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Libertarse de sus propios Libertadores



Partes: 1, 2

  1. Prólogo
  2. Comentarios preliminares

LIBERTARSE DE SUS PROPIOS LIBERTADORES (DE AYACUCHO A LA GUERRA DEL PACÍFICO – POLÍTICA Y DIPLOMACIA: 1824-1884)

"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre

[…]", Miguel de Cervantes Saavedra.

"El hombre, al perder la libertad, decía Homero pierde la mitad de su espíritu", Simón Bolívar.

"[…] pues jamás la Libertad ha sido subyugada por la tiranía", Simón Bolívar.

"Entonces vimos palpablemente cuán cobardes son los hombres malos, y que es vano el temor que se tiene a los tiranos; no es necesario más que hacer frente al déspota, para que huya vergonzosamente", Simón Bolívar.

"[….] el historiador no debe olvidar nada, todo lo debe recoger para presentar al mundo y á la posteridad los hechos tal como han pasado, los hombres tales como han sido, y el bien y el mal que hayan procurado al país", Simón Bolívar (Diario de Bucaramanga).

"Es tan fácil soñar un libro como difícil es hacerlo", Honorato de Balzac.

Prólogo

Hernando Armaza Pérez del Castillo me pidió que escribiera el prólogo de este libro y la verdad es que, aceptando su invitación con el mayor agrado, no me atrevo a llamar prólogo a estas reflexiones, simplemente porque no soy un historiador sino apenas un escritor que se alimenta y aprende de lo que otros investigan y nos transmiten sobre nuestra historia, para entonces entrar a reinterpretar, debatir y proyectar lo aprendido en lo que posiblemente más me gusta: adentrarme, con mirada apasionada, pero también con conciencia crítica, en los vericuetos del quehacer colectivo de los hombres y mujeres de nuestro país.

Por ello, precisamente, es que me gusta tanto el libro de Armaza, porque problematiza nuestra historia desde su fundación. No es que su mirada sea nueva; se asienta, más bien, de forma exhaustiva y muy bien documentada, a través de fuentes primarias y secundarias, en lo que los contemporáneos o no, los compañeros de lucha, los amigos y los enemigos, sus coterráneos o no, militares o políticos o el propio Libertador dijeron sobre el héroe máximo de la independencia de una buena parte de América. El resultado es muchas veces desolador. Tal vez porque Armaza, con una visión muy nacionalista y menos americanista, elige sus mejores dardos para desmitificar a Simón Bolívar, no para denostarlo -dejémoslo en claro-, sino para colocarlo en el lugar que le corresponde, pero en su justa medida.

Los bolivianos (y los latinoamericanos en general) tenemos una fuerte tendencia a encumbrar a algunas de las figuras sin de verdad conocerlas. A pesar de que la salida del país de Simón Bolívar y de Antonio José de Sucre no fue precisamente un hecho digno de destacar, pronto se convirtieron ambos líderes en los mayores protagonistas de nuestra gesta independentista en el imaginario popular. En verdad, ello resulta injusto e inapropiado. Durante 16 años, el territorio de la Audiencia de Charcas se había convertido en el escenario de una muy violenta lucha por la independencia. En ese territorio se había iniciado el proceso que después se difundiría en Quito, en Venezuela, en Buenos Aires, en México o en Centro América. Y la guerra en el Alto Perú, llena de héroes locales anónimos desperdigados por todo el espacio de la Audiencia, fue cruenta. Y de pronto, por un lado, llegaron desde Buenos Aires las tropas argentinas en busca de respaldo para el proceso que allí había comenzado, por inspiración también charqueña, para después dejar abandonadas a estas provincias cuando el General Belgrano fracasó en su intento de derrotar o al menos detener a las fuerzas realistas que venían del Perú. Y, por el otro, algo más tarde, después de la gran victoria de Ayacucho, llegaron las tropas colombianas y venezolanas para "salvar" al país y proclamar la independencia en Potosí que tras tantos años de lucha no habían podido culminar por mano propia los Alto Peruanos. Justo también sería recordar que, en ese territorio, una treintena de años antes, siguiendo el camino que en Cusco había iniciado Tupak Amaru en 1780, pero respondiendo a sus propias necesidades de libertad, se habían levantado en armas contra el dominio colonial en Chuquisaca, Tomás Katari y en La Paz, Tupak Katari. Pero las circunstancias históricas determinan las cosas de manera muchas veces imprevista. Y, al final, quienes detentan el poder determinan la imposición de una forma de entender la historia que no siempre corresponde a la realidad. Quienes llevaron adelante la caída de Bolívar y de Sucre -Santa Cruz, Santander, La Mar o Páez- fueron también, después de su muerte, los que los subieron a los altares patrios. Y hoy en día, ocho años después de que se produjera un giro tan significativo en la interpretación de la historia de Bolivia, los actos patrióticos siguen siendo presididos por las imágenes sempiternas de Bolívar y Sucre, sin que se haya hecho mucho por cambiar los íconos. Cierto es que se ha hecho un esfuerzo por querer incluir la figura de Tupak Katari y Bartolina Sisa entre las otras dos. Y cierto es también que poco antes se llegó a aprobar una norma que obligaba a incluir el retrato del Mariscal Andrés de Santa Cruz entre los de los de los libertadores venezolanos. Pero el empeño, al menos por ahora, no ha terminado de cuajar. Porque el imaginario histórico es así. No se deja cambiar fácilmente. No sé en verdad cuando comenzó a cohesionarse este imaginario en nuestro país, pero la figura de Simón Bolívar sigue allí, impertérrita. Cuando hace una treintena de años se hizo una encuesta de opinión en la prensa nacional sobre los más destacados gobernantes de Bolivia, Bolívar y Sucre encabezaban la mayor parte de las respuestas, sólo equiparadas con las de Santa Cruz y Paz Estenssoro. Ello nos demuestra que la mitificación histórica no siempre tiene que ver con los hechos. Tiene que ver más bien con el oportunismo político, con la imposición de "clichés" superficiales, con un sistema educativo que promueve la memoria antes que la reflexión o que el espíritu crítico. Luis "Cachín" Antezana lo recordaba hace años con un significativo ejemplo: Franz Tamayo es considerado el mayor de nuestros poetas, pero nadie lo ha leído. Por eso es tan importante el libro de Hernando Armaza, porque nos invita a releer nuestra historia, nos invita a no creer a pie juntillas lo que se nos ha contado. Y su recuento, como la revisión que han hecho antes que él otros autores tan destacados como José Luis Roca, debería conducirnos no sólo a repensar nuestra historia, sino también a reinterpretarla para revivirla en los tiempos a veces tan difíciles de entender que hoy nos toca vivir.

