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INMIGRACION Y LITERATURA: EL IDIOMA



    1. El conventillo
    2. La escuela
    3. Otros caminos
    4. Opciones
      personales
    5. Notas

    En esta monografía
    me refiero a las diferentes actitudes con
    respecto al idioma, que tuvieron los inmigrantes que llegaron a
    la Argentina entre
    1870 y 1950. Algunos nunca quisieron aprender la nueva lengua; otros
    sí, y relatan cómo fue el aprendizaje.
    En obras literarias argentinas y testimonios sobre la
    cuestión, se observan las diferentes
    reacciones.

    Para algunos inmigrantes –los españoles- y
    para quienes lo habían aprendido antes de emigrar, el
    idioma no era un obstáculo más entre tantos que se
    les presentaban. Para otros, en cambio, era un
    problema ante el que reaccionaban de distinta manera: intentando
    hablarlo o negándose deliberadamente a la
    incorporación del mismo.

    Hubo diferentes formas de aprender castellano. Nos
    ocuparemos de ellas. Y también de quienes no quisieron
    aprenderlo.

    El
    conventillo

    En " Buenos Aires
    Siglo XX/ Los conventillos: Un sistema que
    reproducía a la sociedad en
    miniatura", Francis Korn se refiere a los conventillos como uno
    de los lugares en que se daba el aprendizaje: "El
    idioma de esta comunidad
    aleatoria era un castellano con
    miles de variaciones que, a pesar de todo sus defectos, forzaba a
    los recién llegados a aprender a comunicarse por su
    intermedio" (1).

    En Aventuras de Edmund Ziller, novela de Pedro
    Orgambide que obtuvo una Mención en el Premio de Novela México, se
    evoca el habla de los inmigrantes nucleados en los conventillos.
    Así los ve un peculiar extranjero: "Ellos no sólo
    hablaban infinidad de idiomas en sus aldeas (que llamaban
    conventillos) sino que honraban a sus brujos llevándolos a
    la gran casa de la Palabra: el Congreso" (2). Recordaría
    el narrador, si lo hubiera conocido, el babélico Hotel de
    Inmigrantes que evoca Luis León en su cuento
    "Chacarita, Vísperas de Pésaj" (3).

    Conocer un idioma no es sólo aprender a
    expresarse en él, sino que entraña también
    una visión del mundo. Refiriéndose a quienes
    debían actuar como inmigrantes, dijo la actriz
    María Rosa Fugazot, en un reportaje: "Me crié entre
    actores capaces de hacer un italiano perfecto, un gallego, un
    turco, un judío perfecto. Actores que no imitaban un
    acento; sabían penetrar una psicología. Los
    personajes del sainete eran simples en apariencia, pero con
    nostalgia por su tierra y un
    gran amor al lugar
    que los había acogido. Eran seres complejos, que
    había que saber observar" (4). Mariano Saba, integrante
    del grupo de
    teatro del
    Colegio Nacional Buenos Aires
    señala que, para componer un personaje: "Primero
    analizamos la obra y luego estudiamos la llegada del inmigrante a
    la Argentina. Cada
    uno tenía que bucear en su árbol genealógico
    y rescatar fotos y
    recuerdos. Más tardes entrevistamos y grabamos para
    estudiar sus tonos y encontrarnos con su nostalgia y su tristeza"
    (5).

