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INMIGRACION Y LITERATURA:LOS OFICIOS



    1. En el barco
    2. En
      América
    3. Fines del siglo
      XIX
    4. La ciudad
    5. El interior
    6. Notas

    En esta monografía
    me ocupo de los oficios que desempeñaron quienes llegaron
    a la Argentina entre
    1870 y 1950, en sus tierras natales, en el barco y en nuestro
    país, a partir de testimonios de inmigrantes, sus
    descendientes, escritores y periodistas.

    Muchos inmigrantes y quienes escribieron sobre ellos nos
    hablaron de los oficios que desempeñaban en su tierra natal.
    Salvo contadas excepciones, es constante la referencia a la pobreza de
    estos hombres y mujeres que buscaron en América
    una nueva vida.

    En El mar que nos trajo, dice Griselda Gambaro que
    Agostino "Cada atardecer, salvo que el tiempo lo
    impidiera, salía en barca bajo patrón en jornadas
    que, según la pesca,
    concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se
    trabajaba mucho y se ganaba poco. (…) Ellos estarían
    condenados al mismo ritmo de trabajo toda la vida: la pesca, la
    venta a precios viles
    y el ocio destinado al arreglo de las redes" (1).

    En La noche lombarda, Atilio Betti evoca los oficios de
    sus mayores: la cría de ganado, la caza de ranas, la
    hilandería, la tintorería y el cultivo del arroz.
    Se refiere asimismo a los trabajadores golondrina, quienes
    viajaban "de Europa a América, de la Argentina a
    Italia, para
    ganar el jornal en la época de la cosecha" (2).

    Mempo Giardinelli escribe, en Santo Oficio de la Memoria,
    que, en Filetto, los nativos eran pescadores, viñateros,
    cosechadores de olivas (3). Agricultores y pastores eran los Dal
    Masetto en su tierra
    lombarda. Lo relata el hijo en un reportaje: "Cuando retozaba por
    las montañas de Intra, su padre Narciso y su madre
    María eran campesinos. Cultivaban todo tipo de verduras y
    frutas: hileras de vid para hacer vino. (…) él era el
    encargado de sacar a pastar las ovejas y las cabras"
    (4).

    Había también inmigrantes con alguna
    formación. Un "extraño oficio", heredado de su
    abuela, ejercía Syria Poletti en Friuli: escribía
    cartas para
    quienes se habían marchado (5). El anarquista Severino Di
    Giovanni -dice Osvaldo Bayer- "había sido maestro en
    Italia, pero sus
    estudios no eran universitarios" (6), y se había iniciado
    en el oficio de tipógrafo en su tierra. Y universitarios,
    como el capitán Miro Kovacic, que había estudiado
    Economía
    en su juventud
    (7).

    Y personal de
    servicio, como
    la madre de la protagonista de Diario de ilusiones y naufragios,
    que "había sido ama de leche en casa
    de una marquesa" (8), en España.
    Como podían subsistían unas catalanas: "En España
    vivíamos en San Gervasio, a pocos kilómetros de
    Barcelona –cuenta Remey-. Y yo recuerdo que cuando
    empezó la guerra, mi
    papá nos fue a buscar al colegio en bicicleta y ya estaban
    todos los guardias civiles muertos… yo tenía nueve
    años. Mi padre falleció en esos días, de
    apendicitis. Así que mamá se quedó sola con
    los cuatro hijos. Yo, la mayor y mi hermana menor con nueve
    meses. Me acuerdo de que para poder vivir,
    mi mamá hacía estraperlo, contrabando de comida.
    Iba a los pueblos, compraba comida y la traía en el
    cuerpo, puesta. (…) en un viaje, en el que traía arroz
    en unos tubos escondidos en unos corsets, los guardias se dieron
    cuenta, y entonces mi madre se tajeó todo el corset,
    porque si la comida no era para nosotros, no se la iba a quedar
    nadie…Con mi hermana aprendimos y hacíamos estraperlo de
    carne, en las valijas del colegio… esa carne se vendía y
    podíamos subsistir" (9).

    En el
    barco

    Algunos inmigrantes pagaron el pasaje con su trabajo.
    Miguel Frías recuerda que su abuelo trabajó durante
    la travesía. En 2000, en el pueblo de su antepasado, el
    nieto imagina el día en que partió el italiano: "No
    sé lo que piensa en esa mañana de 1913 y ya no se
    lo puedo preguntar: tal vez, en el reencuentro con su padre,
    trabajador en las cosechas argentinas; tal vez, en la leña
    y las moras que debió robar para sobrevivir al invierno;
    tal vez, en la cocina del barco donde trabajará para
    cruzar el Atlántico" (10).

