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Lavalleja el Oriental vencedor de la Batalla de Sarandi




Enviado por luisamar



    1. Biografia
    2. Vida militar
    3. Antecedentes
      Bibliográficos:

    BIOGRAFIA

    En nuestro tránsito por la vida diariamente vamos
    escribiendo nuestra propia historia en ese libro
    imaginario, incluso lo hacemos muchas veces aún sin darnos
    cuenta de que nuestro proceder y los hechos suscitados,
    así lo estampan.

    De igual manera se plasmó la vida de patriotas
    orientales, verbigratia, la del ínclito Oriental Juan
    Antonio Lavalleja de la Torre.

    Fue en un día invernal del año 1784
    – el 8 de julio, precisamente – que don Manuel
    Pérez de La Valleja, "hacendado que gozaba por su honradez
    de la mejor opinión", hizo bautizar en la Villa de Minas,
    a su hijo Juan Antonio, de algunos días de
    nacido.

    Su madre se llamaba Ramona Justina de la Torre, y de ese
    matrimonio
    además de Juan Antonio nacieron ocho hermanos más,
    uruguayos todos.

    Poco se sabe de la infancia y
    primeros años de mozo del niño, pero sabemos que su
    juventud no
    tuvo la continuidad en materia de
    educación
    y luego su carrera fue la del trabajo de campo.

    Juan Antonio Lavalleja desarrolló muchas tareas
    campestres, quizás la que le resultó importante
    luego para sus tiempos de soldado, fue la de tropero,
    consiguiendo de esta manera conocer todos los pagos, estancias,
    ríos y arroyos, sus pasos y cuchillas, que años
    más tarde recorriera en la Revolución
    Oriental.

    Desde muy joven sus tareas de tropero lo iniciaron en
    las faenas rurales, desde las sierras de Minas hacia Montevideo
    su recorrido conocía, tanto como su palma de la mano, y en
    esos viajes
    trayendo el ganado vacuno a los mataderos y el
    conocimiento que había adquirido de la labor de los
    saladeros, le significó mucho sacrificio desde sus
    inicios.

    Iniciaba sus tareas de tropero a las tres de la
    madrugada, a los gritos con los animales, no
    interesaba si en el cielo hubiera estrellas o si llovía,
    el trabajo
    debía realizarse.

    Lavalleja, era de baja estatura, era algo grueso,
    tenía facciones muy pronunciadas, nariz grande, ojos y
    pelo castaño, carecía de bigote y su patilla que a
    pesar de ser abierta no era abundante. Sus costumbres eran
    sencillas y su modo de vestir podría decirse un poco
    descuidado de lo que exigía la moda de
    entonces.

    Su carácter
    era franco, jovial y decidido, hablaba con exceso y fue siempre
    muy honrado. Creía en las personas.

    Juan Antonio conoce en unos de sus viajes a Ana
    Monterroso, que vivía en ése entonces en la calle
    "de la Carrera", hoy actual calle Sarandi. Que coincidencia
    – Lavalleja y Sarandi – .

    El 21 de octubre de 1817 contrae matrimonio, don
    Isidoro de María nos narra: "El padre de Lavalleja era
    opuesto al enlace de su hijo con Ana Monterroso". A causa de
    ésta circunstancia, – añade el cronista – se
    efectuó el casamiento en Florida, casándose Juan
    Antonio por poder,
    representándolo don Fructuoso Rivera, quiere decir que
    Lavalleja no concurrió a su boda.

    Rara vez, habíase visto nupcia parroquial tan
    sola, con esposo de encargo y familias enojadas.

    Sin duda que deberes de milicia o proezas tras los
    portugueses en el Paso del Cuello y el arroyo de la Calera
    habían forzado a Lavalleja a delegar representación
    de esponsales en su comandante Rivera.