    Carolina de Grinbaum narra en La isla se expande, la
    forma en la que una niña aprende otra lengua. En un
    conventillo recalaron una mujer italiana y
    sus dos hijas, apenadas aún por una desgracia familiar:
    "Tenemos instalada en una habitación próxima a la
    gentil señora que llega al caserón un día, a
    acomodar su viudez ya las dos hijas casi adolescentes a
    un nuevo ambiente,
    lejos de sus tristezas que permanecían adheridas al duelo
    paternal. Llenaban las jóvenes sus horas y lúgubres
    espacios, con cantos entonados en la dulce lengua de su lugar de
    origen: ‘la alta Italia’. La
    más grata variedad de composiciones que hasta entonces
    había tenido Mariana la oportunidad de conocer, vibraban a
    diario, todas ellas deleitaban sus oídos. No
    disponía siquiera de un modesto aparato de radio, cuya
    adquisición en esos momentos en especial, resultaba
    inaccesible a su padre. En un acompañamiento desafinado
    pero voluntarioso, hizo Mariana un aprendizaje veloz
    de las letras y las melodías con las que pudo acceder al
    conocimiento
    de un nuevo idioma, canto y música, al mismo
    tiempo. De esa
    manera lo entendía cuando intervenía con su voz,
    haciendo coro" (6).

    La
    escuela

    Laura Pariani, escritora italiana que visita a su abuelo
    establecido en la Argentina, cuenta: "Mi abuelo vivía a
    varios kilómetros de Zapala. El hablaba cocoliche; su
    mujer, mapuche;
    sus hijos, castellano; yo, italiano" (7).. Aunque no tan
    diversificada, así sería la
    comunicación hogareña de los
    inmigrantes.

    Roberto Raschella, autor de Si hubiéramos vivido
    aquí, se refiere en un reportaje a la diferencia entre el
    idioma que se hablaba en su casa y el que hablaba en la escuela. A
    visitar a sus padres "Iban siempre paisanos emigrados, y ante la
    mesa de trabajo se hablaba, en dialecto calabrés, de las
    fiestas del santo del pueblo, de las comidas, de tantas familias
    con sus apodos, a veces ofensivos. Quizás en esas tardes
    larguísimas del verano empecé a descubrir la
    belleza de un idioma que no era el que aprendía en la
    escuela. Esa fue
    mi verdadera lengua materna. No recuerdo que mis padres hablaran
    nada parecido al cocoliche, y hasta diría que
    habían adquirido una perfecta noción del
    castellano, que hablaban con fluidez, pero mechando
    términos del dialecto y del italiano" (8).

    La escritora e investigadora Gladys Onega también
    habla sobre la influencia de la instrucción pública
    en los hijos de los inmigrantes: "A mí lo que más
    me atrajo, y me metí en un trabajo muy arduo y
    gratificante, fue el de la escritura
    adulta que tiene que crear un narrador niño pero con una
    escritura
    adulta. Esta fue una gran tensión que se produjo en
    mí con el lenguaje; y
    además tratar de encontrar las voces que me rodeaban en
    aquel momento, ya que tenía la de mi padre que hablaba en
    gallego con sus parientes, pero no en mi casa porque mi madre era
    criolla, y también la de todos los italianos que en ese
    tiempo
    hablaban realmente el italiano. Para mí era maravilloso
    tener todos estos sonidos. Eran todas palabras misteriosas. Los
    chicos que iban al colegio en el 35 y provenían del campo
    hablaban en italiano, y en la escuela era donde verdaderamente se
    nacionalizaban. Ese fue el gran factor unificador de la escuela
    pública" (9).

    Francis Korn coincide en esta afirmación: "Los
    chicos (los mayores, de la misma nacionalidad que sus padres y
    los menores, argentinos) concurrían a las escuelas
    públicas o a las religiosas de alrededor y, eso sí,
    entre ellos, el único idioma utilizado era el
    porteño" (10). Pero no sólo aprendían o
    mejoraban su castellano, sino que también –afirma
    Luis Alberto Romero- "Gracias a la prosperidad y a la educación
    pública, era común que los hijos ocuparan
    posiciones mejores que los padres" (11).

    González Lanuza recuerda los esfuerzos de su
    maestra por borrarle la pronunciación española: "En
    su bondadosa preocupación por su alumno me creó,
    sin sospecharlo, un serio problema, a sus oídos habituados
    a las dulzuras del decir criollo debieron molestarle las crudezas
    de mis acentos hispánicos, acaso el entusiasmo
    patriótico de aquellos años fervorosos del
    centenario, le inspiraron la urgencia de adaptarme de inmediato a
    lo argentino".

