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En las llanuras del Camagüey II. El relincho del caballo negro



Partes: 1, 2

  1. Los tres monteros negros de Dolores Cruz
  2. La curva de la viuda
  3. El relincho del caballo negro

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Los tres monteros negros de Dolores Cruz

Una mujer joven de andar cadencioso y vestida completamente de negro bajo un manto transparente del mismo color, que dejaba entrever una boca sensual y un pelo largo, lacio y negro, subió los dos escalones de la calle central del pueblo para acceder al andén de la estación de trenes y se encaminó con paso resuelto hasta la taquilla donde un hombre mayor, somnoliento, en espera del último tren de medianía que llegaría una hora después, se encontraba en un estado intermedio entre el aburrimiento, el despertar y el sueño. La joven se dirigió a él: – Quiero un pasaje para el tren especial que va para la Habana.

– Usted está equivocada, – le respondió el empleado – ese tren no tiene parada en este pueblo, es expreso, sólo para en las capitales de provincia, Camagüey, Santa Clara y Matanzas.

– Expídame el boleto, él parará hoy aquí.

– Señorita, le repito que este tren no hará ninguna parada aquí, nunca la ha hecho, salvo que venga el mismísimo Presidente de la República.

– No vendrá el Presidente, pero él hoy parará.

– Le repito que no lo hará, yo llevo trabajando aquí desde los inicios del ferrocarril, y desde que hace unos años inauguraron este tren nunca ha parado aquí, pero si usted se obstina se lo expediré, pero vea que después de comprado, si lo devuelve le descontaré la mitad del precio del boleto, como está establecido.

– Expida el billete, que lo demás es asunto mío.

Al fin, ante tanta insistencia, el empleado de mala gana expidió el billete de viaje en primera clase hasta la capital.-Son 5 pesos, – dijo. -La joven sin inmutarse efectuó el pago y se guardó el boleto en su cartera. – ¿Qué tiempo falta para que llegue?, – preguntó, – unos 20 minutos, es muy puntual. – Lo esperaré aquí sentada. – y se alejó tranquilamente hasta un banco de tablillas barnizado que se doblaba en un "U" en el respaldar de la parte superior recostado a una de las paredes de aquel casi cuadrado perfecto salón de pasajeros.

"Mire que hay gente loca por ahí", pensó el dependiente, "la única vez que este tren paró aquí fue en las elecciones de 1916 por una fuerte campaña entre Mario García Menocal y Alfredo Zayas y Alfonso, en que al final parece que ganó el segundo, pero gobernó el primero, cosas que pasan en esta dichosa Isla.

-La joven acomodó su cabeza sobre el banco, no era muy alta, por lo que pudo hacerlo, si no la cabeza se hubiese recostado a la pared, puso un neceser gris que traía sobre sus piernas y una pequeña maleta de piel marrón a sus pies y se sentó a esperar pacientemente la llegada del expreso.

Poco antes de los 20 minutos, se oyó el fuerte silbido del tren que se acercaba, y el empleado por instinto levantó la cabeza para observar la escena, no para burlarse de la joven, sino para demostrarle que estaba equivocada pues el tren solo disminuiría la marcha para que con la habilidad acostumbrada, uno de los maquinistas recogiese con la mano extendida el pequeño cesto, con la correspondencia de importancia que comúnmente se enviaba para que llegara con urgencia a la capital y las incidencias de los próximos tramos de vía.

El monstruo de acero comenzó a disminuir la velocidad como era acostumbrado, pero el empleado notó que lo hacía más de lo debido, "tendrá un problema", pensó, pero el tren frenó de lleno y se abrió una de las puertas del tercer compartimiento de pasajeros por el que la misteriosa joven vestida de negro subió lentamente como si la esperaran arriba, luego de mirar para atrás, hacia la taquilla del empleado de trenes asombrado y con ojos incrédulos, pues no podía creer lo que estaba ocurriendo.

El tren comenzó a moverse de nuevo, desprendiendo nubes de vapor por todas partes, tomó velocidad y se alejó velozmente sobre los rieles de hierro de las vías paralelas, que se perdían en la llanura hasta el infinito. Poco más de siete horas después arribó al andén de la estación de trenes de la Habana, luego que la locomotora pujase por ascender las elevadas líneas para entrar a dicha estación. La joven fue una de las últimas en descender y se dirigió resueltamente a la piquera de coches de alquiler, se subió al primero que encontró libre y ordenó imperativamente al chofer, – lléveme al Hotel Inglaterra. – Era muy entrada la madrugada y el conductor con ojos enrojecidos y somnolientos se dispuso a cumplir su encargo, aunque un poco disgustado pues el trayecto era corto y hubiese deseado un viaje más largo, hasta la Víbora, o Marianao, o incluso hasta el Vedado, pero por la forma de vestir de la joven y como iba para un buen hotel, pensó que podría recibir alguna propina, como en efecto ocurrió.

