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La imperiosa necesidad de aprender a filosofar (página 17)




Enviado por Luis Ángel Rios



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Hablar de "independencia" y de "mancipación" es decirnos mentiras. Somos una prolongación de la subjetividad, no sólo española, sino europea. Como colombianos, tenemos un cuerpo cuya cabeza está en Europa. La subjetividad europea nos sujeta. ¿Acaso la "democracia", la política, la filosofía, la religión, la ciencia, el capitalismo y los demás saberes no proceden de Europa? Por no pensar críticamente, por falta de espíritu crítico, de criticidad, nos "echamos" mentiras a nosotros mismos, y lo más grave es que nos las creemos. Sí, es cierto, España, y en general Europa, retiró sus ejércitos y sus autoridades y cesó la dominación militar y política, pero el colonialismo continuó de otra manera: a través de la mercancía. El capitalismo europeo, con toda su rebatiña económica, prosiguió con su dominación colonialista. Si bien es cierto que también nos somete el capitalismo norteamericano, éste es hijo del capitalismo del viejo continente. España y Europa en general, con la enorme influencia de los Estados Unidos, nos tienen colonizados con las leyes del mercado, con la lógica del mercado. ¿Cuál fin del colonialismo? ¿Cuál emancipación? ¿Cuál independencia? ¡Falacias, puras falacias! Colombia, como país "tercermundista", aún se encuentra bajo las tácticas colonialistas de Europa. El tercer mundo "ya se sabe que no es homogéneo y que todavía se encuentran dentro de ese mundo pueblos sometidos, otros que han adquirido una falsa independencia, algunos que luchan por conquistar su soberanía y otros más, por último, que aunque han ganado la libertad plena viven bajo la amenaza de una agresión imperialista"[1313]. Un sector de la izquierda revolucionaria colombiana opina que Colombia aborda el siglo XIX con una situación económica y social heredada de las formas de dominación colonial sobre la cual asentaría los modelos de desarrollo económico que le impondría el capitalismo. "Considera que una de las características estructurales inherente a la formación social es la tendencia a vivir en condición de dependencia histórica"[1314]. La izquierda pretende, con fundamento en un pensamiento europeo, trocar el orden establecido, también fundado en el pensamiento del viejo continente. Los partidos políticos tradicionales tienen su ideología en el pensamiento liberal (partido Liberal) y la doctrina cristiana (partido Conservador), irrefutablemente de origen europeo. Si la derecha, el centro y la izquierda buscan instaurar un establecimiento con base en el pensamiento europeo, ¿entonces dónde está la llamada "independencia" de Europa, específicamente de España? ¡Otra mentira más que nos creemos porque somos ingenuos, porque no tenemos espíritu crítico, porque no pensamos por nosotros mismos! ¡Qué vamos a ser independientes, si estamos condicionados por una religión impuesta por España! El papel de la religión en nuestra sociedad colombiana es inconmensurable, que se ha entronizado en nuestro núcleo ético-mítico. Existe un vínculo estrecho entre las estructuras católicas y las estructuras sociales por parte de una religión institucionalizada en lo ritual, cultual, doctrinal, ético y comunitario, tanto a nivel funcional y estructural. Se entromete hasta en la vida política y jurídica. "El marco jurídico en el cual los derechos y obligaciones de las diferentes religiones y de las relaciones de éstas con el Estado, le es ampliamente favorable a la religión católica… Los colombianos se educan en el ambiente religioso y la presencia de la Iglesia en los asuntos del Estado es permanente, no sólo en actos puramente protocolarios, sino que como institución constituye un fuerte grupo de presión que constantemente toma posición frente a las diferentes determinaciones de los gobiernos y de los partidos, y en ocasiones muestras más fuertes que éstos"[1315].

¡No nos digamos más mentiras! ¡Basta ya de mentiras! Seguimos siendo colonia española y, por ende, europea. En pensamiento, en ideas políticas, en ciencia, en religión, en idioma, en costumbres, en tradiciones, en convencionalismos, en rituales, en ceremoniales y en filosofía seguimos dependiendo de Europa. "Esta dependencia, de la cual a su vez depende el subdesarrollo que sufrimos, como efecto de causa, es una historia larga de contar. En líneas generales, el Yo europeo moderno se convierte en un Yo-conquisto, Yo-domino, Yo-decido, Yo-pienso. Los demás son entes conquistados, dominados, colonizados, pensados, es decir, oprimidos"[1316].

No tenemos identidad nacional. El hecho de que los europeos, maquiavélicos y pragmáticos, hayan permitido a Colombia y a los demás países latinoamericanos tener su propia bandera, su propio himno nacional, su propia moneda y otros sucedáneos para ensalzar nuestra supuesta "independencia", no implica que estemos exentos de la colonización europea. ¿Será posible emanciparnos del colonialismo cultural europeo? ¿Pero cómo lograrlo si ni siquiera el nombre de América, Latinoamérica o Colombia es nuestro? Europa fue la que nos nombró. ¡Cuál independencia si ni siquiera tenemos un nombre propio! Europa nos bautizó, nos impuso nombre, pero nos negó nuestra identidad. "A Europa, en el juego de la historia universal, le tocó el destino, la responsabilidad, de ser los dominadores. Ellos son los que descubrieron otras "ecúmenes", las que dominaron gracias a la técnica y gracias a la fuerza de las armas, de la pólvora, de los caballos y las carabelas…"[1317].

La filosofía, por ejemplo, cuyas ideas han movido, mueven y moverán al mundo, nos tiene "colonizados" hasta la médula, así, quienes carecen de espíritu crítico, no se den cuenta. Aristóteles, considerado por el consenso intelectual como el filósofo más genial de Occidente, nos condicionó con su extraordinario e influyente sistema de pensamiento. "Nuestra historia fue políticamente dependiente, y lo es aún económica y culturalmente, porque en el fondo fuimos y seguimos siendo ontológicamente dependientes… Latinoamérica, como continente independiente, ha vivido en el limbo de las pseudounidades impuestas por el imperio de turno. Como entes dominados, hemos ocupado un puesto periférico en relación a un centro. La unidad en la que hemos vivido nunca ha sido nuestra. No se niega que nuestras naciones políticamente hayan nacido a la historia, pero la independencia política sigue mediatizada por otras tendencias más profundas y difíciles de romper… Nuestro problema latinoamericano no es solamente el de falta de unidad propia, y por tanto, de identidad, sino también, como consecuencia inevitable, es la falta de verdad. No hemos sido auténticos porque hemos vivido de las verdades ajenas y formales dictadas desde el centro. Ofuscados por la claridad y distinción cartesiana de las verdades importadas, nuestra realidad nos parecía vacía de verdad, opaca, ininteligible sin interés… Secularmente hemos carecido de un proyecto histórico propio. Otros han hecho nuestra historia… Durante siglos no se nos dejó ser desde nosotros mismos. Aún hoy seguimos siendo dependientes. De ahí nuestra querencia a la fuga de la realidad que nos cupo en suerte y nuestros sueños de ser, apoyados en realidades extrañas"[1318]. En palabras de Oswaldo Ardiles, "confundiendo las nociones de realidad y de ser, el pensar de la dominación obtuvo un reaseguro ontológico de la permanencia de lo existente"[1319].

Nuestra "educación" es copia de los modelos europeos. La Academia de la Lengua Española y el Ministerio de Educación colombiano, desde un principio, se trazaron como referente la imposición de textos literarios españoles y, en general, libros europeos. "Todos los programas de estudio, no sólo de los colegios sino también de las universidades, siguen todavía el modelo cronológico europeo: comienzan con lo griego y lo latino, siguen con el Renacimiento, el Barroco y la Ilustración, para llegar a lo latinoamericano y colombiano sólo al final. Nunca queda tiempo para lo regional. El impulso espiritual viene de afuera. En estas condiciones, a nuestros jóvenes siempre les ha quedado la idea de lo propio como una especie de nota de pie de página de la cultura occidental; los textos de su propia cultura como un desarrollo tardío y mediocre. Lo importante ya habría ocurrido en el extranjero. Las obras perfectas, dignas de imitarse, estarían allá, en el centro; y aquí, en la periferia, quedaríamos condenados irremediablemente al subdesarrollo cultural"[1320].

La lógica con que pensamos y razonamos a cada instante es aristotélica. "Es notable el hecho de que esta compleja ciencia de la estructura interna del pensamiento fue descubierta y expuesta casi en su totalidad por Aristóteles, sin que toda la humanidad posterior haya podido añadir otra cosa que leves detalles o aspectos. Toda la minuciosa doctrina de las formas generales del pensamiento (concepto, juicio y raciocinio) con sus clasificaciones, leyes y combinaciones, y toda la teoría de las formas particulares del pensamiento científico (definición, división, método), aparecen en el Organon aristotélico casi en la forma en que son estudiadas hoy mismo"[1321]. Las bases de la ciencia biológica son aristotélicas. La estructura gramatical del idioma castellano (con el que nos comunicamos, también procedente de España) es producto de la genialidad aristotélica. Los tres poderes públicos de nuestra "democracia" son aristotélicos. Inclusive (sin que Aristóteles se lo hubiera propuesto) el fundamento de la doctrina católica, establecida por Santo Tomás de Aquino (otro filósofo que bebió de las fuentes del pensamiento de este singular filósofo griego), también es aristotélico. Ni qué decir del pensamiento platónico, fundamentador (también sin que Platón se lo propusiera) de la doctrina de la religión que nos impuso, a sangre y fuego, España: el catolicismo. "Todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos", sentenció el poeta Samuel Taylor Coleridge. Para los aristotélicos las ideas son meras generalizaciones de observaciones puntuales… Los platónicos consideran que las ideas tienen entidad real; que lo fundamental son los universales, los conceptos abstractos. Sobre cualquiera de estas dos inveteradas y arraigadas tendencias filosóficas, el hombre de Occidente organiza su cosmovisión de su mundo y el mundo que lo rodea. El realista aristotélico ve un mundo de realidades. El idealista platónico ve un mundo de ideas. Algunos ven los dos mundos a la vez. Europa produce el conocimiento que nosotros consumimos. Ponemos en práctica las ideas pensadas en el viejo continente.

