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Vivir mejor con menos (página 4)




Enviado por Bruno Nizzoli



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En Argentina se aprobó la ley de bosques para proteger zonas de vegetación y fauna nativas, aunque hay casos muy evidentes de incumplimiento de esta ley en varias provincias. El desmonte ilegal, ya sea para actividad agrícola o para el uso de madera, ha sido endémico al punto que esta ley protege apenas las pocas áreas verdes que quedaron a salvo de la fenomenal deforestación. Aún así, las áreas preservadas son grandes reservorio de biodiversidad, de vida vegetal y animal, que quizá un día pueda ser reproducida en otras zonas recuperadas.

Estudios de impacto ambiental

Otra de las grandes responsabilidades que cabe a los gobiernos es preservar el medioambiente del impacto que puedan tener obras de ingeniería o procesos industriales. En la mayoría de los países, al solicitar a la autoridad competente el permiso de realizar cualquier obra de magnitud, se debe realizar un estudio de los cambios que esta obra producirá en el medio ambiente, esto permite realizar los cambios o ajustes necesarios antes que sea demasiado tarde. En el caso de que el coste ambiental sea alto y no pueda evitarse, no se dará permiso para la realización de la obra. Las empresas que deseen instalarse deberán presentar planes de contingencia, tratamiento de efluentes y residuos, uso eficiente de la energía y recurso hídrico, etc.

Este estudio comienza con una evaluación detallada del estado de cosas antes de comenzar la obra e incluye todos los parámetros ecológicos, edafológicos, acústicos y paisajísticos. Luego, se prevén los cambios que se producirán, desde el impacto visual hasta los efectos sobre el escurrimiento de las aguas pluviales, los requerimientos y la disponibilidad de agua corriente y energía eléctrica, así como las previsiones para el desagote de los residuos de cualquier naturaleza y el impacto sobre el vecindario. Si hay efluentes tóxicos se debe prever su mantenimiento en los límites legales establecidos.

De cualquier manera, el impacto negativo de una obra no es suficiente motivo para que el Estado detenga su ejecución, sino que se ponderan positivamente los beneficios que traería la obra en cuanto a generación de trabajo, servicio, recaudación, etc. Además, en muchos casos, estos estudios son contratados por los mismos interesados en realizar la obra, las empresas o los gobiernos que tienen fuertes intereses económicos en su realización, de modo que se puede dudar de su objetividad. Las represas se construyen aún a sabiendas del impacto negativo sobre los ecosistemas y la población que habita en sus cercanías. Mientras que muchas otras alteraciones del medio son provocadas por la acción en conjunto de múltiples factores no pasibles de ser incluidos en ese estudio. Ejemplo de ello es la producción de soja transgénica y el uso indiscriminado de pesticida y herbicidas por parte de los productores, la sobrepesca, el transporte de carga, la contaminación de las mineras, el Fracking, o la extensión de las ciudades. Todas estas actividades generan un perjuicio difícil de cuantificar y son permitidas casi sin mediar ningún control por parte del Estado en muchos países.

Algunos de los daños ecológicos más importantes son causados fuera de los límites nacionales, es el caso de la contaminación ambiental y la emisión de gases de efecto invernadero. Así también, algunos accidentes de gran impacto ecológico como ser los derramamientos de petróleo o la exposición a sustancias radioactivas, no son previstos por esos estudios, como lo demuestra el hecho de que siguen ocurriendo aún en los países más desarrollados. Algunas de las más grandes corporaciones, que son muy controladas en sus países, usan a otros países para hacer el trabajo sucio. Países subdesarrollados, como Argentina, reciben con gran simpatía a empresas contaminantes de la talla de Monsanto, Syngenta, ExxonMobil y Golden Brick (ésta última reconoció en Septiembre 2015 el derramamiento accidental de mas de 220 mil litros de una solución con cianuro en la provincia argentina de San Juan), a las que deja operar libremente porque necesitan atraer inversiones y no cuentan con la organización y tecnologías necesarias para realizar la explotación comercial de sus recursos. Las regulaciones en relación a la generación y tratamiento de los residuos industriales también son más laxas en los países en desarrollo. Todo lo cual demuestra que los estudios de impacto ambiental, como son aplicados, no previenen muchas de las agresiones al medioambiente, y menos aún cuando existen grandes intereses puestos en juego. Después de todo, la mejor política ambiental no es la que corre a remediar los daños sino la que evita que se produzcan.

Tratamiento de residuos y efluentes

Las grandes urbes son centros de producción de bienes útiles, como así también de una cantidad inmensa de residuos domiciliarios e industriales. Su tratamiento adquirió con los años una importancia fundamental debido a los efectos nocivos que se han verificado directamente relacionados a la lluvia ácida, la contaminación de aguas subterráneas, ríos y arroyos, y aún al propio cambio climático. En un tiempo todos los residuos domiciliarios eran arrojados sin discriminación al aire libre exponiendo a las poblaciones vecinas a enfermedades transmitidas por roedores y otros animales e insectos que se reproducían más fácilmente entre la materia orgánica en descomposición. Esto sucede aún hoy en la mayoría de los casos, al igual que los residuos cloacales que son descargados sin ningún tratamiento en los ríos y mares excediendo su capacidad de depuración natural.

En muchas ciudades los rellenos sanitarios se aíslan para que los residuos depositados no se filtren a la tierra, ni el biogás pase a la atmosfera. Además, se realiza la separación de residuos orgánicos y de material reutilizable, y aquel que es potencialmente peligroso; una parte es inyectada nuevamente a la cadena productiva como insumo, otra para hacer combustible y fertilizantes orgánicos. Se está estrechando el vínculo entre diferentes sectores para hacer que aquello que le sobra a uno sea un bien para el otro, de tal manera que no sólo disminuye la generación de residuos, sino también la extracción de más recursos de la naturaleza.

La madera que se arroja en una ciudad puede ser materia prima para aglomerados. El vidrio es fácilmente reutilizable si se invierte en plantas de tratamiento necesarias. Los desperdicios orgánicos podrían ser utilizados como fertilizantes. La cantidad de metal que una gran ciudad descarta podría ser equivalente a la de un distrito minero de primera magnitud. Reutilizar la basura supone un cambio de actitud social, porque no hay forma adecuada de clasificarla y separarla una vez mezclada, debe ser clasificada en la fuente y para ello es necesario el compromiso de la población. Aún son pocas las ciudades que se ocupan de hacer campaña en ese sentido al carecer de la infraestructura necesaria para el tratamiento y reciclado.

Además de este material reciclable, una gran ciudad es un impresionante generador de residuos peligrosos. Miles de toneladas de materiales como pilas, pinturas, solventes, restos de computadoras y muchos otros se tiran todos los días y terminan en sitios no aptos para recibirlos. Esas sustancias acaban contaminando fuentes de agua superficial y subterránea, y amenazando la salud de los habitantes. Una adecuada política de residuos debería contemplar la recolección y tratamiento diferenciado de los residuos peligrosos que se generan en los domicilios, y que hoy se tiran y se mezclan con la basura común.

Algunas tecnologías están mostrándose promisorias para la descontaminación del agua y el aire. No obstante, las empresas deben ser obligadas por los Estados a tratar sus residuos químicos para que se desechen en proporciones tolerables. Desde que se tomó conciencia de que la capacidad atmosférica de dilución es limitada, se fue imponiendo una legislación que obliga a las industrias a tratar los gases efluentes para eliminar los componentes más nocivos de los humos, como los compuestos clorados, las dioxinas, los compuestos ácidos, de azufre y de metales pesados y partículas de hollín. Lo mismo, la legislación obliga en muchos países a tratar los efluentes líquidos que puedan contaminar arroyos y ríos.

Sin embargo, son cuestionables los métodos con los que se comprueba la toxicidad de sustancias utilizadas y desechadas por las industrias, y la facilidad con que se permite que otros agentes muy sospechados sigan siendo utilizados, como es el caso de los agrotóxicos. Sustancias como los óxidos de azufre y nitrosos, el CO2, los detergentes, el metano y otros, forman parte de la dieta obligada a la que nos vemos expuestos por participar de una economía en desarrollo. La capacidad de reacción de los gobiernos para poner freno a una fuente de contaminación es notablemente lenta. La sustancia responsable de descomponer el ozono atmosférico, y que se utiliza aún en la industria de la refrigeración y la fabricación de aerosoles, solo fue prohibida muchos años después de que fuera descubierto el perjuicio que causaba y que persistirá por muchos años más. En muchos lugares, la acumulación de residuos es tal que ya prácticamente se agotaron los lugares disponibles como relleno sanitario, la opción que se elige es la incineración a sabiendas de la polución ambiental que esta práctica genera y sus perjuicios para la salud de la población.

