Conciencia y expresión de la
nacionalidad
- Música de la tierra a las
esferas - Origen y carácter de
nuestra nacionalidad: su fundamentación
filosófica - La nacionalidad como
sentimiento y destino - Deshumanización y
crisis: su proyección y efectos - Casi una
conclusión - Bibliografía
consultada
MÚSICA DE LA TIERRA A
LAS ESFERAS
La historia de cada pueblo
tiene su propia rapsodia en el tiempo. La
Argentina de la
historia,
–y no la historia
Argentina– ha hecho su travesía como todos los
pueblos, entre ese espacio definido del territorio y el otro que
lo envuelve en sus mensuras celestes. Cada porción de esos
múltiples territorios que son al fin uno sólo para
el hombre,
poseen sin embargo características que lo particularizan,
particularizando a su vez al hombre que lo
habita. El hombre de
la montaña no es el mismo en su constitución espiritual que el de las
estepas frías, el de las planicies cálidas, o el de
los ríos. Todos tienen la misma conformación
exterior, es una obviedad, pero al mismo tiempo difieren
en el mismísimo exterior, ya sea por la expresión,
por el gesto o la imagen, por lo
que gesto y expresión conforman.
A cada uno lo azotan los mismos vientos, lo alcanzan las
mismas luces y soles, pero aunque luces y soles sean los mismos,
esos hombres, iguales en su exterior, lo perciben de distinta
manera.
Aquí radica el misterio de las semejanzas y las
desemejanzas de los pueblos. El universo
sensible cuando toca los territorios hace que cada pueblo elabore
su propio encadenamiento, creando el tipo de clima espiritual
y moral al que
se deberán someter, más allá del lenguaje, de
las creencias y los modos cotidianos de comunicarse –como
se suele decir actualmente–, que es el de los sentimientos
recíprocos que pueden prodigarse para hacer de ese
clima una
unidad; esto es la nacionalidad.
Esa unidad tiene su armonía en su propio canto,
sólo audible en el universo humano,
cuando las particularidades sean capaces de encender y prender en
otro entendimiento la transcendencia que transmite.
Sinfonía territorial que tiene en los paraninfos de su
tierra, a sus
ejecutantes y primeros oyentes, combinando los sonidos que ellos
mismos quieren escuchar, que aspiran legítimamente a ceder
para su reconocimiento universal.
Al referirme a la obra y al pensamiento de
Eduardo Mallea –la nacionalidad es el tema propuesto–
no puedo dejar de subrayar lo que va más allá de la
letra que el actor siente, y no sólo dice. La
invasión de humanidad, que es sangre corriente
en su sentimiento, muestra los lados
morales de la Argentina
–su país– desde el hombre
argentino. Sus ascensos, sus caídas, sus esplendores y
apagamientos desde el origen en la que la conciencia
nacional se reveló a las formas morales de los
demás pueblos.
La nacionalidad entendida como un sentimiento, una
espiritualización del territorio, tal cual lo entiende
Mallea, es el tópico central que insume este proyecto de
reflexión personal, que
intento sobre tan importante cuestión.
La Argentina ha atravesado por las etapas más
brillantes como decadentes en su existencia. Ha conocido la
gloria de la independencia,
inspirando otras en los pueblos americanos del sur. Liberar un
continente es una hazaña inscripta en nuestra historia
nacional, pero es mayor hazaña aún, haberla
inspirado y llevado a cabo en las condiciones de soledad y de un
acentuado pauperismo e indiferencia exterior como la
inició, que sólo encuentra respuestas en el propio
silencio que padece.
La Argentina conoció la anarquía, el caos
de la disolución, el arrasamiento moral de las
dictaduras, las formas políticas
declinantes, los progresos culturales, los excesos sociales, la
arbitrariedad, la injusticia, la mentira enseñoreada en
las formas declinantes de la inteligencia,
atravesando al fin con dignidad todas las etapas que hacen al
existir, en la que cierta especie humana intenta prevalecer con
su moral individual y no nacional. Por turnos, por etapas, por
momentos, siempre han aparecido los sustitutos de esos
prevalecientes, que miden al prójimo nacional desde su
perspectiva reducida. A veces se trata de la moneda a la que se
aspira, en otras al simple deseo de poder, y entre
otras por una afinidad ideológica, las formas que
superaron la barbarie en la historia de otras naciones hace
años; que digo, siglos. ¡Siglos! Pretores del
imperio, medievalistas extemporáneos, realezas con
sentimientos feudalísticos, al fin, grandes señores
y grandes deformadores de la vida.
Mallea vio en su tiempo los signos de un mal que
proliferaría. Descubrió a sus autores en sus
móviles siniestros por lo antinacional –ese es el
rasgo más sobresaliente de su genialidad–, por lo
antihumano, lo antisolidario, haciendo causa común con el
propósito más frío y cínico,
empeñados en ser ellos mismos representación y
expresión de la Argentina. Impulsores de una rara especie
de valores. De
valores, de
eso se trata.
De esos valores, de su historia, de su desarrollo, de
la fundamentación filosófica que de ellos hace
Mallea en su obra, aspiran referirse estas páginas. Desde
la axiología que propone Mallea, podrá
alcanzarse a explicar la demora y la crisis
nacional, hasta la disminución expresiva que nos comunica
hoy que es forma corriente del lenguaje
nacional.
Mallea en sus anticipaciones no ha dejado de enunciar
los males posibles, los retrocesos culturales y materiales por
cierto modo de entender en su momento la vida que hace historia,
interpretada por los mandantes sub–especie que sobrevive
aun en la actualidad.
La música de la tierra a
las esferas que armoniza el espíritu del país esta
inconclusa. No hay obra humana en la historia que no requiera su
recomposición, cuando la misma ha entrado en la pendiente
que la conduce a las contradicciones propias que le dieron
origen.
La muestra
tendrá que consagrarse al área de su propia
reconstrucción, ese es el mandato a lo que los argentinos
debemos responder. No hay otra cuestión que tenga tan
perentoria y sumaria exigencia.