    Deyacobbi, otro italiano, se embarcó en 1882 como
    polizón, pero fue descubierto. Entonces, lo pusieron a
    trabajar: quedó "a cargo del panadero del barco que le
    enseñó su oficio y le dio al llegar a Buenos Aires una
    recomendación para la empresa
    Molinos Río de la Plata". Esa vinculación
    gravitaría en su futuro: en Molinos, "comenzó como
    corredor de comercio y por
    azar conoció los pagos de Mar del Plata al llegar con un
    barco cargado de harina que demoró más de un mes en
    descargar. Su primer emprendimiento fue la compra del Molino Luro
    en sociedad con
    Guillermo Roux" (11).

    En
    América

    En muchos de los textos que leímos aparece el
    inmigrante como una persona
    laboriosa, que logra un bienestar económico
    valiéndose de su habilidad en distintos oficios o en el
    comercio. En
    América, ellos trabajarán duro para lograr un
    bienestar y para brindarles a sus hijos un futuro mejor, aunque
    algunos de estos hijos –como los que presentan Cambaceres
    en su novela En la
    sangre (12) y
    Félix Lima en Pedrín (13)- no sepan agradecerlo.
    Muchos inmigrantes se ocuparán en la misma tarea que en
    sus países de origen; otros, deberán aprender
    nuevas formas de ganarse la vida.

    Marío Bunge destaca la laboriosidad de los
    inmigrantes, cuando dice: "Me hubiera gustado vivir mi vida
    adulta entre 1880 y 1930. Esa fue la Edad de Oro del País.
    Fueron los tiempos en que vinieron montones de gallegos y gringos
    a trabajar duro y a enseñar a trabajar con su ejemplo.
    Entonces fue cuando nacieron la agricultura a
    gran escala, la
    industria
    nacional y el Estado
    moderno. En esa época se pasó de la barbarie a la
    civilización. (…) Es verdad que también se
    cometieron crímenes tales como la guerra
    genocida y rapaz contra los indios. Pero en definitiva lo bueno
    pesó más que lo malo" (14).

    "En esa época –afirma Carlos Ibarguren en
    La historia que he
    vivido- aparecían millonarios que pocos años antes
    habían llegado al país sin un centavo en el
    bolsillo o con muy poco capital. Era
    el caso de Carlos Casado del Alisal, español;
    de Pedro Luro, vasco francés; de Ramón
    Santamarina, vasco español;
    de Eduardo Casey, irlandés, propietarios todos ellos de
    enormes extensiones de campo; o de Nicolás Mihanovich,
    dálmata, que empezó como botero y ya era
    dueño de varias empresas de
    transporte
    fluvial, algunas con sede en Londres; o de Antonio De Voto,
    italiano, fundador de un barrio en Buenos Aires, al
    igual que Rafael Calzada, español, o de Francisco Soldati,
    italiano y muchísimos más cuyos apellidos hoy
    figuran en los rangos de la más alta sociedad"
    (15).

    Evoca el sentimiento que impulsaba a todos por igual:
    "Un optimismo irresistible, un frenético entusiasmo
    contagiaba a todos. A los argentinos, que veíamos la
    súbita transformación de nuestra modesta
    República en una nación
    rica y opulenta. Y también a los extranjeros que estaban
    embarcados en la aventura fascinante del progreso, la riqueza y
    la mágica transformación de sus vidas".

    "Los argentinos conocemos bien las virtudes de los
    inmigrantes: Quien se sobrepone a grandes dificultades
    será, posiblemente, una persona valiosa
    para el país que lo recibe", escribe Clara Obligado
    (16).

    Fines
    del siglo XIX

    Los escritores del 80 se refirieron al trabajo de los
    inmigrantes. En Juvenilia, Miguel Cané –cuyo nombre
    se recuerda vinculado con la Ley de
    Residencia-, describe los medios con los
    que los vascos defendían los frutos que cultivaban:
    "Robustos los tres, ágiles, vigorosos y de una musculatura
    capaz de ablandar el coraje más probado, eternamente
    armados con sus horquillas de lucientes puntas, levantando una
    tonelada de pasto en cada movimiento de
    sus brazos ciclópeos, aquellos hombres, como todos los
    mortales, tenían una debilidad suprema: ¡amaban sus
    sandías, adoraban sus melones!". Evoca asimismo a Monsieur
    Jacques, prototipo del educador, al que recuerda con
    admiración (17).

    En la casa de Quilito, protagonista que da título
    a la novela de
    Ocantos, trabajaba una italiana: "Un apetitoso olor de guisado
    salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril
    movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelto en
    el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas""
    Más adelante dirá de esta mujer que cantaba
    "un aire de su
    país, con acompañamiento de platos y cacerolas".
    Habla también Ocantos de un "italianito vendedor de
    diarios" y de Rocchio, un corredor de Bolsa, "un hombrazo con
    muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo". Al igual que
    la genovesa, este hombre es
    descripto por Ocantos con rasgos animales: "un
    italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya
    voz era un rugido; (…) Trabajador, eso sí, como una mula
    de carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía
    un minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo
    más de su cuenta del mes".