    Ana Monterroso, elegida para el amor, lo
    fue resueltamente en el riesgo y la
    abnegación, manteniendo erguida su frente y elevando el
    alma al nivel de los peligros más inesperados.

    VIDA
    MILITAR

    Lavalleja – que aún se llamaba y firmaba
    "Juan Antonio de la Balleja" – se incorporó
    voluntariamente como simple soldado a las milicias de la
    jurisdicción de Minas, que comandaba don Manuel Francisco
    Artigas, hermano del General Artigas, y marchando a incorporarse
    al Ejército del futuro Jefe de los Orientales. Lavalleja,
    en ese entonces contaba con 28 años de edad.

    Es necesario comprender que en aquellos tiempos la
    caballería era entonces el arma de gran poder en las
    batallas. La caballería constituyó "el
    núcleo de los ejércitos" en la patria vieja. Lo
    acreditan los combates de Paso del Rey, San José, Las
    Piedras, Cerrito y Guayabo.

    Es preciso entonces describir como era el armamento de
    aquellos revolucionarios patriotas; éste consistía
    en la lanza de moharra media-luna, sable corvo y moquetón
    de tropa; un par de pistolas y sable para los Oficiales. El
    arnés consistía en montura de cuero con valija
    crucera para el capote y maletón de grupa para el
    poncho.

    Y observándola desde el punto de vista militar,
    la unidad táctica era el escuadrón, que formaba en
    dos filas, compañía fuerte de cien jinetes, y luego
    de doscientos.

    La demás caballería, formada del gauchaje
    que rodeaba a los caudillos locales, era organizada
    arbitrariamente por éstos, componiéndose sus
    unidades de fracciones que estaban en razón directa de la
    influencia personal del
    Caudillo.

    Su armamento era variadísimo, viéndose
    desde la lanza de media luna a la media tijera de esquilar
    enastada en caña tacuara y el infaltable facón
    criollo. Como armas accesorias
    usaban el lazo y las boleadoras.

    Asimismo, es de destacar que las marchas de estos
    escuadrones, de estos voluntarios patriotas era arbitraria, y se
    constituían en "grupos de seis,
    cinco,…etc".

    Es de justicia
    recalcar que Lavalleja fue un hombre muy
    previsor, organizador persistente, con un sentido de responsabilidad en el cargo de Gobernador interino
    y Capitán General de la Banda Oriental que lo lleva a
    procurar mejorar el estado
    militar de su época.

    Y aquí vemos como influyó el haber sido un
    niño primero, y luego un mozo habituado a las tareas del
    medio rural, ya que su conocimiento
    de la campaña y de sus paisanos lo privilegiaron al resto,
    aunque su carácter
    no sea fuente de cordialidad, igual era prenda de entendimiento
    con sus paisanos.

    Impone su autoridad con
    rudeza que, considera él condición indefectible del
    mando.

    La Batalla de Sarandi no resultó una más
    en los revolucionarios orientales, conocían cual
    podía ser su trascendencia posterior, y así se
    prepararon.

    En la noche previa a la batalla, sabían los
    orientales que los portugueses al mando de Ventus Manuel tomaban
    la costa del río Yí con dirección a la Villa del Durazno. A las
    diez de la noche vino un parte confirmando que los portugueses
    estaban pasando el arroyo de Castro en las inmediaciones de
    Polanco, entonces se confirmó que se dirigían hacia
    la villa antes mencionada.

    Lavalleja ordenó que se le avisara a don Frutos
    que debía estar en las inmediaciones del
    Sarandi.

    Ramón Cáceres que fue el portador de la
    misiva, relata en sus memorias: "
    Llegué al campo de Fructuoso Rivera como a medianoche,
    desensillé mi caballo y don Frutos me hizo acostar a su
    lado y casi nos amanecimos conversando, y se lamentaba que sus
    paisanos desconfiasen de él".

