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La imperiosa necesidad de aprender a filosofar (página 13)




Enviado por Luis Ángel Rios



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Para salir de la "prisión del tiempo" se necesita conocer el tiempo, saber qué es; cuál es nuestro deber: "¿A qué vine al mundo?, ¿cuál es mi misión?, ¿cuál es mi objetivo en esta vida?". ¡Conocerse a sí mismo! "Sócrates pensaba que sin filosofía, el hombre y la ciudad no pueden llegar a conocerse a sí mismos y mucho menos a realizarse como debieran. Por eso, la filosofía es necesaria"[1007]. ¿Cómo conocerse a sí mismo? Ese conocimiento nos lo aporta el saber filosófico, el filosofar. "En la naturaleza todo está pensado, todo tiene una función. El ser humano cuando camina deja su huella. De lo único que somos dueños es de nuestro presente; no nos pertenece el pasado ni el futuro, ¡sólo el ahora!; cada instante presente es una realidad. ¡Quien descubre que el tiempo es su único presente, podrá salir de la cárcel del tiempo!"[1008]. Carl Honoré señala que la humanidad siempre ha sido esclava del tiempo y ha percibido su presencia y su poder, pero nunca ha sabido con precisión cómo definirlo. En este "agite" se diluye la dimensión personal de interioridad, de donde brotan valores "como el silencio, el retiro, la reflexión, la intimidad, la vocación, que hoy han pasado a un segundo lugar en el marco de nuestras ciudades grises. Nuestra era se caracteriza mucho más por la inmediatez, por el manejo avaro del tiempo como sinónimo de producción efectiva, por el ruido de las ciudades, por la estridencia de la música, por el tener"[1009]. Georg Simmel, citado por Danilo Cruz Vélez, señala que "el fundamento sicológico del predominio de lo meramente intelectual en el habitante de la gran ciudad es la "intensificación de la vida nerviosa", causa de su desarraigo, con lo cual alude a un rasgo característico de su vida anímica: en ella, el curso de las impresiones oriundas del mundo exterior es inesperado, abrupto, atropellado y siempre cambiante, y produce por ello una aglomeración desordenada de imágenes que impide el establecimiento de relaciones firmes, claras y estables con la realidad"[1010].

El filósofo no se puede dejar eclipsar por los sucedáneos que ofrece un mundo en constante agitación y pragmática "rapidez," con los que la agitada vida "moderna" intenta vapulearnos a través de un intrincado y oscuro acervo de imágenes prefabricadas, "carentes de íntima necesidad" (Calvino). Este escritor y pensador advierte que el futuro de imaginación individual está en inminente riesgo en la llamada "civilización de la imagen" ante el avasallador poder inconsciente de las imágenes prefabricadas, las imágenes reflejadas por la cultura. "Hoy la cantidad de imágenes que nos bombardea es tal que no sabemos distinguir ya la experiencia directa de lo que hemos visto unos pocos segundos en la televisión. La memoria está cubierta por capas de imágenes en añicos, como un depósito de desperdicios donde cada vez es más difícil que una figura logre, entre tantas, adquirir relieve"[1011]. En este sentido, el profesor Ricardo Yepes Stork afirma lo siguiente:

"La gente se conforma con unas pocas frases y muchas imágenes. Se renuncia a explicar las cosas: sólo se muestran. La cultura de la imagen no necesita argumentaciones para impactar al público. Es tal la fuerza de las imágenes que mostrarlas ya es suficiente. Ver por la televisión un terremoto o una inundación es casi tanto como haber estado allí. En este contexto no necesitamos comentarios. Discurrir, pensar, resulta así cada vez menos necesario… Esto aparta a la gente del hábito de argumentar y discurrir, con lo cual se va atendiendo cada vez menos a razones… Hoy poca gente gusta de pensar. Los razonamientos abstractos no están de moda: bastan cuatro explicaciones convencionales, que la publicidad repite hasta la saciedad… Puede parecer que estoy en contra de la imagen, y no es así. Estoy en contra de las actitudes acríticas, de un mirar "embobado""[1012].

Nuestro tiempo, es el "tiempo de la motorización", condicionado por el imperio de la velocidad mensurable, objetiva, producto de la dinámica que impone nuestro sistema de producción capitalista, competitivo, y con su oscura lógica intrínseca del hacer, del tener y del consumir. "Nuestro siglo, que empezó y se ha desarrollado bajo la insignia de la civilización industrial, primero inventó la máquina y luego la tomó como el modelo de su vida. Estamos esclavizados por la velocidad y todos hemos sucumbido al mismo virus insidioso: vivir rápido, una actitud que trastorna nuestros hábitos, invade la intimidad de nuestros hogares y nos obliga a ingerir la llamada comida rápida… En nuestro raudo mundo moderno, siempre tenemos la sensación de que el tren del tiempo está saliendo de la estación cuando nosotros llegamos al andén. Al margen de lo rápido que vayamos y al margen de la destreza con que tracemos nuestro programa, el día nunca tiene suficientes horas."[1013]. En esa dinámica el individuo no tiene tiempo para sí mismo. "A esta civilización de la prisa, producto de una cultura mecanizada y tecnificada, le ha faltado ciertamente el espacio de la contemplación, la visión interior; a pesar de su aparente progreso hay en el fondo un actuado desequilibrado que en último término no tiene otra causa que la ausencia de esta vivencia estética…"[1014]. La "rapidez", tal como la concebía Calvino, era la rapidez que se relaciona con la velocidad mental, que no permite mediciones ni confrontaciones y que vale por sí misma, "por el placer que provoca en quien es sensible a este placer", mas no por sus pragmáticos resultados. Un razonamiento veloz, que no es mejor que un razonamiento ponderado, comunica lo que se encuentra en la naturaleza de su rapidez. Quienes están obligados a decidir o concluir en un plazo estipulado, "no pueden respetar el tiempo propio que requiere el desarrollo del pensamiento", tal como advierte Estanislao Zuleta. Establecer plazos implica que se afecte la relación con la verdad, "la cual tiene sus propios ciclos, sus caminos y sus rodeos, sus ritmos y sus tiempos que ninguna instancia y ningún poder puede determinar de antemano"[1015]. Ricardo Yepes Stork señala que "vivimos demasiado deprisa, y no tenemos tiempo de contemplar qué sucede a nuestro alrededor"[1016].

En su desesperada y alocada búsqueda de salidas a su sinsentido y a su extravío, el hombre del "rebaño" recurre a sucedáneos como la fama, el vicio, el consumismo, los convencionalismos, los halagos, la riqueza, el poder… y termina más alienado y más perdido… Se encuentra extraviado y no sabe que está extraviado. "Me he olvidado de mí y no me encuentro", en palabras de Walter Riso, sería el lamento del hombre contemporáneo. "He aquí […] un gran misterio del hombre. Pierde lo esencial e ignoran que lo ha perdido", como sentenciara el escritor Antoine de Saint-Exupéry. En esa dinámica la vida le pasa de largo, como si la cuestión no fuera con él. "Muchas veces somos nosotros mismos quienes creamos las condiciones para una vida infeliz y no nos damos cuenta", nos recuerda Riso. El extravío, la alienación, la masificación, es producto de la sociedad vacía y despersonalizada. Ya desde la antigüedad clásica, el filósofo Diógenes nos invitaba a oponernos abiertamente al consumismo, la masificación y los convencionalismos. El filósofo Ricardo Peter precisa y aclara que la humanidad está amenazada por el desenfrenado incremento de la cotización de los valores de la personalidad o valores (meramente comerciales) del tener: control, éxito, apariencia, prestigio, dominio, poder, por citar algunos. Quien no piensa por sí mismo busca el éxito fraudulento, que no es más que el éxito vano. "Sin embargo, la excesiva valoración de los valores de la personalidad por encima de los valores de la existencia y de los valores del ser, amenazan lo humano en ambos sentidos: crean vacío y desorientación"[1017]. En su extravío, el joven, tal como sostiene José Ortega y Gasset, no necesita razones para vivir: sólo necesita pretextos. Parodiando uno de sus asertos se podría decir que el joven "no va a nada, no tiene proyecto ni misión, sino que, más bien, sale a la vida para ver si las de otros llenan un poco la suya"[1018].

Una corriente filosófica como el Existencialismo nos muestra cómo el ser humano en su existencia concreta se encuentra ontológicamente asomado a la nada, sin autenticidad, y vive una existencia banal que lo sumerge en el dolor y la angustia; no sabe a dónde va, se halla profundamente extraviado y perdido en el mundo, viviendo una vida simple y haciendo lo que todos hacen sin saber por qué lo hace. "Pensar es gratis. No hacerlo es costoso", dice el grafito. "La realidad en que vivimos nos encierra en el mundo de lo fácil y lo cómodo, nos pretende igualar en la costumbre, en la moda, en el gesto. De este modo se facilita el dominio de la masa sobre la persona. Nos acostumbramos tan fácilmente a vivir y pensar como todo el mundo, que ya no le encontramos sentido al esfuerzo personal. Si ya alguien abrió la trocha, nos parece más lógico seguir sus huellas, sin preguntar, sin interpelarnos, sin exigir razón alguna"[1019]. Aquí debemos reflexionar sobre la sentencia de este grafito: "Si tú no mueves, otros te moverán". Según esa reflexión filosófica, el hombre es un honorable ninguno o una multitud anónima.

