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Inmigracion y literatura: El viaje (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Esta inserción de María González Rouco
excede los marcos de una investigación académica,
precisa en la bibliografía y en los testimonios, va mucho
más allá porque nos pone sobre el tapete cuestiones y
problemáticas que ya traían esos inmigrantes,
castigados en sus países de origen por las guerras y el
hambre. Por esto, insisto en el tono de presencialidad que
observan estas páginas de María González Rouco. De
ahí que el término que he acuñado
–inserción- implica una visión tan objetiva como
de sentido homenaje a esos inmigrantes, entregados por el destino
a la "buena de Dios" en las tierras de América. La
reactualización de datos y cronologías, la nueva puesta
en escena de títulos de obras de ficción a lo largo de
un siglo y medio, como el relevamiento de artículos y
ensayos, o de instituciones como The Jewish Inmigration Center,
nos indican a las claras que este trabajo de María
González Rouco significará un más que
valioso aporte sobre el cruce de las culturas en general, y sobre
la Inmigración, epopeya única e indivisible por su
grandeza, en especial. Una investigación que debe ponernos
orgullosos por su agudeza crítica y por la generosidad en la
entrega, rasgos que ya han caracterizado la trayectoria
curricular y periodística de María González
Rouco.

Sebastián Jorgi

Introducción

El tema del viaje es un tópico reiterado en la
literatura universal. El escritor y periodista Rubén
Benítez, autor de la novela de inmigración La pradera
de los asfódelos, manifestó cuando lo entrevisté:
"Ulises es tal vez literariamente el primer emigrante que
sueña con el regreso a su entrañable tierra. Lo
detienen los cantos de sirena y la magia de Circe". Al igual que
el griego, "el inmigrante europeo también partió y
cayó en las mismas redes. El viaje o "nostos" griego, enlaza
con la nostalgia, el dolor del regreso"
1.

En las páginas que leí, encontré la
evocación de la travesía vista no sólo como
material literario, sino también como un momento de la vida
propia o de los mayores que se desea reflejar, para dar
testimonio y rendir homenaje a tantos seres que buscaron en otra
tierra lo que en la suya no encontraban.

Monografias.com1
Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos.
Bahía Blanca, Siringa, 1988.

Permiso para
embarcar

Marcelo Bazán Lascano señala que la Ley
Avellaneda, de 1876, proporciona la definición de
inmigrante. Distingue "entre los inmigrantes "sensu
stricto", o sea los que venían con pasaje de segunda o
tercera clase por cuenta del gobierno u otras entidades, y los
que entre el 25 de mayo de 1810 y el presente han arribado a
nuestro territorio a su costa, como polizones o en cualquier otra
forma clandestina o ilegal. Podría sostenerse, pues, que los
segundos son, prima facie, definibles como inmigrantes "lato
sensu", aunque hubieran venido en primera clase y aunque lo
hubiesen hecho con bienes de fortuna y hasta con títulos
nobiliarios" (1).

Se ha señalado la diferencia entre inmigrantes y
refugiados: "El inmigrante toma una decisión y asume el
riesgo, aunque tenga que poner en peligro su vida. El exiliado no
tiene capacidad u oportunidad para decidir. Otra de las
diferencias fundamentales es la experiencia vivida antes de la
partida. Muchos llegan heridos, con mutilaciones, han sido
testigos de la muerte de personas conocidas y familiares.
Sufrieron violaciones sexuales, (…). Luego está el trauma
del desarraigo, la pérdida del punto de referencia, la
destrucción de todos los bienes".

Cuando se trata de un refugiado, por más que se
esfuerce por sobreponerse, "El desarraigo golpea la salud hoy y
para el resto de la vida. (…) En muchas ocasiones, el
desplazado debe adaptarse a países con otro idioma, otra
cultura, separado de sus seres queridos. No resulta extraño
que sean frecuentes los intentos de suicidio, los conflictos
conyugales, el retraimiento social, la sensación de peligro
constante, la pérdida de creencias, las conductas
agresivas… Un caso donde el desarraigo es especialmente
doloroso es el de los ancianos, que desarrollan más cuadros
depresivos que el resto. La falta de esperanza sirve para
adelantar la muerte" (2).

Tomada la decisión, se emprende la travesía.
Primero, por las oficinas que otorgan el permiso de embarque. No
viajaba el que quería, sino el que conseguía la
autorización imprescindible para embarcar. Giorgio Bortot
escribe que a aquellos inmigrantes "se les exigió: 1)
ser preferentemente europeo; 2) ser de sana y
robusta constitución, exenta de enfermedades y
malformaciones que alteren su capacidad laborativa presente o
futura; 3) asegurar que no venían a practicar la mendicidad,
y la mujer adulta, además, a ejercer la prostitución;
4) declarar su religión;

5) viajar en segunda o tercera clase; 6) residir en
zonas determinadas; 7) al llegar, tomar otros
recaudos para asegurar la defensa social". Y agrega: "pocos se
enteraron de tales restricciones. (…) El que escribe fue
traído de niño y debió acatar aquello"
(3).

La enfermedad, la senectud, eran muchas veces objeto de
discriminaciones que separaban a las madres de sus hijos, a los
hermanos entre sí. Syria Poletti lo supo bien y lo
narró en su novela Gente conmigo, que fue distinguida en
1961 con el Premio Internacional de Novela convocado por la
Editorial Losada. En esa obra alude a las trabas que se
imponían a los disminuidos físicos para salir del
país. Recuerda Nora Candiani, la protagonista: "Paso tras
paso, con su carga de trabajo y el agobio de apuntalar a una
familia dispersa, Bertina consiguió arrancar el permiso de
embarque. (…) Mi viaje a América se resolvió así
en una suerte de contrabando: yo era como un producto deteriorado
que debía pasar inadvertido, entremezclado con los productos
destinados a la exportación: los emigrantes aptos. Yo era el
polizón que logra trepar al barco. Luego, la piedad me
admitiría. De todos modos, lo importante era viajar. La vida
impone las leyes y la vida enseña las trampas. Sólo que
las trampas arañan" (4).

