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La imperiosa necesidad de aprender a filosofar (página 12)




Enviado por Luis Ángel Rios



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"Es por ello por lo que andan encontrándose, reuniéndose, aparentemente para nada, para estorbar, molestar a la gente; gritan, son escandalosos, dan la impresión de peligrosidad, pero necesitan de toda esta exteriorización, aun de disponer de ciertos elementos mecánicos que les den sensación de poder…

Pero es necesario comprender que el adolescente necesita la oportunidad de reunirse con grupos de amistades de edades similares, donde encuentren también otra buena parte de esa identidad…

Para todo este proceso de búsqueda y consolidación de su identidad es indispensable entablar relaciones estrechas con jóvenes de su misma edad, a fin de alcanzar un reconocimiento, afecto y respeto…

En su necesidad de independencia, en la presión que los obliga a desarraigarse emocionalmente de su mundo infantil, de su familia y en su búsqueda de ser él mismo, el grupo aparece como el punto de apoyo mediante el cual el adolescente puede conseguir el espíritu de grupo. Esto puede llevarlo a la sobreidentificación masiva, en done todos se identifican con uno, y empiezan a preferir al grupo más que a su propia familia…

De uno u otro modo, los chicos y las chicas necesitan compartir sus emociones, dudas y sueños, por ser una época de intensa sociabilidad, pero también de intensa soledad…

Los padres o maestros frecuentemente se molestan o "persiguen" a estas parejas o a estos grupos con sus críticas o advertencias, haciendo difícil la vivencia y elaboración de esta etapa"[939].

A juzgar por lo que señala Morris, los adolescentes que tienen relaciones satisfactorias con sus padres tienen mayores oportunidades de lograr una fuerte identidad. "El influjo de los padres parece ser el factor más importante que afecta a la capacidad del adolescente para lograr un sentido claro independiente de su yo", precisa el psicólogo O. Siegel (citado por Charles Morris). El psicólogo J. J. Cónger, citado por Morris, señala que "los adolescentes que tienen una relación satisfactoria con su padre y su madre tendrán también mayores probabilidades de adquirir una fuerte identidad". El mismo Cónger asegura que los coetáneos también son importantes en la búsqueda de identidad. "En una época en que el adolescente debe escoger entre ocupaciones -indica-, estilo de vida, ideologías y modelos de roles sexuales de los más heterogéneos, la comprensión y el apoyo de los coetáneos es indispensable". Feldman señala que la teoría de Erikson precisa que "paulatinamente, el grupo de pares tiene mayor importancia, lo que les permite entablar relaciones íntimas, parecidas a las de los adultos, y ayudar a clarificar su identidad personal". El psiquiatra Sergio Muñoz Fernández aclara que "el adolescente siente la necesidad de estar menos tiempo con sus padres, lo que le va a permitir desprenderse de ellos y estar en posibilidad de establecer nuevas relaciones principalmente con otros adolescentes"[940]. Además de la importante y trascendental influencia de los padres de familia y de los otros adolescentes, en la búsqueda de la identidad del joven, también son decisivos otros factores que interactúan en la cotidianidad de éste. "En definitiva, el logro de una buena identidad dependerá de muchos factores, pero en particular de las etapas anteriores y de las motivaciones y valores que le ofrece el ambiente familiar y social"[941].

En el escenario educativo corresponde a los profesores y a los psico-orientadores orientar la dinámica de la búsqueda de la identidad, pero en quien recae una gran responsabilidad es en los docentes de filosofía. "El objetivo primero y fundamental de la educación es el de proporcionar a los niños y a las niñas, a los jóvenes de uno y otro sexo una formación plena que les permita conformar su propia y esencial identidad, así como construir una concepción de la realidad que integre a la vez el conocimiento y la valoración ética y moral de la misma. Tal formación plena ha de ir dirigida al desarrollo de su capacidad para ejercer, de manera crítica y en una sociedad axiológicamente plural, la libertad, la tolerancia y la solidaridad"[942]. El docente de filosofía debe transformarse en una especie de "consejero filosófico" con el ánimo de asesorar al discente y enseñarlo a filosofar, respetando su autonomía dentro de un ambiente de tolerancia y de diálogo asertivo, auténtico, biunívoco y argumentado, evitando el autoritarismo y el dogmatismo, y fomentando una actitud de empatía para que pueda potenciar sus facultades que le permitan saber dónde está, para dónde va y qué es lo que quiere. "En efecto, si no sabe definir quién es, qué valores tiene, de qué es capaz, tampoco sabrá qué hacer en la vida, será un eterno inseguro y dependerá de las opiniones de los demás"[943]. Pero el docente o educador debe realizar su quehacer pedagógico en este sentido dentro de un ambiente democrático y de tolerancia. Al respecto, el filósofo Oscar Brenifier indica que "En un aula de clase o en un grupo siempre hay alguien que se retrae, que se calla, que se aísla; el peor camino es asumir que son rebeldes, porque no siempre es así. Debe partirse del principio de que esa también es una forma de llamar la atención", señala el filósofo, y aclara que justamente a estos jóvenes hay que incluirlos y atenderlos más: "A veces el silencio habla más que los gritos"[944].

Eugenio Echeverría, disertando sobre la propuesta pedagógica de Mathew Lipman, plantea que el diálogo filosófico es crucial en la definición de la identidad del adolescente:

"La comunidad de diálogo filosófico, es un espacio que por sus características puede convertirse en un soporte insustituible de reflexión y guía para el adolescente en su camino hacia la realización exitosa de sus tareas de desarrollo… El adolescente ofrece ejemplos y da razones para fundamentar sus ideas y sus puntos de vista. Cuando hay desacuerdos se ve obligado a analizar la evidencia que algún compañero le presenta en la forma de un contra ejemplo y a transformar su manera de ver las cosas a la luz de razones convincentes o a buscar nuevas formas de sustentar lo que piensa… Es importante mencionar que la capacidad de escucha es otra habilidad indispensable para el desarrollo del pensamiento y de destrezas para la construcción de argumentos que defiendan mis creencias, opiniones y valores. Esta capacidad para escuchar lo que el otro me dice, para tratar de entender al que me interpela, es algo que se va desarrollando gradualmente en la comunidad de diálogo y que el adolescente aprende a apreciar como una característica muy importante en sus compañeros y en sí mismo. Dicha habilidad es inseparable de la dimensión de respeto y tolerancia hacia puntos de vista diferentes a los míos que se desarrolla también al interactuar con mi grupo de pares en discusiones sobre temas de importancia. Con esta capacidad de escucha y actitud de respeto viene también desarrollándose una actitud de confianza y solidaridad entre los miembros de la comunidad. Esta se pone de manifiesto cuando vemos ejemplos de diálogos entre ellos donde difieren en puntos de vista y sin embargo su actitud no es defensiva. Típicamente acostumbramos al adolescente a la discusión tipo debate, donde se trata de ganar al defender una determinada posición. Esto crea actitudes de competencia por ver quién es el que ataca más fuerte y quién gana en el debate. La pregunta que forja la respuesta del adolescente en este contexto es ¿Cómo me voy a defender de lo que me dicen? y ¿Cómo puedo contra atacar al otro? La pregunta en la comunidad de diálogo es ¿Qué me está queriendo decir el otro?, ¿Desde dónde viene? ¿Cómo se integra o no lo que dice a mi marco de referencia? En la comunidad de diálogo la actitud es de escucha y comprensión. La meta es construir juntos conocimiento. La construcción social del conocimiento es una dimensión característica de este tipo de espacio. La zona de desarrollo próximo o potencial de la que habla Vigotsky se va ampliando gradualmente con la ayuda de unos y otros en este ir y venir de ideas y argumentos disciplinados por el respeto y la lógica. Las contradicciones se identifican y se resuelven, las inferencias deben estar bien fundamentadas y se busca la validez del pensamiento hipotético y deductivo. Esta actitud no implica que no se den situaciones de competencia, a veces la emoción por defender las ideas propias le da una dimensión necesaria de motivación y dinamismo al diálogo. Pero al final es la actitud de estar construyendo algo juntos la que prevalece. Yo enriquezco a mis compañeros con mis contribuciones y me enriquezco a partir de lo que ellos aportan.

Con respecto a la clarificación y desarrollo de conceptos, esta se da de manera natural durante el intercambio en el diálogo. Y es aquí donde los conceptos filosóficos juegan un papel fundamental. Al contextualizar, ejemplificar y aplicar a la realidad los conceptos discutidos, el adolescente los va puliendo y afinando al mismo tiempo que le va dando sentido a su propia experiencia. La construcción paulatina de un proyecto personal y social son uno de los productos más importantes del trabajo en la comunidad de diálogo filosófico. Conceptos como la amistad, la justicia, las relaciones, la belleza, la reciprocidad, el respeto, el bien, la muerte, el destino, los derechos de las personas, de los animales, de la naturaleza, la verdad, son conceptos que surgen a lo largo del curriculum de filosofía… Son conceptos también que en la adolescencia cobran un significado muy especial al poder ser trabajados y discutidos con los elementos de una creciente capacidad de abstracción y reflexión acerca de uno mismo, el mundo que nos rodea y el papel que jugamos y queremos jugar en él. ¿Quién soy?, ¿Qué quiero?, ¿Hacia dónde voy?, son sólo algunas preguntas que el adolescente se hace y que tienen como resultado la toma de una serie de decisiones acerca de sus tareas de desarrollo que van a ser determinantes para el resto de su vida. El hacerse estas preguntas lo coloca en una identidad en moratorio, el ir encontrando posibles respuestas lo acerca a una identidad lograda. La comunidad de diálogo filosófico propicia la construcción de significados alrededor de estas preguntas y ayuda en la interacción con sus pares a ir dándoles respuesta.

