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Un viaje fantástico (relato)



  1. Presentación
  2. Un viaje fantástico

Presentación

La narración que se presenta a continuación considera entre otras cosas, la triste realidad de los países subdesarrollados. Estos aún en los albores del tercer milenio tienen problemas de analfabetismo. Muchos niños y niñas en edad escolar no estudian, entre otras variables debido a la falta de cobertura educativa; problemas sociales y paradigmas enquistados en el pensamiento humano.

Se desarrolla en la campiña salvadoreña, en un lugar imaginario y paradisíaco. La familia aunque sin preparación académica, es muy educada, pero a la vez practica muchos valores que las familias modernas han olvidado.

El amor familiar, la comunicación entre sus miembros, la comprensión y la solidaridad se dejan ver en el comportamiento de todos sus miembros.

Rodeado de ciencia ficción se deja ver el aparecimiento de un extraño personaje, que tiene como fin mostrar la realidad, no se le da nombre e influye en el personaje principal. Mezcla lo real y la ficción, que a la postre incide de manera radical en el desenlace. Se da lo que en literatura se conoce como realismo mágico. Fundiendo la realidad narrativa con elementos fantásticos y fabulosos.

Por otra parte, rodeado de surrealismo se deja al descubierto la triste historia de la humanidad. Historia que se encuentra escrita en libros y en los traumas de muchas personas que han tenido que vivir en carne propia la guerra; o ser víctimas de la injusticia social.

Si bien es cierto, el desenlace, a lo mejor no satisfaga las expectativas del lector, se debe comprender que muchas personas hacen depender su vida de aspectos surrealistas. En todo caso se deja un mensaje de unidad familiar y práctica de valores, los que son tan necesarios en las sociedades modernas.

Un viaje fantástico

Transcurrían los primeros años del siglo XXI en un pequeño lugar de El Salvador, el cual se encontraba rodeado de cordilleras y montañas.

El bello y acogedor lugar era regado por un riachuelo que tranquilamente corría por la pendiente. A sus márgenes estaban construidas cuatro pequeñas chozas, cuyas paredes eran de bahareque y su techo de tejas. En una de las chozas que servía de comedor y cocina se dejaban ver un viejo reloj en una de sus paredes, lo mismo que algunos cuadros que contenían paisajes de la naturaleza.

En ella, vivía una familia humilde que no gozaba de preparación académica, pero no por ello era ignorante, pues la sabiduría y el entendimiento no son privilegio de los académicos, sino un don que las personas poseen, por la naturaleza misma que les pertenece. Había llegado al lugar hace muchos años, su sueño era vivir alejada del bullicio de las ciudades, pues amaba la paz y la tranquilidad.

Aquella familia en la que Jonás, el menor de cinco hermanos, disfrutaba todos los días de las frías y apacibles aguas del arroyuelo. Era un niño soñador de unos nueve años. Sus cabellos rizados de un color castaño. Sus lindos ojos azules reflejaban las aguas de aquel arroyo. Su cuerpo delgado, su piel tostada por los rayos del sol que día a día caían sobre ella.

Su padre y sus hermanos mayores se dedicaban a la pesca, al cultivo del maíz y otras plantas alimenticias. Con ello sobrevivían humildemente en aquel hermoso paraje. Don Simón, como se llamaba su padre era un hombre de unos cincuenta y cinco años, cuya vida la había dedicado a sostener a su familia, trabajando arduamente para llevarles el sustento.

Doña Paca, su madre, era una mujer muy trabajadora que además de realizar sus oficios domésticos tenía una bonita crianza de aves de corral, cerdos y un pequeño huerto casero. Jonás ayudaba a su madre en el cuido de aquellos animales y del huerto.

Ruperto, quien era el hermano mayor de Jonás, trabajaba con don Simón en el cultivo de la tierra. Era un joven de unos veintitrés años, para quien su único sueño era que su hermanito menor un día aprendiera a leer y escribir, pues en la familia ninguno sabía, y es que en aquel hermoso jardín natural era imposible dedicarse al estudio de las letras, pues se encontraba alejado de la llamada civilización.