-II-
ORIGEN Y CARÁCTER
DE NUESTRA NACIONALIDAD:
SU FUNDAMENTACIÓN
FILOSÓFICA
La nacionalidad para Mallea es espíritu en el
más sólido sentido, derivado de la forma
territorial como un bien, que tiene su origen en la
creación, cuyas notas esenciales constitutivas
–cualidades y atributos– son percibidos como
sentimiento, y, en consecuencia, como acto de valoración.
Cuando ese sentimiento se generaliza en el pueblo adquiriendo
unidad, es cuando surge la conciencia de la
nacionalidad, de la propia nacionalidad, dando paso su trascender
a una entidad histórica en la que se identifica. La
nacionalidad crea así a la nación.
Nación no es solamente la suma de individuos y de
lugares habitados, es mucho más que eso, es la entidad que
surge de una aspiración colectiva de vida mancomunada
detrás de objetivos
capaces de armonizar y satisfacer el propio deseo de
valoración, estimación y expresión. Es el
solar moral a que se sujetan, decidida y espontáneamente
los pueblos en comunidad, previa
con la tierra que le
proporciona sus notas y caracteres. Solar no meramente
físico, sino moral.
Para Mallea esa relación es la que estructura el
concepto de
nacionalidad. Tiene un origen y un desarrollo,
siendo desde allí, desde el origen, de donde la tierra fue
creada, de donde los pueblos hablan como pueblos, desde la tierra
informada, espiritualizada, desde su territorio. Escribe que
"…la tierra es la materia donde
encierra para el hombre el material más sólido.
Dios y la tierra están interrumpidos sólo a
través de la opacidad de ciertos temperamentos. El hombre
que toca la tierra toca la materia
espiritual con la cual se espiritualiza el mismo y no interrumpe,
es todo el estado de
comunicación…" (Meditación en
la costa, 1971: 578)
La idea de nacionalidad, así entendida, es
manifestación que se revela en los pueblos. Es el soplo
vivificador de los estoicos, el pneuma a los que Mallea alude en
el mismo sentido que Kant entiende
"por lo que vivifica", como principio.
Todo su pensamiento se
articula sobre la base de esta concepción
filosófica –espíritu territorial– que
en su desarrollo confirma el valor moral
que contiene originariamente. Espíritu quiere decir y es
antes que nada para Mallea, forma en el más alto valor humano,
esto es, en el más alto valor moral, porque nacionalidad
es espíritu animado, es ánimo que se encuentra,
como todo lo existente en el origen de la misma creación,
encontrando su propia justificación en la
historia.
Aparece en el pensamiento de Mallea expuesto dos
conceptos bien definidos: el del origen y desarrollo. Por un
lado, la tierra que se trasciende desde sus formas y, por otro,
la acción, el movimiento que
inspira e impulsa al hombre que la habita a un propósito
determinado de preservación, deseo y finalidad. Las notas
originarias no encierran un mecanicismo naturalista, por el
contrario, evolucionan, se transforman, pudiendo superarse en la
dialéctica del desarrollo. Las formas originarias son
constitutivas de las esencialidades. El tiempo y la acción
las transforma, no las elimina. Es decir, "…en las
personas y los pueblos hay que buscar el origen de la
animación, no aceptarla así como así, sin
atender el origen…" (Meditación en la costa, 1971:
573.) Y el origen es siempre principio, forma: "…Una forma
espiritual no vaga no nebulosa, precisa; realmente una
forma…" (Meditación en la costa, 1971: 559) que
aparece descubriéndose, creciendo, superándose
más tarde en el mismo proceso de su
propia historicidad.
El origen está en la tierra profunda, no visible
como núcleo natural traído desde la
creación, dando su clima más allá de lo
meramente cósmico, porque lo que la tierra proporciona es
clima y atmósfera espiritual,
proporcionando también el suelo espiritual,
donde se crean y crecerán las almas morales.
El concepto de
nacionalidad deviene de un sentimiento que adhiere a un
territorio espiritualizado. Mallea encontró las fuentes de su
pensamiento en el exaltado mundo de los sentimientos de Ganivet,
trágico y apasionado: "…lo más permanente de
un país es el espíritu del territorio…"
(Ganivet Angel, 1956:153)
Mallea lo refiere: "…Decía Ganivet que el
núcleo más hondo donde hay que ir a estudiar la
psicología
de los pueblos es su espíritu territorial…"
(Historia de una pasión argentina, 1971: 405)
"…Razón tenía Ganivet cuando aseveraba que
lo más real y lo más perenne que hay en una
nación
es su espíritu territorial…" (Meditación en
la costa, 1971: 579) "…Veníamos de ese país
en el origen de cuya construcción ideal descubrí el
trágico genio de Ganivet su elemento moral, un fondo
religioso… Veníamos de la gran tradición
mediterránea…" (La vida blanca, 1960:
27)
El espíritu es concebido como principio.
Reconoce, desde un punto de vista filosófico, a Dios como
naturaleza del
mundo, porque se trata de la manifestación del Ser Creador
o Absoluto. De él emana. La idea de emanación fue
anunciada ya por Plotino, aunque históricamente el
panteísmo adquirió expresión por primera vez
en la doctrina anterior a los estoicos, quienes denominaban
"mundo" al mismo Dios, que es la cualidad propia de toda
sustancia, inmortal e increpada, creador del orden universal y
según los ciclos de los tiempos, consume en sí toda
la realidad y de nuevo la genera de sí, según
Diógenes Laercio, aunque los antecedentes se encuentran en
Heráclito. El Logos o Fuego Divino que todo lo penetra es
la identificación de Dios con lo uno y con el
Todo.
La madura expresión del panteísmo que
Mallea toma de Ganivet está más afín,
empero, con el pensamiento fundamental del romanticismo en
Hegel. No
sólo el espíritu es emanación, sino es
revelación de sí mismo, es realización de
Dios, como la conciencia de sí que alcanza el hombre. Dios
es sólo Dios en cuanto se conoce a sí mismo, su
sabor de sí mismo es, por lo demás, su conciencia
de sí en el hombre y el saber que el hombre tiene de Dios
que, progresa hasta el punto de saberse el hombre en Dios. Si la
palabra espíritu tiene un sentido, dirá Hegel, lo tiene a
través del significado de revelación.