Los conceptos filosóficos son los únicos que se prestan para lograr este cometido por las características que los definen. Son abiertos y difíciles de definir con claridad, son controversiales y relevantes para la experiencia de todo ser humano y no tienen una edad determinada en la cual pierdan su importancia. El proceso de diálogo desencadenado alrededor de conceptos abiertos y controversiales obliga al adolescente a ejercitar y pulir sus habilidades de razonamiento al mismo tiempo que va consolidando después de una cuidadosa reflexión los valores que le van a servir de guía para su comportamiento como individuo y como integrante de un grupo social.

El proyecto personal y social que se va construyendo dentro de la comunidad de diálogo filosófico responde a dos preguntas fundamentales que en la adolescencia adquieren más intensidad: ¿Qué tipo de persona quiero ser? y ¿En qué tipo de mundo quiero vivir? Dentro de las discusiones de los conceptos filosóficos que surgen de manera continua, la dimensión ética, en cuanto a la identificación y consolidación valoral, exige del adolescente la conciencia de la necesidad de congruencia entre el pensar, decir y hacer…

En la comunidad de diálogo el adolescente va dando sentido a su propia experiencia dentro de un espacio seguro, de confianza y con la colaboración de su grupo de pares que en esta etapa juegan un papel a veces más importante en su toma de decisiones que el de sus propios padres. Con las preguntas de seguimiento de un facilitador de filosofía para niños tanto el adolescente que participa activamente de manera verbal como el que escucha a sus compañeros, se ve obligado a reflexionar acerca de temas que están íntimamente ligados con las tareas de desarrollo que confronta en esta etapa decisiva de su vida y a caminar hacia una identidad lograda en un ambiente de colaboración y construcción colaborativa de conocimiento. Por todo lo anteriormente expuesta queda de manifiesto la importante labor del facilitador y la dificultad para ejercer su labor de manera honesta y ecuánime. El perfil del facilitador está caracterizado entre otras cosas por un gran respeto a las personas con las que trabaja y a sus procesos de desarrollo tanto cognitivo como emocional y valoral. Decimos que el facilitador tiene que ser pedagógicamente fuerte y filosóficamente humilde. Esto quiere decir que tiene una responsabilidad especial de asegurar que el proceso del diálogo se dé con respeto a las diversas opiniones expresadas, que no haya burlas ni humillaciones, que se respeten los turnos para hablar y de apoyar alentando a los menos verbales para que puedan expresar sus ideas. En lo filosófico el ser humilde quiere decir que debo dejar mis convicciones acerca de lo que se esté discutiendo en suspenso. Suspender el juicio de manera provisional para dejar que los otros crezcan. No imponer mi manera de pensar como la mejor o la más adecuada aprovechando mi posición de autoridad. No debemos olvidar que los temas discutidos en la comunidad de diálogo filosófico no tienen una respuesta acabada. Son temas acerca de los cuáles cada individuo con la ayuda de los demás va a ir construyendo su propia percepción de lo que es más adecuado para él o ella de acuerdo a su contexto personal, social y familiar. Un ejemplo podría ser si se está discutiendo el tema de las corridas de toros dentro del tema de los derechos de los animales. Yo como facilitador puedo tener en mi grupo a estudiantes cuya familia por tradición participa de manera estrecha en el mundo de las corridas de toros. También puedo tener estudiantes cuyos padres sean acérrimos defensores de los derechos de los animales y aborrezcan las corridas de toros. Mi labor como facilitador de la comunidad de diálogo filosófico es propiciar que surjan los mejores argumentos del lado de las dos posiciones que están siendo discutidas. Independientemente de lo que yo como individuo piense acerca de las corridas de toros. Existen argumentos profundos y bien elaborados favoreciendo cada una de las dos posiciones. El objetivo sería que dentro del grupo, en una atmósfera de escucha y respeto se ventilaran estos argumentos y que cada individuo dentro de la comunidad se formara su propio criterio al respecto. El resultado puede ser que las posiciones radicales con las que se comenzó a discutir se vayan suavizando. Que en lugar de ver las cosas como blanco o negro los integrantes de la comunidad vayan descubriendo que existen áreas grises que no habían percibido, que el problema no es tan simple como lo pensaban en un principio y que sus compañeros que mantienen una posición diferente a la suya pueden seguir siendo aceptados y respetados como personas a pesar de sus diferencias. Es aquí y así como se va gestando la semilla de la tolerancia hacia diversos modos de pensar y entender la realidad"[945].

La UNESCO sugiere en el plano de la enseñanza de la filosofía,
la construcción del espíritu crítico y del sujeto cognitivo,
afectivo y social, lo siguiente:

A pesar de las diferencias entre los dispositivos pedagógicos, el proceso de aprendizaje de la filosofía en la educación parece ser relativamente idéntico en su esencia, independientemente de la edad del aprendiz-filósofo. Esta actividad toma una coloración particular según se trate de un niño pequeño, que ve en el despertar de su pensamiento reflexivo arraigado en la sensibilidad y su imaginación, de un adolescente, que aborda su crisis de identidad, o incluso de un adulto. Se entiende aquí por adolescente un niño que entra en el proceso de la pubertad, hacia los 11-13 años en Occidente, con las importantes transformaciones físicas, psíquicas y sociales que la caracterizan.

El adolescente, individuo que se cuestiona sin querer, que se opone para afirmarse y autoasegurarse, para apagar el incendio de su cuestionamiento. Esta evoluciónrevolución del individuo en esta fase de su desarrollo tiene consecuencias significativas que hay que tener en cuenta en el ámbito de la educación. Mencionamos dos de las más esenciales: 1) Si creemos en la psicología y, en particular, en el psicoanálisis, la entrada en la adolescencia pone en crisis la percepción del "yo", que debe reestructurar la organización de las instancias psíquicas, en una compleja relación entre una historia pasada en la primera infancia y las exigencias del entorno actual. La relación con el mundo, con los demás y consigo mismo inicia entonces un proceso de estructuración y de reestructuración problemático, con la sorpresa, el miedo, el placer y el sufrimiento que éste conlleva. 2) La percepción de los demás, que ayudan o amenazan, trátese de representantes de la autoridad -padres, maestros- o del juicio de los compañeros de clase, se convierte en un elemento determinante de la manera de situarse y de reaccionar del alumno. Es en este contexto humano donde toma forma la propuesta educativa del aprendizaje de la filosofía. Dicho aprendizaje se confronta a cuestiones implícitas o explícitas, cargadas de la afectividad del adolescente sorprendido por las transformaciones de su cuerpo, su voz y su sexualidad. ¿Qué ocurre con ese "yo" que cambia? ¿Quién es ese "otro" en el que me trasformo? En definitiva, ¿quién soy?, ¿en qué quiero convertirme? Estos interrogantes que surgen desde el interior de mi cuerpo me agitan a través de la emoción como sujeto singular, que experimenta la soledad de asumir su nueva realidad. Estos mismos interrogantes me desestabilizan y me explican mi reactividad frente a mi entorno (en forma de agresividad o de introversión). La relación con el saber plantea, por lo tanto, un problema a la escuela, ya que la pérdida de hitos cognitivos que procuran un sentimiento de seguridad, los azares de la dificultades del aprendizaje y el riesgo de fracasar fragilizan una autoestima ya afectada por la falta de confianza y la débil consistencia de un mutante. Lo que lleva, a menudo, a adoptar una postura de autoafirmación y de oposición hacia los demás, que será tanto más fuerte si el individuo está herido e intenta contener sus impulsos.

El adolescente-filósofo o cómo asumir un cuestionamiento humano. ¿Cómo conducir entonces al individuo a cuestionarse de manera racional, como manifestación de una libertad endógena que sostiene la pregunta y que se embarca en una búsqueda (actitud filosófica), a alguien que está efectivamente cuestionado (y no que cuestiona) en su existencia misma y trastornado por el cuestionamiento exógeno (que proviene de un cuerpo resentido como extraño y extranjero), y que desea silenciarlo o, al menos, apaciguarlo? ¿Cómo cultivar el cuestionamiento en alguien que duda de sí mismo, que busca desesperadamente certezas y que las metaforiza recurriendo a la oposición? ¿Cuál es el método pedagógico y didáctico que debe adoptar el educador para acompañar al adolescente en la transición del cuestionamiento que se le impone a su propio cuestionamiento, teniendo en cuenta el afecto psicológico que se experimenta en la construcción del concepto?"[946].

Michel Tozzi, filósofo especialista en didáctica, nos brinda
un valioso aporte de interés en el tema que nos ocupa:

Ahí donde el psicólogo se pone clínicamente a la escucha individual de la vivencia global de un adolescente en su dimensión afectiva, como sujeto singular (escucho lo que siente la persona), e intenta que formule con palabras su sufrimiento, el acompañante-filósofo lleva a debate, en una comunidad de indagación de sujetos racionales, el acontecimiento existencial que ocurre en el desarrollo de cualquier ser humano, tratándolo como un objeto de reflexión que hay que discutir, con una escucha cognitiva de las ideas que cabe confrontar…

Trabajo sobre la conceptualización y la argumentación: ¿cuándo se puede afirmar que un adolescente es libre? (trabajo sobre la noción de libertad). ¿Por qué un adolescente tiende a criticar a menudo las normas y las reglas? ¿Tiene razón o no? (trabajo sobre la noción de regla y de ley, sobre la legalidad y la legitimidad, la ética y la política, etc.) O incluso: ¿Qué piensa Ud. como adolescente del juicio de los demás? ¿Está fundado o no? (trabajo sobre la noción del prójimo, del juicio, de la ética).

