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Deontología pedagógica



Partes: 1, 2

     

    Indice
    1.
    Introducción

    2. Objetivo Terminal
    3. Deontología
    4. Ética y Moral
    5. ¿Qué es la
    Ética?

    6. La
    Axiología

    7. La formación de
    valores en la educación superior.

    8.
    Bibliografía

    9.
    Anexo

    1.
    Introducción

    En nuestro mundo, el del siglo XXI tanto el hombre
    común, cuanto el dedicado al pensamiento y
    la reflexión tienen la idea de que la sociedad se halla
    sometida a un cambio,
    desconcertante por su rapidez. Todo cambio en la
    humanidad viene acompañado —condicionado y siendo
    condicionado a la vez— por un cambio cultural. Cualquier
    cambio tiene dos vertientes: la social, a la "medida" de la
    humanidad y la vertiente personal, en
    tanto modifica las características propias de cada ser humano.
    En la medida en que la voluntad libre del hombre
    intervienen en el cambio personal, estamos
    hablando de formación y valores
    humanos.
    Es necesario, privilegiar a la educación como
    práctica social, pensando así en un proyecto para una
    sociedad
    mejor. A partir de esta interpretación hay que hablar de
    la formación del educando en cualquier área
    profesional y la capacitación del docente en aras de
    conformar un todo sistémico en los procesos
    formadores.
    De lo anterior se da lectura que la
    praxis deontológica-pedagógica obliga a educar en
    valores
    éticos, en este contexto persigue la educación moral. A nivel
    superior, por su parte, la currícula de materias
    relacionadas con ética y
    deontología, que se cursan en casi todas las carreras
    permite al docente desarrollar esta prioridad social y personal,
    dando así su propio aporte, a la consolidación
    ética y
    moral de la dignidad humana que se practica en el ejercicio
    profesional, cumpliendo con los deberes y derecho insertos en los
    códigos de deontología profesional. Todo no
    está dicho.

    2.
    Objetivo
    Terminal

    Al concluir esta unidad curricular, los participantes
    serán capaces de conocer los principios y
    los valores
    éticos y morales de la profesión con miras a
    desarrollar actitudes y
    comportamientos cónsonos con la dignidad humana y el
    respeto por la
    sociedad y el país.

    Estructura Instruccional
    La estrategia
    adaptada para el desarrollo de
    este nivel curricular contempla una selección
    de lecturas de autores representativos tanto a nivel nacional
    como internacional. La función
    básica de las lecturas es promover el análisis y la reflexión propiciando
    así el desarrollo de
    las actividades prácticas que complementan las actividades
    para el logro del objetivo. Se
    incluye referencias bibliográficas cuya consulta
    permitirá profundizar el tema.

    Evaluación de los
    Aprendizajes

    Se presentan opciones negociables para el trabajo
    individual y la participación grupal. Estas opciones deben
    evidenciar una integración orgánica y fundamentada
    de los aprendizajes adquiridos.

    3.
    Deontología

    J. Benthan (1834) define por primera vez la
    deontología en general, como la "ciencia de los
    deberes o teoría
    de las normas morales."
    Aplicada a las profesiones se denomina deontología
    profesional y es la disciplina que
    se ocupa de determinar y regular el conjunto de responsabilidades
    éticas y morales que surgen en relación con el
    ejercicio de la profesión, especialmente aquellas de
    dimensiones que tienen repercusión social.
    Su contenido se basa y justifica en los principios y
    normas de la
    ética y
    la moral, el
    objetivo específico de la deontología profesional,
    consiste en la aplicación de estos principios a cada
    profesión.
    La filosofía se ha esforzado (de distinta manera y con
    éxito
    desigual) por establecer lo que se ha llamado "El Estatuto
    Ontológico del Hombre":
    precisando los atributos y límites
    del quehacer humano. Aunque es evidente que la responsabilidad natural descansa
    básicamente sobre la familia y
    la responsabilidad moral descansa
    primordialmente en la escuela.
    La familia tiene
    la responsabilidad natural de la educación moral,
    ética y deontológica de sus miembros porque opera
    espontáneamente sobre los individuos que ella misma
    engendra, porque está estupendamente dotada para influir
    sobre los afectos, acciones y
    tendencias del individuo durante su evolución vital.
    La escuela y la
    universidad
    tienen la responsabilidad
    social de la educación moral,
    ética y deontológica porque es una organización integrada por una selección
    intelectual cuyo compromiso es con la colectividad. Por sobre
    todo la Universidad tiene
    que sentir, por encima de cualquier divergencia
    ideológica, la importancia esencial del impacto que ejerce
    permanentemente el intelecto sobre la salud de la voluntad y la
    responsabilidad de una tarea moral básica que cumplir.
    Los filósofos denominan las concepciones
    éticas "deontológicas" (del término griego
    deon, "deber") e implica limitaciones, mandatos o reglas, y en
    adelante me voy a referir a ellos en general simplemente como
    "exigencias deontológicas". Las concepciones
    deontológicas exigen a los agentes abstenerse de hacer el
    tipo de cosas que son malas aun cuando éstos prevean que
    su negativa a realizar estas cosas les producirá
    claramente un mayor daño (o menor bien).