    Otro personaje de Ocantos es el usurero Raimundo de Melo
    Portas e Azevedo, "el ángel protector de empleados impagos
    y pensionistas atrasados, el agente de funeraria de toda quiebra, el
    cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de
    familia
    descarriados". Vemos que utiliza también en esta
    oportunidad la comparación con animales, pero el
    sentido es bien distinto. En cambio, para
    describir al inglés
    Mister Robert, no se vale del recurso mencionado, demostrando las
    preferencias de la época hacia la inmigración anglosajona: "Allí
    estaba desde la mañana casi hasta la noche, la espalda
    encorvada, los dedos agarrotados sobre el lapicero, sentado en el
    banco de patas
    largas, sin descanso, sin distracción, esclavo del
    trabajo, prisionero del deber" (18).

    Eduardo L. Holmberg evoca en "La pipa de Hoffmann" a un
    judío alemán que "Conocía profundamente la
    historia y la
    literatura
    antiguas, las pocas reliquias de la edad media, y
    era capaz de apreciar los grandes hechos y los grandes hombres de
    los tiempos modernos y contemporáneos". En "Nelly" se
    refiere a un inglés,
    "un caballero perfecto, vinculado a la Legación
    británica". En "La casa endiablada" aparecen italianos de
    humilde condición, carreros y verduleros, holgazanes y
    supersticiosos y un colono suizo, asesinado cuando intenta
    comprar gallinas de raza (19).

    Despectiva es la imagen del
    tachero italiano que Cambaceres nos presenta en En la sangre, un
    hombre vulgar
    cuya herencia genética
    será nefasta, a criterio del escritor. Idéntico
    desprecio manifiesta hacia el gallego portero de la universidad,
    hacia un bearnés, y hacia los paisanos del tachero, a los
    que considera seres indignos de integrar la sociedad argentina
    (20).

    Fray Mocho describe, entre sus muchos personajes a un
    italiano vendedor de longanizas. Cuando presenta a una
    doméstica gallega, desliza una crítica social, ya
    que a esta mujer un
    personaje le dice que la patrona "se aprovecha de que sos
    d’España para sacarte el jugo por unos cuantos
    centavos" (21).

    También de España era un trabajador
    evocado por Félix Luna en Soy Roca. Nos referimos a
    Gumersindo García, mayordomo del presidente, hombre que,
    de a poco, fue ascendiendo desde su primitiva ocupación de
    mucamo, gracias a su bonhomía y fidelidad (22).

    En sus Memorias,
    Lucio V. Mansilla expresa que no cualquier ocupación
    está destinada a los inmigrantes: "Y el vasto campo de la
    política,
    de las aspiraciones que enaltecen, de los anhelos de justicia,
    ¿quién lo fecundará? ¿El inmigrante?
    Su misión es
    otra. Ambos deben ser útiles, en su esfera de
    acción. Está bien. Pero, como dice Ruskin,
    ¿qué significa ‘útil’ y
    cuál es la naturaleza de la
    utilidad?"
    (23).

    La
    ciudad

    En "Buenos Aires Siglo XX/ Los conventillos: Un sistema que
    reproducía a la sociedad en miniatura", escribe Francis
    Korn: "todos los habitantes de este edificio con tres patios
    tenían ocupaciones variadas, los hombres y las mujeres.
    Había sastres, modistas, hojalateros, vendedores
    ambulantes de diversas mercancías, albañiles,
    lavanderas, verduleros, almaceneros, empleados de
    zapatería" (24).

    En un conventillo vivió Alberto Gerchunoff, quien
    fue obrero y vendedor ambulante de artículos de
    mercería, al tiempo que
    estudiaba: "Mis aspiraciones ya no eran de simple obrero.
    Soñaba con metodizar mis estudios, dar examen en el
    Colegio Nacional, acariciaba la gloria del doctorado posible". Lo
    recuerda en sus memorias y en
    el cuento "El
    día de las grandes ganancias". Así llegó a
    ser periodista, profesor de literatura, escritor y
    conferenciante. En la ciudad, escribió un libro en el
    que trató "de pintar las costumbres de los agricultores
    judíos" (25).

    Carolina de Grinbaum recuerda, entre los habitantes del
    conventillo, a un italiano que había alcanzado bienestar:
    "Llegada la hora en la cual los vecinos que compartían
    nuestro patio se sentaban a la mesa, nosotros también lo
    hacíamos. Al tiempo, los ajenos aromas deliciosos me
    invadían por entero, en especial los desprendidos de las
    viandas bien surtidas de la familia de
    don José, en bonachón italiano, de abultado
    vientre, propietario de un floreciente puesto de frutas y
    verduras en el Mercado de Abasto
    (simbolo de prosperidad en esa época)" (26).