Muchas veces los gobiernos no disponen de la infraestructura de control necesaria para hacer seguir las normativas de seguridad ambiental a todas las industrias, en otras ocasiones los inspectores son sobornados, y no en pocos casos los agentes responsables de generar la normativa y expedir permisos son empresarios que tienen fuertes intereses creados en la industria, como sucede con la agroindustria o la industria armamentista. De modo que la complicidad y falta de control del gobierno terminan obstaculizando el camino de la voluntad política, y del pueblo, expresada en las reglamentaciones que deberían ser aplicadas con todo el rigor.

Existe, por ejemplo, una complicidad bastante evidente entre la industria que usa sustancias tóxicas en la producción de alimentos y los gobiernos, más atentos a la salud de la economía que a la salud de la población. La industria alimenticia está utilizando desde hace varios años conservantes, aditivos, endulzantes y productos transgénicos potencialmente nocivo que son permitidos y no regulados en muchos países. La aplicación del principio de precaución, que obligaría a las empresas y a agencias de control independientes a demostrar la inocuidad de sustancias sospechadas antes de ser utilizadas o emitidas por la industria, sería un gran avance, y quizá la forma de tener mayores garantías con relación al uso de esas sustancias. Pero esta iniciativa es muy resistida en los países europeos que la contemplan por los enormes intereses empresariales que dificultan su aplicación. Empresas como Monsanto han sido varias veces denunciadas por tergiversar las pruebas de inocuidad para la aplicación de su producto estrella Roundup, que se ha comprobado que puede producir cáncer en personas. Mientras que, en otros casos, es el propio gobierno el encargado de ocultar las pruebas de toxicidad o no dar las respuestas correctivas que son necesarias.

A modo de conclusión, es evidente que a pesar de la necesaria y muy positiva intervención del Estado en estos y varios asuntos que afectan al medioambiente, en general, los gobiernos han demostrado ya que no tienen la capacidad para detener ni revertir los daños generados, y no lo han hecho en ningún país hasta el momento, como lo demuestran las cifras de deforestación, contaminación del aire y reducción de biodiversidad que afectan prácticamente a todos los países. Si no lo han hecho hasta ahora, cómo podríamos creer que vayan a ofrecer una solución radical a futuro, cuando los problemas hayan empeorado y demanden mucha más inversión y compromiso. Algunos planes tienen la posibilidad de resolver problemas puntuales, mientras que otros, por su escala, pueden llegar a tener un impacto relativamente menor. Además, la experiencia indica que la falta de continuidad en el largo plazo, como consecuencia de la falta de voluntad política o carencia de recursos económicos, pone en riesgo la consolidación de algunos de esos planes.

Después de todo, el área del Estado destinada al medioambiente está supeditada, tanto como cualquier otra área, a la planificación política y económica del gobierno. La institucionalidad de un aspecto de la realidad, como lo es el tema ambiental abordado por un ministerio, puede ser pura formalidad y ocultar que en realidad lo que se persigue es hacer que ese aspecto no interfiera en el plan más general del gobierno.

"Un área ambiental de un país no está para deslegitimar la minería a cielo abierto como opción de obtención de divisas a costa de la pérdida neta de recursos naturales y la generación de un pasivo ambiental. Está, simplemente, para otorgar el permiso de explotación correspondiente, con un certificado de "aptitud ambiental", cuya única lógica es la de mantener la actividad dentro de los umbrales fijados por leyes elaboradas para favorecer la llegada de esos capitales" (Federovisky, p. 49)

El modelo extractivista instalado en varios países con recursos naturales hace de la protección ambiental un escollo, y lejos de aceptar el costo social y ambiental que representa establecen un modelo de crecimiento basado en la explotación de dichos recursos. Por eso, los recursos económicos para la gestión ambiental han sido siempre insuficientes. Su nivel de participación en el PIB, está lejos de aquel que se considera necesario para enfrentar los problemas ambientales con alguna solvencia. El desaceleramiento de la economía y las situaciones de recesión de los últimos años han agravado esta tendencia al forzar una quita de recursos de los presupuestos nacionales para la gestión ambiental. Mientras tanto, los mecanismos de financiamiento que se han arbitrado al margen del presupuesto nacional (ej. los provenientes de la cooperación internacional), han resultado insuficientes para subsanar cualquiera de los problemas antes vistos.

Si no se invierte en la prevención, debemos saber que cuesta mucho más dinero reparar el daño una vez causado; sanear el agua de un río o de un arroyo, o recuperar la tierra que se ha vuelto estéril. Los gobiernos, en su mayoría, no están dispuestos o no pueden incursionar en ese gasto, ni tampoco asumir la tarea menos onerosa de prevenir el daño. Mucho menos lo están las empresas responsables, y en cualquier caso, cuando son obligadas a hacerlo, los costos terminan siendo soportados por los consumidores como aumento en los precios.

"Un impuesto verde puede ser útil, pero es claramente insuficiente. Las leyes de delito ecológico son bastante resistidas por los sectores políticos de América Latina, pero, nos parece que no hay otra alternativa que penalizar ciertas conductas. ¿Por qué razón es delito matar a una persona a balazos y no es delito, en muchos países, hacerla perecer con sustancias químicas? Al mismo tiempo, una escuela es una propiedad pública. Por esa razón, incendiar una escuela es un delito. Un río también es propiedad pública. Contaminarlo debería ser considerado un delito análogo a incendiar una escuela, lo que no ocurre en la legislación de América Latina." (Brailovsky, p.225)

Debería ser derecho de cada ciudadano accionar ante los tribunales en defensa del interés colectivo, denunciar y hacer comparecer ante los tribunales a las empresas que generen algún daño medioambiental. En tal caso, si se demuestra que una empresa no toma los recaudos suficientes para minimizar en todo lo posible el daño medioambiental se le cobraría una multa lo suficientemente onerosas como para hacerle ver la conveniencia de invertir en procesos y tecnologías más limpias.

Otro aspecto que está siendo descuidado es que la inversión tanto pública como privada en investigación y desarrollo destinada en última instancia a generar nuevos ingresos, es varias veces superior sin dudas que la destinada a cualquier investigación dirigida a comprender mejor las consecuencias de nuestros actos sobre los ecosistemas o a desarrollar tecnologías amigables con el medioambiente. El desarrollo económico preocupa mucho más que la sustentabilidad, mientras que, en la realidad, el orden de importancia de estos factores es desde luego el inverso.

Los Estados seguramente podrían hacer mucho más de lo que hacen, imponiendo leyes más rígidas y haciéndolas cumplir, realizando fuertes inversiones en tecnologías verdes y en campañas de concientización, combatiendo expresamente a las corporaciones y países más contaminantes y depredadores, etc. Sin embargo, más allá de la voluntad política por la sustentabilidad, el compromiso asumido con el desarrollo y la salud de los mercados, hace que se destine mayor atención y recursos a sostener el trabajo, el nivel de consumo y de inversión, los que serían amenazados por una política ecologista radical. Mientras que la inversión en ecología se asuma como un gasto y sea perjudicial para muchos intereses creados, el Estado no podrá combatir las causas del mal, o, en el mejor de los casos, sólo dará soluciones parciales a los problemas que se irán multiplicando y terminarán desbordando su capacidad de remediación.

Sea como sea, nuestros problemas ambientales no obedecen tanto a la falta de control o regulaciones de parte del Estado, como al derroche y el confort a los que nos tiene acostumbrados la sociedad de consumo que habitamos, cada vez en mayor número. Ninguna propuesta sensata de solución puede pasar por alto la necesidad de reducir nuestros niveles de consumo, y por ende de producción, para aliviar e ir superando los daños causados sobre el medioambiente. Insistir en soluciones tecnológicas y Políticas, eludiendo las verdaderas causas económicas de la depredación y contaminación, no hará sino empeorar la situación que enfrentamos, y que nos afectará a todos sin distinción de clases.

Responsabilidad Social empresarial

El desarrollo sostenible pretende que sigamos operando en un mundo de libertad de empresa y de mercados, de ahí que apela a la responsabilidad de las empresas para integrar valores e intereses sociales en sus decisiones operativas, productivas y comerciales. Además de las normas internacionales que las empresas pueden adoptar voluntariamente, la sociedad a través del Estado también puede crear incentivos fiscales, publicitarios o de otro tipo para que las empresas opten por seguir una conducta más responsable con su entorno. Las compañías, además, en su deseo de adoptar una imagen positiva ante la sociedad, tienen en cuenta la opinión pública que va cobrando cada vez mayor conciencia sobre las causas y consecuencias de la contaminación y el uso de los recursos no renovables.

Cada vez son más las empresas adheridas al EMAS, una normativa voluntaria de la Unión Europea que reconoce a aquellas empresas y organizaciones que demuestran en la práctica un compromiso social y con el medio ambiente. Se dice que una empresa logra ser ecoeficiente cuando oferta productos y servicios a un precio competitivo, mientras reduce progresivamente su impacto medioambiental y la intensidad del uso de recursos naturales.