Fina y Chayo eran hermanas gemelas de Jonás, según contaba su madre Fina nació primero y diez minutos después Chayo, pero a pesar de ello el cuerpo de Chayo se había desarrollado mucho más que Fina, siendo esta última, pequeña, de un cuerpo delgado, cabellos rizos y ojos azules como los de su hermano menor, Jonás.

Un día como era su costumbre de Jonás, y luego después de ayudar a su madre y a sus hermanas en las faenas del hogar, se fue la orilla del manso arroyuelo, dispuesto a disfrutar de sus frescas aguas. Se recostó sobre las hierbas cercanas a sus márgenes, quedándose tranquilamente dormido.

En el sueño se le presentó un personaje que jamás había visto, vistiendo ropas de rojo intenso, robusto de complexión y le dijo:

– ¿Te gustaría viajar conmigo?

Sin saber que contestar, Jonás, tartamudeando dijo:

– ¿Quién eres tú?

– Soy un viajero del espacio.

– ¿Por qué quieres que viaje contigo?

– Deseo ayudarte, llevarte a conocer otros lugares a los que jamás has ido.

Jonás, sin entender de qué se trataba pensó en su familia y le contestó:

– No quiero viajar, yo soy feliz con mis padres y hermanos.

A lo que, aquel viajero extraño repuso:

– No se trata de que les dejes, solo es un viaje, luego regresarás con tu familia.

En el sopor que vivía Jonás, sintió que su cuerpo temblaba y que un frío corría por todo su cuerpo, se movía sobre la hierba tratando de salir de aquella situación. De pronto un fuerte brazo le cogió, sacudiéndole, y le dijo:

– ¡Vamos, levántate! ¡Despierta!

A lo que Jonás lanzó un grito muy fuerte, que le hizo despertar. Era su hermano Fidel que le buscaba, pues ya habían pasado más de dos horas que había salido de su casa.

Fidel era un joven de diecinueve años cuya principal faena en aquella familia era dedicarse a la pesca.

Al regresar a casa, encontró muy preocupada a Doña Paca, quién cuestionó a Fidel:

– ¿Dónde lo encontraste?

– Se había quedado dormido.

Muy molesta, le dijo:

– ¿Qué no sabes que solo tienes permiso de salir una hora?

– Sí lo sé, pero me quedé dormido. Discúlpame, no volverá a suceder.

Ante las humildes palabras de Jonás, Doña Paquita se quedó satisfecha, olvidando aquel pequeño incidente. La verdad es que por primera vez había faltado a las reglas que en aquella familia se practicaban. Su padre siempre decía: "Una familia en la que no se respeten las normas establecidas se divide; y nosotros debemos y queremos siempre permanecer unidos".

Aquellas palabras se repetían de manera constante en la pequeña mente infantil, quién amaba tiernamente su familia.

Al llegar su padre del trabajo encontró a su menor hijo, sentado en un viejo taburete, con la mirada perdida en el horizonte.

– Jonás, ¿Qué tienes? ¿En qué piensas?

A la voz de su padre, se levantó inmediatamente y corrió a abrazarlo y a darle un beso en la frente como era su costumbre. Sintió que hacía muchos días que no veía a su padre y le abrazó con mucha más fuerza. A lo que su padre preguntó:

– ¿Qué tienes hijo? Parece que tienes muchos días de no verme.

Jonás tenía mucha confianza en Don Simón, le contó que se había quedado dormido cerca del riachuelo y que se le había presentado un hombre extraño que le invitó a viajar.

Don Simón, le dijo:

– Hijo no te preocupes fue sólo un sueño.

– Papá, no quiero dejarte nunca. Te amo a ti y a toda mi familia.

– Lo sé hijo, jamás nos dejarás. No olvides que los sueños son solamente sueños.

Para Jonás, lo que aquel día había vivido era tan real que pasó varios días recordando lo sucedido. Pasaron los días y no abandonó su costumbre de disfrutar después del desayuno los frescos baños que cada mañana se daba en el riachuelo.

Un día Ruperto se le acercó y dijo:

– Hermanito querido, ¿te gustaría aprender a leer y escribir?

Jonás que no sabía que significaba la pregunta de su hermano; le preguntó:

– ¿Qué significa leer y escribir?