Al llegar al fastuoso hotel de estilo neoclásico, un joven negro con el típico uniforme de portero, se acercó a la joven para auxiliarla con el equipaje, pero ésta lo rechazó, – puedo valerme sola, -dijo y caminó se resueltamente hasta el mostrador de la recepción donde un empleado de rostro y cara afilada le preguntó sobreactuando la entonación de sus palabras para mostrar cierta distinción. – ¿En que puedo ayudarla señorita?

– Tengo una habitación reservada.

– Perdone, pero ya han llegado todas la reservas, tendré que revisar si queda algo libre.

– No es necesario, revise bien, hay una habitación reservada a nombre de Dolores Cruz.

– Un momento por favor, ¡ah sí!, ¿pero cómo no me he dado cuenta?, sí, la habitación 313, lo siento, -dijo el recepcionista mostrando cara de preocupación, no tanto por el desliz del error como que esa habitación generalmente no la estaban alquilando, por que habían ocurrido sucesos trágicos en los últimos meses, primero, un día 13, seis meses atrás, un joven se había suicidado por un disparo en la sien motivado, al parecer, por un amor mal correspondido y tan sólo tres meses después, también un día 13, la joven por la que se había quitado la vida se lanzó al vacío sobre el duro cemento de la acera, tal vez por sentirse culpable, lo que era suficiente si le sumamos lo de 13 al final del número de la habitación para que se considerara un sitió maldito o embrujado, en épocas y lugares donde abundaban los misterios, muertes y apariciones.

El empleado, quedó aun más preocupado al notar la vestimenta, aparentemente de luto de la joven y que no había podido siquiera ver su rostro, pues no se había levantado el velo para dirigirse a él.

Le dio la llave y llamó al botones para que la acompañara, pero ella rehusó de nuevo, -no hace falta, yo sé donde está la habitación, – y se dirigió al ascensor, sin dar tiempo al recepcionista de responder. Cómo estaba asombrado y perplejo por lo que había visto, y como no recordaba un hecho así en los años que llevaba allí trabajando, buscó y rebuscó en el diario de anotaciones de los clientes alojados en el Hotel en muchos años, pero no encontró el de Dolores Cruz por ninguna parte. Por lo que se quedó muy preocupado el resto de la madrugada y al entregar el turno en el horario de la mañana a su relevo, una joven de cara bonita, delgada y de ademanes ligeros, le informó de lo sucedido, pero ésta le dijo: – ¡Ah sí!, y no le hizo el menor caso pues bastante trabajo tendría en el resto del día, para cargar con las preocupaciones de los somnolientos y aburridos empleados del turno de noche.

La joven Dolores Cruz, al llegar a la habitación, no deshizo su pequeño equipaje, ni se desvistió siquiera, se tiró de espaldas a la cama y se quedó profundamente dormida, aunque por debajo del velo se le notaba como una leve sonrisa, que se fue apagando en la medida que el sueño se fue apoderando de ella. Se despertó pasadas las nueve, había dormido unas pocas horas, pero suficientes para recobrar fuerzas. Pidió que le sirvieran el desayuno en la habitación, sencillo, de café con leche y tostadas con mantequilla y un café fuerte; y mientras llegaba el servicio llenó la bañera de agua tibia, vertió polvos de jabón oloroso en el agua y se dispuso a darse un baño reparador.

Sobre las diez estaba vestida de nuevo con su traje negro y su rostro también cubierto por el velo, y sobre su cabeza un sombrero negro, adornado con unas rosas en cruz que semejaba más bien una corona de difuntos que el objeto para protegerse del sol. Pidió un coche de alquiler en la recepción y le ordenó al conductor, – hasta el Castillo del Príncipe, por favor.

El chofer condujo el vehículo, dirigiéndolo por la calle hacia las afueras del Vedado, barrio aledaño donde se encontraba el castillo en cuestión, que en definitiva era una fortaleza y cárcel desde hacía mucho y donde se encontraban alojados presos comunes por diferentes delitos, generalmente de sangre. Una vez concluido el trayecto, al efectuar el pago le dijo al chofer, – venga a buscarme dentro de una hora. – ¿Usted cree que habrá terminado en ese tiempo? – le preguntó, pues en algunas ocasiones había trasladado personas a este edificio y dada la importancia que se daba la burocracia militar de la época, o lo complicado de la gestión, o si era una visita a un recluso, generalmente se demoraban tres o cuatro horas, e incluso más.

– En una hora habré terminado, respondió la mujer lacónicamente, viró la espalda y salió caminando con su andar femenino y cadencioso hasta las altas rejas del edificio. Allí, interrumpió su paso el centinela de turno al que dijo, – vengo a ver al Director de la cárcel, tengo una cita con él.

El guarda, que generalmente se daba su tiempo pues todos decían algo semejante, y la dirección de la penitenciaría les daba todas las largas posibles, e incluso muchas veces no atendía al visitante, se demoró en llamar, por lo que la joven le dijo:

– Llámelo de inmediato, no dispongo de mucho tiempo, dígale que es Dolores Cruz, y vengo de Camagüey.

El guarda no demoró más su gestión tal vez por oír la palabra Camagüey, lugar lejos de la capital, o por la actitud soberbia y arrogante de la visitante. Llamó directamente a la dirección de la penitenciería donde el oficial de turno le dijo que el Director se encontraba ocupado, aunque realmente se encontraba hablando de política con su segundo, un teniente joven, de rostro severo.