    Así sucedió: "Ello fue que un cierto
    día decidió dedicarse durante los recreos a luchar
    con aquella, su suavidad, tan eficaz en mí, contra una
    erizada prosodia santanderina, tajante de jotas, capaces de
    degollar a quien las pronunciara, restallante bajo el doble
    látigo de las elles, resbaladiza de zetas y ce, para
    reemplazarla por la tierna indecisión de la ce argentina,
    vacilante entre la ce y la ese, limar el filo despiadado de las
    jotas y hacerme deslizar por las blanduras del
    yeísmo".

    El alumno aprendió rápidamente:
    "Dócil a su reclamo, que además facilitaría
    mi trato con los compañeros al eludir las pullas que mi
    primitiva pronunciación provocaba, adelanté
    raudamente en el proceso de
    desintegración de la prosodia ibérica". Mas a los
    padres no les satisfizo este avance del niño:
    ""¡Pero ay de mí! En mi casa, mis padres opinaban de
    otra manera y las desacostumbradas inflexiones recién
    adquiridas por mi voz, eran consideradas pecado mortal,
    clarísimo índice de que a convertirme en un
    descastado. De ahí mi temprana condición de
    bilingüe que me hizo acomodar a modismos distintos,
    según que tuviera que hablar en casa o en la escuela"
    (12).

    Otros descendientes de inmigrantes hablaban siempre
    igual, ya fuera con su familia o en la
    escuela. Cuando Jorge Luz fue a conocer
    a su abuela asturiana, la anciana le dijo: "Nin… –que
    quiere decir nene-. Nin, nenu, nenín, que guapín
    eres al hablar… me dices de vos, como a los reyes"
    (13).

    La discriminación era frecuente en las
    escuelas. Recuerda José Cameán Parcero: "Yo
    también fui gallego de m… y también
    colorado’, porque así es mi color de cabello.
    Y más de una vez tuve que escuchar a mis compañeros
    decir que me habían cambiado por un cuero. Pero no me
    molestaba, quizás porque yo al venir a los cuatro
    años me sentía uno más. No sabía mi
    conciencia la
    diferencia de ser gallego o argentino" (14).

    También en "La noche de la cruz de plata", uno de
    los cuentos por
    los que Jorge Torres Zavaleta mereció el Premio Fortabat
    en 1987, se alude a la conflictiva vinculación de los
    ingleses con los nativos. Esta se evidencia al narrar que la
    madre debía consolar al niño "cuando los
    demás alumnos se reían de su mal castellano".
    Años después, será el idioma el medio
    elegido por el joven para mortificar a su madre: "prefería
    tomarla en broma, imitar su tonada inglesa (hacía una
    parodia, que deleitaba a sus amigos, de Miss Lucy tomando el
    té en la embajada), abrazarla al ver que la
    entristecía"(15). "Los británicos –afirma
    Andrew Graham Yool- se negaron tenazmente a ser categorizados
    como inmigrantes, lo que significaba un descenso en la clase
    social" (16).

    Para algunos, hablar más de un idioma, era
    testimonio de su condición de inmigrantes. Para otro, en
    cambio, era un
    sello de clase. En La noche que me quieras, Torres Zavaleta
    muestra
    el
    conocimiento de otras lenguas vinculado a un estamento
    social: "Arturo era un muchacho educado, se vestía bien,
    por supuesto, se la arreglaba con los idiomas. Algo te ha quedado
    de tantas profesoras franchutas e inglesas de cuando eras
    borrego" (17).