    Hizo la América el italiano evocado por
    Rubén Héctor Rodríguez, en "Extraño
    chamuyo", al punto de poder ser
    propietario de un inquilintato: "En el conventiyo del tano
    Giacumín/ se armó la de San Quintín/ a causa
    de extraño y sórdido chamuyo. (…) Me buchonearon
    con el patrón/ y, cabrero, desalojó el
    jaulón" (27).

    Pero no todos veían cumplidas sus expectativas.
    Esto es lo que destaca Renata Rocco-Cuzzi: "En los mismos
    años 30, el hermano de ‘Discepolín’,
    Armando, escribe sus grotescos denunciando el primer fracaso en
    la Argentina del ascenso social. El fundador del grotesco
    ríoplatense describe cómo los inmigrantes que
    vinieron a ‘hacerse la América’ en realidad
    quedaron encerrados en los conventillos hablando en cocoliche"
    (28).

    Esa lengua
    hablarían los personajes que evoca Gustavo Riccio, en su
    "Elogio de los albañiles italianos" (29). Precisamente a
    uno de estos trabajadores peninsulares canta Eduardo
    Martín La Rosa: "Probaste todos los trabajos./ Al fin, la
    cal y el rojo ladrillo/ se metieron en tu sangre./ Volabas por
    los andamios./ Tu silbido triste, enamoraba a las nubes" (30).
    Duro era también el trabajo del
    abuelo de Orlando Barone, quien se esforzaba el puerto
    (31).

    El padre de Roberto Raschella, quien se
    estableció definitivamente en la Argentina en 1925, se
    dedicó a la sastrería. Cuenta el hijo en un
    reportaje: "En un viaje anterior, mi padre se había
    iniciado en el oficio de sastre, con un maestro legendario,
    Cirillo, un italiano que murió de la ‘mala
    enfermedad’. Yo nací en el mes de la revolución
    del 30. Después llegaron años duros para la familia,
    nos mudábamos constantemente, siempre a casas con buena
    luz natural.
    Era común entonces ver a un sastre trabajando
    detrás de una ventana" (32). Sastre e italiano era,
    asimismo, el padre de Antonio Berni (33), mientras que era
    "obrero del vestido", el de Andrés Rivera (34).

    Las mujeres se dedicaban, dada su escasa
    instrucción, al lavado y al planchado. Lola es una abuela
    homenajeada por su nieto Fernando de la Orden en la muestra
    fotográfica "Pan y manteca". Ella vino de Logroño
    con su marido y tres hijas. Aquí nacería la cuarta.
    Era necesario trabajar para mantener tantas bocas en la nueva
    tierra: "llegó a la Argentina con espanto por todo ropaje
    y esperanza por toda bandera, y salió a planchar las ropas
    ajenas para parar la olla" (35).

    Tampoco le temía al trabajo la abuela gallega de
    Guillermo Saccomanno, quien relató en un reportaje: "Mi
    abuela era una presencia muy fuerte. Trabajó de sirvienta
    y de lavandera de familias bien de la época. Con todo,
    acá la pasaba mucho mejor que en su aldea, donde estaban
    muy sometidos" (36). También lava la italiana que evoca
    Amalia Olga Lavira en "Estampita": "Friega lienzos, camisas y
    vestidos,/ en el fondo, la donna, en la pileta/ y en fuentones y
    tachos florecidos/ hormiguitas de sol hacen gambeta"
    (37).

    Mas no desempeñaron sólo esas tareas.
    Otras son las profesiones de las peninsulares que evoca Oscar
    González en "La anunciación": "Pronto supo que
    América/ No regalaba nada/. Y tranqueó el empedrado
    camino del taller./ O sentada a la Singer enfrentó los
    aprietes./ O resistió en las chacras heladas y granizos"
    (38). Y la profesión de la madre de Miriam Becker, rumana
    que conoció en su ancianidad el empleo fuera
    del hogar. Lo recuerda la hija: "doña Catalina
    terminó su escuela primaria
    a los sesenta y cinco años: (…) A los setenta
    años salió a trabajar. Vendía armazones para
    anteojos. Todos le compraban conmovidos por su dulce sonrisa y su
    fortaleza" (39).

    El italiano que llega a la Argentina, en Santo Oficio de
    la Memoria, abre una
    funeraria con su socio, sospechado después de asesinarlo.
    Ya viuda, su mujer lava ropa para los vecinos, y el hijo de ambos
    trabajará después en la compañía de
    trainways y en los Ferrocarriles del Oeste.

    En esta misma novela se habla
    de un oficio que desempeñaban los españoles. En
    1886, "Había muchos policías, allí. Casi
    todos asturianos, gallegos. No sé por qué.
    También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al
    cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y linterna en
    mano. Cuando se hizo la noche, los policías se
    movían como luciérnagas nerviosas" (40).

    Escribe Virginia Messi: "’El Gallego
    Penitenciario’ ocupó un rol tan destacado en la
    historia de los primeros penales que fue honrado días
    atrás con una estatua recordatoria, ubicada en un lugar
    central del Museo del S.P.F." (41).