"De ordinario el hombre decide sus actos sin crítica de ningún género: acepta lo que todo el mundo hace. Tal manera de ser es la existencia cotidiana o trivial. En ella el hombre se despersonaliza, no obra conforme a las auténticas posibilidades de su ser, sino al tenor de los dictados de todo el mundo. Camina por su existencia impulsado por los estímulos de un querer y obrar impersonales. No sabe a dónde va ni de dónde viene; se halla extraviado; se halla perdido en el mundo. En la existencia trivial el hombre obedece usos y costumbres, vive de la vida de todos, hace lo que todos hacen, ama y odia, como todos aman y odian. Diversos nombres ha recibido ese ser impersonal que prescribe la forma de vida de la existencia cotidiana. Heidegger lo llama el "man" (todo el mundo); Kierkegaard, la masa; Jaspers, la multitud anónima; Sartre, el on. La existencia trivial convierte al hombre en un ser gregario, que sucumbe cada vez más a los dictados de una multitud perdida en los hábitos sociales exentos de crítica. La existencia trivial es una existencia agitada, pero superficial, una forma de vida inauténtica en la cual cada hombre es igual a otro, y ninguno es en sí mismo. La existencia trivial es la huida del hombre de su propio valer y ser: la ausencia de responsabilidad, ya que el hombre que así vive, descarga su responsabilidad en ese ser anónimo que todo prescribe y que ya alguien designó, asimismo, con el epíteto del honorable Ninguno"[1020].

Harold Soberanis plantea que ante los acontecimientos vertiginosos de la vida cotidiana, nos olvidamos de nosotros mismos. "Nos involucramos en una serie de actividades intentando encontrar, a través de ellas, un sentido a nuestra existencia aunque lo que logramos es totalmente lo contrario, pues únicamente conseguimos evadirnos de la realidad y del encuentro íntimo con el ser nuestro. El ambiente consumista que creemos que sólo en tanto poseemos objetos somos valiosos, es decir, hemos trocado el tener por el ser, como bien lo señaló Fromm hace algunos años"[1021]. Las personas del rebaño, perdidas en su mundo impersonal, reflexionan así: "Nuestros padres han pensado y hecho así, nosotros debemos pensar y obrar como ellos; todo el mundo piensa y obra así a nuestro alrededor, ¿por qué habríamos de pensar y de obrar de otro modo que como todo el mundo?".

José Pablo Feinmann considera que el hombre está entregado a las escribidurías, a las novedades, al "se dice". Todo en un magma, en un mundo ya decidido, y él se incorpora a ese mundo porque es fácil. "Si el mundo está decidido no tengo que sufrir, pienso lo que hay que pensar, digo lo que hay que decir, leo lo que hay que leer, paso por la vida en general tratando de ignorar un hecho fundamental, que es mi propia muerte"[1022]. El pensar por sí mismo nos aporta la claridad intelectual y el coraje para mostrar que las cosas se pueden ver de otra manera. En cuanto a la "verdad", los medios de información imponen la que a ellos o al sistema imperante les conviene.

Sólo el aprendizaje de pensar por sí mismo puede orientar al joven en el complejo proceso de salir de semejante encrucijada. Enseñar a pensar por sí mismo es la tarea central del maestro de filosofía. "Filosofar consiste, ante todo, en dialogar, así como en explicitar y justificar nuestro saber teórico y práctico a partir de los problemas contemporáneos cotidianos que deben encarar los alumnos, alentándolos a pensar por sí mismos"[1023]. Consciente de su compromiso académico acudirá a sus talentos y habilidades profesionales y personales en procura de que cada estudiante aprenda a pensar, a razonar, a reflexionar y, sobre todo, a pensar por sí mismo. En este sentido, su función debe ser tan sutil de manera que no "contamine" o influencie al estudiante, ya sea subrepticia, consciente o inconscientemente, con sus velados o evidentes dogmas, cosmovisiones, concepciones del mundo y de la realidad.

6.5 Pensar para pensar por sí mismo y no como lo imponen los "educadores"

Como el profesor ejerce cierta "autoridad" sobre el estudiante, y a veces se convierte en un modelo para éste (por carecer de sentido crítico), debido a que por nuestra condición de mimesis tendemos a imitar a los demás y a convertirlos en nuestro referente, se corre el riesgo de que el discente termine pensando y actuando como su docente. Es necesario entonces que el pedagogo se pregunte de qué manera podría influir en la forma de pensar de su discípulo, quien, dadas las circunstancias, por alguna razón, cree en los mensajes conscientes e inconscientes que le trasmite el educador a través de los distintos lenguajes. Walter Riso advierte que algunos profesores acuden a la pedagogía del pusilánime: "Para que los jóvenes no piensen mal, mejor les quitamos toda posibilidad de pensar por ellos mismos, mejor los encerramos en el pensamiento dicotómico"[1024]. Etienne Gilson nos advierte que la filosofía es una ocupación de toda la vida y hay pocos filósofos, y agrega que incluso los profesores de filosofía son raramente filósofos, puesto que enseñar filosofía y filosofar no es la misma cosa. Enseñar filosofía asegura la libertad de filosofar con el menor daño a la vida filosófica. Sin embargo, enseñar es actuar, mientras filosofar es contemplar. La meta final, según Gilson, de la educación filosófica no es enseñar filosofía, sino formar filósofos hechos y derechos.

Leonor Noguera Sayer revela que la influencia que se ejerce cuando los demás son presionados por padres, educadores o terapeutas genera un "conjunto de formas que hacen languidecer el proyecto del individuo, amordazándolo con la aprobación y la acogida por parte de la sociedad convencional"[1025]. Este inconveniente impide que el estudiante enriquezca su crecimiento interior, su libertad y su autonomía. Por lo tanto, el profesor, en lugar de trasmitir lo que cree, piensa y es, debe posibilitar libremente que en el discente surja, producto de su pensar por sí mismo, la pregunta que le permita orientar la construcción de su propio conocimiento, de su propia reflexión y, por ende, de su propia identidad. Noguera Sayer aclara que quien verdaderamente acompaña, no dirige, sino que cree en el otro como un proyecto perenne que se pertenece a sí mismo, y facilita el diseño de un camino propio y un modelo de ser genuinamente personal. "Esta forma de relaciones responde a la justa convicción interior desde la cual siempre se espera lo original y lo nuevo, entendidos como lo propio de alguien, sin que fuerza alguna pretenda reducir la creación o la inventiva al esquema estrecho de la imagen en el espejo (tiene que hacer esto porque yo lo hago o porque yo lo creo)"[1026].

El profesor de filosofía, si en realidad es un auténtico maestro de filosofía, un educador con espíritu libertario, sabe que la "Escuela", es decir, la educación, el sistema o aparato educativo, es una institución de clausura (Foucault), un aparato ideológico de Estado (Althusser) y un medio de producción social de la dominación capitalista (Marcuse). Así concebida la educación se convierte en un obstáculo para que el estudiante aprenda a pensar por sí mismo, para que busque la verdad, para que conquiste "su verdad" y la confronte con la de los demás, debido a los intereses que se ocultan bajo el poder y la domesticación por parte del sistema imperante. Desde tiempos remotos se dice que los pedagogos más influyentes son los gobernantes.

El docente, como filósofo, no puede desconocer que el contundente
poder de la educación tradicional, acrítica y domesticadora, intenta
colonizar la subjetividad del sujeto para sujetar su voluntad. En palabras del
psiquiatra Franz Fannon, ser colonizado es también perder un lenguaje
y absorber otro. En concepto del psicólogo y pedagogo Germán Salazar,
los colegios son, hoy por hoy, grandes atropelladores de los niños cuando
los rechazan… o cuando los maestros los ridiculizan ante la clase cuando no
rinden en sus estudios… Con ello destruyen la autoestima que se necesita para
tomar decisiones acertadas, para saber escoger con quien se juntan, para construir
un proyecto de vida. Considera "que la actividad filosófica, que
no sustrae idea alguna a la libre discusión, que se esfuerza en precisar
las definiciones exactas de las nociones utilizadas, en verificar la validez
de los razonamientos, en examinar atentamente los argumentos de los demás,
permite a cada uno aprender a pensar por sí mismo…"[1027].

6.7 Necesidad de la claridad conceptual para pensar por sí mismo

Si se quiere aprender a pensar por sí mismo es necesaria la claridad conceptual, porque se corre el riesgo de confundir algunos conceptos. Por ejemplo, cuando nos referimos a lo que somos, estamos expresando el concepto de sexo, y este término quiere decir simplemente diferencia, ya sea biológica, anatómica o mental que caracterizan tanto al hombre como a la mujer; es decir, la determinación de la identidad sexual. Sexo es lo que somos y no lo que hacemos. Muchos conciben el sexo como lo que hacemos y no como lo que somos. Si sexo es lo que somos, sexualidad es la expresión de lo que somos, la expresión de nuestras diferencias. La sexualidad es la persona con sus pensamientos, sentimientos y acciones como hombre o como mujer; es el ser humano en la totalidad de su expresión vital. Según la psicóloga Cecilia Cardinal de Martín, "es una manera de relación de la persona consigo misma y con las demás personas y, si bien tiene bases biológicas comunes, es única, cambiante y relativa, como única, cambiante y relativa es la existencia humana, hace parte de su vida de sentimientos, de su vida afectiva y de su vida de acción. En resumen, es un compromiso existencial"[1028].

