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FILOSOFÍA Y LITERATURA: LA NOVELA DE BORGES




Enviado por algreca



     

    Siendo Borges profesor
    de literatura
    inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la
    Universidad de
    Buenos Aires,
    recibió una nota del decano, cuyo nombre tal vez alguien
    recordará, en la que se le requería que en plazo
    perentorio, presentara una versión actualizada de su
    curriculum vitae.
    Lo primero que hizo el maestro fue solicitar una prórroga
    para dar cumplimiento al trámite, ya que según
    argumentó, la confección de un curriculum era
    un género
    que no estaba acostumbrado a frecuentar, y por eso, debía
    tomarse algún tiempo para
    pensar cómo abordarlo. Seguramente sin entender la
    ironía, el funcionario volvió a la carga algunos
    días después y recibió por respuesta una
    escueta nota manuscrita que decía: "Jorge Luis
    Borges. Nacido en Buenos Aires el
    24 de agosto de 1899. Ex profesor de la Universidad de
    Austin y autor de algunos libros de
    poesía,
    cuentos y
    ensayos." En
    efecto, Borges no
    escribió nunca una novela.

    Jorge Luis ("Georgie") fue el primer hijo de Jorge
    Guillermo Borges y Leonor Acevedo. Su prosapia estaba dominada
    por el coraje de hombres de acción, de guerreros que le
    legaron el pesar por no haber tenido como ellos valor
    físico y arrojo para jugarse la vida. Ese don que no tuvo,
    le fue compensado con un deslumbrante talento con el que
    rindió homenaje a la valentía de sus ancestros. Se
    sentía su heredero incompleto y así los
    retrató con un dejo de melancolía:

    Nada o muy poco sé de mis mayoresportugueses, los
    Borges: vaga gente

    que prosigue en mi carne, oscuramente,sus
    hábitos, rigores y temores.

    Tenues como si nunca hubieran sido y ajenos a los
    trámites del arte,

    indescifrablemente forman parte del tiempo, de
    la tierra y
    del olvido.

    "El hacedor" 1960

    La historia
    argentina impregnó la sangre de Borges.
    El abuelo paterno, el coronel Francisco Borges fue muerto a los
    41 años, en 1874, por un disparo de rifle Remington,
    durante una de las guerras
    civiles. Por la rama materna, su abuelo Isidoro de Acevedo
    Laprida había combatido contra Rosas y era
    descendiente de Francisco Narciso de Laprida, el presidente del
    Congreso de Tucumán de 1816, en el que se declaró
    la independencia
    argentina.
    Laprida murió en 1829, a manos de gauchos rebeldes (los
    montoneros de Aldao) y Borges le dedicó su "Poema
    conjetural" haciéndole narrar su propia muerte en un
    soliloquio trágico y señalar el conflicto
    entre el amor por
    los libros y el
    destino de morir asesinado como guerrero (¿quizá la
    contracara del conflicto de
    Borges?)

    Yo que anhelé ser otro, ser un hombre

    de sentencias, de libros, de
    dictámenes,

    a cielo abierto yaceré entre
    ciénagas;

    pero me endiosa el pecho inexplicable

    un júbilo secreto. Al fin me encuentro

    con mi destino sudamericano.

    A esa ruinosa tarde me llevaba

    el laberinto múltiple de pasos

    que mis días tejieron desde un
    día

    de la niñez. Al fin he descubierto

    la recóndita clave de mis años,

    la suerte de Francisco de Laprida,

    la letra que faltaba, la perfecta

    forma que supo Dios desde el principio.

    En el espejo de esta noche alcanzo

    mi insospechado rostro eterno. El
    círculo

    se va a cerrar. Yo aguardo que así
    sea.

    Pisan mis pies la sombra de las lanzas

    que me buscan. Las befas de mi muerte,

    los jinetes, las crines, los caballos,

    se ciernen sobre mí… Ya el primer
    golpe,

    ya el duro hierro que me
    raja el pecho,

    el íntimo cuchillo en la garganta.