    Había también sombrereros, como el belga
    Divas, que terminó trabajando en un frigorífico
    (42), y nenos da tenda, como el que evoca Federico
    García Lorca en uno de sus Seis poemas galegos
    (43).

    Cuando visitó nuestro país en 1998,
    José Luis Baltar Pumar, presidente de la diputación
    de Orense, expresó: "hemos mandado a los mejores hombres y
    mujeres a este país, y Galicia lo ha sentido
    profundamente. Ellos han tomado la decisión de venir y
    trabajar de sol a sol para salir adelante" (44). Coincide con
    él José Bendoiro Diéguez, que creó la
    escuela gallega
    Coyam, quien afirma: "El trabajo es
    el principio gallego por definición" (45).

    Estaba presente en estos inmigrantes la necesidad de
    enviar dinero a
    quienes habían quedado en la tierra
    natal, muchos de ellos soportando la guerra. Esa realidad es la
    que refleja Navarrine en su tango
    "Galleguita", de 1924, cuando dice: "Juntar mucha platita para tu
    pobre viejita que allá en la aldea quedó" (46).
    Pero que no ocurra a quienes tanto se esfuerzan como a esos
    inmigrantes que evoca Elsa Gervasi de Pérez en su
    "Carta a
    Galicia", en la que narra cómo un argentino de ascendencia
    española embauca a una familia de
    gallegos. El Paco escribe a sus padres: "La Paquita sapuesto a
    noviar con un mochacho arjintino hijo de jallejos como nosotros.
    Es muy bueno y nos va a cuidar la platita. (…) La Paquita se
    fue por ahí a caminar para ver si lo halla al novio ya que
    hace unos días se mudó y el pobreciño
    solvidó de darnos la diricción" (47).

    Inmigrantes eran, asimismo, los propietarios de las
    confiterías de los Balnearios de la Costanera Sur,
    evocados por Mauricio Kartun. Al finalizar la temporada, "Se hace
    ruido y se
    brinda en la despedida con las jarras que convidan esta vez los
    patrones, invariablemente gallegos y judíos" (48). De este
    último origen fue un humorista político: "Tato
    Bores, nacido Mauricio Tajmín Borensztein en un
    inquilinato de la calle Tucumán y Carlos Pellegrini el 27
    de abril de 1927, no fue un gracioso del montón, y tuvo
    plena conciencia de
    eso" (49). Inmigraron los actores Darío Vittori, Rodolfo
    Ranni, Hedy Crilla y Henny Trailes, y la periodista Canela, entre
    otros.

    Fernández Moreno (50) y Carlos Ibarguren (51)
    evocan vascos lecheros; Eduardo Mignogna presenta en La fuga una
    pareja de carboneros (52), y en el cuento "El
    residente", de Teresa Freda, aparece una gallega, "pobre y santa
    enfermera, medio bruta pero buenaza" (53).

    Algunos inmigrantes llegaron al país con un
    importante bagaje cultural. De Italia vinieron Alfredo Lazzari,
    pintor y maestro de Quinquela y Lacámera (54), y Francisco
    Salamone (55), quien luego sería un ingeniero-arquitecto
    de renombre.

    También tenía una sólida
    formación el abuelo del autor de "El Aleph". En Borges, Biografía Verbal,
    Roberto Alifano escribe cuanto Borges le dijo
    sobre un antepasado: "El abuelo materno de mi padre, Edward Young
    Haslam, editó uno de los primeros periódicos
    ingleses de la Argentina, Southern Cross, y se había
    doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad de
    Heidelberg. (…) Murió en Paraná, la capital de la
    provincia de Entre Ríos" (56).

    En "El sur", Borges nos dice de qué trabajaban un
    inmigrante y uno de sus descendientes: "El hombre que
    desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes
    Dahlmann y era pastor de la iglesia
    evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era
    secretario de una biblioteca
    municipal en la calle Córdoba y se sentía
    hondamente argentino" (57).

    Syria Poletti llegó en 1945, contratada para
    enseñar italiano en la Asociación Dante Alighieri.
    Nora Candiani, protagonista de su novela Gente conmigo, es
    traductora pública (58). También fue traductor el
    siciliano Antonio Aliberti. A la música se
    dedicó Santo Discépolo, el napolitano llegado a
    Buenos Aires a los veinte años, padre de Armando y Enrique
    Santos (59), y a la edición de libros, los
    españoles Rodrigué, Losada, Lopez Llausás y
    Arturo Cuadrado Moures (60).

    El
    interior

    En el discurso
    pronunciado con ocasión de otorgársele la
    ciudadanía italiana y la Medalla de Oro a la Cultura
    Italiana en la Argentina, dijo Ernesto
    Sábato: "En el siglo pasado, mis padres llegaron a
    estas playas con la esperanza de fecundar una tierra de
    promisión. Se instalaron en la ciudad de Rojas, donde
    tuvieron un pequeño molino harinero" (61).