Dije al principio que la visión de Hermando Armaza está imbuida de nacionalismo. Del más auténtico. La comparto (aunque a veces me cueste sumarme a sus juicios tan certeros como implacables y bien fundamentados). No desmerece al héroe militar (aunque no parece importarle mucho está fase de la personalidad bolivariana), pero al querer demostrar los desaciertos de su gestión como político, como legislador (especialmente con su Constitución Vitalicia), como gobernante, le falta quizá la empatía para recuperar después otras facetas que son seguramente las que han permitido que Bolívar fuera "el Libertador" en la mente de muchos de sus contemporáneos y lo siga siendo hoy en el corazón de muchos latinoamericanos. Yo quiero destacar uno de esos aspectos, que para mi siguen siendo invalorables. Está trazado en la famosa Carta de Jamaica, de 1815 y la convocaría al Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826. Bolívar concibe allí América Latina como una unidad política, social y cultural. Con la excepción de Francisco de Miranda -el gran precursor-, de Bernardo Moteagudo o posteriormente de José Martí, ningún otro de los líderes de la independencia americana supo comprender esa realidad con tanta valentía y proyectarla como un ideario político sobre el cual debía sostenerse no sólo la independencia de nuestros pueblos, sino también su desarrollo y su consolidación futura.

Lleva razón Armaza cuando advierte que en su tiempo eso podía resultar una quimera imposible, porque la unidad de la Gran Colombia estaba atada con una total falta de infraestructuras institucionales y físicas que la sostuvieran. Pero probablemente Bolívar pensaba en un futuro utópico que todavía no era dado imaginar, pero en el que hoy resulta imposible no creer.

Barcelona, 7 de junio de 2014 Juan Ignacio Siles Ex ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia

Comentarios preliminares

En primer término es conveniente destacar la actualidad de la temática. Es un lugar común escuchar o leer que se debe conocer la historia para no repetir los errores del pasado; no obstante para descubrir o constatar cuáles fueron los equívocos es preciso estudiar la historia descarnadamente, sin preconceptos, solamente de ese modo se podrá llegar a descorrer el velo que los hombres y el tiempo echaron sobre ella. En cierta ocasión, en Bucaramanga, el Libertador a propósito de lo que, según él, acontecía en la Convención de Ocaña y comparándolo con los escándalos de Cartagena, dijo: "[…] pero lo que veo con pena es que las lecciones del pasado de nada nos sirven".[1] Admonición que se debe siempre tener en cuenta ya que no pierde nunca vigencia. Los errores políticos del Libertador fueron no haber resignado el poder luego de alcanzado el bien más preciado que fue la Independencia, con la gloriosa jornada de Ayacucho y la capitulación del último baluarte realista en América, la Fortaleza Real Felipe del Callao, en enero de 1826; y, por el contrario, concebir, hacer aprobar e imponer su Constitución Vitalicia.