Un defecto físico impide la salida de una asturiana
hacia América: "Cuando tenían todo arreglado para
viajar, y ya no había retorno, el cónsul argentino se
puso meticuloso con la visa. Despachaba a cientos de asturianos
por hora y se daba el lujo de poner objeciones ridículas.
Eran tan ridículas que parecían el cebo de alguna
coima. El cónsul detectó un dedo mocho en la mano
izquierda de Valentina y decretó que esa lesión la
hacía inútil para el trabajo, y por lo tanto inviable
para emigrar. Sin dinero, sin tiempo y sin chances, Marcial
recurrió a su prima, que era cocinera del gobernador, y
éste fue magnánimo y ejecutivo. El cónsul
reculó y firmó los papeles a regañadientes, y el
buque de carga Entre Ríos los llevó a la otra orilla
del mundo" (5).

Nélida Boulgourdjian relata que sus mayores
decidieron emigrar hacia la Argentina porque "habían
escuchado que era un país joven con muchas
oportunidades de trabajo y, sobre todo, con la posibilidad de
vivir en libertad. Pero quizá lo que más los alentaba
era que habían otros parientes que los habían precedido
y que facilitarían sus primeros pasos en la nueva tierra.
Sin embargo, la ceguera de Samuel haría difícil el
ingreso a la Argentina; las leyes eran estrictas y Samuel no
cumplía con uno de los requisitos: no tener defectos
físicos. Su ceguera lo hacía inaceptable para las
leyes. El joven debió quedarse en Beirut hasta que la
perseverancia de su madre una vez instalada en Buenos Aires hizo
posible el milagro. Ella logró con la ayuda de profesionales
idóneos que Samuel entrara finalmente en la Argentina. Se
dijo que su caso sentó jurisprudencia" (6).

Lo mismo sucedía con quienes deseaban salir de la
Argentina. El italiano Gemesio desea establecerse con su familia
en la península. Durante la revisación médica, el
galeno señala: " "¡Esta criatura tiene fiebre! –y
le sacó la gorrita, y cuando vio los granos exclamó:
-¡Esta niña no puede viajar!". Y quedó Elenita,
que sólo tenía tres años, en brazos de la abuela
Irene, mientras el Principessa Mafalda se alejaba de la costa,
los pañuelos se agitaban en el puerto y Christina, a
través de las lágrimas veía empequeñecerse
las figuras familiares. Por primera vez miró a su marido con
rencor" (7).

En 1891 "se abrió el comité del Barón de
Hirsch. Fue una salvación para los judíos y empezó
el registro de las familias. Aceptaban solamente familias con
hijos varones. Los que no los tenían, se daban maña.
Hacían inscribir a un soltero como hijo y la cosa marchaba"
(8).

Alejo Peyret recuerda que para fundar la Colonia San
José, en Entre Ríos, "Se ha aceptado apresuradamente
todo cuanto se ha presentado, con la única condición de
ser católico. Se han hecho adelantos de ingentes cantidades
a familias desprovistas de todo, y que presentan muy pocas
garantías de reembolso. Por decirlo, se ha gastado mucho
dinero sin necesidad. (…) Suponiendo igual capacidad para el
trabajo un colono protestante debe ser preferido al
católico" (9). En "Sesquicentenario de la
Primera Colonia Alemana en la República Argentina", escribe
Horacio Enz: "Los problemas comenzaban ya en Alemania con la
obtención del pasaporte, que exigía por supuesto
acreditar buena conducta. Hacía poco más de una
década que habían terminado las guerras
napoleónicas, con sus secuelas. Las visaciones consulares
eran dificultosas. El pasaporte original de mi bisabuelo
Simón Matthäus Enz -que conservo- quien devino en el
primer Enz en la República Argentína y fue uno de los
alemanes que vinieron en el velero "Kumbang Patie", está
fechado en 1817 y muestra al dorso varias de dichas visaciones:
el Vo Bo del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino de
Württenberg; la visación de la legación
británica en Stuttgart; los Vo Bo del Jefe de Policía
de Heilbronn y del gobierno del Gran Ducado de Hessen, dado en
Maguncia; la resolución del Gobierno de Prusia; permiso del
Procurador en Crímenes de los Países Bajos; y la
exigencia de presentarse a la Dirección de Policía en
Amsterdam. Todo esto, que constituía una verdadera
peregrinación, terminaría en una odisea inesperada.
Pero los sostenían anhelos y grandes esperanzas, y
obviamente, una fe inquebrantable" (10).

En El ángel del Capitán, de Chuny Anzorreguy,
son políticos los motivos de discriminación a los que
debe enfrentarse Miro Kovacic cuando decide exiliarse. Un amigo
le sugiere dirigirse al Instituto Croata de Cirilo y Método,
donde se entera de que "Un país sudamericano había
puesto a disposición del Instituto diez mil visas para los
croatas que la necesitaran. No a los largos trámites. No a
las profundas investigaciones. No al interminable
papelerío". A fines del 47, en Trieste, se completa el viaje
iniciado mucho antes: "Subimos al tren Nada, Mía y yo. Nos
internábamos en la oscuridad absoluta buscando al sol"
(11).

Décadas antes había sucedido algo similar a un
personaje de Ana María Shua. Por ser desertor, aguardó
durante un año, escondido en la casa de la novia, que
algún compatriota falleciera, para poder viajar con sus
documentos: "Murió Gedalia Rimetka, medianamente joven, de
bigotes. Con su documento fue el abuelo al consulado de
América, la verdadera, la del Norte, y le dijeron que no. No
lo bastante joven murió Gedalia, no lo bastante joven como
para pasar por el abuelo. En Polonia siempre hacía
frío, siempre había nieve. Cuando se derretía la
nieve, había mucho barro. El barro también era
frío. El barro de Tomachevo cruzó el abuelo, que
quería cruzar el mar. Y llegó al consulado de esta
pobre América. Allí, le habían dicho, no se fijan
mucho, no entienden nada, les da lo mismo. Allí también
es América, aunque no tanto. Lo que vale es
salir de Europa, lo que vale es cruzar el mar. Desde una
América ya será posible llegar a la otra. Y no se
fijaron, o no les importó, o no entendían nada, y el
abuelo pudo ponerse en camino para cruzar el mar"
(12).