Está ocupado dicen.

– Sólo dígale al oficial de guardia que si no quiere que lo manden a trabajar para los mismísimos "Remates de Guane", trasmita el recado y para usted lo mismo.

El joven guarda se sintió algo preocupado, volvió a llamar y esta vez el oficial, algo contrariado, pues sabía que a su jefe no le gustaba que lo interrumpieran cuando estaba con alguien reunido, aunque estuvieran hablando cosas banales como ésta, o de pelota, o de cualquier tontería, abrió la puerta de la oficina y le dijo al Director, – Capitán una tal Dolores Cruz, de Camagüey, dice que tiene cita con usted.

– Sí, pero como no me lo había dicho, hágala pasar de inmediato. Teniente, luego terminamos el tema y a los reclusos de la trifulca me los deja tres días sin salir al patio sin comida, y sólo un jarro de agua por día.

Una vez recibida la orden de sus superiores, el joven guarda abrió las rejas e indicó a su compañero de turno que condujera a la mujer a la oficina del Director de la prisión. En esta ocasión la joven aceptó la compañía pues había que caminar un largo trecho por los pasillos y estancias siempre en penumbras de la antigua fortaleza colonial.

Al llegar a la oficina del Director de la cárcel, éste la esperaba en la puerta y la mandó a pasar de inmediato. Ya dentro de su oficina le pidió que se sentara en un sillón frente a él detrás de su mesa llena de papeles ordenados.

– Es más fácil ver al Presidente que a usted, -le espetó la mujer en forma de reproche.

– Es que viene mucha gente a molestar, casi no nos dejan trabajar y la labor con los reclusos es muy complicada, -dijo el funcionario como forma de disculparse.

– Entiendo, pero no tengo mucho tiempo.

– Pero venga, dígame que es lo importante que tiene que decirme sobre la salud de mi mujer y que usted dice que tiene la forma de curarla.

La esposa del capitán era una mujer encantadora y de buena familia a quien éste le debía todo lo que era en la vida, pues en su juventud era un pobre recluta llegado sin recursos del oriente del país, y gracias a ella y la influencia de su padre, un coronel del ejercito, ahora retirado, había podido acceder a la Academia Militar y graduarse como oficial. Desde hacía poco más de un año ella había contraído una enfermedad desconocida que le impedía mover los pies y caminar, por lo que estaba postrada todo el tiempo en la cama y ya comenzaban a salirle úlceras en la piel de tanto estar recostada y todo indicaba que su mal no tenía cura; pese a las múltiples gestiones que se habían hecho con médicos ilustres de la capital y curanderos, incluso con los santeros de Regla Guanabacoa. Pero la mujer seguía postrada en la cama, o en un sillón. Por eso, una semana antes, al recibir una llamada telefónica de una mujer que se llamaba Dolores Cruz, y que decía que tenía los medios para curar a su esposa, había accedido a la entrevista y estaba deseoso por conocerla, pues cualquier gestión que hiciera le parecía poco por el bien de su mujer.

– Mire capitán, lo que tiene su mujer no es obra de este mundo, y quienes único lo podrán solucionar son los que lo causaron y están en el más allá, todos ellos por su culpa, por el daño que les hizo en vida a ellos y sus seres queridos, pero quien está pagando por usted es ella, pues lo quiere tanto y su espíritu es lo suficientemente bondadoso como para sacrificar hasta su vida por usted, lo que usted por cobardía y falta de valor no sería capaz de hacer por nadie, ni siquiera por ella.

El capitán jamás había recibido una andanada de insultos de tal magnitud, ni siquiera cuando niño, ni cuando era un simple y mísero recluta llegado a menos cuando llegó del interior de la Isla, por lo que nada más salir de la sorpresa la increpó duramente.

– Pero quién la autoriza a usted a juzgar mi vida y mis actos, soy un oficial con una hoja de servicios intachable en el ejército y no le permito que me hable así.

– Pues lo va a permitir, porque quien único puede curar a su mujer y librarla de los males que tiene provocados por su culpa soy yo, y permítame que le aclare la memoria. Su hoja de servicios no está tan limpia como usted pretende aparentar, o quiere que le recuerde los desmanes que cometió en Santiago de Cuba en la guerrita de las razas, allá por 1912, en que puede que faltaran guásimas para tanto negro ahorcado, o lo que hizo con aquel joven moreno hace apenas un año cuando por el solo hecho de robar en una tienda alimentos para dar de comer a su familia, usted lo trasladó a una celda con los más peligrosos delincuentes comunes, donde no duró ni una semana, y su madre y hermano pequeño se mueren de hambre en una mísera chabola a las afueras de la Habana alimentándose de lo que encuentran en los basureros. Sí, usted es el único responsable y el que debiera, si tuviera valor, desde hoy comenzar a saldar sus deudas de culpabilidad.

El oficial se hallaba furioso con la cara enrojecida por la ira, y sin poderse contener le dijo – salga de aquí inmediatamente porque si no la voy a encerrar en un calabozo del que no saldrá nunca jamás.