    Hubo comerciantes en la costa, como los galllegos que
    fundaron la conocida tienda marplatense. "Con poca
    mercadería y muchas ganas de ganar dinero, los
    dos gallegos dormirían muchas noches sobre los dos
    únicos mostradores de la tienda vencidos por el cansancio
    de largas horas de trabajo y temerosos que un desborde del arroyo
    se llevara rápidamente las ganancias del mes". Las esposas
    les preparaban las viandas y confeccionaban "ropa interior,
    camisetas y todas esas prendas para ser vendidas en la tienda"
    (62).

    Y hubo comerciantes en el campo. Entre ellos, uno muy
    inescrupuloso. A fines del siglo XIX, en la frontera vive un
    flamenco, personaje creado por Eugenio Juan Zappietro en De
    aquí hasta el alba. Roger Bary era "mercader en aquella
    esquina del infierno" y entra en tratativas con los
    indígenas, aún a costa de las vidas de sus hijas,
    sólo para salvar el pellejo" (63).

    Los inmigrantes trabajaron asimismo en el adoquinado de
    las calles. Lo recuerda José Luis Corsetti, quien afirma:
    "De las canteras de Tandil salió gran parte del empedrado
    de las calles de nuestro país. Los picapedreros
    españoles, italianos, montenegrinos y yugoslavos fueron,
    desde 1870, personajes entrañables que dejaron cuerpo y
    alma, cuando no la vida, en cada cincelada" (64).

    En prosperidad vive el personaje de José Luis
    Cassini -"Ya nadie lo sabe; él mismo ha olvidado que es el
    dueño del conventillo y de la primera usina
    eléctrica del pueblo" (65).

    Fausto Burgos y Abelardo Arias evocan a los italianos
    agricultores que se establecieron en Mendoza. El primero refiere
    en El gringo (66), los abusos de los que eran víctimas los
    trabajadores –nativos y extranjeros-, mientras que Arias,
    en Alamos talados (67), describe –además del trabajo
    de los viñateros- la pérdida de una posesión
    familiar a manos de un turco.

    Los gauchos judíos es el libro que
    Alberto Gerchunoff escribe para el Centenario. En él,
    evoca la vida de estos hombres y mujeres que se vieron
    enfrentados a tareas que desconocían, y que debieron
    realizar (68). En su cuento "El cardenal", Márgara
    Averbach escribe que para su abuelo "ser gaucho judío
    seguramente fue una conjunción impensada" (69).

    De otro agricultor judío, "Aarón" y su
    esposa dice María Inés Krimer: "Nadie pudo explicar
    por qué terminaron ahí, perdidos en el medio de la
    pampa, cuando parientes y amigos se habían dirigido a las
    colonias de Santa Fe, Entre Rios y Chaco"
    (70).

    Los agricultores inmigrantes también fueron tema
    de poesías. En "Ese inmigrante", Virginia
    Rossi canta: "Se llenaba de espigas/ los puños y los
    brazos/ y su paso medía/ la soledad del campo"
    (71).

    Pero no todo era trabajar la tierra. Un
    italiano aplica aquí su vasto conocimiento
    musical. Luigi Gusberti, protagonista de El laúd y la
    guerra, escrito por su hija, Martina, fue "director de la Banda
    Sinfónica en la capital de la provincia del Chaco y
    fundador de las bandas musicales del colegio Don Bosco" (72).
    Otro italiano, Antonino Malvagni, creó las bandas
    militares de Tucumán y la Banda Municipal de Buenos
    Aires.

    En Jujuy se afincó el yugoslavo evocado por
    María Edith Lardapide Olmos en "Historia de vida": "Don
    Milo tomó contacto con la empresa de Joseph
    Kennedy y allí tuvo una importante responsabilidad: hacían el trazado de las
    líneas férreas en el inmenso altiplano boliviano,
    donde, cuando cae el sol, pareciera
    poderse tocar con las manos. Sus empleados eran nativos
    aimaráes y quichuas" (73).

    Empresarios fueron los alemanes Ida y Walter Eichhorn,
    los "dueños más famosos" del Hotel Edén,
    "amigos personales del fürher" (74). Y también
    empresarios, pero de la industria del
    jabón, los españoles afincados en Tucumán
    Francisco Rodríguez y Ana Encina, quienes fundaron las
    bases del Establecimiento La Mariposa en 1914 (75).

    Admirable fue la inteligencia
    de un pionero. De regreso de Buenos Aires, donde había
    estado
    empleado en una herrería, el polaco Juan Szychowski
    instala su propio negocio, donde construye un torno de madera y luego
    uno de precisión. "Con este torno Don Juan
    construyó toda la complicada maquinaria para la molienda y
    el envasado de la yerba mate, como así también, un
    molino de arroz y maíz y una
    fábrica de almidón de mandioca". Hoy se puede
    visitar "la moderna Planta Industrial Yerbatera ubicada en el
    mismo predio que les fuese adjudicado en el año 1900"
    (76).