Por un momento Ruperto, vaciló para contestar pues tampoco tenía muy claro lo que aquello significaba, le miró fijamente a los ojos y le dijo:

– Es como viajar, conocer otros lugares, darse cuenta de lo que la gente ha hecho. Leyendo se conocen las costumbres de otras personas, pero además se puede aprender muchas cosas que le permitan servir a quienes necesitan.

Ante aquella respuesta confusa, inmediatamente pensó en el sueño que había tenido, lo que le llevó a preguntar:

– ¿Tú me quieres?

– Sí, ¿Por qué me lo preguntas?

Jonás le contó el sueño. Ruperto entendiendo la confusión de su hermanito menor, le dio un abrazo y le dijo:

– Nada tiene que ver mi amor por ti, con el sueño que tuviste. Yo no quiero que tú te marches, sino que al contrario siempre quiero estar contigo.

Jonás, comprendió rápidamente que su hermano decía la verdad, y le dijo:

– ¿Cómo puedo aprender a leer y a escribir?

– Bueno, tienes que ir a una escuela.

– ¿Qué es una escuela?

– Es un lugar donde muchos niños como tú asisten todos los días y personas adultas llamadas profesores se dedican a enseñar, usando para ello libros, lápices. Ellos les dicen a los niños los nombres de las letras y como escribirlas.

Ruperto jamás había asistido a la escuela, pero una vez visitó el pueblo más cercano que estaba a unos doce kilómetros del lugar donde vivían. En esa oportunidad le llamó la atención un lugar donde vio muchos niños vestidos de la misma manera, que corrían y jugaban en un gran patio. Vio mucha alegría en ellos, y pensó que su hermanito menor también podía disfrutar de aquello que a él le pareció interesante; por lo que preguntó que era todo aquello y que se hacía en ese lugar. A lo que uno de los profesores le explicó, lo que con mucho trabajo hoy trataba de dar a entender a su hermano.

En Jonás se había despertado la curiosidad, por lo que le preguntó a su hermano:

– ¿Cómo puedo aprender a leer y escribir?

– Yendo a la escuela. Es en ese lugar donde te enseñarán.

Muy emocionado, le dijo:

– Si quiero aprender a leer y escribir.

– Bien, cuando vaya al pueblo platicaré con un profesor y le preguntaré si quiere enseñarte.

Satisfecho, Jonás se retiró a descansar, sin olvidar por supuesto dar un beso a sus padres y un tierno abrazo a sus hermanos, pues ya era la hora en que la familia se disponía a reposar.

A la mañana siguiente, durante el desayuno Jonás comentó alegremente lo que su hermano le había propuesto. Resulta que la familia siempre tenía el hábito de participar disfrutar juntos de los alimentos. Esa práctica les había ayudado a permanecer unidos, pero además aprovechaban conversar durante la hora de las comidas. Eran una familia muy feliz.

Cuando Don Simón oyó lo expresado por Jonás, se ruborizó, pues para él la escuela no tenía nada de positivo. Había oído hacía muchos años que la ciencia con sus descubrimientos le ha hecho mucho daño a la humanidad.

Don Simón no olvidaba que don Teofilo, quien era su padre, le contó que dos ciudades japonesas habían sido destruidas con bombas atómicas. Además oyó de las armas químico biológicas, las que representaban una amenaza de destrucción para toda la humanidad.

El temor de don Simón tenía su explicación; pues si las escuelas, las instituciones de educación media y las universidades se limitan a enseñar ciencia, tecnología y otros de carácter académico, descuidando la formación ética, la práctica de valores y principios morales se corre el riesgo de formar bárbaros científicamente competentes; que formados sin principios éticos, constituyen los más peligrosos de la especie humana, ya que pueden prestar su inteligencia y su preparación científica al servicio de causas innobles y deshumanizantes.

De manera que Don Simón, prorrumpió:

– ¿Cómo se te ocurre? – Dirigiéndose a Ruperto.

– Pensé que la felicidad que vi en los niños de la escuela también mi hermano podía disfrutarla.

– Eso está bien, pero no te parece que el aprender a leer y a escribir y todos los adelantos de la ciencia que existen no le han traído felicidad a la humanidad.

– Tienes razón, es que la felicidad no se consigue con dinero ni con educación.