Los rusos Gurovitz "Habían quemado todos los
documentos. En sus papeles figuraban como griegos. Así lo
atestiguaban la ropa, gorra y pipa entregadas poco antes"
(13).

En una carta enviada al diario Clarín, expresa
Erwin Auspitz: " (…) en noviembre de 1938, con casi 10
años, vivía en mi ciudad natal, Viena, con mi familia
de origen, judía. Mi padre fue detenido y quedó alojado
en la Gestapo, de allí lo llevarían a Dachau. El
cónsul argentino en Viena, Juan Giraldes, (…) No sólo
extendió las anheladas e imprescindibles visas de
tránsito para mis padres, mi hermana, mi abuela materna y
para mí, sino que –además- lo hizo sin tener en
cuenta una carta anónima que entregó a mi madre y que
conservo hasta hoy; allí se denuncia la intención de
nuestra familia de permanecer ilegalmente en Buenos Aires.
Conseguidas las visas, mi madre logró que la Gestapo
liberara a mi padre, previo el compromiso de dejar Austria en un
plazo perentorio. Llegamos a estas tierras amadas en febrero de
1939, y aquí crecí, viví mi vida y formé mi
familia" (14).

En Dimitri en la tormenta (15) -novela de Perla Suez
seleccionada por la Asociación de Literatura Infantil y
Juvenil Argentina (ALIJA) y por la Fundación de Lectura,
Fundalectura, Bogotá, Colombia, entre los mejores libros
para jóvenes-, relata Tania, una polaca que huye del
nazismo: "Con el anillo de brillantes de mi madre compré a
uno de los comandantes y escapé. Vagué por cloacas,
estuve en una iglesia donde un sacerdote me ayudó.
Disfrazada de mendiga, pude llegar a la bahía de Gdansk. Y
logré esconderme en el barco carguero en el que
llegué". Lajos Fehér, húngaro
judío, "consiguió un pasaporte falso a nombre de
Alejandro Gross con una expresa mención del obispo de la
zona que la religión profesada por el portador era la
católica". Logra llegar a Italia, donde "en una desesperada
búsqueda de algún medio para salir de Europa,
consiguió finalmente una visa para Ecuador y un lugar en el
Augustus que salía a la madrugada siguiente con ese destino.
El lugar en ese barco le costó una buena parte de su dinero
ya que, aún siendo reconocido como
católico, no querían embarcar ciudadanos de países
de Europa Central, por poner a la misma compañía
marítima en actitud sospechosa" (16).

Otro documento falso permitió indirectamente la
llegada al país de Pedro Roth, "el mayor cronista
gráfico de la plástica argentina", nacido en Budapest
en 1938. El vivió en Hungría durante la Segunda Guerra
Mundial y llegó a Buenos Aires –explica- "gracias a un
negocio algo oscuro del doctor Liber, un primo segundo de
Rosalía, mi madre, que le compró un pasaporte falso al
cónsul argentino en Montecarlo el año de mi nacimiento.
Puede que el funcionario fuese algo informal, pero le salvó
la vida y nunca dejaremos de recordarlo. Bueno, Liber llegó
e instaló una fábrica de jabón en San Martín.
Mi madre, mi abuela Eugenia y yo llegamos en 1954 y nos
establecimos en Florida" (17).

Jacques Arndt, nacido en Viena, relata: "ingresé en
la Argentina a los 21 años, solito, como polizón, sin
hablar una sola palabra de castellano y sin un peso. Me tuve que
refugiar escapando de Viena luego de la entrada de los nazis en
mi país y en una fuga y travesía casi
cinematográfica. Escapando de los nazis logré llegar a
Marsella y, con la anuencia de un marinero, me escondí en un
barco" (18).

Juan Zorrilla de San Martín se exilia en la
Argentina: "La actividad literaria emprendida por Zorrilla de San
Martín y los ideales que lo animaban le habían ya
impulsado a fundar, en 1878, el diario "El Bien Público"
(…) Las duras campañas periodísticas contra los
gobiernos que no respondían a sus ideales religiosos y
democráticos le atrajeron dolorosas persecuciones. En 1885,
luego de sufrir el empastelamiento e incendio de su diario,
amenazado hasta en el sagrado del hogar, se vio obligado a
asilarse en la Legación del Brasil. Negadas las
garantías que pidió la Legación para que Zorrilla
de San Martín pudiera embarcarse con destino a Buenos Aires,
el Ministro del Imperio lo condujo personalmente hasta una nave
de guerra brasileña que lo llevó hasta aguas
argentinas, en las cuales, con el fin de eludir el reclamo
interpuesto por el gobierno ante la cancillería del Brasil
para que el viajero fuera llevado nuevamente a Montevideo, el
expatriado se trasladó en una ballenera que lo
transportó a Buenos Aires. Pocos días después de
este dramático episodio su esposa y sus pequeños hijos
se le reunieron en el destierro" (19).

Roberto Ale se refiere a las condiciones de ingreso de
los inmigrantes árabes: "Para entrar a la Argentina de esos
tiempos no hacía falta pasaporte y era común que una
familia traiga a otra y así practicamente aldeas enteras se
trasladaron a nuestro país, esparciéndose de norte a
sur y de este a oeste de estas ricas llanuras pampeanas.
Tenían ventajas y privilegios sobre el mismo nativo, no
tenían cargas militares, ni cívicas. Ante cualquier
problema que pudiera surgir, tenían un Cónsul de su
propio país que los protegía" (20).