    "El otro. El mismo" 1964

    El culto del coraje fue para Borges no solamente
    dedicado a los guerreros, en especial de su propia familia, sino
    también a los hombres simples que a campo abierto o en
    cualquier esquina de los arrabales de Buenos Aires, que siempre
    tuvieron para él una misteriosa fascinación, eran
    capaces de arriesgarse a morir en un duelo a cuchillo. En
    numerosas milongas reverenció a esos seres que admiraba y
    envidiaba sin tapujos. Decía de Jacinto
    Chiclana:

    Quién sabe por qué razón

    me anda buscando ese nombre;

    me gustaría saber

    cómo habrá sido aquel hombre.

    Alto lo veo y cabal,

    con el alma comedida,

    capaz de no alzar la voz

    y de jugarse la vida.

    …………………………………………….

    Entre las cosas hay una

    de la que no se arrepiente

    nadie en la tierra. Esa
    cosa

    es haber sido valiente.

    Los antepasados de Borges no sólo le legaron esa
    sangre heroica
    que él sintió no haber honrado. Su abuela paterna,
    Fanny Haslam, le enseñó el idioma inglés
    y también a conocer y a amar como nadie la literatura
    inglesa. El diminutivo "Georgie" con el que siempre se lo
    nombró en la familia,
    fue impuesto por
    ella. Borges pensó, sintió, habló y
    escribió en inglés
    con la misma maestría que en español y
    por ello decía que ambas lenguas eran "los idiomas que me
    son íntimos". Tal vez leyó por
    primera vez el Quijote en una traducción
    inglesa.

    El otro legado que sin duda le signó la vida fue
    la ceguera. Fue ciego como su padre y como varios de sus
    antepasados. La suya fue la sexta generación de Borges
    ciegos, y por cierto, conoció su destino ni bien
    comenzó a declinar su vista siendo muy joven. La peor de
    las desgracias para él, que hizo de su vida una verdadera
    consagración de los libros. Sobrellevó la ceguera
    con dignidad y con cierto irónico fatalismo. Muchas veces
    se refirió a ella a lo largo de su obra. En el
    prólogo de "La Rosa Profunda" (1975) dice:

    Al recorrer las pruebas de
    este libro,
    advierto con algún desagrado que la ceguera ocupa un lugar
    plañidero que no ocupa en mi vida. La ceguera es una
    clausura, pero también es una liberación, una
    soledad propicia a las invenciones, una llave y un álgebra.

    La mirada irónica sobre su ceguera queda plasmada
    en el "Poema de los dones", tal vez los más conocidos de
    sus versos:

    Nadie rebaje a lágrima o reproche

    esta declaración de la maestría

    de Dios, que con magnífica
    ironía

    me dio a la vez los libros y la noche.

    De esta ciudad de libros hizo dueños

    a unos ojos sin luz que
    sólo pueden

    leer en las bibliotecas de
    los sueños

    los insensatos párrafos que ceden

    las albas a su afán. En vano el
    día

    les prodiga sus libros infinitos,

    arduos como los arduos manuscritos

    que perecieron en Alejandría.

    La ciudad de libros, la biblioteca, fue
    sin duda el lugar de Borges. El mismo decía en su
    Autobiografía que la biblioteca de su
    padre fue el sitio al que siempre quiso volver, aunque tal vez,
    nunca la había dejado. En el mismo Poema de los dones,
    desliza sin embargo su amargura por los libros que les son
    vedados a sus ojos sin luz:

    Lento en mi sombra, la penumbra hueca

    exploro con el báculo indeciso,

    yo, que me figuraba el Paraíso

    bajo la especie de una biblioteca.

    Reiteradamente explicó que ser ciego no
    significaba caer sumido en la total oscuridad, en la negrura
    absoluta. Los colores se fueron
    desdibujando para él y siguió percibiendo el
    color amarillo,
    que le recordaba al tigre que vio tras los barrotes del
    zoológico, junto a su hermana Norah, siendo niños,
    y que despertó en él vivas fantasías que lo
    acompañaron a lo largo de su vida. Muchas veces
    volvió al "oro de los tigres" y quedó grabado el
    color amarillo de
    la piel felina en
    su recuerdo, mucho más allá de que sus ojos se
    hubieran apagado.