– Sí, me voy, ¡ah!, pero una cosa más, si el estado de su mujer no es peor, es porque desde hace algún tiempo me estoy tomando el problema como mío, y estoy aplacando las voces del más allá que imploran su castigo, pero ante su actitud deleznable no puedo menos que mantenerme, a partir de ahora sin hacer nada, esperando ver como no solo ella empeora, sino todo lo que humanamente quiere en este mundo y hasta usted mismo. No vendré más por aquí y si usted quiere verme, en lo que queda de semana estaré hospedada en la habitación 313 del Hotel Inglaterra, allí podrá encontrarme.

– Váyase, váyase, cuanto antes; oficial acompañe a la señorita hasta la puerta y no la quiero ver más nunca por aquí.

La joven sonrió levemente al oficial subalterno y lo acompañó hasta la salida en el mismo momento que llegaba el coche que la había trasladado anteriormente hasta allí, con el chofer sorprendido por la exactitud del pronóstico de la extraña mujer.

– ¿Resolvió a lo que vino?, -preguntó formal, pero ingenuamente el chofer. – Hoy no, pero se resolverá en los próximos días. Ahora lléveme hasta la Iglesia de la Virgen de Regla tengo una promesa que cumplir, pero antes indíqueme donde comprar unas flores, las más lindas y hermosas que haya.

Tres días después, de la recepción del Hotel Inglaterra llamaron a la habitación de Dolores Cruz, un oficial del ejército rogaba verla con urgencia. – Bajaré en unos minutos, -contestó.

Aunque estaba arreglada como si esperara esta visita, antes de salir tomó una hoja de papel de carta de las que disponía el Hotel en las habitaciones para que los huéspedes que necesitaran enviar una misiva las tuvieran a mano, tomó un bolígrafo y escribió tres nombres masculinos: Margarito de la Caridad Cuesta, José María Echenique y Genaro Benitez. Dobló el papel cuidadosamente y tomó el ascensor hacia el piso bajo donde el Director de Prisiones, sólo y sin escolta la estaba esperando.

El Capitán al verla se apresuró en llegar hasta ella, le pidió humildemente disculpas y le rogó que la acompañara a una mesa del lujoso restaurante, pues le estaban ocurriendo cosas que tal vez ella fuera la única que podría explicar y solucionar. En menos de tres días su mujer había dejado de mover los brazos y había sufrido una parálisis facial que no la dejaba siquiera tomar alimento, por lo que de seguir así dudaba que pudiese continuar con vida mucho tiempo. Él, personalmente, todo lo que comía lo vomitaba con fuertes espasmos en el estómago que lo hacían doblarse de dolor; y su vida profesional había dado un vuelco desastroso, su suegro, el Coronel se había enterado de los sucesos de Santiago de Cuba, cuando "la guerra de razas de 1912" y los desmanes y crímenes en que estaba involucrado, de momento no los había divulgado, por su hija, pero de pasarle algo a ésta no pararía hasta llevarlo a los tribunales donde seguramente sería condenado por lo civil y lo militar, y no se concebía como recluso de una cárcel. Además, le había retirado su apoyo y su amistad; y dudosamente podría continuar con su puesto, sin su ayuda. El día anterior, incluso, le habían comunicado oficialmente que recibiría una visita de supervisión del Ministerio de Justicia ante ciertas informaciones que se habían filtrado por la prensa de abusos a los reclusos, incluso físicos, desvío de recursos y otros males relacionados con el funcionamiento del penal; y por supuesto él estaba dispuesto ha hacer todo lo necesario para parar todo aquello y no sabía a ciencia cierta si esto se debía a la propia Dolores Cruz, o era obra de la casualidad o el destino.

– Mire Capitán, aunque no merece este nombre, ni el rango, ni nada bueno de lo que lo rodea, le dije que me había tomado el caso por mi mano para solucionarlo, curar a su pobre esposa y ver si su malvada alma tenía posibilidades de salvación, pero su actitud de soberbia indolente y el odio que tiene acumulado sin ninguna razón, hicieron que desistiera de mi actitud y dejara que libremente se desencadenaran las fuerzas ocultas destinadas a castigarlo, que usted desató y que justamente se han precipitado por su malévola actuación.

– Pero es que estoy muy confundido, ahora mismo me siento muy mal y no sé ni que hacer.

– Sus confusiones no son de ahora, comenzaron desde el mismo día en que procedió a ejecutar a aquellos negros inocentes en Santiago de Cuba, y en que se despreocupó de los pobres reclusos sometiéndolos a los más viles castigos y despojándolos de su dignidad y condición de seres humanos. Hasta ese momento usted no se mostraba confundido y sabía cómo actuaba y tenía esperanzas y disfrutaba de una familia y mujer encantadoras, pero esto ahora no es así, y yo no soy Dios para darle salvación, solo mis fuerzas me permiten interceder con las buenas almas del más allá para salvar a su mujer, que es inocente de todo esto y su único pecado es haber confiado en un hombre portador de tan bajos instintos. Ya con este paso que ha dado hoy hará algo de bien a su alma y también acceder a mi ruego y única moneda a cambio, la libertad de tres hombres condenados injustamente por esta sociedad desigual, por haber respondido con la violencia a la propia violencia de los que los maltrataban y castigaban sin piedad, incluidos sus seres queridos.