Juan Carlos Coria señala, acerca de la
inmigración africana: "las entrevistas mantenidas con
africanos de distintos orígenes, permiten comprobar que,
salvo casos muy excepcionales, ingresaron a la Argentina sin
ningún inconveniente ni traba, salvo los ingresados como
polizontes en buques de banderas europeas, que por regirse con
las leyes de los respectivos países tenían la
obligación de devolverlos al lugar de donde habían
subido a los barcos. Por ser la Argentina de fronteras abiertas y
por ello, un país de recepción casi indiscriminado,
esos inmigrantes, lograron ubicarse, muchas veces precariamente,
pero subsistieron, trabajando muy duro, obteniendo
documentación, no siendo escasos los casos de negros
africanos que se nacionalizaron. Superando la etapa de la
población negra esclava y su descendencia, los nuevos negros
africanos, que se fueron radicando, pueden datarse desde
principios del siglo XX con continuos ingresos anuales hasta la
década de 1930, en que disminuyen hasta casi desaparecer.
Esa inmigración se reanuda con posterioridad a la
terminación de la Segunda Guerra" (21).

Una vez logrado el permiso de embarque, el inmigrante
debe dirigirse al puerto, soportar varios días en el mar y,
finalmente, arribar a Buenos Aires, donde algunos se
establecerán, y desde donde otros seguirán viaje hacia
el interior, a las colonias en las que quizás encuentren a
algún ser querido. De este largo periplo dan cuenta muchas
de las páginas que leímos.

Notas

  • 1 Bazán Lazcano, Marcelo: "Carta de
    Lectores", en La Nación, Buenos Aires, 19 de
    diciembre de 1999.
  • 2 ABC: "El desarraigo golpea la salud
    hoy y para el resto de la vida", en La Prensa,
    Buenos Aires, 9 de mayo de 1999.
  • 3 Bortot, Giorgio: "Correo de lectores",
    en La Nación Revista, Buenos Aires, 23 de
    febrero de 2003.
  • 4 Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos
    Aires, Losada, 1962.
  • 5 Fernández Díaz, Jorge:
    Mamá. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
  • 6 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida:
    "Samuel Boulgourdjian", en Testimonios Genocidio
    Armenio www.marash.com.ar.
  • 7 Ayala; Nora: Mis dos abuelas. 100 años de
    historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.
  • 8 Chajchir, Mauricio: "Viaje al país de la
    esperanza: Relato de un viajero del Pampa", en La Opinión,
    8 de agosto de 1976, reproducido en Asociación de
    Genealogía Judía de Argentina, Toldot # 8. Noviembre
    1998.
  • 9 Peyret, Alejo: en Vernaz, Celia: La
    Colonia San José. Santa Fe, Colmegna,
    1992.
  • 10 Enz, Horacio: "Sesquicentenario de la
    Primera Colonia Alemana en la República
    Argentina". Rosario, 1976.
  • 11 Anzorreguy, Chuny: El ángel del
    capitán. Biografía del capitán croata
    Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
  • 12 Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos.
    Buenos Aires, Sudamericana, 1994.
  • 13 Goldberg, Mauricio: Donde sopla la
    nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor
    Latinoamericano, 1985.
  • 14 Auspitz, Erwin: "Aquel cónsul
    argentino en Viena", en Clarín, Buenos Aires,
    26 de julio de 2005.
  • 15 Suez, Perla: Dimitri en la tormenta.
    Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1997.
    (Primera Sudamericana)
  • 16 Weisz; José Martín: …mientras los
    violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría.
    Buenos Aires, Editorial Milá, 2002.
  • 17 Aubele, Luis: "A boca de jarro. Pedro Roth "Soy un
    testigo privilegiado" ", en La Nación, Buenos Aires, 23 de
    febrero de 2003.
  • 18 Petti, Alicia: "Jacques Arndt
    Evocaciones de un joven de 92", en La Nación,
    Buenos Aires, 9 de julio de 2006.
  • 19 Montero Bustamante, Raúl: "Juan Zorrilla de
    San Martín", en Zorrilla de San Martín, Juan:
    Tabaré. Estudio preliminar y notas por Iber H. Verdugo.
    Buenos Aires, Editorial Kapelusz, 1965. 233 pp. (Biblioteca
    Grandes Obras de la Literatura Universal)
  • 20 Ale, Roberto Mustafá: "Argentina Siglo XIX y
    principios del XX. La Inmigración , los árabes y
    aspectos de su historia, cultura y civilización", en
    www.revistaarabe.com.ar,
    Santa Fe, Marzo de 2004.
  • 21 Coria, Juan Carlos: Pasado y presente de los
    Negros en Buenos Aires. Buenos Aires, octubre de 1997, Educar,
    Argentina.

La partida

"Dejar la tierra propia, la de la pertenencia, puede ser
una decisión personal o también una elección
forzada, a veces violenta. Aunque existe el derecho de fuga, de
descubrimiento, de encuentro, como dice el filósofo italiano
Sandro Mezzadra, los migrantes suelen verse obligados a emprender
un camino de ida en busca de un destino que no siempre es mejor
que el abandonado" (1).

Los italianos que se embarcan en Génova en 1884,
hacia el Río de la Plata, son descriptos por Edmondo
D"Amicis en su obra En el océano. Acerca del escritor, dijo
Griselda Gambaro: "El autor de Corazón recoge, sin embargo,
sus mejores frutos en la crónica. En este fresco están
todos los que vinieron a América, en su mayoría obreros
y campesinos, cada uno con su sueño particular. Y el
sueño – y el destrozo del sueño- empieza en el
Galileo, como si el barco navegara en un mar de tierra y sus
pasajeros, en los múltiples tipos y pasiones, representaran
a la humanidad entera" (2).

En Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato evoca
la partida desde la tierra de origen: "Addio patre e matre,,/
addio sorelli e fratelli" Palabras que algún
inmigrante-poeta habrá dicho al lado del viejo, en aquel
momento en que el barco se alejaba de las costas del Regio o de
Paola, y en que aquellos hombres y mujeres, con la vista puesta
sobre las montañas de lo que en un tiempo fue la Magna
Grecia, miraban más que con los ojos del cuerpo
(débiles, precarios y finalmente incapaces) con los ojos de
su alma, esos ojos que siguen viendo aquellas montañas y
aquellos castaños a través de los mares y los
años: fijos e insensatos, indominables por la miseria y las
vicisitudes, por la distancia y la vejez" (3).