    Yo solía demorarme sin fin ante una de las jaulas
    del Zoológico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los
    libros de historia natural, por el
    esplendor de sus tigres. (Todavía me acuerdo de esas
    figuras: yo que no puedo recordar sin error la frente o la
    sonrisa de una mujer.)

    Dreamtigers en "El Hacedor" 1960

    La transformación de los colores a medida
    que iba perdiendo la vista lo llevó nuevamente a la
    poesía:

    El azul y el bermejo son ahora una niebla

    y dos voces inútiles. El espejo que
    miro

    es una cosa gris. En el jardín aspiro,

    amigos, una lóbrega rosa de la
    tiniebla.

    Ahora sólo perduran las formas
    amarillas

    y sólo puedo ver para ver pesadillas.

    El ciego en "La Rosa Profunda" 1975

    Los espejos fueron un tema central en la vida y en la
    obra de Borges. Desde muy pequeño, y por alguna arcana
    razón que el psicoanálisis intentó con dudosa
    fortuna develar, rechazó y temió a los espejos. Sin
    embargo, en un sentido simbólico, se dedicó a
    examinar con minuciosa prolijidad la cara y contracara de la
    realidad, la imagen especular
    de todo cuanto lo rodeaba. Imaginó que todas las cosas se
    duplicaban, que todo hombre
    tenía su alter ego como reflejado en un espejo
    secreto.

    Hoy, al cabo de tantos y perplejos

    años de errar bajo la varia luna,

    me pregunto qué azar de la fortuna

    hizo que yo temiera los espejos

    …………………………………………………………

    Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro

    paredes de la alcoba hay un espejo,

    ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo

    que arma en el alba un sigiloso teatro.

    …………………………………………………………

    Dios ha creado las noches que se arman

    de sueños y las formas del espejo

    para que el hombre
    sienta que es reflejo

    y vanidad. Por eso nos alarman.

    Los espejos en "El Hacedor" 1960

    El otro que existe en cada hombre y que quizá sea
    el que se refleja en el espejo fue su eterna preocupación.
    "El otro" fue el título de uno de sus más hermosos
    cuentos, en el
    que un Borges anciano, sentado en un banco frente al
    río Charles, en Boston, ve que se sienta en el mismo
    banco un joven
    adolescente al que rápidamente reconoce. Era Borges, pero
    el Borges de Ginebra (a la que él llamó luego "mi
    otra patria", y a donde volvió para morir). Este Borges
    adolescente también estaba sentado contemplando el
    río, pero no el Charles sino el Ródano. Se
    entabló una conversación inolvidable y Borges
    reflexionó:

    Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra
    conversación de personas de miscelánea lectura y
    gustos diversos, comprendí que no podíamos
    entendernos. Éramos demasiado distintos y demasiado
    parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace
    difícil el diálogo.
    Cada uno de los dos era el remedo caricaturesco del
    otro…..

    He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he
    contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro
    fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño
    y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con
    él en la vigilia y todavía me atormenta el
    recuerdo.

    "El libro de
    arena" 1975

    La figura del otro también fue vista por Borges
    desde la perspectiva de los destinos cruzados, de las similitudes
    en la vida de los seres humanos de lugares y tiempos diversos
    como si se tratara de un tiempo circular, de un eterno retorno a
    la manera de Nietzsche. En
    el poema de los dones, recuerda a Paul Groussac que lo
    había precedido en la dirección de la Biblioteca Nacional y que
    como él, había sido ciego:

    Al errar por las lentas galerías

    suelo sentir con
    vago horror sagrado

    que soy el otro, el muerto, que habrá
    dado

    los mismos pasos en los mismos días.

    ¿Cuál de los dos escribe este
    poema

    de un yo plural y de una sola sombra?

    ¿Qué importa la palabra que me
    nombra

    si es indiviso y uno el anatema?

    Groussac o Borges, miro este querido

    mundo que se deforma y que se apaga

    en una pálida ceniza vaga

    que se parece al sueño y al olvido.