Mientras que el psicólogo adopta un enfoque catártico de expresión verbal de los afectos, el filósofo encuentra en el lenguaje el lugar de elaboración de un pensamiento conceptual, que también puede considerarse como catártico, por efecto de distanciamiento y de objetivación, por una parte, y de mutualización de un grupo, por otra. Si se considera que la palabra adolescente es demasiado sensible, lo que puede inhibir la toma de la palabra, suprimamos la palabra y reemplacémosla por un genérico (el hombre, los individuos, nosotros, etc.) De todos modos, los alumnos responderán en función de su experiencia de la vida: ¿por qué se critica a menudo la legitimidad de las reglas o de las normas?

Para que los adolescentes inhibidos se atrevan a hablar ante sus condiscípulos y para que los que hablan demasiado para imponerse, hay que trabajar sobre los desafíos de la actividad propuesta. No una relación de fuerza para triunfar (juego ganador-perdedor), afirmar la virilidad de cada uno (para los jóvenes hombres), sino una relación de sentido -en la que se requiere la reflexión de todos porque la cuestión nos concierne a todos-, que es difícil y compleja. Cada uno es ganador al escuchar hablar sobre este tema a los otros que pueden esclarecerlo (juego ganador-ganador). Esto presupone que cada uno esté comprometido con la actividad -de ahí el papel del maestro como "interlocutor válido" (Lévine), valorizado por su aporte en un momento de duda de sí mismo y de poca estima-, pero que siempre se avance, ya que existen exigencias intelectuales. La situación de comunidad de indagación debe asegurar un clima de confianza del profesor hacia cada alumno y el grupo, para atenuar el miedo del juicio del alumno por el profesor y sus compañeros.

Esto reviste particular importancia con los alumnos que están en situación de fracaso escolar y que atraviesan los cambios bruscos de la adolescencia, en un momento en el que ya están a menudo perturbados por problemas familiares o escolares anteriores. Para ellos, su relación global con el mundo, con los demás y consigo mismo es problemática, y el rechazo de aprender traduce su fuerte angustia ante la confrontación con un desconocido desestabilizador. Esa relación problemática con el mundo es la que hay que mediar a través del cuestionamiento filosófico, al cual pueden acceder con una facilidad sorprendente, debido precisamente a su sensibilidad exacerbada; como decía Lacan, el "dolor de ser". A condición de elegir bien las temáticas existenciales que pueden interesarles, hacer entrar en la reflexión por lo oral y la discusión, que no lleven el sello de una escuela problemática en su relación con lo escrito y no tengan la impresión de trabajar, lo cual es falso puesto que se trabaja de otro modo. Cabe establecer un dispositivo democrático de toma de palabra con algunas reglas simples de circulación, y no esperar la buena respuesta justa, lo que los pondría de nuevo en una situación escolar de enjuiciamiento, puesto que se trata de trabajar sobre sus representaciones y de intercambiar argumentos para enriquecerse, de restaurar su herida narcisista, de vivir considerándose nulidades cuando los resultados escolares son malos, postulando su aptitud de aprender la filosofía y, por ende, de confiar en su potencialidad, haciendo que lo sientan"[947].

Quien no logre definir su identidad le será difícil reflexionar críticamente sobre su conducta, será incapaz de relaciones estables con los demás y no contará con un sistema claro y definido de valores. "Es necesario prever el ambiente favorable en el que, antes de cualquier otra cosa, se aprendan los sentimientos, los valores, los ideales, las actitudes y los hábitos de significación ético social. Es ésta una responsabilidad conjunta primero de la familia y después de la escuela; formar personas socialmente adaptadas de modo que, al salir del círculo familiar y escolar, puedan ocupar el lugar que les corresponde en la comunidad de los ciudadanos"[948]. En una dinámica sinérgica, padres y docentes, de manera segura, deberán ayudarlos y apoyarlos para afrontar este periodo de confusiones y contradicciones internas. Este binomio formador necesita "incrementar las normas, el orden y fomentar el acercamiento afectivo hacia el y la adolescente… Los y las adolescentes deben recibir orientación y preparación en esta etapa de su vida, ya que en ella se presentan grandes inquietudes y cambios emocionales de importancia; por lo tanto es indispensable que establezcan una fluida comunicación con personas de su confianza (padres y docentes)"[949].

Es tan crucial e importante para el futuro adulto el logro de la construcción óptima de la identidad, que quien no lo logre abandonará su adolescencia desorientado, inseguro, falto de espíritu independiente, sin amor propio, ineficaz, inmaduro y alienado. Quien logra alcanzar satisfactoriamente la definición de su identidad, según Viktor Candro[950]obtendrá mayor plenitud y satisfacción consigo mismo, asumiendo su rol como hombre/mujer, y los demás roles incorporados: estudiante, hijo, miembro de un grupo, etc. Tomará decisiones acertadas frente a opciones de tipo sexual inadecuadas que a la larga le traerían determinados problemas (morales, interpersonales, familiares, espirituales….). Tendrá disposición y compromiso para formar una familia en un tiempo de madurez y decisión adecuada. Y, finalmente, desarrollará un deseo de dar dinamismo a su proyecto de vida, que incluye todas las áreas que lo configuran como persona.

Respalda mi aserto la novela filosófica El mundo de Sofía, que en sus comienzos interroga a la adolescente Sofía Amundsen con la pregunta más filosófica de las preguntas: "¿Quién eres tú?"[951]. Interrogante que, inexorablemente, transformará radicalmente la manera de pensar y de ser y de estar en el mundo de Sofía. A medida que se le plantean profundas inquietudes y aprende a planteárselas con profundidad ella misma, ésta va aprendiendo a desarrollar y fortalecer su espíritu crítico, a pensar por sí misma y a obtener el logro de su identidad. La novela arrancó "a Sofía de lo cotidiano para de repente ponerla ante los grandes enigmas del universo"[952].

Así la filosofía haya sido estigmatizada como un ejercicio anacrónico, tedioso y denso para la juventud, la filosofía es aquella actividad que refresca y renueva las ideas y que además orienta hacia la búsqueda de identidad en los jóvenes en su sentido de vida y su situación en el mundo.

"A pesar de la relevancia que actualmente han tenido las ciencias técnicas, la filosofía no debe dejarse de lado ya que es un saber que humaniza y el cual se debe de impartir en los jóvenes y, sobre todo, en la etapa de la adolescencia donde el individuo comienza sus cuestionamientos hacia las cosas y las costumbres, que es donde surge la búsqueda de la identidad… El despertar en ellos esa estudiosidad que los llevará a fines más elevados hacia su madurez para no caer en la indiferencia y el vago escepticismo al abordar las cuestiones más importantes y más interesantes en la vida humana… Se debe dar entender que siendo humano se es filósofo. Ya que por la naturaleza pensante el hombre busca voluntaria o involuntariamente resolver problemas, entender ideas, buscarle un sentido a la realidad. Y aquel que ejerce la filosofía entiende más de sí mismo y del mundo que le rodea. Ser filosofo no es ser inadaptado de la realidad sino por el contrario, ser filósofo es buscar su sitio y el sentido de sus actos en la realidad. Es buscar entender y tener en claro quien se es y hacia donde dirige su vivir"[953].

La dimensión personal de interioridad, que hace de la persona un ser independiente frente al mundo, abierto al mundo de valores, de ideas y de sentimientos, "hace referencia a la búsqueda constante de identidad, como el encuentro de la persona consigo misma y de ésta con los demás". Es por ello que "perder la identidad es perder lo propio que le pertenece a la persona, aquello que la singulariza y que le abre la posibilidad de enriquecimiento con el otro. Perder la identidad es ser masa, es ser uno con las cosas"[954].

La definición de la identidad requiere que el joven comprenda la realidad en que vive a través de diversas cosmovisiones, porque es frecuente que muchos únicamente la perciban, interpreten y sistematicen a través de la más tradicional, la más convencional, la más arraigada y la más impuesta (la religiosa), desconociendo que hay diversas formas de contemplar, ver, entender y comprenderla, como la cosmovisión científica, filosófica y estética, entre otras. La comprensión de nuestra realidad, de nuestro mundo, de nuestro universo, mediante una sola cosmovisión, como la religiosa (que es la que más impera y nos condiciona), nos convierte en seres unidimensionales, atentando contra nuestra naturaleza de seres pluridimensionales. Una cosmovisión, "los ojos con que vemos el mundo", es un sistema de pensamiento mediante el cual fundamentamos o sustentamos determinadas posturas con relación a nosotros mismos, a los demás y al universo.