Sexo se relaciona con género, que lo podemos entender como "la construcción sociocultural de la masculinidad y feminidad a partir de las diferencias biológicas, a la atribución simbólica de características, posibilidades de actuación y valoración diferentes a las mujeres y a los hombres", tal como lo define Proequidad[1029]Género o perspectiva de género, según Diana Britto Ruiz, se refiere a identificar, estudiar y transformar cuestiones culturales arraigadas en la sociedad y que marcan roles y responsabilidades para hombres y mujeres. "Es comprender que ser hombre o ser mujer no es una cuestión natural, y que basados en diferencias biológicas cada sociedad asigna a los individuos de cada sexo un lugar, un poder y unas condiciones. La interiorización de las relaciones de género es clave en la construcción de nuestra identidad y este proceso que se vive desde la concepción misma, resulta clave para el sostenimiento de las sociedades. Desde este punto de vista, la masculinidad y la feminidad se construye y cambia: desde una cultura a otra; en una misma cultura a través del tiempo; durante el curso de la vida de cualquier hombre y mujer individualmente y entre diferentes grupos de hombres y mujeres"[1030].

Como se aprecia, sexo y sexualidad, aunque tienen estrecha relación, son conceptos diferentes. Claridad conceptual y precisión semántica es "tener claros los conceptos y mantener una comunicación descifrable y completa con uno mismo y con los demás", precisa Walter Riso. Estanislao Zuleta nos invita a que cuando pronunciemos una palabra, estemos alerta para evitar su contaminación ideológica. La claridad conceptual, cuando hablamos de diferencias, de ser diferentes, nos sirve para evitar confusiones, ambigüedades y tergiversaciones en la experiencia comunicativa, en procura de una comunicación más comprensiva.

6.8 El compromiso ético del educador

Es imperativo pensar por sí mismo porque la vida es un caos donde uno está perdido, y necesita, de manera auténtica, libre de apariencias, encontrarse y encontrar a los demás. Sentirse perdido es problemático para el que piensa por sí mismo. Pensar por sí mismo es tener la cabeza "clara", y "el hombre de cabeza clara -señala Ortega y Gasset- es el que se libera de "ideas" fantasmagóricas y mira de frente a la vida, y se hace cargo de que todo en ellas es problemático, y se siente perdido. Como esto es la pura verdad -a saber, que vivir es sentirse perdido-, el que lo acepta ya ha empezado a encontrarse, ya ha comenzado a descubrir su auténtica realidad, ya está en lo firme. Instintivamente, lo mismo que el náufrago, buscará algo a que agarrarse, y esa mirada trágica, perentoria, absolutamente veraz, porque se trata de salvarse, le hará ordenar el caos de su vida…. El que no se siente de verdad perdido se pierde inexorablemente; es decir, no se encuentra jamás, no topa nunca con la propia realidad"[1031]. El filósofo J. C. García Fajardo señala que lo importante es pensar por sí mismo, no tragar entero; lo único que vale la pena enseñar es a pensar por sí mismo.

El docente de filosofía, consciente de lo anterior, si es iconoclasta, contestatario, crítico, contencioso, anticonvencional, irreverente, libertario, cuestionador, controversial, reaccionario e independiente (como debe ser un filósofo genuino), acudirá a su compromiso ético para alertar al estudiante de estas realidades, en procura de que éste no se deje "enclaustrar", "encerrar", "clausurar" o contaminar de la ideología o ideologías imperantes, para evitar su alienación. "El mundo no sólo requiere de maestros que enseñen lo que saben sino también maestros que sospechen de lo que saben y de la manera como lo enseñan; y que por esa sospecha analizan su quehacer constantemente… La manera de comunicar el saber, pero, ante todo, la reflexión crítica, racional y argumentada del mismo es lo que verdaderamente dignifica, orienta y da sentido a la educación"[1032]. Tanto el maestro como el discípulo, si es que piensan por sí mismos, deben discrepar críticamente del sistema o del régimen de turno, desenmascarar las ideologías y huir de ellas, y luchar por una legítima y auténtica democracia. Y una auténtica democracia debe ser una democracia integral, es decir, un régimen sin discriminación sexual ni étnica, así como de participación en la riqueza, en la cultura y en la política"[1033]. Esta lucha por la genuina democracia, en concepto de Fernando Savater, implica no tolerar comportamientos que van directamente contra los principios legales de ésta, a pesar de que debamos convivir con elecciones vitales o ideológicas que uno no comparte. No debemos ignorar que en una democracia, todos somos políticos, directamente o por representación de otros.

No se puede desconocer que el profesor, haciendo uso de su "sagrado" derecho a ser diferente, puede tener su ideología o ideologías, sus creencias y hasta su simpatía o preferencia por cualquier filósofo o sistema filosófico; pero lo que no puede hacer es tratar de imponer ideologías, creencias y sistemas filosóficos, ni "sugerir" de manera subrepticia que el estudiante se "matricule" o se incline por determinada ideología, creencia, filósofo o sistema filosófico. El docente de filosofía debe buscar y defender la verdad, pero no puede convertirse en un defensor o contradictor del sistema imperante, por cuanto estaría al servicio de la propaganda en favor o en contra de instituciones o sistemas sociopolíticos, ideológicos o económicos. Sin embargo, está en todo su derecho de cuestionar críticamente estos sistemas, pero sin incurrir en extremos propagandísticos recalcitrantes, ni tomar posiciones totalitaristas o convertirse en un mero adoctrinador. Como intelectual puede disentir del sistema imperante, pero con argumentos fundados y no al vaivén de "revoltosos" apasionamientos que lo impelen a atacar virulentamente al establecimiento. "Reconocer nuestras reacciones emocionales es vital para evitar que influencien nuestras conclusiones"[1034]. En aras de la dimensión ética, no es procedente que exalte el sistema para el cual labora como educador o que lo ataque, porque su condición de "servidor" del establecimiento lo inhabilita para hacerlo, sin desbordar los marcos éticos. Si no está de acuerdo con el sistema imperante, convendría que abandonara su labor docente e iniciara su lucha en contra de éste con las herramientas intelectuales o materiales de que disponga. "Un profesor que convierte la clase en un lugar de reclutamiento astuto de futuros adeptos a su ideología política realiza una labor manipuladora. No así el que presenta unos valores y da razón de su importancia para el hombre. Este profesor es un guía, un maestro, porque se dirige a la inteligencia y la libertad de los alumnos"[1035]. El docente no puede ignorar que la propaganda, en pro o en contra del establecimiento, "es, en cuanto manipulación racional de lo irracional, patrimonio del totalitarismo… Lo que se hace propagandísticamente permanece siempre en la ambigüedad"[1036].

El profesor debe preservar en todo momento la independencia de su pensamiento. "De allí que el profesor de filosofía sea algo distinto por entero del militante, el feligrés o el propagandista. Su misión no es adoctrinar sino poner la mirada crítica en toda doctrina, establecer esa distancia entre la creencia y el hombre que le permite a éste ganar la más plena libertad de pensar trascendiendo cualquier creencia popular. Por la misma razón no está obligado a repetir una verdad oficial, ni a economizar o defender valores del Estado, la nación o la clase gobernante. Su libertad no admite estas restricciones y la dignidad de su conciencia racional no se compadece con el dictado de ninguna norma de conocimiento o acción que hubiere de ser transmitida sin crítica a sus alumnos[1037]Todo intento de convencer y adoctrinar para que los demás acepten nuestras verdades o las verdades que nos interesan es una forma de violencia. "Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral"[1038]. De acuerdo con el filósofo y educador Gustavo Bueno, está muy extendido el principio según el cual la enseñanza de la filosofía debe limitarse a proponer alternativas, sin tomar partido por ninguna, dejando al alumno "en libertad para elegir" la que más le cuadre: proponer alguna y defenderla ante los alumnos equivaldría a un "adoctrinamiento" que convertiría a la clase de filosofía en algo análogo a la clase de propaganda política o religiosa. Con grande acierto, Augusto Ramírez[1039]aclara que los adoctrinamientos, tanto de izquierda como de derecha, encierran a los seres humanos en alternativas maniqueas de todo o nada, blanco o negro, abierto o cerrado, y agrega que la presión del grupo, los espejismos del consenso llevan a la gente a la adopción de metas impropias que los enajenan de su genuina realidad. La dogmatización de la doctrina, la intolerancia de todos los credos es producto de la necesidad de mantener una unanimidad sin disidencias, una militancia sin escépticos.