– Si hijo, lo que les he enseñado es que la felicidad se consigue viviendo en paz, en armonía, respetándose unos a otros. – ¿A caso no eres feliz? – Dirigiéndose a Jonás.

– Claro que soy feliz con ustedes; pero me gustaría aprender a leer y a escribir.

Ruperto intervino diciendo:

-Yo pienso que el leer y escribir no es la causa de los males de la gente. Lo que sucede es que a las personas les hace falta lo que nosotros ya tenemos gracias a la educación que esta familia nos ha dado. Nos respetamos mutuamente, nos damos amor, nos comunicamos, cuidamos la naturaleza y este paraíso en el que Dios nos permite vivir.

Don Simón que era un hombre muy razonable y siempre había escuchado a sus hijos, se quedó por unos instantes tratando de comprender y entender lo que su hijo había expresado. Después de unos instantes se repuso:

– Creo que tienes razón.

En ello, no se equivocaba, pues no debemos culpar a la ciencia, lo que sucede es que al hombre le hace falta educación en principios éticos y morales, pero por sobre todas las cosas respeto a Dios y a la naturaleza. Creo que la ciencia debe estar al servicio de toda la humanidad. No debemos juzgar a la ciencia por lo que unos pocos avaros han hecho usando los avances científicos.

Se levantaron todos de la mesa, dedicándose cada uno a sus actividades. Sin que por el momento se hubiese tomado una decisión con respeto a Jonás.

Esa mañana Fidel acompañó a su menor hermano al riachuelo. Caminaron juntos sin conversar entre sí. Cuando llegaron, Jonás se dispuso a hacer lo que siempre hacía, pero su hermano le invitó a sentarse en un tronco de árbol que se encontraba en el lugar. Resulta que Fidel se encontraba confuso después de la conversación que habían tenido en la familia en la mañana, por lo que le preguntó a su hermano:

– ¿En realidad quieres aprender a leer y a escribir?

En la mente infantil de aquel niño se había despertado la curiosidad, pero después de la plática que tuvieron con su padre se encontraba confundido e indeciso, por lo que contestó:

-No sé, creo que el hacerlo me obligaría a dejar este lugar y ya no tendría la oportunidad todos los días de escuchar el alegre canto de los pajarillos, ni la música que el arroyo deja escuchar a medida que se desliza por la pendiente. Creo que mejor me dedicaré a pescar como tú lo haces.

Fidel le escucho con mucha atención, queriendo entender la mente de su hermano.

– Yo pienso que no necesariamente tienes que abandonar por completo esto que tanto amas y a lo que ya estás acostumbrado. Solo es cuestión de que organices tu tiempo, para que no dejes de vivir en este lugar, pero que a la vez aprendas a leer y escribir, si es que así lo deseas.

Jonás se quedó sin responder, no porque no entendiera lo que su hermano le acaba de explicar, sino porque deseaba jugar con el agua. De manera que se levantó y se dispuso a bañarse.

Fidel se quedó observándolo por unos instantes, como queriendo volver a vivir sus días de infancia, en los que al igual que su hermano disfrutaba de jugar y atrapar los pequeños pececillos, que luego soltaba. Hoy era otro momento y tenía que tratar de atrapar peces y cangrejos para contribuir con su trabajo en la alimentación de la familia. De manera que se marchó a la poza en la que acostumbraba pescar, pues era profunda, formando un remanso que más parecía un pequeño lago. Así absorto caminó recordando con nostalgia sus días de niño.

Ese día a la hora de la cena, Doña Paca, preguntó a Don Simón:

– ¿Qué has pensado? ¿Permitirás que Jonás vaya a la escuela?

– Claro que sí. Lo he pensado durante el día y creo que mañana, Hipólito puede ir al pueblo para averiguar los trámites que se realizan para que nuestro pequeño hijo pueda aprender a leer y escribir.

Dirigiéndose a Hipólito – ¿Puedes ir mañana al pueblo?

– Sí, además aprovecharé vender parte de las hortalizas que se han producido en el huerto.

Sin más conversación al día siguiente muy de mañana, Hipólito ensilló el caballo. Doña Paca cortó pepinos, pipianes, huisquiles y rábanos los cuales serían vendidos en el pueblo.