    La Naturaleza y
    Estructura de
    las Limitaciones Deontológicas
    Es hora de atender más de cerca a la naturaleza y
    estructura de
    las exigencias deontológicas —es decir, al sistema de normas
    o prohibiciones que constituye la base de las concepciones
    deontológicas— pues esto puede ayudar a hacernos una
    más clara idea de la naturaleza y estructura de las
    propias concepciones deontológicas. Merecen citarse en
    especial tres características de las exigencias
    deontológicas.
    Las exigencias deontológicas suelen 1) formularse
    negativamente de la forma "no harás" o mediante
    prohibiciones. Aun cuando parecería teóricamente
    posible transformar las exigencias deontológicas que se
    formulan como prohibiciones en prescripciones manifiestamente
    "positivas" (por ejemplo el mandato "no mientras" en "di la
    verdad", y "no dañes a un inocente" en "presta ayuda a
    quien la necesita"), los deontólogos consideran que las
    formulaciones positivas no son equivalentes a (ni se desprende
    de) las negativas. (Lea éxodo 20, 1-17).
    Según el deontólogo, aunque es evidente que mentir
    y faltar a la verdad, o dañar y dejar de ayudar, pueden
    tener las mismas consecuencias adversas, y resultar del mismo
    tipo de motivaciones, "mentir" y "faltar a la verdad" no son
    actos del mismo tipo, como tampoco "dañar" y "dejar de
    ayudar". Como lo que se considera malo son tipos de actos, una
    exigencia deontológica puede prohibir mentir y permanecer
    en silencio en un tipo de acto "supuestamente" diferente pero muy
    afín, a saber, el faltar a la verdad. Dice Uried:
    En cualquier caso, la norma deontológica tiene límites y
    lo que está fuera de esos límites no está en
    absoluto prohibido. Así mentir es malo, mientras que no
    revelar una verdad que otro necesita puede ser perfectamente
    permisible —pero ello se debe a que no revelar una verdad
    no es mentir (Fried, 1978, págs. 9-10).
    Así pues, las exigencias deontológicas no
    sólo se formulan negativamente (como prohibiciones) sino
    que además 2) se interpretan de manera estrecha y
    limitada. Esto es decisivo, pues diferentes concepciones del
    alcance de las exigencias deontológicas —o
    diferentes concepciones sobre lo que constituyen tipos de actos
    diferentes— obviamente darán lugar a comprensiones
    muy diversas de las obligaciones y
    responsabilidades de los agentes.
    Por último 3) las exigencias deontológicas tienen
    una estrecha orientación: se asocian estrechamente a las
    decisiones y actos de los agentes más que a toda la gama
    de consecuencias previstas de sus elecciones y actos. Como dice
    Nagel, "las razones deontológicas alcanzan su plena
    fuerza como
    impedimento a la acción de uno —y no simplemente
    como impedimento a que algo suceda" (1986, Pág. 177).
    La estrecha orientación de las exigencias
    deontológicas a menudo se explica en términos de
    una interpretación de la idea de autoría (agency
    (T)) y se explica apelando a la distinción entre
    intención y previsión. Se afirma así que
    violamos la exigencia deontológica de no dañar al
    inocente sólo si dañamos intencionadamente a otra
    persona. Si
    meramente optamos no emprender ninguna acción para evitar
    el daño a otros, o si el daño que afecta a
    éstos se considera consecuencia de una acción
    nuestra (prima facie permisible), pero no como un medio o un fin
    elegido, entonces, aunque nuestra acción puede ser
    susceptible de crítica por otras razones, no es una
    violación de la exigencia deontológica de no
    dañar al inocente. En opinión del
    deontólogo, no somos tan responsables (o bien no
    plenamente autores de) las consecuencias previstas de nuestros
    actos como lo somos de las cosas que pretendemos.
    Aunque la mayoría de los deontólogos creen que
    tenemos algunas obligaciones
    "positivas", la mayoría de las normas morales que
    según ellos rigen nuestra conducta se
    formulan "negativamente" como prohibiciones o no autorizaciones.
    Esto no es fortuito o accidental. Para las concepciones
    deontológicas, la categoría de lo prohibido o lo no
    permisible es fundamental en varios sentidos.
    Para el deontólogo, la distinción moral más
    importante es la existente entre lo permisible y lo no
    permisible, y es la noción de lo no permisible la que
    constituye la base de la definición de lo obligatorio: lo
    que es obligatorio es lo que no es permisible omitir. Aunque los
    deontólogos difieren respecto al contenido de lo que los
    agentes están obligados a hacer —aparte de evitar la
    trasgresión de las normas— coinciden en pensar que
    la mayor parte del espacio moral, y ciertamente la mayor parte
    del tiempo y
    energía de un agente deben consumirse en lo permisible.
    Según dice Fried,
    Uno no puede vivir su vida según las exigencias del
    ámbito de lo correcto. Tras haber evitado el mal y haber
    cumplido con nuestro deber, quedan abiertas una infinidad de
    elecciones. (1978, Pág. 13).
    El contraste con las teorías
    morales consecuencialistas es aquí bastante fuerte.
    Mientras que los deontólogos consideran que la idea de lo
    correcto es débil (o excluyente), los consecuencialistas
    utilizan una idea fuerte (o inclusiva): un agente actúa de
    manera correcta sólo cuando sus acciones
    maximizan la utilidad, e
    incorrectamente en caso contrarío. Las teorías
    consecuencialistas realizan así (lo que puede denominarse)
    el cierre moral: todo curso de acción es correcto o malo
    (y las acciones sólo son permisibles si son
    correctas).

    Los Deberes
    Con frecuencia, ética y deontología se utilizan
    como sinónimos. Es cierto que ambas palabras hacen
    relación al deber y ambas disciplinas son tenidas como
    ciencias: la
    primera se ocupa de la moralidad de los actos humanos y la
    segunda determina los deberes que han de cumplirse en algunas
    circunstancias sociales, y en particular dentro de una
    profesión dada. Por eso se identifica como "la ciencia de
    los deberes". Dice Ferrater Mora que la deontología ha de
    considerarse como una disciplina
    descriptiva y empírica cuyo fin es la determinación
    de ciertos deberes. La ética, a su vez, puede aceptarse
    como una disciplina normativa. Según el mismo Ferrater,
    recordemos que fue Jeremías Benthanm quien
    acuñó el término "deontología" en su
    libro
    Deontology, or the science of morality, con el significado de lo
    obligatorio, lo justo, lo adecuado. Tanto deontología como
    deontológico son términos que han caído en
    desuso y han sido reemplazados por "DEÓNTICO".
    De manera general se acepta que el cumplimiento del deber es
    hacer aquello que la sociedad ha impuesto en bien
    de los intereses colectivos y particulares. La persona es buena,
    actúa correctamente cuando cumple con las tareas y
    obligaciones que debe hacer. Desde que el individuo tiene uso de
    razón comienza a actuar bajo la presión de
    normas llamadas deberes (debes hacer esto, deja eso, no hagas,
    cumple con), a tal punto que su cumplimiento vive en función de
    ellos y es considerado como una persona honesta, virtuosa.
    El individuo posee obligaciones, que no son otra cosa que
    constricciones o coacciones; en el ámbito de la moral la
    persona puede ser constreñida externa o internamente. Las
    obligaciones cuyas motivaciones son subjetivas o internas son
    obligaciones éticas, obligaciones del deber, en tanto que
    aquellas cuyas motivaciones son objetivas o externas, son
    obligaciones de la coacción o estrictamente
    jurídicas. Deduce por eso Kant que la
    conciencia no es
    otra cosa que el sentido del deber, Kierkeegard sigue un pensamiento
    similar para él, aceptar que la finalidad de la vida es el
    cumplimiento de los deberes —es decir, que eso es la
    concepción ética de la vida— es un invento
    destinado a perjudicar la ética. El deber no puede ser una
    consigna, sino algo que nos incumbe. "El individuo verdaderamente
    ético —añade— experimenta tranquilidad
    y seguridad porque
    no tiene el deber fuera de sí mismo, sino en él".
    "En él" es su conciencia, que
    es nuestra propia voz interior, independiente de sanciones y
    recompensas externas.
    El filósofo inglés
    David Ross introdujo en 1930 el concepto de
    "deber prima facie", para significar que no existen deberes
    absolutos, pues los deberes dependen de circunstancias
    particulares (deberes condicionales). Desde entonces la frase
    "prima facie" encontró acomodo en la filosofía
    moral. Antes de él, los deberes estaban ligados al
    principio de utilidad para los
    seguidos de Mill y de Bentham, o al imperativo categórico
    para los seguidores de Kant Ross, a
    diferencia de ellos sostuvo que los deberes no pueden depender de
    un solo principio, sino que deben condicionarse a lo
    circunstancial. Siendo así, al surgir un conflicto de
    deberes, es decir una competencia
    jerárquica, nuestro verdadero deber será el
    más exigente, el más severo.
    Según Ross, nuestros deberes prima facie son variados: a)
    de fidelidad (ej., decir la verdad, cumplir una promesa); b) de
    reparación (restituir de alguna forma el daño
    causado); c) de gratitud; d) de beneficencia (existen seres cuyas
    condiciones podemos mejorar); e) de no maleficencia (no hacer
    daño a otro); f) de justicia
    (distribución de los recursos de
    acuerdo con los méritos y necesidades de las personas);
    por último; g) de automejoramiento o
    autoperfección.
    Con la anterior propuesta, Ross sentó las bases, o mejor
    señaló los principios morales que servirán
    luego para fundamentar la nueva ética
    profesional, no obstante las naturales críticas de
    carácter filosófico que ha tenido
    que soportar.

