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EL NACIMIENTO DE LA QUÍMICA




Enviado por nguarins



    Indice
    1.
    Introducción

    2. El nacimiento de la
    química

    3. Leyes y teorías
    primarias

    4.
    Bibliografía

    1.
    Introducción

    En anterior publicación, Historia de la Química I, se abarca
    desde las transformaciones originarias del planeta hasta los
    conocimientos prequímicos de la Alquimia medieval. Ahora
    nos interesa revelar los momentos más significativos en el
    desarrollo de
    la Química como ciencia
    experimental.
    Al reafirmar que la ciencia es
    una compleja construcción sociohistórica el trabajo
    pasa revista con la
    necesaria brevedad al contexto en que tienen lugar los
    principales acontecimientos que marcan el nacimiento de la
    Química.
    En una compleja dialéctica, al filo de la necesidad y la
    casualidad se va produciendo una transición del quehacer
    individual de los gigantes pioneros a la gestación de los
    nuevos laboratorios y las primeras comunidades organizadas en
    sociedades
    científicas.
    Al mismo tiempo no
    ocultamos nuestro propósito de presentar a los hombres de
    ciencia como
    seres humanos sumergidos en las contradicciones de su
    época, tomando partido y a menudo errando en su
    opción.
    Desearíamos contribuir a rechazar la visión
    idílica del científico aislado en su torre de
    marfil para ofrecer una imagen
    más
    humana y veraz del investigador como un hombre inmerso
    en una comunidad a la
    cual pertenece y a la cual se debe.
    Así aparecen en nuestras páginas un Lavoisier
    guillotinado por un tribunal de la Revolución
    francesa; un Prietsley educado para Ministro de Iglesia y
    convertido en relevante investigador y partidario de aquella
    revolución; un Mendeleev desafiando la
    postura del gobierno zarista
    ruso; un Kekulé que se gradúa de arquitecto para
    luego convertirse en el primer arquitecto de las estructuras
    moleculares; un joven Arrhenius cuyo tribunal le otorga la
    más baja calificación de aprobado en la defensa de
    su doctorado para luego recibir el premio Nobel por los
    resultados de este trabajo; una Madame Curie que acepta el reto
    impuesto por
    la vida de quedarse sin Pierre y organiza un laboratorio
    moderno que constituye toda una red de relaciones
    ciencia – tecnología
    sociedad.

    2. El
    nacimiento de la química

    En el periodo que se extiende desde el
    siglo XVII al XIX se produce el tránsito del absolutismo
    real, como forma de gobierno en el
    mundo occidental, al sistema
    capitalista y a la reconfiguración de la estructura
    social en su composición de clases. Esta sociedad
    capitalista emergente alentó cambios en las
    tecnologías que dieron lugar a la Primera Revolución
    Industrial representativa de la conquista de la
    energía del vapor y del desarrollo de
    la industria
    metalúrgica y los textiles.
    Por otra parte, en el terreno de la supraestructura de la
    sociedad, la
    Ilustración gana terreno y la difusión de las
    ideas liberales que exigen reformas como señal del
    progreso social tuvo su impacto en las constituciones de los
    estados emergentes.
    Las demandas de progreso material y el clima en el campo
    de las ideas auspiciaban pues un creciente desarrollo de las
    investigaciones en diferentes terrenos de la
    actividad humana.
    En el campo de la Química el siglo XVII marca el inicio
    de la introducción de la balanza para estudiar
    las transformaciones químicas y un cambio en el
    centro de interés
    del tipo de sustancias objeto de estudio desde los minerales y
    metales hacia
    ¨los vapores  o espíritus¨. Pionero de estos
    virajes es el médico flamenco J.B. Van Helmont (1577
    –1644).
    Si un alquimista al observar la deposición de una capa de
    cobre sobre un
    clavo introducido en una solución de azul de vitriolo,
    creía ver la transmutación del hierro en
    cobre, Van
    Helmont estudia la disolución de los metales en los
    tres ácidos
    minerales
    fuertes y la recuperación de los metales de estas
    disoluciones.
    Se enfrasca también Van Helmont en la penosa tarea de
    atrapar las sustancias  escurridizas que se escapan en
    numerosas transformaciones a las cuales bautizó con el
    término de gases,
    derivado del griego "chaos". Así aísla el gas liberado en
    la fermentación del vino que identifica con el
    gas
    desprendido en la reacción  entre el carbonato de
    calcio y el ácido acético, al cual llama gas
    silvestre.        
    Pero fueron los trabajos del primer químico, el
    irlandés Robert Boyle (1627 – 1691), los que
    marcaron una nueva pauta.