Para entender un poco en la práctica cómo influyen las
cosmovisiones en nuestra vida, veamos un ejemplo que se nos presenta cotidianamente.
Cuando una persona está "enamorada" y su forma de amar está
"empantanada", confundida, complicada, con la posesividad, la obsesión,
los celos, el acoso, el maltrato (físico y emocional) y otras pasiones
que no lo dejan disfrutar de su amor y de su vida en paz, es decir cuando "el
amor es enfermizo", hay múltiples explicaciones de este "extraño"
comportamiento. Desde la cosmovisión religiosa (un tanto superficial
y que contiene elementos irracionales como lo supersticioso, lo mítico,
lo mágico, lo cultual, lo ritual, lo numinoso, lo escatológico,
etc.) se dirá que esa persona está "embrujada", que
está "encaprichada", que le hicieron un "maleficio",
que se "adueñaron" de su voluntad, que le dieron un "bebedizo"
o que es un "pendejo"… Desde la cosmovisión científica
(un poco más profunda y racional) se dirá que esa persona tiene
problemas de autoestima, de dependencia, de inseguridad, de inteligencia emocional,
de neurosis, de trastornos de personalidad, y que, por tanto, necesita ayuda
psicológica. La aplicación del método científico
aporta información importante acerca de los seres humanos y la forma
en que funcionan. Desde la cosmovisión filosófica (muy profunda)
se dirá que esa persona desconoce la importancia de la libertad y la
autonomía de los demás, que no reconoce el derecho a ser diferentes
y a decidir soberanamente sobre sus afectos y su vida, que ignora que con su
"peculiar" estilo de amar está instrumentalizando y cosificando
a la persona que dice amar, y que aún no le ha encontrado un sentido
a su vida. Así mismo, desde la cosmovisión estética (percepción
y representación de determinados aspectos de la realidad bajo el criterio
predominante de lo bello) se dará otra explicación totalmente
diferente a las anteriores, pero que nos mostrará otra visión
de la misma problemática, por cuanto permite descubrir aristas de la
realidad que no contemplan otras cosmovisiones. "Cualquier modo de mirar
el mundo es sólo uno entre muchos"[955].

La autoestima contribuye al logro de la identidad. La autoestima es el sentimiento valorativo de nuestro ser, de nuestra manera de ser, de quienes somos nosotros, del conjunto de rasgos corporales, mentales y espirituales que configuran nuestra personalidad. Esta se aprende, cambia y la podemos mejorar. Es el valor individual que cada quien tiene de sí mismo. Es el concepto que tenemos de nuestra valía y se basa en todos los pensamientos, sentimientos y experiencias que sobre nosotros mismos hemos ido recogiendo durante nuestra vida. Se relaciona con la suficiente autoestimación que hace al ser humano más seguro, más capaz y, por consiguiente, más productivo, ya que le permite reafirmar su autoimagen como alguien portador de valores y sujeto a deficiencias que debe superar. Consiste en el reconocimiento objetivo de los propios valores. Es el aprecio que se logra de la misma persona. Es fundamentalmente quererse y respetarse a sí mismo, buscar siempre lo mejor para uno. La autoestima se desarrolla con fundamento en la seguridad de ser y sentirse valioso para nuestros semejantes. Es importante para la supervivencia psicológica. Es esencial en cada sujeto porque contribuye al perfecto funcionamiento psíquico del ser humano y su forma de convivir con otros seres sociales.

La persona que tiene alta autoestima siente que es importante, que el mundo es un lugar mejor porque ella está ahí. Tiene fe en todo lo que realiza, si bien solicita ayuda a los demás, lo hace porque al creer en sí mismo escucha opiniones y es capaz de quererse y respetar a los demás. Irradia confianza, esperanza y se acepta a sí misma. La persona con su autoestima alta usa su intuición y percepción. Es libre, nadie la amenaza, ni amenaza a los demás. Dirige su vida hacia donde cree conveniente, desarrollando habilidades que hagan posible esto. Es consciente de su constante cambio, adapta y acepta nuevos valores y rectifica caminos. Aprende y se actualiza para satisfacer las necesidades del presente. Acepta su sexo y todo lo relacionado con él. Se relaciona con el sexo opuesto en forma sincera y duradera. Ejecuta su trabajo con satisfacción, lo hace bien y aprende a mejorar. Se gusta a sí misma y gusta de los demás. Se aprecia y respeta a sí misma, y aprecia y respeta a los demás. Se percibe como única y percibe a los demás como únicos y diferentes. Así mismo, conoce, respeta y expresa sus sentimientos y permite que lo hagan los demás. Toma sus propias decisiones y goza con el éxito. Acepta que comete errores y aprende de ellos. Conoce sus derechos, obligaciones y necesidades, los defiende y desarrolla. Asume sus responsabilidades, y ello le hace crecer y sentirse pleno. Tiene la capacidad de autoevaluarse y no tiende a emitir juicios de otros. Controla y maneja sus instintos, tiene fe en que los otros lo hagan. Maneja su agresividad sin hostilidad y sin lastimar a los demás. Tener confianza y seguridad en sí mismo ayuda a hacer la vida mucho más agradable y alcanzar con mayor facilidad las metas propuestas.

"La alta autoestima es uno de los recursos más valiosos de que puede disponer un adolescente. Así aprende a desarrollar relaciones más gratas, aprovecha las oportunidades que se le presentan, tiene metas a seguir. El y la adolescente que termina esta etapa de su vida con una autoestima positiva y bien desarrollada entrará a la etapa adulta con bases sólidas para lograr una vida productiva y satisfactoria.

La adolescencia es la etapa del desarrollo humano más crítica para afianzar la autoestima. El y la joven apenas comienza a definir su identidad, tiene que reconocerse como una persona distinta, conocer sus posibilidades, su talento y sentir su valor como persona que avanza hacia un futuro.

La autoestima va influir en él y la adolescente, en cómo se siente, piensa, aprende, crea, valora, se relaciona y comporta. Podrá saber con claridad con qué recursos y objetivos cuenta. Ayudar a los y las adolescentes a acrecentar su autoestima puede inducir situaciones beneficiosas y reforzar recursos para la vida adulta. Durante la adolescencia fraguar su identidad y sentirse bien consigo mismo es una auténtica necesidad. Si puede satisfacer tal expectativa, a su debido tiempo, podrá seguir adelante y alistarse para asumir la responsabilidad de satisfacer sus necesidades en la vida adulta.

La mayoría de los adolescentes, independientemente de su estrato social, carece de un concepto definido de sí mismo. Como persona ignora sus necesidades, niega sus obligaciones, no les da importancia o las evade; ya que su energía está orientada a complacer o satisfacer a los demás…

La autoestima se consolida como el resultado de la confianza que tenemos en nosotros mismos y en nuestras posibilidades, tomando en cuenta nuestras capacidades y sentido de nuestra valía personal. En este proceso debemos aprender a desarrollar todos los elementos que estén íntimamente ligados a la naturaleza personal"[956].

La autoestima (qué tanto me quiero) se compone de: autoimagen (qué tanto me gusto), autoconcepto (qué pienso de mí mismo), autoeficacia (qué tanta confianza tengo en mí mismo) y autovaloración (cuánto valgo), autodimensión (qué tanto creo y ayudo a los demás), autoconciencia (para qué sirvo y para qué soy bueno), autoproyección (cómo se sienten los demás al relacionarse conmigo y cómo me siento con ellos), autoexpectativa (cómo busco y espero lo mejor de la vida), automotivación (qué razones tengo para actuar de una manera determinada), autocontrol (qué dominio tengo sobre mí), autonomía (soy yo mi propia ley y mi propio gobierno) y autodeterminación (qué tanto soy capaz de tomar mis propias decisiones).

Un docente de filosofía, si es un intelectual con depurado espíritu crítico, en el quehacer filosófico en procura de contribuir a la consolidación o cierre de una óptima identidad del estudiante, no puede desconocer que, tal como lo plantea la aludida Leonor Noguera Sayer, el mismo marco jurídico institucional insta a seguir normas y modelos que conllevan a la repetición de lo mismo, sin generar espacios para la práctica de la criticidad, el debate y la auténtica búsqueda de la verdad.

"Obsérvese el código educativo en cualquiera de los campos en donde se aplica y se verá la invitación a seguir las normas y los modelos escogidos como ejemplares… La óptica desde la cual miramos es conjunta, es enseñada y aprendida; no se propone el descubrimiento del propio lugar para la propia mirada; sólo se trajinan las preguntas que ya tienen respuesta y sobre la fidelidad a ellas, se valora el conocimiento y/o la madurez… No se promueve el espacio para el debate que desarticule las verdades tan fuertemente definidas porque se confunden con la identidad de sus adherentes. Las discusiones, son formas de entretener la atención, ayudándonos a ser aún más fieles a los dictados de la organización social, jerárquica, escalonada y majestuosa. La invitación se dirige a la proximidad, al acuerdo, a la bienaventuranza de acogernos a las verdades universales que de alguna forma responden a la primigenia añoranza de unidad y de fusión"[957].

La tarea educativa, por el contrario, es un compromiso existencial en el que se posibilite el descubrimiento en el interior de sí o del entorno como una experiencia en sí mismo, en donde haya lugar para la sugerencia, la sorpresa, para las preguntas y para las respuestas, como una aventura de la imaginación, que al unirse a la realidad, la descubre y la trasforma. Aquí, en el cierre de la identidad del alumno, será de poca ayuda la educación tradicional, que es el culto a lo ya conocido, en donde "se toleran preguntas en relación con la materia académica, mas no con las actitudes que el sagrado maestro imparte, ejemplifica, aprueba o reprende, silenciando o permitiendo de la discusión aquella dosis mínima, necesaria para que el como sí que la caracteriza, se convierta en un sí aparente pero más fuerte que evite enfrentamientos con calado y profundidad"[958]. En este sentido se pronuncia el profesor Julio César Carrión C.[959] (licenciado en ciencias sociales), al señalar que el tipo de educación (autoritaria) prepara a los individuos para el manejo de un conjunto de disfraces que sabrán colocarse acomodaticiamente en cada particular situación de su diario vivir. Corresponde a la educación -agrega- la formación de ciudadanos para la vida democrática, la participación comunitaria, el ejercicio de la contradicción y el conflicto, pero fomentando el respeto por las diferencias. Entender las diferencias es aceptar que otros piensen distinto, y "mientras más piensen otros más posibilidades tengo yo de pensar", nos decía el maestro Zuleta.