El discente, para aprender a pensar por sí mismo, necesita independencia. Si éste se "matricula" o se "casa" con cualquier ideología, filósofo o sistema se convierte en un dogmático, en un fanático, que se aliena de tal manera que ofrenda su vida en nombre de una supuesta causa o proyecto revolucionario como los "ideólogos" de la subversión. "Cuando se reduce la filosofía al aprendizaje doctrinario, independientemente de la calidad de los contenidos, se transforma inevitablemente en el vector de un dogmatismo más o menos declarado, que traiciona la esencia misma de la filosofía"[1040]. José de Ingenieros sostenía que quien dice dogma, pretende invariabilidad, imperfectibilibidad, imposibilidad de crítica y de reflexión personal. El verdadero filósofo no adopta una filosofía, no se adhiera a un sistema, sino que se asombra de los entes en el ser. Stefan Sweig[1041]precisó que cuando el artista y el sabio (el filósofo es un "sabio", o al menos un "amante de la sabiduría") traspasan sus fronteras y entran en el camino de los hombres de acción, de los hombres fuertes y de los hombres mundanos, disminuyen sus propias dimensiones, y agregó que el hombre espiritual no debe inscribirse en un partido, su reino es el de la justicia, que, en todas partes, está por encima de toda discusión. "El intelectual no puede tener ni partido ni credo alguno, puesto que como tal intelectual, tiene que estar en constante movimiento "intelectual" y por tanto, sujeto a errores o equivocaciones, que tiene que tener el suficiente valor como para reconocerlas y rectificar en cualquier momento; puesto que un intelectual no es un "dios" ni nada que se le parezca; simplemente es alguien que ve, oye, lee, piensa, analiza, deduce y tras no pocos esfuerzos dice algo que él cree que es justo, o más justo que lo que le impulsa a manifestarse presentando opiniones, generalmente contra corriente y en contra de cualquier tipo de gobierno que trate de "domesticarlo". Por ello el verdadero intelectual es incómodo y peligroso para el poder establecido, puesto que como tal… simplemente "no se casa ni con su padre ni con su madre"; ante todo es él y quiere seguir siéndolo"[1042]. El filósofo es un intelectual, y, como dice Fernando Savater, el intelectual no habla en nombre de nadie; habla en nombre propio. Y el intelectual tiene una función crítica en una sociedad democrática. El filósofo no tiene otra cosa que hacer sino establecer y formular claramente sus verdades, no tiene que luchar violentamente por ellas. "El filósofo, el intelectual, debe tener una actitud destinada a la revolución que le permita sentar las bases de una nueva construcción social"[1043] con ideales de humanidad. Pero sin tomar posiciones extremistas como aquella que señala que "en una revolución se triunfa o se muere", como pregonaba el "Che" Guevara. "Huye Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia", decía Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa[1044]

Ninguna revolución ha cambiado radicalmente el estado de cosas, lo instalado, lo establecido; algunas cosas cambian para volver luego a lo mismo, bajo otras formas de dominación. El filósofo no debe involucrarse en la lucha armada, sino en la lucha "almada". "No soy militar, decía Voltaire, pero soy militante". Antes de querer transformar al mundo sería pertinente preguntarnos qué estamos haciendo nosotros para orientar nuestra propia vida. Parodiando a Stefan Zweig[1045]podría decir que el filósofo no tiene otra cosa que hacer sino establecer y formular claramente las verdades, sin luchar por ellas. Es diciente el aserto del siquiatra Wilhelm Stekel: "Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansia morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella"[1046]. Estanislao Zuleta[1047]nos decía que lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. "La Filosofía puede ser más poderosa que las armas y más revolucionaria que las guerrillas"[1048]. Vale recordar que el "presente es de lucha, el futuro nos pertenece", tal como decía Ernesto el "Che" Guevara. "Pero en el combate que sostenemos, no se trata de huir de las dificultades, sino que, por el contrario, es preciso abordarlas de frente", nos dice Platón en el Cratilo. "Su partido es el de los filósofos, a los que quiere convertir en guerrilleros intelectuales", precisa Savater. Aquí es pertinente oír al inmortal Hamlet (y ya sabemos que Shakespeare no reflexiona sobre sutilezas de escuela, sino sobre pensamientos humanos): "Mientras para vergüenza mía veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres que, por un capricho, por una estéril gloria van al sepulcro como a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es incapaz de comprender, por un terreno que no es suficiente sepultura para tantos cadáveres"[1049]. Ante la afirmación shakesperiana, Estanislao Zuleta preguntaba que "¿quién ignora que este es frecuentemente el caso?", y aclaraba que "hay que decir que las grandes palabras solemnes: el honor, la patria, los principios, sirven casi siempre para racionalizar el deseo de entregarse a esa borrachera colectiva"[1050]. Ninguna "causa" o revolución merece que una persona "entregue" su vida o pierda su libertad. "¡Por ninguna idea de este mundo ni por ninguna convicción uno debe estar dispuesto jamás a poner la cabeza en el tajo del verdugo como mártir!", aconseja Savater. ¡Cómo es posible que una persona "para sentir la adrenalina" se entregue a la práctica de "deportes" ("extremos") demasiado riesgosos o peligrosos en los que se expone, y muchas veces se pierde la vida! Una persona pensante no expone su vida solamente "para sentir la adrenalina". El nuevo mundo -señala Heinz Dieterich Steffan[1051]no tiene por condición que sus creadores sean santos ni héroes, sino mortales, que dentro de la contradictoria condición humana de miseria y esplendor estén dispuestos a cambiar éticamente su destino. Sin adoptar despreciables posturas de cobarde, sino más bien de prudencia, repito con Erasmo de Rotterdam su pregunta: "¿Por qué no se me permite ser puro espectador de esta tragedia, ya que soy tan poco apto para intervenir como actor y ya que tantas otras gentes se precipitan ávidamente en la escena?"[1052].

A pesar de que en una sociedad pluralista es imperativo democrático respetar el derecho a la libre expresión del pensamiento, disiento de la intención de sacrificar la vida, sin importar la causa; por cuanto se entraría en una dinámica de inútil fanatismo al plantearse este "desprendimiento místico de la vida por la causa de la revolución"[1053]. ¿Será lógico que en aras del éxito de una respuesta revolucionaria sea necesario crear comandos suicidas "que tendrán a su cargo misiones especiales sin importar el riesgo personal que se corra, es incluso con la absoluta seguridad de que el cumplimiento de una misión implica la perdida de la vida…"?[1054]

Si bien es cierto que el filósofo, el intelectual, tiene una responsabilidad y un compromiso social, no debe "poner" en peligro su vida por el sólo hecho de defender una causa que, de entrada, ya sabe que la lleva perdida. No todas las "causas" merecen nuestra inmolación. La causa más importante consiste en asumir un proyecto de vida auténtico, que le permita primero construirse como persona, como proyecto individual, y luego como proyecto colectivo, orientado hacia la autorrealización y la búsqueda de la felicidad. Me identifico con Estanislao Zuleta debido a que "el intelectual no tiene responsabilidad sino con el rigor de su pensamiento y de su obra y con el desarrollo de su trabajo"[1055]. Después de indagar y "hurgar" en la historia de la filosofía se colige que los filósofos siempre han estado comprometidos. Zuleta pensaba que en filosofía hay una aspiración fallida -posición que comparto con éste-, que no es exactamente una desilusión, sino más bien un ideal: "el ideal de la universalidad, que consiste en buscar que las ideas sean válidas en general y no sólo para un punto de vista o unos intereses. Si no fuera así no habría filósofos"[1056].

El docente de filosofía tampoco debe sugerir o exigir textos de determinados autores como "guía" para el proceso de aprendizaje, como ocurre en el caso del Diccionario filosófico de M. M. Rosental y P, F. Iudín (que se exige con frecuencia en la "educación"), un texto sesgadamente marxista y comunista, elaborado "con el propósito de reforzar la crítica de la ideología burguesa contemporánea…", el cual abunda en "artículos concernientes al comunismo", tal como se consigna en la "Advertencia" de ese diccionario. El estudiante, si en realidad está interesado en la filosofía y quiere aprender a pensar por sí mismo, de acuerdo con su criterio, su entendimiento y su discernimiento buscará y escogerá el diccionario, diccionarios o textos didácticos y filosóficos que crea convenientes, con la orientación imparcial y ética del maestro, si el alumno lo solicita. Esto parece utópico, pero es que se necesita un estudiante que piense por sí mismo y no se convierta en un simple repetidor de ideas, en un hombre del rebaño, un borrego más, de esos que deambulan por nuestro país, dejándose arrastrar por la corriente de las circunstancias, sin asumir un compromiso y un proyecto personal y colectivo. "Por lo general los hombres solemos ser juguetes de las circunstancias; nos dejamos llevar de la corriente, y no nos dirigimos sin vacilar a un punto. No elegimos papel, sino tomamos y hacemos el que nos toca; el que la ciega fortuna nos depara. La profesión, el partido político, la vida entera de muchos hombres pende de casos fortuitos, de lo eventual, de lo caprichoso y no esperado de la suerte"[1057]. Homero sentenció en su Ilíada que el necio sólo conoce los hechos.

6.9 Pensar para aprender a buscar la verdad e impedir la alienación

El hombre común, el hombre del rebaño, el hombre con "minoría de edad", no se interesa ni profundiza en el problema del sentido de su acción y de su vida; vive como los otros viven, haciendo lo que los demás hacen dentro de los estrechos límites de una existencia inauténtica. "El borrego, por supuesto, consta de una naturaleza con tendencia a subordinarse, a sobresalir como el más condescendiente a los intereses de las cúpulas oligárquicas de poder, tiene una capacidad de transmutar de color por conveniencia o por supervivencia, opta por ser "sumiso" para fungir como modelo del rebaño. Por lo general, su psiquis es parroquial y por excelencia se autodenomina como la "voz espiritual" cualificada para considerar o descalificar a los demás, es incapaz de usar su imaginación para forjar ideales que le sugieran un futuro por el cual luchar. Este sujeto es dócil, maleable, un ser vegetativo, desprovisto de personalidad, antagónico a la perfección, copartícipe y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social"[1058]. Ricardo Yepes Stork nos aconseja enriquecer el lenguaje y fomentar el diálogo, el ejercicio mental de razonar, de defender una causa, de tener argumentos para las propias decisiones, y no hacer sólo lo que hacen los demás. Pero Goethe nos advierte que "de ordinario, el hombre cree cuando oye sólo palabras, pero es menester también que ellas hagan pensar alguna cosa"[1059]. Reynaldo Suárez Díaz nos invita a pensar, porque el hombre tiene el deber de pensar, de decir la verdad, de tomar posición, de opinar, aunque sea mucho más fácil depender de otros que pensar, juzgar y decidirse por sí mismo… "Todo aquello que aliena a los hombres impidiéndoles pensar, disentir, criticar, es inhumano; pero también lo es quien no se atreve a optar, pensar y disentir… Ha dimitido a ser hombre quien por comodidad o indiferencia deja que otros piensen o decidan por él. Quien se encierra en su egoísmo, quien no pronuncia su palabra, quien no opta, quien no toma posición, quien no asume responsabilidades, quien elude las dificultades, está faltando a su deber fundamental: ¡ser hombre!"[1060].