Agata, la protagonista de Oscuramente fuerte es la vida,
recuerda, muchos años después, el día en que
debió dejar su tierra, para reunirse con su marido: "Hasta
último momento, yo seguía formulándome preguntas
que no encontraban respuesta. Teníamos lo que habíamos
querido siempre: la casa, el terreno, la posibilidad de trabajar.
Habíamos defendido esas cosas, las habíamos mantenido
durante esos años difíciles. Ahora, cuando
aparentemente todo tendía a normalizarse, ¿por
qué debíamos dejarlas? Me costaba imaginar un
futuro que no estuviese ligado a esas paredes, esos árboles,
esas montañas y esos ríos. Había algo en mí
que se resistía, que no entendía. Sentía como si
una voluntad ajena me hubiese tomado por sorpresa y me estuviese
arrastrando a una aventura para la cual no estaba preparada.
(…) Llevaba en la mano una bolsita de tela y la llené de
tierra. Me acordé de mi abuelo abonando esa tierra, de mi
padre punteando, sembrando hortalizas. (…) Entré en la
casa, abrí una valija y guardé la bolsita con la
tierra. Recorrí las habitaciones como había recorrido
el terreno. Con el brazo extendido rocé las paredes, las
puertas, las ventanas. Me senté en un rincón y me
quedé ahí, sin moverme, hasta que fue la hora de
despertar a Elsa y Guido" (4).

También alude a ese momento la calabresa Adelina C.
Cela, en el poema "Madre Patria", imaginando el sentimiento de su
tierra: "Tú clamabas por mí/ como una madre divina,/
con lágrimas derramadas/ en nostálgica partida"
(5).

Roberto Cossa, en El Sur y después, incluye una
canción que refleja el sentimiento de quienes tientan suerte
en otra tierra: "Allá murió la infancia: / una caricia,
una canción, / una plaza, una fragancia. / Los
brazos viajaron, el corazón quedó./ Pero una estrella
nos llama del sur./ Y un barco de esperanzas cruza el mar./
América, la tierra del sueño azul. / Es un vaso de
vino, es un trozo de pan" (6).

En "Casi gringo", Luis Landriscina evoca la partida de
sus padres y dos de sus hermanos: "en un buque se embarcó/
con lágrimas mi familia/ porque allí dejaba todo,/ con
sus penas y alegrías,/ a la patria, a sus amigos,/ a sus
padres, a la villa,/ a los sueños de la infancia/ que eran
carne de ilusión" (7).

Un periodista, en la calle principal de Ottobiano,
imagina a su abuelo: "un chico de doce años yéndose
para siempre con su madre –escribe Miguel Frías. No
sé lo que piensa en esa mañana de 1913 y ya no se lo
puedo preguntar; tal vez, en el reencuentro con su padre,
trabajador en las cosechas argentinas; tal vez, en la leña y
las moras que debió robar para sobrevivir al invierno; tal
vez, en la cocina del barco donde trabajará para cruzar el
Atlántico" (8).

En El Cardedal, un pueblo de España,
un anciano relata a Telma Luzzani la partida del
abuelo de la periodista: "Un día de 1912, cincuenta
y siete hombres se fueron para América. Yo tenía
cinco años y todo el pueblo los siguió hasta la ladera
entre lágrimas y buenos deseos. Entre ellos estaban mi padre
y tu abuelo. Ese día comenzó la agonía del pueblo"
(9).

Algún gallego tendría en su mente los versos
de Rosalía de Castro, la poeta que escribió: "¡Van
a deixala patria!…/ Forzoso, mais supremo sacrificio./ A
miseria está negra en torno deles,/ ¡ai!, i adiante
está o abismo!…" (10).

María Rosa Lojo evoca la partida de su padre:
"Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de esos exiliados. Para
él ya había pasado lo peor: el riesgo de fusilamiento,
la cárcel, la "redención de penas por el trabajo". Sin
embargo se despidió de los castañares centenarios y los
caminos de piedra. Cedió a un hermano sus derechos sobre las
fincas que le tocaban –magras por cierto, como miembro de
una familia numerosa- hizo las valijas y cruzó el
océano. Dejaba irremediablemente truncos los estudios que
había iniciado cuando el mundo era otro, el sueño de
convertirse en oficial de la Marina de la República. Dejaba
negocios equivocados y proyectos irrealizables. Dejaba
también (aunque de eso me enteré después de su
muerte: era un hombre pudoroso) una cierta reputación
juvenil de "mala cabeza", y de play- boy coruñés, que
fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba
una España que para sus ojos había retrocedido siglos
en el tiempo, donde no cabía la dimensión de su deseo.
El futuro estaba afuera. Había resuelto que en las nuevas
tierras haría otra cosa, y sería, casi, otra persona"
(11).

Quienes partían perdían, asimismo, otros
afectos muy caros. Recuerda Luis Varela, en De Galicia a Buenos
Aires: "Dejaba yo en España algo que inconscientemente
llevaba conmigo a bordo. Aquel caballo brioso no podía
despegarlo en sueños de mi cerebro. También quedaba en
Galicia un perro que se llamaba Sereno, que yo había criado
de cachorro y con tanta pasión que me acompañaba en mis
salidas de caza. No era un pointer de pura raza, pero sí un
incansable rastreador y si ni él ni yo éramos
excelentes cazadores, vaya si me había dado
satisfacción por los montes de la campiña gallega.
Aquellos fieles amigos yo los cuidaba como si fueran mis hijos.
El negocio para mi casa hubiera sido que nos fuéramos los
tres juntos. ¿quién los iba a cuidar ahora? Y
en la incómoda posición de la litera, soñaba
más que dormía, siempre en puro sobresalto, creyendo
que a mis amigos les estaba pasando algo malo" (12).