Entre las herramientas para mejorar la ecoeficiencia de las industrias se distinguen las siguientes:

1. Reducción de la intensidad de uso de las materias primas. 2. Reducción de la intensidad de uso de la energía. 3. Reducción del daño a la salud humana y el medio ambiente. 4. Fomento de la reutilización y reciclaje de los materiales.

Sin embargo, bajo las reglas del sistema, estas estrategias sólo se podrían difundir a un número considerable de compañías en la medida que ser ecoeficiente redunde en elevar la imagen de la compañía y ello le asegure una mayor porción del mercado; de ser así es posible que ocupen una parte significativa del presupuesto en aplicar tecnologías e insumos más amigables con el entorno, sobre todo si se trata de un producto que comienza a ser demandado por reunir esas características. Pero esperar un comportamiento ético o responsabilidad social de parte de las empresas, como si fueran individuos, es por lo menos ingenuo. Si se tiene confianza en que las compañías responderán positivamente a incentivos públicos o del mercado que las orienten a un comportamiento ético o ecológico, es también razonable esperar que actúen boicoteando ciertas tecnologías verdes si éstas amenazan sus intereses, como sucede hoy día y desde hace tiempo con los automóviles eléctricos o la medicina natural.

De todos modos es cierto que hay mayores incentivos que antes dentro del mercado para encaminarse a la ecoeficiencia, además de la opinión pública y de la elevación de los costos de los recursos, se han articulado formas de que las empresas contaminantes y extractivas agreguen dentro de sus costos otros impuestos y bonos adicionales en la medida que se excedan en la emisión de gases de efecto invernadero, o no utilicen con mayor eficiencia la electricidad y el agua, por ejemplo. Las industrias de países desarrollados tienen el deber de reducir sus emisiones, pero además, de compensar de alguna manera a los países en desarrollo, y a la sociedad en general, por toda emisión que realicen.

No obstante, es de esperar que las empresas más depredadoras y contaminantes sigan teniendo fuertes incentivos de mercado e intereses creados para no modificar sustancialmente su comportamiento. Que unas pocas empresas tengan una dirección responsable y hayan creado un tipo de vínculo más sostenible con el entorno, es apenas un dato curioso de la otra realidad a la que el mercado y las corporaciones nos tienen acostumbrados. Este sistema siempre brindará mayores incentivos para depredar y contaminar los recursos de todos; mientras que ser ecoeficiente es costoso y puede redundar en pérdida de competitividad.

Un caso emblemático de ello es analizar cómo funciona el mercado y las empresas en relación a la explotación de un bien muy apreciado que se ha tornado escaso, como el pescado. A medida que los peces se agotan, los precios se elevan y ello justifica que se invierta más capital en la intensificación de la búsqueda de peces con mayor tecnología. El comportamiento de los inversores y los pesqueros es muy racional, pero su conducta conduce inevitablemente a la extralimitación y la destrucción del recurso. Queda claro que el problema no son las personas, sino el sistema de incentivo monetario y libre mercado. Nunca estuvimos en una situación medio ambiental tan grave, ni tampoco fuimos antes más eficientes para sobreexplotar recursos desde el punto de vista tecnológico y de organización, ni de la propia dinámica de la economía que hace posible que el mercado se extienda hasta los últimos confines mundo y ver con ello incrementada la demanda de insumos o recursos básicos de muchos países.

Piensen que la industria ballenera que ha invertido una enorme suma de capital y de ello espera generar el máximo rédito posible. Si puede exterminar a las ballenas en diez años con un beneficio del 15%, mientras que sólo podría obtener un 10% con una captura sostenible, las exterminará en diez años. Después el dinero se irá a otra parte para exterminar otro recurso. (Meadows, p. 306)

Este sistema ofrece incentivos para maximizar la producción y comercialización, es decir, para aumentar la extracción de recursos y la generación de desechos. El sistema provee a las empresas mecanismos financieros muy bien aceitados para obtener ganancias en corto plazo, protegerse y rearmarse ante una eventual crisis. De esta forma, protege más a los inversionistas y sus corporaciones que a la gente común que luego sufre los efectos de su embestida.

Los mercados y la tecnología tradicionales han llevado a la industria pesquera marina del planeta al borde del colapso. Más de lo mismo no le devolverá la salud. Sin embargo, si se utilizan dentro de los límites y son gobernados por instituciones reguladoras, las fuerzas del mercado y el desarrollo tecnológico podrían ayudar a dotar a la industria pesquera mundial a obtener ricas capturas sostenibles durante generaciones. (Meadows, p. 296)

La sostenibilidad debe ser garantizada por aquellos que defienden los intereses de la comunidad, y no por la mano ciega del mercado ni los intereses privados de un sector que se las arreglará para lucrar con la desesperación y la crisis. Sin embargo, el poder de las empresas es cada vez mayor debido a la globalización y la externalización de la producción. Las leyes estatales de cada país resultan cada vez más insuficiente y se quedan cortas a la hora de obligar a las empresas a reducir su impacto medioambiental. Sin la colaboración y la voluntad expresa de las empresas, los esfuerzos gubernamentales son a todas luces, ineficaces.

Un factor decisivo para impulsar la iniciativa privada es la presión social, cada vez más concienciada con el impacto medioambiental negativo. Sin embargo, existe un gran desconocimiento de las maneras en que operan las empresas contaminantes y aún más de los riesgos de algunos productos que son utilizados discrecionalmente. Que las compañías suscriban convenios o principios de acción favorables a un desarrollo sostenible no significa que en la práctica se comprometan a hacer cambios importantes, nadie puede estar seguro de si lo hacen por una cuestión de imagen o si realmente están preocupados por el medioambiente.

Un estudio reciente revela que los ejecutivos se muestran escépticos de que los esfuerzos ambientales corporativos atraerán a los consumidores, y en la misma línea, los consumidores han expresado sus dudas de que las intenciones del ambientalismo corporativo sean genuinas. Existe una desconexión entre la voluntad corporativa de incorporar mejores prácticas ambientales y la aplicación real de esas prácticas. Es muy sencillo para las compañías exagerar los alcances de las actividades o proyectos ambientales en el discurso mediático, que es en último término lo único que llega el consumidor, sin posibilidad, ni disposición, de comprobar que se lleven a cabo. La modificación de los procesos productivos exige inversiones, por ejemplo, en la construcción de plantas de tratamiento de efluentes, y pocas veces las empresas están dispuestas a sacrificar parte de sus ganancias para mejorar la vida de terceros.

No es de esperar un comportamiento ético de parte de las empresas en un sistema cuyo principal incentivo para producir y distribuir bienes y servicios es monetario. Nunca ha sido el caso, ni durante las guerras, ni ante la evidencia de las más crudas desigualdades sociales modificaron su conducta para resolver los problemas de la sociedad en las que están inmersas. Frente a las pocas empresas que han modificado su modo de producir para contaminar menos o hacer más eficiente y sostenible el empleo de insumos, hay muchos casos de compañías que no hacen ningún esfuerzo para colaborar en prevenir los graves problemas que vamos a enfrentar en los próximos años. La reacción será tardía y muy probablemente muchas empresas deban cerrar por falta de insumos o por la crisis financiera, mientras tanto, los daños ambientales se seguirán acumulando, y es probable que cuando nos veamos forzados a cambiar a un modo de producción sustentable, o reducir la producción, ya sea demasiado tarde.

Conclusión:

Partamos de la base que, como su nombre lo indica, al desarrollo sustentable no le interesa tanto la sustentabilidad ecológica como la sustentabilidad económica. Por eso los gobiernos y las empresas que suscriben al desarrollo sustentable siempre tendrán como prioridad el buen funcionamiento de la economía y no se preocuparán por la ecología a menos que se demuestre que el daño ambiental afecta a la economía en algún sentido. "Un ecosistema puede perder su sustentabilidad ecológica y no perder -o al contrario, ganar- sustentabilidad económica. ¿Es la soja una agricultura sustentable? Para la naturaleza, no. Para la economía, puede serlo." ( Federovisky, p. 48)

El principal defecto de esta apuesta por el desarrollo sustentable es que no brinda soluciones a varios de los problemas que ya estamos enfrentando y que hacen a una crisis actual de grandes proporciones. Estos son algunos de los problemas que siguen su curso de agravamiento, sin que las nuevas tecnologías, las acciones del Estado, ni las corporaciones puedan ofrecer más que débiles paliativos:

La pérdida de biodiversidad (deforestación y defaunación)

El calentamiento global y cambio climático.

La contaminación química persistente en el ambiente y los organismos.

La escasez de recursos como el agua subterránea y la tierra fértil.

La sobrepoblación, el consumismo y la injusta distribución de bienes.