– Y ¿qué puedo hacer? – preguntó el oficial con ojos llorosos, en una escena que no pasó desapercibida para los presentes, pues nunca habían visto llorar como un niño a un oficial del ejército en público.

Dolores Cruz extrajo de su cartera la hoja de papel de carta con los nombres de los hombres que había escrito en la habitación y se la alargó el oficial.

– Estos hombres cumplen largas condenas por crímenes de sangre cometidos en justa defensa de sus familiares más queridos, hijos, madres y esposas; cuando terratenientes, políticos, leguleyos tramposos y rurales de su misma estirpe los despojaron de sus pertenencias, violaron a sus mujeres y golpearon a sus madres, y una infinita lista de desmanes que no quisiera mencionar. Con acceder a esto ya comienza a saldar sus deudas con la sociedad, con los seres humanos, con los infelices y con usted mismo; y en su posición puede hacer mucho bien o al menos aliviar el dolor de los caídos, y verá entonces como poco apoco volverá a recuperar sus valores perdidos, su familia, usted mismo y su condición de ser humano. Y entonces, y solo entonces, regresará la esperanza y cesarán sus tribulaciones, pero eso llevará tiempo, o puede que no lo logré totalmente en lo que le quede de vida, por lo que tómese prisa y actúe con valentía y resolución. Como ve, todo depende de usted.

– Pero yo no puedo liberar a esas personas, están condenados por la justicia, sólo el Presidente o el Tribunal Supremo puede hacerlo.

No le pido exactamente que los libere, sino que haga lo mismo que hace con otros reclusos que envía a trabajar a las fincas de políticos y generales, en este caso solo tiene que ponerlos bajo mi custodia en el Camagüey, donde hace falta hacer tanto bien, donde ellos si estarán destinados a una causa justa.

– Veré lo que puedo hacer, pero ayúdeme.

– Lo ayudaré, sí, con mis escasas fuerzas y en la medida que usted se despoje del odio y empiece a hacer el bien a los demás.

– Esa tarde al llegar a su casa, el Capitán notó que había desaparecido la parálisis facial de su mujer, al día siguiente ya podía mover las manos y poco a poco también las piernas hasta que un tiempo después logró dar los primeros pasos. Mientras tanto, él se ocupó personalmente, superando numerosos obstáculos, en mejorar las condiciones de vida de los reclusos, lo que le ayudó a enfrentar de esta forma la supervisión a que fue sometido, sin necesidad del auxilio de su suegro. Un día fue a buscar a la madre y al pequeño hermano del joven al que por un pequeño hurto de alimentos habían condenado injustamente, les alquiló una modesta vivienda y se ocupó de ellos mientras tuvo vida y recursos para hacerlo, logrando una carrera militar para el pequeño.

Lo de Santiago de Cuba, cuando el conflicto racial, no pudo, o le fue imposible de subsanar, aquello ya era historia, pero en hechos como ese no participó más, aunque fue ejecutado por las masas populares en agosto de 1933 cuando cayó la dictadura del General Gerardo Machado.

Pero volviendo a los hechos relacionados con Dolores Cruz, poco después de la visita del Director de Prisiones, esa misma tarde, se encaminó hasta el Cementerio de Colón y paseó lentamente por las angostas calles del sacro recinto, deteniéndose con frecuencia en las tumbas de los difuntos, como si conversara con ellos y los conociera de toda la vida, pero lo más probable es que humildemente les rogara con palabras sinceras y sencillas que intercedieran por los seres humanos que en estos momentos tenían el don y la felicidad de la vida, para que la aprovecharan en hacer el bien a los demás, sobre todo a los más necesitados, con lo cual contribuirían a su propio bien.

Muy de tarde, casi al anochecer la recogió de nuevo el chofer de costumbre y la encontró pálida, demacrada, con signos de llanto en sus ojos, despojada del velo y el sombrero, con andar lento y tambaleante, y con la mirada perdida en el infinito. No quiso preguntarle por la impuntualidad en la hora acordada, e hizo bien, pues fue una de las pocas veces en que Dolores Cruz se equivocó en sus pronósticos, unas veces buenos y otros funestos.

Tres días después de la entrevista con el Capitán de prisiones, los tres negros: Margarito de la Caridad Cuesta, José María Echenique y Genaro Benítez, por buena conducta y otros pretextos, quedaron bajo la custodia de la señorita Dolores Cruz, para cumplir el resto de su condena en las sabanas y llanuras del Camagüey, en aparentemente obras comunales y sociales, pero en realidad para convertirse en sus guardianes y hombres de confianza en momentos en que bajo su personalidad bipolar, unas veces alegre y juvenil y otras dura, pero benigna y espiritual, los necesitara; luego de la muerte de su padre y hermanos por la epidemia de la influenza, que la dejaban sola en el mundo, a merced de muchos peligros y de la ambición desmedida de quienes querían apropiarse de sus bienes.