    En 1622 descubre, al estudiar el comportamiento
    que experimenta el volumen de los
    gases con las
    variaciones de la presión,
    la ley que llega a
    nuestros días como ley de Boyle. En
    su libro "El
    químico escéptico" se suprime el prefijo de la
    vieja alquimia pero la verdadera ruptura que propone con el
    pasado no se reduce a un cambio
    ortográfico. A partir de él, los elementos no
    resultan deducidos del razonamiento especulativo, sino del
    criterio experimental de carácter
    primario en el sentido de no admitir una ulterior
    descomposición. El término elemento, en este
    contexto, tiene un significado derivado de la práctica y
    un sentido de provisionalidad que no sería superado hasta
    el siglo XX cuando se descubriera la naturaleza
    íntima de los elementos químicos.
    Aunque la actividad en este siglo está  pautada por
    la reestructuración hacia el estudio de los gases y el
    enfoque experimental despojado de conjeturas y falsas
    expectativas, el mérito por el descubrimiento de un tercer
    no-metal, el fósforo, corresponde al último
    alquimista, Henning Brand (¿ – 169? ) al encontrarse
    buscando la piedra filosofal, entre otros medios, en la
    orina.

    Se ha repetido que Newton (1642 –
    1727) dedicó ingentes esfuerzos a ensayos de
    transmutación alquimista, justamente cuando tales ideas
    estaban en pleno decaimiento a fines del siglo XVII. Pero en
    rigor histórico publicó un ensayo en
    1700 "On the nature of acids" y dejó incompleta una
    teoría
    "de la fuerza
    Química" que vino a conocerse un siglo después de
    su muerte, ambos
    despojado del tinte alquimista  y en plena 
    correspondencia con su regla de oro para el razonamiento
    filosófico: "No se deben admitir otras causas que las
    necesarias para explicar los fenómenos". El próximo
    siglo tendría en cuenta sus directrices.
    El siglo XVIII marca el inicio
    de la Química como ciencia experimental con los trabajos
    de la Escuela francesa
    encabezada por el eminente químico Lois Antoine Lavoisier
    (1743-1794) que logran asentar el estudio de las reacciones
    químicas sobre bases cuantitativas despojando
    definitivamente la investigación en este campo de las nociones
    místicas de los alquimistas.
    En otro polo del trabajo científico europeo, en Suecia, el
    desarrollo de la minería y
    la mineralogía condicionó el surgimiento de una
    escuela de
    químicos que a lo largo de este siglo realizara numerosos
    aportes en el análisis de minerales, en la
    comprensión y gobierno de los procesos de su
    reducción, enterrando definitivamente el ideal alquimista
    de transformar metales nobles en oro. Entre 1730 y 1782 se
    reportan los descubrimientos del cobalto, níquel,
    manganeso, manganeso, wolframio, titanio y molibdeno. En poco
    más de cincuenta años se superaría el
    número de metales descubiertos por más de seis
    siglos de infructuosa búsqueda alquimista. Con el paso del
    tiempo, estos
    metales se emplearían en la fabricación de materiales
    estratégicos para el avance tecnológico.
    Dada la importancia práctica de los procesos de
    combustión es comprensible que las primeras
    propuestas teóricas estuvieran enfiladas a explicar lo que
    acontecía durante la quema de los combustibles. Resulta
    sorprendente sin embargo que fueran tempranamente emparentados
    las reacciones de combustión y el enmohecimiento que
    sufrían los metales.
    Corre la primera década del siglo XVIII cuando surge la
    teoría
    del flogisto defendida por G.E. Stahl (1660-1734). Según
    Stahl el flogisto podía considerarse como un elemento que
    se liberaba rápidamente por los combustibles al arder o
    lentamente durante el enmohecimiento de los metales.
    La tercera transformación química, de máxima
    importancia en la época, la liberación de los
    metales por reducción de los minerales bajo la
    acción del carbón vegetal y el calor, era
    interpretada como una transferencia del flogisto desde el
    carbón hacia el mineral con lo cual el metal resultante se
    hacía rico en flogisto.
    La aplicación de estas concepciones a la
    interpretación de los resultados experimentales obtenidos
    al estudiar reacciones en que participaban los gases condujo a no
    pocos errores y desviaciones del camino conducente a la
    explicación objetiva de los hechos.
    Así Henry Cavendish (1731-1810) al investigar con
    particular atención las propiedades sobresalientes del
    gas liberado durante la reacción del ácido
    clorhídrico con algunos metales especuló sobre la
    posibilidad del aislamiento del propio flogisto. Al lanzar esta
    hipótesis se basó en dos de sus
    propiedades: era el gas más ligero de los conocidos y
    presentaba una alta inflamabilidad.
    El químico escocés J. Black (1728-1799) estudiaba
    la descomposición térmica de la piedra caliza,
    advirtiendo que se formaba cal y se liberaba un gas. Llamó
    su atención que la cal producida en esta
    reacción, expuesta al aire regeneraba
    la caliza. Era la primera vez que se tenía una clara
    evidencia acerca de la reversibilidad de un proceso
    químico y por otra parte se ponía de manifiesto que
    el aire
    debía contener al gas que luego se fijaba a la cal para
    "devolver" la caliza. Pero la concepción del aire como