El genuino maestro de filosofía, en un auténtico gesto de eticidad y honradez consigo mismo y con los estudiantes, acudirá a su irrefutable e incuestionable sagacidad y habilidad profesional para contribuir, con el valioso aporte del filosofar, a que los discentes logren una satisfactoria definición de su identidad, por cuanto, como ya se vio, no lograr este vital propósito les acarrea diversas dificultades en el transcurso de la existencia. En concepto de Erikson, no logar forjarse una identidad lleva a la confusión de roles y a la desesperación. Si una persona no ha resuelto con éxito la crisis de identidad de la adolescencia, puede tener serios problemas para elegir un rumbo adecuado. El hecho de lograr el sentido de la identidad personal permite establecer relaciones personales satisfactorias. El psicólogo J. L. Orlofsky, citado por Morris, concluye que un sentido positivo de la identidad constituye la base de las relaciones personales satisfactorias.

El quehacer filosófico le permitirá al estudiante saber dónde está, qué es lo que quiere y para dónde va; porque quien no sabe a dónde va es un perdido en la existencia. La naturaleza del pensar determina la naturaleza del ser. Por eso se necesita vivir de acuerdo a como se piensa, para no terminar pensando como se vive. El adolescente, luego de definir su identidad, deberá tener objetivos y metas perfectamente claras en la existencia.

El joven es un ser grandioso con todo un horizonte infinito de posibilidades en donde buscar y desarrollar un proyecto de vida auténtico que le permita trascender la alienación y los sofismas que le impone la cultura, con el ánimo de que tenga perfectamente claro quién es él, dónde está y qué quiere hacer con su vida. Aforísticamente, Nietzsche sentenció que "hay que saber lo que se quiere y qué se quiere"[960]. Tiene que consolidar su identidad individual. "Como lo han expresado los filósofos humanistas, el carácter inacabado del ser humano hace que la construcción de la identidad individual, el proceso de convertirse en persona, sea ante todo un proyecto, una apuesta hacia el futuro inexistente en cuyo diseño y realización el ser humano se juega la vida"[961].

Al observar tantos conflictos entre los docentes y los discentes y, sobre todo, al apreciar que muchos jóvenes terminan su educación media, es decir se gradúan de "bachilleres", sin haber logrado su identidad, surge la inquietud que algunos "educadores" pareciere que desconocen la profunda y compleja psicología del adolescente, un "ser en crisis". Ignoran acaso que adolescencia, en su misma etimología, quiere decir crecer, avanzar, desarrollarse, hacerse fuerte, superar la época tutelar; también da la impresión de no ser conscientes que el adolescente de nuestro contexto "se halla dentro de una situación casi desesperada, de aislamiento entre generaciones, de pocas posibilidades de participación social y política ante un futuro de subempleo o desempleo, ante una educación de baja calidad que no los entusiasma y que no asegura ni empleo, ni progreso social, en una sociedad sin un proyecto claro de futuro en el cual ellos puedan insertarse"[962]. Nubia Lobo Arévalo y Clara Santos Rodríguez dicen que "nunca podremos saber hasta qué punto la ignorancia de la psicología y de la pedagogía… es la responsable de oportunidades perdidas, ambiciones defraudadas, esfuerzos abandonados, casos de crímenes y delincuencia, defectos mentales específicos y personalidades desintegradas". El educador, como experto en ingeniería humana, influye en la modelación de la inteligencia y de la personalidad de sus educandos. "La labor del docente -agregan dichas educadoras- es mucho más compleja que cualquiera otra actividad profesional, por tanto exige una permanente actualización y preparación para hacer de la tarea educativa una actividad agradable y fructífera"[963]. Dentro de las crisis de ese "ser en crisis" encontramos la crisis de adolescencia, en donde, según Maurice Debesse, el joven se manifiesta por un agresivo inconformismo que confunde a los adultos y a los adolescentes mismos. "Suscita un vigoroso sentimiento del valor personal, de la unidad de experiencias y remata en una exaltación de la personalidad naciente y en una especie de egotismo personal, para apoyarse -al fin- en una rudimentaria y frágil síntesis mental"[964]. La crisis de adolescencia es temporal y en el tiempo está el remedio natural. "En todo caso esta "crisis" debemos aceptarla como parte de una forma de transformación del individuo, como un modo de búsqueda de identidad que pueda concebirse en un proceso de ensayo y error que induzca al joven a luchar por construir sus propias identificaciones, porque él mismo no pide tan sólo ser comprendido, sino respetado"[965].

Con grande acierto sentenciaba Platón que era más importante la ciencia de educar a la juventud que la ciencia de gobernar al pueblo. El reconocido intelectual William Ospina precisa que, ante nuestra degradante realidad colombiana, nadie se siente convocado por un proyecto de sociedad y que "los jóvenes se aturden por gozar el presente sin preguntas y sin pensamientos porque nadie cree en el futuro, salvo cuatro caballeros de industria y sus voceros en los medios de comunicación"[966].

Según Estanislao Zuleta, la educación actual reprime el pensamiento, porque "lo que se enseña no tiene muchas veces relación alguna con el pensamiento del estudiante, en otros términos, no se le respeta, ni se le reconoce como un pensador, y el niño es un pensador"[967]. Un iconoclasta como André Bretón afirma en su Primer manifiesto surrealista que los "cuidados" de sus educadores le habían destrozado su infancia. Tanto de la educación familiar como de la educación escolar depende un valioso aporte en la búsqueda de la identidad, porque la adolescencia, tal como nos dice el aludido Héctor Daniel, es, si se quiere una etapa muy delicada y clave en el desarrollo de la personalidad que va a regir la vida del adulto, su desarrollo social, emocional y desenvolvimiento positivo en la sociedad. Es por ello que el estudiante no se motiva, y por falta de motivación incurre en indisciplina y bajo desempeño académico.

Debido a que uno de los quehaceres concretos del educador es despertar la motivación interna del estudiante, aquél no puede renunciar a esta tarea, teniendo en cuenta que "el niño es un investigador" (de acuerdo con la teoría psicoanalítica freudiana) y "si se le reprimen y lo ponen a repetir y a aprender cosas que no le interesan y que él no puede investigar, a eso no se le puede llamar educar"[968]. Las diversas teorías pedagógicas insisten en la importancia de la motivación del alumno. Ya desde los tiempos renacentistas, ese gran humanista y genio universal, el filósofo Erasmo de Rótterdam, además de criticar la educación autoritaria, abogaba por la motivación de los estudiantes.

Ese desconocimiento de la psicología del adolescente les impide saber (o se hacen los que no saben) que la adolescencia se compone de una larga serie de crisis; que "constituye una etapa difícil en el desarrollo de las personas"[969], y que es una época de agitación que hace complicada la adaptación al joven, por lo cual "no admite ya la autoridad de sus padres y de sus maestros como evidente e indiscutible"[970]. Por eso, a veces, "discute en forma violenta, impulsiva y dogmática, enfrentándose con su medio familiar o social"[971], debido a que afronta algunos cambios psíquicos como la rebeldía, la ciclotimia y la dialéctica. Estas entidades psíquicas lo llevan a la desobediencia, que "es la condición para el conocimiento de sí mismo…, por su capacidad de elegir, y así, en último análisis, ese acto de desobediencia es el primer paso del hombre hacia la libertad"[972]. Al ignorar todo esto, inexorablemente, el "profesor" se convierte en un ser intolerante, incapaz de reconocer el derecho a la diferencia (esencia del humanismo moderno) y el reconocimiento del otro como una persona distinta a él (alteridad), como un ser único e irrepetible, que tiene su universo propio y su cosmovisión particular. Estas actitudes de los "educadores" propician que los conflictos del joven (en proceso de búsqueda de identidad) se generalicen y se agraven, ante lo cual "se sentirá impulsado hacia muchas direcciones simultáneamente y será incapaz de tomar una decisión sobre su futuro"[973]. ¿De qué le sirve a un joven salir del colegio con un diploma en sus manos si no sabe quién es, para dónde va y qué quiere hacer con su vida?

Para finalizar, es procedente reflexionar sobre lo que nos dice el psicólogo Horacio Krell, con respecto a este complejo y crucial tema, teniendo en cuenta aspectos como el autorretrato de la identidad, la pérdida de identidad, la creación de la identidad, el conocerse a sí mismo, el logro de la identidad, la cultura y la identidad, la crisis de la identidad, los modelos de identificación, los nuevos disvalores, la sociedad de consumo y los nuevos valores:

"La identidad es la respuesta a las preguntas quién soy, qué soy, de dónde vengo, hacia dónde voy. Pero el concepto de identidad apunta también a qué quiero ser. La identidad depende del autoconocimiento: ¿quién soy, qué soy, de dónde vengo?; de la autoestima: ¿me quiero mucho, poquito o nada?; y de la autoeficacia: ¿sé gestionar hacia dónde voy, quiero ser y evaluar cómo van los resultados?