Saturados de lo pensado por estos pensadores y los demás pensadores europeos, ¿cómo vamos a lograr nuestra emancipación del colonialismo intelectual? ¿Cómo vamos a tener una identidad como latinoamericanos y como colombianos? "Liberarnos" del pensamiento de la filosofía europea, implicaría elaborar una manera propia y nueva de pensar, y nuestras mentes, "colonizadas" por el pensar del viejo continente, por ahora, no tienen la capacidad y madurez filosófica para producir un Platón, un Aristóteles, un Descartes, un Kant, un Marx o un Nietzsche latinoamericano ni mucho menos colombiano. ¿Cómo vamos a tener un pensador nuestro de esa genialidad, si los textos o manuales de filosofía no reseñan, ni tan siquiera hacen alusión, de pensadores latinoamericanos, y menos de filósofos colombianos? Latinoamérica, incluyendo a Colombia, ha producido grandes filósofos (eso sí originales ninguno), pero no aparecen en los manuales de enseñanza ni los profesores se detienen a reseñarlos, aunque fuera a nombrarlos. ¿Qué joven, luego de concluir su educación secundaria, sabrá que Colombia tuvo connotados pensadores como Fernando González Ochoa, Danilo Cruz Vélez, Roberto José Salazar Ramos, Eudoro Rodríguez Albarracín, Germán Marquínez Argote, Rafael Carrillo Lúquez, entre otros? ¿Así cómo nos atrevemos a hablar de "independencia", "emancipación" y "descolonización"?

¿Entonces seguir afirmando que "logramos la independencia de España"? Mientras no prescindamos del pensamiento y de las instituciones europeas, seguiremos siendo colonia de Europa y dependiendo de ésta. Pareciera que Europa nos hablara en términos goethianos: "No es tiempo aún de emanciparnos; sed, pues, sumisos"[1322]. No hemos escuchado las palabras de Sartre, cuando en el prólogo a los condenados de la tierra, nos invitaba a abandonar "a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo"[1323]. El mismo intelectual, precisamente un europeo, reconoce la voracidad colonialista de Europa. "Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que nos apoderamos del oro y los metales y el petróleo de los "continentes nuevos" para traerlos a las viejas metrópolis. No sin excelentes resultados: palacios, catedrales, capitales industriales; y cuando amenazaba la crisis, ahí estaban los mercados coloniales para amortiguarla o desviarla. Europa, cargada de riquezas, otorgó de jure la humanidad a todos sus habitantes: un hombre, entre nosotros, quiere decir un cómplice puesto que todos nos hemos beneficiado con la explotación colonial… el europeo no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos"[1324]. En un tono parecido resuena Erich Fromm, cuando afirma que no se necesita demostrar que la historia de Europa es una historia de conquistas, explotación, fuerza, subyugación. "Casi no existe un periodo que no se caracterice por estos factores, ninguna raza ni clase se exceptúan. A menudo esto incluye el genocidio, como el de los indios norteamericanos, y ni aun las empresas religiosas, como las Cruzadas, son una excepción. Esta conducta ¿fue sólo aparentemente motivada por la economía y la política, y los traficantes de esclavos, los gobernantes de la India, los asesinos de los indios, los ingleses que obligaron a los chinos a abrir sus territorios para importarles opio, los instigadores de las dos Guerras Mundiales y los que preparan la próxima guerra, son cristianos de corazón? O ¿quizá los dirigentes sólo eran unos paganos rapaces, mientras que las grandes masas de la población seguían siendo cristianas? Si fuera así, podríamos sentirnos contentos. Por desgracia, no es así. Seguramente los dirigentes a menudo eran más rapaces que sus seguidores, porque tenían más que ganar, pero no podrían haber realizado sus planes si el deseo de conquista y de victoria no hubiera sido -y sigue siendo- parte del carácter social"[1325]. ¿Emancipados, libres e independientes? ¡Ese cuento sólo lo acepta sin ponerlo en cuestionamiento el rebaño! Los filósofos no, porque éstos, con su actitud iconoclasta, contestataria, anticonvencional, libertaria, irreverente, caustica, mordaz, controversial y desmitificadora, cuestionan todo aquello que los demás dan por sentado o prefieren no cuestionar. Esto no es que sirva de mucho para cambiar el estado de cosas, de modificar nuestra soterrada dependencia de Europa, pero sí para no tragar entero y darnos cuenta de la realidad en que vivimos. ¿De quién depende transformarla?

El mismo texto escolar[1326]señala que a pesar de la independencia política el cambio cultural no es significativo, razón por la cual los hábitos de dependencia forjados durante la colonia permanecen, y que en la actualidad a nivel cultural somos consumidores acríticos de todas las corrientes artísticas, filosóficas, científicas, políticas y religiosas que se ponen de moda en Europa o Estados Unidos. José María Samper[1327]dice que la vieja España todavía nos combate sin quererlo por medio de sus representaciones, es decir, de los elementos que nos dejó profundamente arraigados en las instituciones, tradiciones y costumbres coloniales. Fernando González Ochoa señala que copiamos constituciones, leyes, costumbres, pedagogía, métodos y programas. "La imitación ha sido nuestro vicio colombiano y latinoamericano. Imitamos versos, modas, catedrales, filosofía, modos de vida. Somos, por ello, vanidosos o vacíos de lo nuestro y de nosotros mismos. Todo es ajeno y simulado"[1328]. El reconocido intelectual Luis López de Mesa Gómez aconseja una síntesis cultural más universal para superar la cultura europea que nos ha servido de mentor espiritual, porque, tal como nos dice "es una verdad ineludible el que carecemos de una rica imaginación aún: en cuatro siglos no hemos inspirado una religión, una filosofía, un drama universal, un poema épico, ni en pintura un cuadro de composición original, ni en música una interpretación eminente de lo humano. Hasta hoy vivimos de prestado en grandes proporciones… Nos independizamos oportunamente, pero sin la adecuada preparación racial, territorial, cultural y económica. Continuamos siendo colonia… de España, en literatura y legislación; de Francia, en literatura e ideología general; de Inglaterra, en lo económico y en algunas normas sociales… de Roma, en religión y preceptos morales…"[1329]. López de Mesa advierte que mientras no superemos esa dependencia tendremos problemas de identidad cultural. William Ospina, un intelectual con sentido crítico, al respecto, señala lo siguiente:

"Es innegable nuestra pertenencia al orden mental europeo. Un país cuya lengua es hija del latín y del griego; que ha profesado por siglos una religión de origen hebreo, griego y romano; que se ha propuesto el modelo democrático debido a la Revolución francesa y que se reclama defensor de la Declaración de los Derechos del Hombre; una sociedad que se ha formado instituciones siguiendo el modelo liberal europeo, no puede pretender encontrar soluciones ignorando esa tradición. La democracia sigue siendo para nosotros una promesa y aún necesitamos en Colombia una crítica lúcida, vigorosa, implacable, de las iniquidades del poder imperante, como la que emprendió Voltaire en su día, y una propuesta seria de sensatez, de lógica, de generosidad y de valor civil. Lo que requerimos es comprender que una cosa es ser hijos de Europa y otra confundirnos con ella, cuando pertenecemos a un territorio tan distinto, cuando les debemos respeto profundo a los viejos padres que poblaron este territorio por siglos y de los cuales también descendemos, cuando sabemos que la diversidad de nuestra composición natural, étnica y cultural es un privilegio, y no permite la arbitraria imposición de un solo modelo, de una sola verdad, de una sola estética. Ningún país podrá construir jamás un orden social justo y equilibrado si no es capaz de reconocerse a sí mismo y de diseñar su proyecto económico, político y cultural a partir de esa conciencia de sus posibilidades y sus limitaciones"[1330].