    elemento inerte impedía penetrar en la esencia del
    proceso.
    Nuevos resultados de Black al abordar la combustión de una
    vela en un recipiente cerrado serían otra vez
    malinterpretados. Fue comprobado que se liberaba el mismo gas que
    en la descomposición de la caliza y que si este gas era
    colectado en un recipiente, en la atmósfera resultante
    tampoco se lograba reiniciar el proceso de combustión de
    la vela. En términos de la teoría del flogisto se
    empañaba la lectura de
    los resultados, y se hacía ver que era obtenido un aire
    "saturado de flogisto" que impedía la combustión en
    su seno.
    Su discípulo Daniel Rutherford (1749-1819) llevó
    más lejos estos experimentos
    demostrando que en un aire "saturado de flogisto" tampoco lograba
    sobrevivir un ratón. Es la primera vez que se obtiene un
    nexo entre la combustión de una sustancia y la respiración de un animal. Aclarar esta
    relación exigía romper con la noción de que
    el aire era un elemento inerte en el cual se portaba o
    transportaba el flogisto.
    Nuevas y relevantes aportaciones sería realizadas en la
    década de 1770 – 1779, por el químico
    inglés
    J.Priestley (1738 – 1804). Formado para ser Ministro de una
    Iglesia se
    convierte en un brillante investigador de los gases. Constituye
    un ejemplo hombre de
    ciencia comprometido con un ideal político, así por
    su apoyo declarado a la Revolución
    Francesa    una turba enardecida en 1791
    le quemó la casa y sus pertenencias.
    Prietsley comprobó que en una atmósfera compuesta
    por el gas liberado en la combustión de una vela (saturado
    de flogisto, donde moría un ratoncillo) podía vivir
    una planta. Y algo más sorprendente aún, el aire
    residual, que quedaba después de largas horas de
    permanencia de una planta en su seno resultaba vivificante, pues
    en él un ratón se mostraba especialmente activo y
    juguetón. Al mismo tiempo demostró que en este aire
    inicialmente "saturado de flogisto", y luego modificado por la
    acción de las plantas, los
    materiales
    ardían con más facilidad. Por segunda
    ocasión en pocos años los experimentos
    demostraban que un vínculo profundo existía entre
    combustión y respiración.
    Desde otro ángulo, los resultados de Priestley resultaron
    los primeros indicios de que plantas y
    animales
    formaban un equilibrio
    químico que hacía respirable la atmósfera de
    la tierra. La
    enorme significación de este equilibrio ha
    sido lentamente comprendida por la humanidad. Pero en el siglo
    XVIII de nuevo la teoría del flogisto impuso una
    línea de pensamiento
    que hacía ver la obtención de un aire
    desflogisticado, la antítesis del aire
    aislado por Rutherford.
    Si Black obtuvo las evidencias de que la reacción de
    descomposición de la caliza era reversible, Prietsley
    demostraría que el sólido formado durante la
    reacción del aire con el mercurio, al calentarse
    regeneraba el mercurio y se liberaba un gas que podía
    colectarse por desplazamiento del agua y que
    mostraba las cualidades correspondientes al conocido aire
    vivificante ("un aire desflogisticado").
    Los experimentos de Cavendish, Black y Priestley tienen un
    denominador común, pretenden penetrar en la
    comprensión cualitativa de los fenómenos que
    estudian, y por supuesto que al hacerlo despliegan una enorme
    imaginación y creatividad.
    Lavoisier por estos años investiga también los
    fenómenos químicos pero al hacerlo se auxilia de
    las mediciones cuantitativas de las masas de las sustancias que
    participan en las reacciones. Cuando en 1774 Priestsley viaja a
    París y transmite a Lavoisier su descubrimiento del aire
    desflogisticado,  al investigador francés se le hace
    claro que el aire no es un elemento inerte que recibe o entrega
    el principio sustancial conocido como flogisto, sino que el
    supuesto aire desflogisticado constituye un elemento.
    Intentemos resumir sus interpretaciones a los hechos
    experimentales conocidos en la época: cuando metales como
    estaño y plomo se calientan en un recipiente cerrado
    conteniendo aire se observa el aumento del peso del calcinado y
    la constancia del peso del sistema total, al
    tiempo que se crea un vacío parcial en el interior del
    recipiente y solo aproximadamente una quinta parte del volumen del aire
    se consume.
    La interpretación de estos hechos es bien distinta a la de
    sus colegas británicos. Los metales no liberan flogisto al
    calcinarse sino que se combinan con un elemento componente del
    aire que se corresponde con el aire vivificante desflogisticado y
    de ahí su incremento en peso. A partir de entonces nombra
    este nuevo elemento gaseoso como oxígeno.
    Al componente gaseoso residual de la combustión
    correspondiente a las cuatro quintas partes en volumen del
    aire,
    caracterizado por su relativa inercia química (el aire
    flogisticado de Black) lo denomina nitrógeno. Y por
    último, al enigmático gas inflamable de Cavendish
    que es capaz (según comprobó experimentalmente en
    1783) de arder produciendo vapores que condensan en forma de
    gotas de agua, lo llama
    hidrógeno.
    Quedaba resuelto así, en términos del
    reconocimiento de sustancias elementales determinadas, lo que
    Sthal pretendió identificar con el flogisto.