El ojo interno de la mente crea la identidad con la información que proviene de la experiencia en un proceso que dura toda la vida. Al responder a la sugerencia Socrática ¡Conócete a ti mismo y conocerás el Universo!, la mente refuerza la identidad interconectando experiencia, vocación y filosofía de vida… "Conócete a ti mismo". La libertad es la capacidad de seleccionar actos conscientes. Pero si mi racionalidad es limitada, cualquier observador puede ver otra realidad. Al elegir la identidad sobre la diferencia, admitimos el pluralismo y el principio de relatividad…

Si no se resuelve bien la crisis de identidad, se puede aceptar una identidad creada por los padres, los amigos, o la autoridad. La falsa identidad pone en contradicción actos, pensamientos y emociones, elimina la pasión y rebaja la autoestima.

Para afirmar la identidad la educación debe sacar de adentro el potencial que traemos al nacer. El cerebro es una página en blanco a completar con el saber y la experiencia, que construye su realidad con las limitaciones de su sistema perceptivo.

Construir identidad consume energías hasta que al final se convierten en el logro. Caer en la falsa identidad es fácil: asumir como propios planes ajenos, eludir el compromiso, como una hoja arrastrada por el viento o cambiar de colores según la ocasión, como el camaleón, diferir la resolución de la crisis produce parálisis por exceso de análisis.

Se puede esperar poco de una sociedad donde priva la conveniencia sobre la autorrealización, sálvese quien pueda sobre los valores. La cultura establece directrices; un poder central fuerte, articula la identidad según la distancia con el centro. La cultura de la función crea identidades: soy contador, abogado, obrero. La cultura de la tarea acentúa el proyecto, y cuando éste concluye sobreviene la desorientación. La cultura del individuo como centro de todo, es la categoría del consultor.

Al tomar conciencia se puede modificar, al detectar valores obsoletos o que interfieren en los planes se pueden cambiar. La identidad empieza en la infancia, y se afirma en la adolescencia con crisis y compromisos. La crisis termina con la selección de la identidad. El compromiso es involucrarse en actividades compatibles con la elección.

La calidad depende del contenido del compromiso, de su intensidad y de la extensión de la exploración. Abarca filosofía de vida incluyendo religión y política, relaciones familiares, con amigos, escuela, ocupación futura y del tiempo libre, destrezas personales, relaciones íntimas. El logro se revela en el ejercicio práctico de la identidad…

Hoy la identidad no está en el territorio por la globalización, ni en los viejos valores por la omnipresencia del consumo. Se perdieron los grandes relatos que brindaban racionalidad y visión holística a los que se aferraba la identidad individual. La democracia es formal: iguales como ciudadanos -un hombre, un voto-, desiguales como consumidores. Una mayoría de perdedores aplaude el discurso de los ganadores.

Perder la brújula generó pensamiento light, relativismo, doble discurso, violencia, no creer en la justicia ni en la política, fin de la solidaridad, fundamentalismo del consumo, buscar la satisfacción inmediata, vivir el momento y a la moda, falta de oportunidades laborales. Hasta la cultura se transformó en industria.

Antes la identidad personal se basaba en la autonomía, en compartir anhelos con el grupo de pares; en acceder a una sexualidad plena, a lograr una inteligencia abstracta, a la esperanza de concretar los sueños. Hoy la adolescencia se extiende pese a la maduración temprana por las barreras del empleo. Muchos jóvenes no estudian ni trabajan, y no tienen futuro. Las exigencias de belleza, cuidado del cuerpo, moda, se atienen al parecer físico, dificultando establecer vínculos satisfactorios y plenos. El otro se reduce a la mera necesidad de estar para confirmar nuestra imagen. La sociedad tiene los medios para bañar al sujeto en sus paradigmas. No hay patologías sin sujetos, pero tampoco sin historia. Los jóvenes no tienen modelos en los cuales creer. Ante su ausencia se estimula la ilusión de una juventud como valor que choca ante la autoevidencia de los hechos, y aumenta la sensación de frustración e inseguridad. El consumo es un valor egoísta, la señal de éxito y el caldo de cultivo de adicciones y de la violencia para alcanzarlo simbólica o materialmente. La publicidad empuja hacia la moda pero la sociedad de consumo, marca diferencias y jerarquías. La gente debe integrarse al consumo, por las buenas o por las malas.

La situación actual requiere que reinventemos nuestra identidad reinventando nuestras relaciones pensando, diciendo y haciendo para que los demás compartan este cambio. El ciberespacio, mundo paralelo a la realidad cotidiana, abre perspectivas para inventar identidad… Si tú puedes, yo puedo"[974].

El objetivo central del filosofar: aprender a pensar por sí mismo

6.1 Introducción

El adolescente, como un ser en crisis, necesita aprender a pensar por sí mismo. La búsqueda de identidad se relaciona con el pensar por sí mismo, porque éste le permitirá cimentar las bases de una identidad propia, auténtica, que le sirva de fundamento a su proyecto de vida individual y colectivo. Como secuela del desarrollo acelerado de la tecnocracia y el auge y la manipulación de los medios de información, el hombre contemporáneo se halla perdido en la existencia y, como no es capaz de vivir de acuerdo a como piensa, se limita a pensar de acuerdo a como vive; por eso deambula de un lugar a otro tratando de sobrevivir por sobrevivir, se limita a sobrevivir mas no a vivir. Se mueve en el mundo como un ciego a tientas, con raras experiencias o intuiciones claras y con raros resultados seguros. ¡Cuidado! Lo importante no es dónde estemos, sino la dirección en que nos movamos. Según Richard Bach, necesitamos "volar" alto, porque entre más bajo volemos, más perspectiva perdemos. "¡Oh raza humana, nacida para remontar el vuelo!, ¿por qué el menor soplo de viento te hace caer?… ¡Oh insensatos afanes de los mortales!, ¡cuán débiles son las razones que os inducen a bajar el vuelo y a rozar la tierra con vuestras alas!"[975]

6.2 Pensar para entender el sentido de la ciencia y liberarnos de la racionalidad tecnológica

La dictadura de la tecnocracia contribuye a la deshumanización del hombre, llevándolo a vivir en un mundo hostil y, al parecer, carente de sentido. En ese contexto se halla constreñido y apresado por la misma sociedad en que vive, la cual lo aprisiona y, paradójicamente, lo salva de su soledad y su lobreguez.

"Nadie con sentido común, puede obviar los resultados de la tecno-ciencia en la época de la globalización contemporánea. Pero sin sentido cultural, devienen estériles para el hombre, pues enajenan y deshumanizan. Resulta perjudicial, porque la verdad es vacía de contenido, cuando se separa de la belleza y la bondad, cuya armonía la funda e introduce Pitágoras, a partir del sentido de medida, y es continuada por muchos filósofos y pensadores… No es posible hacer del conocimiento científico el núcleo arquetípico del pensamiento y convertir a éste en un modelo impersonal que condiciona de modo a priori y teleológico la realidad existente para hacer una unidad o identidad con ella, llamada verdad. La verdad, sea de cualquier naturaleza, es proceso y resultado aprehensivo humano, como saber profundo, construido por la actividad del hombre en relación con el mundo o la parte de él hacia la cual dirige su acción. Se trata de un proceso humanizador de la realidad y del hombre mismo en espacios intersubjetivos. Una verdad que separe la esencia humana de la existencia y los espacios histórico-culturales en que realmente se aprehende, resulta ficticia y no resiste la prueba de la praxis social"[976].

La ciencia debe ser considerada como una especie de brújula de la vida, pero no la vida; su misión, de acuerdo con Mijail Bakunin, es esclarecerla, no gobernarla. Pero sólo la vida, liberada de todos los obstáculos gubernamentales y doctrinarios. Debido a que, por su propia naturaleza, ignora la existencia y la suerte de cada ser humano en particular, no se le puede permitir, ni a ella ni a nadie en su nombre, gobernar nuestra vida. En este sentido nos dice:

"El gobierno de los sabios tendría por primera consecuencia hacer inaccesible al pueblo la ciencia y sería necesariamente un gobierno aristocrático, porque la institución actual de la ciencia es una institución aristocrática. ¡La aristocracia de la inteligencia! Desde el punto de vista práctico la más implacable, desde el punto de vista social la más arrogante y la más insultante: tal sería el poder constituido en nombre de la ciencia. Ese régimen sería capaz de paralizar la vida y el movimiento de la sociedad […].

Lo que predico es, pues, hasta un cierto punto, la rebelión de la vida contra la ciencia, o más bien contra el gobierno de la ciencia. No para destruir la ciencia — eso sería un crimen de lesa humanidad —, sino para ponerla en su puesto, de manera que no pueda volver a salir de él. Hasta el presente toda la historia humana no ha sido más que una inmolación perpetua y sangrienta de millones de pobres seres humanos a una abstracción despiadada cualquiera: Dios, patria, poder del estado, honor nacional, derechos históricos, derechos jurídicos, libertad política, bien público […].

Estando llamada la ciencia en lo sucesivo a representar la conciencia colectiva de la sociedad, debe realmente convertirse en propiedad de todo el mundo. Por eso, sin perder nada de su carácter universal —del que no podrá jamás apartarse, bajo pena de cesar de ser ciencia, y aun continuando ocupándose exclusivamente de las causas generales, de las condiciones reales y de las relaciones generales, de los individuos y de las cosas—, se fundirá en la realidad con la vida inmediata y real de todos los individuos humanos […].

