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La imperiosa necesidad de aprender a filosofar (página 5)




Enviado por Luis Ángel Rios



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Debo aclarar que respeto el derecho a la libertad de conciencia, de cultos y de creencias religiosas. Ya lo decía en su tiempo el genial Spinoza que cada cual tenía un derecho inalienable a elegir su propia religión y, lo más inquietante, a no tener ninguna. En aras del reconocimiento y respeto por las diferencias, soy tolerante con quienes disfrutan de este inviolable e inalienable derecho. Pero en mi condición de apasionado por la filosofía, el filosofar y el pensamiento crítico, libertario, contestatario, iconoclasta y controversial, y sobre todo como persona, también disfruto de mi derecho a la libertad de pensamiento, de opinión y de expresión para afirmar que, desde que nacemos, los agentes socializadores en general y la familia en particular, nos "encarcelan" en el hecho religioso, sin que la mayoría intente salir de esa "prisión" y sea capaz de reflexionar crítica y profundamente sobre el fenómeno religioso. "Los profesionales de la religión han procurado siempre, a través de los siglos, ser los únicos intérpretes de los misterios. Les es muy útil"[313]. Reflexionar no para combatirlo o "defenderlo", sino para tratar de entenderlo. La filosofía no es religión, ni la religión es filosofía. "Creer es lo contrario de pensar; por eso el mayor riesgo de la filosofía es la creencia en Dios"[314]. Aunque ciertos religiosos, "disfrazados de filósofos", hayan intentado conciliar la razón con la fe, la filosofía no es compatible con la religión, ya que ésta se alimenta de saberes irracionales, míticos, mágicos, supersticiosos y fantásticos. Los predicadores con sus supuestas "verdades" pretenden caprichosamente someternos a la servidumbre dogmática de las religiones para no dejarnos pensar por nosotros mismos, intentan eclipsar nuestra criticidad. "¿Por qué el ser humano lucha por su servidumbre como si lo hiciera por su salvación? ¿Por qué escucha más a los que lo envilecen, engañan y lo llenan de ideas falsas que a quienes aspiran a independizarlo?"[315]. Los prejuicios de religiosos o de los predicadores, "teólogos" o "jerarquía eclesiástica" (responsables del fanatismo y la intolerancia), nos decía Spinoza, "son el principal obstáculo para que los hombres consagren sus mentes a la filosofía; por eso me esfuerzo en poner en evidencia estos prejuicios y arrancarlos de las mentes de los hombres sensatos… la libertad de filosofar y de poder decir lo que pensamos; deseo vindicarla por todos los medios, porque aquí siempre se suprime por completo debido a la excesiva autoridad y petulancia de los predicadores"[316].

Los filósofos, en nuestra condición de intelectuales, pensamos y repensamos, interpretamos, desinterpretamos y reinterpretamos el fenómeno religioso desde sus diferentes aristas, y somos conscientes que tenemos que contextualizar los escritos, las doctrinas y dogmas religiosos, vivenciándolos y experimentándolos como si estuviéramos en el tiempo, en el espacio y en las circunstancias naturales, sociales, económicas, políticas y culturales de la época en que fue establecido. En consecuencia, muchos aceptamos que en esa entonces tenían su razón de ser los códigos morales, las leyes "divinas", los preceptos ético-morales, las prohibiciones, los castigos, los rituales, los ceremoniales y todo el enorme acervo dogmático y doctrinario. Era necesario, en ese contexto hostil, violento y anárquico, una "legislación divina" para impedir todo tipo de vejámenes y tropelías de quienes alteraban la convivencia en sociedad, ya sea violando, robando, invadiendo, matando o dando "rienda suelta" a sus desaforados instintos e indómitas pasiones. Era pertinente atemorizarlos con normas "divinas" y condenarlos al fuego eterno del "infierno"… La religión se necesitaba para ejercer el control social y, lo más importante, para legitimar impunemente la verdad y el saber. Y también para que los gobernantes y los poderosos pudieran conservar sus gobiernos y su poder… A falta del poder coercitivo del Estado, del derecho positivo, de la democracia, de la ciencia y de los demás productos del quehacer cultural, encaminados al apaciguamiento y represión de la vida instintiva y las pasiones desbordadas, era indispensable y "sano" instaurar una contundente "legislación divina". ¿Pero en la actualidad, con todo el avance cultural, todavía es procedente continuar con esas tradiciones religiosas, con esa "legislación divina" para que el ser humano conviva pacífica y armoniosamente en sociedad? ¿Entonces para qué las democracias modernas, los Estados sociales de derecho, la Declaración Universal de los derechos humanos, el avance científico y tecnológico, el derecho positivo y natural, el poder coercitivo de las diferentes autoridades y el poder civilizador de la razón? También se necesitaba la religión porque las personas vivían atemorizadas, agobiados por las supersticiones y buscaban respuestas a sus preguntas e inquietudes y explicaciones a los "misterios" o fenómenos de la naturaleza, a falta de otros saberes seculares. "Yo creo que el motivo de la superstición en todas esas culturas era que el hombre antiguo estaba aterrado por la misteriosa inestabilidad de la existencia. Carecía del conocimiento que pudiese proporcionar la única cosa que necesitaba más que ninguna otra: explicaciones. En aquellos tiempos antiguos el hombre se aferraba a la única forma asequible de explicación, la sobrenatural, como oraciones y sacrificios y normas… La explicación tranquiliza. Alivia la angustia de la inseguridad. El hombre antiguo quería persistir, temía a la muerte, se sentía desvalido frente a gran parte de su entorno, y la explicación proporcionaba la sensación, o al menos la ilusión, de control. Llegó a la conclusión de que si todo lo que ocurre tiene una causa sobrenatural, entonces quizá se pudiese hallar un medio de aplacar a lo sobrenatural… Se intentaba controlar al pueblo a través del poder del miedo y la esperanza, los garrotes tradicionales de los dirigentes religiosos a lo largo de la historia"[317]. ¿Esa "sabiduría divina" que sirve de sustento a las religiones, no será una subrepticia o velada manera de adormecer conciencias? ¿Cuáles serán las reales intenciones de los predicadores de esa "sabiduría"? ¿No pretenderán adormecernos esos "sabios", tornarnos, con su "sabiduría", en "pobres de espíritu"? Con su característica mordacidad y causticidad, Nietzsche nos inquieta en su Zarathustra cuando nos advierte que los "sabios" nos enseñan a honrar y reverenciar el sueño. "Un buen dormir reclama estar a bien con Dios…"[318]. Al "sabio" mucho lo complacen los pobres de espíritu, porque "hacen conciliar el sueño"[319]. El que duerme "el sueño de los justos", siente que, con la sabiduría divina, "el sueño llama a las puertas de mis ojos, y éstas se sienten pesadas", y que "el sueño toca mi boca, y ésta se queda entreabierta"[320]. Por ello se dice que el sabio "es como el más encantador de los ladrones, que se me acerca sigiloso y me roba mis pensamientos"[321]; entonces, según Nietzsche, se queda en pié como un tonto, como en la cama en que se acuesta a dormir. Como este brillante y genial intelectual, pienso que un necio es para mí ese dechado de sabiduría, "y en su cátedra mora un hechizo"[322]. Aclaro: esta es "mi verdad", no "la verdad". ¿Quién poseerá "la verdad"? ¿Qué será "la verdad"?

Muchos de los que filosofamos, no negamos la religión ni estamos en contra de ésta. Somos tolerantes y aceptamos y respetamos las diferencias, porque las personas tienen el inalienable derecho a creer o no creer, a profesar o no profesar la religión de su preferencia, vocación o la que "le conviene"; pueden acudir a ella en "situaciones límite" para salir del abismo en que caen por sus vicios, caprichos, ignorancia o incontrolables pasiones. Los profetas, sacerdotes, pastores, rabinos, en fin, toda laya de "predicadores" les asiste el "sagrado" derecho de divulgar los dogmas y doctrinas religiosas y, lo más conveniente, de convencer a los creyentes, fieles, feligreses o seguidores. Los pastores no pueden vivir sin el rebaño, y éste no puede vivir sin aquéllos. Los amos no pueden existir sin sus esclavos, ni los esclavos sin sus amos; existe una relación dialéctica entre ellos; en términos hegelianos: "la dialéctica del amo y del esclavo". Cada quien es autónomo para luchar por su libertad o para conservar sus cadenas. "¿Por qué los hombres luchan valientemente por la servidumbre como si lo hicieran por la salvación? ¿Por qué la religión, que se supone basada en el amor, fomenta la intolerancia y la guerra? ¿Por qué los hombres temen su libertad y se refugian en la esclavitud? ¿Por qué escuchan a los que envilecen, engañan y los llenan de ideas falsas que a quienes aspiran a independizarlos? ¿Por qué la sinrazón es vivida con agrado por quienes deberían sentirla como abrumadora?"[323].