    Del Ejercicio de la
    Profesión Docente

    La Constitución de la República
    Bolivariana de Venezuela,
    reza: "La educación estará a cargo de personas de
    reconocida moralidad y de comprobada idoneidad académica".
    Más adelante al referirse al trabajo docente lo describe
    como "…elevada misión" y
    obliga al Estado a
    establecer leyes que regulen
    el ingreso, promoción, permanencia en el sistema educativo
    y
    evaluación de méritos (Art.
    104).
    Los cambios políticos e institucionales que caracterizan a
    la Venezuela de
    hoy obligan a los ciudadanos venezolanos dedicados a la docencia
    a replantearse su rol en los centros educativos. Su "elevada
    misión"
    debe enmarcarse dentro de los nuevos paradigmas o
    doctrinas que inspiran los textos legales. No sólo es la
    Constitución y la Ley
    Orgánica de Educación, sino también la
    Ley
    Orgánica para la Protección del Niño y
    Adolescente (Título II: Derechos, Garantías y
    Deberes) y la Ley de Universidades.
    Un aparte de importancia se le asigna en la Educación
    Física y Recreación; "como actividades que
    benefician la calidad de
    vida individual y colectiva" (Art. 111).
    En el título IV, Capítulo II, Art. 78 de la Ley
    Orgánica de Educación, reza: "El ejercicio de la
    profesión docente estará a cargo de personas de
    reconocida moralidad y de idoneidad docente comprobada, provistas
    del título profesional respectivo. El Ejecutivo Nacional
    establecerá un régimen de concursos
    obligatorios…"
    El Art. 85 de la Ley de Universidad, reza: "Para ser miembro del
    personal docente y de investigación se requiere: poseer
    condiciones morales y cívicas que lo hagan apto para tal
    función…" (Lea disposiciones y aspectos fundamentales de
    la ley en referencia).
    En las nuevas leyes ya
    aprobadas y en plena vigencia, destacan la Doctrina de los
    Derechos
    Humanos y los Derechos del
    Niño y el Adolescente. El Docente no puede ignorar
    estos nuevos planteamientos; y, por el contrario, deberá
    convertirse en un celoso defensor y promotor de los Derechos. (Analicemos
    ampliamente el Reglamento del Ejercicio de la Profesión
    Docente: Deberes y Derechos del Personal Docente).
    Estos derechos tienen que ver con la educación: todos
    tienen derecho a la Educación: "Toda persona tiene derecho
    a una educación integral, de calidad,
    permanente, en igualdad de
    condiciones y oportunidades, sin más limitaciones que las
    derivadas de sus
    aptitudes, vocación y aspiraciones…" (Art. 103 de la
    Constitución de la República Bolivariana de
    Venezuela).
    Podemos resumir, que el papel del
    docente está delineado en la Carta Magna y
    replanteado en los niveles educativos respectivos. El docente en
    cualquier espacio, de su ejercicio, es un guía, un
    orientador…
    Recordemos que el Docente no es el centro del proceso
    educativo, lo es el alumno sujeto de deberes y derechos, pero el
    maestro puede convertirse en un líder,
    en un paradigma de
    la ciudadanía universal, en cuanto que su vida personal y
    profesional constituye un modelo de
    ciudadano respetuoso de la dignidad humana y convencido defensor
    de los Derechos Humanos,
    por un lado; y por otro, un profesional que ponga muy en alto el
    orgullo de ser venezolano. Recordemos que necesitamos instituciones
    y organizaciones
    formadoras de hombres y hombres formadores de hombres. Recordemos
    también que el alumno tiene sus derechos y sus deberes
    igual que las instituciones,
    y asociaciones gremiales que agrupan a los profesionales en el
    ejercicio de sus funciones.
    Recordemos la finalidad fundamental de la educación (Art.
    3, para su comentario) y de este contexto determinemos nuestros
    deberes para dar respuestas como profesionales de la
    educación.

