun cuando ella misma sea étnicamente absorbida en poco tiempo; un ejemplo notable es el del establecimiento de la lengua latina en Galia, donde los Romanos, salvo en algunas regiones meridionales, estuvieron siempre en cantidad insignificante; la lengua francesa es, sin discusión, de origen latino casi puro y, sin embargo, los elementos latinos no entraron sino en débil parte en la formación étnica de la nación francesa; la misma cosa es también verdadera para España. Por otro lado, la hipótesis del "indo-germanismo" tiene tanto menos razón de ser cuanto que las lenguas germánicas no tienen más afinidad con el sánscrito que las otras lenguas europeas; solamente que puede servir para justificar la asimilación de las doctrinas hindúes a la filosofía alemana; pero, desgraciadamente, esta suposición de un parentesco imaginario no resiste a la prueba de los hechos, y nada es en realidad más desemejante que un alemán y un hindú, tanto intelectual como físicamente.

La conclusión que se desprende de todo esto es que, para obtener
resultados interesantes, sería necesario desvincularse desde luego de
esta influencia que desde hace largo tiempo gravita tan pesadamente sobre el
orientalismo; y, aunque no les sea posible a ciertas individualidades independizarse
de métodos que constituyen para ellas hábitos mentales inveterados,
esperamos que, de una manera general, los recientes acontecimientos serán
una ocasión favorable para esta liberación. Sin embargo, compréndase
bien nuestro pensamiento: si deseamos la desaparición de la influencia
alemana en el dominio intelectual, es porque la estimamos nefasta en sí
misma, e independientemente de ciertas contingencias históricas que no
cambian nada en ella; no son, pues, estas contingencias las que nos hacen desear
que desaparezca la influencia en cuestión, pero es necesario aprovecharse
del estado de espíritu que han determinado.

En el orden intelectual, el único del que nos ocupamos aquí,
no tienen por qué intervenir las preocupaciones sentimentales; las concepciones
alemanas valen ahora exactamente lo que valían hace algunos años,
¡es ridículo ver a hombres que habían profesado siempre
una admiración sin límites por la filosofía alemana, ponerse
bruscamente a denigrarla so pretexto de un patriotismo que no tiene nada que
ver en estas cosas! en el fondo, esto no vale más que el alterar más
o menos conscientemente la verdad científica o histórica por motivos
de interés nacional, así como se les reprocha precisamente a los
alemanes.

Para nosotros, que no debemos nada a la intelectualidad germánica,
que jamás hemos tenido la menor estimación por la pseudo-metafísica
en que ella se complace, y que nunca hemos concedido a la erudición y
a sus procedimientos especiales más que un valor y una importancia de
los más relativos, estamos en muy buenas condiciones para poder decir
lo que pensamos; y habríamos dicho absolutamente la misma cosa aunque
hubieran sido otras las circunstancias, pero quizá con menos probabilidades
de encontrarnos de acuerdo en esto con una tendencia generalmente difundida.

Agregaremos nada más que, en lo que concierne especialmente a
Francia, lo que es más de temerse en la actualidad es que no escape de
la influencia alemana sino para caer bajo otras influencias que no serían
menos funestas; reaccionar contra el espíritu de imitación nos
parece, pues, una de las primeras condiciones para un resurgimiento intelectual
verdadero: no es una condición suficiente sin duda, pero es por lo menos
una condición necesaria y hasta indispensable.

 

Enviado por:

Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®

www.monografias.com/usuario/perfiles/ing_lic_yunior_andra_s_castillo_s/monografias

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®

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