Federico Nietzsche, una "autoridad" muy reconocida y aceptada (profundamente iconoclasta), por cuanto ha influido en los intelectuales y en las conciencias de librepensadores, a partir del ocaso del siglo XIX, ha despertado y sacudido la mente de quienes quieren pensar por sí mismo. Su quehacer intelectual está íntimamente ligado a la vida terrena y a los esfuerzos por conservarla. El cristianismo (que de acuerdo con Nietzsche, "la más grande desgracia de la humanidad") sufrió un profundo cuestionamiento a través de sus planteamientos filosóficos. Lo acusó de ser el responsable de que el hombre huyera de sí mismo y renegara de su vida terrenal, que éste perdiera "el sentido de la tierra" y anhelara ilusamente una supuesta "vida ultraterrena". Según él, la moral cristiana, que es la moral de los esclavos, ha matado la vida. El cristianismo ha luchado contra este tipo de humano superior. Ha defendido a los débiles, bajos y malogrados. Ha repudiado los instintos de conservación de la vida pletórica. Los valores cristianos en que la humanidad sintetiza su aspiración suprema, son valores de la decadencia. Quien pierde sus instintos y elige o prefiere lo que no le conviene (los valores cristianos) es un corrupto (decadente). "La vida se me aparece como instinto de crecimiento, de supervivencia, de acumulación de fuerzas, de poder; donde falta la voluntad de poder, aparece la decadencia […]. Ni la moral ni la religión corresponden en el cristianismo a punto alguno de la realidad. Todo son causas imaginarias (Dios, alma, yo, espíritu, el libre albedrío, o bien el determinismo); todo son efectos imaginarios (pecado, redención, gracia, castigo, perdón). Todo son relaciones entre seres imaginarios (Dios, almas, ánimas); ciencias naturales imaginarias (antropocentricidad, ausencia total del concepto de las causas naturales); una psicología imaginarias (sin excepción, malentendidos sobre sí mismo, interpretaciones de sentimientos generales agradables o desagradables…); una teleología imaginaria (el reino de Dios, el juicio final, la eterna bienaventuranza)"[324]. Estudiando la cultura griega antigua y la genealogía de la moral, encuentra que la moral cristiana pretende matar la dimensión instintiva del hombre. "Como consecuencia, el hombre se convierte en culpable, en enfermo. Ahora, envuelto por la presión de los juicios morales, el hombre se encuentra distraído, amargado contra la vida y consigo mismo […]. El Dios cristiano y el cristianismo son una mentira, la contradicción de la vida, la hostilidad declarada a la naturaleza, la "pésima nueva" que coloca el centro de gravedad de la vida, no en la vida misma, sino en el más allá, en la nada […]. Por ello el cristianismo es nihilista, una enfermedad, la más grande desgracia de la humanidad, un emponzoñamiento en contra de la vida"[325]. Con mordacidad cáustica señaló a los sacerdotes de ser "predicadores de la muerte". A éstos los llamó "decadentes", "envenenadores", "amarillos", "terribles", "abominables engendros", "tísicos del alma", "santos del conocimiento", etcétera. Escuchemos su diatriba:

"Existen predicadores de la muerte: y la tierra está llena de individuos a quienes hay que predicarles que se alejen de la vida.

Repleta está la tierra de gentes que sobran, corrompida está la vida por los superfluos. ¡Bueno será que alguien les saque de esta vida, con el señuelo de la "vida eterna"! […].

Esta es la enseñanza de vuestra virtud: "¡Debes arrancarte la vida!" "¡Debes huir de ti mismo!" […].

La voz de los predicadores de la muerte resuena por todas partes.
Es que la tierra está repleta de seres a quienes hay que predicar la
muerte"[326].

Reitero enfáticamente: ¡los filósofos no estamos en contra de la religión (sea cual sea) ni de los creyentes! Somos demasiado respetuosos con la libertad de pensamiento y de conciencia. Cada quién tiene el derecho inalienable de creer o no creer. Lo que ocurre es que los intelectuales no podemos "matricularnos", declararlos seguidores o adoptar dogmáticamente alguna religión determinada, por cuanto estaríamos desconociendo otras religiones, que igualmente tienen sus dogmas y sus doctrinas, y su derecho a existir y coexistir… En el oscuro pasado algunos filósofos eran (¿les tocaba?) "creyentes", porque el estricto contexto social y cultural así lo exigía; el pensador (¿"librepensador"?) que se osara negar sus creencias públicamente en sus discusiones y o en sus escritos era rechazado y condenado por los "amos" o altos jerarcas religiosos, tal como les ocurrió a brillantes y excelsos pensadores o científicos como Giordano Bruno, Galileo Galilei y Baruch de Spinoza, por citar sólo a estos tres brillantes intelectuales, que, culturalmente, nos aportaron valiosos, revolucionarios e novadores saberes aún vigentes. Peros los "dioses" de los filósofos, en su gran mayoría, son diferentes a los dioses tradicionales: el "dios" de Platón no es similar al "dios" de Aristóteles; el "dios" de Descartes no es el mismo "dios" de Spinoza o del "dios" de Leibniz, etcétera.

No se trata de creer o no creer; porque, para un filósofo, el fenómeno religioso es un inquietante problema de profunda hondura metafísica que le impele a reflexionar profunda y críticamente, para plantear preguntas en búsqueda de respuestas que le permitan dilucidar ese profundo e insondable misterio. Es tal la magnitud del problema que el filósofo explora minuciosamente en la fenomenología de la religión, la sicología de la religión, la sociología de la religión, la antropología de la religión, la filosofía de la religión y la historia de las religiones. Históricamente, la religión ha impuesto, evidente y subrepticiamente, los fundamentos conceptuales, metodológicos, epistemológicos, cultuales y simbólicos para legitimar el saber, la verdad, la justicia, la moral, el orden social y el condicionamiento espiritual. Y la religión, como relato legitimador de un componente de la realidad, ha establecido dogmáticamente su manera acomodaticia y pragmática de ser y de estar en el mundo de los creyentes. Es por eso que el fenómeno religioso requiere, de los intelectuales, investigación y reflexión crítica e iconoclasta. Quienes creen en lugar de pensar se dejan adormecer por aletargador efecto de las religiones. "Con tus teologías y tiquismiquis celestiales, has sido como el pícaro y desalmado cazador, que atrae con el silbato a los zorzales bobalicones para que se ahorquen en la percha" [327]Nuestra conciencia crítica y libertaria no se amolda dócilmente a ningún tipo de creencia religiosa, porque estaríamos desconociendo la diferencia y la pluralidad.
La religión, sea cual sea su nombre y sus doctrinas, es un sistema de creencias, rituales, mitos, leyendas y cultos, cargado de elementos irracionales, alienadores y masificadores; un sucedáneo para las auténticas respuestas que nos ofrece el pensamiento filosófico. La filosofía, como saber riguroso, reflexivo, metódico, analítico, desmitificador, crítico y sistemático, reflexiona sobre el problema de Dios en el hombre y sobre Dios como problema para el hombre, con el ánimo de tratar de esclarecer estos problemas tan complejos e insondables.

El filósofo, como buscador de la verdad, no puede sustraerse a la indagación sobre el problema religioso. Comparto la perspectiva de algunos docentes de la Universidad Santo Tomás, respecto a que una dimensión tan importante para la existencia humana, como lo es la religión, merece tener un puesto destacado en la reflexión filosófica. El quehacer filosófico del profesor no puede privar al estudiante de la posibilidad de plantearse el problema religioso, con el propósito de que lo comprenda y no se deje alienar por el dogma religioso, sin saber para qué le sirve y qué respuestas le puede ofrecer para vivir una vida auténtica, pensando por sí mismo.

"Jamás podemos claudicar al derecho de cuestionar una realidad tan profunda, arraigada y cargada de sentido para los humanos…Para los jóvenes es altamente sano y productivo tener la posibilidad de replantear una problemática que, de una forma u otra, ha estado tan ligada a la historia que vivimos y que, de igual manera, ejerce un amplio radio de acción, latente o manifiesto, en la vida de una persona… Las clases de filosofía son espacios preciosos para poder iniciar y configurar dicha búsqueda. No se trata de una respuesta absoluta, ni del poder de convicción coactivo sobre las personas que buscan afanosamente una respuesta a sus inquietudes religiosas. Tales respuestas categóricas y dogmáticas serían una forma de empantanar y dañar ese horizonte cuestionador, que tanta falta hace en nuestros jóvenes. La forma de afrontar el problema es ponerse a enfrentarlo. Es colocarnos es una postura de búsqueda reflexiva y de cuestionamiento sincero. Pero una aclaración. Sólo cuando se tiene conciencia de un problema aparece el verdadero problema. Queremos decir que si el cuestionamiento al fenómeno religioso no ofrece para nosotros ningún signo de preocupación ni de afanes, estamos muy lejos de plantearnos ciertos interrogantes, y, por lo tanto, nos aferramos a la ilusión de sentirnos seguros en lo que estamos. Cuestionar es soltar las anclas del puerto de la seguridad en donde creemos siempre estar. Es ir más allá de las posturas cómodas que nos marchitan la vida y nos anquilosan el espíritu. Es intentar estructurar una existencia plenamente humana, alejada de los dogmatismos tácitos y manifiestos que nos impiden avanzar creativamente en la historia"[328].

El hecho de que algunas personas, que se dejan arrastrar por la corriente de las circunstancias, alienadas por la domesticación social, desconozcan el valiosísimo aporte de la filosofía a nuestra vida, no implica que ésta no sirva. Un ser humano no puede ser como decía David Herbert Richards Lawrence: "Un vagabundo insignificante que va a donde le lleva el viento"[329].
Dudar de la importancia de la filosofía -y del filosofar-, es necedad; es algo así como evidenciar parte de nuestra estulticia… Y la estulticia es bobería, estupidez, sandez, tontería, insensatez e idiotez… Según El manual del perfecto idiota latinoamericano, la idiotez es postiza, deliberada y elegida; se adopta conscientemente por pereza intelectual, modorra ética y oportunismo civil. "Ella es ideológica y política, pero, por encima de todo, frívola, pues revela una abdicación de la facultad de pensar por cuenta propia, de cotejar las palabras con los hechos que ellas pretenden describir, de cuestionar la retórica que hace las veces de pensamiento. Ella es la beatería de la moda reinante, el dejarse llevar siempre por la corriente, la religión del estereotipo y el lugar común… El idiota, bien es sabido, llega a extremos sublimes de interpretación de los hechos, con tal de no perder el bagaje ideológico que lo acompaña desde su juventud… El perfecto idiota es también, conforme a la definición de Lenin, un idiota útil"[330].