    A las cinco de la mañana las descubiertas
    avisaron la aproximación de los imperiales, venían
    en dirección al paraje escogido por el General
    Lavalleja y que se encontraban apenas a una legua de
    distancia.

    En medio de una agitación precursora del
    suspirado combate, mandó Lavalleja cambiar los caballos y
    poner el ejército en orden de pelea.

    Cuando era las ocho de la mañana, arengó
    Lavalleja a las divisiones en éstos lacónicos
    términos: "¡ Soldados! El que vuelva la espalda
    será fusilado. Nuestra retirada será el Río
    Grande".

    De acuerdo a los partes históricos que se hallan
    y a los cuales hemos podido acceder, las fuerzas
    patrióticas que intervienen en Sarandi presentan a 238
    Oficiales y 2.122 hombres de tropa, lo que da un total de 2.360
    hombres.

    Frente a los uruguayos, a menos de seis cuadras,
    veíase mover la densa línea de jinetes adversarios
    aclamando con gritos al Imperio y a don Pedro de
    Braganza.

    Si tuviéramos la oportunidad de situarnos en el
    mismo campo de batalla, observaríamos que Lavalleja ocupa
    las alturas que jalonan el camino al Paso de Polanco. A su
    izquierda está Rivera, en el centro Zufriategui, a la
    derecha Manuel Oribe, ésa es la posición de cada
    uno de los jefes participantes de la lucha.

    Luego de los primeros acomodos clásicos previos,
    Lavalleja se dirige hacia don Frutos, llegando junto a él,
    son breves los minutos para concebir los últimos detalles
    de la maniobra.

    Esperar que el enemigo avance y cruce el arroyo del
    Medio para entonces, con ése obstáculo a la
    espalda, que limitará su espacio de maniobra, cargarlo a
    su vez y destruirlo.

    Pero, el Jefe brasileño no ataca. Ha apreciado
    las circunstancias, la ciencia
    militar no es un misterio para el y la experiencia le permite
    dominar el terreno.

    Juan A. Lavalleja, ante este suceso ordena avanzar el
    cañoncito y que dispare. Al tercer disparo, los imperiales
    se movieron al trote rompiendo al unísono sus clarines al
    toque de degüello y haciendo una descarga a quemarropa y
    casi alcanzando a tocar con sus armas a los
    soldados de la patria.

    El General Lavalleja, apenas se halló a dos
    cuadras y viendo que los brasileños se movieron,
    había mandado cargar a todo el ejército:
    "¡Carabina a la espalda y sable en mano!"

    Rivera fue el primero en adelantarse al galope sobre
    Bento Goncalvez, quién resistió el choque, pero no
    pudo impedir que un escuadrón de orientales los arrollara
    y posteriormente los dispersara.

    El centro oriental se vio sorprendido por la carga que
    le llevó Alencastre. No había terminado Manuel
    Oribe de formar su línea cuando ya tenía sobre
    él los batallones de línea del centro
    brasileño.

    En desorden les salió al encuentro, pero los
    rivales consiguieron ventajas y por la brecha abierta llegaron
    hasta las posiciones de la reserva.

    Lavalleja tomando el mando directo hace meter una tropa
    como cuña entre las tropas de Alencastre y las de Bento
    Goncalvez, dando tiempo a Oribe a
    reorganizar su regimiento y quedando el centro brasileño
    cortado del resto de su tropa.

    Mientras tanto, los húsares orientales en
    valiente carga, destruyen el flanco de la izquierda
    enemiga.

    Los tiradores, de Maldonado, por el flanco y las
    milicias de Canelones, desorganizan y sablean las tropas de Bento
    Manuel, que buscan apoyo replegándose al centro, pero
    Alencastre no está allí.

    Los jefes brasileros comprenden la situación y
    perdida toda la esperanza de rehacerse, solo piensan en la
    retirada.

    Cada cual corre por su lado y tras ellos las divisiones
    orientales.