Para lograr la victoria sobre el ejército español fue de suyo inevitable el predominio, la hegemonía venezolana bajo la égida del general Bolívar sobre los pueblos libertados; empero ese mismo fenómeno tornaba imperiosa y urgente la necesidad de que los Libertadores se retiren del escenario político y los ejércitos vencedores sean licenciados o regresen a sus respectivos países; al descender de la cima del Cerro Rico de Potosí a las playas del Océano Pacífico. La hegemonía o predominio venezolano forzó un nuevo mapa político en la región con la erección de la Gran Colombia (la unión de Venezuela y Nueva Granada, la adhesión de Quito y anexión de Guayaquil) y proyectó la artificial Unión o Federación de los Andes (Colombia, Perú y Bolivia). ¿Cómo quedó demostrado que se trataron de grandes errores? Porque la Constitución con Presidencia Vitalicia impuesta a Bolivia y Perú terminó siendo repudiada en esos países y resistida en Colombia; fue la mecha prendida que incendió la región de incontrolable fuego cuyas llamas terminaron consumiendo teorías políticas, proyectos utópicos y a los propios Libertadores; la Gran Colombia desintegrada y la Unión o Federación de los Andes abortada en su gestación.

Sea dicho de refilón que aunque como dijo Bolívar "nada es lo que fue", es oportuno recordar (pensando en el nefasto azuzamiento del odio racial que ha llevado a abismos siderales sentimientos que en el crisol de las razas y el acero del mestizaje ya habían sido superados en gran medida, a despecho de lo que se proclama falsamente), que el Libertador tachaba de "pardocracia" ese "método" de gobierno "igualitario" que luchó por evitar y que describía de la siguiente manera: "La igualdad legal no es bastante por el espíritu que tiene el pueblo, que quiere que haya igualdad absoluta, tanto en lo público como en lo doméstico; y después querra la pardocracia, que es la inclinación natural y única, para exterminio después de la clase privilegiada".[2] Entre otras consideraciones por ello hizo fusilar al general Piar.

Apuntando a la actualidad de la temática del libro, comparando lo que sucedió entre 1825 y 1830, decimos que no debemos llevarnos a engaño, en América Latina donde las instituciones son débiles y, en cambio, la marcada tradición presidencialista y caudillista está profundamente arraigada, basta el menor resquicio en beneficio del poder ejecutivo para que éste absorba a todos los demás. En este contexto el líder de la Revolución Nacional en Bolivia, Dr. Víctor Paz Estenssoro, decía con propiedad: "El maravilloso instrumento del poder". Maravilloso por el poder omnímodo que concede al caudillo de turno que detente u ostente el mando. Incluso cuando funciona mal que bien una "democracia imperfecta" la realidad del "realismo mágico" latinoamericano (valga la redundancia), hace que el Presidente de la República sea o tienda a serlo "dueño de vidas y haciendas".

Bolívar dijo con sabiduría en el famoso discurso de Angostura: "La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los Gobiernos Democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo Ciudadano el Poder. El Pueblo se acostumbra a obedecer, y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la Libertad Republicana, y nuestros Ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo Magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente".[3] Los hilos de este tipo de constituciones son tan sutiles, tan imperceptibles, que terminan maniatando a la propia oposición política. Empero el instrumento más temible por ser el más siniestro de estos gobiernos que con piel de cordero democrático esconden el alma del autoritarismo, es la subordinación del poder judicial al ejecutivo. Bolívar que poseía intenciones altruistas aunque sus ideas políticas fueran erróneas lo percibió claramente: "[…] y la más terrible tiranía la ejercen los tribunales por el tremendo instrumento de las leyes. De ordinario el ejecutivo no es más que el depositario de la cosa pública; pero los tribunales son los árbitros de las cosas propias -de las cosas de los individuos -. El poder judicial contiene la medida del bien o del mal de los ciudadanos; y si hay libertad, si hay justicia en la república, son distribuidas por este poder. Poco importa a veces la organización política, con tal de que la civil sea perfecta; que las leyes se cumplan religiosamente y se tengan por inexorables como el destino".[4] En este contexto es que el escritor que fuera miembro de la Academia Francesa, Jaques Bainville, escribió en su libro: "Los Dictadores": "En cada uno de los estados americanos ha aparecido en un momento dado la monarquía sin corona [subrayado del autor], de la que Bolívar ha quedado siendo el teórico ejemplar, y que varios de sus alumnos e imitadores practican".

Por su parte el intelectual argentino José Ignacio García Hamilton escribió: "El legado político de Bolívar, sin embargo, parece más claro. Su fervor por las luchas independentistas y su vocación por el poder absoluto; su oscilación entre los aportes libertarios y su inclinación a la dictadura; su retórica democrática y el armado de gobiernos pretorianos basados en la fuerza de sus ejércitos; la creación de instituciones formalmente republicanas que se reforman para servir a las ambiciones personales; las pregonadas intenciones de abandonar el mando y las reelecciones indefinidas, constituyen una trágica herencia del "populismo militar" [civil, o, entre bambalinas, cívico-militar, cabe actualizar] que todavía está muy presente en una América hispánica paradójicamente esclavizada por sus supuestos Libertadores"[5]. Describiendo el panorama político entre 1825 y 1830 el general O"Leary señaló en sus memorias: "He dicho que en Colombia los hombres eran todo; las instituciones, nada". ¡Cuánta actualidad hay en esas palabras!, lamentablemente.