La persona que aprende a pensar por sí misma será consciente que decir lo que se piensa es cuestión de ética y de coherencia consigo mismo, y se basa en convicciones y valores que no se imponen y ni siquiera se enseñan sino que nacen del individuo en contacto con su ambiente. Hay que pensar porque el hombre ha dejado de hacerlo, no piensa por sí mismo. Cuando el ser humano sea realmente libre se encontrará necesariamente con la realidad y cesará la inconsecuencia entre lo que se cree y lo que es.

El filósofo y psicólogo Daniel Goleman[1061]nos dice que necesitamos buscar la verdad y expresarla públicamente para evitar todo tipo de alienación, de autoengaños. Como quienes tienen el poder se sienten demasiado cómodos como para sensibilizarse del dolor de quienes sufren, y quienes sufren no tienen poder, Elie Wiesel nos insta a tener el coraje de decirle la verdad al poder. "Pero si el régimen todo y hasta sus ideas sobre la no violencia están condicionados por una opresión milenaria, su pasividad no sirve sino para alinearlos del lado de los opresores"[1062]. Es necesario conocer la verdad e investigar la verdad, porque ésta nos devolverá la libertad. "Lo encontrarán difícil -señala el egiptólogo Gerald Massey- aquellos que han tomado la libertad como la verdad, en lugar de la verdad como autoridad". Es que, tal como decía Hegel, el poder puede confundirse con la verdad. Eduardo Galeano señala que los muchachos no quieren circo, y tienen razón. Ya basta de piruetas para engrupir a los giles. Savater señala que la filosofía también tiene una función de purga; no solamente es construir grandes ideas nuevas, sino purgarnos de muchas de las ideas con las que nos asustan y engañan. ¿Por qué callan quienes discrepan? "No puede uno callarse teniendo voz", nos dice el verso de un bambuco colombiano. "Le tengo rabia al silencio por lo mucho que perdía. Que no se quede callado quien quiera vivir feliz", nos canta Atahualpa Yupanqui. "Si dices basta, estás perdido", sentenció San Agustín. "¿Es correcto levantar la voz cuando a uno lo acallan?", pregunta Milán Kundera en La insoportable levedad del ser[1063]Ya nos advertía Hegel -un teórico del poder y del Estado- que ninguno podía detener la marcha del pensamiento. "El pensar no es una actividad inofensiva, sino peligrosa, que, tan pronto como se presenta en los ciudadanos y determina su práctica, los lleva a cuestionar y aun a subvertir las formas tradicionales de cultura… Según Hegel, el progreso histórico es precedido y guiado por un progreso del pensamiento. Tan pronto como el pensamiento queda emancipado de sus ataduras con el estado de cosas dominantes, va más allá del valor nominal de las cosas y trata de alcanzar su noción. No obstante, la noción comprende la esencia de las cosas como distinta de su apariencia, las condiciones predominantes aparecen como particulares limitadas que no agotan las potencialidades de las cosas y de los hombres. Los que se acogen a los principios de la razón, si logran establecer condiciones políticas y sociales nuevas, intentarán, mediante su más alto conocimiento conceptual, incorporar un número mayor de estas potencialidades al orden de la vida… Cuando el pensamiento se convierte en el vehículo de la práctica, realiza el contenido universal de las condiciones históricas dadas quebrantando su forma particular"[1064].

Quien no piensa por sí mismo, no ve qué es lo que no ve. Pensar por sí mismo es ver las cosas como son. Augusto Ramírez[1065]plantea que la interrelación de todos los componentes del sistema no es cuestionada por nadie, pero las consecuencias que dimanan de esta realidad son ignoradas por la mayoría, a pesar de que toda la humanidad es usufructuaria y víctima de esta interrelación. En concepto de Diana Uribe Forero, "aquél que pone en cuestionamiento una verdad y que relativiza la verdad, es un incómodo"[1066]. El filósofo no puede estar con el poder ni ser un funcionario del poder. En este sentido comparto el aserto de José Pablo Feinmann que el filósofo, el intelectual, no tiene que acercarse al poder porque es una relación imposible, debido a que "el poder le va a pedir al intelectual que sea un lúcido justificador de sus acciones. Y un intelectual tiene que ser libre, no puede ser un justificador… Puede haber situaciones en las que te entusiasmes con el presidente, con determinadas políticas y planteos, pero nunca te va a gustar todo lo que haga un gobierno, porque la política es ensuciarse"[1067].

Fernando Savater nos enseña que vivir en democracia consiste en saber que uno puede estar ruidosamente descontento del régimen político en el que vive, y aclara que el primer requisito, la mayor excelencia y el peor peligro para la democracia es acostumbrarse a vivir en el conformismo. "No avanzar, permanecer donde estamos, retroceder, en otras palabras, apoyarnos en lo que tenemos, es muy tentador, porque sabemos lo que tenemos; podemos aferramos y sentimos seguros en ello. Sentimos miedo, y en consecuencia evitamos dar un paso hacia lo desconocido, hacia lo incierto; porque, desde luego, aunque dar un paso no nos parece peligroso después de darlo, antes de hacerlo nos parecen muy peligrosos los aspectos desconocidos, y por ello nos causan temor. Sólo lo viejo, lo conocido, es seguro, o por lo menos así parece. Cada paso nuevo encierra el peligro de fracasar, y esta es una de las razones por las que se teme a la libertad"[1068]. Con Berthold Brecht nos preguntamos que si sabemos dónde estamos, ¿nos vamos a quedar ahí? Vacilar es sucumbir. "Vamos, pues; que la longitud del camino exige que nos apresuremos", nos invita Dante en su Divina comedia. Al filósofo, al intelectual, le compete la actitud de disentir, criticar y cuestionar al establecimiento, al régimen, al sistema; pero también le asiste el compromiso de defender la institucionalidad y los derechos humanos. Ser un "rebelde" sin importar las consecuencias. Los ingleses defienden la tesis de que las manifestaciones de la opinión, incluyendo virulentos juicios condenatorios al establecimiento, al régimen vigente, al sistema imperante, "sólo son punibles cuando ponen y provocan un peligro evidente e inmediato para la vida y tranquilidad de los ciudadanos, o para el mantenimiento del orden legal"[1069]. Me identifico con esa actitud cortaziana de disentir de lo establecido, y con él repito que "yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas"[1070]. A pesar de que somos integrantes de los sistemas sociales y que actuamos bajo el peso de la sociedad, "a veces podemos reaccionar para modificar parcialmente la estructura del sistema"[1071].

Para pensar, divergir y expresar nuestras opiniones contamos con las garantías constitucionales consagradas en el artículo 20 de la Constitución Política de Colombia de 1991. La persona que piensa por sí misma sabe que en una democracia no sólo debemos obedecer sino desobedecer, revelarnos… "La razón no se dio al hombre para obedecer sino para pensar, transformar y vivir mejor"[1072]. Kant sostenía que somos "socialmente sociables"; es decir, que si vivimos en una sociedad democrática, y que además de obedecer y respetar, debemos rebelarnos, mostrarnos en desacuerdo con lo que atente contra nuestra libertad y autonomía. Las personas tenemos la facultad de pensar y la facultad, la necesidad, de rebelarnos. Según Savater, como seres políticos tenemos razones para obedecer y sublevarnos. La educación, como "maestra de la convivencia y democracia", debe procurar la construcción de la llamada "mentalidad democrática" (ethos democrático) para que el estudiante pueda pensar, sentir y actuar democráticamente, tanto a nivel individual, grupal y social. Según Martha C. Rodríguez G., la formación de "mentes democráticas" requiere de algo más que "voluntad y deseo": es imprescindible que los docentes asuman actitudes y opciones para que los esfuerzos realizados estén enfocados en actuar democráticamente, formar autoconceptos positivos como base de la autonomía y de la autoafirmación, y enseñar a participar socialmente como modo de vida democrática.

Es imperativo pensar por sí mismo para evitar la cosificación o la instrumentalización, principalmente en épocas electorales. "Cuando reducimos las personas y las realidades del entorno a meras cosas, por afán de dominio, perdemos la soberanía de espíritu que nos da el respeto y la voluntad de colaboración, y acabamos acosándonos unos a otros. Este acoso de quienes se reducen a cosas anula de raíz la posibilidad del encuentro y, consiguientemente, de la vida ética. El amor degenera en odio, la confianza en recelo, el diálogo en increpación insultante"[1073]. Cómo es posible que un "político", a través de sus sofismas y falacias expresadas con habilidad literaria en tarjetas, en temporada navideña, pretenda hacernos creer que nos "honra" con su "amistad y afecto perenne", cuando esa es una burda y utilitaria mentira, por cuanto ese tipo de tarjetas son enviadas a diversas personas cuyos nombres y direcciones son extraídas al azar de un directorio telefónico. Esta actitud únicamente sirve para cosificar y despojar de su realidad óntica a tan grandiosos valores como la amistad y el afecto. ¿Será que un "político" utilitarista y oportunista podrá sentir por un desconocido "amistad y afecto perenne"? ¡Es hora de despertar y no tragar entero! Solamente el espíritu crítico nos permite comprender y liberarnos de semejante instrumentalización.