Mientras que para otros temas acuciantes como el de la utilización de fuentes de energías alternativas a los hidrocarburos, el tratamiento de residuos y efluentes, o la extracción de fuentes alternativas de agua dulce, aún estamos lejos de alcanzar una solución satisfactoria. Todo indica que estos problemas se agravarán aún más si se privilegia el objetivo de desarrollo económico sobre el cuidado y preservación del medio ambiente y los ecosistemas, de los que depende la vida en la tierra. Por lo que únicamente puede ser sustentable un sistema que garantice la salud de los ecosistemas antes bien que la salud de los mercados, pues a ello nos debemos enfocar con máxima atención dado el avance de su deterioro. De lo contrario, la reacción a los perjuicios económicos que causará en mayor escala el cambio climático y la escasez de recursos, por ejemplo, será muy probablemente tardía para reparar el daño causado.

Las tecnologías y los mercados son meros instrumentos que sirven a los objetivos, la ética y el horizonte temporal de la sociedad en su conjunto. Si los objetivos implícitos de una sociedad consisten en explotar la naturaleza, enriquecer a las elites y hacer caso omiso de las perspectivas a largo plazo, entonces esta sociedad desarrollará tecnologías y mercados que destruyan el medio ambiente, ensanchen la distancia entre ricos y pobres, y optimicen las ganancias a corto plazo. En pocas palabras, esa sociedad desarrollará tecnologías y mercados que aceleran el colapso en lugar de prevenirlo. (Meadows, p. 296)

Cada vez se acentúa más la oposición entre los procesos industriales de extracción y producción, y los procesos naturales de vida y reproducción, de tal forma que uno está extinguiendo al otro sin tomar en cuenta que por más avanzada que se encuentre la ciencia y la técnica, siempre estarán subsidiadas por las leyes y los fenómenos naturales que le sirven de base. No son respetados los ciclos y tiempos propios de la naturaleza, ni ahora sus servicios, que costaría ingentes sumas de dinero reemplazar, y, en muchos casos, sería hasta imposible. La ambición tecnológica intenta reemplazar todo por mecanismos y tecnologías que obedezcan estrictamente al control humano, pero la complejidad que nos rodea aun escapa en gran medida al conocimiento científico, y más todavía a las urgencias y exigencias del mercado, por lo que nuestra imprudente intervención sobre la naturaleza está ocasionando mayores daños que beneficios.

"Nuestra civilización ha tratado a los seres vivos como si no lo fueran. Es decir, olvidando sus requerimientos específicos e idealizando a las máquinas, que no necesitan dormir, ni tener emociones. Precisamente por esta dificultad de pensar a los fenómenos vivos, es fácil caer en simplificaciones mecanicistas, y por ejemplo, poner en marcha una agricultura que pretenda reemplazar los mecanismos de la naturaleza por el uso masivo de sustancias químicas"(Brailovsky, p. 157)

"Entender que la naturaleza tiene sus reglas propias, distintas de las que se fijan a sí mismos los seres humanos, y difícilmente regulables por los mercados, podrá ayudarnos a resolver el problema. ¿Es más fácil cambiar la naturaleza que las costumbres y la forma de vivir en una ciudad?" (Brailovsky, p. 146)

Los problemas que estamos enfrentando no tienen otro origen que la necesidad de crecimiento perpetuo al que nos fuerza este modelo o sistema económico que comparten casi todas las Naciones del mundo. Buscar soluciones sin alterar la causa fundamental que crea esta crisis que hoy mismo padecemos, puede ser en el mejor de los casos inútil, o puede agravar aún más la situación. Deberíamos afrontar el hecho de que no podemos consumir ni crecer al ritmo que lo veníamos haciendo, que vender más autos o más electrodomésticos puede ser beneficioso para la economía, pero no para nuestra supervivencia. El desarrollo sustentable es la nueva utopía, pero esta vez, de la derecha capitalista, que pretende prolongar la ficción de crecimiento y consumo ilimitado en un mundo de recursos finitos y ya en crisis.

Herman Daly estableció un índice sintético, el Genuine Progress Indicator (GPI), que ajusta el Producto Interior Bruto (PIB) según las pérdidas debidas a la contaminación y degradación del medio ambiente. En el caso de los Estados Unidos, a partir de los años setenta el índice de progreso auténtico se estanca o incluso retrocede, mientras que el PIB aumenta. Lo que equivale a decir que, en esas condiciones, el crecimiento es un mito, porque lo que crece por un lado decrece más fuertemente por el otro. (Latouche Serge, 2003)

La propia idea de crecimiento es de una obstinación absurda, porque si bien pretende ingenuamente que se vive mejor con más cosas, se lo hace a costa de sufrimiento y privaciones futuras. En realidad, crecer en términos de mayor bienestar material de la población no es el objetivo final de las empresas que producen los bienes que consumimos, sino que lo es su propio enriquecimiento. La idea de base liberal que sostiene que el interés particular se traduce en beneficio general es otro absurdo siniestro que dilapida la posibilidad de que más gente se una y más recursos se destinen en acciones consensuadas orientadas al bien común. Estamos viendo cómo ese interés particular de ganar más, para compensar seguramente la pobreza de espíritu de unos pocos, deviene en contaminación y sobrexplotación de los recursos que son de todos y de nadie en particular, o, en el mejor de los casos, con la promesa cumplida, en crecimiento poblacional y en saturación materialista que transforma necesidad en apatía mucho antes que en felicidad para los que tienen la fortuna de estar entre los beneficiarios del sistema.

La sustentabilidad es un valor enorme que tiene que ver con vivir y dejar vivir, satisfacer las necesidades de hoy sin comprometer las de las generaciones venideras, y no debe emparentarse con la idea de desarrollo, no sólo porque el crecimiento material no es un valor equivalente, sino porque ese desarrollo no es una necesidad humana, sino necesidad de un sistema económico, el cual, a su vez, es el máximo responsable de que no logremos ser sustentables.

Prescindiendo de esa necesidad de crecimiento perpetuo, toda solución para los problemas medioambientales que venimos atravesando es sin duda beneficiosa: la aplicación de tecnologías verdes, la regulación de las empresas, las políticas tendientes a la preservación y fomento del uso responsable de los recursos, son parte de la solución, pero también lo son, y no en menor escala, la moderación del consumo de bienes y su accesibilidad por medio de prácticas solidarias que posibiliten una distribución más equitativa. Estas dos soluciones, sin embargo, no son compatibles con un sistema que depende del ciclo creciente de producción y consumo. Los desarrollista no pueden admitir que una menor producción en los países ricos es beneficiosa para todos, porque implícitamente aceptan las bases que fija el sistema; un menor crecimiento o crecimiento negativo tendría graves consecuencias económicas y sociales. La pregunta es ¿qué es lo que pretendemos salvar entonces, nuestro planeta o el sistema?

El sistema no solo ha generado los problemas acuciantes que hemos planteado, sino que resiste aún a las soluciones innegables que plantea el decrecimiento. Lo que hacen los defensores del desarrollo sustentable es precisamente absolver al sistema como máximo responsable de los problemas que venimos cursando. El desarrollo productivista no respeta los límites naturales y el mercado capitalista se opone a la posibilidad de otras formas de disponibilidad de bienes por parte de la población. Debemos cambiar nuestra idea de desarrollo, desde una visión productivista a una visión de mayor disponibilidad y distribución de los bienes; de un desarrollo material para el hombre, a un desarrollo que equivalga al mejoramiento de los ecosistemas y a una forma de intervención cada vez más sustentable del hombre sobre la naturaleza.

El desarrollo sustentable sigue la línea de pensar que todo tiene una solución tecnológica u organizativa, y que depende sólo de nosotros. En línea con el desarrollismo sigue viendo a la naturaleza como recurso que debe ser explotado y administrado, a lo que sólo agrega una cota de eficiencia en vistas de la prosperidad de los negocios futuros. En su visión antropocéntrica no hay lugar para otros fines que no sean de provecho humano. Creemos que la naturaleza debe acompañar nuestro arrogante diseño civilizatorio de crecimiento material y despilfarro consumista. Sin embargo, nosotros cohabitamos el planeta en completa dependencia con estrictos factores ambientales, la salud de los ecosistemas y otras especies. Nosotros no somos los que mandamos aquí, ni tenemos el poder de reinventar el mundo a nuestro antojo, ni somos los únicos seres que importan; los recursos no están allí sólo para nosotros, y la realidad no es tan ilimitada como nuestros deseos. Un día nos daremos cuenta que hemos sido un huésped cruel y despiadado en este planeta, y que así como se nos fue dado, un día se nos quitará todo lo que pensábamos era nuestro por alguna clase de derecho divino.

Capítulo 3:

Sistema de vida sustentable

Nuestra estructura socioeconómica no respeta la vida, hemos desatado un mecanismo ciego que se orienta hacia la extralimitación y nos lleva a la situación de crisis actual sin ofrecer ninguna salida. Todas las instancias de poder del sistema son afines al crecimiento ilimitado, y no a la prudencia y bienestar humano y de los ecosistemas. Las corporaciones fueron concebidas para maximizar el lucro en el menor plazo sin importar los costos colaterales; los mercados no están preparados para responder a tiempo a un colapso medioambiental o la drástica disminución de recursos, por el contrario, instan a explotar al máximo los recursos en escasez, generan desigualdad y favorecen la concentración de poder en pocas manos; los gobiernos son generalmente corto placistas, atentos al rédito político de sus acciones terminan siendo condescendientes al poder de las corporaciones y la dinámica de los mercados, o, como mucho, ejercen una función de regulación y control de la economía bastante moderada, que en general se dirige a la redistribución de la renta, a equilibrar la balanza comercial y a estimular el mercado interno, aceptando a ciegas las prácticas extractivas y contaminantes de la industria.