Dolores partió de regreso al Camagüey con aquellos gigantes de ébano, no sin antes pasar por un almacén de ropa hecha y comprar vestimentas de color negro como el que ella llevaba, pantalones, camisas, chaqueta y sombreros con los que los tres exreclusos vistieron siempre a partir de entonces, montando grandes y elegantes caballos de similar color, con los que recorrieron las inmensas llanuras del Camagüey.

Ya en el andén para regresar, al tomar el mismo tren expreso en que había arribado a la Habana, pidió billetes hasta el Central Camaguey, a lo que intentó corregir el dependiente de la taquilla del ferrocarril.

– Será a la ciudad de Camagüey porque en el poblado del Ingenio del Central Camagüey este tren no tiene parada, por lo que tendrá que optar por uno de segunda clase.

– No, dijo la joven, – quiero cuatro boletos para el Central Camagüey, al poblado de Piedrecitas y usted verá que el tren si para.

El empleado la miró con ojos perplejos y procedió a emitir billetes para el Central Camagüey, aunque estaba seguro que el tren no pararía y que tendrían después que desandar muchos kilómetros, luego que la veloz locomotora no se detuviera en la pequeña estación y siguiera rumbo a la ciudad de Camagüey, capital de provincia, donde sí tenía parada el tren. Pensó que en el mundo había gentes para todo, por lo que alargó los boletines a la joven, sin percatarse que se trataba de Dolores Cruz y si ella decía que el tren pararía que lo diera por hecho, como en efecto ocurrió horas después, cuando el tren hizo, por primera vez una parada en la pequeña estación de aquel ingenio condenado a desaparecer en pocos años y donde descendió lentamente con ademán y gestos seguros una hermosa joven vestida de negro, pero sin velo que le cubriera el rostro, y tres negros altos y fuertes que la escoltaban, que se darían a conocer desde entonces como "los tres monteros negros" de Dolores Cruz, la joven huérfana propietaria de una finca de ganado en las inmediaciones de las inmensas llanuras del Camagüey.

La curva de la viuda

El ingeniero Rafael Valdivia enfocó su teodolito para marcar la dirección correcta del nuevo tramo a construir de la carretera central en una región de las llanuras del Camagüey, en el centro del país. Hizo un gesto contrariado y preguntó al capataz de obras, Eliseo Socarras, si conocía el motivo del gran desvío que se haría a partir de ese tramo después de tantos kilómetros de recta por un paisaje llano y monótono, ideal para que le entrara el sueño o la modorra a los conductores; y que de buenas a primera les apareciera una curva peligrosa, de ángulo muy agudo, al vadear una arboleda en cuyo centro se hallaba una espaciosa casa de campo.

-No comprendo, no es necesario derribar la casa, ni siquiera destrozar toda la arboleda, podemos rozarla manteniendo los márgenes por los bordes sin necesidad de destruir nada, solo unos pocos metros después de la cerca. No entiendo el porqué de esta barbaridad.

-Ingeniero, no es necesario que comprenda, solo que sepa que esa es la tierra de la "Viuda", un terreno maldito y ella misma está como embrujada, algunos incluso la llaman la "Viuda Negra".

Socarras era el recién nombrado capataz que se haría cargo de las cuadrillas de trabajadores en el tramo de Camagüey, pues el anterior en la zona de Ciego de Ávila no sería bienvenido aquí, al igual que Socarras no lo hubiese sido en esta última, a pesar de que en aquellos tiempos se trataba de una sola provincia con capital en Camagüey. Eran disputas frecuentes entre los caciques políticos locales como las que existían también entre Ciego y la vecina localidad de Morón.

– ¿Y qué tiene que ver la susodicha viuda con esto? Ni siquiera me ha dicho su nombre.

-Dolores Cruz, y sí que causa dolores y el que se relaciona con ella termina en una cruz, no es juego, y además no es viuda, aunque así le dicen.

-¿Cómo es eso que la llamen la viuda y no sea viuda y lo de la cruz, por qué?

-Pues mire Ingeniero a esa mujer la acompaña la muerte y las desgracias por dondequiera que va, y a todo el que pisa sus tierras y mucho más a los que se relacionan con ella, hasta los muchachos cuando van en busca de alguna fruta les ocurre algo, se hieren o rompen la ropa con los alambres de púas de la cerca, o se pinchan con alguna espina de marabú, o se caen de la mata si están subidos a algún árbol, o no sé cuantas fatalidades más. Imagínese que ya ni ellos entran y las frutas se pudren en el suelo porque no hay quienes las recojan, pues la viuda vive del ganado y no vende ninguna; y no tiene a quien regalárselas pese a que tiene los mejores aguacates y mangos de la zona. Nadie los quiere, ni va a buscarlos, pero bien, si lo desea esta noche le contaré todo lo demás que es mucho, pues le invito a unos tragos en el bar de Barbarito, y fíjese que los hombres de por aquí no quieren acercarse a la arboleda, ni siquiera los peones de las cuadrillas

El ingeniero Valdivia no era creyente, ni amante de las supersticiones, ni de los misterios de los campos en la noches oscuras, ni creía en fatalidades, ni siquiera en el mal de ojo o la protección con azabaches negros; tampoco se dejaba asustar fácilmente, por lo que quedó muy interesado en el tema y esa noche sin falta se reunió con el capataz y otros trabajadores de confianza en el bar de Barbarito a las afueras del pueblo cercano.