6.10 Pensar por sí mismo para encontrarse a sí mismo

El individuo contemporáneo, perdido como se halla en la llamada "postmodernidad"[1074], le atañe atender la invitación ilustrada de atreverse a pensar por sí mismo como condición y requisito para encontrarse a sí mismo. "La sentencia kantiana del atreverse a pensar por sí mismo es factible si desde la más temprana edad se ayuda al sujeto a deliberar conscientemente sobre las opciones más pertinentes en la existencia"[1075]. Es muy profundo su extravío y su encrucijada, como secuela de la alienación y la instrumentalización del desarrollo científico y tecnológico, producto de la "modernidad" y la "postmodernidad". Este desarrollo útil y "necesario", gracias a su evidente "poder", condiciona muchos ámbitos de nuestra vida. En la historia se ha visto como fuente de progreso. El bioquímico Norair M. Sissakian sostuvo, por allá en 1973, que "en nuestra época, dadas las nuevas condiciones sociales, se convierte en fuerza inmediatamente productiva, ya que todas las actividades humanas, directa o indirectamente, están estrechamente unidas a la aplicación de los adelantos de la ciencia y de la técnica"[1076]. No se puede desconocer que, tanto antaño como hogaño, la investigación científica y el desarrollo tecnológico influyen demasiado en nuestro diario quehacer y existir, hasta el extremo de condicionar el pensar, el sentir y el actuar. "La ciencia y sus productos determinan la economía, dominan la industria, afectan nuestra salud, nuestro bienestar: alteran nuestras relaciones con los demás países y determinan las condiciones que rigen la guerra y la paz. Todo bicho viviente se ve afectado por ellos; nadie puede permanecer ajeno"[1077]. Walter Riso, sin desconocer los valiosos aportes del avance tecnológico, disiente de quienes hacen un culto a la civilización tecnológica por cuanto duda que hayamos mejorado nuestra calidad de vida. Consecuente con su pensamiento nos plantea un inquietante dilema: vivir cien años en la modernidad, aplastados por la prisa y otros conflictos propios de nuestro tiempo, o vivir cuarenta años y ser recolector de bayas, libre de los inconvenientes concomitante a la deshumanizada sociedad contemporánea. Locke señaló que la filosofía consiste en detenerse cuando la antorcha de la física no nos alumbra. Según Husserl, la esperanza del nombre de ver un día toda su cultura dirigida por ideas científicas ha caído en la inautenticidad y en la atrofia. "Asimilamos cotidianamente los insumos de una sociedad mediada por el ocio intelectual, por las imágenes, por el facilismo pragmatista que proporciona el entretenimiento tecnológico. Nuestra racionalidad no se vuelve técnica, sino dependiente de la técnica"[1078].

El biólogo sir James Gay, a través de un sucinto ensayo, indica que "al comenzar a constituir una amenaza para la existencia misma del hombre, parece que la ciencia se hubiera salido de su cauce, que hubiera ido demasiado lejos"[1079], con el concomitante desperdicio de esfuerzo humano y el peligro latente de que las naciones no se interesen por el bienestar general de la humanidad. Más que "científicos" necesitamos "hombres de ciencia", capaces de humanizar la ciencia. Si la vinculamos a las humanidades, "nuestra primera finalidad debe ser describir la posición del hombre en el mundo de la naturaleza como fuente, no de miedo o de duda, sino de inspiración y valor"[1080].

Estanislao Zuleta plantea que la ciencia está desacreditada y es un desastre en la sociedad capitalista, por cuanto la ciencia se encuentra bajo el imperio de la técnica. Muchos científicos carecen de filosofía y de propósitos. Mientras antaño las ciencias propendían por una humanidad más digna y de una vida digna de ser vivida, hogaño persiguen la eficacia militar, técnica e industrial. Por ello los científicos son esclavos de la ciencia. "La ciencia como tal algún día tiene que ser reivindicada como un interés general de la humanidad, como una riqueza concreta"[1081].

Estoy de acuerdo con Gay que la ciencia y sus productos sólo pueden contribuir plenamente al bienestar de la humanidad si se emplean como medios de fomentar una actitud serena pero optimista frente a todos los aspectos de los problemas humanos. Es un imperativo hacer uso adecuado, ético y responsable del conocimiento y la investigación científica "para conseguir aplicaciones y realizaciones técnicas que puedan mejorar la situación del hombre y conferir así a la ciencia su papel social"[1082]. Este llamado se hizo al comenzar la década de los 70"s, y todavía la ciencia y la tecnología no se han encaminado por esos humanos derroteros. ¿Cuáles han sido las consecuencias? El extravío y la alienación de las personas sin sentido crítico, de los "borregos" incapaces de pensar por sí mismos…

La razón del hombre (esa grandiosa facultad intelectual que tenemos todos), que pretendía sacarlo de su "minoría de edad", de enseñarlo a pensar por sí mismo, paradójicamente, es la que lo ha llevado a instrumentalizar y a ser instrumentalizado. El filósofo Guillermo Hoyos, citado por su colega Daniel Herrera Restrepo, nos convoca a "analizar críticamente el sentido tradicional de la ciencia y la tecnología, que fácilmente conducen a instrumentalizar la razón al servicio de determinados fines"[1083]. El filósofo y sociólogo Max Horkheimer señala que la condena natural de los hombres es hoy inseparable del progreso social, y que el aumento de la producción económica que engendra por un lado las condiciones para un mundo más justo, procura por otro lado al aparato técnico y a los grupos sociales que disponen de él una inmensa superioridad sobre el resto de la población. Este intelectual alemán sentenció que la tecnología suponía una amenaza para la cultura y la civilización, y que las ciencias físicas (sustento de la tecnología) ignoran los valores humanos. Corresponde a la filosofía la tarea de que la persona, al pensar por sí misma, alcance su plena humanidad y sea consciente de que la tecnología es sólo un medio, un instrumento y no un fin en sí mismo. Para muchos, la llamada "revolución científica y tecnológica", con sus seductores cantos de sirena ("quien cede a los artificios de las sirenas está perdido…"[1084]), es la panacea, el remedio para todos nuestros males y el disfrute de una vida sin tantas "complicaciones" y esfuerzos, porque las máquinas nos "ayudan" y nos simplifican la realización de muchas actividades; porque los diversos sistemas de telecomunicaciones nos "acercan", y porque los "elixires" mágicos de la medicina "estética" nos permiten moldear nuestro cuerpo para adaptarlo al concepto de "belleza" que impone nuestro sistema de producción capitalista, con su desmesurado mercantilismo y consumismo. No se puede oír el canto de sirena porque la tentación de las sirenas sigue siendo invencible, y nadie puede sustraerse a ella si escucha el canto, nos advierten Horkheimer y Adorno[1085]"Lo peligroso de la presente crisis del capitalismo consumista -precisa Augusto Ramírez[1086]es que el hedonismo mercantilista ha sido impuesto como meta única y valor supremo de la vida… Se persuade a la gente que la mejor forma de ahorro es el gasto, que el gastar y sólo el gastar, es lo que te da crédito, prestigio y bienestar… Cuando por perturbación personal o acondicionamiento social, la actividad consumidora, el comprar, se identifica o sustituye la satisfacción misma, estamos ante un serio trastorno de la personalidad… Pero esta asociación indisoluble entre el apoderamiento del objeto y la satisfacción que el mismo nos da, impregna toda la actividad compradora, del placer contenido en la satisfacción que lo comprado puede producir. Todas las acciones intermediarias que conducen al placer se hacen placenteras en sí mismas. Esta estructura asociativa es insoslayable, por ello es tan frecuente que los medios se confundan con los fines y lleguen a sustituirlos". Los que no piensan con profundidad, los que no piensan por sí mismos, se sienten "cómodos", seguros y confiados con los "imprescindibles" productos de la ciencia y la tecnología. Pero, ¡cuidado! No naveguemos tanto en la superficie, descendamos a las profundidades. Hace unos cuarenta años, el científico Laurence M. Gould, ya nos advertía que "aunque la sociedad moderna parezca confiar en que la ciencia y la técnica llegarán a satisfacer las necesidades del hombre", no lo creía así por más que se apreciara o comprendiera "lo suficiente la magnitud y violencia de la revolución científico-tecnológica en que nos vemos envueltos"[1087].

Sobre esta problemática reflexionó profundamente el brillante intelectual Erich Fromm, quien, además de sicoanalista, fue sociólogo, jurista y filósofo:

"Erich Fromm afirma, en su obra El corazón del hombre, que el ser humano actual se caracteriza por su pasividad y se identifica con los valores del mercado porque el hombre se ha transformado a sí mismo en un bien de consumo y siente su vida como un capital que debe invertirse provechosamente. El hombre se ha convertido en un consumidor eterno, y el mundo para él no es más que un objeto para calmar su apetito.