    Bento Manuel y Bento Goncalvez han conseguido tomar el
    camino de Polanco. Van a tirarse al Sarandi y sus hombres
    serán acuchillados en el pasaje. Rivera que ha recorrido
    todo el campo de batalla está sobre ellos. Entonces surge
    la intrépida figura del Coronel Joaquín Antonio
    Alencastre que va a sacrificar sus tropas para proteger el
    paso.

    Rivera lo carga, lo rodea y lo toma prisionero, pero ha
    llegado hasta allí solo con sus tropas y cuando
    está sobre el Sarandi, el enemigo ya había pasado.
    Fue tan grande la dispersión brasileña que puede
    considerarse imposible la reorganización debido al
    éxito
    de los orientales.

    Es conveniente situarse en esa época, de igual
    manera al leer el parte de Lavalleja que redacta el 14 de
    octubre, nos da muestra él
    mismo de la crudeza del enfrentamiento, extrayendo lo medular del
    contexto citamos: "Los encontraron, arrollaron, sablearon y
    despedazaron, persiguiéndolos más de dos leguas
    hasta ponerlos en completa dispersión".

    Y aquí es necesario expresar que visto los
    acontecimientos del desarrolló de la maniobra
    estratégica que habían concebido los jefes
    orientales se destacan la elección del campo de batalla,
    que permitirá actuar con todos sus medios,
    comprometiendo al enemigo.

    Digno recordar entonces que, Bento Manuel
    hábilmente elude el obstáculo (arroyo a sus
    espaldas) y por una feliz maniobra consigue ventajas de terreno,
    colocando a Lavalleja en la crítica situación de
    aceptar el combate con el arroyo Sarandi a la espalda.

    Esta maniobra no fue prevista por los
    patriotas.

    Tampoco estuvieron prontos para destrozar a los
    brasileños permitiendo que Bento Manuel organice con toda
    tranquilidad su nueva línea de batalla.

    El éxito
    oriental fue asegurado con la juiciosa repartición de las
    fuerzas y con la lección del esfuerzo principal, por una
    maniobra desbordante. Lavalleja modificó los moldes
    antiguos, no pierde tiempo en su
    descarga de fusilería, el combate es a caballo y lo
    decidirá el arma blanca. Cuando el enemigo espera las
    balas ya tiene los sables sobres sus pechos.

    La organización del mando y la unidad de
    dirección, deben destacarse entre las sabias ordenes de
    Lavalleja. Esto le permitió la oportuna acción de
    la reserva, que cierra el centro oriental, aparta a Alencastre y
    desorganiza el dispositivo enemigo.

    Desesperado Rivera porque se le escapaban los jefes
    imperiales, que tanto deseaba destruir, según ordenes
    expresas que tenía de Lavalleja, mandó que en el
    acto una guardia se echase al río Yí a nado,
    seguida de algunos baqueanos.

    Al clarear el día 13 de octubre se dio comienzo a
    la heroica travesía del Yí: "a nado y en pelotas",
    así lo describe el Mayor Horacio J. Vico, participante de
    la misma.

    La persecución se hizo intensa y larga, llegando
    incluso unos hasta el Cordobés y otros hasta el propio
    Cerro Largo comandados por Ignacio Oribe.

    De este modo la persecución se prolongó
    hasta las cuatro de la tarde del día quince de octubre,
    sin comer ni dormir.

    Sólo existían noticias que unos doscientos
    hombres brasileños quedaban, entre ellos Bento Manuel
    Ribeiro, Bento Goncalvez da Silva y Bonifacio Calderón,
    entre los cuales además transportaban heridos.

    Conceptuando estéril la persecución Rivera
    mandó orden de suspenderla al Comandante Ignacio Oribe y
    al Coronel Julián Laguna.