Después de casi tres horas de camino llego al pueblo, dirigiéndose al centro de operaciones comerciales que se encontraba en una plaza que no parecía mercado, sino uno de aquellos tiangues de la época precolombina. Todos los comerciantes tenían sus ventas en la calle desparramadas en sacos sobre el suelo. Vendió los productos del huerto casero; luego se dirigió a la escuela del pueblo. Al llegar fue recibido por Don Porfirio quien era el director. Este le recibió con toda amabilidad, invitándole a pasar adelante.

Hipólito amarró su caballo a un árbol y se dispuso a entrar.

– ¿En qué puedo servirle?

– Deseo saber cómo hacer para que mi hermano pueda aprender a leer y escribir.

– Puede matricularlo en esta escuela, y aquí con todo gusto le enseñaremos.

– ¿Qué se necesita?

-Simplemente que compre las cosas necesarias que se utilizan, cuadernos, un libro y lápices.

– ¿Cuánto cuestan?

– Bueno no son muy caros, pero si usted no tiene como comprarlos aquí en la escuela trataremos de proporcionárselos.

Don Porfirio era un profesor que ejercía su profesión por vocación, amaba a los niños, por lo que se interesaba en aquellos que no tenían recursos económicos aprendieran. A muchos niños ya anteriormente les había facilitado los útiles escolares. Las personas de escasos recursos económicos de aquel pueblo le tenían mucho aprecio, y trataban de recompensarle con pequeños obsequios, tales como: huevos, hortalizas y otros productos agrícolas que cultivaban.

Transcurrían los primeros tres meses de clases, por lo que don Porfirio le dijo:

– A partir de mañana, usted puede enviarlo a la escuela.

Muy agradecido, Hipólito le expresó:

– Está bien, pero tenemos que conversar en familia para tomar la decisión; pues vivimos a aproximadamente tres horas de camino.

– Bien, si ustedes deciden enviarle, aquí les estaré esperando.

Hipólito se marchó despidiéndose con una hasta pronto. Antes de retirarse a su paraíso escondido decidió ir de compras a la librería. En ese lugar compró lo necesario para que su hermanito pudiera asistir a la escuela. Luego emprendió su regresó. Pensando durante el trayecto en la alegría que sentiría su hermano al saber que por primera vez iría a la escuela. Pensaba en ese viaje fantástico que Jonás realizaría al día siguiente. En su mente hacía planes de cómo haría. La hora a la que tenían que levantarse, para luego emprender el trayecto, utilizando para ello el medio de transporte del que disponía.

A la mitad del día llegó. Le pareció extraño, pues era la hora del almuerzo. Nadie salió a recibirle. Llevó al caballo al pequeño establo que habían construido. Luego empezó a buscar a su familia. Se dirigió primero a la parcela donde su padre cultivaba maíz y frijol, sin encontrarle. Luego pensó ir al riachuelo. Muy preocupado y ansioso iba, cuando de pronto vio venir a lo lejos a Chayo, corrió hacia ella y preguntó:

– ¿Qué pasa? ¿Por qué no están en casa? Me han causado una gran preocupación.

– Decidimos mientras tú no venías irnos de paseo a la orilla del riachuelo, darnos un baño y luego quedarnos a almorzar.

– Pero me hubiesen avisado.

– Fue una decisión que se tomó de manera inesperada, por ello venía hacia la casa, tomando en cuenta la hora en que podías regresar.

Hipólito, sintió que su corazón volvía a su lugar, le dio un abrazo a su hermana y juntos de la mano se dirigieron hacia donde los otros miembros de la familia esperaban.

Al verles a lo lejos se sintió tan feliz de tener una familia tan linda. Jonás salió corriendo a su encuentro, lanzándosele a los brazos. Casi no pudo sostenerlo, le abrazo y estrechó a su pecho dándole un tierno brazo en la frente.

Uniéndose al grupo familiar recibió la bienvenida de su padre. Doña Paca le invitó a comer. Preguntándole como le había ido en el viaje.