Solamente el ser humano que se pregunta con profundidad, sabe para qué sirve la filosofía. El hombre es un animal que pregunta. "El hombre es un ser muy curioso, tan curioso que no tiene más remedio que filosofar. En efecto, el vivir humano no es el del vegetal, ni siquiera meramente animal; por ello el filosofar para el hombre es esencial. El hombre no se puede contentar con cuestiones secundarias, sino que por su constitución misma tiene que plantearse las cuestiones últimas; no tiene otra salida si no deja de ser hombre convirtiéndose en un homínido, ese ser disminuido de que hablan los etólogos"[331]. Tiene "hambre" y "sed" de preguntas. Hans Gadamer nos dice que todos vivimos en permanente pregunta porque vivimos en permanente búsqueda de respuestas. "Preguntar es lo propio del hombre, explorador de su mundo e inquisidor de sí mismo"[332]. Erich Fromm indica que lo que "constituye la esencia es la pregunta y la necesidad de una respuesta", y acota que "hay muchas respuestas que el hombre puede dar a la cuestión que le plantea el hecho de haber nacido humano…"[333]. En concepción de Heidegger, preguntar es el terreno propio de la vida, entendida como acontecimiento. Toda pregunta es por sí misma un proyecto, un lanzarse fuera de sí. "Es un horizonte que se abre y que no es ajeno a quien se pregunta, pues en el preguntar, y en el preguntar por el ser, se evidencia la inmediatez de quien pregunta: el hombre. La pregunta no se da desde la distancia sino en el saberse inmerso en la cercanía con el ser. Preguntar es el modo de sentirse humano y, por tanto, distinto de cualquier otro ente"[334]. A medida en que filosofamos, entendemos que a pesar de sentirnos muy motivados por conocer los misterios trascendentes de la existencia, declinamos a creer incondicionalmente en todo lo que se dice, por más que muchos lo den por sentado. Detrás del ser que busca absolutos existe la necesidad imperiosa de ceñirse a cierta lógica o coherencia. El filósofo no debe dudar de todo escépticamente, ni aceptar como cierto todo credulonamente. "A diferencia de la religión, la filosofía tiene que dar razones para creer en algo. En filosofía, como en la ciencia, nada se acepta si no hay una argumentación sólida que lo respalde y, por ello, a la gente se debe enseñar a pensar filosóficamente, es decir, a ir al fondo de las cosas"[335].

El hombre necesita de la filosofía, necesita filosofar, porque ella da respuestas a sus eternas preguntas. Necesita filosofar, porque no es un ser meramente práctico; tiene un espíritu que debe armonizarse con su cuerpo, debido a que "el espíritu no va a ningún lado sin las piernas del cuerpo, y el cuerpo no sería capaz de moverse si le faltasen las alas del espíritu"[336]. El hombre mismo es pregunta, problema, misterio y enigma. "El arte de preguntar, como todo arte, es un proceso que resulta de una actitud sobre la que se funda. Y una actitud no se puede enseñar pero sí se puede descubrir, podemos tomar conciencia de ella y nutrirla. La filosofía es inherente al hombre, pero unos hombres u otros, según las circunstancias, habrán desarrollado más o menos esta facultad natural. A lo largo de la historia se han producido instrumentos que hemos heredado, pero del mismo modo que los progresos técnicos no hacen del hombre un artista, los conceptos filosóficos establecidos no hacen del hombre un filósofo. ¿Quién eres?, nos pregunta Sócrates. ¿Existes?, nos pregunta Nagarjuna. ¿Sabes lo que dices?, nos pregunta Pascal. ¿De dónde sacas esa evidencia?, nos pregunta Descartes. ¿Cómo puedes saberlo?, nos pregunta Kant. ¿Puedes pensar lo contrario?, nos pregunta Hegel. ¿Qué condiciones materiales te hacen hablar así?, nos pregunta Marx. ¿Quién habla cuando hablas?, nos pregunta Nietzsche. ¿Qué deseo te anima?, nos pregunta Freud. ¿Quién quieres ser?, nos pregunta Sartre. ¿Por qué no dejarse preguntar?"[337] El arte de preguntar, según Gadamer, es el arte de seguir preguntando, y eso significa que es el arte de pensar. Quien pregunta filosóficamente quiere ir más allá de la apariencia, de lo cotidiano, de lo inauténtico, de lo superficial y de lo baladí. Quiere resolver sus enigmas, quiere respuestas para su vida. "El esfuerzo sistemático por develar el eterno enigma que hostiga sin cesar la insaciable curiosidad del hombre, constituye la filosofía. Ella no se refiere a cuestiones ajenas a la vida y ante cuya solución, en uno u otro sentido, el hombre pueda permanecer indiferente. Es la vida misma, con sus angustias y sus esperanzas, que aparece comprometida en la pregunta y arriesgada en la esperanza. Porque los problemas últimos y totales no se limitan a arañar la epidermis: arrastran a nuestro ser y lo penetran íntimamente. De su solución, claramente determinada o apenas entrevista, depende el curso ulterior de nuestra existencia, su felicidad o su desdicha"[338].

Infinidad de preguntas incomodan al hombre pensante, reflexivo, al filósofo: ¿Quién soy yo? ¿Soy siempre el mismo? ¿Soy lo que quiero ser o soy lo que otros necesitan que sea? ¿De dónde vengo? ¿Para dónde voy? ¿Qué es el hombre? ¿Qué es ser hombre? ¿El hombre es un ente finito arrojado a una situación fáctica determinada? ¿Cuál es el auténtico sentido de nuestra vida? ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo ser feliz? ¿Qué es la libertad? ¿Cómo ser libre? ¿Qué es la justicia? ¿Cómo ser justo? ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es la belleza? ¿Qué es lo bello? ¿Dónde se encuentra la esencia de lo bello: en el sujeto o en el objeto? ¿La belleza está en las cosas o es relativa a quien la experimenta? ¿La belleza es objetiva o subjetiva? ¿Qué es el arte? ¿El arte es la representación de lo real o la reproducción de lo bello? ¿Embellecer la vida cotidiana es estar pendiente de nuestra imagen? ¿La mejor obra de arte para un artista es su propia vida? ¿Qué es el amor? ¿Qué es la amistad? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es el ser? ¿Qué es la vida? ¿Es mi vida un ser? ¿Es mi vida una cosa? ¿Es mi vida un objeto? ¿Es mi vida un ente? ¿Cómo puede ser mi vida una cosa, cuando las cosas están en mi vida? ¿Cómo puede ser mi vida una cosa, cuando mi vida es la que contiene las cosas? ¿Antes de ser lógica u ontológicamente verdaderas, las cosas son realmente verdaderas? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Cuál es la finalidad de la vida? ¿Pensar la vida es la tarea? ¿Hacia dónde debe dirigirse la vida humana para que tenga sentido? ¿Se está llevando la propia vida personal con sentido, se está llevando la vida social e histórica la vida política, con sentido? ¿Por qué vivo? ¿Existe Dios? ¿Por qué voy en una dirección y no en otra? ¿Qué es la realidad? ¿La realidad es el modo de ser por excelencia? ¿Qué es lo que de verdad existe? ¿Cuál es el fundamento profundo de toda realidad? ¿La realidad es el ser? ¿La realidad es anterior al ser? ¿El ser se funda en la realidad? ¿La realidad es lo primero? ¿El ser es una interpretación de la realidad? ¿Existen los hechos o sólo la interpretación de éstos? ¿Qué debe primar: la pregunta por la idea de ser o la pregunta por el sentido del ser? ¿El realismo responde a la pregunta metafísica de quién existe? ¿El idealismo responde a la pregunta metafísica de quién existe? ¿Son las condiciones materiales las que imponen la realidad? ¿Es la realidad la que impone las condiciones materiales? ¿Es el pensamiento el que impone la realidad? ¿Es la realidad la que impone las condiciones del pensamiento? ¿Es la realidad social la que impone las condiciones económicas? ¿Son las condiciones económicas las que imponen la realidad social? ¿La naturaleza del ser determina la naturaleza del pensar? ¿La naturaleza del pensar determina la naturaleza del ser? ¿Quién es primero: el objeto cognoscible o el sujeto cognoscente? ¿El mundo existe? ¿Qué nos garantiza de un modo plenamente convincente que el mundo existe o no existe? ¿Qué es el ser en sí? ¿Quién es el ser en sí? ¿Qué es el ser para mí? ¿Quién es el ser para mí? ¿Qué es la esencia de las cosas? ¿Cuál es la esencia de las cosas? ¿Qué es la existencia? ¿Es posible el conocimiento? ¿Se puede saber algo con entera certidumbre? ¿Todos nuestros conocimientos deben regularse por los objetos? ¿Todos los objetos deben regularse por nuestros conocimientos? ¿Qué son las cosas? ¿Las cosas son como las percibimos? ¿El conocimiento es una producción o una reproducción del sujeto? ¿Hay un orden en las cosas o el hombre es quien ordena la realidad a su manera? ¿Por qué necesitamos ordenar el mundo? ¿Existen en realidad las cosas que percibimos? ¿El todo equivale a la suma de las partes? ¿El conocimiento procede de los sentidos o de la razón? ¿La verdad es una propiedad del enunciado o la verdad es una propiedad de la realidad? ¿Las cosas son lo que parecen y parecen lo que son? ¿En realidad las cosas no son lo que son, sino lo que somos? Cuando alguien habla sobre las cosas, ¿habla sobre sí mismo? ¿Aquel que me habla en nombre de lo real, nos hace pasar su interpretación como si fuese la verdadera? ¿Qué es el ser? ¿Qué es el ente? ¿Qué son los objetos? ¿Es el ser el predicado del sujeto? ¿Es el predicado el ser del objeto? ¿Qué es lo real? ¿Cuál es el principio de todas las cosas? ¿Expresa el yo, en verdad, el ser del hombre? ¿Las cosas son fenómenos subjetivos de la conciencia? ¿El sujeto es la fuente del ser? ¿Cómo pensamos? ¿De dónde viene el universo? ¿Tiene sentido la vida? Si lo tiene, ¿cuál es? ¿Tener o no tener? ¿Ser o no ser? ¿Las cosas fuera de mí, el ser fuera de mí, es exactamente idéntico a mi pensamiento de ser? ¿Una y la misma cosa es el ser y el pensar? ¿Todo lo real es racional y todo lo racional es real? El espectáculo sensorial del universo, el mundo de las cosas, tal como aparecen ante nuestros sentidos, ¿son una apariencia, una ilusión de nuestros sentidos, una ilusión de nuestra facultad de percibir? Cuándo decimos que conocemos la realidad, ¿qué es lo que en realidad conocemos? ¿La humanidad se desarrolla hacia el progreso o hacia el decaimiento? ¿El hombre mismo es el artífice de su historia? ¿El hombre es el producto de las decisiones que toma? ¿El desarrollo histórico condiciona la toma de decisiones?… En fin, la filosofía nos invita a plantear y plantearnos éstas y otras preguntas. "Una similar categoría de interrogantes surgen en relación al mundo en que el hombre habita: cuál es su origen, por qué existe, en qué consiste en definitiva, es eterno o tuvo un principio y puede tener un final, es todo él viviente o no, en qué consisten la materia y la vida, qué razón justifica lo que se presenta al hombre como la existencia de leyes naturales y armónicas que parecen regirlo. De todo ello emana inmediatamente la interrogante de si lo que aparece al hombre como un orden universal y armónico, por lo menos comprensible para él en muchos aspectos de su funcionamiento -la ciencia- obedece a algún plan general, es obra de alguna inteligencia tan superior y poderosa como para haber sido capaz de establecer ese orden; si esa inteligencia tiene una esencia divina o es parte de la naturaleza misma. Frente a la indudable vastedad que la sola enunciación de estas interrogantes representa, surge necesariamente la de si el hombre es capaz de conocer realmente toda la realidad, y de conocerla en su verdad total; si es capaz de conocer no solamente la realidad que le circunda, sino si es capaz de alcanzar un conocimiento verdadero de sí mismo. Qué valor de verdad pueden tener esos mismos "conocimientos" que emanan de sus reflexiones filosóficas. En qué consiste y cómo funciona su propia capacidad de razonar"[339].