Historiadores, que disienten de la "historia oficial" (de los historiadores a "sueldo"), historiadores con espíritu crítico, como Hugo Rodríguez Acosta, Álvaro Tirado Mejía, Diego Montaña Cuellar, Antonio García, Indalecio Liévano Aguirre, entre otros, "cuentan" que a la denominada "aristocracia criolla" (entre los que se encontraban Nariño, Torres, Bolívar, Santander, etcétera, etcétera, "los libertadores") la movieron otros intereses distintos al de los mestizos, indios, campesinos y esclavos, es decir, el "pueblo": el poder político y económico. Los criollos deseaban tener los mismos derechos que los blancos peninsulares. "Los compromisos pactados en la noche del 20 de julio no implicaron, como suele pensar una declaración de independencia, sino que ellos se limitaron a institucionalizar el gobierno de responsabilidad compartida entre el Virrey y los grandes voceros del estamento criollo. En esa alianza, acordada a espaldas del pueblo, los dos socios se beneficiaron mutuamente: el Virrey continuaba de Jefe de Gobierno… y los notables criollos ingresaban en la Administración… para compartir el poder con quien representaba la Corona…"[1331]. La reconocida enciclopedia Wikipedia nos dice que "en la actualidad, Jorge Tadeo Lozano es considerado un mártir y héroe de la Revolución y la Independencia de Colombia, aunque no es muy claro por qué, pues nunca estuvo de acuerdo con la Independencia absoluta del reino de España, utilizó su poder e influencia política como gobernante de Cundinamarca para su beneficio personal y de los ilustres criollos prestantes de la época…". La historia oficial esboza una orientación colonial, señorial, racista y eurocéntrica, "que sólo le interesa la memorización de cronologías y la descripción aislada de los hechos, con el objetivo de resaltar las hazañas de los grandes héroes, que casi siempre forman parte de los grupos privilegiados de la sociedad…"[1332]. Los "descastados" no fueron más que fichas hábilmente "jugadas" y manipuladas por la aristocracia criolla en la consecución de sus pragmáticos logros. "Es totalmente falso ese Bolívar protomarxista que intenta vendernos nuestro infatigable idiota. El problema racial lo obsesionaba. Quería evitar, a toda costa, la guerra de clases y de colores. Ni en su condición ni en su filosofía política tenía Bolívar la idea de acabar con los poderosos. No, su gesta no era clasista sino de otra índole, hija de un movimiento ideológico surgido esencialmente entre los criollos, es decir entre los hijos de la España imperial en las colonias. Bolívar no fue el antecesor del PRI mexicano, de la alianza Popular Revolucionaria Americana de Haya de la Torre, de Perón, ni de ningún antiimperialismo contemporáneo. Su batalla contra España no era una batalla contra lo extranjero, ni contra Europa, pues a ese mundo debía todo aquello por lo cual combatía, juzgando que el colonialismo español era un residuo de una época anterior a las ideas libertarias de la Ilustración que se resistía a ceder al paso de los tiempos"[1333].

Esta última tesis la sustentan algunos interrogantes: Si los criollos estaban "cansados" del dominio español, ¿entonces por qué, luego de la "independencia", no se liberaron de la religión católica, que había sido utilizada como instrumento de dominio, sometimiento, y como ideología de poder por parte del imperio español? ¿No había sido impuesto, "a sangre y fuego", el dogma religioso de la iglesia católica sobre los nativos y los esclavos? ¡Qué iban a liberarse de la religión los criollos, si en Dios cifraban sus esperanzas de "independencia"! O si no leamos lo que escribió en ese tiempo uno de los denominados "próceres" de la "independencia". "En tal conflicto recurrimos a Dios, a este Dios que no deja perecer la inocencia, a este nuestro Dios que defiende la causa de los humildes; nos entregamos en sus manos; adoramos sus inescrutables decretos; le protestamos que nada habíamos deseado sino defender su santa Fe, oponernos a los errores de los libertinos de Francia, conservarnos fieles a Fernando, y procurar el bien y libertad de la patria"[1334]¿Los criollos ofrecieron alguna participación en la administración a los "guerreros" que habían intervenido, ya sea con apoyo logístico o luchando en el frente de combate para conquistar la "independencia"? ¿A los criollos les interesaba la "independencia" o el poder político y económico? ¿Por qué los "descastados" no pasaron a ocupar cargos de gobierno de los territorios "independizados"?

Los "patriotas" criollos no hicieron otra cosa que reemplazar la oligarquía española por la oligarquía criolla con todos los vicios y formas de sometimiento. En eso consistió, para ellos, la "independencia". "Los criollos habían tomado conciencia de su identidad y de la posesión de sus recursos. La política española y el fuerte monopolio impuesto herían los intereses locales"[1335]. El nuevo gobierno no era más que el gobierno conjunto de las autoridades coloniales y los patricios criollos. Establecidos los pactos, "se produjo automáticamente un nuevo encuadramiento de fuerzas y sobre las viejas disputas"[1336]. El periodista Raúl Benoit, aguijoneado por su conciencia crítica, en su época de estudiante, hurgando en las bibliotecas, descubrió "que los textos escolares no decían toda la verdad y estaban incompletos, referente a lo que pasó en la historia colombiana y lo relativo a lo que escribían historiadores en otros textos, tal vez ignorando la realidad a propósito"[1337].

Los criollos, con sus ansias de poder político y económico, acudían sin escrúpulos a la traición, la intriga, la conspiración, las componendas y otro tipo de imposturas, ardides, vejámenes y tropelías, utilizaron al pueblo (mestizo en su mayoría), ignorante y sumiso, que, como "borregos", obedecían ciegamente lo que éstos le indicaban e imponían, con engaños y amenazas, en procura de alcanzar, a cualquier precio, sus logreros y mezquinos intereses. ¡Cuántos "borregos" murieron por defender "causas" que, a la postre, solamente beneficiaron, en su debido momento, a esta clase parásita de hijos de españoles nacidos en suelo americano! Este pueblo "borrego", merced a su ignorancia y su falta de conciencia crítica, creían ciegamente que América era de propiedad del rey, supuesto representante de Dios, en nombre de un pretendido "poder divino". La domesticación católica había contribuido a incrementar su "borregués", anulando cualquier intento de espíritu crítico. ¡Qué absurdo! Unos "borregos" defendiendo, a cambio de su vida, los pragmáticos intereses de los criollos. Como a los criollos no les importaba la Independencia sino compartir el poder con las autoridades coloniales, se cuidaron que "el pueblo no pudiera desviar el movimiento de los rumbos que la oligarquía, pensando sólo en sus intereses, trataba de darle anticipadamente"[1338].

Basta consultar cualquier texto de "historia patria" para colegir que el llamado "Grito de Independencia" estuvo matizado de intereses, componendas, conflictos y pugnas por el poder que se disputaban con intrigas y violencia los "próceres" criollos de la nueva oligarquía. Entre los próceres surgieron discrepancias y conflictos por ansias de poder, por la repartición de la "torta burocrática". Tanto a los "próceres" "defendidos" por la historia oficial como a los "condenados" por la misma, solo los animaba una motivación: el poder; el destino del pueblo que participó en las revueltas, en las batallas, en las guerras y en la lucha no importaba para ellos. Al fin y al cabo pertenecían a la oligarquía criolla.

Así mismo, de los textos se desprende que el pueblo, instado por los "próceres", sólo sirvió como medio para el logro utilitario y pragmático de un fin. Y desde entonces se establecieron las fronteras entre la oligarquía triunfante y un pueblo "que buscaba confusamente su liberación y confiaba en que aquella profunda crisis del orden colonial no habría de reducirse a simple oportunidad para que las clases acaudaladas se apoderaran de los centros nerviosos del Estado"[1339]. No bien el pueblo puso la cara, la oligarquía corrió a reclamar sus privilegios. El pueblo de los arrabales, hombres y mujeres, dejaron sus míseras covachas, "donde vivían como fieras olvidadas de Dios"[1340], para acudir al llamado revolucionario de los "próceres" criollos. "José María Carbonell realizó uno de los actos más trascendentales de nuestra historia: acompañado de un grupo de estudiantes y de amigos se encaminó a los arrabales de Santafé, a las míseras barriadas de extramuros, donde habitaban en guaridas millares de artesanos, de mendigos, de indios y mulatos, de gente desesperadas y míseras, y las invitó, con su extraordinaria elocuencia, a trasladarse al centro de la ciudad para solicitar no una Junta de Notables, sino Cabildo Abierto…. Montoneras de hombres y mujeres, la "hez del pueblo", como decían los oligarcas, entraban así en el camino de la historia…"[1341]. Pero sería a fundar la historia de los caudillos, de los "próceres", porque la historia oficial "sólo ha otorgado el apelativo de "próceres" a los servidores sumisos de la oligarquía, y para los defensores del pueblo y los voceros de sus intereses, ha reservado invariablemente los calificativos de "demagogos", "agitadores" y "tiranos""[1342]. En el escenario de la "independencia", el pueblo no hizo otra cosa que desempeñar el papel de mudo espectador de la comedia de los notables. "Celebramos el bicentenario de la Independencia cuando lo que hubo en Bogotá, Caracas y otras ciudades en 1810 fue un levantamiento contra Napoleón y contra el rey que impuso a España, su hermano José I, en defensa de Fernando VII. Todo menos la Independencia, eso vino después"[1343]. ¿Cuándo será la hora de los pueblos? "Ellos fueron los que combatieron y combaten, los que aportaron y aportarán miles de héroes estelares o anónimos", recuerda una proclama revolucionaria. Pareciere que el pueblo nunca llega al poder; a éste sólo llegan sus dirigentes, sus caudillos, sus caciques, sus políticos, sus próceres. Con sarcasmo e ironía, Álvaro Salom Becerra aclaró que al pueblo nunca le toca, porque el pueblo "no es más que un rebaño manso y sumiso, manejado por unos pastores audaces e inescrupulosos que son los políticos de uno y otro partido, que hacen con él lo que se les da la gana…"[1344]. Los pueblos son como los hombres: se atenían más a las apariencias que a la realidad de las cosas. "Todos ven lo que pareces ser, mas pocos saben lo que eres…"[1345].