    No sólo a hablar castellano se aprendía en
    la escuela. "La Argentina en 1870 tenía 80 por ciento de
    analfabetos –afirma Roberto Cortés Conde- y hacia
    1919 ese índice se había reducido al 30 por ciento"
    (18). El analfabetismo
    era común entre los inmigrantes. Lo menciona Lucio V.
    Mansilla, cuando dice de un personaje: "Este San Pío era
    italiano, casado, muy bonachón y cariñoso. Sus
    quesos de Goya, y particularmente sus chorizos, allí a la
    vista, tenían fama (…) No sabía leer ni escribir,
    ni hablaba italiano, ni español,
    ni genovés, ni dialecto itálico alguno, sino una
    media lengua suya propia" (19). Analfabetos eran los inmigrantes
    que llegaban desde Filetto, en Santo Oficio de la Memoria, de
    Mempo Giardinelli.: "Venían porque allá
    había mucha hambre. Eran… Todos muy pobres, analfabetos.
    Rústicos" (20).

    Félix Luna afirma que los analfabetos eran
    utilizados con fines políticos. En Soy Roca, relata lo
    sucedido en 1909 en una mesa electoral, cuando se presenta como
    austríaco un hombre al que
    su aspecto y su modo de hablar "lo delataban como un bachicha
    recién desembarcado". Roca le pregunta si es italiano; el
    inmigrante le responde que sí, y que no sabe lo que dice
    la libreta: "-Io non só niente…. ¡A mí me
    la datto don Gaetano ! ‘Don Gaetano’, Cayetano Ganghi
    era el árbitro de la elección, con sus roperos
    llenos de libretas falsificadas y sus huestes de inmigrantes
    analfabetos y de atorrantes dispuestos a votar cinco o seis veces
    en diferentes mesas" (21).

    En la escuela se transmitían asimismo los valores
    que la clase dirigente quería inculcar. Miguel de Marco,
    Presidente de la Academia Nacional de la Historia afirma: "en el
    pasado, la generación de Sarmiento y Mitre quería
    que el país se poblara con inmigrantes que integraran un
    crisol de razas. Para formar y unificar a esa sociedad nueva y
    aluvional se difundían las vidas de determinados
    personajes, de bronce, que fueran verdaderos ejemplos. No se
    dieron cuenta de que un San Martín que no duerme no es
    creíble, lo mismo que un Sarmiento que nunca faltó
    a la escuela. En las escuelas se mostró esta especie de
    historia oficial
    con personajes sin humanidad, quienes por tenerla no pierden
    grandeza" (22).

    Santó Efendi, un judío que cursó
    paralelamente la escuela pública y la hebrea, dice:
    "Habiendo tenido la suerte de nacer en la Argentina de finales de
    la década del 20, y habiendo pasado por la primaria luego
    de la crisis
    económica de los años 30, solamente tengo recuerdos
    gratos de mis maestros y de la calidad de la
    enseñanza pública, regalo del gran
    Sarmiento, quien organizó en el siglo anterior las bases
    de las escuelas públicas del país" (23).

    El padre del poeta Rodolfo Alonso, emigrante gallego,
    cursó estudios primarios siendo ya adulto (24). Otros
    gallegos –como Darío Lamazares, representante legal
    del Instituto Santiago Apóstol, que llegó a la
    Argentina a los catorce años-, no tuvieron acceso a ella:
    "Fui un autodidacta, me formé en la calle, y como la
    mayoría de mis compatriotas sufrí la falta de
    instrucción. Este país nos dio todo, los mismos
    derechos que sus
    hijos, y la escuela es una forma de pagar esa deuda"
    (25).

    Otros
    caminos

    No sólo en el conventillo o en la escuela se
    aprendían otras lenguas. Gaetano, uno de los personajes de
    Santo Oficio de la Memoria, lo hace
    en su lugar de trabajo, el "tranguay", donde "La gente hablaba en
    todos los idiomas. Yo aprendí algo de inglés,
    de francés, de alemán. De polaco también y
    de yídish. La mayoría de los pasajeros eran
    inmigrantes. Uno tenía que saludarlos en sus lenguas.
    Había veinte maneras de decir buen día. Y muchas
    veces uno tenía que ayudarlos con el cambio, con las
    monedas" (26).