María, la gallega que deja su tierra en Como si no
hubiera que cruzar el mar, novela juvenil de Cecilia Pisos,
pregunta en una carta por su mascota. "¿Cómo están
todos allí? ¿Madre? ¿Padre? ¿Joel y Fernando?
¿Y Blanquita? ¿Y mi gallinita pinta? ¿Ya se la han
comido?" (13).

Un mural pintado por Carlos Salatino y Beatriz Sevilla,
en un restaurante de Buenos Aires, evoca el barco que trajo a
emigrantes asturianos. A esa obra se refiere el realizador: "El
mural que usted vio en FAME tiene una relación indirecta con
el tema de la inmigración. Los fundadores de esa empresa son
inmigrantes españoles y el nombre que eligieron para
denominar su primer establecimiento gastronómico en gallego
significa "hambre", un hambre que España, caída en una
profunda decadencia, carente de recursos, atrasada
industrialmente, debilitada por guerras internas y perdidas sus
últimas colonias, conoció en una escala aún mayor
que la que aqueja a nuestro país hoy. Los fundadores de FAME
llegaron con la oleada de inmigrantes españoles que buscaron
aquí lo que sus países les negaban. Cuando nos
tocó realizar el mural, tuvimos en cuenta estos factores
pero no fuimos en absoluto literales. El puerto pudo ser
cualquier puerto, obviamente también el de Buenos Aires, el
barco se llama Virgen de Covadonga porque los fundadores de FAME
son, como buenos asturianos, devotos de esa Virgen. Tal vez ellos
al mirar el mural hayan recordado el barco que los trajo a esta
tierra, aunque se llamara de otro modo y, ciertamente, si ellos
no hubieran llegado, como tantos otros, a este país, FAME
-que hoy ya es una cadena de cuatro grandes establecimientos- no
existiría, y el mural tampoco" (14).

Pierre Cottereau, que no era inmigrante pero nunca
volviò a Francia, escribe acerca de su valija: "Sobre la
proa del barco/ la abracè con fuerza/ sin embargo no
sabìa/ de nuestro ùltimo destino" (15).

Nora Ayala recrea el momento en que su
abuela deja Alemania, en 1891: "El puerto de Bremen
se iba empequeñeciendo en la lejanìa mientras
Christina, con los ojos llenos de làgrimas, abrazaba
fuertemente contra su pecho la estatuita del
Bremer-Staedt-Musikanten que su padre Peter con
Lina, Ana y Johan, agitando los pañuelos" (16).

De Rusia parte Jacobo Fijman, a los cuatro años de
edad, en 1898. Mucho tiempo después, escribiría:
"¡Ah! Yo soy uno de esos caminantes/ Que aún no han
encontrado su camino;/ Pero he gustado un luminoso vino/ en
huertos generosos y fragantes" (17).

En El árbol de la gitana, de Alicia Dujovne Ortiz,
los Dujovne "Se vistieron de negro riguroso, él con un hongo
redondito en la cabeza, ella con un pañuelo y, de inmediato,
se encontraron extraños. Parecían vestidos con ropa
ajena. La crispación del hombro o la cadera hacía
chingar la falda o la chaqueta. Se las habían puesto miles
de veces, pero lo que ahora las hacía diferentes era la
actitud de los cuerpos con el adiós adentro: nadie se para
del mismo modo cuando parte para siempre. Al marcharse
perdían su familia y su país pero también su
nombre. Nadie más los llamaría Dujovne con el matiz
exacto de la e, esa e tan ambigua, de origen tártaro, que se
desliza entre la e y la y, mientras la lengua, casi pegada al
paladar, deja pasar el aire. Lo sabían tan bien, que ya
apartaban de sus rostros, como espantándose una mosca, la
tentativa de explicar cómo se pronunciaba el apellido,
admitiendo de entrada que Dujovnie se volviera Dujovne, con una e
castellana sosa y desabrida como matse sin té"
(18).

Un judío se despide de su mujer y su hija, en el
cuento "Papá", de Susana Goldemberg: "Miró a mamá.
Se abrazaron fuerte, fuerte. A mí me pareció que
mamá era más pequeña y más débil de lo
que yo creía. Enseguida papá me alzó en sus
brazos. Con torpes manos recorrió mi cara: los rulos sobre
la frente, las cejas, el dibujo de mi nariz, la línea de los
labios. Y pellizcó mi mentón, como siempre lo
hacía cuando me daba el beso de las buenas noches. Cuando
por fin me dejó en el suelo, tenía mojado mi pelo con
sus lágrimas. Tomó su atadito y se lo echó a la
espalda. Rodeó con el otro brazo los hombros de mamá y
salieron al camino. Yo los seguí" (19).

En Tel-Aviv, el 8 de octubre de 1940, una
inmigrante inicia la escritura del diario que
recogerá sus impresiones durante la travesía en el
"Arabia-Maru", que arribó a Buenos Aires en diciembre de ese
mismo año. Ella escribe: "A Iojanan y a mí por
supuesto, nos dolía el estómago, como antes de cada
situación conflictiva. Nos despedimos de la
abuela y el abuelo. El taxi estaba afuera preparado, arreglamos
las maletas y nos sentamos" (20).

A los ciento seis años, en Rosario, Agop
Eujanián evoca "la madrugada en que a cambio de monedas de
oro el enemigo les franqueó la salida. Atrás quedaba el
solar paterno con sus curtiembre, ovejas y árboles. En ese
grupo huían tres jóvenes, Agop y su hermano Toros,
de 18 y 20 años, y el primo de ambos, Serbando,
de 17. Los tres eran de Tarsus, un sitio bíblico que alude a
San Pablo, situado al pie del monte Ararat, donde según el
Antiguo Testamento se posó el Arca de Noé. Toda una
herencia de fe y de epifanías que dejaron atrás para
poder vivir. Dos años después y cuando habían
juntado algunos recursos comenzaron el viaje del exilio en barcos
colmados de seres doloridos que buscaban puertos, sin más
certeza que eludir la muerte" (21).