La historia patria, tratando de defender a uno de sus "próceres", señala que José María Carbonell "no estaba dispuesto a dejar sin definir el problema básico de la Independencia, ni a tolerar que aquella batalla, ganada por el pueblo, no tuviera alcances distintos de un simple traslado del poder, de manos del Virrey y a la poderosa oligarquía criolla de grandes hacendados, comerciantes, plantadores esclavistas y abogados, que constituían la verdadera clase opresora de la sociedad granadina, la clase cuyas divergencias con la Metrópoli no tenían otro sentido que su deseo de derogar aquellas instituciones de la legislación española que otorgaban alguna protección a los indios y a los desposeídos, para lo cual trataban de adueñarse del Estado"[1346]. Ensalzando a otro "prócer", también afirma que liberados de la oposición de Antonio Nariño, "quien insistió siempre en la necesidad de deponer a las autoridades con un auténtico levantamiento popular, los principales personeros de la oligarquía criolla -José Miguel Pey, Camilo Torres, Acevedo y Gómez, Joaquín Camacho, Jorge Tadeo Lozano, Antonio Morales, etc.-, pudieron consagrarse a idear la táctica política de que se servían para provocar una limitada y transitoria perturbación del orden público, que habría de permitir al Cabildo capturar el poder por sorpresa y tomar a continuación las providencias indispensables para el pronto restablecimiento del orden, de manera que el pueblo no pudiera desviar el movimiento de los rumbos que la oligarquía, pensando sólo en sus intereses, trataba de darle anticipadamente"[1347].

Hugo Rodríguez Acosta precisa que la historia tradicional hace apología desmedida de los "libertadores" y les brinda aplausos por parte de los "historiadores a sueldo", construyendo "verdaderas leyendas en torno de aquellos personajes, elevados a una dignidad que excede su verdadera dimensión histórica… Estos fueron los "libertadores", es decir, aquellos que hicieron del Estado un instrumento, colocado al servicio de las clases privilegiadas y de sus egoístas conveniencias". Este historiador crítico agrega que la aristocracia criolla fue incapaz de demoler el caduco orden colonial y sentar las bases de la nueva sociedad. Todo el proceso independentista sólo trajo consigo la transferencia del poder político de los funcionarios españoles a la aristocracia neogranadina. "Lo demás permaneció inmodificable: los indios continuaron siendo explotados por los intermediarios, los hacendados, el Estado, etc.; los negros continuaron siendo esclavos, y sirviendo por lo tanto a los intereses económicos de los terratenientes, hacendados, etc.; los peones, jornaleros, etc., continuaron ligados al grande o mediano propietario rural, en calidad de asalariados; en fin, las masas populares, conservaron, -gracias a la continuidad del ordenamiento colonial- el status social que tenían en la Colonia"[1348]. Cuánto fundamento le asistía a Michel Focautl cuando afirmaba que la historia no se debe explicar a través de grandes hechos protagónicos de la historia, sino que la historia está en las pequeñas luchas también, que son en última instancia, las que van a definir ese transcurso de la historia. "La tragedia de la historia real consiste, generalmente, en que sus intérpretes encargados de narrarla a generaciones que no la conocieron objetivamente suelen distorsionarla vertiéndola al través de su prisma subjetivo, parcializado o unilateral, negando de esta manera en su historia escrita el derecho de los acontecimientos de haber sucedido así como se presentaron…"[1349]. El legendario líder insurgente de izquierda Manuel Pérez Martínez decía que "la historia ha sido escrita para colocar de presente el significado de las clases dominantes, como clases dirigentes y hegemónicas que representan el interés nacional, en abierto desconocimiento de las clases populares y trabajadoras…"[1350].

Manuel María Madeido señala que los criollos sustituyeron a los españoles y el pueblo siguió siendo la plebe. La Historia de Colombia refiere que el llamado "Grito de Independencia" no fue "una verdadera demostración del deseo de autonomía de las provincias, sino, mejor, la puesta en marcha de un proceso con el que se esperaba que criollos y chapetones tuvieran los mismos derechos en el Nuevo Reino", y agrega que este acontecimiento tan renombrado y exaltado estaba "muy lejos de representar el verdadero momento de la independencia de nuestra patria"[1351].

Es bien sabido que la historia es escrita y manipulada por los vencedores. "-La historia, dijo Stephen, es una pesadilla de la que intento despertar"[1352]. La historia, nos dice Eduardo Galeano, es una "dama de rosados velos, besadora de los que ganan"[1353]. La historia tradicional, la que se enseña en los colegios y con la cual se domestica y alienta a los estudiantes, es la historia de los vencedores para convertirlos en mitos y leyendas, así no hayan sido sino meros dominadores, sometedores y asesinos: generales, presidentes, reyes, dictadores, emperadores, "revolucionarios", "reformadores", en fin, gobernantes de toda laya. Muchos de éstos, aprovechando la fe ingenua de los creyentes, el fanatismo, la ideología, la militancia política y otras formas de alienación, los utilizan para el logro de sus pragmáticos intereses. Una vez instalados en el poder, eliminan físicamente a sus detractores, opositores, sus mismos colaboradores o compañeros de lucha y todos aquellos que disientan. "Francamente, me aburre la historia. Todo son matanzas llamadas hazañas, expolios denominados conquistas, alianzas presentadas como matrimonios e insubordinaciones de la plebe tituladas revoluciones"[1354]. A través de los medios de difusión o información, del aparato educativo o de la institución religiosa, hábilmente manipulados, tergiversan y acomodan los hechos a su conveniencia, ocultando sus oscuros propósitos y desviando la atención de sus gobernados. "El héroe que se propone a nuestra admiración, que pertenece a la historia o a la leyenda, es siempre un héroe violento"[1355]. Muchos de estos "héroes" -con que la historia recrea sus mejores páginas- proceden de familias maltratadoras, especialmente de padres violentos y profundamente exigentes. Y eso no lo dicen los historiadores "oficiales", los autores de los manuales académicos. El aserto de que los vencedores cuenta la historia lo confirma la afirmación de Morris West cuando afirma que "los vencedores escriben siempre la historia, y los derrotados crean una nueva serie de mitos para el explicar el pasado y ennoblecer el futuro"[1356].

La historia "oficial" se relata como una cadena de hechos lineales, sin ninguna conexión con los contextos sociales, sicológicos, lingüísticos, religiosos, estratégicos, económicos y geopolíticos. Los historiadores "oficiales" solamente ensalza el lado "triunfante" de cada "héroe", pero nada dicen de su lado oscuro y criminal -que lo tienen sin discusión-. Hay otras versiones históricas -las no oficiales- que sostienen que Mao Tsé-Tung, Stalin, Hitler, Pol Pot, el "Che" Guevara y Fidel Castro, por no citar sino estos ejemplos, también fueron despiadados criminales. El industrial Henry Ford afirmó que la "historia es charlatanería". Erasmo de Rotterdam decía que la historia no era más que una roma y monótona repetición de sí misma, un juego sin sentido que se renueva siempre de igual modo con cambiados ropajes. Nietzsche razonaba que estamos tan cargados de historia que podríamos morirnos a menos que la releamos irónicamente. La historia, cuántas mentiras, cuántas falacias. "Mentiras y falacias históricas ha habido siempre, unas intencionadamente y otras en las que ha intervenido el factor del boca a boca que ha ido transformando algunos pasajes acontecidos cambiándolos por completo"[1357]. Cuánto fundamento le asistía a nuestro nobel de literatura, cuando afirmaba que "si estuviéramos haciendo lo que históricamente nos corresponde, ya estaríamos investigando con seriedad si Bolívar era realmente buen general, si Santander era en verdad "El hombre de las leyes" y si es cierto que Caro sabía castellano"[1358].

Herman Hesse pensaba que lo que en los colegios se llama Historia Universal, y que hay que aprendérsela de memoria para la cultura, con todos los héroes, genios, grandes acciones y sentimientos, eso es sencillamente una superchería, inventada por los maestros de escuela, para fines de ilustración y para que los niños durante los años prescritos tengan algo en qué ocuparse", y agrega que ello "siempre ha sido así y siempre será igual, que el tiempo y el mundo, el dinero y el poder, pertenecen a los mediocres y superficiales, y a los otros, a los verdaderos hombres, no les pertenece nada. Nada más que la muerte"[1359]. En su autobiografía este brillante intelectual alemán señala lo siguiente:

"Cierto que nuestros maestros, en aquella divertida asignatura que llamaban Historia Universal, nos enseñaban que el mundo siempre había sido gobernado, dirigido y cambiado por ese tipo de personas que imponían su propia ley y que rompían con las leyes tradicionales, y nos decían que esas personas eran honorables. Pero eso era tan mentira como todo el resto de la enseñanza, pues cuando uno de nosotros, con buena o con mala intención, mostraba alguna vez valentía y protestaba contra cualquier mandamiento, o siquiera contra una costumbre estúpida o una moda, ni era honrado ni se nos recomendaba como modelo, sino que era castigado, escarnecido y oprimido por la cobarde prepotencia de los maestros"[1360].