Para Mallea "espíritu territorial" connota
precisamente un sentido revelador, como alma. Recordemos el
texto en
Meditación en la costa: "…La tierra es la materia
donde encierra para el hombre el material espiritual más
sólido. Dios y la tierra están interrumpidos
sólo a través de la opacidad de ciertos
temperamentos. El hombre que toca la tierra toca la materia
espiritual con la cual se espiritualiza el mismo y no interrumpe,
es todo él estado de
comunicación…" (Meditación
en la costa, 1971: 577/8)
Esta concepción filosófica no desconoce la
tarea peculiar, intransferible y única del hombre de crear
su mundo; por el contrario le es inherente a este punto de vista
la distinción entre "esencia eterna", su
manifestación y desarrollo. Hegel se refiere a los
momentos. Bergson dirá que la realización de Dios
ha sido confiada al mundo, o por lo menos su realización
política y
total.
Esta idea constituye el carácter
dominante del panteísmo contemporáneo. Se
identifica a Dios con el esfuerzo creador de la vida, esto es
como movimiento por
el cual la vida actúa fuera de formas estáticas y
definidas, hacia la creación de nuevas formas más
perfectas, y así lo entiende Mallea cuando expresa:
"…En una nación y en el discurso de la
historia, todo puede cambiar, desde la faz religiosa hasta la faz
política y
social en sus diferentes modos; si se quiere buscar lo
perdurable, lo permanente, lo eterno hay que ir a clavar la garra
del conocimiento
en el espíritu de la tierra…" (Meditación en
la costa, 1971: 579)
El sentido moral que adquiere el desarrollo del
espíritu es la tierra recreadora que le concierne
sólo al hombre, originado en ese sentimiento primario por
el lugar, la tierra, que se despliega para integrar otras
manifestaciones en el universo de la
naturaleza
constituyendo la historia
universal. Su destino, humano, incierto y desconocido. Porque
al fin, la Historia es una suma de destinos y acciones
morales.
No existe en el pensamiento de Mallea un determinismo
que pueda categorizarse en una síntesis.
A diferencia de Ganivet que concluye estableciendo hasta
caracteres determinantes según sea el origen territorial
constitutivo de los pueblos. En esto difiere Mallea del autor de
Cartas
Finlandesas que fija caracteres antropológicos y
étnicos, haciendo una calificación. Esa síntesis,
Ganivet la define de este modo: "…Que lo propio de los
pueblos continentales es la resistencia, de
los peninsulares la independencia
y de los insulares la agresión…" (Citado en:
Meditación en la costa, 1971: 579)
Mallea contraviene las ideas de Ganivet esgrimiendo
otros argumentos, desarrollando la idea de que la tierra
conquistada por el español en
América
no ha "generado el carácter de resistencia sino
ha puesto al descubierto otros" en el suelo argentino
que ha venido a enriquecer, a su vez, a los demás pueblos
del continente con rasgos que están más allá
del genérico de la "resistencia". El sentimiento de patria
que España ha
llevado a América
no corrobora el rasgo elemental de la resistencia, sino el de una
aspiración mayor a una independencia acompañadas de
caracteres más profundos como fueron, según lo
señala Mallea, los gestos de "donación y
ánimo de libertad",
caracteres mucho más complejos y amplios. "…Pero
los pueblos continentales de Hispanoamérica y en especial
la Argentina ha tenido otro carácter que no finca
sólo en la resistencia, en su sentimiento y
cohesión de patria, sino en su voluntad de dar
independencia…" (Meditación en la costa, 1971:
579.) Es decir, dar algo más trascendente a sí
misma. En Historia de una pasión Argentina
reiterará: "…Todos los acontecimientos –por
lo menos los más elevados orgánicamente
consecuentes– de nuestra historia, o sea la
materialización misma en símbolos de nuestra
esencia, son actos fundamentales de donación. Todos los
acontecimientos de nuestra leyenda popular hecha literatura son expresiones
del mismo ánimo. Toda nuestra naturaleza, la naturaleza de
la argentinidad, es el ánimo de donación…"
(Historia de una pasión Argentina, 1971: 405)
Para Mallea, existe una metafísica
de nuestra nacionalidad radicada en el delineamiento moral del
"ánimo de donación", concepto que infiere en su
compresión elementos profundos de religiosidad: Amar al
prójimo como a sí mismo; dar la vida.
Disponibilidad de vida, que no es perder la vida, que es otra
cuestión diferente. Disposición de dar que es
voluntad de hacer, conceder, transferir en gratuidad; por cuanto
es bueno moralmente, caracteres visibles de nuestra nacionalidad
a poco que se analice la tarea concreta de resolución de
objetivos
históricos continentales junto a otros pueblos del
continente puestos a la tarea de afirmar la propia y
ajena.
De la riqueza de ese espíritu de excesivas
reservas morales, Mallea extrae uno de mayor valor aunque aleja
al país de cualquier sospecha de predominio o conquista,
espectros que enriquecen definitivamente la naturaleza moral de
nuestra nacionalidad. "…Pues bien nuestro espíritu
territorial es de un continente sobradamente rico para su
contenido humano, por lo cual nuestro destino puede basarse de
los propósitos de mezquina hegemonía o imperialismo.
En tal sentido, nuestra influencia real en la América
hispana –y en general en toda– estaría
directamente relacionada con la calidad de
nuestros propios constructores y no con ningún
espíritu de conquista…" (Historia de una
pasión Argentina, 1971: 405)
Fue el espíritu de la argentinidad que
iniciaría el largo camino que daría al continente
sudamericano y a cada nación su propia conciencia
nacional, tal cual la entendían en sus sentimientos los
propios pueblos en sus contenidos posibles. Y ese espíritu
nació desde la tierra argentina para extenderse por todo
el suelo americano.
Fue desde aquí, como sostiene Mallea, que se
contuvo al invasor inglés
con aceite y agua
hirviendo, como se llegó a Suipacha primera victoria
criolla. Como Azopardo defendió el espíritu
encendido de nuestra nacionalidad en la vastedad del mar. Fue por
otra parte desde aquí donde harían Güemes,
Belgrano, San Martín, sus gestas. Desde los llanos de
Maipú surgirán elocuentes enseñanzas
morales, no meras victorias militares. Después
vendría Perú dando forma embrionaria no sólo
a países, sino a un continente.