Todo ello hace ver que resulta de palpitante vigencia y sumamente ilustrativo mirar la otra cara del medallón con la esfinge del general Bolívar.

A partir de 1831, muerto el Libertador, asesinado el Gran Mariscal de Ayacucho, disuelta la Gran Colombia se fue extinguiendo esa corriente de: Libertarse de sus propios Libertadores. Por el contrario, paulatinamente con el correr de los años y ese: "Hoy 17 de diciembre de 1830 Simón Bolívar ha muerto, !Viva el Libertador!", la gloria de Bolívar fue agigantándose "como crece la sombra cuando el sol declina", como le profetizara el letrado José Domingo Choquehuanca, a orillas de lago Titicaca (cabe evocar a Stendhal: "Hay algo que jamás alabamos en los muertos, y es la causa de todas las demás alabanzas que hacemos de ellos; el que estén muertos"). Esa misma sombra fue ocultando la faceta histórica que se vivió en la región, con mayor vigor entre 1826 y 1830, que paradójicamente sentenciaba popularmente estas tres frases de un mismo elocuente significado: "Que no habría libertad mientras hubiere libertadores"; "mientras existan libertadores jamás existirá libertad"; o "para que hubiera Libertad era preciso que no hubiesen Libertadores". El historiador Von Hagen percibió con claridad que Bolívar "fué metamorfoseado en un semidiós por aquéllos mismos que diez años antes lo habían execrado".[6] La metamorfosis comenzó en el mismo momento en que era enterrado el Libertador: primero por parte del pueblo que lo había vituperado, luego por los que eran indiferentes a su política y, más tarde, por quienes lo denostaron y combatieron encarnizadamente. Como quiera que el culto bolivariano fue tejiendo un velo y luego un manto sobre la realidad de los sucesos comprendidos en los últimos cinco años de la vida del general Bolívar, para hacer luz es imprescindible remitirnos a las fuentes primarias o de escritores de aquella época, sin dejar de aportar piezas bibliográficas contemporáneas. La obra abarca un radio que, teniendo como foco central a Bolivia, se proyecta sobre los sucesos acaecidos en la Gran Colombia (actualmente Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá), así como el Perú, con implicaciones en Argentina y, en menor grado, en Chile.

Paralelamente, el estudio de la Confederación Perú-Boliviana, su frustración en Paucarpata y caída en Yungay, extienden el contenido del análisis hasta el fin de la Guerra del Pacífico para Bolivia, en abril de 1884, con la imposición chilena del Pacto de Tregua, bajo la inminencia de una invasión hasta la ciudad de La Paz. Los hitos referenciales de la obra, consiguientemente, van desde el 9 de diciembre de 1824 al 4 de abril de 1884.

Hacemos hincapié en que el hilo conductor medular del libro es la incontestable pero soterrada realidad que los diversos pueblos de la región fueron llevados a tener que "Libertarse de sus propios Libertadores", una vez terminada la gesta de la independencia y cuando esos mismos prohombres se abocaron a la tarea de gobernar y legislar. Se había llegado (repetimos) al punto en que se hizo popular el dicho de "que no habría libertad mientras hubiere libertadores", como recuerda el historiador Villanueva, citando a Restrepo.

Ese giro de la historia, ese devenir dejó un reguero de dramáticos acontecimientos como ser el motín en la capital de Bolivia, el 18 de abril de 1828 (en que el Presidente de la República, mariscal Antonio José de Sucre, recibió un balazo en el brazo), la sublevación y atentado a la vida del general Bolívar en Bogotá, el 25 de septiembre de 1828; las revueltas en Lima y Guayaquil, en fin un cuadro que el propio general Bolívar no dudaba en calificar de guerra civil o "fandango de locos", en lenguaje del "realismo mágico" latinoamericano, que, entre muchos, cobró dos víctimas ilustres en bandos opuestos: el general José María Córdova, uno de los militares más bizarros de la gesta libertadora, que se opuso a los designios de Bolívar, rematado a sablazos estando ya herido, y el propio Gran Mariscal de Ayacucho, asesinado vilmente en las montañas de Berruecos por quienes lo sabían sucesor del general Bolívar. Una especie de víctima propiciatoria por su fidelidad al Libertador y adhesión a las miras del mismo, contrariando sus deseos más íntimos y sinceros de retirarse de la vida pública a disfrutar de la tranquilidad de su hogar.

En el fondo en ese esquema también se inscribe, por supuesto, la sublevación del general Páez en Caracas y la desaparición de la Gran Colombia, reconstituyéndose Venezuela y emergiendo el Ecuador.