    De esa manera en las primeras horas de la mañana
    del día 16 de octubre se juntaron en Carpintería
    donde se le permitió "carnear y dormir", que bien se lo
    merecían, quienes como aquellos patricios no pedían
    una preferencia ni exhalaban una queja, a pesar de que no bajaban
    del lomo de sus caballos ni probaban un bocado desde la
    víspera de la batalla.

    De acuerdo a los partes el campo de batalla
    resultó perjudicial para los brasileros, sus bajas fueron
    muy superiores a la de los orientales, tuvieron 572 muertos, 130
    heridos, 521 soldados en calidad de
    prisioneros y el armamento capturado fueron de 1.200 carabinas,
    840 sables útiles, 650 pistolas, 50 lanzas, 1.070 cananas,
    10.000 cartuchos de bala y la caballada.

    Los orientales tuvieron tres oficiales muertos:
    Matías Beracochea, Juan José Trápani y Juan
    Salado. Los heridos fueron ochenta y tres.

    Al día 13 de octubre desde el Cuartel General
    situado en Durazno, Juan A. Lavalleja le remite a su amigo don
    Pedro Trápani un parte de la batalla, que por su
    importancia extraemos textual un párrafo
    del mismo para vuestro conocimiento:
    "Ya no es posible que el déspota del Brasil espere de
    la esclavitud de
    esta provincia el engrandecimiento de su Imperio. Los orientales
    acaban de dar al mundo un testimonio indudable del aprecio en que
    estiman su libertad…"

    La patria, desposada con la libertad,
    aclama al héroe de 1825. Jefe de los Treinta y Tres,
    Gobernador y Capitán General, vencedor de Sarandi,
    el hombre
    concita el culto de la gloria en la rumorosa devoción de
    la multitud.

    Existió un nuevo motivo de satisfacción
    para Juan Antonio Lavalleja ese 12 de octubre, ya que en el
    preciso día que él se encontraba luchando contra
    los portugueses, nacía su hija Anita.

    Familia y Patria se asociaron en el recuerdo del
    hombre ese
    memorable día, él gran acontecimiento
    histórico y el grato suceso del hogar compartido con Ana
    Monterroso, fruto del cual tuvieron ocho hijos.

    Por entonces, el vencedor de la batalla estaba radicado
    en Durazno, donde se celebró con un gran festejo el
    acontecimiento y el mismo consistió en un
    baile.

    Pero como en la Villa del Durazno no existía un
    local suficientemente amplio para admitir la inmensa oficialidad
    y "el bello sexo" que en
    ella había, el Mayor Bernardino Pelayo, esposo de misia
    Agustina Rivera, ofreció su casa grande al triunfador,
    quien nombró una comisión para entender los
    aprestos.

    Se hizo una Sala hermosa artificial de arcos de
    laureles, sirviendo de arrimo la gran casa de Pelayo por un lado
    y por el otro se plantaron horcones de madera
    tejiéndolos de laureles silvestres.

    En la gran sala se exponían los mejores manjares,
    ricos vinos y todo lo que se pudiera desear, y podía
    abastecer a quinientas personas.

    Desde Montevideo fueron trasladados unos músicos
    aficionados para amenizar la fiesta.

    La fiesta dio inicio con un baile de minuet y la primer
    pareja fue el Mayor del Imperio Pedro Pintos – que era prisionero
    – con la señora Ana Monterroso de
    Lavalleja.

    Culmina así, una página de la ejemplar
    historia del
    egregio Juan Antonio Lavalleja, héroe nacional y a quien
    Raúl Montero Bustamante en una recordada estrofa loa al
    Oriental:

    "Te canto a ti, libertador del
    pueblo,

    ¡Héroe de la
    Agraciada!

    A ti, el guerrero de la blanca
    frente

    por aureola de gloria
    iluminada".

    Antecedentes
    Bibliográficos:

    Eduardo de Salteraín Herrera

    Raúl Montero Bustamante.

    Archivos del autor.

     

     

    Por

    Luis Alberto Martínez
    Menditeguy

     

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