Fue por esa forma de darse limpia y poderosa, por ese
permanente ánimo de entregar sin cargo, que nuestra
nacionalidad pudo alcanzar sus propias aspiraciones y deseo y
asistir a otros pueblos en su propia conformación
nacional, simplemente porque todo lo fundamental y vigoroso que
contenía nuestra nacionalidad se agotaba en la instancia
final de la "donación y la libertad".
En Meditación en la costa, escribe:
"…Cuando un espíritu sabe lo que quiere, lo que
perseguirá hasta el extremo de su vida ya es imbatible.
¿Qué diremos de un pueblo? … Y así,
esa independencia íntima y pronta a comunicarse, esa noble
y espontánea libertad junto con la fluida presencia de ese
original decoro, son elementos principales de nuestro clima,
categorías de NUESTRO ESPÍRITU TERRITORIAL…"
(Meditación de la Costa, 1971: 579)
Al fin, hemos arribado al concepto fundamental de
nacionalidad representativa del espíritu de la
nación, ánimo de donación, ánimo de
libertad, honor, decoro, desinterés, son los caracteres
impresos que delinean el espíritu nacional, con los cuales
Mallea afirma el sentido moral de la nacionalidad. Cualidades,
nada más que cualidades, de eso se trata, que fueron
develadas por el espíritu de la tierra y crecieron en el
encuentro con el hombre, con el hombre argentino.
Mallea nos pregunta: "¿…Quién
habrá dejado de sentirlas en esos largos atardeceres
argentinos del durable verano en el interior de la provincia,
largos atardeceres del cielo alto y vasto suelo plano, vastas
tierras, vastas colinas, vastos ríos que corren sin
alterarse…?" (Meditación de la Costa, 1971:
579)
-III-
LA NACIONALIDAD COMO SENTIMIENTO Y
DESTINO
La entidad de la nacionalidad es un valor. Se adhiere o
se rechaza como uno puede adherirse al mal o al bien, a la
belleza o a la falsedad, a lo injusto o a lo justo. En la
afinidad se afirma el valor positivamente, porque se combina
indisolublemente la idea de querer. La acción de querer y
valorar cuando éste se generaliza en la sociedad, da paso
a la formación ontológica en la nación. El
sentimiento de querer lo hace objeto de valor, y éste es
el que cohesiona y da sentido a la nacionalidad, en este caso. Se
da en la relación valorante que está en el deseo de
cada uno de nosotros activo hacia el que se continúa unido
con el propósito de conservarla.
El valor es la proyección del sentimiento en el
objeto, es invasión de ánimo y así entendido
se comprende su estructura,
estando ligado a todos los términos de aspiración
del sentimiento y de la voluntad.
Es por ese carácter dinámico que acciona
en el sujeto el valor de la nacionalidad, aunque poseída
se muestra como una meta permanente, que se va perfeccionando,
adquiriendo estructura en la sociedad cuando
el individuo y la sociedad coinciden en esas valoraciones. Esta
marcha hacia el valor, a su posesión, no es proceso para
el individuo que valora primero y para la sociedad
después, un proceso lineal directo, que se realiza sin
obstáculos o alteraciones. Lo querido por ser deseado
tiene su campo de alternativas, de elección, de
equívocos y eliminación. El individuo no
está sujeto a ninguna uniformidad, el carácter de
la existencia individual, por el contrario, muestra sus valles y
sus cumbres y las sociedades no
escapan a tal principio, ya que también tiene una voluntad
independiente estando sujetas a las mismas reglas.
Mallea, en su obra, muestra la dialéctica de las
valoraciones desde un ángulo psicológico y social,
a través del comportamiento
y las actitudes de
valorar. En Historia de una pasión argentina
preanunció desde esta perspectiva las causas que
producirían de generarse ciertos hechos, el
fenómeno nacional de la "crisis", al
percibir la existencia de antagonismos respecto de determinadas
categorías de valores, derivadas de la
actitud
valorante.
Mallea le confiere el carácter de "esencias
objetivas", pensamiento afín con el de Ortega y Gasset,
Scheler y Hartman, para quienes los valores
poseen estas connotaciones. Que sean esencias objetivas no
excluye la subjetividad valorativa y el hecho psicológico
de afirmar o negar ese estado
objetivo.
Lo que caracteriza la obra de Mallea es la referencia a
los valores
colectivos que perfeccionan el sentimiento de nacionalidad,
siendo asumidos por él, como destino histórico. De
allí que toda la exposición
tenga ese carácter intimista, personal y
autobiográfico, y al mismo tiempo pueda mostrar la
argentinidad como un atributo de la sociedad.
La exposición
de sus vivencias que constituyen la propia historia va revelando
poco a poco lo inmenso, lo poderoso de la conciencia nacional,
por momentos, y lo decadente y trágico en otros. Bien
puede decirse que la narrativa de Mallea es el centro de
referencia a los aciertos y desvíos en la que la historia
de la nación comprometió destinos colectivos.
"… Vi la primera luz de mi tierra
en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos
días me estaría meciendo como un juguete torvo de
quien sabe que paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las
dunas –cada segundo desplazadas–, el clima
versátil, el viento animal…" (Meditación de
la Costa, 1971: 311)
Y creció este sentimiento junto al trágico
desenvolverse del país, percibiendo los acontecimientos
profundos que animaban el espíritu de la nación.