A los inmigrantes "de alguna manera, los acompañaba
la esperanza, aún teñida del dolor de dejar atrás
pasado, historia, familia, amigos, afectos y recuerdos -escribe
Silvia Fesquet. El dolor no era poco pero el equipaje*** que
cargaban –liviano, muy liviano- estaba amarrado con
sueños, ilusiones y mucha esperanza: la de encontrar amparo
o un destino mejor, la de volver y devolverse a esa tierra que,
por razones distintas, ahora los expulsaba" (22).

En su "Homenaje al inmigrante", canta Betina Villaverde:
"Sí, y fueron valientes, mares de por medio/ sus raices
quedaron/ mas, no vacilaron, fijo en sus mentes un/ mapa
brillaba, Argentina./ Abriéndose en abanico, ancha y
hermosa/ Argentina los cobijó/ idiomas extraños, se
entremezclaban, un fin/ lo mismo pedian, trabajo./ Santa palabra,
paz, trabajo, hogar,/ sus norte marcaban/ su equipaje, la fe, la
voluntad como arma/ la fortuna, sus manos" (23).

Notas

  • 1 Pavón, Héctor: "Migraciones: las fatigas
    de un nuevo horizonte", en XV Cumbre Iberoamericana de Jefes de
    Estado y de Gobierno. Salamanca 2005, España. 14 y 15 de
    octubre. Buenos Aires, Clarín, 2005.
  • 2 Gambaro, Griselda: "L"América: el
    sueño en italiano", en Clarín, Buenos
    Aires, 20 de julio de 2002.
    1998.
  • 4 Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la
    vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
  • 5 Cela, Adelina: "Madre Patria", en La Capital, Mar
    del Plata, 5 de septiembre de 1999.
  • 6 Cossa, Roberto: El Sur y después, en Teatro 3.
    Buenos Aires, Ediciones de la Flor.
  • 7 Landriscina, Luis: "Casi gringo", en
    www.elfrasero.com.ar.
  • 8 Frías, Miguel: "Noticias del mundo", en
    Clarín, Buenos Aires, 3 de septiembre de 2000.
  • 9 Luzzani, Telma: "El Mirador", en
    Clarín, 17 de octubre de 1999.
  • 10 Castro, Rosalía de: Obra
    Poética. Barcelona, Biblioteca Bruguera, 1972.
  • 11 Lojo, María Rosa: "Mínima
    autobiografía de una "exiliada hija" ", en
    Sitio Al Margen Revista Digital.
  • 12 Varela, Luis: De Galicia a Buenos
    Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires,
    el autor, 1996.
  • 13 Pisos, Cecilia: Como si no hubiera
    que cruzar el mar. Ilustraciones Eugenia Nobati.
    Buenos Aires, Alfaguara., 2004. 216 pp. (Serie
    azul).
  • 14 González Rouco, María:
    Entrevista vía e-mail realizada en febrero de
    2003.
  • 15 Cottereau, Pierre M. M.: Sueños y sombras.
    Villa General Belgrano, Còrdoba, Ediciòn del autor,
    1997.
  • 16 Ayala, Nora: op. cit.
  • 17 Fijman, Jacobo: "Caminante" (poema
    inédito) en Clarín, Buenos Aires,
  • 14 de diciembre de 2002.
  • 18 Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol
    de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997. 293
    pp.
  • 19 Goldemberg, Susana: "Papá", en Cuentos de la
    bobe. Santa Fe, Librería y Editorial Colmegna, 1976.
    Prólogo de César Tiempo. Foto de tapa: Pedro Luis
    Raota.
  • 20 Weiss, Mónica: Muestra en Hotel
    de Inmigrantes, 2001.
  • 21 Carafa, Silvia: "Agop, el abuelo de
    106 años que fue testigo del Genocidio
    Armenio", en La Capital, Rosario, 3 de abril de
    2006.
  • 22 Fesquet, Silvia: "La tierra de uno", en
    Clarín Viva, Buenos Aires 8 de julio de 2001.
  • 23 Villaverde, Betina: poema enviado por
    e-mail a MGR en 2004.

Un viaje penoso

En su poema "Barco, barcos", dice Amalia Ottonello:
"esta nave tan grande/ viene de Europa./ Llegan hacinados/ con
sueños de progreso,/ inmigrantes –asustados-"
(1).

En sus memorias, Lucio V. Mansilla describe las
condiciones en las que los inmigrantes realizaban el viaje hacia
América: "El italiano no había comenzado aún su
éxodo de inmigrante. De España, en general del Ferrol,
de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos
barcos de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como
sardinas (…) En cierto sentido eran como cargamento de
esclavos" (2).

En su libro Los armenios en Buenos Aires, Nélida
Boulgourdjián- Toufeksian expresa: "Las condiciones en que
viajaban los inmigrantes no se correspondían con las
descripciones de los folletos de propaganda distribuidos por el
gobierno argentino. En 1907 se tomaron medidas para mejorar la
travesía, disponiendo que cada pasajero tenía derecho a
una superficie mínima de 1.30 metros cuadrados, a una cama
de 1,80 metros de largo, a utilizar cocinas y baños a bordo
así como al control médico" (3).

Cuenta un inmigrante asturiano que "Las camas
consistían en unos cajones parecidos a la mitad de un
ataúd que sirve de último reposo hombre y muchas veces
al verme acostado venía a mi memoria el más triste de
los recuerdos humanos ¡la muerte! El colchón no era
otra cosa que un saco lleno de yerba seca, y por almohada
teníamos unos pedazos de corcho unidos entre sí por
unas cintas y cubiertos de lona, a los cuales llamaban
salvavidas, además a cada persona le dieron una manta o
cobertor para cubrirse" (4).