Es necesario remarcar que el proyecto bolivariano tenía como columna vertebral la Constitución Boliviana, cuyo aspecto central era la Presidencia Vitalicia, y la Unión o Federación de Los Andes (Bolivia, Colombia y Perú). El general Bolívar elucubró ese proyecto quimérico. Hizo aprobar la Constitución Vitalicia en Bolivia y Perú, y trató de hacer lo propio en la Gran Colombia; concibió y desarrolló un proyecto hegemónico de Caracas sobre Bogotá, Quito, Guayaquil, Lima y Sucre, bajo su égida (también fue observado con suspicacia y recelo en Buenos Aires y Santiago).

Un antecedente de estas ideas lo encontramos en el Congreso de Cúcuta en enero de 1820, cuando presentó un proyecto de Constitución que contemplaba el Senado vitalicio. Y, en realidad, debemos remontarnos al parto, con fórceps, de la Gran Colombia, que, como reconoció el propio Libertador se justificó mientras duró la guerra pero al carecer de cimientos sólidos se desmoronó posteriormente.

La Constitución Boliviana y los proyectos de federación o unión hegemónicos generaron una reacción nacionalista en todas las ciudades mencionadas, vale decir en Perú, Bolivia y la Gran Colombia que, en caudal torrentoso, desembocó en remolino mellando la gloria del Libertador y llevándolo a un estado de abatimiento espiritual que aceleró su prematura muerte.

El 1 de junio de 1820, Bolívar escribía a Santander: "Luego que se acabe la guerra puede ser que me olvide hasta el nombre [de Colombia], porque un piloto hábil y precauletativo al salir de una tempestad, le da las gracias a Dios y hace voto de no volverse a embarcar para no hallarse en otra semejante, y siendo yo tan enemigo del mar, imagínese Vd. Si me gustarán las borrascas".[7] ¡Vaya si se metió en borrascas! Tras salir airoso de la tormenta huracanada, en tierra firme, de la Guerra de la Independencia se arrojó a un mar picado en el que terminaría naufragando y ahogado.

En este marco, estamos convencidos de que el libertador Simón Bolívar debió haberse retirado de la vida pública luego de culminada su ciclópea epopeya libertadora desde las márgenes del Orinoco hasta la cima del Potosí. Pensamos que la cúspide de su gloria la alcanzó en el vértice del cerro Rico de Potosí y es allí donde debió haber anunciado su alejamiento definitivo del poder, que tendría que haberse materializado en Lima, en los primeros meses de 1826; dado que el 23 de enero capituló la fortaleza Real Felipe del Callao (con las firmas del general patriota Bartolomé Salom y del general español Ramón Rodil), luego del sitio de trece meses que cobró un numero de víctimas similar a los que cayeron en la batalla de Ayacucho (casi al mismo tiempo que capitulaba la isla de Chiloé, unos días antes, tras aislada escaramuza).

Son muchos los testimonios y opiniones en favor de los argumentos que sostenemos en la obra y los mostraremos. Imitando el ejemplo de grandes seres humanos, como Darwin, nos obsesionamos con hacer una argumentación lo más sólida posible y la acumulación de "pruebas" nos parecía que no eran suficientes o, más propiamente, que podía ser mayor. Como que de hecho hay, sin duda, más elementos en esa misma dirección que otros historiadores aportarán.

Para comenzar diremos que hasta el rendido admirador del Libertador, su leal edecán O"Leary, señala ser sensible que la permanentemente pregonada amenaza de renuncia a la presidencia de Colombia [lo propio se aplica al ejercicio del poder en general] no la hubiese presentado antes [como él se tomo la libertad de aconsejarle], "entonces no habría habido necesidad de que él mismo tuviera que acusarse de ambicioso ni que invocar el nombre, menos espléndido aunque más venerable, de Washington en su defensa […] su nombre hubiera sido enseña de la libertad; su gloria, intacta y pura, a través del tiempo se habría burlado de la calumnia, y su fama, que ahora se funda sobre sus principios abstractos de liberalismo, que desconfía el mundo liberal, no estaría sirviendo de aliento a los enemigos de la independencia popular".[8] No se puede poner en tela de juicio la sinceridad de esa reflexión crítica de la misma persona que afirmó: "Tuve la fortuna desde el comienzo de mi carrera de merecer de mi ilustre Jefe, la amistad y la confianza que de ella nace; amistad y confianza recíprocas que duraron mientras él vivió, hasta que, destrozado el corazón y bañado el rostro en lágrimas, vi bajar sus restos mortales a humilde fosa en la Catedral de Santa Marta".[9] Pero la historia se escribió de otra manera, quizás más humana, menos idealizada, pero más sangrienta y trágica. Esa ruta dejó, como señalamos, un reguero de dramáticos acontecimientos a partir de 1826. En verdad, acongoja el alma ver a los grandes hombres que trazaron la epopeya de la gesta de la independencia enfrascarse en contienda fratricida luego de alcanzar la libertad.