    En 1789 Lavoisier publicó su "Tratado Elemental
    de Química" en el que expone su método
    cuantitativo para interpretar las reacciones
    químicas y propone el primer sistema de nomenclatura para
    los compuestos químicos del que aún perdura su
    carácter binomial.
    Desdichadamente, cuatro años mas tarde Lavoisier es
    ejecutado en la guillotina al ser acusado de verse relacionado
    con un grupo de
    recaudadores de impuestos que los
    revolucionarios franceses consideraron un instrumento de corrupción
    de la odiada monarquía. Su amigo el célebre
    matemático M. Lagrange diría: "un segundo
    bastó para separar su cabeza del cuerpo, pasarán
    siglos para que una cabeza como aquélla vuelva a ser
    llevada sobre los hombros de un hombre de ciencias".
    El siglo no cerraría sus puertas sin que un representante
    de la Escuela francesa Joseph L. Proust (1754 –1826)
    demostrara experimentalmente que las sustancias se combinan para
    formar un compuesto en proporciones fijas de masas, la llamada
    ley de las proporciones definidas. Una vez que fueran
    experimentalmente demostradas por los trabajos de Lavoisier las
    leyes
    ponderales que se verifican en las reacciones químicas, se
    exigía de una teoría que explicara el comportamiento
    experimental observado.

    3. Leyes y teorías
    primarias

    Hacia el último tercio del siglo XIX, teniendo
    como escenario las sociedades de
    Norteamérica y en mayor o menor grado de los países
    europeos, se experimenta lo que algunos consideran una Segunda
    Revolución
    Industrial identificada desde el punto de vista
    tecnológico por el  dominio de la
    electricidad,
    el
    petróleo, y la naciente industria
    química.
    A diferencia de momentos anteriores, en los que la
    práctica, el saber hacer, precedía
    significativamente a la teoría, ahora la fuerza de los
    saberes de las nacientes ciencias
    impulsan y establecen un complejo tejido de interacción
    con la tecnología.
    La aplicación de los inventos de Volta
    permiten el descubrimiento y aislamiento de un número
    significativo de elementos químicos; la aparición
    de los primeros productos
    sintéticos (colorantes y otros) condiciona el desarrollo
    de una nueva industria que persigue superar las cualidades de los
    productos
    naturales conocidos hasta el presente.
    En esta compleja dialéctica al filo de la necesidad y la
    casualidad, siendo portadores de los progresos determinadas
    personalidades históricas que fueron creando comunidades
    (Sociedades Científicas), en las naciones que encabezan el
    desarrollo monopolista de la época, se desarrollan las
    primeras leyes y teorías
    de esta ciencia.  

    Una vez que en el siglo XVIII fueran experimentalmente
    establecidas las leyes ponderales de las reacciones
    químicas, se exigía una teoría que explicara
    el comportamiento observado. El inicio de este siglo vería
    aparecer  la obra Nuevo sistema de filosofía
    química, en la  que el químico inglés
    John Dalton (1766 – 1844) expondría su teoría
    atómica.
    Al postular la existencia de los átomos como
    partículas indivisibles en las reacciones químicas
    parece que se retorna a las ideas de los atomistas griegos,
    más de dos mil años atrás pero la mecánica de Newton se
    refleja también en  la primera teoría moderna
    de la Química, al atribuir como propiedad
    distintiva de los átomos su masa. A partir de este
    momento, las diferencias observadas en las propiedades de los
    elementos se pretenden relacionar con el peso atómico.
    Esta teoría era capaz de explicar la ley de las
    proporciones definidas en que se combinan las sustancias, en
    términos de la combinación de un número
    determinado de átomos o átomos compuestos
    (moléculas diríamos hoy según la propuesta
    de Avogadro) en una reacción dada. Por otro lado la
    capacidad predictiva de esta teoría se manifiesta en la
    ley de las proporciones múltiples: como quiera que la
    reacción entre  A y B  para dar diferentes
    compuestos implica la combinación de átomos de A y
    B en una relación necesariamente entera y particular en
    cada caso, se puede derivar  que  "los pesos de una
    sustancia A que se combina con un peso dado de B para dar
    diferentes sustancias se han de encontrar en una relación
    de números enteros sencillos". El propio Dalton se encarga
    de comprobar experimentalmente la validez de esta
    predicción.
    Al tiempo que los postulados de la teoría daltoniana
    demostraron su capacidad explicativa y predictiva definieron los
    principales problemas que
    señalan el derrotero de las investigaciones
    de los químicos en este siglo:
    ¿Cómo determinar los pesos atómicos de los
    elementos químicos?
    ¿Cómo descubrir nuevos elementos, desarrollar
    métodos
    para su aislamiento y preparación?
    ¿Cómo determinar las fórmulas de las
    sustancias y cuál sistema de símbolos proponer para
    reflejar simplificadamente el enlazamiento entre los
    átomos?
    La determinación de los pesos atómicos fue basada
    en los resultados de los métodos
    físicos más avanzados de estos tiempos, adoptando
    una escala relativa
    con respecto al átomo de
    oxígeno
    (elemento que se combina con la mayoría de los elementos
    conocidos para dar lugar a las combinaciones binarias).
    Un cambio de paradigma en
    el estudio sistemático de las propiedades de los elementos
    químicos fue dado por el descubrimiento de la Ley
    Periódica de los elementos químicos. En 1869, el
    químico ruso D. Mendeleev (1834 – 1907)
    defendió la tesis de que
    una variación regular en las propiedades de los elementos
    químicos se podía observar si estos se ordenaban en
    un orden creciente de los pesos atómicos.
    La edificación de la tabla
    periódica de Mendeleev no solo dio lugar a la
    clasificación de los elementos químicos en familias
    o grupos sino que
    posibilitó la predicción de la existencia de
    elementos químicos aún no descubiertos y de las
    propiedades que estos debían exhibir.