    Para Antonio Dal Masetto, la lectura fue
    el medio para saber nuestro idioma. A los doce años
    llegó a Salto, donde –afirma en una entrevista
    "Empezó el duro aprendizaje, la transculturación.
    Cansado de que lo cargasen por su forma de hablar, decidió
    esforzarse para aprender el castellano. Para eso recurrió
    al arte. Su padre se
    asoció con su tío en una carnicería. Dal
    Masetto empezó a seleccionar las revistas que llegaban
    para envolver y, entre los globitos y el dibujo de las
    historietas, empezó a adentrarse en el idioma".

    De los comics, pasará a los libros.
    Así recuerda esa etapa: "Mi camino fue absolutamente
    argentino. En casa hubo un esfuerzo inmediato por adaptarse.
    Cuando empecé a aprender el idioma en el pueblo,
    frecuentaba una biblioteca.
    Buscaba libros.
    Elegía al azar. Me los devoraba, junto con la revista
    Leoplán, que traía novelas cortas
    enteras. Me alimenté mucho de esa revista, y con
    ella descubrí que había una literatura inmensa"
    (27).

    Casi todos aprendían el idioma por las suyas,
    ayudándose algunos con el diccionario,
    el cual "También es parte de la cultura
    inmigrante. El diccionario
    les solucionaba las crisis que
    podían tener con su segunda lengua. Está muy
    conectado con los autodidactas" (28).

    Así como algunos aprendían castellano en
    el tranvía, o leyendo, un personaje de Gabriel
    Báñez tiene la ocurrencia de recurrir a la religión, aún
    siendo judío, para dominar el nuevo idioma. Al ver mujeres
    católicas que se confiesan, la pequeña Sara Divas,
    en Virgen, "imaginó que la fe era un idioma en voz muy
    baja y que esas mujeres aprendían las lecciones de
    rodillas, murmurando y repitiendo. (…) Era una buena manera de
    aprender el idioma que tanto atormentaba a su padre y, llegado el
    caso, de hablar por él".

    El sacerdote le da una estampita de la Virgen de
    Luján, "a partir de ese entonces Sarita empezó a
    comulgar con el castellano, porque lo aprendió a los rezos
    y gracias a las oraciones que venían en el reverso de las
    estampitas" (29).

    Opciones personales

    Ya en el Martín Fierro encontramos referencias al
    inmigrante que no habla castellano: "Era un gringo tan bozal/ que
    nada se le entendía/ ¡quién sabe de ande
    sería!/ Tal vez no juera cristiano:/ Pues lo único
    que decía/ era que era papolitano" (30).

    En Diario de ilusiones y naufragios, de María
    Angélica Scotti, en cambio, el inmigrante intenta hacerse
    entender: "Padrazo chapurreaba bastante el español;
    lo venía practicando desde antes de embarcarse en
    Génova" (31). Al parecer, saber italiano facilitaba
    el aprendizaje
    del castellano. En el libro de Chuny
    Anzorreguy, el capitán Kovacic recuerda lo que se
    planteó al llegar a la Argentina: "Primero debíamos
    aprender el idioma. Habiendo ya aprendido más o menos el
    italiano, la cosa se nos iba a hacer más fácil.
    Así fue. En poco tiempo podía comunicarme en un
    castellano bastante pasable" (32).

    Trabajando en el campo entrerriano aprendió
    castellano la abuela de Catalina Nasenson: "Estaban contentos,
    conformes con el ambiente, a
    tal punto que mi abuela, que no sabía una palabra de
    castellano, terminó hablando como los peones"
    (33).