Dicho sea de paso, en Chile hubo también una reacción nacionalista, pero contra la preponderancia argentina encarnada por el protector, general José de San Martín, que se materializó con la caída del director supremo Bernardo O"Higgins y su sustitución por el general Ramón Freire, no obstante ese es un episodio que mencionamos pero que no forma parte de esta obra. Eso sí es conveniente hacer hincapié que allá también se dio el caso de que los chilenos se Libertaron de sus propios Libertadores. La semejanza con lo que pasó con el ejército auxiliar de Colombia en Perú y Bolivia; así como entre los militares venezolanos y granadinos, por una parte, y colombianos y argentinos, por la otra, es significativa. Como señala Gonzalo Bulnes: "Ni los papeles públicos, ni los documentos oficiales revelan esta malquerencia, porque el Gobierno y el Estado Mayor argentino se empeñaban en ocultarla, pero existía, y á consecuencia de ella ocurrían incidentes personales entre oficiales de ambos ejércitos. El argentino se consideraba superior al chileno porque venía de un país que tenía más importancia que Chile y porque sentía el orgullo natural de sus victorias".[10] Sobre Argentina y San Martín se puede decir que su país le dio la espalda al vencedor de Chacabuco (12-II-1817) y Maipú (5-IV-1818), al Protector del Perú, pero no tuvieron que libertarse de él ya que el papel que le tocó desempeñar en territorio de las Provincias Unidas fue secundario. No combatió en ese espacio geográfico ni lo gobernó desde Buenos Aires, sino que organizó el Ejército de Los Andes, en Mendoza (ese mismo rol y la ubicación en una provincia lo salvó de ser absorbido por la vorágine política, que habría inviabilizado la organización del ejército y la hazaña de tramontar la Cordillera de los Andes). Durante décadas la máxima figura en la memoria colectiva rioplatense argentina del proceso emancipador fue el general Manuel Belgrano.

Justamente a propósito de la desconfianza que hubo en Buenos Aires y Santiago hacia Bolívar, el mismo Bulnes dice: "La había en la Argentina y en Chile, y en mayor grado en el Perú. Los procedimientos del Libertador inspiraban recelos. Su confianza en el ejército colombiano se consideraba en el Perú como depresiva de la del suyo […]. Se hizo de moda entonces creer, o por lo menos decir, que el ejército colombiano era para el Perú una amenaza igual o mayor que el español".[11] El caso de Uruguay y José Gervasio Artigas es distinto. Lejos de libertarse de su forjador se puede decir que el pueblo uruguayo más bien rescató históricamente a Artigas como su Libertador. En 1850, luego de tres décadas de ostracismo en Paraguay y estando en brazos de la parca, Artigas reclamó: "¡Mi caballo!, ¡Tráiganme mi caballo!"; para emprender el retorno espiritual a la tierra que lo vio nacer a la grupa de su corcel donde arribó cinco años más tarde para encontrar a la República Oriental del Uruguay constituido como Estado soberano e independiente.

Respecto del Paraguay, cabe destacar que la Revolución del 14 de Mayo de 1811 fue llevada a cabo de forma pacífica y, especialmente, por ciudadanos oriundos del espacio territorial paraguayo, por lo que evolucionó por un camino diferente al de los países andinos; de lo que se precian mucho. En Bolivia, los acontecimiento históricos que representan con mayor claridad ese "Libertarse de sus propios Libertadores" son el motín de abril de 1828 y la asunción del mariscal Andrés Santa Cruz Calahumana a la Primera Magistratura (mayo de 1829), que solamente fue posible con el derrocamiento del Presidente de la República, Gral. Pedro Blanco, el 31 de diciembre de 1828. Dicha corriente histórica empero ya había cundido en la región desde 1825 (inclusive antes) y la tratamos a lo largo del libro en procura de dilucidarla. Ya mencionamos que, como no podía ser de otro modo, la conformación de la Confederación Perú-Boliviana y su desintegración es otro de los hechos trascendentales del libro. Santa Cruz versus Portales ese duelo de titanes que perdió el Mariscal de Zepita en las alturas de Paucarpata y en su corolario la batalla de Yungay. Contexto en el que jugó un rol secundario pero significativo el tirano argentino Rosas.

Hemos preferido, en lo posible, que sean los protagonistas de la historia a cuyo estudio nos abocamos quienes transmitan sus pensamientos, ideales o pasiones, antes que hacer el papel de "ventrilocuos" de aquellos seres humanos. Vamos, como decíamos, a los testimonios dejados por los actores para restablecer la verdad histórica y traerlos a estas páginas de vida y de muerte, en una especie de resurrección espiritual. Vale decir, una vez más, que acudimos a las fuentes documentales primigenias transcribiendo el contenido substancial de testimonios, cartas personales, memorias, autobiografías, notas oficiales, discursos y proclamas.