    La sorprendente correspondencia entre estas predicciones
    y los descubrimientos de nuevos elementos que se
    producirían en los años subsiguientes
    demostró la validez de la ley periódica y
    constituyó un estímulo para la realización
    de estudios de nuevas correlaciones en la tabla propuesta. Su
    fama por estas realizaciones del intelecto no han dejado espacio
    para el
    conocimiento del hombre que a los 56 años de edad
    renuncia a su cátedra universitaria en rechazo a la
    dictadura
    zarista. Una segunda dirección observada en la investigación se relaciona con el
    descubrimiento de nuevos elementos químicos, toda vez que
    tales sustancias constituían los bloques unitarios a
    partir de los cuales se formaba la amplia variedad de los
    compuestos químicos.
    Si en la Antigüedad fueron conocidos siete elementos
    metálicos (oro, plata, hierro, cobre,
    estaño, plomo y mercurio) y dos no metales (carbono y
    azufre); el esfuerzo de la alquimia medieval sumó el
    conocimiento
    de otros cinco (arsénico, antimonio, bismuto, zinc y
    fósforo); y el siglo XVIII, con el estudio de los gases,
    dejó como fruto el descubrimiento de cuatro nuevos
    elementos (hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y
    cloro) mientras el análisis de minerales aportaba la
    identificación de nueve metales (cobalto, platino,
    níquel, manganeso, tungsteno, molibdeno, uranio, titanio y
    plomo); en total a las puertas del siglo XIX eran conocidos 27
    elementos químicos.
    Hacia 1830, se conocían cincuenta y cinco elementos, es
    decir se había duplicado en treinta años la cifra
    de elementos descubiertos en más seis milenios de
    práctica humana. Dos factores contribuyeron de forma
    decisiva a este vertiginoso crecimiento: la aplicación del
    invento de Volta, la pila de corriente
    eléctrica, para conducir la descomposición de
    las sustancias; y la introducción de las técnicas
    espectrales al análisis de muestras de minerales
    convenientemente tratadas.
    El principal problema que quedaba pendiente de ser resuelto
    consistía en aclarar la forma en que se enlazan los
    átomos en la estructura
    particular de la sustancia y edificar un sistema de
    símbolos y notaciones que permitieran una comunicación universal.
    El sistema jeroglífico de representación de los
    elementos químicos heredado de la alquimia fue sustituido
    por un sistema más racional de notación
    simplificada que se asocia a la representación de una o
    dos letras iniciales (con frecuencia derivada de los nombres en
    latín, plata = argentum, Ag). Este sistema de
    notación fue propuesto por el químico sueco
    Jöns J. Berzelius (1779 – 1844), considerado uno de
    los fundadores de la Química, quien descubriera tres
    elementos químicos(selenio, cerio y torio) y aplicara los
    métodos más refinados de determinación de
    pesos atómicos en la época.
    En el mundo de las sustancias orgánicas este
    período inicial representa el predominio del
    análisis sobre la síntesis.
    En tanto los estudios analíticos responden a una
    línea de pensamiento
    debidamente formulada, los resultados sintéticos aparecen
    con frecuencia atravesados por la casualidad.
    La complejidad de los compuestos
    orgánicos hacía más difícil la
    búsqueda de regularidades que permitieran un principio de
    clasificación. Dos hechos que resultaban especialmente
    significativos se asocian al descubrimiento de los
    isómeros estructurales, sustancias que respondiendo a la
    misma fórmula de composición difieren en sus
    propiedades, y de los isómeros ópticos, sustancias
    que sólo se distinguen en el sentido que hacen girar el
    plano de polarización de la luz polarizada,
    por L. Pasteur (1822 – 1895). Para los investigadores de la
    época tales diferencias debían encontrar respuestas
    en el diferente ordenamiento de los átomos en la
    estructura molecular.