-A ver Socarras cuénteme sobre el misterio de la viuda Dolores Cruz – dijo el Ingeniero poco después de saludar a los presentes.

-Oiga Ingeniero, eso viene casi desde antes de Dolores nacer, pues cuentan que ese día cayó un vendaval de agua tan fuerte que no hubo posibilidad de buscar la asistencia de la comadrona lo que ocasionó un mal parto de su madre y que a poco falleciera. Muchos años después, cuando la fiebre de la influencia azotó estos campos, murió el padre y sus dos hermanos, sin que a ella le pasara nada, ni siquiera un resfriado, una fiebre baja o un dolor de cabeza. De manera que se quedó sola en el mundo, a merced de los leguleyos y los parientes lejanos e inventaos que querían quitarle las tierras; pero por casualidad o castigo divino cada uno fue recibiendo su justo castigo y los que quedaron desistieron de pleitear. Así el abogado de los parientes fue muerto a la salida del juzgado por un pleito anterior con un guajiro de carácter al haberle quitado las tierras un tiempo atrás. El juez tuvo un accidente de transito que lo dejó sin la mano derecha al sacarla por la ventanilla sin darse cuenta que otro vehículo que lo adelantaba por detrás, por lo que se vio impedido e seguir con los juicios. Uno de los primos lo ensartó un toro al entrar a la finca de la Doña y no vivió para contarlo y a otro lo derribó el caballo sobre una cerca de púas y a punto estuvo de desangrarse, de ahí que nadie más quiso meterse con la heredera.

-Como Dolores es una mujer muy bonita y con mucha plata – prosiguió el capataz – empezaron a sobrársele los pretendientes y ella mujer campechana aceptó los halagos de un par de ellos: Edelmiro y Casimiro hasta que un día coincidieron en visitarla y se la ensalzaron a machetazos, Edelmiro fue pal cementerio y Casimiro cumple condena en el presidio modelo de Isla de Pinos. Pero ahí no acaban las cosas, no creyendo en el maleficio, Benedicto uno de los hacendados con más tierra y ganado en la zona puso sus ojos en ella, este tenía facilidad de palabra, era buen jinete y de buen semblante, por lo que se prometieron en matrimonio; y el mismitico día de la boda cuando se fue a montar con un traje largo en el caballo, el pantalón se le enredó con la espuela en el estribo, cayó al suelo y la bestia asustada lo arrastró más de medio kilómetro; el pobre terminó con la cabeza hecha una tortilla y directo pa la funeraria. Como le cuento, en vez de boda celebraron un velorio.

-Por último, un maestrico que había en el pueblo empezó a rondarla con el pretexto que aprendiera cuentas y unas letras e iba a darle clases en su casa todas las tardes, hasta que tuvo que irse porque llevaba más de un año sin cobrar ni un sueldo y tan pronto se fue le llegaron todas las mensualidades juntas, no obstante optó por irse pa donde era y no volver por el pueblo, ni por la finca de la viuda.

-¿Pero con alguien se relaciona la muchacha, no?

-Pues no con mujeres y solo con su capataz, un mulato que tiene un tío santero y parece que sus santos lo protegen, pese a que el otro día cayó un rayo cerca de donde estaba en una tarde de tempestad que lo lanzó del caballo a como quince varas, y la bestia quedó muerta redonda. Tiene dos monteros más, también de color, cosa rara por estos contornos, que hasta ahora les ha pasado poco, aunque uno de ellos anda con el ojo tapado de una espina de marabú, al meterse en un monte tupido detrás de una res.

-Tiene dos perros – prosiguió el capataz un tanto locuaz – que son unas fieras y por la noche se la pasan ladrando como si los espectros anduviesen rondando la casa, algunos hombres que no han tenido más remedio que pasar a deshoras por este sitio cuentan que han visto luces que se mueven por los alrededores y oído gritos aterradores por lo que han hincado las espuelas a los caballos y huido a todo galope. Lo cierto, y eso si lo he notado yo mismo, que por la mañana los perros amanecen en silencio, dormitando, sin deseos de ladrar por todo lo que lo hacen de noche

Parecía que el capataz que era de la zona, y como los demás vecinos del lugar, estaba bien al tanto de los sucesos relacionados con Dolores, pero todo aquello lejos de asustar al ingeniero Valdivia picó aún más su curiosidad y al día siguiente por el mediodía se presentó en la portería de la finca, a unos cincuenta metros de la casona, con el pretexto de pedir agua fresca, aunque en verdad había un sol muy fuerte, del que dicen "que raja las piedras". Pronto, ante sus llamadas apareció en el umbral de la casa una joven de buen cuerpo y cara bonita, con pelo lacio y negro hasta la cintura que le preguntó en voz muy alta, para que la oyera:

– ¿Qué se le ofrece?