Este género de preguntas no se las formula el hombre práctico. No son de su interés estas preguntas, como tampoco lo son sus posibles respuestas. Tanto las preguntas como las respuestas le generarían inquietudes, para las cuales no tiene interés ni tiempo para "desgastarse" en las reflexiones que implica preguntar y preguntarse por las cuestiones fundamentales y cruciales de la existencia. Las preguntas filosóficas no inquietan al sistema financiero: con ellas o sin ellas las finanzas continúan su pragmática dinámica interna y externa. En su utilitario mundo de los negocios no interesan las preguntas existenciales, interesan las preguntas financieras. Las preguntas filosóficas, lastimosamente, no se cotizan en el mercado bursátil, no son mercancía o una acción que se valoriza o se desvaloriza. A los hombres "prácticos" los mueven intereses distintos al filosofar. "Estos luchan para tener más y adquirir cosas materiales y mostrar así ostentosamente su buena fortuna. Pero si por cualquier azar pierden de pronto todo lo que tenían, sienten como si dentro de ellos se hubiera hecho el vacío. Por lo cual creo que debe ser mayor la impresión de insignificancia que tienen el terrateniente y el campesino propietario cuando bordean la miseria, que el intelectual pobre cuando se queda sin nada. Digo sin nada material, sin cosas, sin objetos, sin artefactos, sin dinero. En cambio permanecen sus recuerdos, sus conocimientos, sus proyectos, sus lecturas, sus ilusiones, sus ideas y el concepto de que hay una serie de valores intangibles que aunque no se coticen en la Bolsa valen infinitamente más que el dinero"[340]. El hombre practico, perdido en el sistema financiero, no "cotiza" dentro de sus inversiones el preguntar filosófico. Es posible que tenga creencias religiosas, porque creer es fácil y pensar es difícil, pero no desarrolla su dimensión metafísica, profundamente reflexiva. No obstante que al hombre práctico no le interese la filosofía y el filosofar, tiene derecho a ser diferente, con su particular y pragmática manera de ser de estar en el mundo.

Para preguntas filosóficas, tan enormemente complejas, profundas y difíciles, no hay respuestas fáciles, definitivas y absolutas. La filosofía siempre se ha caracterizado por hacer preguntas difíciles. Según José Saramago, "las respuestas no llegan siempre cuando uno las necesita, muchas veces ocurre que quedarse esperando es la única respuesta posible"[341]. Las preguntas filosóficas nos llevan a cuestionar y a cuestionarnos. El hombre que desea saber por qué y para qué vive, necesita preguntarse y preguntar. "El deseo de cuestionar la vida viene de la propia vida, de esa parte de la vida que todavía está escondida. La vida nos incita a preguntarnos. Quiere ser admirada. En tanto que no lo sea, la pregunta permanece. Una vez hemos aceptado el desafío de la vida, necesitamos saber cómo formular la pregunta para que ésta tenga poder, pueda ser eficaz y no nos decepcione. Debemos convencernos de que la pregunta nos llevará hasta la respuesta. Nuestros cuestionamientos deben de servir para algo"[342].

Las preguntas filosóficas son "las preguntas fundamentales, causales o argumentativas, aquellas que cuestionan el porqué de las cosas y exigen en sus respuestas los fundamentos, las causas y las razones de lo que se pregunta"[343]. La intelectualidad nace de las preguntas de siempre. "Interrogación y angustia, dos palabras que forman parte del quehacer del intelectual"[344]. Las preguntas fundamentales, de alguna manera constituyen y construyen al hombre. "Ser un hombre, de alguna forma, en algún momento, consciente o inconsciente, significa haber tenido que ver con las grandes preguntas de la filosofía"[345]. En opinión de José Pablo Feinmann, las preguntas de la filosofía son fundamentales, tienen ese carácter. "Son fundamentales porque remiten a las cuestiones esenciales de la condición humana"[346]. El filósofo Alfonso Ciprián Pajuelo piensa que "el rechazo juvenil a los saberes de fundamentación y a las preguntas acerca del ser, de la persona y de la vida en sociedad, "la alergia a los porqués" que señala González-Anleo (2004: 85), no es sino el eco de la fuerte reacción de la sociedad actual contra las grandes preguntas"[347].

Pero, ¿qué es preguntar? Preguntar, según el Diccionario de la Real Academia Española, es "interrogar o hacer preguntas a alguien para que diga y responda lo que sabe sobre un asunto. Es exponer en forma de interrogación un asunto, bien para indicar duda o bien para vigorizar la expresión, cuando se reputa imposible o absurda la respuesta en determinado sentido". Esta definición del verbo preguntar es desde el punto de vista lógico, y le sirve a cualquier persona que pregunte sobre una cosa determinada, que quiera saber algo. El concepto de preguntar que le interesa al filósofo, es desde el punto de vista existencial; y desde esta arista, "el preguntar es considerado como un modo de ser de la existencia humana"[348]. Es por eso que únicamente es existencial la pregunta en la cual la existencia se hace cuestión de sí misma al preguntar. La pregunta existencial hace cuestionable la existencia. La pregunta fundamental, dice Martín Heidegger, es la pregunta por el ser. En consecuencia, preguntar por el ser es preguntar por el que pregunta por el ser. Preguntar con profundidad y radicalidad, en definitiva, es problematizar; y problematizar es plantearle problemas a la realidad en búsqueda de soluciones de fondo. "Todo tiene que ver con todo para un filósofo, y las respuestas van más allá de los interrogantes"[349]. Mientras haya preguntas habrá filosofía, el ser humano no dejará de preguntarse con profundidad, porque "la pregunta libera al ser de sí mismo, lo descentra, lo arroja a su (propio) afuera… La pregunta `más profunda" se enfrenta a la imposibilidad de la respuesta. Por eso nos persigue sin conseguirnos. Por eso huye quietamente ante la satisfacción de una respuesta. La pregunta desvía. La pregunta más profunda es lo que queda cuando la pregunta por (el) todo ha sido —finalmente— contestada… La pregunta profunda es el hombre como Esfinge, la parte peligrosa, inhumana y sagrada, que detiene y mantiene detenido ante ella, en el enfrentamiento de un instante, al hombre que se dice simplemente hombre" [350]

El preguntar y preguntarse, en búsqueda de respuestas, dentro y fuera de nosotros, permite que desarrollemos nuestro espíritu crítico y que aprendamos a pensar por nosotros mismos. Sólo aquél que posea un espíritu crítico y se atreva a pensar por sí mismo tendrá el hábito y el deleite de preguntar y preguntarse, no en procura de respuestas definitivas y absolutas, sino temporales y relativas, por cuanto no hay respuestas definitivas y absolutas para las preguntas fundamentales y esenciales que formulamos los seres humanos, que nunca se cierran, que están siempre abiertas. Ana Cecilia Franco de la Rosa (citada por Carina Cabo), en su libro Filosofía para niños, enfatiza lo siguiente: "Una tarea ineludible de la enseñanza de la filosofía en estos momentos consiste precisamente en abrirse a esos enfoques alternativos, enriqueciendo la tradición propia con lo que otras gentes, desde otras perspectivas, han aportado en el esfuerzo humano por responder a las preguntas fundamentales sobre el sentido. Hablo de diálogo riguroso y serio, de apertura mental y de ampliación de horizontes reflexivos"[351]. Así la ciencia y la filosofía nos den respuestas, "la cuestión de la esencia del conocimiento, del espíritu, de la vida, la cuestión del significado último de todo este mundo maravilloso y terrible, todas estas cuestiones no podrán jamás ser contestadas filosóficamente de forma definitiva, a pesar de plantearse filosóficamente"[352]. Las preguntas fundamentales son demasiado complejas, o si no veamos:

"¿Quién soy? Con ansiedad me pregunto.