De esa manera enriquecen el libro la pluma o el verbo de la libertadora del Libertador, coronela Manuela Sáenz; del libertador Simón Bolívar; del gran mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre; del protector general José de San Martín; del precursor de la Independencia Americana, general Francisco de Miranda; del mariscal de Zepita, Andrés Santa Cruz; de D. Ernesto O. Ruck; del tirano Juan Manuel de Rosas; del general José Antonio Páez; del vicepresidente de Colombia, general Francisco de Paula Santander; del general José Ballivián; del general Luis Perú de Lacroix; del amanuense del Mariscal de Ayacucho, José María Rey de Castro; del general Agustín Gamarra; del presidente del Uruguay, general Manuel Oribe; del ministro chileno Diego Portales; del vicepresidente de Bolivia, general José Miguel de Velazco; del general José María Córdova; del general Pedro Blanco; del Dr. Casimiro Olañeta; del general Guillermo Miller; del general Bartolomé Salom; del general José María Pérez de Urdininea; del general Francisco Burdett O"Connor; del general Gregorio Araoz de la Madrid; del general Tomás de Iriarte; del ministro y luego vicepresidente de Bolivia, Dr. Mariano Enrique Calvo; del comandante tambor José Santos Vargas; del canciller argentino, Dr. Felipe Arana; de los ministros uruguayos, Dr. Lucas Obes y Dr. Francisco Llambí; del mariscal de Montenegro, general Otto Felipe Braun; del diplomático del Estado Oriental, Francisco Joaquín Muñoz; del general Daniel Florencio O"Leary; del general Andrés García Camba; del general Ramón Rodil; de los ministros del Imperio del Brasil, vizconde de Sepetiba, Aureliano de Souza e Oliveira Coutinho y Manoel Alves Branco; y del nuncio apostólico de la Santa Sede, monseñor Scipione Doménico Fabbrini, entre otros personajes. Naturalmente ocupan un lugar destacado los documentos del general Mariano Armaza Guerra.

En el capítulo sobre la biografía de éste resultan de especial interés los procesos y exilios consiguientes a Chile que le impusieron tanto Bolívar (primera semana de diciembre de 1823) como Santa Cruz (último día de octubre de 1831); particularmente el primero por el trasfondo y connotación histórica que tuvo. Los conmovedores pormenores de su cruel muerte los consignamos en el epílogo, haciendo plena luz (en base a testimonios de primera mano), no solamente sobre la forma en que fue muerto sino inclusive respecto de las identidades y el destino que les deparó la vida a los asesinos (uno intelectual, material el otro).

Ac Acudimos, por tanto, a fuentes primarias editadas o que todavía son amarillentos papeles en los archivos, cual riquísima veta de diamantes para ser cincelada, tallada, pulida y engarzada a fin de transformarse en preciosa joya histórica. Es también ineludible devolver a los grandes hombres y mujeres extraordinarias su condición de seres humanos de carne y hueso, sin que quiera decir que tengamos que introducirnos en las alcantarillas de la historia. Es oportuno poner de relieve que la obra contiene valiosos documentos históricos de los cuales, es probable, varios ya no se conserven en los respectivos archivos nacionales, ya sea por extravió, robo o deterioro. En cuanto a los historiadores que nos precedieron en esta línea de investigación y que, con su intelecto y dedicación, forman parte del bagaje de la obra enriqueciéndola, lejos de "reciclar" sus pensamientos y hacerlos propios omitiendo sus nombres y trabajos, los invitamos a nuestra mesa para degustar este banquete del pasado, cuidando de colocar, conforme a protocolo, sus apellidos y obras en vistosas etiquetas que los lleven a sus respectivos sitios. De ese modo les hacemos justicia, los rescatamos del olvido o les rendimos tributo. Eso sí el guiso lo hemos preparado nosotros y confiamos tenga sazón y no sea un desaguisado desabrido, al contrario que esté condimentado y mejor si es picante.

La segunda parte está dedicada a las misiones diplomáticas del general Armaza en el Brasil Imperial de Pedro II y en la Federación Argentina del tirano Rosas; pero que van más allá del marco estrictamente bilateral diplomático ya que muestran una connotación política regional. Al mismo tiempo es ilustrativo en cuanto a poder atisbar los acontecimientos de política interna en ambos países. Los capítulos van, por tanto, más allá de los objetivos diplomáticos de ambas misiones. En el caso del Brasil este era la negociación de un Tratado de Límites que terminó conectándose con el proyecto de la República Oriental del Uruguay de una negociación conjunta de todos los países hispanoamericanos que tenían frontera con el Imperio del Brasil. El proyecto del ministro Lucas Obes tuvo tal grado de importancia e implicaciones internacionales que vimos oportuno abordarlo en capítulo separado (Debemos destacar que es la primera vez que se aborda esta negociación contando con fuentes de todos los países involucrados: Uruguay, Bolivia, la Confederación Perú-Boliviana, Argentina y Brasil). Es los capítulos del Brasil y la Argentina que vimos propicio bosquejar los trascendentales acontecimientos de la región, en torno al Pacto de Paucarpata y la Confederación Perú-Boliviana, en cuyo contexto se inscribe la visión de Diego Portales sobre el "destino manifiesto" de Chile en el Pacífico Sur. Lo propio hicimos en el capítulo sobre la biografía del Gral. Armaza donde aprovechamos para insertar datos y observaciones sobre la condición de guerra civil que caracterizó a la Guerra de la Independencia o tratar el poco conocido segundo sitio de la fortaleza Real Felipe del Callao. Sobre las gestiones diplomáticas con el Vaticano, cabe aclarar que, como en el caso de los asuntos uruguayos, la significación del tema nos llevó a considerarlo en capítulo aparte. Empero no es posible eludir reconocer que el capítulo sobre la Santa Sede cobra interés especial para estudiosos que tengan particular devoción por la historia diplomática del Estado del Vaticano con América Latina; incluso mejor si cuentan con conocimientos de italiano, dado que algunas notas transcritas se las conservó en el idioma de Dante y Petrarca.