"…Esa Argentina la llevaba yo en mi propio dolor y cuanto
más sufrimiento me deparaba, la realidad más
cercana me hallaba yo de ella… En los momentos de mayor
incertidumbre le tocaba: todo ella era conciencia, en estos
trances como conciencia …" (Meditación de la Costa,
1971: 311)
Conciencia que se identificó con la conciencia de
la Nación. Conciencia que aspiraba a ser expresión
de muchas conciencias por las que reclamaba en nombre de su
pasión, al presentir las indiferencias y desasosiegos que
crecían al ritmo de vicisitudes menores. Conciencias
claras que se revelaban en actitudes
fundamentales, algunas de las cuales las describe así:
"…Conciencia es la del hombre que sale con el amanecer,
con la reciente claridad del día, a recoger el fruto de su
siembra y sabe lo que ha plantado en su campo y lo que quiere
recoger y con quien compartirá ese fruto en el auspicio
del verano y en la adversidad del invierno; conciencia es la del
hombre de ciudad que reconoce su gozo y su dolor y a ambos lo
contiene con digna exaltación y sin trivialidad;
conciencia es la de la que no admite para su trabajo, sino lo que
es bueno para su trabajo, para su arte, para su
comercio, para
su industria, y
todo lo ejerce sin cometer el delito que
amenaza ser el más grande de nuestro tiempo y que no se
puede signar mejor que con palabras: INVASIÓN DE
HUMANIDAD…" (Meditación de la Costa, 1971:
372)
Conciencia que crece sin palidecer la voluntad de
creación o de hacer de los demás, la única
que necesita una nación para consolidarse en la
controvertida dialéctica del tiempo. La historia de los
pueblos, son los episodios cotidianos que se desarrollan
prósperos o decadentes en el espacio que la tierra le ha
ofrecido como "mundo" –no mera porción de
tierra– sino mundo complejo que surge del sentimiento por
esa tierra, sea del padecer o gozar, respondiendo el hombre en
cada una y todas las instancias al llamado trascendente que viene
y está oculto desde la misma creación.
La historia de una nación puede comenzar a
escribirse, cuando ha superado el drama colectivo que provoca el
sentimiento de "querer ser" iniciando la marcha hacia el "ser", y
eso surge una vez que el sentimiento colectivo de aspiraciones y
propósitos comunes se empeñan en afirmar y ascender
a partir del carácter participativo, y se trasciende,
revelándose con sus variados significados y sus diferentes
fisonomías, alcanzando ese desarrollo permanente de
"unidad y expresión", que es la síntesis que surge
de la comunidad
territorial y moral. Y es en la Nación donde la
nacionalidad encuentra el límite a la identidad que
produce el sentimiento de unidad del hombre y la tierra. Y es a
partir de allí que se puede comenzar a escribir su
historia, a partir de esa unidad. Concluirá: "… La
nación es una unidad histórica…" (La vida
blanca, 1960: 147)
Y unidad histórica quiere decir y significar
acontecimiento, propósito, voluntad si es que se dirige a
un fin, y a un fin se llega cuando se alcanza antes la unidad
fundamental, la de la verdadera comunión espiritual. Un
pueblo unido por el mismo sentimiento de creación puede
hacer de ese sentimiento una nación. La nación
así considerada es una comunidad cohesionada por
sentimientos, cuyos valores se ha proyectado y alcanzan plena
realidad, cuando el proyecto de
realizarlo se lleve a cabo. Una nación queda caracterizada
por la manera de crearse y desarrollarse valorativamente. Valorar
es crear, según lo expresaba Nieztche en el delirio de su
sabiduría.
La manera de valorar que caracteriza cada pueblo, cada
sociedad, los distingue e individualiza de los demás y
este es el sello con el cual se identifican, que en el sutil
pensamiento de Mallea, para la Argentina deriva de una
conformación moral basada en el sentimiento de libertad y
donación, de desinterés, entrega y
generosidad.
Como ya fue dicho: "… Una calidad moral,
una calidad interior, un valor inmanente y más que
físico, condiciones sobre las cuales la voluntad de crear
crea con solidez como sobre una roca y no con endeble
transitoriedad como todo lo que era aquella cuya planta moral
vegeta en el aire…"
(Historia de una pasión Argentina, 1971: 359)
El alma de un país, su espíritu, es
permanente, no cambia siendo en la manifestación del
sentimiento de nacionalidad donde se encuentran esos rasgos
inalterables, arquetípicos. Esa es su esencia. Sólo
se trasmutan los modos y modos no son formas.
La idea de territorialidad espiritualizada es un
concepto fundamental en el pensamiento de Mallea que encierran
esos caracteres y origen los que adquieren sentido moral, ya que
el individuo debe responder y proclamar su propia
definición de bien, de querer y desear el bien,
acción que se define en un acto de
valoración.
-IV-
DESHUMANIZACIÓN Y CRISIS: SU
PROYECCIÓN Y EFECTOS
La historia como acontecimiento humano es una
sucesión de hechos que se producen por la manera de
estimar y valorar. La historia de un pueblo o nación es la
resultante de esas estimaciones contenidas en los proyectos
respectivos de vivir. Los modos en que la sociedad se conduce,
valorado en su conjunto, indican su manera de ser, y cuando esos
modos cambian su manera o su sentido, lo que la sociedad muestra
es que algo está siendo objeto de desvalorización o
revalorización.
Si esos cambios se producen asimilando sus estados
pasados respecto de los presentes, momento a momento, instante a
instante, y se pasa de una secuencia natural a otra
orgánicamente estructurada, la evolución es el signo valorante de la
transformación, aún si los cambios que se producen
son recurrentes soportando crisis y restableciendo el orden en
nuevos estados. Si el cambio es
absoluto y abrupto, lo que la sociedad muestra es una
concepción revolucionaria que esa sociedad siente y
valora.
En teoría,
los hechos y orígenes que lo explican responden a
distintas concepciones filosóficas y políticas,
tópico éste ajeno a la naturaleza que se pretende
exponer en este trabajo, pero oportuno de referir, ya que en el
pensamiento de Mallea los cambios en los modos de valorar son los
factores que modifican el orden originario con el que se
constituye una nación.
En la obra de Mallea se encuentra implícita la
idea donde determinadas actitudes pueden desvalorizar la esencia
misma del carácter nacional, y eso ocurre cuando la
voluntad de identificarse y trascenderse aparece "deshumanizada",
porque en las actitudes de deshumanización se afirma la
negación de ser–persona.
Como de alguna manera la existencia continúa, esa
deshumanización lo que produce es una ilegítima
representación de "su ser": Parecer en lugar de ser.