Una vez más, la vida, no la ciencia, crea la vida; la acción espontánea del pueblo mismo es la única que puede crear la libertad popular. Sin duda, sería muy bueno que la ciencia pudiese, desde hoy, iluminar la marcha espontánea del pueblo hacia su emancipación, pero más vale la ausencia de luz que una luz vertida con parsimonia desde afuera con el fin evidente de extraviar al pueblo […].

La abstracción científica, lo he dicho ya, es una abstracción racional, verdadera en su esencia, necesaria a la vida de la que es representación teórica, conciencia. Puede, debe ser absorbida y digerida por la vida.[977]"

La racionalidad tecnológica, según Marcuse[978]en la sociedad unidimensional, ha secado, en su propio seno y en aras del funcionalismo y la productividad, la contradicción, condición del movimiento y de la vitalidad, y reprimido y anulado toda posibilidad de crítica genuina. Marcuse centra sus críticas sobre la deformación y distorsión que el capitalismo produce sobre los aspectos humanistas de todo desarrollo técnico. "La postura crítica de Marcuse frente a la racionalidad instrumental es denunciar que la razón práctica se ha implantado de modo tal que no permite otros modelos de pensamiento y de acción"[979]. Esa tecnología, que ha hecho posible conquistar las fuerzas sociales centrífugas, indisciplinadas e irreverentes, también ha hecho que el hombre pierda su calidad de vida. "Negocios y política, beneficios, utilidades, publicidad, prestigio, máquinas y, sobre todo, necesidades, vienen a convertirse en una avanzada radical que impone en todas partes una idea de libertad falsa y su represión connatural", señala Rafael Méndez Bernal comentando la obra de Marcuse, y agrega que "la flamante racionalidad tecnológica contemporánea, lejos de ser racional o neutral en su condición de puro instrumento optimizador de la productividad, arrastra consigo y con sus realizaciones la más acre irracionalidad y estupidez"[980]. Reynaldo Suárez Díaz, sobre esta problemática, apunta que "la alienación tecnológica lleva al hombre hasta la destrucción de su capacidad de pensar, hasta la destrucción del espíritu humano", y agrega que éste "se ha convertido en un accesorio del progreso tecnológico"[981]. Ya en el siglo XIX Marx llamó la atención cuando denunció que el progreso técnico conducía al dominio de la materia muerta sobre el mundo humano. Otro gran intelectual que hace sentir su voz es Robert Musil, quien señala que en una sociedad donde lo que importa es la producción de objetos de valor o de acciones socialmente valoradas, el hecho de no hacer nada puede llegar a ser visto como una actividad a contracorriente que implícitamente rechaza los marcos por los que la sociedad se rige. Mauro Jiménez, al respecto, señala:

"El hombre sin atributos es un espécimen raro, un sujeto que no encuentra su sitio y siendo burgués lleva una vida de aristócrata, y sin ser aristócrata se dedica a dinamitar la vida burguesa negando la acción, la utilidad y la producción. El hombre sin atributos combate las inclinaciones de la burguesía porque a diferencia de ella niega la producción y la utilidad y se entrega a las actividades banales, no productivas, sin valor para el resto de la sociedad. Frente a la razón material él yergue el pensamiento, el deambular de la reflexión… La crítica que Musil realiza a la sociedad es una crítica mordaz a la ideología racionalista radical que la Ilustración portaba de una forma oculta entre otras muchas corrientes. No en vano muchos son los pasajes de El hombre sin atributos que si los colocamos junto a otros fragmentos del desolador y crítico libro Dialéctica de la Ilustración de Horkheimer y Adorno parecen perseguir la misma finalidad desveladora… Musil en su crítica a la modernidad nos muestra una y otra vez la fragmentariedad que aquélla ha producido en el hombre, cómo una ideología positiva, materialista y productiva ha olvidado la antigua unidad del hombre… Los personajes musilianos inquieren la pérdida del sentido del mundo, la falta de un sistema valorativo capaz de actuar como estructura sobre la que despegar la vida"[982].

En la llamada "Época de la Técnica" la libertad es una paradoja. Con la idea de progreso, evidente en el asombroso avance científico y tecnológico, se tenía la ilusión de que la ciencia y la técnica eran instrumentos de liberación en contra del enorme poder de la naturaleza. "Pero justamente en este momento culminante, el hombre comienza a sentirse menos libre que nunca"[983]. Esa aparente libertad frente al entorno natural, nos muestra que el progreso impide ser libres en el auténtico sentido de la libertad. En tanto creemos que progresamos hacia la libertad, en realidad la estamos perdiendo ante el incontenible poderío de la racionalidad instrumental. "Aunque nadie desconoce el inmenso crecimiento del poder del hombre sobre la naturaleza y consecuente aumento de su libertad frente a ella, posibles gracias a la tecnología actual, desde hace algún tiempo se viene hablando de los aspectos negativos de semejantes conquistas. A la vista están ciertamente el creciente deterioro del contorno natural del hombre y, en general, el peligro de desaparecer en que está la vida por falta de un hábitat adecuado de los seres vivientes o por la acción de los agentes destructores creados por la tecnología. Además, en amplios círculos filosóficos y científicos ha comenzado a despertar la conciencia de que las formidables conquistas de la técnica no han hecho más que incrementar la falta de libertad del hombre"[984]. Luis López de Meza[985]escribe un artículo titulado "Algunas consideraciones acerca del hombre", en el cual es menos optimista sobre el futuro de la psicología y la psiquiatría. Señala que mientras la tecnología ha avanzado, el hombre sigue sin entenderse, aumentando así la angustia, lo que acarrea enfermedades físicas y psicológicas.

En nuestro contexto el hombre viene alienándose profundamente, sumergido en el mundo tecnológico y en el consumismo capitalista. El psicólogo Barrhus F. Skinner[986]recomienda que si el mundo ha de economizar una parte de los recursos que posee como previsión para un futuro, debe reducir no sólo el consumo sino el número de consumidores. El expresidente de Uruguay, José Mujica, citado por el periodista Jairo Martínez, afirma que "Inventamos una montaña de consumo superfluo, y hay que tirar y vivir comprando y tirando. Y lo que estamos gastando es tiempo de vida, porque cuando yo compro algo, o tú, no lo compras con plata, lo compras con el tiempo de vida que tuviste que gastar para tener esa plata. Pero con esta diferencia: la única cosa que no se puede comprar es la vida; la vida se gasta y es miserable gastar la vida para perder libertad"[987].

El hombre moderno se ha convertido en un producto de consumo en sí mismo: dócil, pasivo y autómata, absolutamente rendido a los estímulos externos consumistas. Vive de sucedáneos. Además de estar alienado, ha perdido su libertad. Según Fernando Savater, los factores de la dignidad humana individual han tropezado modernamente con presunciones supuestamente científicas que tienden a cosificar a las personas, negándoles su libertad y responsabilidad y reduciéndolas a meros efectos de circunstancias genéricas. "Considerar el cuerpo humano como mero objeto susceptible de posesión constituye un empobrecimiento injustificable del hombre como persona"[988]. Antonio Cardona y Young Seek Choue señalan que "hoy, como ayer, el hombre pasa la mayor parte de su vida persiguiendo absolutos ilusorios, sueña con el paraíso, el prestigio, el poder; adorando ídolos y líderes; venerando algunos hombres y despreciando otros, amando sólo para odiar enseguida, escapando de la verdadera libertad y de sus riesgos, como lo ha indicado Erich Fromm, con el objeto de encontrar la cálida seguridad de conformarse con los hábitos del "rebaño"[989]. Antonio Orozco[990]sostiene que vivimos demasiado deprisa, y no tenemos tiempo de contemplar qué sucede a nuestro alrededor. Los pensadores antiguos siempre insistían en que el comienzo de la sabiduría es el "asombro" ante el mundo y lo que en él acontece; maravillarse y preguntarse: ¿cómo es posible que suceda? Por ejemplo, en nuestro mundo siguen ocurriendo cosas poco humanas, y pasamos de largo ante ellas, porque nos hemos acostumbrado, como si fueran normales, cuando con frecuencia son perjudiciales y empobrecedoras. No nos hemos parado a pensar. Una tarea importante de los padres y educadores es fomentar una actitud crítica ante lo que se ha establecido como uso corriente en la sociedad.

6.3 Los filósofos enseñan a pensar

Muchos (entre ellos el filósofo Miguel Ángel Ruiz García) se preguntan qué pueden decir y enseñar los filósofos grecorromanos (yo agregaría que todos los filósofos que han existido) a individuos que vivimos en sociedades cuyas dinámicas están condicionadas, entre otras cosas, por la cultura del consumo, la inseguridad afectiva, el miedo a no ser reconocido y a ser excluidos, la incertidumbre frente al futuro, la precariedad laboral, la velocidad de nuestras rutinas, la maleabilidad de nuestras creencias y en general, el carácter accidental y efímero de nuestras experiencias y acciones. ¡Claro que los filósofos de todos los tiempos pueden "decir y enseñar"! Los filósofos, como conciencia crítica de su época, disponen de construcciones teóricas que nos permiten replantear nuestra realidad para repensarla y reconstruirla en procura de un mundo mejor, empezando con nuestro mundo personal, individual, para así, de esta manera, poder repensar y reconstruir nuestro mundo colectivo. Si desarrollamos y fortalecemos nuestro sentido crítico, si somos capaces de pensar por nosotros mismos, será una tarea posible de ejecutar, así no sea nada sencilla ni fácil; todo lo que atañe a las transformaciones, a las revoluciones, son un quehacer que no es fácil para el ser humano y que implica arriesgados esfuerzos y denodados compromisos. "En una postmodernidad como la nuestra, donde el esfuerzo y la voluntad parecen estar perdiendo la batalla frente al facilismo, la sabiduría antigua llega como un soplo refrescante y una forma de retomar el camino perdido"[991]. Pero para que la filosofía antigua, la "sabiduría antigua", sirva para afrontar la problemática actual, según el filósofo Pierre Hadot (citado por Riso), "es respetando su esencia y su significado profundo, sin perder de vista los nuevos condicionamientos históricos"[992].