    En esa misma localidad, los Spasiuk alternaban el
    trabajo manual con la
    música:
    "En Apóstoles, un humilde pueblito a 50 km de Misiones,
    Juan (el tío) y Marcos (el padre) se concedían una
    pausa en la carpintería, tomaban cada uno su violín
    y su guitarra y, sobre un tablón, afloraban polcas,
    valses, rancheras, chacareras y rumbas, como una necesidad de
    recrear la música que sus antepasados habían
    importado de Ucrania y de Europa del Este
    (77).

    …..

    En su mayoría sin estudios, los inmigrantes se
    las ingeniaron para que sus hijos pudieran estudiar. Haciendo lo
    que sabían o aprendiendo nuevas labores, encontraron una
    vida digna, en la que el esfuerzo tuvo frutos. El país les
    ayudó, pero ellos no cejaron.

    NOTAS

    1. Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Norma,
      2001.
    2. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus
      Ultra, 1984.
    3. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
      Buenos Aires, Seix-Barral, 1991.
    4. Roca, Agustina: "Historia de vida", en La Nación Revista, 12 de julio de
      1998.
    5. Poletti, Syria: Extraño oficio. Buenos Aires,
      Losada, 1971.
    6. S/F: "Las cartas de
      amor de
      Severino Di Giovanni", en Clarín, Buenos Aires,
      27 de julio de 1999.
    7. Anzorreguy, Chuny: El ángel del
      capitán. Biografía del capitán croata Miro
      Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
    8. Scotti, María Angélica: Diario de
      ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé,
      1996.

    (8) Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a
    empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del
    Plata, 26 de noviembre de 2000.

    1. Frías, Miguel: "Noticias del mundo", en
      Clarín, Buenos Aires, 3 de septiembre de
      2000.
    2. S/F: "El negocio del hielo", en La Capital,
      Mar del Plata, 25 de mayo de 2000.
    3. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus
      Ultra, 1968.
    4. Lima, Félix: "Pedrín", en Historia de
      la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    5. : "La Argentina de los deseos", en
      Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de
      2000.
    6. Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos
      Aires, Biblioteca
      Dictio, 1977.
    7. Obligado, Clara: "Ley de inmigración en España. Tan global,
      tan legal, tan xenófoba", en Clarín,
      Buenos Aires, 28 de enero de 2001.
    8. Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL,
      1980.
    9. Ocantos, Carlos María de: Quilito. Madrid,
      Hyspamérica, 1984.
    10. Holmberg, Eduardo L.: Cuentos
      fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.
    11. Cambaceres: op cit
    12. Alvarez, Sixto: Cuentos.
      Buenos Aires, Huemul, 1966.
    13. Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires,
      Sudamericana, 2000.
    14. Mansilla, Lucio V.: Mis memorias. Buenos
      Aires,
    15. Korn, Francis: "Buenos Aires siglo XX/ Los
      conventillos. Un sistema
      que reproducía ala sociedad en miniatura", en La
      Nación
      , Buenos Aires, 5 de diciembre de
      1999.

      "El día de las grandes ganancias", en Cuentos
      de ayer. Ediciones Selectas América. Tomo I, N° 8.
      Buenos Aires, 1919.

      Los gauchos judíos. En Historia de la
      Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