¿Qué tal esta definición de historia? "La historia se ocupa del estudio de los hechos importantes ocurridos en el pasado"[1361]. ¿La historia se limita al "estudio de los hechos importantes"? ¿Qué son "hechos importantes"? ¿Los hechos relacionados con gobernantes, batallas, religión…? ¿Los protagonizados por los "poderosos" del pasado? ¿Y qué tal esta otra definición? "La historia es una ciencia social que permite conocer el producto de las acciones humanas en distintos lugares y en tiempos pasados"[1362]. ¿Cuáles "acciones humanas"? ¿Todas? ¿De cualquier clase social? Así como la construcción de la torre Eiffel es una "acción humana", la construcción de una choza por un aborigen africano también es una "acción humana". Entonces, ¿por qué se establece que la primera es un "hecho histórico" y la segunda no, si las dos son "acciones humanas"?

Como quiera que éste es un concepto polisémico, examinemos una de las acepciones del término contemplada en nuestra máxima autoridad lingüística: el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: "Conjunto de los sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, etc., de un pueblo o de una nación"[1363]. ¿Cuáles de estos "sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales" tienen derecho a pertenecer al exclusivo "club" de la historia? ¿Todos? ¿Sólo los "sucesos o hechos" protagonizados por los poderosos? Por algo será que el mismo léxico trae una definición adicional: "Narración inventada". ¿No será que parte de la "historia" no es más que una "narración inventada"? ¿Será cierto este ideal de la historia? "Aunque muchas veces no nos lo planteamos, estudiar y comprender correctamente la historia tiene muchas complejidades. Algo que parece tan simple como repetir fechas, nombres y textos en realidad no es comprender la historia. Por eso los teóricos de la historia trabajan con categorías o conceptos que le dan sentido a esos datos del pasado, nos permiten ver las relaciones entre diferentes sucesos, y tener una visión más completa del pasado de una sociedad"[1364]. Como ideal, posible; como realidad, quién sabe.

¿Tendría fundamento la afirmación de Hegel?: "La historia del hombre es, al mismo tiempo, la historia de su alienación". ¿O será cierta esta otra?: "La historia del hombre es la historia de su extrañamiento respecto de sus intereses verdaderos y, en el mismo sentido, la historia de su realización"[1365]. ¿Cómo vamos a ser meros receptores pasivos de las narraciones "históricas" de hechos ocurridos desde tiempos remotos, sin pretender cuestionar los "datos históricos"? ¿Qué certeza hay de que la "historia" ocurrió tal como nos la han narrado? Si nos es imposible tener certeza de hechos ocurridos durante nuestro tiempo histórico, como el asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán Sarmiento (acaecido en Bogotá, el 18 de agosto de 1989), ¿cómo vamos a obtener certeza de hechos ocurridos desde tiempos inmemoriales? La historia es un simple acto de fe, donde no hay espacio para las certezas. Mi posición iconoclasta no pretende negar la historia; mi actitud crítica busca que cada vez que nos encontremos con relatos históricos asumamos una postura que indague por los fundamentos epistemológicos de la historia y preguntemos y nos preguntemos qué hay de cierto en cada uno de "los hechos importantes ocurridos en el pasado". Todo espíritu crítico, por su naturaleza intrínseca de criticidad, no puede ser "credulón". Ya sabemos que en filosofía se cuestiona todo aquello que los demás dan por sentado o que prefieren no cuestionar, porque cuestionar implica pensar, y pensar es difícil, y a muchos nos les apasionan los asuntos difíciles. "En todos los campos encontramos que son muchos y cada día más los llamados a leer, a estudiar, a crear, a pensar, a descubrir, y cada vez menos los escogidos que logran sobresalir entre la opaca y anodina muchedumbre de los fracasados para siempre"[1366].

El "orden establecido" durante el proceso de "Independencia" y la conformación de nuestra nación, salvo algunas modificaciones, continúa vigente en nuestra sociedad. La falta de personas con sentido crítico, de personas con "mente abierta", de personas que piensen por sí mismas, es decir, que sepan filosofar, es la consecuencia de que este "orden" establecido continúe así, con la concomitante alienación, opresión, masificación y cosificación de los "descastados".

Quienes pensamos con espíritu crítico, cada vez que oímos hablar de "nuestra independencia" a los educadores, los "historiadores", presidentes de la República y medios de información, no podemos más que sonreír por la farsa histórica. "A muchos se nos metió en la cabeza que la independencia en Colombia es un chiste, un mal chiste, una pésima ilusión y sobretodo una gran mentira"[1367]. Es un imperativo que el estudiante comprenda que los relatos históricos legitiman la ideología y poder dominantes, cuestionando y refutando las supuestas "verdades" históricas contadas por los historiadores oficiales, los historiadores "a sueldo", con el propósito que desinterprete y reinterprete la historia.

Como moraleja podemos aprender que los hechos históricos no se pueden desarticular del contexto cultural de su tiempo: sociedad, geopolítica, economía, instituciones y filosofía, entre otras manifestaciones del amplio y complejo espectro de la cultura. En el caso de nuestra "Independencia", el aspecto relativo a lo social se refiere a la sociedad decadente y superficial de la España todavía feudal enclaustrada en su cultura religiosa y contrarreformista, refractaria a la ciencia y al incipiente desarrollo tecnológico; lo geopolítico es inherente a la situación española: invadida por Francia a través de Napoleón, quien entronizó como "regente" de sus destinos y derroteros a su hermano conocido como "Pepe Botellas"; lo económico nos muestra que España ya no era el vasto imperio de Carlos V, "en cuyos dominios nunca se ocultaba el sol", sino la Gran Bretaña que despuntaba y se perfilaba como la primera potencia política y económica, como el futuro imperio de turno que venía a llenar el vació dejado por la nación ibérica, gracias a su Revolución Industrial, su transformación de las instituciones políticas y el desarrollo tecnocientífico; lo institucional se evidencia en unas vetustas y caducas instituciones, tanto políticas como económicas, profundamente corruptas e inoperantes; y lo filosófico tiene estrecho vínculo con el revolucionario pensamiento de la Ilustración, al que, mientras España se negaba a asimilar, los criollos americanos lo concebían como cartilla doctrinaria y un modelo o proyecto esperanzador de vida, teniendo como orientación y guía a la razón.

Gran parte de los asertos planteados en este acápite los fundamentan los filósofos e investigadores Luis José González Álvarez y Francisco Beltrán Peña en el ensayo El sentido de nuestra cultura[1368]en el siguiente texto:

"¿Qué significado tiene la independencia para nuestro desarrollo cultural? Lamentablemente muy pequeño. La dependencia cultural establecida durante la colonia logra crear unos hábitos resistentes a los vaivenes de la política. Latinoamérica había nacido y crecido como cultura dependiente. Y, por consecuencia, el hombre latinoamericano, de clase alta o de clase baja, se había configurado como hombre dependiente. Los lazos culturales con la antigua metrópoli continúan. En las nuevas naciones no existe creatividad ni originalidad. Ni siquiera la hay en el momento de la independencia. Toda la ideología recibida de Francia e Inglaterra no sirve sino para cambiar económicamente de dueños e ideológicamente de modelos […].

En los distintos ámbitos de la cultura, durante el siglo XX, somos consumidores acríticos de todas las corrientes artísticas, filosóficas, científicas, políticas y religiosas que se ponen de moda en Europa. Nuestra cultura continúa siendo una prolongación de la cultura europea. El desarrollo de las comunicaciones, impulsado sobre todo por los grandes medios de comunicación social, contribuye intensamente a la standarización de la cultura como fenómeno universal. Todo lo que llega del extranjero es bueno y aceptado. Esta actitud extranjerizante, fruto de la colonia, es por desgracia un signo distintivo de nuestra realidad cultural […].

…Hablando globalmente, podemos decir que no poseemos una cultura propia. Y, dentro de la cultura europea que asimilamos, somos un pueblo subdesarrollado. Arrastramos un atraso cultural, del que en vano tratamos de deshacernos […].

…Las ciencias sociales aportan datos e interpretaciones cada día más objetivos y completos, que nos permiten comprender la dependencia alienante en que hemos vivido durante muchos siglos y de la que aún no nos hemos liberado…".

El compromiso ético de pensar por nosotros mismos es clave para nuestra liberación, nuestra emancipación y nuestra independencia de opiniones y condicionamientos ajenos a nuestro auténtico ser. Esta actitud crítica nos permite tomar conciencia de lo que somos como producto de una cultura determinada, compuesta de industrias, instituciones y valores, y comprometernos con la superación de los esquemas dominantes, que se inician con paradigmas familiares acríticos, con la educación que nos otorga un "cartón" solamente si somos "juiciosos", "disciplinados", "obedientes" y obtenemos "buenas notas", y los medios de información que nos alienan con fantasías y objetos de consumo que "prometen" la felicidad. "Emancipación significa en cierto modo lo mismo que concienciación, racionalidad. Pero la racionalidad es siempre también, y esencialmente, examen de la realidad, y ésta entraña regularmente un movimiento de adaptación. Si ignorase el objetivo de la adaptación y no preparase a las personas para orientarse cabalmente en el mundo, la educación sería impotente e ideológica. Pero si se queda ahí, si se limita a producir "well adjusted people" (gente bien adaptada), haciendo así efectivamente posible el prevalecimiento del estado de cosas existente, y además en sus peores aspectos, la educación resulta igualmente problemática y cuestionable… La educación en el hogar familiar, en la medida en que es consciente, en la escuela, en la universidad, debería tender, en este momento de conformismo omnipresente, antes a reforzar la resistencia que a aumentar la adaptación"[1369].