Para Valentín Bianchi "transcurrieron muchas noches
de insomnio, acostado en la estrecha cucheta del camarote,
mientras pensaba en su nuevo destino y en cuál sería la
suerte que le depararía. Las incomodidades del barco
carguero en el que viajaba también le producían
desazón. Tenía que sobreponerse a las penurias del
viaje y a sus interminables noches, cuando, con frecuencia,
solía sentir a las ratas correteando por sobre su cama"
(5).

quien, a los dieciséis años, "se embarcó
como polizón siendo descubierto a los pocos días
quedando a cargo del panadero del barco que le enseñó
su oficio y le dio al llegar a Buenos Aires una
recomendación para la empresa Molinos Río de la Plata"
(6).

"El primer recuerdo que me aparece es el viaje", dice la
protagonista de Diario de ilusiones y naufragios, novela de
María Angélica Scotti que mereció el premio
Emecé 1995/6. "En verdad, es más lo que me contaron que
lo que vi con mis propios ojos –continúa. No sólo
porque era muy pequeña sino también porque hice la
travesía encerrada en un camarote muy especial: viajé
oculta bajo las faldas de mamita", porque "apenas zarpamos de
Barcelona, mamita notó que yo tenía el cuerpo y las
mejillas repletos de manchuelas coloradas. Ella ya había
oído decir que a los enfermos los obligaban a bajar en el
primer puerto, y por eso resolvió esconderme"
(7).

Remey Nuez Fontanals llegó desde
Barcelona a la Argentina en 1947, a los veinte
años. Recuerda el terrible viaje que debió soportar:
"Viajamos en la bodega del barco Cabo de Nueva Esperanza. Los
hombres por un lado y las mujeres por otro, en un lugar como un
pozo, en el que para respirar, había sólo un tubo de
lona que subía a la cubierta. Veintitrés días
así… durmiendo en literas, en catres, como los judíos
en los campos de concentración…" (8).

En la bodega pasa su luna de miel el turco Víctor:
"Fue un mes de viaje. Una inolvidable luna de miel junto con…
su suegra. Sí, Luna dormía con su suegra en un camarote
y Víctor en la bodega, con los demás hombres"
(9).

Francisco Lores Mascato, Presidente de la
Federación de Aso- ciaciones Gallegas, y su esposa, "En 1952
hicieron 10.000 kilómetros juntos, desde O Grove a Buenos
Aires, pero no cruzaron palabra. Quizás fue el mareo o la
diferencia de edad: cuando se bajaron del vapor Entre Ríos,
en el puerto de Buenos Aires, él tenía 19 y ella 8.
Siete años después, un par de gaitas en San Telmo
cambiaron las cosas. Boas noites, bonita, le dijo Paco, y
María del Carmen aceptó bailar un pasodoble en la
Federación de Entidades Gallegas. Cuatro décadas
después, Lorena, la hija de ambos, canta antiguas canciones
celtas en el mismo salón" (10).

Cuando mira una foto, Elsa Carballeda imagina el viaje
de su abuela "con sus tres primeros hijos en la bodega del barco
(tres meses viajando en condiciones precarias y los sueños
intactos)" (11).

Sin una madre que lo proteja, solo, viaja a los diez
años, el padre del poeta González Carbalho. De su
profunda pena dará testimonio el hijo en su lírica
(12).

A los trece emigra, desde los Bajos Pirineos, Bernardo
Lalanne; él relata en sus memorias: "En el año 1873 me
vine a este hermoso país, la Argentina, con otros parientes
del mismo pueblo, viajando bajo el cuidado de ellos hasta Buenos
Aires" (13).

A pesar de la tristeza, "La música y las danzas
abundaban en el barco –escribe Scotti. Algunos tocaban el
acordeón, otros la flauta, y por encima de la baraúnda,
el violín diáfano de Padrazo" (14).

Hacía música el galleguito de González
Carbalho: "la armónica en los labios/ hice todo el viaje"
(15).

Cuando embarcó en Génova, Valentín
Bianchi "portaba la vieja valija de la familia y su inseparable
mandolina en la espalda" (16).

En el océano, "cuando vino con otros/ encerrado en
la panza de un buque", aprendió el italiano del tango "La
Violeta", de Nicolás Olivari, la "canzoneta de pago lejano"
que cantaba en la taberna (17).

Hacer juntos semejante travesía crea lazos. Lo
afirma Sergio Pujol: "Uno baila con los de su clase social, sus
paisanos, los de su provincia, los de su misma edad, con los
inmigrantes que llegaron con uno en el barco" (18).

Johann Bodemann, quien emigró de Valais en 1857,
recuerda: "Todo cambiaba cuando mejoraba el tiempo: se bailaba,
se cantaba, se jugaba. El tiempo pasaba pronto. Con nosotros
viajaban jóvenes alegres, quienes cantaban muy bien,
más que todo al anochecer, cuando la luna hermosa alumbraba
el mar tranquilo, y la brisa agradable soplaba del océano.
Hemos visto una gran variedad de animales marinos. A veces
bailábamos farándulas dando vueltas por todo el barco.
Hemos pasado así muchas noches sobre el puente, hasta las
doce o la una de la mañana, tan era eso hermoso"
(19).

También se escuchaban narraciones. Ana Padovani
dice: "mi abuelo me contaba que cuando vino en barco a la
Argentina, los pasajeros de inmigrantes de tercera
clase" (20).

Algunos viajeros traían libros. El padre de Rodolfo
Alonso trajo de España un Juan Moreira, un Quijote, un
Martín Fierro y un Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, "toda
una significativa selección" (21); mi abuela, la
Imitación de Cristo, de Kempis.

Muchos traían el manual que les ayudaría a
manejarse en América: "los gobiernos preparaban manuales
escritos por "doctores en viajes" y no necesariamente basados en
experiencias. Eran redactados para orientar a los futuros colonos
y contenían precisas instrucciones acerca de lo que
sería el viaje, la llegada y la posterior vida en un
país extraño. Cómo sacar un boleto, cómo
conseguir empleo, cómo cuidarse de los estafadores.
Aconsejaban no quedarse en Buenos Aires, ya que más lejos de
los centros urbanos, tendrían mayores probabilidades de
hacer fortuna. Y otras curiosidades, como por ejemplo, consejos
acerca de los hábitos de nuestro país y de otros, como
Italia" (22).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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