A lo que narró lo que vivió, explicándoles a todos que había conversado con el director de la escuela y que además ya había comprado los útiles necesarios para que su hermano se presentara a la escuela al día siguiente. Ante lo narrado Don Simón preguntó:

– ¿Cómo se organizará el tiempo para que salgan y lleguen a tiempo de clases?

– Pienso que yo puedo ir a dejarle todos los días y esperarle a que salga de la escuela.

– Pero, ¿y tu trabajo?

– Bueno trabajaré al regresar. Pienso dedicarme con todo esmero para que ampliemos el huerto.

– ¿Para qué?

– Si ampliamos la producción podemos poner una venta de hortalizas en la plaza del pueblo.

– ¿Cómo se trasladará el producto?

– Podríamos comprar otros caballos.

– Sí, creo que esa sería una solución.

– Además, a medida que vayamos creciendo en la producción, creo que Fina podría acompañarnos y dedicarse al comercio de los productos.

– Te felicito, creo que tus ideas son muy buenas y todos te vamos apoyar para que realices tu sueño, no solamente de ayudar a tu hermano, sino aumentar la producción.

Así, entre conversaciones aquella tarde transcurría tranquila, junto al remanso de agua que parecía escuchar a aquella familia que entre ideas planificaba de manera organizada sus proyectos. Resulta que este riachuelo les proporcionaba el agua con la que durante el verano regaban las plantas del huerto. Por lo que saltaba y golpeaba las piedras, como queriendo gritar y ser escuchado, pues él era también parte de la dicha de aquella familia.

Jonás que también escuchaba la conversación de sus mayores, de pronto interrumpió:

– Yo no quiero ir a la escuela.

– ¿Por qué? Inquirió Don Simón.

– No quiero dejar a mi amigo.

– ¿Quién es tú amigo?

– Este riachuelo en el que día a día he atrapado pececitos. Pero tampoco quiero dejarles a ustedes.

Fidel interrumpe y le dice:

– No nos vas a dejar.

A lo que Doña Paca explica:

– Solamente estarás en la escuela durante la mañana, luego regresarás.

– ¿Qué no eras tú el que estaba interesado en aprender? Inquiere Don Simón.

– Sí, pero siento que como tu dijiste no necesito de leer y escribir para ser feliz.

Chayo al oír la indecisión de su hermano decide animarle:

– Imagina que bonita aventura vivirás, en ese viaje fantástico hacia la escuela.

Bueno todos los miembros de la familia participaron dando sus opiniones tratando de convencerlo. Fueron tantas las intervenciones de los miembros de aquella familia que no tuvo otra salida que decir que sí estaba dispuesto a ir a la escuela.

El sol empezaba a ocultarse en las colinas cuando decidieron regresar a casa. Era momento de empezar a preparar los alimentos.

Mientras su madre se ocupaba de las faenas domésticas, Jonás pensaba en ese viaje fantástico que realizaría a la mañana siguiente.

La hora del descanso llegó todos fueron a la cama, no sin antes poner en práctica los hábitos a que estaban acostumbrados.

Esa noche Jonás, no podía dormir pensando en la aventura que viviría. Al quedarse dormido de pronto se le presentó el personaje de la vez anterior, quien nuevamente le invitó a viajar.

-Hola Jonás.

Dándole un poco más de confianza, le preguntó:

  • ¿Cómo sabes mi nombre?

– Soy tu amigo y tengo tiempo de conocerte. Siempre que vas al riachuelo yo te observo de lejos. Tú no puedes verme.

– ¿Qué significa que yo no pueda verte y tú sí?

– No lo entenderías aunque te lo explique. Bueno lo importante no es que lo entiendas. He venido a invitarte a realizar un viaje.

Jonás que le tenía tanto miedo a los viajes, pues nunca había realizado ninguno y además con la idea de no abandonar a su familia y a su riachuelo, contestó:

– No quiero realizar ningún viaje.

– ¿Por qué?

– No deseo abandonar a mi familia.

– No tienes que abandonarla. Será un viaje de pocos minutos. Ven sube.

El niño vio ante sus ojos algo que jamás había contemplado. Eran tantas luces que adornaban la entrada en la que se encontraba el extraño personaje que le invitaba a viajar.

– Ven, sube – Le decía aquel extraño personaje.

Jonás estaba deslumbrado, aquel vehículo que había visto bajar de entre las nubes, era indescriptible.