¿De dónde vengo? Nadie me lo revela.

¿Dónde estoy? Saberlo me desvela.

¿Para dónde voy? Quiero saber este asunto".[353]

"Mientras me asista el ánimo de preguntar

Mi espíritu inquieto no dejará de filosofar

Porque a la realidad necesito interrogar

Para muchas respuestas encontrar".[354]

Todo lo que para las personas que no filosofan es "normal", para el filósofo es un problema, y los problemas suscitan preguntas, pero las respuestas no lo satisfacen; por el contrario, estas respuestas le generan más preguntas. El filósofo nunca está satisfecho con las respuestas que obtiene; siempre quiere saber más, necesita saber el porqué de las cosas. El filósofo, como el científico, se pregunta el porqué de las cosas, "pero entiende este porqué de un modo peculiar; está persuadido que no se sabe nada si no se sabe su porqué, pero está también convencido de que no se sabe perfectamente una cosa hasta que se conoce su último y total porqué. Y este último total porqué no es para él la ley que enuncia la conexión de un antecedente con su consecuente, sino la estructura misma de la realidad, entendida en su unidad total y última"[355].

Las preguntas lo mantienen despierto, pensando, analizando, reflexionando, criticando, investigando, estudiando, preguntando… El filósofo tiene "hambre" de respuestas concretas, precisas. Como amante y buscador de la verdad, pregunta y pregunta en procura de respuestas. Las preguntas lo inquietan. "El filósofo se ocupa y se adentra en lo extraño y desconocido, no para encantarlo, sino para dejarse interrogar. Para instalarse en la pregunta. Para viajar hacia el misterio, que es una aventura hacia el interior del ser, porque el filósofo sabe que aunque podemos soportar todo tipo de soluciones, no podemos vivir sin problemas, pues, como decía Unamuno, lo más problemático de todo problema es la solución"[356]. Quiere saber con profundidad; no quiere la apariencia de las cosas, quiere conocer la esencia de éstas. "¿Hay en el mundo algún conocimiento tan cierto que ningún hombre razonable pueda dudar de él? Este problema, que a primera vista podría no parecer difícil, es, en realidad, uno de los más difíciles que cabe plantear. Cuando hayamos examinado los obstáculos que entorpecen el camino de una respuesta directa y segura, nos veremos lanzados de lleno al estudio de la filosofía —puesto que la filosofía es simplemente el intento de responder a tales problemas finales, no de un modo negligente y dogmático, como lo hacemos en la vida ordinaria y aun en el dominio de las ciencias, sino de una manera crítica, después de haber examinado lo que hay de embrollado en ellos, y suprimido la vaguedad y la confusión que hay en el fondo de nuestras ideas habituales"[357].

A partir del siglo XIX, entre muchos interrogantes, al hombre lo inquieta hondamente saber si es la conciencia social la que determina la conciencia material o si es la conciencia material la que determina la conciencia social. No es una cuestión fácile de responder acertadamente, sin una sesuda reflexión argumentada y sustentada. El filósofo seguirá preguntando. "La pregunta no desencadena exclusivamente una respuesta. Puede remitir a otra pregunta…"[358]. La vida nos plantea continuamente problemas vitales para vivir, los cuales debemos resolver. "La filosofía nos enseña a hacernos preguntas aunque a veces no encontremos las respuestas; pero aunque no las tengamos, con sólo el hecho de planteárnoslas nos pueden   guiar por un camino más adecuado en nuestra vida"[359].

Según Pepe Alva, las preguntas filosóficas son más conceptuales que pragmáticas, son universales y no singulares, buscan principios para explicar las cosas, exploran más allá de lo obvio, generan nuevas dudas y nuevas preguntas, y exigen rigor argumentativo. "Las preguntas de la filosofía en nuestro tiempo son: ¿Qué es el mundo en el que vivimos? ¿Qué es el ser humano en ese mundo? ¿Qué significan los demonios que éste ha creado? La filosofía es alternativa a la ciega brutalidad de nuestro tiempo, razón al servicio del humanismo, para restituir los valores perdidos de libertad, solidaridad y humanidad y ética que se pregunta por la acción del hombre y nos propone los fines y los medios llamados a dar sentido y dirección a la historia de nuestro tiempo"[360]. La filosofía supone un saber que se acumula y una actividad predominantemente interrogativa. "Su cometido principal consiste en formular preguntas que, por lo común, cuestionan el orden establecido, y la emprende contra el sentido común, contra los prejuicios y contra lo obvio. La profesión filosófica comporta una cierta "molestia´ para el orden establecido, el sentido común, el prejuicio y lo obvio. Discurre a contrapelo del orden establecido, el sentido común, el prejuicio y lo obvio"[361].

En la medida que preguntamos y nos preguntamos e interrogamos a la naturaleza y a las llamadas "autoridades", vamos encontrando respuestas provisionales y relativas (pero nunca definitivas y absolutas) a nuestras inquietudes. Cada posible respuesta nos lleva a preguntar y a replantear nuestras preguntas, a revisar y cuestionar las respuestas obtenidas; entre más respuestas obtengamos, más preguntas nos inquietan. Pero no se trata de preguntar por preguntar. Es necesario construir nuestro saber propio y llegar a nuestras verdades propias. Con el conocimiento y las verdades de los demás, con el conocimiento y las verdades de nosotros mismos, tenemos que elaborar nuestro conocimiento y nuestras verdades que nos sirvan para vivir nuestra existencia de manera personal y auténtica, y de esta forma ser nosotros mismos, pensar por nosotros mismos y tomar nuestras decisiones. Pero en la construcción de nuestras verdades no podemos decirnos mentiras, porque "la más grande mentira es creer que existen verdades eternas o realidades inmutables"[362]. En este universo de preguntas, es necesario preguntarnos si el filósofo Isaiah Berlín estaba en lo cierto cuando afirmó que para todas las preguntas genuinas existe una y sólo una respuesta verdadera, y que estas respuestas son en principio accesibles sólo mediante el pensamiento racional. Cuando nos planteamos las preguntas fundamentales creamos nuevas maneras de estar en el mundo. Formular preguntas fundamentales es estar en el misterio, y los seres humanos somos un misterio, un gran enigma.

Preguntamos, no para saber qué tenemos qué hacer, sino para saber ¿qué somos? "Y es que las preguntas verdaderamente serias son aquellas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Una pregunta que no tiene respuesta es una barrera que no puede atravesarse. Dicho de otro modo: precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano, son las que trazan las fronteras de la existencia del hombre"[363]. Las preguntas existenciales, las preguntas claves y profundas que nos formulamos, no son para nuestro "hacer" sino para nuestro "ser". Estas preguntas nada tienen que ver con acciones que realicemos, tienen que ver con lo que somos, con lo que nos pasa, con lo que significa estar en el mundo como persona. "La calidad de nuestras vidas la determina la calidad de nuestro pensamiento. La calidad de nuestro pensamiento, a su vez, la determina la calidad de nuestras preguntas, ya que las preguntas son la maquinaria, la fuerza que impulsa el pensamiento. Sin las preguntas, no tenemos sobre qué pensar. Sin las preguntas esenciales, muchas veces no logramos enfocar nuestro pensar en lo significativo y sustancial"[364]. Las preguntas esenciales, las concernientes a las relaciones del humano consigo mismo y con los otros o el mundo, surgen del quehacer cotidiano, de "la vida de todos los días", como diría el filósofo Edmundo Husserl.

Las preguntas de la filosofía, nos dice Fernando Savater, no nos llevan a hacer cosas, sino a entrar dentro de las cosas, a entrar dentro de lo que somos o dentro de lo que es el mundo en el que estamos. "Queremos saber no sólo cómo son las cosas y cómo se comportan, y cómo puedo aprovecharme de ellas de un modo inmediato, sino qué sentido tienen para mí; qué puedo esperar de ellas en último término"[365]. Todas las preguntas filosóficas nos llevan a reflexionar sobre nuestra vida. Sócrates planteaba que una vida sin reflexionar no valía la pena vivirla. La verdad filosófica, según Hegel, se preocupa especialmente de la existencia del hombre; esta existencia es su aguijón y su meta más profunda. "Pensar la vida: ¡esa es la tarea!", sentenció este pensador alemán. "Pensar la vida, ¡ese es el desafío!", digo yo. "Mucho hay que discurrir, mucho hay que meditar sobre el tenue hilo de la vida", sentenció Goethe[366]"Solo vive el que sabe", decía sabiamente Gracián.