    No tuvo tanto inteligencia o
    tanto empeño la irlandesa que evoca, en uno de los
    cuentos de
    Tréboles del sur, Juan José Delaney: El escritor
    plantea la situación de una inmigrante que ve frustradas
    sus ambiciones, principalmente por el obstáculo que es
    para ella el desconocimiento del lenguaje,
    aunque, en lo que respecta a lo material, se muestra
    agradecida: "no puedo pasar por alto la buena acogida que los
    irlandeses todos hemos tenido en este suelo;
    difícilmente brazos deseosos de trabajar no encuentren
    recompensa", dice la mujer
    (34).

    En Moira Sullivan, el lenguaje,
    tan importante como factor sociabilizador, encarna una actitud de la
    protagonista. Ella nunca se interesó por aprender a
    comunicarse en castellano y esa negativa suya determina su
    relación con quienes la rodean. La anciana vive en su
    mundo y no quiere tener contacto con quien no pertenezca a
    él. Rechaza evidentemente toda forma de integración, y se repudio se patentiza en
    el aislamiento en el que se refugia. Aun cuando quisieran
    integrarse, el idioma era un serio problema para colectividades
    como la irlandesa; Delaney presenta dos paliativos para la
    incomunicación de los extranjeros: el cine mudo y el
    tango, por los
    que sienten gran afición (35).

    Tampoco quiso aprender castellano el belga en la novela de
    Gabriel Báñez, aunque sufrió cuando se
    enfrentó a la realidad: "el viudo de Flora Divas
    debió salir al nuevo mundo de buscar trabajo y fue
    entonces cuando cayó en la cuenta de una realidad
    aterradora y elemental: no sabía una sola palabra de
    castellano. Ese día sería inolvidable. Sarita lo
    vio trasponer el portón de la pensión y llegar
    luego hasta el fondo de la galería para deshacerse en un
    llanto tibio y cordial a los pies del único árbol
    que detestaba, la glicina. (…) Nunca antes lo había
    visto llorar, ni en el funeral de su madre.(…) El viudo dijo
    algo incomprensible: que lloraba por el castellano que no
    entendía". No obstante, "en su apatía vegetal
    jamás llegó a interesarse ni a comprender
    enteramente el castellano. O peor: lo padecía como un
    idioma oscuro y maldito" (36).

    Queda en el inmigrante decidir cuál será
    su lengua, opción que seguramente obedecerá a
    razones más afectivas que intelectuales. Syria Poletti,
    quien emigró a los veintitrés años,
    afirmaba: "uno, como escritor, pertenece al área en cuyo
    idioma se expresa. El instrumento con que yo me expreso es el
    idioma de los argentinos, con todo el substratum cultural que
    ello implica, por lo tanto soy hija del país, porque el
    idioma es como la sangre de un
    país. Los otros idiomas que me habitan –italiano y
    friulano- son herencias que me dejaron mis mayores. Y las
    herencias sirven si se hace buen uso de ellas" (37).

    Distinta es la postura de Adelina C. Cela, quien canta
    nostálgica, en su poema "Calabreses": "Como un susurro tu
    lengua/ me acunó toda la vida/ y no le diste abandono/ a
    tu hija en lejanía" (38).

    En el conventillo, en la escuela, en el tranvía,
    leyendo o rezando, los inmigrantes aprendieron la lengua de la
    nueva tierra. La
    lengua que otros rechazaron, quizás por el inmenso dolor
    de haber dejado su tierra.

    NOTAS

    1. Korn, Francis: "Buenos Aires Siglo XX/Los
      conventillos: Un sistema que
      reproducía a la sociedad en miniatura", en La
      Nación
      , Buenos Aires, 5 de diciembre de
      1999.
    2. Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos
      Aires, Editorial Abril, 1984.
    3. León, Luis: "Chacarita. Vísperas de
      Pésaj", en SEFARaires, N° 2, junio de
      2002.

    (4) Cosentino, Olga: "Cosecharás tu siembra",
    en Clarín, Buenos Aires, 18 de octubre de
    2000.