En la parte tercera seguimos los trazos de tinta del pensamiento bolivariano, a través de sus cartas, en esferas puntuales como la relación de Bolívar con el poder; la evolución de sus ideas políticas; el nacimiento con fórceps y muerte prematura de la Gran Colombia; la inducida incorporación a la misma de Quito; la coaccionada anexión de Guayaquil; las resistencias peruanas a que las tropas auxiliares de Colombia vayan a ese país. Su condicionamiento ineludible como venezolano. En fin el predominio colombo-venezolano en la región, bajo la descollante figura de Bolívar. Todo para demostrar que más allá de la independencia de la corona de España, el proyecto continental del general Bolívar generó la necesidad de: "Libertarse de sus propios Libertadores". El culto a la memoria del Libertador creó tales espejismos históricos que es "indispensable volver a los testimonios mismos del pasado para restablecer la verdad", en palabras de Sergio Villalobos, el historiador chileno que se empeñó contemporáneamente en desmitificar la figura de Portales. Entre estos testimonios incluimos el más fidedigno y esclarecedor relato sobre Bolívar legado a la posteridad por el general Perú de Lacroix, conocido como: "Diario de Bucaramanga", en el que lo retrata en su más íntimo pensamiento y recóndito sentimiento, ya que el Libertador si bien veía que su fiel ayudante tomaba notas de cuanto decía, no sospechó del todo su minuciosidad, fruto de una gran memoria e inteligencia superior. Para nosotros el Diario, desde la primera a la última palabra, es absolutamente verídico. Hubo historiadores que rechazaron aquello que consideraban "ofensivo" o "injusto" y aceptaron lo que les era lisonjero, suponiendo inmoralidad en el autor con el argumento de que interpuso sus propios rencores u odios. No lo creemos así, en modo alguno. La estatura moral y la pureza de su corazón se mide con la carta que el 18 de diciembre de 1830, escribiera a Manuela Sáenz, desde Cartagena, comunicándole que había dejado al Libertador cuando "[….] el grande hombre estaba para dejar esta tierra de la ingratitud y pasar a la mansión de los muertos, a tomar asiento en el templo de la posteridad y de la inmortalidad al lado de los héroes que más han figurado en esta tierra de miseria".[12] Si nadie cuestiona las palabras despectivas contra militares peruanos que registra la correspondencia de Bolívar, ¿por qué no aceptar que, en privado y confianza, haya denostado a militares granadinos? La leyenda de Ricaurte y la explicación de cómo el Libertador la había creado para "entusiasmar a mis soldados, para atemorizar a los enemigos y dar la más alta idea de los militares granadinos"; vale decir por motivos políticos y no por deber ni justicia, la entendemos perfectamente plausible. Por motivos políticos hizo lo inverso con sus parientes, es decir los postergó (como lo reconoció en relación a su sobrino y edecán) para que no se crea que adelantaban en sus carreras militares por favoritismo. Igualmente por motivos políticos dio al general Santa Cruz el título de Mariscal de Zepita, cuando debió, por el contrario, ser sometido a Consejo de Guerra, por haber perdido un ejército que contando con más de cuatro mil hombres quedó reducido a menos de mil. Hemos introducido dos digresiones más en esta parte: La entrevista de Guayaquil entre el Libertador Bolívar y el Protector San Martín y la relación poder-bello sexo de los libertadores (una especie de tema tabú) y el ejército auxiliar colombiano; que contiene de soslayo un homenaje a Manuelita Sáenz. También desempolvamos y sacamos las telarañas de los "esqueletos en los roperos" de San Martín, Bolívar y O"Higgins, lo que es posible disguste a aquellos que convirtieron a los próceres en estatuas de yeso.

En el epílogo recapitulamos el proceso histórico que va desde la batalla de Ayacucho hasta el final de la Guerra del Pacífico.

Partes: 1, 2

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