    4.
    Ética y Moral

    Los llamados «derechos humanos» parece que
    tienen mucho que ver con la Ética y con la Moral
    ¿Por qué llamarlos derechos y no deberes, por
    ejemplo? La pregunta alcanza toda su fuerza desde
    las coordenadas que, según modos muy diversos, tienden a
    ver la distinción entre los términos
    «ética & moral», por un lado, y
    «derecho», por otro, como una distinción
    dicotómica. Quienes, por el contrario, no entienden esa
    distinción dicotómicamente, puesto que presuponen
    la efectividad de un entretejimiento sui generis entre la
    ética & moral, y el derecho, estarán lejos de
    hacerse esta pregunta. Más bien tendrían que
    hacerse la pregunta contraria: «¿Por qué no
    llamar derechos a los deberes éticos y morales?» En
    términos gnoseológicos: «La cuestión
    de los derechos humanos, ¿no corresponde antes a la
    Teoría
    del Derecho (a la Filosofía del Derecho) que a la
    Teoría de la Ética y de la Moral?» El
    debate en
    torno a la
    cuestión de si los derechos humanos han de considerarse
    desde una perspectiva estrictamente jurídica, o bien desde
    una perspectiva previa, o por lo menos no reducible a la esfera
    estrictamente jurídica —es decir, una perspectiva
    ética & moral— compromete evidentemente la
    cuestión general de las relaciones entre el derecho
    estricto y la moral o la ética; así como la
    cuestión general de las relaciones entre las normas
    éticas y las normas morales. Partimos de la hipótesis general según la cual las
    normas jurídicas (los derechos, en sentido estricto)
    presuponen las normas éticas y morales, pero casi a la
    manera como el metalenguaje presupone el lenguaje
    objeto. Sólo que las normas jurídicas no las
    entendemos como un mero «nombre» de las normas
    morales o éticas, algo así como una
    reexposición reflexiva de normas prejurídicas o
    praeterjurídicas. Las normas jurídicas no son un
    pleonasmo de las normas morales o éticas. Si a las normas
    jurídicas les corresponde una función peculiar y no
    la de una mera redundancia de las normas morales o éticas,
    sin que tampoco pueda decirse que se mantienen al margen o
    más acá de la ética o de la moral, es porque
    las propias normas morales o éticas, en un momento dado de
    su desarrollo, necesitan ser formuladas como normas
    jurídicas. Si esto es así es porque las normas
    morales, y las normas éticas, no sólo no son
    idénticas entre sí, sino que ni siquiera son
    estrictamente conmensurables. Este esquema general de las
    relaciones entre el derecho y la moral & ética es el
    que podemos aplicar, como a un caso particular, para dar cuenta
    de las relaciones entre los derechos humanos, como normas
    jurídicas, y los derechos humanos como normas
    éticas y morales. En términos generales
    diríamos, refiriéndonos por ejemplo a la
    Declaración de 1789, que esa Declaración de los
    derechos humanos habría consistido, sobre todo, en una
    sistematización muy precaria, sin duda, de los deberes
    éticos, separándolos de los deberes morales (que
    aparecen, sobre todo, como derechos del ciudadano).
    Etimológicamente "moral" viene de "mores", voz latina que
    significa "costumbres", y sabemos que existen muchas costumbres
    buenas, denominadas virtudes y costumbres malas, como los vicios.
    ¿Cuáles de estas costumbres son las más
    necesarias para vivir en sociedad?, indudablemente que son las
    primeras.
    No es extraño escuchar a los "viejos" de cada
    generación hacer comparaciones y hasta entristecerse por
    la "inmoralidad" de la juventud y
    hablar con nostalgia de su tiempo, cuando
    sí florecían las virtudes. La sabiduría
    popular expresa que "todo tiempo pasado fue mejor" o por lo menos
    así se percibe ¿por qué? porque la moral va
    evolucionando y entonces desconectarse es volver a la
    añoranza.
    El fin moral es el beneficio de sí mismo, es decir;
    el amor del
    hombre a su propio ser, situación ésta que favorece
    al colectivo.

    ¿Qué Busca la
    Moral?

    La moral se relaciona con el concepto de lo
    bueno y de lo malo, de lo que uno debe o no debe hacer. Ese
    concepto está muy ligado a las costumbres lo que permite
    deducir que la moral no es una (permanente), sino muchas
    (variable). En otras palabras, dado que la costumbre es
    cambiante, la moral también lo es,. Como dice Malherbe,
    las morales son relativas a las sociedades y a
    las épocas que aquellas estructuran; ellas son
    múltiples. Pero la ética, que es la exigencia
    maestra del ser humano en cuanto tal, es única. Dos
    ejemplos: la antropofagia era costumbre corriente entre los
    caníbales; el aborto era
    aceptado en los países comunistas. En ambos casos esos
    actos eran lícitos moralmente para quienes los ejecutaban,
    porque la costumbre así lo imponía, pero eran
    susceptibles de cuestionamiento ético.
    La moral, que se identifica también con el obrar bien, ha
    sido interpretada a la luz de las
    diferentes escuelas filosóficas (positivismo,
    hedonismo, institucionalismo, utilitarismo, idealismo,
    materialismo
    dialéctico, etc.), lo cual ha conducido a pluralidad de
    conceptos, difícil de conciliar algunos. Siendo
    así. ¿quién dicta las leyes de moral?
    ¿Quién determina lo que es bueno o malo?.
    Cuando se afirma que lo moral se identifica con el obrar bien,
    surge la pregunta. ¿y qué es obrar bien?, cuya
    respuesta no es fácil de dar y si se da es probable que no
    sea aceptada por todos. En efecto, lo "bueno" y lo "malo" siempre
    han dividido a la humanidad.

    Lo bueno y lo malo
    No obstante haber postulado Sócrates
    hace veinticinco siglos que la perfección humana estriba
    en el
    conocimiento del bien y del mal, el concepto de la palabra
    "bueno", que es el eje alrededor del cual gira la ética,
    ha sido muy discutido, explicable por cuanto su significado
    está íntimamente relacionado con la cultura y el
    orden social en que tenga aplicación. Como dice Macintyre,
    a medida que cambia la vida social, cambian también los
    conceptos morales, cambios que son aupados por la investigación filosófica. El
    filósofo inglés
    G.E. Moore, citado por L. Rodríguez, va más
    allá al afirmar que el retraso de que adolece el saber
    ético, se debe en gran medida al reiterado y pernicioso
    intento de los filósofos por definir la bondad.
    "Bueno" con cierto criterio general, significa cualquier
    acción o cualquier objeto que contribuya a la
    obtención de un fin deseable. La bondad ética tiene
    que ver con el hombre, con
    los actos que éste ejecute libremente y que vayan a
    beneficiarlo a él o al "otro". El fin deseable
    sería, pues, alcanzar el bienestar, que a su vez involucra
    lo bueno. El concepto axiológico de bien, de bueno, carece
    de unánime aceptación. ¿Puede encontrarse
    una definición de "bien" que se identifique con lo que
    cada uno piensa que es el bien?. Ese es, como ya dije, el quid
    que no ha resuelto la ética. Se ha carecido de inteligencia
    frente a la idea del bien, como diría Platón.
    Así las cosas, habría que aceptar, con enfoque
    práctico, que no es mediante la ciencia
    sino mediante el sentido común como podríamos
    entender lo que es el bien.
    Muchas personas afirman creer que actuar moralmente, o como se
    debe actuar, supone aceptar conscientemente algunas limitaciones
    o reglas (bastante específicas) que ponen límites
    tanto a la prosecución del propio interés
    como a la prosecución del bien general. Aunque estas
    personas no consideran fines innobles, fines que debemos
    descartar por razones morales el fomento de nuestros intereses o
    la búsqueda del bien general, creen que ninguna de ambas
    cosas nos proporciona una razón moral suficiente para
    actuar. Quienes suscriben semejante concepción creen que
    existen ciertos tipos de actos que son malos en sí mismo,
    y por lo tanto medios
    moralmente inaceptables para la búsqueda de cualquier fin,
    incluso de fines moralmente admirables, o moralmente
    obligatorios.
    "La obligación moral tiene su origen en la vida misma y
    echa allí sus raíces mucho más profundamente
    que en el pensamiento consciente. Proviene de los más
    oscuros e inconscientes fondos del hombre". J.M. Guyau.
    La conciencia moral consciente en el conocimiento
    que tenemos o debemos tener de las normas o reglas morales; es la
    facultad que nos permite darnos cuenta si nuestra conducta moral es
    o no es valiosa. Existen dos posiciones fundamentales que
    explican la naturaleza de la conciencia moral: la innatista y la
    empírica.
    La posición innatista afirma que la conciencia nace con el
    individuo, es una capacidad propia de la naturaleza del humano.
    Se afirma, por ejemplo, que la capacidad para juzgar lo bueno y
    lo malo de una conducta es un don divino, o, es un producto
    propio de la razón humana, la misma que descubre a priori
    el sentido del bien y del mal.
    La posición empírica sostiene que la conciencia
    moral es resultado de la experiencia, es decir, de las exigencias
    o mandatos de la familia, de
    la educación o del medio sociocultural en general, por lo
    que, las ideas morales son de naturaleza social, están
    determinadas por las condiciones materiales de
    existencia.