    El sueño y el olvido: dos caras de una misma
    moneda para Borges. Curiosamente, después un
    período de su vida en que lo atormentó el insomnio,
    escribió el cuento "Funes
    el memorioso", una fantasía notable cuyo protagonista
    Ireneo Funes, era dueño de una memoria absoluta,
    incapaz de perder el detalle más nimio de todo cuanto
    ocurría a su alrededor. A Funes, dice Borges, "le era muy
    difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo". Funes
    "había aprendido sin esfuerzo el inglés, el
    francés, el portugués, el latín. Sospecho
    sin embargo que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar
    diferencias, es generalizar, abstraer".

    También tenía el sueño otra
    connotación en el pensamiento
    borgeano: el cuestionamiento del mundo real, tal y como lo
    conocemos. ¿Somos realmente quienes somos, o solamente,
    quizá el producto de
    una idea? ¿de nuestra mente? ¿de la de otro?
    ¿de un soñador que nos sueña y al que
    soñamos a nuestra vez? Le hace decir al
    Quijote:

    Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño

    que entreteje en el sueño y la vigilia

    mi hermano y padre, el capitán
    Cervantes,

    que militó en los mares de Lepanto

    y supo unos latines y algo de árabe…

    Para que yo pueda soñar al otro

    cuya verde memoria
    será parte

    de los días del hombre, te suplico:

    mi Dios, mi soñador, sigue
    soñándome.

    La búsqueda de la esencia del ser, su permanencia
    en la memoria, su
    inmanencia y al mismo tiempo su relatividad fueron desvelos de
    Borges que lo llevaron a bucear a lo largo y ancho de toda la
    filosofía universal, especialmente en la
    presocrática, en Parménides y en Heráclito,
    a quien dedicó uno de sus más hermosos poemas.
    Admiró a estos filósofos no menos como tales que como
    poetas e indagó reiteradamente, a partir de ellos en la
    naturaleza
    misma del tiempo proponiendo su propia visión en uno de
    sus más brillantes ensayos:
    "Nueva refutación del tiempo". Razona
    allí:

    Por lo demás, la frase negación del tiempo
    es ambigua. Puede significar la eternidad de Platón o
    de Boecio y también los dilemas del Sexto Empírico.
    Éste (Adversus Matematicus, XI, 197) niega el pasado que
    ya fue, y el futuro que no es aún, y arguye que el
    presente es divisible o indivisible. No es indivisible, pues en
    tal caso no tendría principio que lo vinculara al pasado
    ni fin que lo vinculara al futuro, ni siquiera medio, porque no
    tiene medio lo que carece de principio y de fin; tampoco es
    divisible, pues en tal caso constaría de una parte que fue
    y de otra que no es. Ergo no existe, pero como tampoco existen el
    pasado y el porvenir, el tiempo no existe.

    Pero una vez más, como dando la imagen especular,
    la contracara o la refutación de su propio argumento,
    concluye:

    And yet, and yet…Negar la sucesión
    temporal, negar el yo, negar el universo
    astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos
    secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de
    Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por
    irreal: es espantoso porque es irreversible y de hierro. El
    tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un
    río que me arrebata, pero yo soy el río; es un
    tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me
    consume, pero yo soy el fuego. El mundo desgraciadamente es real;
    yo, desgraciadamente, soy Borges.

    "Otras inquisiciones" 1974

    Borges indagó asimismo, en el origen y la
    naturaleza del
    ser y también en la naturaleza del universo. Su
    particular cosmogonía, concebida a partir de lo
    fantástico, le hizo pensar un mundo imaginario superpuesto
    como contrafigura con el mundo real. Su relato "Tlön, Uqbar,
    Orbis Tertius", es una de las obras maestras del género, en
    que Borges despliega en todo su esplendor su fuerza
    imaginativa.

    La esencia de la creación artística
    también acicateó su espíritu inquisidor.
    Pensó que todo está escrito y que el artista
    sólo toma las ideas existentes para reformularlas de mil
    maneras, pero siempre renunciando a la originalidad. En "La
    Biblioteca de Babel" compara directamente desde la primera
    línea la biblioteca con el Universo y
    dice:

    Quizá me engañen la vejez y el
    temor, pero sospecho que la especie humana – la
    única – está por extinguirse y que la
    Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita,
    perfectamente inmóvil, armada de volúmenes
    preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

    Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese
    adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es
    ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan
    limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y
    escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar
    – lo cual es absurdo. Quienes lo imaginan sin límites,
    olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me
    atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La
    Biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero
    la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de
    los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo
    desorden (que repetido sería un orden: el Orden). Mi
    soledad se alegra con esa elegante esperanza.

