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Versos engavetados No. 3.



    VERSOS ENGAVETADOS No. 3. (pulsaciones que el cerebro cuece.)

    La quiebra del goce.

    Se quiebran carteles de goce.

    Obran orishas:

    arrasan mentiras,

    columnas de pompa;

    inauguran la guitarra.

    Ladran,

    como cabellos del cráneo al viento,

    bosques de repudio.

    Ladran y huyen,

    huyen y caen,

    caen y chocan con viejos sueños

    modulados en tiempo cubano.

     

    Del amor a la epopeya.

    Aquel joven,

    que sorprendió con su piropo a la estudiante,

    logró poseerla en un rincón de la playa,

    mientras otra mujer habitaba las heridas del reposo

    y en el momento exacto,

    se arqueaba y gemía

    perlada de caricias.

    Pero luego atrapó la praxis del combate:

    esgrimió el mar y lanzó una granada

    en el vientre de América,

    como vuelo del amor a la epopeya.

     

    Catarsis.

    Ahora la manía es zunzún

    trepando ceibas de artimañas;

    llevar en hombros catauros de esperanzas.

    Soy tinta anulando ruinas

    con leños de hombría.

    Me pliego y empino. Todo en mí respira.

    En mi hombro

    un catauro de paz se clarifica.

    Abluciones repitiéndose,

    secando llagas en la memoria.

    Retoco mis propias armas,

    como cada mañana se elevan nuevas coplas

    y el sinsonte gorjea a veces su propio yo.

     

    Ando.

    La voz del cantor me arrulla.

    Un broche de añoranza levita en mi ánimo

    con la hechura de una tonada.

    Liturgia enamorada.

    La cábala del cantor

    renueva la talla del colibrí eximio

    el monte de su finura

    que me ofreció labios distintos.

    Y ando.

    Liba mi mente el recuerdo blando.

     

    Flor montuna.

    La flor montuna de hoy

    conoce de equitación:

    cabalga sobre un fusil

    que le daña el entrepiernas.

    Pasaje torpe,

    torpe pasaje,

    pasaje.

    Así va hoy el amor,

    dañándose con la guerra.

     

    Retoño de primavera.

    Retoño de primavera,

    mariposa nacarada,

    déjame bruñir la espada

    en la tesis de tu hoguera.

    Como si un libro viniera

    a segarme las maldades,

    purifica mis bondades.

    Quiero balancear tu peso

    y en la desnudez del beso

    quiero sentir tus verdades.

    Frondosa.

    Maja es la poesía

    que emerge del tronco del amanecer,

    sobre todo cuando se endilga bullanguera

    y se despoja de la madreselva de trapos ancestrales.

    Miscelánea.

    Zarzal que saja excresencias.

    A su modesto traje me he acostumbrado.

    Me nace frondosa,

    embadurnada de amor,

    y bala, y prisa:

    Informemente embadurnada del tiempo.

     

    Aprehendiendo la palabra.

    Cómo aprehendo la palabra

    en la sinopsis aguda de las letras.

    Vence el esbozo,

    elástico en su forma de OVNI, escabel,

    sobre todo de hembra.

    Hierve mi pluma

    rastreando en cuerdas de arpas

    melodías de mujer.

    Esa que draga en mis deseos

    con el roce de sus miembros

    provoca pulsaciones que el cerebro cuece.

    Mas para mis labios no basta:

    falta el retorno a remansos de ilusión

    donde el ensalmo es poema eterno.

     

    La danza.

    Figuras de piel morena.

    La noche anida en el olvido del día.

    Las luces y el ruido acotan imágenes

    mientras el pavimento se torna más duro y frío.

    Bulle La Habana,

    retoza nocturna.

    Danza un domingo de invierno.

    Luego es dichoso ver la danza

    desde el silencio de la guardia.

     

    Apremio.

    Magia.

    Ánimo.

    Tronco.

    Renuevo de venturas.

    Poesía de olor es el apremio,

    se extiende ineluctable.

    Pecera,

    jardín de marinas plantas,

    subsuelo refinado que desborda

    en aleteo noble.

    De Haití nos llega el azar,

    de la vigía,

    de Angola,

    Mozambique,

    Colombia,

    el mundo…

    Del mundo nos llega el apremio

    para escribir estos poemas.

    Elegía al mutilado.

    Vagar

    vagar con furor

    vagar con bondad

    vagar cuando el ser de los pies se ha roto

    vagar con la insidia de auroras repetidas.

    Vagar

    vagar con el pensamiento vivo.