-Quisiera solo un poco de agua fresca – gritó el Ingeniero.

-Espere, no pase, que los perros son muy fieros.

En efecto, sintió la voz de la joven mandando a calmar dos grandes perros que de pronto salieron al portal de la casa.

La joven se acercó portando un jarro grande de latón y un vaso floreado hasta la portada de la finca, al verla a Valdivia le dio un vuelco en el corazón al percatarse de lo hermosa que era, con sus grandes ojos saltones, sus cejas semipobladas y unos labios sensuales que dibujaron una media sonrisa.

-Disculpe, no sé si le han dicho que no recibo visitas, además, siempre estoy sola.

– No, disculpe usted, es que el agua en esos tanques de hierro se pone muy caliente bajo el sol de la sabana, parece un caldo y no quita la sed. Soy el ingeniero Rafael Valdivia y estoy al frente de este tramo de la carretera, pero llámeme como quiera, Rafael si le es más cómodo.

-Mi nombre seguro lo conoce, Dolores y todas las historias que se cuentan sobre mí, pero no tenga pena, puede pasar cuando quiera y grite fuerte pues a veces estoy por el patio trasero, en las labores domesticas y es posible que no lo oiga.

La joven también quedó algo impresionada con el Ingeniero, su educación respetuosa y sus pantalones bombachos sobre botas de cuero y aquel casco de explorador en un lugar donde todos llevaban sombrero, generalmente de guano.

El Ingeniero, después de saciar la sed entregó el vaso a la joven que lo retiró con la vista baja pues no quería encontrarse de nuevo con la mirada penetrante y ahora un tanto descarada del visitante.

Pues bueno, hasta más ver Dolores, es cierto que se dicen cosas, las que realmente no creo, pero debieran contar también que usted es muy hermosa, más que ninguna otra mujer que haya conocido hasta ahora – dijo Valdivia en forma de halago y se alejó lentamente de regreso a la obra ya cercana a la casa, aunque en varias ocasiones volvió la vista atrás y en una de ellas sorprendió a la joven, que rápidamente viró la cara un tanto avergonzada.

A partir de entonces las visitas se sucedieron día tras día y salvo en su casa familiar, el Ingeniero no había tomado tanta agua en su vida.

En una de aquellas visitas, la joven trajo además un jarro de café pero sin dejar pasar al visitante de la portería, otra vez también un vaso con jugo de naranja, hasta que un día sorprendió al joven y lo mando a pasar, aunque le dijo que entrar a aquel lugar traía muy mala suerte, sin comentar nada más.

Al llegar las lluvias la obra se detuvo casi por completo, a más que el maldito desvío hacía el trabajo más complejo para lograr darle una inclinación adecuada a la carretera o terraplén en aquel momento, y así evitar en lo posible accidentes en un futuro.

El Ingeniero temía con razón ese posible accidente, por lo que pidió a sus jefes que limitaran la extensa longitud de la recta haciendo algunas pequeñas desviaciones quilómetros atrás que alertaran a los conductores embobecidos por tanto paisaje monótono en una recta interminable; pero como eso encarecía los gastos y el tiempo programado para la obra, y el Ingeniero era recién salido de la Universidad, ni caso le hicieron y le dijeron que dejara la seguridad a cargo de los conductores y que lo de ellos era echar asfalto palante.

Al fin cesaron las lluvias, la obra siguió adelante y en una de las últimas visitas que el Ingeniero daba a la casa de Dolores, pues ya terminaba el tramo de carretera, éste no se pudo contener y retuvo las manos de la joven al retirar el vaso y ella temblorosa trató de soltarse sin mucho esfuerzo.

-No, no se fresquee conmigo – pronuncio balbuceante.

-No, dijo él, al contrario, la amo, mis intenciones son las mejores y quiero unir mi vida con la suya para siempre, pues no sé si podre seguir viviendo solo con su recuerdo.

-No – dijo ella- soy una mujer maldita o usted no ha oído los comentarios en el pueblo.

-No me importan, me interesa solo usted y si me acepta nos casaremos esta misma semana.

-Pero soy una mujer fatal que solo trae la desgracia a los que están a mi alrededor, ¿usted no lo sabe?

No creo en nada de eso – y la atrajo hacia sí sellando aquel enlace con un beso fuerte, largo, apasionado, que hizo temblar el cuerpo de la joven hasta sus cimientos.

-Váyase por favor, váyase, recuerde que estoy sola.

-Sí, pero mañana volveré por su respuesta.

Y Valdivia se alejó como todo un caballero de la época, aunque demás esta decir que esa noche recibió todos los consejos censurables sobre esa posible boda, sobretodo del capataz, mucho mayor que él y que lo trataba como un hijo. Pero él no oía consejos y al final Socarras le dijo:

-De ser así estoy seguro que usted no verá la ceremonia final de la construcción de la carretera – esto es, cuando el Presidente de La República colocaría un hermoso y costosísimo diamante que marcaria, en el recién construido Capitolio, el punto cero de la inmensa y faraónica obra que era La Carretera Central de Cuba.

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