    Ficciones. 1941

    Creación literaria imposible y esencia del
    universo son
    aquí superpuestos para discurrir sobre el origen de todo
    cuanto somos y hacia dónde vamos. El tema de la capacidad
    de crear siempre preocupó a Borges, y luego de un
    desgraciado accidente doméstico que sufrió a fines
    de 1938, y que le provocó una grave infección que
    lo puso al borde de la muerte,
    temió no ser capaz de volver a escribir.

    Para desmentirse a sí mismo, produjo "Pierre
    Ménard, autor del Quijote", relato que puede considerarse
    argumentalmente como la contracara de "La Biblioteca de Babel".
    Pierre Ménard, un autor imaginario, reescribe literalmente
    el Quijote, y Borges descubre en esa nueva versión una
    verdadera creación artística, para los ojos de un
    lector del siglo XX, cuya visión es sin duda bien
    diferente a la de uno del siglo XVII. La metáfora destaca
    el rol del lector, y acaso del traductor, en la recreación
    de la obra literaria.

    "Pensar, analizar, inventar (me escribió
    también) no son actos anómalos, son la normal
    respiración de la inteligencia.
    Glorificar el ocasional cumplimiento de esa función,
    atesorar antiguos y ajenos pensamientos, recordar con
    incrédulo estupor lo que el doctor universalis
    pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbarie.
    Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en
    el porvenir lo será."

    Ficciones. 1941

    Borges fue un lector extraordinario. Muchas veces dijo
    que su orgullo no se originaba en los libros que había
    escrito sino en los que había leído. Y
    parecía haberlo leído todo… La literatura
    universal cabía en su mente desplegada como un
    caleidoscopio. Sus prólogos a la obra de
    numerosísimos autores (luego reunidos en un volumen de
    imperdible lectura)
    fueron memorables y muestran siempre la visión abarcadora
    pero al mismo tiempo analítica de su lectura. Su obra
    está plena de citas históricas y literarias
    precisas, y de otras apócrifas, inventadas, con las que se
    divertía, como niño que hace una travesura,
    desconcertando al lector. Llegó a confundir a lectores
    eruditos como su amigo Adolfo Bioy Casares, que fue a buscar en
    la Enciclopedia una cita de Borges, para descubrir que
    había sido burlado.

    Esta verdadera hermenéutica borgeana nos
    brindó un acercamiento maravilloso a los grandes de la
    literatura universal (Dante, Shakespeare,
    Cervantes) y de tantos otros cuya obra amó e hizo amar a
    sus lectores: Kipling, Stevenson, Carlyle, Chesterton, Whitman,
    Schopenhauer… La literatura argentina no fue
    ajena a su interés.
    Dedicó a Evaristo Carriego uno de sus libros y
    también frecuentó y analizó a Macedonio
    Fernández, a Lugones, a Almafuerte. Los grandes poetas
    gauchescos (Ascasubi, Del Campo y Hernández), "hombres de
    ciudad que escriben sobre gauchos" merecieron su mirada
    crítica aunque no despectiva, y pensó que si el
    Facundo de Sarmiento hubiera sido adoptado como libro nacional
    argentino en lugar del Martín Fierro, otro y mejor hubiera
    sido el destino del país.

    Fue hombre de amores intensos y de pasiones
    contrariadas. Dice en el Epílogo de "El libro de arena":
    "El tema del amor es harto
    común en mis versos; no así en mi prosa, que no
    guarda otro ejemplo que Ulrica." El protagonista de este cuento, Javier
    Otálora, "un hombre célibe entrado en años",
    se enamora de la joven Ulrica, de misteriosa belleza
    nórdica.

    El esperado lecho se duplicaba en un vago cristal y la
    bruñida caoba me recordó el espejo de la Escritura.
    Ulrica ya se había desvestido. Me llamó por mi
    verdadero nombre, Javier. Sentí que la nieve arreciaba. Ya
    no quedaban muebles ni espejos. No había una espada entre
    los dos. Como la arena se iba el tiempo. Secular en la sombra
    fluyó el amor y
    poseí por primera y última vez la imagen de
    Ulrica.