En Platón, la filosofía, pese a su característica eminentemente intelectual, es concebida como un saber al servicio de la vida. El filósofo Robert Spaemann señala que "para vivir conforme a la categoría y dignidad del ser humano es necesario saber por qué vivir y cómo conviene vivir dentro de las diversas opciones que se me presentan… Se comprende pues que la filosofía sea el quehacer intelectual más importante para vivir conforme a la categoría y dignidad del ser humano… El hombre sin metafísica, sin respuesta a la pregunta de las preguntas, al porqué de todos los porqués, es un ser radicalmente inseguro y agobiado"[367]. Antonio Orozco Delclos conceptúa que el hombre puede incrementar sin término su saber operativo (práctico), construir y manejar cosas, aparatos, instrumentos, pero ¿para qué? "Aunque llegase a dominar el universo: ¿para qué? Acabaríamos preguntando, con el escepticismo de Lenin: La libertad, ¿para qué?; o con el de Pilato: la verdad, ¿qué es la verdad?; o con el tremendo pesimismo del ateísmo de un Jean Paul Sartre: el hombre es una pasión inútil, el niño es un ser vomitado al mundo, la libertad es una condena"[368].

Cuando nos preguntamos, por ejemplo, "¿qué es la justicia?", queremos saber lo que la justicia es, queremos la definición del concepto de justicia, queremos saber ¿cuál es la esencia de la justicia? Y ¿en qué consiste la justicia?, no queremos saber si existe o no existe la justicia. "¿Qué es?" significa "dar razón" de algo. La filosofía es tan rigurosa que a una pregunta tan profunda como ¿qué es la justicia? no se le puede dar cualquier respuesta. La justicia es algo objetivo y no puede ser sólo aquella que impone el poder y la fuerza. Si es objetiva, "nadie puede decidir subjetivamente y de buenas a primeras qué es lo justo, quien quiera buscar su esencia tiene por fuerza que proceder metódica y sistemáticamente, siguiendo lo que Platón llama el camino largo del filosofar, que es el camino de los filósofos"[369]. El filósofo, en materia política, le corresponde filosofar no sólo sobre la justicia sino sobre el Estado, las diversas formas de gobierno, la ley y el derecho, y las relaciones entre individuo y Estado, entre otros temas relacionados con la vida política.

Con respecto al derecho, tenemos que para los existencialistas en éste "se da la personalidad inauténtica del hombre, ya que éste se enajena actuando como ciudadano, como obligado, como comerciante o consumidor, pero sin la autenticidad que le es propia de su racionalidad, pues debe hacer lo que todos hacen o de lo contrario puede estar quebrantando las normas, las leyes"[370]. En todas las épocas -señala Maurice Joly, siguiendo la línea de pensamiento de Montesquie-, "bajo el reinado de la libertad o de la tiranía, no fue posible gobernar sino por leyes"[371]. Por su parte, el marxismo plantea que el derecho es un conjunto de normas en manos de la clase dominante. El derecho -para esta doctrina- forma parte de la superestructura ideológica de la sociedad.

¿Cuál es el punto de vista crítico del estudiante, del joven que debe pensar por sí mismo sobre estos asertos? No podemos desconocer que la filosofía tiene relaciones y conexiones necesarias con el derecho, que es un producto necesario de la naturaleza humana, de la actividad del espíritu humano, y "que todo individuo siente en sí la facultad de juzgar y de valorar el derecho existente, cada uno tiene el sentido de la justicia"[372]. El filósofo Rafael Carrillo Lúquez señala que "el derecho es algo que el hombre hace para hacerse a sí mismo, y el hacerse a sí mismo constituye la realización del valor supremo de una persona"[373]. Hegel planteó que el reino del derecho es el reino de la libertad.

¿Pero cuál es la definición de filosofía? Definir es decir en qué consiste algo. "Definir un concepto es enumerar una tras otra las múltiples y variadas notas características de ese concepto… consiste en incluir este concepto en otro que sea más extenso, o en otros varios que sean más extensos y que se encuentren, se toquen, precisamente en el punto del concepto que queremos definir"[374]. La definición de un concepto jamás será definitiva y absoluta. Entonces cuando se nos pregunta ¿qué es la filosofía?, nos piden la definición del concepto de filosofía, lo que la filosofía es. Etimológicamente, "filosofía" es amor por la sabiduría. Pero esta definición no es definitiva; en el transcurso del tiempo, esa definición ya no satisface como respuesta, que ha tenido su evolución. "¿Qué es, pues, la filosofía? Como sobre esto nadie se pone de acuerdo, no es una buena pregunta para empezar… Aunque la mayor parte de las filosofías empiezan con la pregunta equivocada o la respuesta equivocada. En Grecia, filosofía quería decir "amor a la sabiduría", y ésta parece ser una definición razonable; pero no nos lleva muy lejos, porque a lo largo de la historia hubo agudas discrepancias acerca de lo que es sabiduría"[375].

A partir de Platón, esa "sabiduría" es racional, reflexiva y metódica, por cuanto su "sabiduría" no es la doxa (mera opinión) sino la epísteme (ciencia). Desde Aristóteles hasta el siglo XVIII, filosofía será "todas las cosas que conocemos y los conocimientos de esas cosas, todo el conjunto de saber humano"[376]. En el ocaso del siglo XVIII, después que algunas ciencias se "desgajan" del tronco de la filosofía, se entenderá provisionalmente por filosofía hasta nuestros días "el estudio de todo aquello que es objeto de conocimiento universal y totalitario"[377]. Otra definición personal y provisional en la actualidad sería la del filósofo Johanes Hensen: "Intento del espíritu humano para llegar a una concepción del universo mediante la autorreflexión sobre las funciones valorativas teóricas y prácticas"[378]. Así muchas otras definiciones del concepto de filosofía. Cada filósofo, cada pensador, cada teórico o historiador de la filosofía tiene su definición propia y, sobre todo, provisional y relativa.

Como se aprecia, decir con certeza absoluta y de manera definitiva "¿qué es la filosofía?" no es una tarea acabada. Para poder definir la filosofía, así sea de manera provisional y relativa, primero se debe "hacer" filosofía, vivenciar la filosofía, aprender filosofía, es decir, aprender a filosofar. "Entender lo que significa filosofía es una tarea compleja puesto que diferentes personas tienen diferentes definiciones de lo que para ellos es filosofía. Incluso algunas definiciones pueden ser antagónicas. De manera que para empezar a entender qué significa filosofía sería mejor empezar a hacer filosofía y descubrir entonces las características de esta empresa humana"[379]. En mi caso personal, cuando escuché por primera vez la palabra "filosofía", inmediatamente me pregunté y pregunté "¿qué es la filosofía"? El diccionario El pequeño Larousse me dio la primera respuesta: "Conjunto de consideraciones y reflexiones generales sobre los principios fundamentales del conocimiento, pensamiento y acción humanos, integrado en una doctrina o sistema". Confieso que esta definición, a mí que no había escuchado antes esa palabra ni había obtenido esta respuesta, me dejó confundido, porque resultaba un tanto compleja y algo difícil de comprender. Inquieto por esta pregunta indagué y me sumergí en tan apasionante universo durante el bachillerato, y, apasionado por la filosofía y el filosofar, proseguí mi ansiada búsqueda en la universidad. Hoy, después de haber "filosofado" un poco, de haber "hecho" algo de filosofía y de haberla "vivenciado" mucho, me atrevo a responder provisionalmente a la pregunta de "¿qué es la filosofía?" en los siguientes términos: "Es un constante preguntar con profundidad y reflexionar críticamente sobre algunas cuestiones fundamentales de la existencia". ¿Ésta será la respuesta? No, es una respuesta; es mi respuesta. "De manera que para empezar a entender qué significa filosofía sería mejor empezar a hacer filosofía y descubrir entonces las características de esta empresa humana"[380]. La investigadora Silvana Vignale señala que "dar una respuesta a lo que es la filosofía, es ya un problema filosófico"[381]. Es tan apasionante la filosofía, que considero a esta palabra como la más hermosa del idioma castellano.

Muchos docentes, estudiantes y padres de familia se preguntan si tiene sentido mantener la asignatura de filosofía en la educación básica secundaria y media vocacional. "¿Se trata de una mera supervivencia del pasado, que los conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que los progresistas y las personas prácticas deben mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más bien, niños incluso, sacar algo en limpio de lo que a su edad debe resultarles un galimatías? ¿No se limitarán en el mejor de los casos a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como papagayos? Quizá la filosofía interese a unos pocos, a los que tienen vocación filosófica, si es que tal cosa aún existe, pero ésos ya tendrán en cualquier caso tiempo de descubrirla más adelante"[382]. Sin embargo, la filosofía sigue preocupando a educadores comprometidos con el destino del hombre y a estudiantes inquietos, porque es una asignatura diferente, que despierta inquietudes capaces de involucrarlos en una constante búsqueda de respuestas a los interrogantes que afectan al hombre, cada vez más ávido de encontrarle el horizonte a su incierta existencia. "La experiencia de la Filosofía en el aula es la experiencia que permite una comprensión intelectual, reflexiva, afectiva y humana de nuestro entorno inmediato, proyectándolo a hacia un compromiso vital con la historia; es la posibilidad de la constitución de la ciudadanía en su sentido profundo"[383]. La esencia de las cuestiones filosóficas consiste en indagar la última esencia, el significado extremo, la raíz más profunda de una realidad. "La filosofía es el preguntar mismo: la pregunta es búsqueda de respuesta -la cual es el saber logrado- y la filosofía es un saber buscado. Una pregunta a la cual se haya dado respuesta parece dejar de ser con la respuesta filosófica. La filosofía abre horizontes con la pregunta"[384]. Con respecto al preguntar en filosofía, el profesor Armando Mera Rodas señala que "una de las formas más elementales de aproximar a los estudiantes a la filosofía y a su quehacer es la pregunta", y agrega que la pregunta ha marcado el origen de las ciencias y también el punto de partida de la misma filosofía. "La pregunta abre el inicio de todo discurso y de toda interacción humana…"[385]. El aprendizaje debe generar nuevas preguntas. "Y el objetivo de la escuela es hacer emerger preguntas"[386].