    La educación y la
    Moral

    El objetivo fundamental de la educación consiste en la
    formación de la conciencia moral del hombre, para que
    éste intuya los valores
    éticos fundamentales tales como:
    El amor a la
    verdad.
    El apego a la sobriedad y a la lealtad.
    La dedicación y la responsabilidad al trabajo.
    El interés
    a la justicia y al
    bien común.
    La aversión hacia la venganza, el odio, la
    hipocresía, la avaricia, el egoísmo y la
    cobardía.
    Es así como en el artículo 102 de la
    Constitución se plantea: "Desarrollar un individuo con
    valoración ética".
    Y en el Título I, artículo 3 de la Ley de
    Educación se plantea: "Fomentar el desarrollo de la
    conciencia ciudadana".
    La educación ha de procurar conducir a los jóvenes
    hacia la reflexión científica sobre los grandes
    problemas y
    misterios de las cosas, de la vida y del cosmos, a fin de
    proporcionar vivencias más profundas. Esto llevará
    hacia una formación de una cultura
    general que lleve a la comprensión de nuestra cultural
    nacional, así como también a la comprensión
    de otras culturas distintas a la nuestra.
    Esta cultura general hará que el individuo se sienta,
    "ciudadano del mundo", mediante la comprensión que obtiene
    de las formas de vida y manifestaciones culturales de otros
    pueblos. De este modo, contribuirá a que haya mayor
    tolerancia
    para con otros pueblos, otras costumbres y otros valores.

    5.
    ¿Qué es la Ética?

    La ética es la parte de la filosofía que
    trata de la moral y de las obligaciones que rigen el comportamiento
    del hombre en la sociedad. Aristóteles dio la primera versión
    sistemática de la ética.
    Es el compromiso efectivo del hombre que lo debe llevar a su
    perfeccionamiento personal. "Es el compromiso que se adquiere con
    uno mismo de ser siempre más persona". Se refiere a una
    decisión interna y libre que no representa una simple
    aceptación de lo que otros piensan, dicen y hacen.
    En la mayoría de los escritos que se ocupan del asunto se
    lee que la palabra "ética" deriva del griego éthos,
    que quiere decir costumbre; a su vez "moral" deriva del
    latín mos, que significa también costumbre. Para no
    ser conformistas, vale la pena conocer con mayor amplitud la
    evolución semántica de esas
    palabras, muy bien analizadas por H.F. Drane. Para él,
    éthos hace referencia a la actitud de la
    persona hacia la vida. En un principio significó una
    morada o lugar de habitación; más tarde, en la
    época de Aristóteles, el término se
    personalizó para señalar el lugar íntimo, el
    sitio donde se refugia la persona, como también lo que hay
    allí dentro, la actitud
    interior. Siendo así, éthos es la raíz o la
    fuente de todos los actos particulares. No obstante, ese sentido
    griego original se perdió más tarde al pasar al
    latín, pues se trocó por mos/moris, significa mos
    —casi sinónimo de habitus— una
    práctica, un comportamiento, una conducta. Por su parte, la
    forma plural mores quería significar lo externo, las
    costumbres o los usos.
    En el habla corriente, ética y
    moral se manejan de manera ambivalente, es decir, con igual
    significado. Sin embargo, como anota Bilberny analizados los dos
    términos en un plano intelectual, no significan lo mismo,
    pues mientras que "la moral tiende a ser particular, por la
    concreción de sus objetos, la ética tiende a ser
    universal, por la abstracción de sus principios". No es
    equivocado, de manera alguna, interpretar la ética como la
    moralidad de la conciencia. Un código
    ético es un código
    de ciertas restricciones que la persona sigue para mejorar la
    forma de comportarse en la vida. No se puede imponer un
    código ético, no es algo para imponer, sino que es
    una conducta de "lujo". Una persona se conduce de acuerdo a un
    código de ética porque así lo desea o porque
    se siente lo bastante orgullosa, decente o civilizada para
    conducirse de esa forma.
    En términos prácticos, podemos aceptar que la
    ética es la disciplina que se ocupa de la moral, de algo
    que compete a los actos humanos exclusivamente, y que los
    califica como buenos o malos, a condición de que ellos
    sean libres, voluntarios, conscientes. Asimismo, puede entenderse
    como el cumplimiento del deber. Vale decir, relacionarse con lo
    que uno debe o no debe hacer. La moral debe definirse como el
    código de buena conducta dictado por la experiencia de la
    raza para servir como patrón uniforme de la conducta de
    los individuos y los grupos. La
    conducta ética incluye atenerse a los códigos
    morales de la sociedad en que vivimos.
    Con el estado
    actual de la sociedad, casi se ha perdido todo el tema de la
    ética. En realidad la ética es racionalidad (el
    ejercicio o uso de la razón) hacia el más alto
    nivel de supervivencia para el individuo, el grupo, las
    generaciones futuras y la humanidad.
    El nivel más alto de la ética serían
    conceptos de supervivencias a largo plazo con incidencia
    mínima en contra de la ecología humana. Una
    de las razones de que esta sociedad se está muriendo es
    que ha perdido la ética. La conducta razonable y las
    soluciones
    óptimas se han dejado de usar a tal grado que la sociedad
    se está desintegrando.
    Este es un ejemplo de una conducta que no es ética: dile
    al jefe que estoy enfermo y acto seguido el "enfermo" va rumbo a
    la playa.
    Por perder la ética queremos decir, una acción o
    situación en la que el individuo se involucra, o algo que
    el individuo hace, que es contrario a los ideales.
    No sólo es importante el enfoque filosófico del
    término y sus problemas o
    consecuencias, sino más bien práctico, es decir,
    sigamos reflexionando "éticamente" desde la cotidianidad y
    en este sentido, el mejor comportamiento ético
    podría devenir de las palabras de Confucio: "No hagas a
    otro lo que para ti no quieras". Este sabio principio moral, (del
    latín "mos", costumbre, norma) tiene su visión
    positiva en el evangelio que cita: "amar al prójimo".
    Recordemos que ética significa estudio de la
    ordenación de los actos humanos, no como son, sino como
    deberían ser. La ética es el "bien moral" de
    Aristóteles, es la "recta razón" de los estoicos,
    es estar en posesión de la "virtud" lo que hoy llamamos valores.