    16. Gerchunoff, Alberto: "Autobiografía" en
      Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Prólogo y
      selección de Ricardo Feierstein. Buenos
      Aires, Milá, 2001.
    17. Grinbaum, Carolina de: La isla se expande. Buenos
      Aires, ig, 1992.
    18. Rodríguez, Rubén Héctor:
      "Extraño chamuyo", en La Nación Revista,
      Buenos Aires, 13 de diciembre de 1998.
    19. Rocco- Cuzzi, Renata: "Mitos del
      granero del mundo", en Clarín, Buenos Aires, 26
      de marzo de 2000.
    20. Riccio, Gustavo: "Elogio de los albañiles
      italianos", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos
      Aires, CEAL, 1980.
    21. La Rosa, Eduardo: "El sueño de don Juan (un
      inmigrante), en La Capital, Mar del Plata, 10 de
      septiembre de 2000.
    22. Barone, Orlando: "El avance de la intolerancia
      aldeana", en La Nación, Buenos Aires, 13 de
      febrero de 2000.
    23. Ingberg, Pablo: "El amor a
      los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 13 de
      febrero de 1999.
    24. Sábat, Hermenegildo: "Antonio Berni", en
      Clarín Viva, 13 de junio de 1999.
    25. Rivera, Andrés: "El hombre
      que nadie pudo comprar", en La Nación, Buenos
      Aires, 3 de marzo de 2002.
    26. Guerriero, Leila: "Pan & Manteca", en La
      Nación Revista
      , 5 de mayo de 2002.
    27. Chiaravalli, Verónica: "Un corazón
      tomado por la memoria", en
      La Nación, 15 de agosto de 1999.
    28. Lavira, Amalia Olga: "Estampita", en ¡Che,
      barrio!. Buenos Aires, Gente de Letras, 1998.
    29. González, Oscar: "La anunciación", en
      El Tiempo, Azul, 16 de abril de 2000.
    30. Becker, Miriam: "La última idische mame", en
      La Nación Revista, 23 de marzo de
      1997.
    31. Giardinelli, Mempo: op. cit.
    32. Messi, Virginia: "Los últimos días de
      la cárcel de Caseros", en Clarín, Buenos
      Aires, 8 de noviembre de 2000.
    33. Báñez, Gabriel: Vírgen.
      Barcelona, Sudamericana, 1998.
    34. García Lorca, Federico: Seis poemas
      galegos, en Lorca en lunfardo, por Luis Alposta. Buenos Aires,
      Corregidor, 1996.
    35. Estévez, Paula: "Buenos Aires es nuestra
      5° provincia de ultramar", en La Prensa, Buenos
      Aires, 7 de noviembre de 1998.
    36. S/F: "Cultura
      gallega en la escuela", en Clarín Viva, Buenos
      Aires, 17 de marzo de 2002.
    37. Navarrine, A. y Petorossi, H.:
      "Galleguita"
    38. Gervasi de Pérez, Elsa: "Carta a
      Galicia", en Rotary Club de Ramos Mejía.
      Comité de Cultura
      . Buenos Aires, 1994
    39. Kartun, Mauricio: "Enciéndanse las luces del
      viejo varieté", en Clarín Viva,
      Buenos Aires,

    (49)Gambier, Marina: "Tato. El cómico de la
    Nación", en La Nación Revista, Buenos
    Aires, 30 de junio de 2002.

    (50)Fernández Moreno, en Historia de la
    Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

    1. Ibarguren, Carlos: op. cit
    2. Mignogna, Eduardo: La fuga. Buenos Aires,
      Emecé, 2000.
    3. Freda, Teresa C.: "El residente", en El
      Tiempo
      , Azul, 26 de mayo de 2002.
    4. S/F: "Lazzari y su tiempo". Centro Cultural Recoleta,
      Octubre de 2000.
    5. García Navarro, Santiago: "Tour
      fantástico", en La Nación Vía
      Libre
      , octubre de 1997.
    6. Alifano, Roberto: Jorge Luis
      Borges. Biografía Verbal. Plaza & Janés,
      1985.
    7. Borges, Jorge Luis "El sur", en Ficciones. Buenos
      Aires, Sur, 1944.
    8. Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada,
      1962.

    (59) García Olivieri, Ricardo: "Arquetipo de
    hombre de teatro", en
    Clarín, Buenos Aires, 8 de enero de
    2001.

    (60) Moures S/F: "Esa magnífica legión
    de los viejos", en Revista Mayores, Año II N°
    11, 1994.

    (61)Sábato, Ernesto: "La memoria de la tierra",
    en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de
    1999.

    (62) S/F: "El baratillo", en La Capital, Mar del
    Plata, 25 de mayo de 2000.

    (63)Zappietro, Eugenio Juan:; De aquí hasta el
    alba. Barcelona, Planeta, 1971.

    1. Corsetti, José L.: "Lejos del corralito, cerca
      de la naturaleza", en
      La Nación, 27 de enero de 2002.
    2. Cassini José L.: "El mar en los ojos", en
      Rotary Club
    3. Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Tor,
      1935.
    4. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1990.
    5. Gerchunoff, Alberto: Los gauchos judíos., en
      Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL,
      1980.
    6. Averbach, Márgara: "El cardenal", en
      Aquí donde estoy parada. Buenos Aires, Alción,
      2002.
    7. Krimer, María Inés: "Aarón", en
      El Tiempo, Azul, 9 de febrero de 1997.
    8. Rossi, Virginia: "Ese inmigrante", en
      Capítulos. Editorial Nueva
      Generación.
    9. Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos
      Aires, Vinciguerra, 1996.
    10. Lardapide Olmos, María Edith: "Historia de
      vida", en El Tiempo, Azul, 8 de junio de
      1997.

    (74) Platía, Marta: "Rematan un hotel en
    Córdoba con un pasado misterioso", en
    Clarín, 17 de noviembre de 1998.

    "Hotel Edén. Los gozos y las sombras", en
    Clarín Viva, 26 de septiembre de 1999.

    (75) Folleto informativo del Establecimiento La
    Mariposa, San Miguel de Tucumán.

    1. Folleto informativo del Establecimiento La Cachuera,
      Apóstoles, Misiones.

    (77) Gaffoglio, Loreley: "Trato de ser lo mejor de lo
    que soy", en La Nación, Buenos Aires, 17 de
    diciembre de 2000.

     

     

     

    Trabajo enviado por

    Lic. María González
    Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista
    Profesional Matriculada

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