    Correspondió al químico alemán F.A.
    Kekulé (1829 – 1896) edificar los principios en que
    se basaron la primera teoría sobre la estructura molecular
    de los compuestos
    orgánicos. Kekulé se graduó de
    arquitecto en la Universidad pero
    se sintió fascinado por la determinación de la
    arquitectura
    molecular de las sustancias orgánicas y pasó a la
    historia por el
    establecimiento de la estructura del benceno, una verdadera
    pesadilla para los químicos del siglo XIX.
    Aún desconociendo la naturaleza del
    enlace
    químico propuso un ordenamiento según la
    valencia de los átomos en la estructura molecular de las
    sustancias. En lo esencial esta forma de representación en
    el plano de las fórmulas estructurales de las
    moléculas llega hasta nuestros días y
    permitió la estructuración de las familias
    orgánicas de acuerdo con la presencia de determinados
    grupos
    funcionales.
    El problema de la explicación estructural de los
    isómeros ópticos debió esperar por la
    comprensión de la orientación espacial de los
    átomos en la estructura de las moléculas y un
    primer paso en esta dirección fue dado por el químico
    holandés Jacobus H. Van’t Hoff (1852 – 1911)
    al proponer la orientación tetraédrica de las
    valencias en el átomo de
    carbono, que
    da nacimiento a la estereoquímica como rama que se ocupa
    de definir la geometría
    molecular de las sustancias.
    Tanto en el estudio de las sustancias del mundo inorgánico
    (según la clasificación propuesta por Berzelius en
    este siglo) como en las investigaciones de las sustancias
    orgánicas se advierte, como un imperativo de la lógica
    interna de esta ciencia, el predominio en un primer momento del
    método
    analítico.
    Las investigaciones en el campo de los compuestos
    orgánicos debieron en lo fundamental constreñirse
    al aislamiento y posterior caracterización de determinadas
    sustancias provenientes de materiales vegetales o animales.
    Así, en 1817 se logra aislar la clorofila; el tratamiento
    hidrolítico de la gelatina conducido en 1820 evidencia que
    esta proteína está constituida por un
    pequeño aminoácido, la glicina; y en 1834 se
    reporta la separación de la celulosa de la madera
    quedando demostrado que la hidrólisis enérgica de
    este material produce unidades de azucares simples.
    Berzelius, ante la complejidad observada por las sustancias
    orgánicas desarrolla la teoría del vitalismo,
    según la cual los tejidos vivos
    debían disponer de una fuerza vital para la producción de las sustancias
    orgánicas. La extensión de estas nociones en el
    mundo académico de la época desalentó por un
    tiempo la investigación en el campo de la síntesis.
    Pero ya en 1828 el pedagogo y químico alemán
    Friedrich Wöhler (1800 – 1882), sin
    proponérselo, descubre que el calentamiento de una sal
    (cianato amónico) producía la urea (un producto de
    excreción del metabolismo
    animal ya conocido por entonces), con lo cual el vitalismo recibe
    su primer golpe. No fue casual su aportación menos
    reconocida pero que aún hoy se aplica, al desarrollar el
    método de producir el acetileno a partir del carburo de
    calcio.
    Debieron pasar varias décadas para que, primero A. W.
    Kolbe (1818 – 1884), discípulo de Wöhler, y
    luego Pierre E. M. Berthelot (1827 – 1907), lograran la
    síntesis de moléculas orgánicas simples
    (como el metanol, etanol y otras) a partir de las propias
    sustancias elementales de naturaleza inorgánica que los
    constituyen.