Ninguna de estas instancias puede servir para aplacar los alcances de un comercio e industria en expansión. Los países pueden lograr acuerdos importantes para frenar la contaminación o problemas concretos como el agujero de la capa de ozono, pero no a costa del crecimiento económico, lo que traería problemas sociales inmediatos. En la última cumbre del clima en París se llegó al acuerdo de no sobrepasar los dos grados centígrados respecto de la temperatura promedio preindustrial realizando una gradual disminución de la emisión de gases de efecto invernadero. Las potencias sin embargo no dan cuenta de su responsabilidad por el grado de situación actual y sólo se comprometen a crear un fondo para financiar proyectos de tecnologías verdes y otros, siempre que su aplicación no les quite competitividad ni haga mella sobre sus políticas de desarrollo.

La amenaza de las consecuencias por frenar o reducir la expansión y el crecimiento parece para ellos más real de lo que es aún la inminente escasez del petróleo, del agua y las tierras cultivables, o de las catástrofes climáticas y la contaminación, o la pérdida de biodiversidad. No se tiene en cuenta, lo suficiente, que cualquiera sea la medida que adoptemos tendrá costes sociales importantes. Lo que nos dicen los científicos es que de postergar una respuesta concreta a las crisis que ya comenzaron, si es que aún tenemos tiempo, sufriremos un costo de calidad de vida mucho mayor. Además, el escenario de colapso puede llegar a ser catastrófico para buena parte de la vida sobre el planeta e incluso dejarlo inhabitable para muchas especies, incluida la nuestra.

"Las proyecciones a futuro pueden ser varias, puede haber un colapso súbito; también puede haber una transición suave a la sostenibilidad. Pero los futuros posibles no incluyen un crecimiento indefinido del caudal de producción en un planeta finito. Las únicas opciones reales consisten en rebajar el caudal productivo a niveles sostenibles mediante una decisión consciente o en dejar que la naturaleza fuerce la decisión a través de la escasez de alimentos, de energía o de materias primas, o bien mediante un deterioro creciente del medio ambiente."

"De mantener la sociedad actual su trayectoria tradicional sin ninguna desviación importante, la población y la producción aumentarán hasta que el crecimiento se vea detenido por la creciente dificultad de acceso a los recursos no renovables. Se precisa cada vez más inversión para mantener los flujos de recursos. Finalmente, la falta de fondos para invertir en los demás sectores conduce a la disminución de la producción tanto de artículos industriales como de servicios. De este modo, desciende a su vez la cantidad de alimentos y de servicios sanitarios, reduciendo también la esperanza de vida e incrementando la taza de mortalidad media."

"Las tasas de mortalidad y natalidad y las tasas de inversión y amortización se verán equilibradas por decisión humana o por efectos de la sobreexplotación de las fuentes y sumideros del planeta. Las curvas de crecimiento exponencial se desacelerarán y experimentarán una inflexión, para luego estabilizarse o descender. El estado de la sociedad humana y del planeta en este punto será catastrófico si no se toman medidas anticipadamente." (Meadows, p. 59)

Se calcula que el crecimiento de varios factores como la producción industrial y el consumo llegará a un pico en estos años, y que a partir de allí descenderán también de forma vertiginosa el índice de bienestar humano y la población, como también lo hará la huella ecológica. Si estamos dispuestos a enfrentar los costos sociales antes de que sea demasiado tarde, entonces se deberán establecer políticas y medidas que en muchos casos suponen una fuerte intervención en los mercados y control de las corporaciones. Dentro de las medidas que pueden ser tomadas sin modificar la estructura del sistema pero imponiendo restricciones a la libertad del mercado y las corporaciones están:

  • Ampliar el horizonte de planificación. Tener en cuenta los costes y beneficios a largo plazo. Conocer mejor y supervisar tanto el bienestar de la población humana como el efecto real de la actividad humana sobre el ecosistema mundial.

  • Minimizar el uso de recursos no renovables. Los combustibles fósiles, las aguas subterráneas fósiles y los minerales deberían utilizarse siempre con la máxima eficiencia posible, reciclarse y consumirse en el marco de una transición deliberada al uso de recursos renovables.

  • Prevenir la sobreexplotación de los recursos renovables para que no excedan los límites de reposición. Esto requiere de una monitorización constante de sus tasas de regeneración y fuertes sanciones sociales o desincentivos económico contra su uso excesivo.

  • Desarrollar tecnologías eficientes y poco contaminantes. Invertir dinero en investigación y desarrollo de ecociencia y ecotecnología, para mejorar los procesos y productos en cuanto a su eficiencia, durabilidad y demanda de recursos o insumos.

  • Mayor control sobre las empresas. Combatir las prácticas monopólicas y sancionar severamente a las industrias que contaminan y que no empleen tecnologías ecoeficientes.

Con regulaciones y reglamentaciones se pueden aliviar las presiones sobre el medio ambiente por un tiempo, pero ellas no solucionarán las causas de dichas presiones que seguirán existiendo demandando renovados esfuerzos de control y remediación, que suponen altos costos económicos y sociales. Es necesario reconocer que el sistema socioeconómico, tal como está estructurado actualmente, es imposible de gestionar, ha sobrepasado sus límites y está abocado al colapso, se trata entonces de cambiar la estructura del sistema. La estructura del sistema es paralizante y doblemente injusta porque, además de generar beneficios diferenciales, carga a todos con las consecuencias que genera este lucro para unos pocos. Para reformarlo deben adoptarse otras medidas más profundas que se expresan en líneas de acción decididamente antisistema. Se deben modificar los objetivos e incentivos, la distribución del poder, la propiedad y el derecho de explotación de los bienes compartidos, los valores culturales, etc. que están en la base del sistema mismo. Las líneas generales para reestructurar nuestro sistema pueden ser:

  • Contrarrestar el consumismo, alentar la eficiencia y austeridad. Se podría implementar poniendo un alto gravamen a los artículos de lujos y restringiendo la publicidad. Con lo cual, a la vez de desalentar el consumo banal también se estaría desalentando el afán de lucro. Es importante también generar mayor conciencia ecológica entre los consumidores para que ellos mismos ejerzan la presión debida sobre las empresas y no malgasten recursos y energía. Instar a la gente a que consuma lo necesario sin derrochar: reciclando, intercambiando o compartiendo los bienes cuando sea posible.

  • Producción y distribución equitativa de bienes básicos. La desigualdad hace que los gobiernos y la opinión pública en general, propicien el desarrollo para la mejora de la calidad de vida de los menos favorecidos. No obstante, eso mismo se podría lograr sin producir más, sino repartiendo mejor la riqueza. La desigualdad, a su vez, propicia la producción de bienes de lujo, lo que obliga a utilizar recursos y contaminar para generar bienes innecesarios que sólo benefician a una minoría. El estilo de vida de quienes tienen mayor poder adquisitivo hace que no reparen en gastos cuando se trata de satisfacer algún deseo creado por el mercado; en los países ricos y de enormes desigualdades como EE.UU. se consume varias veces más recursos por habitante que en los países ricos con menor desigualdad.

  • Desalentar el urbanismo y repoblar el campo. La concentración de la población en las ciudades no sólo opera como un factor que de forma directa contribuye al consumo, por la accesibilidad de la oferta de productos, sino que anula la opción de vida más frugal y autosuficiente que es posible en el campo. Las ciudades han facilitado la profusión de los mecanismos de manipulación con los que opera el marketing para instar al consumo, además de concentrar la disponibilidad de mano de obra necesaria para mover la gran maquinaria productiva y agilizar los intercambios de mercancías. La mitad de la población mundial hoy vive en las ciudades y sirven al mercado como trabajadores y consumidores obedientes. Optar por el campo es optar por mayor autosuficiencia y menor dependencia de la industria, menor concentración de desechos y polución, la presencia en el campo también puede representar un freno al avance de la agricultura industrial intensiva.

  • Promoción de las economías locales y solidarias. Una economía sostenible ante el inminente problema de la escasez de recursos exige minimizar costes de transporte, aprovechar y generar recursos locales, y, en general, desarrollar capacidades locales para resistir los embates económicos externos. Consiste en volvernos lo más autosuficientes posibles y dinamizar los intercambios locales para unificar los aportes de todos en el sentido de generar mayor beneficio mutuo. Se puede llevar a cabo mediante cooperativa de productores y consumidores, el uso de moneda local, trueque, y otras maneras de preservar el trabajo y aprovechar los recursos locales de modo sustentable, sin que se vea afectada por los vaivenes de la economía y las crisis externas.