    Concepto de Ética Profesional
    Ética
    profesional o moral profesional, se suele definir como la
    "ciencia
    normativa que estudia los deberes y los derechos de los
    profesionales en cuanto tales". Es lo que la pulcritud y
    refinamiento académico ha bautizado con el retumbante
    nombre de deontología o deontología profesional. En
    efecto, la palabra ética confirmada por diccionarios y
    academias con el sentido de "parte de la filosofía que
    trata de la moral y de las obligaciones del hombre", no es tan
    preciso en el significado como la palabra moral.
    Moral polariza y concreta de tal manera las obligaciones internas
    de la conciencia que, excluye al menos parcialmente, las
    obligaciones derivadas del
    orden jurídico. En otra palabras: El concepto medular de
    la ética profesional es el concepto de moralidad. Todos
    los principios normativos y las aplicaciones prácticas de
    sus casuística deben estar impregnadas e impulsadas por la
    moral. Pero erraría quien hiciera objeto de la
    ética y responsabilidad profesional solamente a las
    obligaciones impuestas por la moral o el derecho
    natural, con exclusión de cualquier otra exigencia de
    índole jurídica o social.
    Por lo tanto, el objeto de la ética profesional es mucho
    más amplio de lo que comúnmente se supone. No es
    otra cosa que preguntarse (como docente, profesor, pedagogo,
    licenciado) frente a su alumno(a), a la sociedad y al
    país. "¿estoy haciendo con mi trabajo lo propio que
    beneficia a este alumno(a), lo necesario que beneficia a la
    sociedad donde estoy inserto, lo trascendente para mi país
    y para la raza humana?." Consecuencialmente, ¿estoy
    participando de lo que tengo derecho?. Una confianza que se
    entrega a una conciencia, a una conciencia profesional.
    La formación profesional es distinta para cada área
    y nivel de desempeño, y dependiendo de esto mismo, la
    formación puede ser larga y pesada o corta y ligera e
    incluso puede realizarse mientras se desempeña un trabajo
    ya sea similar o distinto, aunque de menor nivel por lo general.
    La formación profesional también puede ser muy
    teórica o muy práctica. Sin embargo, excepto
    algunas profesiones eminentemente especulativas como la de
    filósofo, todas deben contener una cierta dosis tanto de
    teoría como de práctica o sea la auténtica
    "praxis", entendida ésta como la aplicación de un
    conocimiento o
    de una teoría que a su vez fue extraída de
    experiencias concretas.
    Hablando ya en un sentido menos amplio, y como se entiende por lo
    general, las profesiones son el resultado de un proceso de
    formación a nivel superior de calidad
    universitaria, ya que ésta es la forma en que se puede
    garantizar a la sociedad que un individuo que ostenta la
    certificación de sus estudios mediante un título,
    sabe y puede hacer algo dentro de un marco ético-social y
    que su actividad es productiva y beneficiosa para la misma
    sociedad.
    Larroyo señala lo siguiente: "En virtud de la
    profesión el hombre se articula a la vida económica
    y asegura así su existencia fortaleciendo y haciendo
    progresar la economía de la
    sociedad entera. El desempeño del trabajo profesional, al
    constituir un valor para la
    sociedad, supone la eficiencia en el
    desempeño y su contribución al bien común.
    Esto descarta totalmente la improvisación profesional que
    causa tantos estragos en las sociedades
    subdesarrolladas, donde individuos de dudosa moralidad medran
    ostentando conocimientos y habilidades de las cuales
    carecen".
    Ahora bien, como ya se explicó, el hombre dedica la mayor
    parte de su tiempo a la actividad profesional
    (preparación, preocupación), tanto para obtener los
    satisfactores básicos como los de nivel más elevado
    consistentes en deseos, ambiciones y temores. El elemento
    compensatorio de toda esta actividad es el dinero,
    representado por sueldo, emolumento u honorarios, además
    de otros beneficios que, aunque no expresados en metálico,
    si contienen satisfactores que pueden ser convertibles o
    equivalentes.
    Dice Scherecker que "el profesional adquiere por su actividad el
    derecho a un sueldo que cambia la distribución del dinero, o de
    otros bienes, en el
    mundo, y normalmente su actividad cumple ciertas obligaciones
    estipuladas".
    El cumplir con las condiciones dentro de las cuales el trabajo
    profesional ha sido contratado, y el percibir un sueldo por el
    mismo, se pone al servicio de
    otros el "saber hacer", pero de ninguna manera la dignidad
    humana. El sueldo o salario no compra
    al hombre, solamente compra las habilidades del hombre. La
    persona no está obligada a desempeñar funciones que no
    estén de conformidad con la escala de
    valores
    morales que respalden su condición de profesional
    digno. Es algo así como comprometer lo que antiguamente se
    conocía como el honor.
    Los deberes profesionales no comienzan al recibir el Diploma o el
    Título. Desde el mismo momento en que se decide la
    actividad profesional que se va a ejercer el individuo adquiere
    una responsabilidad moral muy especial. El estudiante de una
    determinada profesión no puede sustraerse a los deberes
    que corresponden a la misma, alegando que aún no la
    ejerce, ya que en el momento en que empieza a estudiar, se obliga
    a los deberes que la misma profesión ha
    establecido.