    Un golpe de muerte
    definitivo recibiría el vitalismo cuando el propio
    Berthelot, aprovechando los resultados del estudio
    hidrolítico de las grasas (no casualmente la familia con
    la más simple estructura de la gran tríada grasas,
    carbohidratos
    y proteínas), se propuso la síntesis
    de una grasa a partir de un solo tipo de ácido
    carboxílico (graso) y la glicerina obteniendo una grasa
    "sintética" con propiedades similares a la grasa natural
    estearina. Berthelot encarna el necesario personaje que debe
    combinar el trabajo
    científico al más alto nivel, con responsabilidades
    públicas. En particular ocupa cargos durante más de
    una década en el panorama educativo francés hasta
    llegar a Ministro de Instrucción Pública.
    Además sustituyó a Pasteur como secretario
    vitalicio de la Academia Francesa de la
    Ciencia.
    Quedó demostrado la metodología a seguir en el proceso de
    aprehensión del conocimiento
    de las sustancias orgánicas complejas: primero dilucidar,
    mediante el análisis, la estructura y luego probar las
    rutas de su síntesis. El terreno quedaba fertilizado para
    empeños mayores.
    Pero hacia la mitad del siglo Pasteur, con razón
    presentado como químico y biólogo, funda en la
    Universidad de
    Lille la Facultad de Ciencias que se había creado, en
    parte, como medio para aplicar la ciencia a los problemas de
    la fabricación de bebidas alcohólicas. Para la
    Francia de
    entonces la acidificación del vino y la cerveza
    constituía un grave problema económico. Los
    resultados de su investigación dan respuesta a los
    problemas planteados y representan las bases de una nueva
    ciencia, la microbiología. Los problemas
    socioeconómicos de un contexto, el desarrollo de la
    época, y el talento de Pasteur constituyeron fuerzas
    motrices para desatar un complejo proceso de integración y diferenciación que
    inicia el desarrollo de la Bioquímica.
    La tercera tendencia que se advierte corresponde a la
    configuración de las disciplinas que abarcan las
    relaciones entre las reacciones químicas y las diferentes
    formas de energía: esto es, se gestan las leyes de la
    Termodinámica Química, la Electroquímica y la Cinética
    Química.
    El dominio del
    fuego constituyó desde siempre una necesidad de la
    civilización humana. En el siglo XVIII allí donde
    se inicia la química como ciencia experimental, los
    estudios más sobresalientes se relacionan con estudios
    sobre las reacciones de combustión. Pero lo que hoy
    llamamos el estudio de las relaciones entre el acto
    químico y el calor
    involucrado data del siglo XIX. El nacimiento de la
    Termoquímica está marcado por los trabajos de G.H.
    Hess (1802 – 1850) que demuestran que el calor implicado en
    una transformación química sólo depende del
    estado inicial
    y final del sistema y no de las etapas por las que este proceso
    pueda ser efectuado. Constituye la ley de Hess publicada en 1840
    expresión del principio más universal de
    transformación y conservación de la
    energía.
    En 1876 corresponde a Josiah Gibbs (1839 – 1910) el
    mérito de relacionar en un cuerpo teórico
    coherente, las tres magnitudes que caracterizan en
    términos termodinámicos un proceso químico:
    la variación de energía libre, la variación
    de entalpía y la variación de entropía. A partir de entonces la Termodinámica se convierte en una disciplina de
    capacidad predictiva para evaluar la tendencia de una
    reacción a verificarse en una dirección dada. En
    otras palabras, la reversibilidad del fenómeno
    químico a partir de entonces comienza a tratarse en
    términos cuantitativos.
    Con el nacimiento del siglo A.G. Volta (1745 – 1827), sin
    comprender aún la naturaleza de su invención,
    demuestra la posibilidad de generar corriente
    eléctrica a partir de un sistema químico. Poco
    tiempo después la corriente eléctrica es empleada
    por W. Nicholson (1753 – 1815) para provocar el proceso
    opuesto: la descomposición electroquímica del agua acidulada. Y ya en
    1832, M. Faraday (1791 – 1877) deduce, apoyado en
    resultados experimentales, las leyes cuantitativas de la electrólisis de las disoluciones
    acuosas.
    En la otra vertiente, la producción de energía
    eléctrica a partir del fenómeno químico,
    se dan importantes avances. En 1836 se inventa la pila de Daniell
    y hacia mediados de la centuria se idean primero el acumulador
    eléctrico y luego la pila seca.

    Sin embargo una comprensión de los complejos
    fenómenos electrolíticos exigió el
    desarrollo de la teoría de la disociación
    electrolítica, formulada por un joven en la defensa de su
    tesis doctoral. Esta tesis recibiría la mínima
    calificación del Tribunal y la máxima de la
    Historia de la Ciencia. El joven sueco Svante A. Arrhenius (1859
    -1927) recibió el premio Nóbel de Química en
    1903, y su teoría apoyó el despegue de una nueva
    rama del saber químico: la electroquímica.
    Un momento estelar en la aplicación de la
    electroquímica a la tecnología viene representado
    por la producción del aluminio a
    partir de técnicas
    electrolíticas (1886). Hasta este momento el aluminio
    constituía un metal de escaso uso por las dificultades
    presentadas en la reducción de su óxido, a partir
    de entonces por su ligereza y la inercia química de la
    fina capa de óxido que lo recubre se convierte en un
    material ideal para las conquistas técnicas que se vienen
    gestando.
    Otra esencia de las reacciones químicas que comienza a ser
    investigada en el ocaso del siglo XIX es el problema de la
    rapidez con que estas se manifiestan. Comprender los factores que
    inciden sobre la rapidez a la que se verifica una
    transformación química presupone la capacidad de
    gobernarla convenientemente. La experiencia demostraba que, por
    ejemplo, la hidrólisis del almidón se aceleraba por
    la presencia de ácidos, y
    un efecto semejante era producido también por un producto
    aislado de las levaduras, la diastasa.
    El primer peldaño en la edificación de la
    teoría de la cinética química fue puesto por
    el propio Arrhenius quién en 1889 estudia la
    correlación existente entre la rapidez con que se
    efectúa una reacción química y la temperatura.
    Los resultados experimentales le permiten deducir una nueva
    magnitud, la energía de activación. Este concepto conduce
    a la elaboración de la teoría de las colisiones
    efectivas como forma de interpretación de las reacciones
    químicas a partir de las nociones de la teoría
    atómico – molecular de la constitución de las sustancias.
    Por último podemos apreciar que el siglo cierra sus
    puertas con la que fuera una de sus iniciales tendencias, los
    descubrimientos de nuevos elementos químicos. Pero esta
    vez, Sir William Ramsay (1852-1916), premio Nóbel en 1904,
    debió enfrentarse al difícil problema de aislar de
    la atmósfera aquellos gases caracterizados por su
    extraordinaria inercia química comenzando por el que
    está en mayor abundancia relativa, el argón (del
    griego Argos, noble). Y trabajando en el otro extremo de la
    cuerda, el químico francés Henri Moissan
    (1852-1907), premio Nóbel de Química en 1906,
    consigue aislar el elemento más electronegativo y por
    tanto de reactividad extraordinaria, el fluor.