La curiosidad fue tal, que por fin decidió acompañarle en el viaje.

– ¿Cómo te sientes?

Se encontraba tranquilo. Una extraña sensación de paz y tranquilidad le hizo pasar desapercibida la pregunta. A lo que nuevamente preguntó:

– ¿Tienes miedo?

– No – Contestó – que no terminaba de salir de su asombro ante lo que sus ojos veían. No sabía dónde se encontraba.

En el viaje Jonás conoció todos los continentes. Viajó al pasado. Pero lo que más le conmovió fueron las guerras santas o "Cruzadas", en las que miles de personas murieron. Vio la época del oscurantismo. Las guerras mundiales, el etnocidio de Hitler, y muchas otras batallas sangrientas en las que la humanidad ha perecido, tales como la destrucción de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

Se encontraba desconcertado, sin saber que decir. Al ver muchos niños como él y otros menores que morían víctimas de las guerras y del hambre, sus ojos empezaron a dejar correr las lágrimas, que pronto se convirtieron en un llanto. Empezó a llorar con tantas fuerzas que no se dio cuenta que por fin había despertado y que su madre se encontraba junto a él. A los llantos de Jonás toda la familia despertó. Se le acercaron y empezaron a abrazarle; él se apretaba junto a ellos, diciéndoles lo mucho que les amaba y que no quería separarse de ellos.

Su familia entendió que había tenido una extraña pesadilla. Le preguntaron qué pasaba, la primera en interrogarle fue Fina.

– ¿Qué tienes? ¿A caso no quieres ir a la escuela?

  • No quiero – Gritó desesperadamente.

Hipólito se le acerco para tomarle la temperatura y se dio cuenta que tenía fiebre.

Jonás ante tan terrible y fantástico viaje que acaba de finalizar se encontraba prácticamente delirando. Repetía constantemente:

– No quiero ir, no quiero ir, no quiero ir.

Su padre y Chayo empezaron a deslizar suavemente sus manos por su cabeza, diciéndole con ternura:

– No te preocupes hijo, no tendrás que ir.

– Hermanito querido, ya no tendrás que ir a la escuela.

Mientras tanto Doña Paca, había preparado unos trapos húmedos y empezó a colocárselos en la frente, en la región del occipital, en las axilas, en las ingles y en los pies. Todo para que le bajara la temperatura. A las caricias de su familia, Jonás se quedó profundamente dormido.

La familia se quedó vigilante, pensando que era lo que le sucedía a este pequeño miembro de la familia.

Cuando la luz del alba y el canto del gallo anunció el nuevo día, la familia se encontraba despierta, sin encontrar una explicación razonable de lo que le sucedía al menor de la familia, quién seguía durmiendo. Como si con la paz de su sueño gritara a todos los vientos que no quería jamás ir a la escuela.

La familia tenía que tomar una decisión. Don Simón dirigiéndose a Hipólito:

– Tienes que llevar a tu hermano donde el médico.

– Está bien papá.

Al llegar el sol, el niño despertó más tranquilo. La fiebre le había disminuido. Hipólito le dijo:

– Te llevaré al médico.

– No, yo me encuentro bien.

Acercándosele le dio un beso y trato de verificar si aún tenía temperatura, sin embargo ésta había desaparecido. La verdad es que no permitió que le llevaran al médico. Ese día Jonás faltó a su costumbre. Por primera vez de lo que tenía memoria no fue al riachuelo.

Pasaron los días y nadie volvió a tocar el tema de la escuela.
Aquel viaje fantástico le demostró que la civilización
a través de todas las épocas y latitudes está llena de
derramamiento de sangre, miseria, hambre y muerte. Por lo que tomó la
decisión de que nunca iría a la escuela. No fue necesario para
aquel niño aprender a leer, pues mediante aquel viaje fantástico
se dio cuenta de la injusticia social, de que los poderosos se enriquecen a
costa de la explotación de los débiles y pensó que mejor
viviría siempre cerca de su familia a la que amaba y del bello paraíso
en el que vivía. El personaje extraño de sus sueños jamás
se le volvió a presentar.

 

 

Autor:

Jaime Noé Villalta Umaña

 

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