Mallea lo expresa de este modo: "… Por eso vemos a su
muchedumbre de sujetos mantenerse en estados o actitudes
derivados, sin ser nunca la cosa misma. Atreviéndose sin
atreverse del todo. Rozando las virtudes y los defectos sin
asumirlos. Queriendo sin llegar al deseo, hablando sin llegar a
la palabra, opinando sin llegar a la opinión, dirigiendo
sin llegar a dirigir, dando sin llegar a la caridad, aspirando
sin llegar a la aspiración, estudiando sin llegar al
estudio, actuando sin llegar al acto, criticando sin llegar a la
crítica, comprendiendo sin llegar a la comprensión:
viviendo, en suma, sin llegar en efecto a vivir." (Historia de
una pasión argentina, 1971: 345.) Una yugulación de
la existencia, un vivir parcial, que encuentra su
correlación en una lógica
convencional, donde responder sin producir mayores alteraciones a
una voluntad sin incitación a la réplica, a la
controversia y a la definición.
Lo que genera la deshumanización es un sentido
utópico y falsificado de concebir el modo civil de vida,
reduciendo cada vez más el horizonte total, donde el
espíritu de la nación pueda desplegar su natural
evolución, produciendo una
desvirtualización del mismo sentimiento de nacionalidad,
situación ésta que, socialmente, se ve expuesta en
las décadas que precedieron a la actual, donde aparece
reducido en el ánimo de la nación su
energía, su profundidad y su rigor ético, habiendo
sucedido esto según lo entiende Mallea –y participo
de esta creencia– por el fenómeno deshumanizante,
invalida la razón como fue con ciertos apagamientos que
antes habitaron en la voluntad, siendo así que el
desistimiento y el desempeño vinieron a reducir el campo en
donde la Argentina exponía su gran misión de
"libertad y desinterés", de ejemplificación, de
construcción, que eran notas con las que se
conformó el sentido de nuestra nacionalidad.
Una manera de emplear morosamente la inteligencia y
afectar a la razón a fines que no nos trascendiera
más allá de la individualidad. Ese fue el comienzo
de una ominosa y degradante marcha emprendida ciegamente y sin
objetivos, sin destino colectivo, sin fines éticamente
políticos. Fue ganando lentamente en cada conciencia una
manera de argumentar que justificara circunstancialidades,
situaciones, honores, patrimonios, bienestar y sabiduría,
sin que esto comprometiera responsabilidad, creándose un ánimo
de conformismo producido en medio de la deformación de la
voluntad, que avanzaba como un sarcoma por el tejido
sano.
De esta manera, el sentir, el valorar, el querer, todo
el sentimiento al fin, al imponerse a la razón en medio de
su apocalíptica travesía, hizo que la conducta fuera
más instintiva, menos libre, irracional, salvaje, esclava,
perdida en desmoralizaciones y arbitrajes absurdos. "…
Empecé por preguntarme –señala Mallea–
cuáles eran los males y su etiología en ese modo de
existencia que tanto deformaba las formas de nuestro cuerpo
nacional. Se me aparecieron en los rasgos de un extraño
–y nocivo– palidecimiento, en una disminución
sensible de los tonos superiores del comportamiento, en una caída del vuelo,
como podría decirse hablando de una ave orientada pero
disminuida en el ritmo de su proyección…" (La vida
blanca, 1960: 14)
El espíritu de la argentinidad, su ética, en
el pensamiento de Mallea consistió siempre en una calidad
definida. Desde el origen, la sociedad se caracterizó por
conservarlo en el proyecto común de vida, consciente del
valor como bien, hasta que fuera ganando terreno en la
nación, el desinterés y la estimación por
las cuestiones fundamentales que hacían al espíritu
del país. La sociedad dejó de ser integrada por
"personas" al perderse la voluntad de trascendencia en la medida
que se deshumanizaba y pasó a ser una sociedad compuesta
por "individuos". Y con simples individuos, no se construye una
nación y, si está construida ésta, no
alcanza para sostenerla y proyectarla. Sin esfuerzos y criterios
homogéneos que valoren y creen se pierde la unidad, la
energía, el ritmo y hasta la expresión.
La vitalidad de una nación, su vigencia, su
permanencia, su identidad es y
será siempre el resultado de las expresiones constantes de
su espíritu manteniéndose inalterable. Los pueblos
y las naciones no son caravanas peregrinando sin destino. Mallea
sentencia: "… Toda calidad vivaz y continua se manifiesta,
al encarnar en cosas humanas, por una progresión
perdurable de actos iguales a sí misma. Esta
sucesión de afirmaciones define el grado de legitimidad
implícito en un actuar, ya sea moral, ya sea
físico, ya social. Pues bien, a ir a resolverse en una
calidad igual a sí misma, muchos aspectos vitales de la
Argentina han vacilado al filo de tener que decidirse, y en vez
de remontar en su auténtico sentido, han sesgado por la
pendiente de la indecisión y la deformación, han
optado por no parecerse a lo que tenían que ser, sino a
los más gratuitos y monstruosos caprichos…" (La
vida blanca, 1960: 98)
La acción concertada en complicidad y silencio
por afirmarnos en la individualidad, ha sido la causa que
consolidó la desintegración de la conciencia
nacional. A nadie se debe culpar más que a nosotros mismos
por haber consentido tan extraña como absurda manera de
entender lo que significa nación, nacionalidad e historia,
que es vida en el sentido elevado y pleno, que nos muestra la
revelación "del ser".
La deshumanización, el individualismo y la
desmoralización que se generaría permitió
avanzar a un nuevo modo de vida. Fueron aceptados trueques por
urgencia, satisfacción y especulación. Enraizaron
los defectos como una manifestación justificable del
espíritu, conviniendo que era posible vivir desde la
superficie.