    Ser Ético no es una
    Moda.
    Ética, ¿será la nueva palabra de moda en el
    mundo? del mismo modo que antes lo fueron "beneficio", "productividad" y
    "calidad" y "excelencia".
    La ética no es una cuestión de moda ya que
    todavía sigue necesitándose lo mismo que en otras
    épocas; para ser ético: trata a los subordinados,
    empleados, integrantes, aprendices, miembros, colegas, etc., de
    la misma manera que nos gustaría que nos trataran a
    nosotros. Una persona "ética" sería considerada
    igualmente honesta, íntegra en su trabajo y su vida,
    moral, confiable, incorruptible y respetuosa de sus deberes y de
    los derechos de los demás como si fueran los propios. No
    sería una persona envuelta en la autojustificación
    o la racionalización. Este individuo busca el
    espíritu más que la letra de la ley, y obedece a
    ambos.
    La ética, se vuelve un rasgo de la
    personalidad. Se incorpora al sistema de valores de quien la
    practica. Influye en todos los aspectos de la vida. Ser
    ético no es algo que puede encenderse y apagarse como un
    interruptor. Es un rasgo que hay que ganarse.
    Perderla es fácil, ganarla es un poco más
    difícil. También es conservadora en el sentido
    clásico. No existen nuevas modas ni los estilos nuevos a
    la hora de ser ético.