Con respecto al conformismo, Erich Fromm señala que en este estado hace que el individuo se adormezca, que pierda su sentido crítico. En la sociedad moderna, el conformismo genera un falso concepto y vivencia de igualdad, entendido como "la igualdad de los autómatas, de hombres que han perdido su individualidad"[1370]. Actualmente, "igualdad significa identidad antes que unidad". La auténtica igualdad no puede engañarnos. "La sociedad contemporánea predica el ideal de la igualdad no individualizada, porque necesita átomos humanos, todos idénticos, para hacerlos funcionar en masa, suavemente, sin fricción; todos obedecen a las mismas órdenes, y no obstante, todos están convencidos de que siguen sus propios deseos. Así como la moderna producción en masa requiere la estandarización de los productos, así el proceso social requiere la estandarización del hombre, y esa estandarización es llamada igualdad"[1371]. La unión por la conformidad no es suficiente para aliviar la angustia de la separatidad, porque está dictada y condicionada por la rutina. La conformidad convierte a las personas en hombres del rebaño. "La conformidad tipo rebaño ofrece tan sólo una ventaja: es permanente, y no espasmódica. El individuo es introducido en el patrón de conformidad a la edad de tres a cuatro años, y a partir de ese momento nunca pierde el contacto con el rebaño. Aun su funeral, que él anticipa como su última actividad social importante, está estrictamente de acuerdo con el patrón"[1372].

El papel de la rutina en el trabajo y en el placer es un factor de la sociedad contemporánea. En ese contexto el hombre se convierte en objeto, sin creatividad; todo está condicionado, todo está dado. "Aun los sentimientos están prescritos: alegría, tolerancia, responsabilidad, ambición y habilidad para llevarse bien con todo el mundo sin inconvenientes"[1373]. Todas las actividades del hombre están rutinizadas y prefabricadas. "¿Cómo puede un hombre preso en esa red de actividades rutinarias recordar que es un hombre, un individuo único, al que sólo le ha sido otorgada una única oportunidad de vivir, con esperanzas y desilusiones, con dolor y temor, con el anhelo de amar y el miedo a la nada y a la separatidad?"[1374].

Si no asumimos una toma de conciencia y un compromiso, difícilmente nos percataremos que el sistema imperante nos va formando para convertirnos en piezas o engranajes útiles para el logro de sus pragmáticos intereses excluyentes y opresores. La educación tradicional, la que imparte el establecimiento, además de programar se propone programar inculcando tradiciones, costumbres y convencionalismos acríticos, para que los estudiantes, en el futuro, piensen, digan y hagan lo que todos piensan, dicen y hacen. Pareciere que el sistema socio-político-económico imperante pretende eliminar la filosofía de los programas de educación, y en su lugar crear una nación de jóvenes técnicos, bajo la excusa de que se enseña ciencia y tecnología. "El joven avanza cuantitativamente, pero no cualitativamente. Y este afán cuantitativo, producto de una ideología profusamente liberal, tiene necesariamente un desenlace nefasto cuando comprobamos que nuestros jóvenes cada día tienen una imposibilidad de razonar más profundamente. Pero en su lugar, se confunde operacionalidad técnica con profundidad de razonamientos, que es, precisamente, lo que requiere una nación que domestica a su juventud para que sirva súbditamente a la industria liberal, y sea incapaz de cuestionar sus deficiencias"[1375].

La superación de este acervo de circunstancias deshumanizantes
o la liberación de su domesticación es posible únicamente
a través de la transformación del sistema que nos condiciona.
Pero esa actitud, esa praxis, esa acción comprometida, debe orientarse
al desenmascaramiento de las condiciones que impiden la genuina liberación
del hombre como ser social y como ser cultural. No se puede olvidar que "la
inconformidad contra el estatus quo, genera comportamientos contestatarios y
asociaciones para el cambio y esto es demasiado peligroso para el sistema",
tal como nos lo revela Augusto Ramírez. En este sentido, el referido
texto didáctico advierte que "si alguien cuestiona o se rebela contra
su funcionamiento, es declarado subversivo, agente de ideologías foráneas,
enemigo de las instituciones democráticas, y se le persigue por todos
los medios hasta eliminarlo"[1376]. El inmortal Goethe señalaba
en su Fausto que "quien se opone a lo que todos quieren, éste
ha hurgado en el avispero"[1377]. Horkheimer y Adorno, citando
a A. de Tocqueville, señalan que "el amo no dice más: debes
pensar como yo o morir. Dice: eres libre de no pensar como yo, tu vida, tus
bienes, todo te será dejado, pero a partir de este momento eres un intruso
entre nosotros… Juicio crítico y competencia son prohibidos como presunción
de quien se cree superior a los otros, en una cultura democrática que
reparte sus privilegios entre todos. Frente a la tregua ideológica, el
conformismo de los consumidores, así como la impudicia de la producción
que éstos mantienen en vida, conquista una buena conciencia. Tal conformismo
se contenta con la eterna repetición de lo mismo"[1378].
Marx insistió sistemáticamente en el carácter de enmascaramiento
de las ideologías, que, en el fondo, no serían sino reflejos de
una determinada estructura socio-económica: las clases dominantes intentarían
sustituir la verdad de la realidad por toda una superestructura ideológica,
que impediría a las clases dominadas darse cuenta de las relaciones reales.
"La ideología sería un sustitutivo de la realidad y un sustitutivo
cuya finalidad objetiva sería enmascarar la realidad, especialmente la
realidad socio-histórica; cobra una cierta autonomía y puede así
convertirse en instrumento de lucha. Cada pensamiento, además de su inmediato
contenido, tiene inmediata relación con una determinada situación,
sea del individuo que lo construye o sea del momento socio-histórico
en que aparece. Aunque todo pensamiento puede ser ideologizado, incluso el aparentemente
científico y racional, es claro que más puede serlo todo aquel
tipo de pensamiento que, por su naturaleza, es más globalizante, más
orientado a dar el sentido de las cosas y más propicio a convertirse
en conciencia tiperalixia en el nivel individual o en el nivel social."[1379].

A pesar de que la evaluación es "necesaria", disiento
de ella, ya sea formativa o de contenidos, porque ésta tiene como finalidad
que el estudiante rinda cuentas al sistema imperante y que éste se cerciore
que la "educación" (que según Luis Althusser, es un
aparato ideológico de Estado, y una institución de clausura, de
acuerdo con Michel Foucault) impuesta sí está cumpliendo con su
objetivo: domesticar a los estudiantes. Y lo último que debe permitir
el alumno es su domesticación. Los estudiantes, como "pajarillos
libertarios[1380]deben rugir "como los vientos cuando les
meten al oído sotanas y regimientos…"[1381].
La evaluación es algo antipedagógico porque genera ansiedad,
temores y frustraciones en los estudiantes.

En los tiempos de los auténticos educadores griegos, como los sofistas, Sócrates, Platón y Aristóteles, no se evaluaba; simplemente, el alumno debía superar a su maestro; como en efecto ocurrió: Sócrates superó a los sofistas, Platón superó a su maestro Sócrates, Aristóteles superó a su maestro Platón. "Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo"[1382]. Jean Piaget, tal vez el más grande pedagogo, psicólogo y epistemólogo de nuestro tiempo (creador de la "Epistemología Genética", un novedoso método de investigación), no está de acuerdo con la evaluación o los exámenes, porque "son un estigma de la escolaridad, una plaga de la educación que vicia las relaciones normales entre el maestro y el alumno, comprometiendo en los dos tanto la alegría de trabajar, esforzarse y aprender, como la mutua confianza". Este insigne pedagogo insiste en que un examen no es objetivo porque implica suerte y depende de la memoria. Como es un fin en sí mismo, "domina las preocupaciones del maestro y orienta el esfuerzo de los alumnos a un trabajo artificial". En esta dinámica "la escuela tradicional -prosigue Piaget– olvida que su tarea es la formación de los alumnos en los métodos de trabajo y no en el triunfo de una prueba final que se basa únicamente en una acumulación momentánea de conocimientos"[1383]. Piaget entonces pregunta: "¿Qué es lo que la escuela logra realmente enseñar? ¿Qué es lo que realmente queda de la educación? ¿Cuáles escuelas producen mejores resultados: aquellas en las que la presión de los exámenes finales falsean el trabajo de los niños y maestros, o aquellas en las que, sin exámenes, el maestro juzga el valor del trabajo del niño a lo largo de todo el curso?" Es por ello que plantea que "la cultura que cuenta en un individuo particular, es siempre la formación propiamente escolar, una vez olvidado el detalle de los conocimientos adquiridos a nivel del examen final, o ¿es la que la escuela ha conseguido desarrollar en virtud de incitaciones o intereses independientemente de lo que parecía esencial en la formación básica"?[1384] La educación tradicional con sus exámenes, imposiciones e intereses no respeta al niño, y según Piaget "todo trabajo de la inteligencia descansa sobre su interés"[1385], y un "saber obligado es de alguna manera un saber falso"[1386].