    En 1898, a punto de finalizar la centuria los esposos
    Curie descubren dos radioelementos: el radio y el
    polonio. Así en el grupo de
    notables investigadores que abrían paso a la
    comprensión y aplicación de fenómenos
    totalmente nuevos y peligrosos, una mujer se destaca
    por descifrar los secretos contenidos en determinadas sustancias
    emisoras de radiaciones hasta entonces desconocidas, la polaca
    María Curie. El laboratorio
    que dirige constituye el núcleo de toda una red que enlazaba problemas
    de la industria, la medicina e
    incluso la política. Asistimos
    al momento en que queda atrás la investigación en
    solitario de los pioneros; los nuevos laboratorios encierran el
    quehacer de colectivos que deben abordar no sólo la
    producción de los nuevos conocimientos sino su
    aplicación en la práctica con su carga de
    implicación social.
    El siglo XIX se despide con una hecatombe, el átomo no
    constituye una partícula indivisible. Nuevos resultados
    experimentales exigirían de nuevas teorías. Pero lo
    más trascendente para la humanidad no era el cambio de
    paradigma que
    se avecinaba. A partir de ahora la civilización humana
    debía aprender a enfrentarse a una nueva época: la
    era atómica.
    El asalto de la inagotable estructura atómica, la
    conquista de las más complejas moléculas
    orgánicas incluyendo aquellas relacionadas
    íntimamente con la vida, y la batalla por la
    preservación de un ambiente
    irracionalmente agotado, serán las principales tareas
    asumidas por esta y otras ciencias en el siglo XX.

    4.
    Bibliografía

    Asimov I. (1987): Enciclopedia biográfica de
    ciencia y
    tecnología, T.4. Editorial Alianza.
    Enciclopedia Encarta (2001): Historia de la Química.
    García Fumero A. (1995): De la Alquimia a la
    Química. Editorial Científico –
    Técnica . Instituto cubano del Libro, La
    Habana.
    Morris Peter (1996): Biographies of Chemists. http://www.chem.qmw.ac.uk/rschg/biog.html
    The Nobel Prize Internet Archive (2002).
    Nobel Prize in Chemistry Winners 2001 – 1901. http://nobelprizes.com/nobel/chemistry/chemistry.html

    European Network for Chemistry. The Federation of European
    Chemical Societies (1999): Celebration of 100 Distinguished
    European Chemists from the Chemical Revolution to the 21st
    Century.
    http://www.chemsoc.org/networks/enc/FECS/100chemists.htm.
    Woodrow Wilson Summer Institute. Princeton (1992): The History of
    Chemistry. http://www.woodrow.org/teachers/ci/1992/

    Resumen:
    En el trabajo se recorren los principales momentos del complejo
    proceso de construcción socio – histórica de la
    Química como ciencia experimental. Se intenta establecer
    una cierta línea de continuidad en el panorama zigzageante
    y a veces dramático de la historia de esta ciencia. De
    acuerdo con este propósito se narran los tropiezos y
    aciertos que confrontaron los pioneros de los siglos XVII y XVIII
    encabezados por las investigaciones cuantitativas de Lavoisier; y
    los desafíos que debieron vencer los constructores de las
    leyes y teorías primarias del siglo XIX nacidas con la
    teoría atomística de Dalton y que ya al final de la
    centuria prefiguran una nueva época: la era
    atómica.
    (Palabras Claves: Química, Historia, Educación)
    Categoría: Química, Historia, Educación.

     

     

     

     

     

    Autor:

    M.Sc. Rolando Delgado Castillo

    Universidad de Cienfuegos.

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