La filosofía se hace las preguntas radicales, aquellas que necesitamos responder para estar en claro, para saber a qué atenernos, para orientarnos sobre el sentido del mundo y de nuestra vida, para saber quiénes somos y qué tenemos que hacer y qué podemos esperar, qué será de nosotros. "Las preguntas definen las tareas, expresan problemas y delimitan asuntos. Impulsan el pensar hacia adelante. Las contestaciones, por otra parte, a menudo indican una pausa en el pensar. Es solamente cuando una contestación genera otras preguntas que el pensamiento continúa la indagación. Una mente sin preguntas es una mente que no está viva intelectualmente. El no hacer preguntas equivale a no comprender… Las preguntas superficiales equivalen a comprensión superficial, las preguntas que no son claras equivalen a comprensión que no es clara. Si su mente no genera preguntas activamente, usted no está involucrado en un aprendizaje sustancial… Cuestionar en una mente viva y "aprendiz" nunca termina. Las preguntas se transforman. Las preguntas generan más preguntas. Estimulan nuevas maneras de pensar, nuevos caminos para seguir mientras nosotros analizamos, evaluamos el pensar, mejoramos nuestro pensamiento… Cada campo intelectual nace de un grupo de preguntas esenciales que impulsan la mente en la búsqueda de unos hechos y una comprensión particular… Cada campo se mantiene vivo solamente hasta el punto que se generan preguntas nuevas y éstas se toman en serio como la fuerza que impulsa el pensamiento. Para pensar en algo y volver a pensarlo, uno debe hacer las preguntas necesarias para pensar lógicamente sobre eso, con claridad y precisión…"[387]. El pensamiento filosófico, de acuerdo con Walter Riso, vive y consiste fundamentalmente en el intercambio de preguntas y de respuestas. La pregunta se refiere a la última esencia y a las más profundas raíces de una realidad. "Aunque las preguntas y respuestas van juntas y cada una depende de la otra, ambas se complementan y alteran dependiendo de la situación: hay momentos en que la resolución de problemas es fundamental para la supervivencia y hay ocasiones en que las preguntas son más importantes que las respuestas"[388]. Riso agrega que las preguntas fundamentales de la vida (¿Quiénes somos o cómo hemos de vivir?) siguen vigentes. Las preguntas fundamentales sobre la propia existencia -enfatiza Riso-, el sentido de la vida, la felicidad, la libertad interior, la relación con el cosmos no son una moda pasajera, son las preguntas que nos hacen humanos y de las que no podemos prescindir. Con respecto a la libertad interior, lo que nos da ésta frente a los intentos de someternos a la servidumbre espiritual "es nuestra decisión de vivir en la verdad y de la verdad, consagrarnos a hacer el bien, admirar la belleza y encarnarla en nuestra vida, practicar la justicia incondicionalmente"[389]. El profesor Miguel Ángel Ruiz García precisa que la filosofía consiste en la sana costumbre de hacer preguntas y conservarlas. "La filosofía tiene un puesto importante en la existencia porque sirve para ella misma, para sus propios fines. Y siendo libre de todo tipo de servidumbre (poder, fama, prestigio), de su contemplación desinteresada de la verdad surge su capacidad para romper esquemas y hacer sujetos libres de los prejuicios de sus propias teorías, suposiciones y supuestos científicos. Lo que no pertenece a la filosofía no pertenece a la vida. Cuando perdemos el sentido de la vida hemos perdido también el sentido de la filosofía y cuando perdemos el gusto por la filosofía, lo que en realidad hemos perdido es el gusto por la elegancia de vivir, que es la cosa verdaderamente útil que nos deberíamos conceder. Pero, ¿cómo recuperar el gusto por la filosofía si la gente se hastía porque no sabe cómo llenar su vida cuando le toca esperar un minuto?"[390]. ¡Ah, si supieran esperar y contemplar! "Con que mires, observaras mucho", sentencia el proverbio.

El filósofo debe preguntarse, ya que el preguntar filosófico es la actitud por la cual el hombre adquiere distancia de lo cotidiano. Y la adquiere precisamente al dedicarle mayor atención. En todo ello queda comprometido el hombre que se admira, ya que este -al preguntarse- se cuenta por lo que sobrepasa la cerrazón factual de su existencia. Por su apertura a las cosas, bajo la formalidad de realidad, el hombre puede interrogarse acerca de ellas y sobre él mismo. "El filósofo alemán Emmanuel Kant decía que la gran mayoría de los problemas de los seres humanos derivan, no de las respuestas que se dan, sino de las preguntas que se hacen. Hacerse preguntas, cuestionarse, dudar, es una característica humana muy importante porque es la que en gran parte ha llevado al desarrollo de la humanidad. Los avances en la ciencia, la tecnología, la medicina, entre otras, se han dado gracias a la curiosidad de los seres humanos y al interés por adquirir un mayor conocimiento y bienestar. En el campo de las matemáticas, de la física, de las "ciencias duras", son importantes las preguntas que impulsan a los seres humanos a buscar una respuesta. El problema es que en el mundo de las relaciones humanas, de la vida humana, muchas de las preguntas que se hacen las personas no tienen una única respuesta, o más aun, no tienen respuesta. Y esa falta de respuestas engendra con frecuencia más dudas e interrogantes que, como la pregunta inicial, tampoco tienen respuesta, y esta incertidumbre termina generando en las personas sensaciones como angustia, ansiedad, desesperanza y miedo, que pueden volverse insoportables"[391].

El hombre es el único animal que se pregunta; vive preguntándose y preguntando a los demás. Por ser el hombre conciencia abierta a lo real, es esencialmente preguntón. "No se puede vivir como persona sin pensar, sin filosofía de preguntas, de respuestas o, al menos, sin la búsqueda de respuestas"[392]. Sus preguntas no son algo periférico. El Hombre queda envuelto en la pregunta, es él mismo pregunta o interrogante siempre abierto. "Filosofar, según Heidegger, consiste en preguntar por lo extraordinario… y no sólo es extraordinario aquello que se pregunta, sino el preguntar mismo… Todo preguntar es un buscar. Todo buscar tiene su dirección previa que le viene de lo buscado… El preguntar tiene, en cuanto preguntar por… aquello que se pregunta. Todo preguntar por es en algún modo preguntar a…" Kart Rahner señala que "toda pregunta tiene un de donde, un principio de una posible respuesta de ella misma". La filosofía es pregunta y vive en la pregunta, "en la incógnita alojada en la raíz de la vida, y en la búsqueda de la sabiduría que es mucho más que conocimiento", dice Alejandro Serrano Caldera[393]y agrega que mientras haya pregunta habrá filosofía. "Existen preguntas que para la felicidad y satisfacción en la propia vida del ser humano, son de gran importancia y que tan solo la filosofía puede afrontar"[394].

El mundo moderno está más interesado en las respuestas que en los procesos de pensamiento que hay tras la respuesta. Este estilo de vida impide al hombre percatarse de su triste condición humana, de su falta de libertad. "Yo no creo que plantear dudas y preguntarse sea una enfermedad. Lo que es una enfermedad es obedecer a ciegas sin preguntarse nada"[395]. No puede desarrollar y fortalecer su conciencia crítica. La conciencia crítica es el carácter de una persona cuyo hábito de conducta procede a una crítica de los datos del problema antes de formular su opinión o de actuar conforme a un fin. "Se señala en oposición a la idea de conciencia no crítica o vulgar, en la que se da por sentado la "objetividad" del conocimiento sin más y en la que los prejuicios sociales, como creencias, actúan como evidencias cognoscitivas prácticas y fuente de conocimiento y de la acción sin ponerlas en cuestión respecto a un contenido objetivo"[396]. Ya nos decía Hegel, disintiendo de la concepción estática del universo, que el mundo es un mundo extrañado y falso en tanto el hombre no destruya su muerta objetividad y se reconozca a sí mismo y a su propia vida "detrás" de las formas fijas de las cosas y las leyes. "Cuando el hombre, finalmente, alcanza esta autoconciencia, está no sólo en el camino de la verdad sobre sí mismo, sino también sobre su mundo… El Hombre ha aprendido que su propia autoconciencia está tras la apariencia de las cosas; se propone ahora realizar esta experiencia para demostrar que es el dueño de su propio mundo"[397].