Mallea en La vida blanca logra dar cabida a toda esa
cambiante realidad, producida por la deshumanización, el
individualismo, y la lógica
anodina de la expresión que el fenómeno de
desvalorización produjera. Estas desvalorizaciones
traducidas en actos las expone Mallea así:
El juego del
pequeño cálculo:
"…Lo que da la tónica a nuestra vida es,
según se habrá echado de ver un juego de
construcciones convencionales…" (La vida blanca, 1960:
108)
La moderación apegada al precedente:
"…Todo aquello que lo compromete a un esfuerzo, a un
conflicto, a
un afrontar el medio y resiste mediante un resuelto vivir, es
pronto y generalmente desechado, para optar por lo que no se vea
desde el vivir de lo más demasiado distinto…" (La
vida blanca, 1960: 108/9)
La evasión que soslaya el compromiso: "…La
vida blanca supone evitamiento de todo conflicto
íntimo. Tiende a protegerse mediante preservaciones
infinitas interiores, escapadas, precauciones, silencios,
resentimientos…" (La vida blanca, 1960: 115)
La imprecisión de la expresión que no
justifica nada en los fines: "…Por eso, en los seres de
vida blanca todo se decide en actos medios y nada
resuelve hasta sus fines…" (La vida blanca, 1960:
116)
El análisis que hace del comportamiento social
del argentino, a consecuencia de la manera de valorar, le
hará pronunciar sobre la crisis que pocos advierten, con
un claro dictamen: "… La Argentina no vive hoy a la
cultura de sus
cualidades sino a la altura de sus defectos…" (El sayal y
la púrpura, 1937: 150) "…Hay muchas cosas que los
argentinos no debieran olvidar nunca en su meditación y en
su acción del país cuando lo piensan en
términos de potencial supremacía. Un destino
nacional no es el objeto de un azar inspirado en proceso de
recolección. Destino nacional es potencial siega de las
propias espigas cultivadas…" (El sayal y la
púrpura, 1937: 151)
Mallea no nihiliza con la suerte final del destino
nacional, por el contrario, padece la convicción de que la
Argentina será llamada pronto a su nueva misión,
que la suma de errores serán superados, como lo
serán también las fisuras morales por donde
huyó el soplo poderoso que conformó el
espíritu de la nación. Es bien conocido el deseo de
las mil veces: "…Si mil veces tuviera que elegir, mil
veces elegiría nacer de nuevo en las costas de mi tierra,
crecer entre sus ríos, atender el rumor dulce de su
pausado crecimiento. Si mil veces tuviera que elegir, mil veces
elegiría escuchar los modos de su voz, ver los matices de
sus rostros, seguir conmovido el vuelo de sus pájaros. Si
mil veces tuviera que elegir, mil veces desearía mi cara
al suelo para distinguir, en un latido paciente, el eterno son
nativo de sus generaciones. Si mil veces tuviera que elegir, mil
veces elegiría la suerte múltiple de ser mil veces
argentino…" (La vida blanca, 1960: 180)
La obra de Mallea, por el tono y el estilo, no ofrece
ninguna duda sobre la base que interpreta la filosofía del
espíritu de la nación. Es el más cabal
revelador de la conciencia nacional, de la realidad que padece y
de la que deviene. Esa realidad la entendió siempre desde
los aspectos morales, es decir de los lugares más sentidos
de humanización: "…ante la disgregación
inminente…" (La guerra
interior, 1963: 60) "…en busca de la formación de
esencias y substancias del hombre en la hora anárquica de
las cosas y la existencia…" (La guerra
interior, 1963: 60)
Su sentido de humanización lo llevará
entendida la Nación como una unidad política a
identificarse con el orden y la democracia. Es
preciso no confundir su posición filosófica
referida a la política, a veces acerbamente criticada. En
el epílogo de La vida blanca, escrita en 1960, expresa:
"…Esto se obtendrá no mediante una revolución, sino mediante una
evolución. La evolución consistirá en una
asunción gradual y colectiva de lo que cada uno ha elegido
sinceramente como patente y meta de su ser, lo cual da lo mismo
que decir de su yacer. Consistirá en barrer –ante
todo en uno– oh hombres responsables de este mundo, en esta
herida hora de su historia, todo cuando no sea vocación de
sinceridad, vocación de energía íntima,
vocación franca y honda de sí mismo, sin
ocultación de la propia riqueza, que nos hace honrado en
la mesa del amigo y nos da la dulce y sería voluntad de
perfección…" (La vida blanca, 1960:
176/77)
Algo sumamente claro es el legado que deja la obra de
Mallea sobre las cuestiones fundamentales del país, en los
aspectos históricos, sociales y morales, según
él lo entendía. O se construye una República
Moral antes que una República Política, o se
compromete el destino y la existencia del hombre Argentino en la
historia. O se construye el hombre en su moral, antes que en
cualquier otro aspecto de la vida, o se hunde en el infortunio y
la desesperación. O se valoriza desde la moral o es
devorado por los desistimientos recíprocos. O los
argentinos avanzamos con sentido de unidad empleando la
razón y la voluntad ordenadamente, o nos extraviamos en la
ciénaga que impone el descreimiento, por pretender vivir
eludiendo las cuestiones esenciales, y en resumen, o se cree en
lo humano como tarea fundamental, o se convierte en el mejor de
los casos en un salvaje ilustrado y, en el peor, en un
bárbaro incontenible.
Parecería que el análisis que desarrolla Mallea en su obra
acerca de la naturaleza, característica y modo de ser del argentino,
fuera un catálogo de imperfecciones, defecciones,
desaciertos selectivos, y equívocos intemporales, que
muestran a una sociedad decadente, irresoluta, confundida, que
vive permanentemente empeñada en sostener un proyecto y
programa
creciente de decadencia que la llevará a su propia
aniquilación. La existencia de cierta crítica
mezquina parecería confirmarla en la mezquindad de los
contenidos que encubre, atribuyéndole un elitismo
ideológico cuando no social, por lo que el concepto
"pueblo" suele connotar en los bajos fondos de la
politiquería nacional.