    (5)"Rapidísimo", en Clarín Viva,
    Buenos Aires, 2 de enero de 2000.

    (6) Grinbaum, Carolina: La isla se expande. Buenos
    Aires, ig, 1992.

    (7) Patat, Alejandro: "El país de los
    sueños perdidos", en La Nación, Buenos
    Aires, 28 de abril de 2002.

    (8) Ingberg, Pablo: "El amor a
    los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de
    febrero de 1999.

    (9) Duche, Walter: "Todos tenemos derecho a escribir
    nuestra historia", en La Prensa
    Buenos Aires, 18 de julio de 1999.

    (10) Korn, Francis: op. cit.

    (11) : "La Argentina de los deseos", en
    Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de
    2000.

    (12) González Lanuza, Eduardo: citado en
    "Bajaron de los barcos. Historia de la inmigración en la Argentina", por Colegio
    Schönthal. www.monografias.com.

    (13) Guerriero, Leila: en La Nación Revista

    (14) S/F: "José Cameán Parcero. Un
    vecino de Bembibre, Parroquia de Buxán", en El
    mensajero gallego
    , N° 2, Abril de 1998.

    (15) Torres Zavaleta, Jorge: "Lanoche de la cruz de
    plata", en El palacio de verano. Buenos Aires, Grupo Editor
    Latinoamericano, 1987.

    (16) S/F: "Los ingleses en la Argentina", en
    Clarín, Buenos Aires, 18 de diciembre de
    2000.

    (17) Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras.
    Buenos Aires, Planeta, 2000.

    (18) : "La Argentina de los deseos", en
    Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de
    2000.

    (19) Mansilla, Lucio V.: citado por Colegio
    Schönthal.

    (20) Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
    Buenos Aires, Seix Barral,

    (21) Luna, Félix: Soy Roca. Buenos
    Aires, Sudamericana, 2000.

    (22) Urien, Paula: "Revisar el futuro", en La
    Nación Revista
    , Buenos Aires, 7 de
    julio de 2002.

    (23) Efendi, Santó: "Una infancia en
    Villa Crespo", en SEFARaires, N° 3, julio de
    2002.

    (24) Alonso, Rodolfo: Entrevista
    en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL,
    1980.

    (25) Beltrán, Mónica: "La primera
    escuela gallega que enseña a chicos argentinos", en
    Clarín, Buenos Aires, 25 de abril de
    1999.

    (26) Giardinelli, Mempo: op. cit.

    (27) Roca, Agustina: "Historia de Vida", en La
    Nación Revista
    , Buenos Aires, 12 de julio de
    1998.

    (28) "De generación en generación", en
    Clarín, Buenos Aires, 19 de marzo de
    2000.

    (29) Báñez, Gabriel: Virgen. Barcelona,
    Sudamericana, 1998.

    (30) Hernández, José: Martín
    Fierro. Citado por Colegio Schönthal.

    (31) Scotti, María Angélica: Diario de
    ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé,
    1996.

    (32) Anzorreguy, Chuny: El angel del capitán.
    Biografía del capitán croata Miro
    Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.

    (33) Londero, Oscar: "Historia de la inmigración a principios del
    siglo XX – Un recorrido por las primeras colonias
    judías de Entre Ríos", en Clarín,
    Buenos Aires, 17 de diciembre de 2000.

    (34) Delaney, Juan José: Tréboles del
    Sur.. Buenos Aires, Torres Aguüero

    (35) Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos
    Aires, Corregidor, 1999.

    (36) Báñez, Gabriel: op.cit.

    (37) Fornaciari, Dora: "Reportajes
    periodísticos a Syria Poletti", en Taller de
    imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.

    (38) Cela, Adelina C.: "Madre Patria", en La
    Capital
    , 5 de septiembre de 1999.

     

     

     

    Trabajo enviado por

    Lic. María González
    Rouco

    Lic. en Letras UNBA, Periodista Profesional
    Matriculada

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