¡Eso sí, hay que reconocerlo: la filosofía es una ciencia difícil! Requiere esfuerzos. "Nada importante es regalado al hombre; antes bien, tiene él que hacérselo, que construirlo", sentenció el filósofo José Ortega y Gasset. La filosofía comienza exigiendo un esfuerzo, continúa exigiendo más esfuerzos y termina exigiendo más esfuerzos. Donde casi todo se pone siempre en tela de juicio, donde no rige ningún supuesto ni método tradicional, donde hay que tener siempre ante los ojos los complejísimos problemas de la ontología, el trabajo no puede ser fácil. "La ontología o metafísica es el núcleo de la filosofía, ya que se ocupa nada menos que del mundo: de las cosas y sus cambios"[398]. La metafísica estudia e investiga lo que está más allá del mundo natural; su esencia es el ser de las cosas. La metafísica, como estudio riguroso o investigación intuitiva del universo, realidad o naturaleza, buscando su estructura y el fondo de lo existencia, consiste en determinar qué tipos de sustancia existen, es decir, qué objetos componen la realidad. Indaga reflexivamente y con profundidad sobre los fundamentos primeros y últimos de las cosas, el hombre y la cultura. Estudia el fondo o estructura de la realidad. El pensamiento metafísico busca la esencia de la realidad mediante el uso de la razón y, sobre todo, con el esfuerzo de la intuición, sin acudir al apoyo de los sentidos. La metafísica como raíz del árbol de la ciencia, "tiene como tarea elaborar el objeto propio de las ciencias, pues ella es el campo en donde se han de construir los conceptos con que trabajan las disciplinas particulares: esos conceptos son precientíficos, no porque sean ingenuos, sino porque son previos a la actividad propiamente científica"[399]. El estudio de la filosofía requiere de un esfuerzo continuo para analizar, interpretar y explicar de una manera lógica las creencias y valores humanos. "¿Qué puede ser la enseñanza de la filosofía, sino la de la libertad y de la razón crítica? En efecto, la filosofía implica el ejercicio de la libertad gracias a la reflexión. Se trata, por ende, de juzgar sobre la base de la razón y no de expresar meras opiniones, no solo de saber sino también de comprender el sentido y los principios del saber, de actuar para desarrollar el sentido crítico, baluarte por excelencia contra toda forma de pasión doctrinaria"[400].

Fernando Savater[401]aclara que a las preguntas sobre la vida, la muerte, la verdad, el universo, la libertad, la belleza, el conocimiento, el sentido de la vida, etc., la filosofía no pretende darles una respuesta definitiva, sino que sigue enseñando a plantearlas de manera rica y significativa, mientras avanza respuestas tentativas para ayudarnos a convivir racionalmente con ellas. Walter Riso aclara que la filosofía no siempre brinda soluciones concretas, pero abre puertas que conducen a nuevas maneras de ver el problema. La filosofía -señala José Luís Dell"Ordine- es el descubrimiento de un horizonte de preguntas ineludibles. Volverse de espaldas a ellas es renunciar a ver, aceptar una ceguera parcial, contentarse con lo penúltimo. Significa, pues, la filosofía un incalculable enriquecimiento del mundo. Es además una disciplina moral: la exigencia de no engañarse, de no aceptar como evidente lo que no lo es. (Sin que esto quiera decir que hay que rechazar lo que no es evidente, porque muy pocas cosas lo son.) Es sobre todo, una llamada a la lucidez, a ese "señorío de la luz sobre las cosas y sobre nosotros mismos", de que hablaba Ortega y Gasset. Y con ello, una llamada a la autenticidad, a la verdad de la vida, a ser cada uno quien verdaderamente pretende ser. Entre muchas certezas y conocimientos, necesitamos una certidumbre radical, tenemos que buscarla, si queremos vivir como hombres lúcidamente, y no a ciegas o como sonámbulos. La filósofa Mónica Marcela Jaramillo, de la Universidad Industrial de Santander, nos dice que nunca ha parecido más urgente emprender una reflexión común sobre la importancia de la filosofía y de la actividad filosofante, que en el difícil contexto de una aguda situación de crisis política y social.

Son muchas las preguntas que surgen a la hora de hablar de "enseñar" filosofía: "¿Enseñar filosofía aun cuando el mundo parece que no quiere más que soluciones inmediatas y prefabricadas, cuando las preguntas que se aventuran hacia lo insoluble resultan tan incómodas? Planteemos de otro modo la cuestión: ¿acaso no es humanizar de forma plena la principal tarea de la educación?, ¿hay otra dimensión más propiamente humana, más necesariamente humana que la inquietud que desde hace siglos lleva a filosofar?, ¿puede la educación prescindir de ella y seguir siendo humanizadora en el sentido libre y antidogmático que necesita la sociedad democrática en la que queremos vivir?"[402]. Estos interrogantes nos indican que la materia tiene demasiada importancia en el proceso de formación del estudiante, debido a que lo enseña a pensar crítica y reflexivamente. "Y la filosofía, que por definición, por etimología y por esencia, se describe a sí misma como amor a la sabiduría, tiene el objetivo fundamental de enseñarnos a pensar, a discurrir con la cabeza, a formar criterio, a tener espíritu crítico y, por lo tanto, a tener personalidad, a saber discutir con argumentos. Forma mucho a la persona. La filosofía es la disciplina que nos ayuda a buscar la verdad con el único concurso de la razón natural. Porque la mayoría de las grandes cuestiones (por no decir todas) que preocupan siempre a la humanidad han sido pensadas y abordadas ya por los filósofos: cada uno ha dado su respuesta, ha sido rebatido, matizado, defendido o ampliado por otro, y conocer todo esto nos ayuda enormemente a amueblar nuestra propia cabeza, a formar nuestras propias ideas y actitudes con lo mejor de los argumentos de unos y de otros. Prácticamente todas las ideas de uno y otro signo que encontramos hoy en la calle, más escépticas, optimistas, etc., han sido dichas y discutidas también años atrás (o siglos atrás) por los filósofos, de modo que conocerlas todas nos aporta una poderosa arma para la dialéctica, esto es, para saber discutir con precisión y para superarlas con nuestro propio pensamiento. De manera que si usted desea ser un buen retórico o un buen dialéctico, a lo mejor tiene que empezar por ser un poco filósofo, por conocer bien la filosofía"[403].

La falta de una sólida estructura filosófica es la responsable de que la formación filosófica de nuestra juventud se haya convertido en reproche unánime y ya indiscutible. "La casi totalidad de nuestros bachilleres se contentan con una muy superficial ilustración filosófica, pues ella les basta para superar con éxito un examen. Para casi todos, la filosofía es, dentro del bachillerato, la asignatura más tediosa, más difícil y hasta la más inútil para su vida. Después, cuando el joven se le planteen serios problemas que comprometen su ideología y su credo religioso, lo vemos inseguro, persuadido de que no puede discutir en filosofía y de que lo aprendido en el bachillerato ya no vale. Sin fundamentos y desorientado, opta por un escepticismo ruinoso, sin saber qué defiende ni por qué sostiene determinada doctrina"[404]. Entonces, es tanta la necesidad de encontrar salidas mágicas a su existencia, que cualquier escape le parece bueno. No le importa que tan delirante, tonta o poco sustentada sea la alternativa; con tal de llenar el vacío existencial, todo vale. Por esto no surge en el joven un escepticismo sano y creativo del que investiga y no traga entero. No surge en él la duda motivadora que lo empuje a profundizar. No existe para él una fluctuación momentánea que lo lleve a mirar el otro lado de las cosas. No se advierte en él una duda racional, que es inseparable de la auténtica libertad de pensamiento, para que se atreva a discutir y a cuestionar las opiniones establecidas. "La duda es el punto de partida de la filosofía moderna, la necesidad de acallarla constituyó un poderoso estímulo para el desarrollo de la filosofía y de la ciencia modernas… La duda misma no desaparecerá hasta tanto el hombre no supere su aislamiento y hasta que su lugar en el mundo no haya adquirido un sentido expresado en función de sus humanas necesidades"[405].

Esta preocupante realidad insta a los intelectuales a advertir que "si nuestros jóvenes no quedan sólidamente formados en filosofía, apenas estarán capacitados para superar cualquier examen oficial, el que muchas veces se limita a pedir nociones escuetas y cuestiones insustanciales e inconexas que mal pueden significar la contextura ideológica del alumno. En cambio, quien estuviere sólidamente fundado en filosofía estará capacitado no sólo para dar cuenta de lo que allí se pregunte, sino también para mostrar un pensamiento consistente y personal; es decir, una filosofía asimilada"[406]. Se recalca la importancia de enseñar a pensar, a juzgar o valorar, a discutir y a desentrañar el contenido de las ideas, equipando la mente del estudiante con una actitud crítica y abierta a la problemática actual. La filosofía le debe permitir al discente "pensar, discurrir, juzgar y sintetizar"[407].

A pesar de que algunos escépticos sostienen que de lo único que podemos estar seguros es de la incertidumbre, porque lo único que podemos afirmar es que nada podemos afirmar, es en la incertidumbre en donde debemos buscar el valor de la filosofía. "El hombre que no posee un gusto por la filosofía va por la vida maniatado por los prejuicios que provienen del sentido común, de las creencias habituales de su generación o de su país, y de las convicciones que se han arraigado en su mente sin la ayuda o la conformidad de una razón deliberada. Para este tipo de hombre el mundo tiende a ser definido, finito, obvio; las cosas corrientes no le suscitan interrogantes, su mentalidad rechaza desdeñosamente las posibilidades que no le son familiares. Por el contrario, tan pronto como empezamos a filosofar, descubrimos que aun las cosas cotidianas suscitan filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la respuesta verdadera a las dudas que suscita, puede sugerir muchas posibilidades que amplíen nuestros pensamientos y los liberen de la tiranía de la costumbre"[408]. Sólo quienes no desean saber el porqué de las cosas desdeñan la filosofía. "Un espíritu simplón puede pasarse la vida extrañándose de las cosas más banales y corrientes sin llegar nunca a filosofar. Es verdad, el pensamiento filosófico está más lejos de la conciencia rústica que se queda boquiabierta ante los tranvías y las luces de neón de la ciudad, que del hombre urbano cuya mente no es extraña al lenguaje de la ciencia y, quizá sin saberlo, interprete la realidad racionalmente gracias a las categorías de este lenguaje"[409]. Ernesto Sábato, refiriéndose al reconocido poeta Paul Válery (un aparente detractor de la filosofía), señala lo siguiente:

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20
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