Según el autor, en la sociedad actual el éxito y el fracaso se basa en el saber invertir la vida. El valor humano se ha limitado a lo material, en el precio que pueda obtener por sus servicios y no en lo espiritual (cualidades de amor, ni su razón, ni su capacidad artística). La autoestima en el ser humano depende de factores externos y de sentirse triunfador con respecto al juicio de los demás. De ahí que vive pendiente de los otros, y que su seguridad reside en la conformidad; en no apartarse del rebaño. El individuo debe estar de acuerdo con la sociedad, ir por el mismo camino y no apartarse de la opinión o de lo establecido por ésta.

Para que la sociedad de consumo funcione bien, necesita una clase de individuos que cooperen dócilmente en grupos numerosos que quieren consumir más y más, cuyos gustos estén estandarizados y que puedan ser fácilmente influidos y anticipados. Este tipo de sociedad necesita miembros que se sientan libres o independientes, que no estén sometidos a ninguna autoridad o principio o conciencia moral y que, no obstante, estén dispuestos a ser mandados, a hacer lo previsto, a encajar sin roces en la máquina social. Los hombres actuales son guiados sin fuerza, conducidos sin líderes, impulsados sin ninguna meta, salvo la de continuar en movimiento, de avanzar. Esta clase de individuo es el autómata, persona que se deja dirigir por otra.

El humano debe trabajar para satisfacer sus deseos, los cuales son constantemente estimulados y dirigidos por la maquinaria económica. El sujeto automatizado se enfrenta a una situación peligrosa, ya que su razón se deteriora y decrece su inteligencia; adquiere la fuerza material más poderosa sin la sabiduría para emplearla.

El peligro que el autor ve en el futuro del humano es que éstos se conviertan en robots. Verdad es que los robots no se rebelan. Pero, dada la naturaleza del ser humano, los robots no pueden vivir y mantenerse cuerdos. Entonces buscarán destruir el mundo y destruirse a sí mismos, pues ya no serán capaces de soportar el tedio de una vida falta de sentido y carente por completo de objetivos"[1088].

Coincido, crítica y racionalmente, en ciertos aspectos con el planteamiento de Augusto Ramírez, cuando dice lo siguiente, respecto de la influencia nefasta del consumismo y de los medios de información como la televisión y la prensa (que, aunque se refieren básicamente a la cultura Norteamericana, tienen estrecha relación con nuestra realidad colombiana):

"Hoy, igual que ayer, igual que siempre, seguimos habiendo gentes empecinadas en creer que el pensar, sigue siendo, la única forma de conocer. Sigue existiendo gente contumaz que insistimos en dudar de los que mandan y nos negamos a aceptar que la principal función humana sea producir para consumir, y endeudarse para ser felices… Es imprescindible que más y más personas piensen más y se entretengan menos. Que la gente se rebele contra la hipnosis propagandística y hagan de su hogar un espacio de libertad, una trinchera de meditación que los defienda de la teleadicción, y proteja a sus hijos del embrutecimiento consumista…

Pero entre todos los desarrollos tecnológicos el que ha facilitado el avance del fraude consumista, a partir del relativo aumento de ingresos, ha sido el desarrollo de los medios de comunicación, principalmente, la televisión… La televisión ha cambiado todo esto, siendo el principal medio propagador y reforzador del consumismo. Por las peculiaridades de los procesos de percepción humana, la visión es la vía sensorial de más profunda huella némica y mayor movilización afectiva. Por ello la experiencia televisiva, es única en su clase, pues al excluir toda actividad física e imponer la contemplación, limita la racionalidad y prioriza el procesamiento simbólico de toda la información recibida… Así al convertir el consumismo en la meta fundamental de las sociedades occidentales, han creado toda una sobre estructura de valores y motivaciones, toda una nueva psicología social, que tiene el comprar, como la única finalidad de la vida y la principal fuente de gratificación individual. Esta disparatada alquimia de convertir los medios en fines supremos, ha hecho del falso consumo un ritual complejo y contradictorio… Pero es a partir de los sesenta, en que la televisión toma posesión de todos los hogares de occidente, en especial en Estados Unidos y que la misma, se convierte en la herramienta fundamental de inducción consumista; de la manipulación de la mente en función del mercado… La televisión entretiene desconectando al televidente de su interior, tanto afectiva como intelectualmente y ese es su principal atractivo y su efecto más nocivo. El análisis de los efectos psicológicos de la televisión sobre la personalidad y el comportamiento social, es complejo pero imprescindible, para comprender el daño que la teleadicción produce…

En todos los programas se vende, no solo la compulsión al consumo, sino también un estilo de vida primitivamente hedónico y competitivo… Para la inmensa mayoría de las personas, para los niños y los jóvenes, la computadora es solo entretenimiento, y ese tipo de entretenimiento es una de las herramientas principales de la manipulación consumista… La falsificación de necesidades y metas, la suplantación de lo real por lo virtual, ha vaciando el vivir, extenuando los sentimientos, agobiando la esperanza. El vació existencial disuelve el sentido de la vida, desnaturalizando deseos y pasiones. La prosecución de espejismos consumistas puebla de irrealidades los quehaceres cotidianos. La gente se llena de miedos, angustias y aprehensiones. Miedo a dormir. Miedo a despertar. Miedos a la calle. Miedos al hogar. Miedos a la gente y pánico a la soledad. La violencia, las drogas y la teleadicción son las defensas comunes al angustiante vació que acorrala el vivir…

Si tenemos todo esto en cuenta, podemos valorar el enorme poder manipulativo de los megapolios que controlan la información, el espectáculo y la publicidad. Este poder rebasa el campo de la mercadotecnia y entra a manipular ideas, valores y decisiones. Dictan las modas del vestir y del pensar. Imponen ideas y gustos, hábitos y fobias. Desacreditan tradiciones y prestigian nuevas opciones. De la imposición de marcas y hábitos de consumo pasan a diseñar estilos de vida, metas y valores. Decretan la muerte de las ideologías y el fin de la historia. Solo lo que la televisión muestra es real, lo demás no existe. El mundo sabe lo que la mass-media revela. Y la media solo revela lo que el megapolio le permite. Las adicciones no solo consisten en el compulsivo uso de sustancias. El juego, el sexo, el poder son adicciones insuperables y devastadoras. Exhibicionistas y vouyeuor, pederastas y cleptómanos son empujados una y otra vez, por su adicción, a padecer el castigo de la ley y el desprecio de la sociedad. Pero la mercantilización de la Media ha impuesto dos adicciones endémicas que dominan en todas las sociedades industriales: el comprar y ver televisión. Frente al estrés generalizado imperante en las sociedades industriales, la gente no encuentra otra defensa que la evasión. Las adicciones, en sus diferentes formas, son el medio evasivo más frecuente. La televisión y las drogas, incluyendo entre ellas los psicofármacos, permiten desconectarse de la angustiante realidad. Pero hay niveles de tensión que, por su naturaleza, solo pueden descargarse actuando. La impotencia para aliviar la angustia, la rabia de la humillación, la pérdida de la autoestima, la cancelación de la esperanza, elevan la agresividad a tal nivel, que solo pueden descargarse mediante la violencia. Esa es la razón del aumento incesante de la violencia en las sociedades de consumo. Pero la violencia trae sanciones y marginación. Su empleo requiere cierto tipo de personalidad que no abunda. Por ello la mayoría de la gente no desahoga su agresividad atacando a otros. Prefieren la evasión a la envestida. Y entre todas las evasiones el acto de comprar es el más generalizado… La utilización de todos los medios masivos de información y entretenimiento en la manipulación comercial, al encerrar las expectativas humanas, en el estrecho horizonte del tendero, ha reducido todas las opciones al servil disfrute de convertirse en mercancía para adquirir mercancía…

Los anhelos y sueños que la propaganda crea, siempre están más allá, de los medios del ciudadano promedio. Esta experiencia de fracasos repetidos, de frustración permanente, mina la seguridad personal, exacerba la angustia, empujando al ser humano hacia la fantasía y el sueño o hacia la agresividad y el delito. Los psicofármacos, las adicciones son los instrumentos del sueño. La violencia y la corrupción es el reencuentro con la realidad por los caminos de la barbarie… Los comportamientos comercialmente corruptos, las conductas delictivas están impuestas por los propios valores del sistema que imponen el éxito económico y el consumo como única forma de realización posible, sin que estos éxitos y estos consumos gratifiquen verdaderamente. La violencia y las adicciones generalizadas es el obligado resultado de la insatisfacción de la mayoría, que al no poder identificar las causas de su vació existencial, recurren a la evasión a través de las adicciones y la violencia… Los motivos de nuestras alegrías, el escenario de nuestros minitriunfos tiene que estar fuera de toda competencia, para tener la garantía de alcanzarlos. Y esto solo es posible con adecuado marco de relaciones humanas. Con una vida interior donde el amor, la amistad, la confianza en nuestros afectos, en aquellos que nos aman, nos permitan disfrutar de gratificaciones que no están en el mercado, ni suben de precio, ni cambian de envase. Donde los triunfos que se alcanzan no despojan a nadie, ni vencen a otros. Son conquistas de nuestro espíritu, triunfos de nuestro corazón. Éxitos de nuestros anhelos de amar más cada día, de comprender más a quienes amamos; triunfos de la caridad sobre el egoísmo, de la admiración sobre la envidia, de la seguridad sobre el miedo, de la libertad sobre la ambición…. Pero la hipertrofia de la competitividad, el hedonismo materialista ha mercantilizado las relaciones humanas. La imposición del tener sobre el ser, ha cancelado la intimidad, convirtiendo a la gente en maniquíes de vitrina, en trofeo o decorado según la escena que la mercadotecnia imponga. Esta externalidad del vivir, este quehacer de pasarela, donde la gente nunca es apreciada por quien es, sino por lo que lleva puesto. Ha clausurado la interioridad humana condenando a la gente a la intemperie de la soledad… Solo en la solidaridad con nuestro pasado podemos encontrar la armonía con nuestro presente y la esperanza para el porvenir. Si esta continuidad se rompe, si las personas no pueden mirar hacia adentro para encontrarse, si las relaciones cotidianas con nuestros semejantes, no alimentan nuestra seguridad y nuestra autoestima, evocando la fraternidad de nuestras raíces, la personalidad se fragmenta y nuestra identidad se disuelve… La gran quiebra de valores de las sociedades occidentales, con todas las secuelas de masacres, corruptelas y miserias que hoy padecemos, es consecuencia directa del modelo consumista impuesto por el establecimiento norteamericano"[1089].