  • Contrarrestar la cultura materialista: Nuestros males están fuertemente asociados al modo de vida que promueve la cultura materialista dominante. Podemos ver claras diferencias entre las cualidades que conforman una cultura materialista y una cultura humanizante integradora que podría ser propiciada desde los medios y la educación, y que serviría para reducir la cantidad de bienes producidos, tanto como para estimular otro tipo de bienestar no material o menos consumista.

Cultura materialista

Cultura humanizante

Individualismo, competencia

Cooperación, solidaridad

Busca satisfacer deseos creados

Se satisfacen las necesidades reales

Bienestar material

Bienestar interior

Ambición y lucro

Austeridad, vida simple

Dependencia

Autosuficiencia

Es evidente como todos estos cambios no son compatibles con la conservación del sistema económico actual. Pero sería difícil reestructurar la economía desde dentro del propio sistema. Cualquier medida que se oponga al crecimiento tiene consecuencias negativas sobre el nivel de empleo y el poder adquisitivo de la población, lo que por supuesto convalida una reacción inmediata del público en contra del gobierno. Sin embargo, esta es otra trampa en la que se cae debido a que pensamos de manera funcional al sistema dentro de una cultura materialista. Por ejemplo, en nuestra cultura se piensa que pobre es aquel que no tiene suficiente dinero, pero en realidad, como todos estamos dispuestos a admitir, el dinero no es un bien, sino sólo un medio de intercambio, por cierto, el más popular dentro de este sistema. Debemos admitir entonces que pobre es quien no tiene suficiente acceso a bienes, y no al dinero necesariamente, un hombre con poco dinero en el campo tiene más defensas que alguien con el mismo capital en la ciudad, y en el mismo sentido, debemos admitir que cualquiera, por más dinero que tenga, es pobre en medio de la jungla sin ninguna forma de intercambiar ese dinero por bienes. Pero entonces las políticas tendientes a erradicar la pobreza deberían estar orientadas a facilitar la disponibilidad de esos bienes a través de todos los mecanismos posibles: estimulando el trueque, el prosumo, la solidaridad, el reciclado, incrementando los bienes de uso público como los libros de una biblioteca, etc. En una cultura materialista funcional al sistema, en cambio, lo que se hace es inyectar dinero en el mercado a través de la obra pública, subsidios, estimulando el consumo dentro de la economía formal, etc.

Por otro lado, los intereses de las grandes compañías que hoy contaminan y depredan los recursos que son de todos, muchas veces prevalecen sobre la oposición política que puedan tener por medio de sobornos o algún tipo de presión económica. Después de todo, el Estado es subsidiado por el mercado formal para poder seguir ejerciendo sus funciones. Las soluciones alternativas que facilitan la disponibilidad de bienes, y que salen de este circuito de la economía formal, en tanto sean contrarias al desarrollo o expansión de los mercados, son indeseables para todos aquellos que hoy detentan algún poder en nuestra sociedad.

El cambio radical que necesitamos no provendrá de las cumbres sustentadas en tantas iniquidades y mentiras históricas. Los tiempos instan a cada uno de nosotros a unirnos para transformar la sociedad de acuerdo a la mayor conciencia que se tiene hoy sobre nuestro impacto en el mundo, para construir los cimientos de otro paradigma como opción de vida más frugal y autosuficiente, sin liderazgos mezquinos ni manipulación social, en convivencia armónica con los demás y el medio ambiente. Dentro de otro tipo de sistema, autosustentable, sostenible en el tiempo, no hay lugar para ambiciones egoístas, de corto plazo, sino para aquellos que quieren construir en conjunto y darse a la comunidad como agradecimiento por todo lo que de ella reciben. Ese sistema estaría inmerso a su vez dentro de una cultura de integración y de respeto a la naturaleza. Somos parte de ella y dependemos totalmente de la salud de nuestros ecosistemas, mucho más que de cualquier otro sistema creado por el hombre. Dentro de las siguientes corrientes de pensamiento se concentran muchas de las ideas que desafían a un cambio de sistema en la búsqueda del bien común e integración con la naturaleza, nuestro principal medio de subsistencia.

El decrecimiento

El decrecimiento es una corriente de pensamiento favorable a la disminución controlada del consumo material y energético y de la producción para las poblaciones que exceden los límites de lo que se considera sustentable, con el objetivo de establecer una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza. Como alternativa, propone a nivel individual una forma de vida más frugal o menos consumista, y a nivel social, una distribución más equitativa de bienes para que todos puedan alcanzar una calidad de vida aceptable sin poner en riesgo la sostenibilidad del medio ambiente ni la disponibilidad de recursos para las nuevas generaciones. Lo que significa, para algunos, consumir menos bienes deseables, y para otros, mayor acceso a bienes necesarios. Además de producir menos, también se interesa por producir mejor, con mayor eficiencia y menos contaminación, bienes de mayor durabilidad, reciclables, utilizando recursos renovables, etc.

Los decrecentistas no están en contra de cualquier tipo de desarrollo. Podríamos interpretar el desarrollo de muy diversas maneras, una posibilidad es la mejora en la eficiencia energética de los procesos, o la durabilidad de los bienes, o la regeneración de recursos naturales, que es distinta a la mera productividad, y hasta puede ser contraria a ésta. Pero además, caben otras muchas posibilidades, como ser, un desarrollo asociado a un mayor intercambio solidario entre las personas o a una mejora en la calidad de las relaciones humanas, que, por supuesto, además tiene consecuencias sobre la producción y reparto de bienes. Pero el desarrollo en términos de sostenibilidad no es computado como parte del desarrollo económico, lo cual es absurdo si tenemos en cuenta que mayor sostenibilidad significa mejorar el nivel de vida material de la población en el tiempo. La maximización de la producción y el consumo a cualquier precio, sin medir las consecuencias a largo plazo, hace a la idea de desarrollo que critican los decrecentistas, una forma unilateral de concebir el desarrollo que está asociada a los graves problemas que debemos enfrentar y que determinarán más tarde o mas temprano, no sólo el quiebre del sistema mismo, sino, una involución en todos los aspectos de la vida, desde lo material a lo espiritual.

Algunas personas necesitan desesperadamente más alimentos, cobijo y bienes materiales. Otras, sumidas en otra clase de desesperación, tratan de aprovechar el crecimiento material para satisfacer otras necesidades, que son igual de reales pero inmateriales: necesidad de reconocimiento, autoestima, pertenencia, identidad. Por tanto, no tiene sentido hablar de crecimiento con aprobación o desaprobación absoluta. En lugar de ello, es necesario formular preguntas: ¿Crecimiento de qué? ¿Para quién? ¿A qué costo? ¿Pagado por quién?

Una sociedad sostenible no es favorable ni contraria al crecimiento, empezaría a discriminar entre tipos y fines del crecimiento, y lo haría teniendo siempre en cuenta los costes naturales y sociales. Antes de que una sociedad sostenible decidiera sobre cualquier propuesta concreta de crecimiento, se preguntaría para qué sirve dicho crecimiento, a quién beneficia y cuanto cuesta, y si ese crecimiento es compatible con el sostenimiento de las fuentes y sumideros del planeta. Esta sociedad emplearía sus valores y su mejor conocimiento de los límites de la tierra para optar exclusivamente por los tipos de crecimiento que sirvieran a importantes fines sociales y al mismo tiempo reforzaran la sostenibilidad. (Meadows Donella y otros, p. 330)

Por eso, el decrecimiento no está en contra del desarrollo en sí, sino sólo de la versión economicista y corto plazista de éste. De hecho, hay muchos tipos de desarrollo que son deseables, pero a los que se opone el sistema. La agricultura intensiva y las industrias extractivas y contaminantes, que crecieron exponencialmente dentro del sistema, son opuestas al desarrollo o evolución natural de los ecosistemas; la competencia e individualismo imperantes generados por el sistema de libre mercado y la cultura materialista son opuesto a la evolución de las relaciones humanas hacia una mayor solidaridad y comprensión mutua, tanto así como los decrecentistas son contrarios al incremento de la producción y el consumo de bienes innecesarios, por todas las razones que venimos manifestando. Sin embargo, sólo se tilda de reaccionarios y antidesarrollistas a éstos últimos, y no a los liberales que defienden el crecimiento económico a ultranza.

Muchos decrecentistas piensan que la crisis financiera y la falta de recursos naturales en ciernes corroerán las bases del sistema por la imposibilidad de crecer, y que habría un cambio gradual pero decidido hacia una economía más solidaria. El movimiento por el decrecimiento prevé la creación de comunidades autosustentables que se anticipen a esas crisis, con una fuerte impronta local en la producción y toma de decisiones. El verdadero desafío es plasmar una alternativa de vida que permita al hombre rehabitar su medio de manera sustentable, para lo cual deberá no solo bajar los niveles de consumo, sino establecer nuevas formas de relación y una cultura humanizadora con otros horizontes y valores.