    El libro de arena. 1975

    En éste, uno de los pocos relatos de amor
    físico en la obra de Borges, reaparece el espejo y la
    imagen evanescente. Curiosamente, en Tlön, dice el texto
    (imaginario) de la Enciclopedia acerca de Uqbar (país
    igualmente imaginario):

    "Para uno de esos gnósticos, el visible universo
    era una ilusión o (más precisamente) un sofisma.
    Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and
    fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo
    divulgan"

    Ficciones. 1941

    Sin embargo lo que Bioy Casares, personaje del relato,
    había recordado de memoria, era un concepto
    parecido, pero sugestivamente distinto, que hacía
    abominable no ya a la paternidad, sino a la cópula:
    "Copulation and mirrors are abominable". Y el narrador (Borges),
    de nuevo sugestivamente, considera la cita memorística de
    Bioy, de superior factura
    literaria que la cita auténtica de la enciclopedia. La
    misma idea es retomada en el poema "Los espejos":

    infinitos los veo, elementales

    ejecutores de un antiguo pacto,

    multiplicar el mundo como el acto

    generativo, insomnes y fatales.

    El Hacedor. 1960

    La leyenda de Pasifae, reina de Creta, que
    atraída irresistiblemente por el toro que surge del mar,
    se une a él y concibe al Minotauro, siempre
    deslumbró a Borges. El laberinto al que fue condenado (La
    casa de Asterion) fue su tema recurrente. Lo imaginó para
    entender al hombre en su esencia más profunda y al
    universo mismo, y lo plasmó en forma definitiva en el
    relato que quizá sea la síntesis
    de su cosmovisión filosófica: "El jardín de
    senderos que se bifurcan"

    El jardín de senderos que se bifurcan es una
    imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo
    concebía Ts’ui Pên. A diferencia de Newton y de
    Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo
    uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos,
    en una red creciente
    y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos.
    Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o
    que secularmente se ignoran, abarcan todas las posibilidades. No
    existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe
    usted y no yo; en otros yo y no usted; en otros los dos. En
    éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a
    mi casa; en otro usted, al atravesar el jardín, me ha
    encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero
    soy un error, un fantasma.

    Ficciones. 1941

    Jorge Luis Borges, para muchos uno de los más
    grandes escritores del siglo XX, prestidigitador del lenguaje,
    creador de mundos imaginarios, inventor de laberintos, inquisidor
    de los más íntimos dilemas del hombre,
    escribió, como él mismo lo dijo en su improvisado
    curriculum vitae,
    solamente poesía, cuentos y ensayos. Pero su obra
    completa, donde desfilan todos los grandes temas que marcaron su
    vida, es esa gran novela
    autobiográfica (toda obra artística de alguna
    manera lo es) que dejó para los tiempos. En ella despliega
    filosofía y literatura, acaso en esencia la misma cosa, y
    por eso habita definitivamente el Olimpo de los clásicos,
    esos artistas elegidos que con su obra son capaces de cambiar
    para siempre la vida de los seres comunes. Borges, que
    intuía que ser un clásico sería su
    ineludible destino, dijo de ellos como al descuido:

    Clásico no es un libro que necesariamente posee
    tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones
    de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo
    fervor y con una misteriosa lealtad.

    "Sobre los clásicos" en "Otras inquisiciones"
    1952

    ¿De qué se trata esta misteriosa lealtad
    que se profesa por los clásicos? No se los lee, por
    cierto, ni se retorna a ellos una y otra vez, como en busca de un
    consejo, de un sosiego o de un deleite, por su prestigio ni por
    sus calidades literarias. ¿Por qué entonces?.
    Leyendo a Italo Calvino quizás encontramos la
    respuesta:

    Un clásico funciona como tal, cuando establece
    una relación personal con
    quien lo lee. Si no salta la chispa, no hay nada que hacer: no se
    leen los clásicos por deber o por respeto, sino
    sólo por amor.

    Italo Calvino: "Por qué leer los clásicos"
    1992

     

     

     

     

    Alcides A. Greca

     

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