    Vagar en las montañas

    vagar sobre odiosas ruedas.

    "Vagar con las aves

    y esperar que antes que pies

    me broten alas".

    Vagar

    vagar con el pensamiento vivo.

    Vagar con la esposa

    los hijos.

    Vagar "con las miradas compasivas de la gente".

    Vagar esperando acaso el mutismo de la noche

    no el eterno:

    "Ese viene cuando no se le llame".

    Vagar

    vagar con el pensamiento vivo.

    Vagar y "no poder ofrecer lo que se desea".

    Vagar con furor

    vagar con bondad

    vagar con el sobresalto de mañana.

    Vagar

    vagar con el pensamiento vivo.

     

    DISIPACIÓN.

    Disipación.

    Senderos que anulan el viento.

    Pautas de oceánicas evoluciones

    o peces que fluyen en ríos ocultos.

    Tú… ¡Ah, ya!… brisa sin dirección.

    Yo… apenas un chubasco

    en tu atmósfera disipada.

    Pero no te aflijas:

    hagamos que mañana

    el tiempo nos bendiga.

     

    Volver.

    Cuando te abordes,

    cuando te regreses,

    cuando te aferres a ti…

    Álzate, pues.

    Todo compromiso

    anda con su límite a cuesta.

     

    En la gaveta vieja.

    En un rincón de tela de araña

    —en la gaveta vieja,

    un libro empolvado

    donde escondías tus recuerdos—,

    hallarás algún papel estrujado,

    amarillo,

    apenas legible y en él

    tontas palabras mías,

    ingenuas reflexiones ya para entonces,

    pero que fueron un día

    soporte de un misterio agudo.

     

    Fantasía.

    Una índole ancestral dora mi gesto asiduo:

    la espera se convierte en sigilo de intenciones.

    El silencio transpira ansiedad

    y el contorno de su silueta

    salta a la fantasía desde la maravilla ósea.

     

    La hechura ejemplar.

    La hechura ejemplar

    recrece en la bondad del momento.

    Vívida

    en la orilla del sentimiento sacro,

    sutil

    como espuma en la pupila

    y basta

    en el pecho donde simples manías

    se convierten en uñadas de ternura.

    Cada minuto es huella que se acentúa

    en la dilatación del pudor.

     

    Por siempre.

    Es preciso no sufrir más,

    no escucharla más,

    no verla más si de mí

    solo una fibra quiero salvar.

    Hágase, pues, el surco

    donde se ha de sembrar la mejor barrera.

    Renúnciese al sueño de toda la vida

    pero, por siempre,

    con el amor intacto.

     

    Huellas.

    Franqueamos ahora

    la piel más frágil del sueño,

    que se puede astillar;

    o… ¿ansiamos dejar en la memoria

    la sólida huella de unos pocos días?

     

    Gaviotas.

    Otra vez —y aún lejos— gaviotas,

    la silueta de la costa deseada.

    Otra vez Colón por nuestras sienes:

    el descubrimiento de otra vez vivir;

    cristal de Baccarat que gime ansioso,

    delicado ajuar a orillas del amor.

     

    En el sendero.

    ¿Cuánto más he de seguir?

    Porque el tiempo ha dictado su ley

    y el sosiego aún no asoma.

    Ya duele el aliento de intentar tu boca;

    y dueles tú de ansiarte a destiempo.

     

    Mis dioses.

    Parece que los dioses

    (cuando te presiento)

    vocalizan el contoneo

    de la preñez del tiempo.

    Y danzan

    (al sonido fogoso de las horas)

    El sacro himno que me devora.

     

    Imposibilidad.

    ¿Adónde huyó el aliento decidido,

    los primeros intentos

    que anularon usanzas y modorras?

    ¿Cuándo atracó en penumbras la osadía?

    Faltaba entonces

    — ahora falta—

    el ligero trotar de la palabra.

    Ah, ya sé.

    No es posible acariciar la brisa que se ha ido.

     

    Elegir

    ¿Adónde se apresura el sentimiento

    cuando no tiene nido?

    Acertijo del encono

    vigor del impacto de retar nominaciones.

    Roja ira hacia sí, de incertidumbres.

    Guadaña es hoy el cuento de hadas

    y el de los seres, a veces, me deja ciego.

    Elegir por toda la eternidad.

    Nadie elige por la eternidad toda

    y menos aún en noche abierta al desierto.

     

     

     

     

    Autor:

    Ing. y Lic. Enrique Martínez Hernández.

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