Los decrecentistas descreen de las bondades asociadas al crecimiento económico por estar demostrado que no tienden a una erradicación de la pobreza, ni mejora en la sensación de felicidad de la población. Por el contrario, se advierte sobre los perjuicios medioambientales y la escasez inminente de recursos fundamentales como el agua y el petróleo generados por este desarrollo. El crecimiento poblacional y la explotación desmedida de los recursos para expandir la economía ocasionarían en un futuro cercano la pérdida del estilo de vida material, aun para las clases más acomodada de los países ricos. Por consiguiente, el crecimiento económico, lejos de traer algún beneficio social, estaría asociado al deterioro creciente de la vida sobre el planeta, poniendo en riesgo la propia supervivencia de la especie.

Desde una mirada holística que integra al hombre a un ecosistema en equilibrio donde cada parte cumple una función en el ciclo vital y a su vez depende del todo para su propia existencia, el decrecimiento se opone a la visión explotadora del hombre en relación con la naturaleza, propone que las demandas humanas se ajusten a la finitud y la capacidad regenerativa de los recursos y de absorción de los desechos, se respete la biodiversidad y los ciclos reproductivos de la naturaleza. Por eso, a través de una producción de escala reducida y su relocalización, del uso de materiales regionales y renovables, la mayor eficiencia en el uso y durabilidad de los bienes producidos, el prosumo, la cooperación y el intercambio de persona a persona, etc. se puede ir generando una corriente de cambio hacia una era posmercado y posdesarrollo, donde el desafío sea vivir mejor con menos.

Los decrecentistas suelen ver sus aspiraciones como un camino a seguir más que una meta a cumplir, es decir, suelen fijar un decrecimiento de los ritmos de consumo energético y material hasta un nivel que se acople a la velocidad natural de gestión de residuos y producción de recursos para posteriormente continuar con una etapa acrecentista que permita que las personas cubran sus necesidades básicas y gocen de un nivel material de vida aceptable.

El economista Herman Daly ha propuesto 3 simples reglas para ayudar a definir los límites sostenibles del caudal productivo de material y energía:

  • Para una fuente renovable (suelo, agua, bosques, peces, etc.), la tasa de consumo sostenible no debe ser mayor a la tasa de regeneración de su fuente.

  • Para una fuente no renovable (combustible fósil, metales, agua fósil, etc.), la tasa de consumo sostenible no debe ser mayor a la tasa con que una fuente renovable se haga disponible para sustituirla.

  • Para un contaminante, la tasa de emisión sostenible no debe ser mayor que la tasa con la que ese contaminante puede ser reciclado, absorbido o neutralizado en su sumidero.

Entonces no es sostenible toda actividad que disminuya la disponibilidad de recursos renovables, que sobrepase la capacidad de un sumidero de absorber la contaminación, o que haga que un recurso no renovable descienda sin generar un sustituto renovable. La carga humana sobre el medio ambiente natural ha superado los niveles sostenibles y no puede mantenerse durante más de una generación o dos. Debido a ello, ya aparecen muchos efectos negativos en la salud y economía humanas. Nuestra actividad económica no es sostenible, y por lo tanto, hasta que se puedan emplear tecnologías más eficientes o desarrollen nuevos recursos, nos veremos forzados a disminuir los ritmos de extracción y emisión de residuos, lo que supone en el corto plazo elevar los costos y disminuir la disponibilidad de bienes producidos.

Esto está claramente en contra de la libertad económica de la que disfruta una minoría en el mundo, y también de las condiciones de vida con las que sueña gran parte de la población. Sin embargo, sabemos que ante unas condiciones de mayor igualdad, la necesidad de conservar una posición ventajosa, como así también, las ambiciones materiales de los desfavorecidos, podrían disminuir y dar lugar a otro tipo de intereses más integradores y menos individualistas. Hoy día están dadas las condiciones para generalizar un nivel de bienestar más que suficiente, como al que acceden las clases medias en los países en desarrollo. Estas elevadas tasas de producción no son necesarias para el hombre, sino más bien para un sistema que se basa en la expansión económica. Con la tecnología y recursos que contamos hoy es probable que pudiéramos alcanzar una aceptable calidad de vida para toda la población mundial de forma sostenible.

La voz más influyente del mundo en estos momentos ha declarado en su encíclica ecológica que el sistema de mercado y la cultura materialista están por detrás de la injusticia social y de la degradación medioambiental, y que las soluciones sólo podrían encontrarse en un cambio radical de nuestras expectativas asociadas a incrementar nuestro bienestar material y desarrollarnos económicamente:

"…ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes." (…)

"La deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso. Es necesario que los países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible." (Papa Francisco, párrafo nro. 52)

"Para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos «cambiar el modelo de desarrollo global, lo cual implica reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones». No basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso. Por otra parte, muchas veces la calidad real de la vida de las personas disminuye –por el deterioro del ambiente, la baja calidad de los mismos productos alimenticios o el agotamiento de algunos recursos– en el contexto de un crecimiento de la economía. En este marco, el discurso del crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio que absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica de las finanzas y de la tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental de las empresas suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen." (Papa Francisco, párrafo nro. 193)

"El principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración, es una distorsión conceptual de la economía: si aumenta la producción, interesa poco que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si la tala de un bosque aumenta la producción, nadie mide en ese cálculo la pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la biodiversidad o aumentar la contaminación. Es decir, las empresas obtienen ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos. Sólo podría considerarse ético un comportamiento en el cual «los costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones»." (Papa Francisco, párrafo nro.194)

El mundo no puede seguir tolerando el despilfarro desvergonzado de las clases medias y altas en los países ricos, con sus gastos extraordinarios de energía y recursos que exceden en varias veces el consumo per cápita de los demás países. En EE.UU. hay ciudades como Las Vegas que funcionan en el desierto con un costo altísimo para abastecerla de agua y energía, los suburbios alejados del centro que proliferan en EE.UU. obligan a recorrer diariamente cientos de kilómetros a las personas en sus automóviles solistas para acceder a sus trabajos o ir de compras, lo que también supone un gasto extraordinario de combustible. Generalizar al resto de la población mundial el actual nivel de consumo de un estadounidense promedio, requeriría 20 veces el consumo actual de petróleo, carbón, gas, y además, supondría incrementar en 6 veces el nivel de contaminación del planeta medido en emisiones de dióxido de carbono. A pesar de que EE.UU. es el país más depredador de recursos y la mayor fuente de contaminación del planeta, (para no hablar de su sistémico endeudamiento y las injusticias sociales) muchos aún hoy lo toman como un ejemplo a seguir.

Mientras cada habitante de un país considerado de "ingresos altos" vive con lo que producen 6.4 hectáreas (ha), cada habitante de un país de "ingresos bajos" vive con lo producido por una sola ha en promedio. Para entender bien el concepto, veamos un ejemplo: mientras cada habitante de Bangladesh vive con lo que producen 0,56 ha, cada norteamericano "necesita" 12,5 ha. Luego, cada norteamericano usa un terreno que es 22,3 veces mayor que el que usa un bangladesí. De las 12,5 ha, sólo 5,5 están disponibles en Estados Unidos, y el resto (7 ha) se encuentran en el extranjero. Es decir, para que el norteamericano promedio pueda mantener su estándar de vida es necesario explotar los recursos que hay en otros países, para lo cual es necesario que estos países sigan siendo pobres, consuman menos de lo que disponen, y así poder ser sometidos económicamente. La pregunta es, si a estas alturas ya hemos sobrepasado la capacidad de regeneración de muchos recursos y de absorción de los residuos domiciliarios e industriales, ¿es posible que se cumpla la promesa de crecimiento y bienestar material a los pobladores de esos países pobres o en vías de desarrollo? Si no es así, ¿el desarrollismo no sería sino un señuelo, una ilusión que sólo garante la aceptación que requieren los países ricos para seguir explotando sus riquezas?

Se estima que el número de hectáreas globales (hectáreas bioproductivas) por persona en el mundo es de 2,1. Sin embargo, vemos que para todo el mundo el consumo se sitúa en 3, lo que significa que usamos 1,5 veces la capacidad del planeta. Por lo tanto, al menos para este año (y la tendencia es creciente), estuvimos sobre-consumiendo respecto de la capacidad del planeta: estamos destruyendo los recursos a una velocidad superior a su ritmo de regeneración natural. Pero el escenario sería mucho peor si generalizamos el estándar de vida de los países ricos. Así, globalmente se suele estimar en entre tres y ocho planetas los recursos necesarios para que la población mundial se acerque al nivel de vida actual europeo.