A lo anterior es procedente añadir la reflexión de Linda Elder y Richard Paul:

"La democracia puede ser una forma de gobierno efectiva sólo en el grado que el público (que en teoría gobierna) está bien informado sobre los eventos nacionales e internacionales y pueden pensar independientemente y críticamente sobre esos eventos. Si la gran mayoría de los ciudadanos no reconoce los prejuicios en las noticias de su nación, si no puede detectar cuándo la ideología, la inclinación y el giro están presentes, si no puede reconocer cuando son expuestos a la propaganda, entonces no puede razonablemente determinar qué mensajes de los medios necesitan ser suplementados, contrabalanceados o descartados completamente. Por un lado, las fuentes de noticias mundiales están cada vez más sofisticadas en la lógica de los medios (el arte de "persuadir" y manipular las masas de gente). Esto les permite crear un aura de objetividad y "veracidad" en los artículos de noticias que construyen. Por otro lado, solamente una pequeña minoría de ciudadanos tiene las destrezas para reconocer los prejuicios y la propaganda en las noticias diseminadas en su país. Solamente unos pocos pueden detectar representaciones unilaterales de eventos y buscar fuentes de información y opiniones alternas para compararlos con los de sus medios noticiosos principales. Al presente, la mayoría abrumadora de las personas del mundo, sin adiestramiento en pensamiento crítico, está a la merced de los medios noticiosos de su propio país. Su punto de vista del mundo, qué países identifican como amigos y cuáles como enemigos, está determinada en gran parte para ellos por los medios (y las creencias y costumbres tradicionales de su sociedad). Lo que hacen los lectores críticos es reconocer esa unilateralidad y buscar puntos de vista descartados o ignorados"[1090].

Es tal su extravío que el hombre del "rebaño", por no pensar por sí mismo, confunde los conceptos de "modernidad" y "postmodernidad" y los relaciona sólo como modernización y desarrollo científico, tecnológico y económico, y no como movimiento y sensibilidad cultural, evidenciándose más su extravío: no distingue entre modernidad y modernización. La modernidad es una actitud ante las cosas. Muchos conciben la modernidad como mero progreso material, sin que se percaten que en ese "progreso material" el hombre se ha perdido a sí mismo. Modernidad, en sentido más amplio y menos reductivista, es un proyecto cultural, filosófico, ilustrado. El no tener perfectamente claros estos dos conceptos es la causa de su alienación y de su encrucijada. Si desde el mismo universo de la filosofía, de la reflexión profunda, hay discrepancia entre modernidad y postmodernidad, por cuanto "para algunos la postmodernidad representa una ruptura a la modernidad; para otros, la postmodernidad es la modernidad de la modernidad", ¿cómo será la confusión de quienes no "filosofan", no reflexionan, no piensan por sí mismos? "La credulidad, la aversión respecto a la duda, la precipitación en las respuestas, la pedantería cultural, el temor a contradecir, la indolencia en las investigaciones personales, el fetichismo verbal, la tendencia a detenerse en los conocimientos parciales: todo esto y otras cosas más han impedido las felices bodas del intelecto humano con la naturaleza de las cosas, para hacer que se ayuntase en cambio con conceptos vanos y experimentos desordenados"[1091]. Sólo la reflexión filosófica, el pensar por sí mismo, nos permite entender, aclarar y vivenciar estas categorías que a diario experimentamos. Quienes confunden modernidad y modernización y proclaman que la ciencia y la tecnología ya dieron los frutos que podían dar, piensan que "reflexionar filosóficamente sobre el hombre y la sociedad es pérdida de tiempo. Éstos carecen del entendimiento para comprender que "mientras más avanzamos en ciencia y tecnología, hay menos igualdad y libertad, más hambre, mayor concentración de riqueza"[1092]. Cuando el proceso del conocimiento "funciona exclusivamente como medio para un modelo desarrollista, y cuando se privilegian unilateralmente las ciencias naturales y la técnica, despreciando la reflexión y la dimensión crítica de la cultura" puede ser el origen de la alienación y llevar "a la positivización de las ciencias sociales y a la sociedad unidimensional"[1093]. El término alienación alude al despojo que de sí mismo hace la persona.

Los ideales de la modernidad, tal como los replantea Habermas, deben estar "en función de una nueva realidad social donde reine no la arbitrariedad sino la tolerancia, el antidogmatismo, el reconocimiento de la particularidad y singularidad de los individuos y de las pequeñas comunidades, el respeto por la pluralidad de formas de vida, de manifestaciones culturales, de juegos del lenguaje…"[1094]. Un pensador tan racional como Kant nos invita a tomar "conciencia de que la racionalidad instrumental ha dado al hombre cierto poder sobre la naturaleza, pero que esta racionalidad puramente técnica no le garantiza su supervivencia y puede fracasar frente a la violencia de las fuerzas naturales o por el mal uso de esa misma superioridad"[1095]. José Ortega y Gasset pensaba que "nuestro tiempo tendría ideales claros y firmes, aunque fuese incapaz de realizarlos. Pero la verdad es estrictamente lo contrario: vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. Con más medios, más saber, más técnicas que nunca, resulta que el mundo actual va como el más desdichado que haya habido: puramente a la deriva… No podrá extrañar que hoy el mundo parezca vaciado de proyectos, anticipaciones e ideales… No cabe duda de que la técnica -junto con la democracia liberal- ha engendrado al hombre masa en el sentido cuantitativo de esta expresión"[1096].

6.11 Pensar para criticar y defender la razón y la ciencia

Como en este libro la ciencia ha sido "sentada" ante el tribunal de la historia, de la filosofía, de la razón y de la misma ciencia, con el propósito de criticarla, enjuiciarla, cuestionarla y ensalzarla, como filósofo, como intelectual, como pensador, es mi deber moral, en aras de la objetividad y de la "justicia", aclarar que la ciencia y la tecnología, en sí, en su esencia, en su naturaleza intrínseca, en su auténtico ser, no son ni buenas ni malas; es el científico o el técnico (el ser humano) el que hace de estos dos valiosos instrumentos, producto de la actividad del hombre y de la cultura, un uso adecuado o inadecuado, conveniente o inconveniente, correcto o incorrecto. Para ser más preciso: algunos científicos y algunos técnicos; no todos los científicos ni todos los técnicos utilizan esas dos herramientas para la destrucción o deshumanización del hombre.

Coincido con el científico Jorge Wukmir, quien ya en 1973, antes del avasallante e irrefutable dominio e influencia de la ciencia y la tecnología actuales, afirmaba que la ciencia no era "ni ídolo ni amenaza", como una forma justa de responder a las preguntas: Ciencia: ¿ídolo moderno y admirable, o peligro de extinción para el género humano? O ¿El mejor remedio para prolongar, asegurar las condiciones de la vida humana y disminuir el sufrimiento, o bien el método perfecto para acabar con todo lo vivo en este planeta? El ideal de la ciencia y del científico ético es contribuir al mejoramiento de la humanidad, no a su deshumanización. Para éste, si es profundamente ético y está comprometido con la humanización, "su pasión es lograr unas verdades un poco más limpias de dudas, prejuicios e incertidumbres…"; pero ¿qué puede hacer si el poder político, militar y económico se apodera de los resultados de la ciencia y los aplica con fines destructivos en la tecnología? Eso es asunto de ellos, no responsabilidad de la ciencia y del científico, quien no experimenta, investiga, descubre o inventa para matar; la aplicación indebida de sus creaciones las "hacen otras fuerzas del comportamiento humano, arraigadas en la profunda biología de nuestro género y de todos los vivos". La persona "inhumana" no es producto, en sí, de la ciencia ni del científico. "El hombre furia, feroz, voraz y rapaz matón y destructor no sale de los laboratorios científicos, sino que vive de densas tinieblas de su naturaleza, tinieblas que hasta ahora, colectivamente, ninguna civilización ni religión ha podido cambiar por más que los que tuvieron compasión con tal género maldito, lo quisieron y lo intentaron". Podría parecer utópico, pero el pensamiento crítico, el pensamiento filosófico, ante esta realidad, dispone de "mecanismos" para "sensibilizar" al hombre que, por una u otra circunstancia, por uno u otro interés, manipula el poder de la ciencia y la tecnología en el logro de sus mezquinos propósitos…[1097].

6.12 Pensar por sí mismo para vivir en libertad y saber tomar decisiones

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20
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