Otro connotado educador como Estanislao Zuleta también disiente de la evaluación, de los exámenes, debido a que "el estudiante se le educa en función de un examen, sin que la enseñanza y el saber le interesen o se relacionen con sus expectativas personales". Hace hincapié en que desde la niñez aprende a estudiar por miedo y a resolver problemas que no le interesan. La educación que evalúa, que exige cuentas, "es ideal para el sistema y sus intereses"[1387]. El aludido Jhon Fredy Suárez Solano, profesor de filosofía de la Escuela Normal Superior de Charalá, nos dice que el maestro Jorge Luis Borges "no necesitó nunca de la amenaza de las notas para que los estudiantes asistieran a sus clases, que a propósito siempre estuvieron llenas de alumnos entusiastas, o mejor, de seguidores", y agrega que "es comprensible desmoralizarse porque todos sus estudiantes no rinden de la manera que uno espera y entonces surge la pregunta: ¿Qué hacer para que atiendan a clase, hagan sus tareas y aprendan lo que se les enseña? La respuesta más común es que hay que amenazarlos con las notas. No soy idealista y tengo que reconocer que a veces hay que aplicar ciertas medidas para que los estudiantes sean responsables con sus obligaciones escolares, pero cuando la nota se convierte en el único incentivo del estudiante, es porque algo está fallando en el sistema educativo… Es verdad que no todos somos iguales en cuanto a nuestras capacidades y que en una aula de clase inevitablemente habrá unos estudiantes que son mejores que otros. ¿Pero acaso el único incentivo que tienen los estudiantes para aprender es la nota?, ¿No es posible incentivarlos para que se entusiasmen por aprender?"[1388].

Gustavo Villamizar Suárez señala que la evaluación "puede causar angustia, temor, estrés, desvelos entre estudiantes; malgenio, reproches, inquietudes, suspenso o violencia entre padres de familia y a nivel de docentes, incertidumbres, injusticias, desmotivaciones, cantaletas o, en algunos casos, aciertos, complacencias al traducir esta práctica pedagógica al ejercicio del poder" y que ésta valora al estudiante perpetrando "acciones y reacciones de frustración, desestímulo, baja autoestima o desencanto por el aprendizaje y la vida escolar"[1389].

Quienes tenemos espíritu crítico, quienes nos atrevemos a pensar por nosotros mismos, siempre reflexionamos sobre lo que hemos venido escuchando y leyendo desde niños con respecto a que la educación, en muchos aspectos, tiende a la domesticación de los estudiantes para que piensen y actúen de acuerdo con los intereses del sistema imperante, del gobierno de turno o de lo establecido por el modelo social, político y económico. Y es a través de la evaluación, a la que tanto se opusieron intelectuales de la categoría de Estanislao Zuleta y Jean Piaget (por citar sólo a éstos), mediante la cual el gobierno pide cuentas al alumno (y éste se las rinde a aquél) para saber cómo avanza la domesticación. Con sólo revisar el artículo 1 del Decreto 1290 (16-ABR-09), expedido por el Ministerio de Educación (colombiano) encontramos que "el Estado promoverá la participación de los estudiantes del país en pruebas que den cuenta de la calidad de la educación frente a estándares internacionales", y que el Ministerio de Educación efectuará "pruebas censales con el fin de monitorear la calidad de la educación de los establecimientos educativos…"

Omaira Morales señala que el plan de evaluación en Colombia "debe ceñirse a las políticas neoliberales de la mercantilización de la educación"[1390]. John Ávila, Director del CEID Nacional, durante una entrevista con la aludida Omaira precisa que el plan de evaluación "es un proyecto más para legitimar, validar e imponer la política neoliberal en educación… Las políticas neoliberales han tendido a confundir y desorientar a la comunidad educativa, esta es una estrategia para imponer sus políticas; pero si se analizan, en el fondo existe un plan donde los logros llevan a los desempeños, éstos a las competencias y éstas a los estándares, lo que refleja una especie de cadena donde se va definiendo y profundizando una visión de la educación para el mercado"[1391]. Según el filósofo Fernando González Ochoa, se educa para la domesticación, y "entonces educado es el hombre de buenos modales impuestos, el hombre dominado o domesticado… Hombre educado significa el que se ajusta a normas… Educar o instruir es cosa del rebaño"[1392]. "Todo saber se entrama en una lógica del poder, en un modo de construir sentido y de organizar, de sistematizar y cuadricular y ordenar la vida de los seres humanos", aclara Ricardo Forster comentando para la TV la obra de Foucault. Es tal la capacidad de domesticación de la "educación", que popularmente se dice que "mi educación fue muy buena hasta que me la interrumpió el colegio". Y el filósofo Estanislao Zuleta lo confirmó al retirarse del "estudio" cuando cursaba cuarto bachillerato porque el colegio le quitaba tiempo para estudiar… Otros personajes históricos tampoco obtuvieron título universitario y, sin embargo, fueron depurados y reconocidos intelectuales, inventores, músicos, escritores o científicos, como: Charles Dickens, H.G. Wells, William Faulkner, Mark Twain, George Bernard Shaw, Jack London, Ray Bradbury, Harper Lee, Jack Kerouac, Harvey Pekar, Agatha Christie, Pearl S. Buck, Alexander Graham Bell, Thomas Alva Edison, Ansel Adams, Robert Frost, Woodrow Wilson, Mozart, Laura Ingalls Wilder, Louisa May Alcott, Salvador Garmendia, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Fernando Vallejo, Germán Espinosa, Juan José Arreola, Rosa Montero, Dylan Thomas, Albert Einstein… La universidad entrega títulos, pero, lastimosamente, no ofrece el más importante: el de intelectual. "Hace rato estoy creyendo que a la gente le falta tiempo para educarse por andar aprendiendo mañas en los institutos y las academias. El estado de cosas no me deja mentir. Casi todas las corrupciones sociales, o en todo caso las más escandalosas, son obra de la gente educada, formada o deformada en alguna universidad de fama. El mundo que vivimos es sintomático del fracaso de una pedagogía, del empobrecimiento de unos valores y unas formas"[1393].

Cuánta razón le asistía al poeta Jaime Harker cuando, en su poesía "Soy feliz así no más", nos dice que sueña "con un techo y un hogar, / unos hijos que conmigo / quieran compartir mi pan. /Pero al ver tantos niños /que a la escuela siempre van / tan cargados de mentiras / y tan sedientos de verdad, / es entonces cuando pienso que / soy feliz así no más".

Vigencia y alcance de paradigmas filosóficos y científicos

10.1 Introducción

En nuestro tiempo es común escuchar reiteradamente el término "paradigma" y las expresiones: "El viejo paradigma". "Agotamiento de los paradigmas de la antigüedad". "Necesidad de un cambio de paradigma". "El nuevo paradigma". En los múltiples campos del saber se pide la implementación de nuevos paradigmas para investigar la naturaleza y la sociedad. Desde diversos sectores del conocimiento se exige que adoptemos paradigmas revolucionarios e innovadores para la exploración del universo, acordes con los nuevos desarrollos filosóficos y científicos y el surgimiento de sistemas, teorías, principios, teoremas y, principalmente, los alcances filosóficos y epistemológicos de la teoría de la relatividad y de la mecánica cuántica.

En el presente texto intento acercarme al polisémico concepto de paradigma, explorarlo someramente desde los aspectos filosófico y científico, disertar sobre el agotamiento de la concepción del ser estático de Parménides y de la mecánica clásica, enfatizando en el nuevo paradigma de investigación filosófica y científica de la llamada "realidad" o del universo a la física o mecánica cuántica, que llega a negar la realidad objetiva, la materia, el espacio y el tiempo con las implicaciones tan profundas que esto supone.

10.2 ¿Qué es paradigma?

La palabra paradigma, que se compone del prefijo griego para (junto a, alrededor de), y de deigma (modelo o ejemplo), se podría definir como modelo, ejemplo, patrón, arquetipo, esquema formar de organización, marco teórico o conjunto de teorías. "Los modelos paradigmáticos son modelos metafísicos y epistemológicos, que proporcionan el "contexto" en que se forman los diferentes modelos teóricos y teorías de un nivel inferior, presentando las directrices generales de agrupamiento de las diferentes teorías"[1394].

De la infinidad de definiciones de paradigma que existen selecciono la siguiente, debido a que se acomoda al tema que me propongo desarrollar: "Un paradigma es un determinado marco desde el cual miramos el mundo, lo comprendemos, lo interpretamos e intervenimos sobre él. Abarca desde el conjunto de conocimientos científicos que imperan en una época determinada hasta las formas de pensar y de sentir de la gente en un determinado lugar y momento histórico"[1395].

La definición adecuada de paradigma depende del contexto en que se defina y conciba, por cuanto tiene aplicación en gramática, lingüística, filosofía y ciencias en general. Acá interesa en el ámbito de la filosofía y, principalmente, en el de la ciencia. El concepto de paradigma, en el universo de la ciencia, fue introducido por Kuhn[1396]para referirse al conjunto de conceptos, creencias, tesis, que en una etapa dada de la historia acepta la comunidad científica y basado en él desarrolla toda su actividad investigativa y que marcan una ruptura con lo hasta ese momento aceptado. "De esta forma, un paradigma científico  establece aquello que debe ser observado; la clase de interrogantes que deben desarrollarse para obtener respuestas en torno al propósito que se persigue; qué estructura deben poseer dichos interrogantes y marca pautas que indican el camino de interpretación para los resultados obtenidos de una investigación científica"[1397].