Por lo tanto, la única forma de alcanzar la igualdad económica mundial de forma durable sería que los países ricos rebajen su nivel de consumo, es decir, decrezcan. Para que la mayoría pueda alcanzar un nivel de vida aceptable, otros deben reducir su alto nivel de vida. Esto, por supuesto, no es hacer justicia tras años de saqueo, depredación y contaminación, que han llevado acabo los países ricos dentro de territorio ajeno. Su fiesta de consumo y despilfarro sigue en curso contribuyendo al cambio climático y al agotamiento de los recursos no renovables. Los países pobres están en todo su derecho de aspirar a mejores condiciones de vida. Pero no es ésta la razón que guiará la conducta de los ricos hacia una mayor austeridad. En el supuesto de una progresiva desaparición de los recursos naturales, esta situación llevaría a una reducción obligada del consumo. Lo que propone el decrecimiento es una disminución controlada y consciente, anticipándose al cambio para que éste sea lo menos traumático posible. En el siguiente gráfico, podemos ver la huella ecológica por países:

Monografias.com

Tras la proposición de reducir los niveles de consumo y producir de manera más eficiente usando recursos renovables. los decrecentistas ven en esta necesaria austeridad material una oportunidad extraordinaria de reconquistar los valores humanos de la autosuficiencia y la cooperación, que serán incluso necesarios para funcionar como comunidades en la era posmercado. Si el mercado y el sistema monetario, como se piensa, entran en crisis, será necesaria una mayor cooperación y capacidad de gestión ciudadana, que deberá establecer los medios de intercambio y la producción local ajustada a los recursos disponibles. En cualquier caso, la idea de crecimiento como objetivo rector de las sociedades industrializadas sufrirá un fuerte embate, lo que obligará a crear nuevas metas e incentivos.

¿Qué se puede decir sobre la crisis económica desde el punto de vista de quienes somos "objetores al crecimiento"? Que nadie se equivoque, porque decrecimiento no es sinónimo de recesión. No hay que elegir entre crecimiento o decrecimiento, sino más bien entre decrecimiento y recesión. Si las condiciones ambientales, sociales y humanas impiden que siga el crecimiento, debemos anticiparnos y cambiar de dirección. Si no lo hacemos, lo que nos espera es la recesión y el caos".

El decrecimiento supone que debemos desacostumbrarnos a nuestra adicción al crecimiento, descolonizar nuestro imaginario de la ideología productivista, que está desconectada del progreso humano y social. El proyecto del decrecimiento pasa por un cambio de paradigma, de criterios, por una profunda modificación de las instituciones y un mejor reparto de la riqueza. Devolver el protagonismo a la persona, restaurar el espíritu crítico frente al modelo dominante del "cada vez más" y abrir el debate sobre nuestra forma de vivir y sus límites, saber tomarse tiempo para mantener una relación equilibrada con los demás, ése es el camino que propone la filosofía del decrecimiento. Se trata de sustituir el crecimiento estrictamente económico por un crecimiento "en humanidad". Es una tarea estimulante, un desafío que merece la pena intentar. (Ridoux, p.134)

Con el decrecimiento, la estructura del sistema se vería alterada. La transición que propone el decrecimiento hacia la sostenibilidad y la justicia, exige actuar a diversas escalas, desde lo personal (simplicidad voluntaria, autoproducción, etc.), pasando por los ámbitos de autogestión social (cooperativas de productores y consumidores, mercado informal, impulso al tercer sector, etc.), hasta la esfera de lo político. Es evidente que las dos primeras escalas sin la tercera dimensión no podrán por sí solas alcanzar un cambio estructural. Los objetivos del decrecimiento pasan entonces también por concretar políticas de cambio estructural como pueden ser, medidas que sujeten la economía a los fines ecológicos y sociales, o la reconversión de las estructuras económicas para disminuir el uso de materia y energía e incrementar el cuidado de la naturaleza y de las personas, y por tanto su bienestar.

En vísperas de la crisis ambiental, las economías del mundo comienzan a comprometerse a realizar ajustes, necesarios pero poco efectivos, como la disminución de la emisión de gases de efecto invernadero. Sin embargo, se está muy lejos aún de alterar de algún modo sus modelos de desarrollo productivista y extractivista, por el contrario, tal parece que la reacción del capitalismo al avance del cambio climático es una respuesta a la amenaza que éste representa para los mercados, y para el Estado en términos de pérdidas materiales.

Más allá de las intenciones, hay una realidad insoslayable, y es que la economía mundial no está creciendo como demanda el buen funcionamiento de los mercados financieros. El banco mundial estima que durante 2015 las economías del mundo no crecerán, dejando claro que los efectos de la crisis del 2008 siguen presentes. Algunos países tienen una deuda superior al producto bruto interno anual. Las economías de los países de la zona del Euro están muy comprometidas, China ha desacelerado abruptamente su crecimiento, lo mismo que sus socios del BRIC. Brasil se encuentra, de hecho, en recesión, lo que significa un freno a la industria de varios países del cono sur. Las economías latinoamericanas se han beneficiado de la demanda asiática que en adelante puede estar comprometida con la recesión mundial, ya que China necesita al mundo para colocar sus productos manufacturados.

En pocas palabras, el mundo no está creciendo como se espera, y a ello debemos agregar que la creciente población y escasez de recursos hará que aumente el precio de los insumos primarios, y que el cambio climático sumado a la degradación de la tierra y la pérdida de biodiversidad sólo agregarán dificultades para seguir produciendo al ritmo que se lo hacía anteriormente. El decrecimiento ya está dejando de ser una opción para ser una realidad a la que nos debemos ajustar, de ser una propuesta pasa a ser una premonición, mientras que el crecimiento sostenido alcanzará pronto la categoría de utopía de los tiempos modernos.

La urgencia de la crisis ecológica es el principal reto que enfrentamos. Si no somos capaces de concretar e implementar las políticas necesarias para una transición igualitaria hacia la sostenibilidad, el decrecimiento forzado pronto nos llevará al colapso. Ya sea que la forma de transición a una nueva economía sea ordenada y controlada, o forzada por las circunstancias, es algo inminente, y nos traslada a nosotros como individuos la cuestión de en qué forma y en qué tiempos podremos afrontar el hecho de tener que cambiar nuestros hábitos y estilo de vida.

Vida simple, más relación y menos trabajo.

El crecimiento del que depende el sistema para subsistir exige que el hombre desee consumir más allá de las necesidades básicas y extender en todo lo posible estas demandas a más gente. Si el bienestar del hombre es un fin social en sí mismo, qué sentido puede haber en mantener al hombre constantemente insatisfecho para no cesar en su demanda de más y más bienes. Está claro que al sistema no le interesa satisfacer de una vez por todas las necesidades humanas, sino que, por el contrario, se crean constantemente nuevas "necesidades" en el hombre para el mantenimiento del sistema.

De esta manera, el hombre, no sólo se ve privado de la satisfacción material, sino que en la persecución de este bienestar inalcanzable, se ve privado de otras formas de bienestar más sustanciales. Una de ellas es sin dudas la de poder establecer relaciones integradoras con los demás. La forma como encaramos las relaciones es quizá el indicador más visible del tipo de motivación que subyace en nuestro interior. El deseo y la codicia, así como el miedo a pasar necesidades, no promueven relaciones fraternales entre los hombres, sino más bien de utilidad. En la vorágine de relaciones mercantiles, características de las sociedades de consumo, se ve al otro como una amenaza, una competencia, o como un recurso u objeto que puede darnos la satisfacción que estamos buscando: sexo, dinero, estatus, reconocimiento, etc.

El sistema que todos conformamos no motiva a establecer de manera generalizada relaciones satisfactorias entre las personas. La sociedad de consumo predispone a que nos consideremos a nosotros mismos y a los demás como objetos de consumo, cuyos atributos deben resaltar a los sentidos embotados de toda clase de estupideces mediáticas. De ahí se establecen e imperan una serie de distinciones que pasan por alto el hecho de que todos somos antes que nada seres humanos: en las sociedades donde todo es superficial y perentorio, se vale más o menos según los éxitos acumulados en el mercado, el estatus social, la belleza física, la inteligencia, etc.

En cada competencia deportiva o galardón otorgado a un artista, en cada calificación otorgada en las escuelas, en cada evaluación en el ámbito de trabajo, en cada elección democrática, etc. hay una distinción forzada que se asocia a una persona o grupo que tiene la finalidad de legitimar un acceso diferencial a determinados privilegios, derechos o bienes escasos en la sociedad. Pero a su vez, hace que veamos como algo normal que unos pocos detenten una cualidad superior sobre el resto, y en algunos casos que sean hasta un modelo a seguir, aunque está dicho que sólo unos pocos accederán a ese peldaño. Lo que significa que la enorme masa de gente indiferenciada se quede insatisfecha o frustrada por no alcanzar esa distinción, y ahí es donde entra el mercado para ofrecer las compensaciones del caso. Puede ser que una corporación pague enormes sumas a un astro del futbol multimillonario para utilizar una ropa de su marca, pero tú y muchos otros gastarán de lo poco que tienen, lo que no vale, en sus tiendas o supermercados.

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