¡Gran error! El extraordinario valor de los
contenidos éticos de la nacionalidad que hizo a la
Argentina, precisamente, es obra del pueblo más que de sus
regentes, y si a alguno o a alguien alcanzan las impugnaciones de
un elitismo supuesto, es precisamente a quienes, eligiendo el
oficio de representar y conducir a la nación, desertaron
de sus propias misiones. No es el pueblo el artífice de
ninguna decadencia. Mallea expresa: "… Pero los hombres no
respondieron desde arriba a esa voluntad de abajo…" (La
vida blanca, 1960: 39) "… La esperanza, la necesidad de
fe, la confianza, la expectación, la pasión por el
futuro nacional se disolvió en agrios ácidos…" (La vida blanca, 1960:
39/40)
Exponer una realidad que manifieste no implica negar,
cuando se trata de valores
morales, que los mismos no pueden recuperarse. Que
sería de la vida de los hombres si padecieran esas
condenas terrenales, y que sería de las naciones, de los
pueblos, caídos en ruinas por la omisión de quienes
por obligación, deberían ser no sólo los
agentes sino la voz nacional del orden.
Cuando Mallea escribía sobre la Argentina su obra
fundamental, Historia de una pasión Argentina, por el
año 1933, la nación mostraba en la expresión
los grados de un mal que se anticipaban ya en el cuerpo social.
Pero no era toda la nación, no eran todos, no era el
pueblo extenso; excluía a los que se manifestaban en su
hacer oculto e invisible, silencioso y anónimo.
Los que provocaban la lenta descomposición
nacional eran otros, a los que Mallea definió con su
prodigioso arte, como
aquellos exaltados que constituían el país visible,
que estaban ya construyendo y seguían haciendo la
Argentina ficticia sustituta de la Argentina real. "… Y
odiaba a esos deformadores, a esos traidores, a esos burgueses en
el hecho de cierta venal incurría. Me odiaba a mi mismo;
no podía soportarme…" (La vida blanca, 1960: 342)
"… Y cuando salía de allí, en la calle, en
los clubes, en los salones literarios, en las tertulias de
"cejialtos" y "cejialtas", iba a encontrarme una vez con esa
gente, hombres desvirtuados, desnaturalizados, islas anodinas a
la deriva de sus propios mitos…"
(La vida blanca, 1960: 342)
Todo lo que encontraba perdido en esos hombres regentes,
necesitaba descubrirlo en otros rescatado. Pero ante todo, era
menester definir el origen del mal visible en la superficie del
país. ¿Tenía su origen ese mal en el
espíritu, en el alma, en el intelecto de esos argentinos
con voz y predominio? Evidentemente en ninguno de los tres. No
era un delito del
espíritu, del alma, del intelecto, aunque los tres
estuvieran espontáneamente complicados. Era un delito de
la conciencia. El delito de esos hombres que habían
"… suprimido sus propias raíces y tenían al
país substancialmente en el aire, no era otra
clase de aberración. No es otra la aberración del
mercader en lo moral. Era como si estuvieran vendiendo a buen
precio, la
adulteración de un producto
natural, todos esos magistrados, señores, funcionarios,
profesionales, industriales, personajes todos éstos,
argentinos visibles…" (Historia de una pasión
Argentina, 1971: 353)
Este pasaje, más otros traídos
deliberadamente en páginas anteriores vienen a confirmar
lo que expresé anteriormente, "a la lógica de los
argumentos ficticios" o a la constante falsedad de los juicios
que se utiliza indiscriminadamente, y que reproduce aquellas
malas enseñanzas que se originaron en las especies humanas
del argentino visible, como señala Mallea. Para cubrir las
aberraciones que se producían, aquellos argentinos
inventaron una lógica propia y adecuada a la
aberración que la justificara. Así surgió un
lenguaje evasivo –esa es mi creencia– que ganó
a la misma expresión, es decir al sentimiento,
también ficticio, deformador de la realidad nacional.
"…Nuestro idioma había llegado a ser, en la
Argentina visible, un idioma blanco, pálido, promiscuo,
falseado…" (Historia de una pasión Argentina, 1971:
352)
-V-
En la expresión está la prueba del mal que
gravita. Es una convicción personal, al mismo tiempo, una
obsesión insoslayable, una sobra que se agita
constantemente, como creo se agitara en otras conciencias que
aprecien el valor de la verdad por sobre cualquier otro
más soluble, más ácido. Nada de lo que
exprese y tenga pretensión de ser voz nacional, se refiere
en su hondura a la nacionalidad, al espíritu de lo humano
en su dimensión, en su territorio moral, con honradez y
sinceridad. La deshumanización alcanzada los unos con los
otros. Es un mal que viene rondando, como las piedras que caen de
la montaña arrastrando más y más piedras,
hasta anular el camino que la circunda.
Esa es una impresión que produce el país a
quien avizora la inexistencia de esencialidad humana. Las cosas,
los objetos, y todo lo que produce un hedonismo consumista del
cuerpo, no del espíritu, adquiere prioridad, y toda una
lógica se empeña en sostenerlo. Todo el hacer y el
quehacer se vuelca a la acción de alcanzar lo que puede
llegar a constituir un placer, no felicidad, que es dominio del
espíritu, tal cual lo entendía el estagirita
Aristóteles.
Mallea es la expresión de la conciencia nacional
declarada vacante. Vacía esa conciencia, desierta el alma
nacional, sin voz, Mallea es llamado a alzar la suya desde el
borde del abismo que rodea inexplicable a los solitarios, a los
que buscan en el infinito la causa de la justicia y la
belleza por la cual trabajó siempre una verdad solitaria.
Así expresa su sentimiento: "…La ecuanimidad de la
conciencia no se consigue ya con paz, sino con una lucha de cada
hora contra los que en todos los campos de la humana actividad
son gobernadores de las tinieblas, los déspotas, los
perseguidores sangrientos de criaturas espirituales. Es decir,
los que matan según la única ley de sus odios
deliberados de sus odios sistematizados…" (Historia de una
pasión Argentina, 1971: 430)
- Ganivet Angel (1946), Idearim Español, Buenos Aires,
Emecé. - Mallea Eduardo (1937), El sayal y la púrpura,
Buenos
Aires, Losada. - Mallea Eduardo (1971), Historia de la una
pasión argentina, Buenos Aires,
Emecé. - Mallea Eduardo (1963), La guerra interior, Buenos
Aries, Sur. - Mallea Eduardo (1960), La vida blanca, Buenos Aires,
Sur. - Mallea Eduardo (1971), Meditación en la costa,
Buenos Aires, Emecé.
Jorge Marin