10.3 Los viejos paradigmas filosóficos y científicos

10.3.1 El paradigma metafísico estático de Parménides

Los paradigmas de interés para mi indagación surgen en los albores de la filosofía. Parménides, en la antigua Grecia, al caracterizar al ser (que identificó con el pensamiento y la realidad: todo lo que existe, todo lo que es) como único, eterno, inmutable, ilimitado e inmóvil, instaura un paradigma, modelo o sistema metafísico, con fundamento en la razón, que se mantiene aún con grandes dificultades, sobre todo cuando se trata de investigar la pluridimensionalidad del ser humano. Ese paradigma racional fue ampliado, desarrollado y perfeccionado de manera crítica y dialéctica por Platón, Aristóteles, Copérnico, Bacon, Descartes, Locke, Leibniz, Espinosa, Galileo, Newton y Kant, entre otros, agotándose en parte con el sistema hegeliano, luego de retomar la concepción dinámica del ser Heráclito (totalmente opuesta a la de Parménides), que Marx reorientó a la investigación del fenómeno económico con base en el materialismo dialéctico e histórico.

El paradigma filosófico de Parménides condicionó la génisis y dinámica del conocimiento, las ciencias físico-matemáticas y la comprensión del ser del hombre. Como consecuencia de esta concepción del ser, como estático y permanente, el pensamiento filosófico no puede ingresar "en regiones más profundas que las regiones del ser"[1398]. Parménides, al identificar el ser con el pensar y el pensamiento con la realidad, afirma la existencia del ser en general como uno, universal y siempre el mismo, y establece el pensamiento como vía única hacia la verdad. "Los principios de identidad o contradicción, modelos básicos del ser y el pensar, son formas o imposiciones de la razón, de la lógica, del lenguaje"[1399]. La preferencia del conocimiento intelectual, el que se obtiene a través de la razón, eclipsa el conocimiento sensible, y esta preferencia gozará de la masiva atención en el transcurso histórico de la filosofía desde Parménides hasta nuestro tiempo. Toda forma de racionalismo en especial caminará por las formas descubiertas por Parménides.

Las ciencias físico-matemáticas, construidas sobre la concepción idealista y de la metafísica de la subjetividad, heredera del pensamiento estático de Parménides, se atuvieron sólo al iluminismo de la razón, que opera según principios y juicios fundados en leyes invariables de la naturaleza. La caracterización de este tipo de ciencia concibe a la naturaleza como una totalidad conexa de cuerpos en movimiento, la cual es calculable matemáticamente en las dimensiones de espacio y tiempo. "Dentro de este marco se establece lo que es el ente físico: un objeto espacio-temporal móvil según relaciones determinables matemáticamente. Lo demás de la naturaleza no le interesa a la física en el momento de la constitución. A dicho plan pertenecen principios y juicios de la razón, que no son más que las definiciones de los conceptos fundamentales de tiempo, espacio y movimiento y de las reglas del cálculo, las cuales fijan de una vez por todas, según leyes invariables, la consistencia del ente físico…"[1400].

10.3.2 El paradigma filosófico dinámico de Heráclito

Contrario al pensamiento de Parménides, su contemporáneo Heráclito caracteriza al ser como dinámico y en constante devenir, que no se puede captar por los sentidos porque está en constante movimiento, negándose a cada momento. Parménides, enfrentado a Heráclito, demuestra que el camino que lleva a las verdades fijas es el pensamiento abstractivo. "Con ello fijamos un polo inmóvil en el flujo de los fenómenos. Pero Parménides no vio que todos los conceptos del pensamiento abstracto son una artificial inmovilización y esquematización de aspectos y lados parciales extraídos de una realidad siempre fluyente y de infinita variedad, y como quiera que estos aspectos y posiciones de realidad sean muchas veces básicos y esenciales, por esto tomó Parménides el mundo de los conceptos por el auténtico y real. Y así vino a confundir el mundo del logos con el mundo de la realidad, y desde esa base estructuró de manera original su concepto de ser… Sólo lo universal es para Parménides esencial…"[1401]. Vale aclarar que el logos de Heráclito es pieza fundamental de su filosofía, es lo común en la diversidad, la medida en el avivarse y amortiguarse del eterno devenir, la única ley divina que todo lo rige y de la que todas las leyes humanas se alimenta. "El logos es, pues, para Heráclito la misma ley del mundo que regula el devenir"[1402].

Actualmente, el cambio se ha convertido en un aspecto permanente de la vida. Nada permanece igual por demasiado tiempo. El predominio del ser inmutable debe ceder paso al ser cambiante, al devenir. El ser es un continuo devenir. "Las nuevas condiciones históricas están llevando al observador metafísico que hemos sido por tanto tiempo hasta sus mismos límites… Tanto Heráclito como Nietzsche entendieron que, para comprender a los seres humanos, no podemos concentrarnos sólo en su «ser», sino que debemos también mirar hacia lo que no son, hacia el espacio en el que se trascienden las formas actuales de ser y se participa del proceso del devenir. En este proceso del devenir se requiere dar cabida tanto al ser como al no-ser, a este ciclo que reúne el ser y la nada, esta eterna recurrencia del uno y del otro… Estamos, como dijo Heráclito, en un proceso de flujo constante, nunca permaneciendo iguales, cambiando continuamente, como lo hace un río. Y, como un río, no podemos comprender cómo somos si sólo nos concentramos en nuestro lado del ser. Un río siempre envuelve esta tensión entre lo lleno y lo vacío, entre el ser y el no-ser. Si sólo nos fijamos en lo lleno, ya no tenemos un río, sino que un lago, un estanque, o incluso un pantano. Si sólo nos fijamos en lo vacío, también dejamos de tener un río, tenemos ahora un canal seco, sin movimiento, sin vida propia"[1403]. En el mundo heracliteo, caracterizado por el devenir, nada se detiene jamás. "Frente a la dialéctica de lo mismo es necesario instaurar una manera de ver la realidad universal no monista, es decir, alterativa, pero que tenga en cuenta los datos científicos"[1404]. Y se necesita por cuanto el ser es cambiante, no permanece estable. Los seres humanos no tenemos un ser dado, fijo, inmutable. "Ser humano es estar en un proceso permanente de devenir, de inventarnos y reinventarnos dentro de una deriva histórica. No existe algo así como una naturaleza humana predeterminada. No sabemos lo que somos capaces de ser, no sabemos en lo que podemos transformarnos. Como escribiera Shakespeare: Sabemos lo que somos, pero no sabemos lo que podríamos ser. Nuestro ser es indeterminado, es un espacio abierto apuntando hacia el futuro"[1405].

Las contradicciones, condición del movimiento, las fuerzas renovadoras y de la vitalidad, son propias de nuestro ser multidimensional. El pensamiento de Herbert Marcuse plantea que la condición unidimensional, impuesta por la racionalidad instrumental -característica de nuestro sistema socioeconómico o productor de mercancías capitalista- anula nuestra criticidad movida por la dialéctica, las contradicciones, fundamento de lo existente. Es a través de las contradicciones como se posibilita nuestra bidimensionalidad para establecer la diferencia entre algunos fenómenos de la conciencia y conquistar un mundo posible, constituido por las contradicciones y la apertura hacia un horizonte de auténtica libertad. "La circunstancia de que en el mundo unidimensional no se pueda establecer la diferencia entre la necesidad genuina y la falsa, entre la conciencia verdadera y la conciencia errónea, entre el interés inmediato y el interés real, no significa que tal distinción no sea indispensable. Todo lo contrario, la vida misma de los nombres, el fruto de la vida sobre la Tierra dependen precisamente de que esta necesidad de limitar lo verdadero de lo aparente sea sentida genuinamente"[1406]. Este filósofo francés, criticando la concepción metafísica tradicional, fundada en la quietud, en la inmovilidad, formula su crítica a la sociedad industrial avanzada. "La vieja aspiración de la inmovilidad ha sido por fin posible y con ella el progreso y la satisfacción dejaron de ser simples ideas regulativas para encontrar sitio concreto en la realidad histórica. Los contrarios han sido suprimidos en una unidad final y racionalizada. Las viejas formulaciones metafísicas que afirmaban la necesidad absoluta de la confrontación entre opuestos, han sido refutadas. Las oposiciones han hallado integración. La crítica ya no tiene sentido. De esta manera, la sociedad industrial avanzada ha alcanzado el logro más significativo de la historia social humana: contener el cambio social y orientar las fuerzas sociales en términos de racionalidad que involucra todas las esferas del hacer humano. Los dinamismos políticos, simbólicos y pragmáticos se orientan en el único sentido de preservar y mejorar el statu quo, y con ese fin los antiguos antagonistas se aúnan en dirección de la razón técnica y funcionalista"[1407].

10.3.3 El paradigma filosófico de la modernidad

Sobre el pensamiento Parmenídico y Platónico, Descartes construyó su planteamiento que da primacía al sujeto por encima del objeto. A partir de éste se impuso el sujeto y la razón, dando origen al paradigma de la mecánica clásica y al surgimiento de la modernidad; el cogito cartesiano es el fundamento de ésta. Sobre el famoso "pienso, luego existo" y sus consecuencias en el mundo moderno, Roberto José Salazar Ramos señala que:

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20
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