    Ser Ético: Una
    Cuestión de Pedagogía

    Partiendo de las cuestiones anteriores y para intentar una suerte
    de respuesta, el gran desafío para el tercer milenio y,
    desde siempre, será la recuperación de la vigencia
    de los paradigmas
    clásicos de moralidad.
    ¿Cómo se puede promover este tipo de
    formación moral?. No es fácil responder a esta
    pregunta ya que se llevan más de 20 años intentando
    contestarla. Aún queda mucho por investigar, sabiendo que
    algo se ha avanzado al respecto. La enseñanza interactiva puede ser una.
    Uno de los problemas a los que se debe enfrentar, al querer
    contribuir a la formación moral de los individuos
    (alumnos, empleados, practicantes, etc.) es el siguiente: sea
    para bien o para mal, parece que no son pocas las personas que,
    al querer dar sentido a sus vidas no encuentran en los paradigmas
    clásicos una respuesta satisfactoria a sus inquietudes. Es
    más: uno de los factores que agrava la crisis moral
    actual parece ser que no hemos revisado a tiempo la vigencia de
    tales paradigmas o categorías mentales en las vidas de los
    individuos. Como consecuencia, desde esa perspectiva se ha
    perdido relevancia moral.
    Al darnos cuenta de lo que está sucediendo, muchas veces
    se observan contenidos curriculares de cursos
    (sistemáticos o asistemáticos), por ejemplo,
    totalmente reformulados. Se utiliza un nuevo lenguaje,
    más a tono con los tiempos actuales, tratando de ser
    más claros a nivel intelectual. Pero no se presta debida
    atención a la manera en que los individuos
    aprenden lo que realmente influye en sus vidas. Es decir, se
    modifican contenidos sin tener en cuenta las estructuras de
    aprendizaje
    que se puedan observar. Abrirse a un nuevo aprendizaje a
    través de una ética no meramente teórica,
    sino práctica, desde los más bajos niveles
    cognoscitivos, será la eficiente respuesta para la
    comunidad en
    general.
    El fin de la educación, ¿la felicidad o la
    alegría?: Que la educación es un camino hacia el
    bien, es una idea universal, susceptible de muchas formulaciones,
    por supuesto. Si la alegría es la conciencia del bien,
    parece clara la consecuencia de que ha de ser vista como fin de
    la educación. La conclusión es correcta; pero, de
    hecho, en la literatura pedagógica
    se presenta con más frecuencia la felicidad que la
    alegría como fin de la educación (cfr.Altarejos,
    1983). ¿Qué decir de esta disparidad de
    expresiones?… Digamos, por lo pronto, que se trata de dos
    fenómenos tan ligados entre sí que su
    diferenciación no parece que vaya a tener graves
    consecuencias. Sin embargo, en función de la claridad de
    las expresiones, es interesante hacer alguna
    puntualización. Ya está dicho que la alegría
    y la felicidad, en tanto que aspiraciones universales, se hallan
    en la base de toda motivación
    humana. Pero la felicidad, en su sentido estricto, por abarcar
    todos los elementos y manifestaciones de la vida y permanecer a
    través y más allá del tiempo, tiene un grave
    límite como fuente de motivación
    real de la vida temporal del hombre. Mas la experiencia de que la
    felicidad no se puede alcanzar de una manera absoluta, no acaba
    con la aspiración a unirse al bien en la medida en que
    esto es posible. Si la conciencia de la plenitud sustituye por la
    vivencia de la posesión de un bien propiamente humano
    —aunque parcial o limitado— y experimentalmente
    accesible, surge la alegría. (Analicemos el
    artículo 3: Finalidad de la Educación. Ley
    Orgánica de Educación y las Disposiciones
    Fundamentales de la Ley de Universidades).
    La aspiración a la alegría, en tanto que
    reacción natural ante el logro de un bien, actúa en
    todas las operaciones
    humanas. La alegría entra más modesta, pero
    más claramente, en la perspectiva de la educación.
    El pesimismo que pudiera nacer de considerar inasequible la
    felicidad, se salva tomando la alegría como fin de la
    educación. Esta consecuencia no debe interpretarse como
    una separación total de la alegría y la felicidad,
    sino como una distinción de dos hechos diferentes pero
    estrechamente vinculados.
    Haciéndonos cargo de que la felicidad en sentido absoluto
    está más allá de las posibilidades naturales
    del hombre, pero que éste tiene a su alcance la
    alegría como un logro parcial y un paso hacia la
    felicidad, parece razonable que, al relacionarlas con la
    educación, quede como trasfondo la aspiración a la
    felicidad, pero se tenga como punto de referencia inmediato la
    alegría. En un concepto de la vida abierto a la realidad
    sobrenatural, a las anteriores palabras se les puede atribuir el
    sentido de que la alegría es el fin de la educación
    alcanzable en el tiempo y al mismo tiempo medio y camino para
    llegar a la felicidad que se halla más allá de la
    existencia temporal.
    Desde una perspectiva personalizada, la finalidad educativa se
    concreta en el hombre que se quiere formar. Esto vale tanto como
    aludir a una antropología coherente con el fin de la
    educación al que debe dar sentido, siendo a su vez base de
    partida para el quehacer educativo.
    En todo pensamiento pedagógico subyace una idea del
    hombre. El estudio de las cualidades específicamente
    humanas ocupa un puesto relevante a lo largo de la
    tradición filosófico-pedagógica. Pero desde
    el siglo XVIII, la ciencia natural y posteriormente algunas
    especulaciones filosóficas, se pueden señalar
    varios intentos de sintetizar la condición humana en
    alguna expresión en la que se signifique el carácter
    distintivo y único del hombre. En el fondo, se trata de
    señalar cuál es aquel rasgo, cualidad o
    condición que en la actividad le distingue y le coloca por
    encima del resto de los seres.
    El primero de estos intentos se debe a Linneo, quien, en la
    décima edición de su Sistema Naturae, publicada en
    1758, utilizó la expresión "Homo sapiens" para
    distinguir al hombre de los animales que
    más se le parecen pero que no alcanzan a poseer la
    capacidad de conocimiento propia del ser humano.
    La expresión hizo fortuna y cuando se empezaron a estudiar
    aquellas manifestaciones de la vida humana que podían
    considerarse como definitorias de la especie, surgieron otras
    expresiones semejantes.
    El pragmatismo,
    que ve en la acción la realidad más importante,
    parece ser el sustrato doctrinal de la expresión "Homo
    faber", es decir, el ser distinguido por su capacidad de hacer o
    fabricar más fácilmente al mundo material que tenga
    en su entorno. Bergson extendió esta expresión
    dándole una mayor profundidad al señalar su
    pensamiento de que "la esencia del hombre es crear material y
    moralmente, fabricar cosas y fabricarse él mismo. Homo
    faber, tal es la definición que proponemos"(Bergson,
    1934).
    Poco después de Bergson, y casi coincidiendo con él
    en el tiempo, Huizinga publicó en 1938 su bien conocido
    libro "Homo
    Ludens", en el que, tomando como base de la historia de la Humanidad,
    dice que "si se analiza hasta el fondo asequible el contenido de
    nuestras acciones, es fácil tropezar con la idea de todo
    comportamiento humano es mero juego"
    (Huizinga, 1943). En el pensamiento de este autor, el juego, en
    tanto que actividad que tiene sentido en sí misma, es
    elemento fundamental en el desarrollo de la personalidad
    humana y al mismo tiempo la expresión de su más
    alta característica, que es la creatividad.
    Avanzando más en los estudios sobre el hombre,
    Víctor E. Frankl contrapone a la idea del Homo faber, que
    actúa en función del éxito,
    la idea del "Homo patines", que vive en función de la
    plenitud humana, dentro de la cual necesariamente ha de caber la
    aceptación del fracaso (Frankl, 1979). A mi modo de ver,
    la idea de Frankl, que de algún modo pudiera interpretarse
    como expresión del hombre sufriente, debe ampliarse
    más y entenderse por contraposición al hombre que
    obra, al hombre que con su actividad modifica la realidad
    exterior. Así, el Homo patines, se concebirá como
    el hombre receptor de influencias externas. El concepto de
    acción, fundamental para entender al Homo faber, se
    completa aquí con el concepto de pasión, en el
    sentido de capacidad de recibir, fundamental para entender al
    Homo patines.
    Las anteriores caracterizaciones del hombre resaltan un rasgo,
    capacidad o disposición importante, pero parcial, ya que
    se refieren a un tipo particular de actividad que no abarca toda
    la vida del hombre.
    Otras expresiones semejantes que se pueden ver en obras como
    Formas de Vida de Spranger (1935), en las que se utilizan
    expresiones semejantes a las comentadas, tales como "homo
    oeconomicus", "homo socialis", en realidad no pretenden definir
    ni diferenciar al hombre respecto de otros seres, sino más
    bien diferenciar distintos tipos humanos entre sí; en
    otras palabras, son denominaciones particulares de algún
    modo de vivir o de algún tipo de personalidad.
    Si el designio de caracterizar al hombre por una
    disposición relevante ha llevado a utilizar las
    expresiones que en párrafos anteriores se han indicado,
    viendo en la alegría la vivencia de la posesión o
    la esperanza de un bien, y mirando así mismo las
    especiales vinculaciones que tiene con la actividad y con las
    relaciones personales, podemos diseñar la imagen del hombre
    como un sujeto definido por su capacidad para encontrar la
    alegría y hablar de él como "Homo gaudens".
    La aspiración a la alegría y la capacidad de
    alcanzarla son cualidades propias de la naturaleza humana. En
    ellas está la razón de que la alegría pueda
    servir para caracterizar al hombre frente a otros seres.
    La educación en el alcance de la alegría: La
    contestación a la pregunta que se acaba de formular exige
    previamente ver si el hombre puede hacer algo para alcanzar o
    reforzar la alegría. Si la alegría es algo que se
    recibe como don, real o fruto de un bien poseído o
    esperado, no parece que pudiéramos concebirle su
    carácter de categoría pedagógica, puesto que
    sería algo que entra en el hombre sin esfuerzo por su
    parte; quedaría fuera del campo educativo, puesto que
    éste se fundamenta en la actividad del hombre.
    La cuestión ya fue planteada por Aristóteles,
    quien, reflexionando sobre las causas de la felicidad, se
    preguntaba si podía deberse al azar, contestándose
    a sí mismo: "realmente, si hay en el mundo algún
    don que los dioses hayan concedido a los hombres, deberá
    creerse seguramente que la felicidad es un beneficio que nos
    viene de ellos; y tanto más motivo hay para creerlo
    así, cuanto que no hay nada que deba el hombre estimar
    sobre esto… y añado, que la felicidad es en cierta
    manera accesible a todos porque no hay hombre a quien no sea
    posible alcanzar la felicidad, mediante cierto estudio y los
    debidos cuidados".
    El texto del
    filósofo sugiere la idea de que la alegría es un
    don. Algún lenguaje
    coloquial viene a reforzar esta idea. Dentro del núcleo de
    palabras relacionadas con la alegría existe una que
    presenta un matiz singular: es el agrado. El agrado, como hecho
    de agradar y también cualidad que convierte a las personas
    o cosas en realidades "gratas", corrientemente se toma por
    significación análoga a la alegría, una
    especie de alegría suave, tranquila. Sin embargo, la
    raíz etimológica del agrado, gratum (don, regalo),
    está diciendo que la alegría es algo que se nos da,
    un don, un regalo, con lo cual se pone de relieve la
    dificultad de que el hombre pueda actuar directamente sobre su
    propia alegría. ¿Ser ético, una
    cuestión de pedagogía? implica un rediseño del
    proceso E-A, con coherencia vital que contribuyan en la
    educación de los valores en las dimensiones curriculares,
    extensionistas y sociopolíticas. Enfoque que dé
    como resultado en su implantación el hombre moral y
    ético que requiere la "aldea global".

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