6.4 Pensar para enfrentar el ajetreo de la vida y extravío de nuestro tiempo

El hombre contemporáneo, a pesar de estar rodeado de personas, se siente solo y extraviado en el ajetreo de la "vida moderna"; tiene prisa por llegar, no se sabe a dónde, pero cuanto antes. "Vivimos en un mundo altamente conflictivo, donde todos tenemos prisa por llegar cuanto antes, no se sabe a dónde, pero sí de la forma más rápidamente posible. Cuando uno tiene prisa -aconseja el escritor Arturo Pérez Reverte- lo rápido es caminar despacio. La competencia es atroz, el núcleo familiar está en crisis, impera el multi-empleo. La comunicación está interrumpida. No nos tomamos el tiempo necesario para ponernos a reflexionar, sobre nuestra cotidianidad"[993]. José Saramago[994]aclara que el llegar a donde se quiere depende de donde se esté. En opinión de Richard Bach[995]"la perfecta velocidad es estar allí". Descartes dice que "los que caminan sino muy lentamente, si siguen siempre en camino recto, pueden adelantar mucho más que los que corren y se apartan de él"[996]. Según Henri Thoreau, "ya sea que viajemos con rapidez o lentitud, el camino está abierto para nosotros".

El hombre de nuestro tiempo no sabe adónde va y qué busca, y por eso es un perdido en la existencia. Quien no sabe para dónde va y qué quiere, llegará a otro sitio. Según Robert Mager, si uno no sabe para dónde va, es probable que termine en cualquier otra parte. Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada. Sueña con un papel en la vida y desempeña otro. (¿Quién es "él mismo" en realidad?: ¿El del papel que representa o quien pretende ser?). "Lo de ser, y lo de parecer, y lo de llegar a ser o no ser nunca nada, todo eso tiene matices muy delicados"[997]. No puede hacer lo que quiere sino lo que puede. Como nunca puede tener lo que quiere, debe conformarse con lo que tiene. "El individuo se confina por lo tanto a vivir una vida que no se asemeja a su ideal. Se siente atrapado en una trampa dentro de un torbellino de circunstancias incontrolables. Toma decisiones en función de lo que hacen los demás y se convence de que la vida con la que sueña en secreto, es inaccesible. Y por lo tanto se aísla cada vez más. Prefiere conservar su status quo. Y se resigna".[998] No queremos ser lo que somos porque queremos ser lo que no somos. ¡Nunca somos lo que queremos ser, pero queremos ser! "¿Quién soy? Sé lo que eres, decía Píndaro, pero el problema es saber lo que somos y es ahí, desde Sócrates, donde la filosofía aparece como una necesidad de la vida"[999]. Erich Fromm decía que tenemos la capacidad de vivir en una contradicción permanente entre lo que en verdad somos y lo que quisiéramos ser. Este brillante psicoanalista señalaba que las metas impropias de una sociedad enferman a los individuos. José Saramago nos aconseja que "nunca nos deberíamos sentir seguros de aquello que pensamos ser porque, en ese momento, pudiera muy bien ocurrir que ya estemos siendo cosa diferente"[1000]. Augusto Ramírez denuncia que tanto en el comunismo staliniano, que suprime represivamente el mercado, como el consumismo capitalista, que impone el mercado como único marco de realización humana, el individuo está condenado a una existencia unidimensional. Al no ser el que cree ser no llega nunca al que anhela ser. "Si no estamos bien con nosotros mismos, no hay nada que nos venga bien", dice Goethe en su Werther.

En el agite de la vida "moderna", el hombre no distingue entre lo urgente y lo importante; quiere hacerlo todo rápido, ya, inmediatamente, ignorando que el auténtico tiempo de la rapidez no es el tiempo de los "afanes", las tensiones, la premura, la ansiedad o el tiempo del llamado fast track (del camino veloz, rápido), propio de nuestro sistema productor de mercancías; sino "la rapidez (que no desconoce a la dilación), concebida como relación entre velocidad física y velocidad mental, y que involucra conceptos como movimiento, brevedad, tiempo, sucesión rápida de hechos, discurrir, razonamiento, rapidez y concisión de estilo y de pensamiento como agilidad, movilidad y desenvoltura", tal como lo plantea el escritor Ítalo Calvino[1001]El hombre moderno tiene dificultades para practicar la paciencia, por la misma dinámica del acelere, de la inmediatez, del capitalismo. "Los valores humanos están determinados por los valores económicos… El hombre moderno piensa que pierde algo cuando no actúa con rapidez; sin embargo, no sabe qué hacer con el tiempo que gana"[1002]. Carl Honoré reflexiona sobre la problemática de la velocidad y propone que optemos por la lentitud.

"En 1982, Larry Dossey, médico estadounidense, acuñó el término «enfermedad del tiempo» para denominar la creencia obsesiva de que «el tiempo se aleja, no lo hay en suficiente cantidad, y debes pedalear cada vez más rápido para mantenerte a su ritmo». Hoy, todo el mundo sufre la enfermedad del tiempo. Todos pertenecemos al mismo culto a la velocidad… Si seguimos así, el culto a la velocidad sólo puede empeorar. Cuando todo el mundo se decide por la rapidez, la ventaja de ir rápido desaparece y nos fuerza a ir más rápido todavía… Hemos olvidado la espera de las cosas y la manera de gozar del momento cuando llegan […].

En cierto modo, ahora todos somos pensadores rápidos. Nuestra impaciencia es tan implacable que, como expresó sarcásticamente la actriz y escritora Carrie Fisher, incluso la gratificación instantánea requiere demasiado tiempo. Esto explica en parte la frustración crónica que burbujea bajo la superficie de la vida moderna. Todo aquello, objeto inanimado o ser viviente, que se interpone en nuestro camino, que nos impide hacer exactamente lo que queremos hacer cuando lo queremos, se convierte en nuestro enemigo. Así pues, en la actualidad el menor contratiempo, el más ligero retraso, el mínimo indicio de lentitud, puede hacer que a ciertas personas, por lo demás del todo normales, se les hinchen las venas de las sienes a causa del furor mal contenido […].

A medida que seguimos acelerando, nuestra relación con el tiempo es cada vez más difícil y disfuncional. Cualquier manual de medicina te dirá que una obsesión microscópica por el detalle es un clásico síntoma de neurosis."[1003].

Erich Fromm, desde su cosmovisión sicoanalítica, señala que en la sociedad industrial, el tiempo es el gobernante supremo.

"El actual modo de producción exige que cada acto esté exactamente "programado", y no sólo en la banda de transmisión de la línea de ensamble sinfín sino que, en un sentido menos burdo, la mayor parte de nuestras actividades es gobernada por el tiempo. Además, éste no sólo es tiempo, sino que "el tiempo es dinero". La máquina debe utilizarse al máximo; por ello la máquina le impone su ritmo al obrero. Por medio de la máquina, el tiempo se volvió nuestro gobernante. Sólo en nuestras horas libres parece que tenemos cierta oportunidad de elegir. Sin embargo, generalmente organizamos nuestros ocios como programamos nuestro trabajo, o nos rebelamos contra la tiranía del tiempo siendo absolutamente perezosos. Al no hacer nada, excepto desobedecer las demandas del tiempo, tenemos la ilusión de que somos libres, cuando estamos, de hecho, sólo en libertad bajo palabra fuera de la prisión del tiempo"[1004].

Milán Kundera nos dice que cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada, de nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo. "Todas las cosas que nos unen y hacen que la vida merezca la pena de ser vivida — la comunidad, la familia, la amistad— medran en lo único de lo que siempre andamos cortos: el tiempo… Nuestra época está obsesionada por el deseo de olvidar y, para realizar ese deseo, se entrega al demonio de la velocidad; acelera el ritmo para mostrarnos que ya no desea ser recordada, que está cansada de sí misma, que quiere apagar la minúscula y temblorosa llama de la memoria."[1005]. Herbert Marcuse, un crítico acérrimo de la sociedad industrial avanzada, teoriza que en ésta existen esclavos sublimados, porque la esclavitud está determinada no por la obediencia ni por la rudeza del trabajo, sino por el status de instrumento y la reducción del hombre al estado de cosa. "Ésta es la forma más pura de servidumbre: existir como instrumento, como cosa. Y este modo de existencia no se anula si la cosa es animada y elige su alimento material e intelectual, si no siente su «ser cosa», si es una cosa bonita, limpia, móvil. A la inversa, conforme la reificación tiende a hacerse totalitaria gracias a su forma tecnológica, los mismos organizadores y administradores se hacen cada vez más dependientes de la maquinaria que organizan y administran"[1006]. Así, el hombre, condenado a la servidumbre, existe como instrumento, como cosa, es decir, se le ha instrumentalizado y cosificado.

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