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MALLEA CONCIENCIA Y EXPRESIÓN DE LA NACIONALIDAD




Enviado por jorgemarin1



    Conciencia y expresión de la
    nacionalidad

    1. Música de la tierra a las
      esferas
    2. Origen y carácter de
      nuestra nacionalidad: su fundamentación
      filosófica
    3. La nacionalidad como
      sentimiento y destino
    4. Deshumanización y
      crisis: su proyección y efectos
    5. Casi una
      conclusión
    6. Bibliografía
      consultada

    MÚSICA DE LA TIERRA A
    LAS ESFERAS

    La historia de cada pueblo
    tiene su propia rapsodia en el tiempo. La
    Argentina de la
    historia,
    –y no la historia
    Argentina– ha hecho su travesía como todos los
    pueblos, entre ese espacio definido del territorio y el otro que
    lo envuelve en sus mensuras celestes. Cada porción de esos
    múltiples territorios que son al fin uno sólo para
    el hombre,
    poseen sin embargo características que lo particularizan,
    particularizando a su vez al hombre que lo
    habita. El hombre de
    la montaña no es el mismo en su constitución espiritual que el de las
    estepas frías, el de las planicies cálidas, o el de
    los ríos. Todos tienen la misma conformación
    exterior, es una obviedad, pero al mismo tiempo difieren
    en el mismísimo exterior, ya sea por la expresión,
    por el gesto o la imagen, por lo
    que gesto y expresión conforman.

    A cada uno lo azotan los mismos vientos, lo alcanzan las
    mismas luces y soles, pero aunque luces y soles sean los mismos,
    esos hombres, iguales en su exterior, lo perciben de distinta
    manera.

    Aquí radica el misterio de las semejanzas y las
    desemejanzas de los pueblos. El universo
    sensible cuando toca los territorios hace que cada pueblo elabore
    su propio encadenamiento, creando el tipo de clima espiritual
    y moral al que
    se deberán someter, más allá del lenguaje, de
    las creencias y los modos cotidianos de comunicarse –como
    se suele decir actualmente–, que es el de los sentimientos
    recíprocos que pueden prodigarse para hacer de ese
    clima una
    unidad; esto es la nacionalidad.

    Esa unidad tiene su armonía en su propio canto,
    sólo audible en el universo humano,
    cuando las particularidades sean capaces de encender y prender en
    otro entendimiento la transcendencia que transmite.
    Sinfonía territorial que tiene en los paraninfos de su
    tierra, a sus
    ejecutantes y primeros oyentes, combinando los sonidos que ellos
    mismos quieren escuchar, que aspiran legítimamente a ceder
    para su reconocimiento universal.

    Al referirme a la obra y al pensamiento de
    Eduardo Mallea –la nacionalidad es el tema propuesto–
    no puedo dejar de subrayar lo que va más allá de la
    letra que el actor siente, y no sólo dice. La
    invasión de humanidad, que es sangre corriente
    en su sentimiento, muestra los lados
    morales de la Argentina
    –su país– desde el hombre
    argentino. Sus ascensos, sus caídas, sus esplendores y
    apagamientos desde el origen en la que la conciencia
    nacional se reveló a las formas morales de los
    demás pueblos.

    La nacionalidad entendida como un sentimiento, una
    espiritualización del territorio, tal cual lo entiende
    Mallea, es el tópico central que insume este proyecto de
    reflexión personal, que
    intento sobre tan importante cuestión.

    La Argentina ha atravesado por las etapas más
    brillantes como decadentes en su existencia. Ha conocido la
    gloria de la independencia,
    inspirando otras en los pueblos americanos del sur. Liberar un
    continente es una hazaña inscripta en nuestra historia
    nacional, pero es mayor hazaña aún, haberla
    inspirado y llevado a cabo en las condiciones de soledad y de un
    acentuado pauperismo e indiferencia exterior como la
    inició, que sólo encuentra respuestas en el propio
    silencio que padece.

    La Argentina conoció la anarquía, el caos
    de la disolución, el arrasamiento moral de las
    dictaduras, las formas políticas
    declinantes, los progresos culturales, los excesos sociales, la
    arbitrariedad, la injusticia, la mentira enseñoreada en
    las formas declinantes de la inteligencia,
    atravesando al fin con dignidad todas las etapas que hacen al
    existir, en la que cierta especie humana intenta prevalecer con
    su moral individual y no nacional. Por turnos, por etapas, por
    momentos, siempre han aparecido los sustitutos de esos
    prevalecientes, que miden al prójimo nacional desde su
    perspectiva reducida. A veces se trata de la moneda a la que se
    aspira, en otras al simple deseo de poder, y entre
    otras por una afinidad ideológica, las formas que
    superaron la barbarie en la historia de otras naciones hace
    años; que digo, siglos. ¡Siglos! Pretores del
    imperio, medievalistas extemporáneos, realezas con
    sentimientos feudalísticos, al fin, grandes señores
    y grandes deformadores de la vida.

    Mallea vio en su tiempo los signos de un mal que
    proliferaría. Descubrió a sus autores en sus
    móviles siniestros por lo antinacional –ese es el
    rasgo más sobresaliente de su genialidad–, por lo
    antihumano, lo antisolidario, haciendo causa común con el
    propósito más frío y cínico,
    empeñados en ser ellos mismos representación y
    expresión de la Argentina. Impulsores de una rara especie
    de valores. De
    valores, de
    eso se trata.

    De esos valores, de su historia, de su desarrollo, de
    la fundamentación filosófica que de ellos hace
    Mallea en su obra, aspiran referirse estas páginas. Desde
    la axiología que propone Mallea, podrá
    alcanzarse a explicar la demora y la crisis
    nacional, hasta la disminución expresiva que nos comunica
    hoy que es forma corriente del lenguaje
    nacional.

    Mallea en sus anticipaciones no ha dejado de enunciar
    los males posibles, los retrocesos culturales y materiales por
    cierto modo de entender en su momento la vida que hace historia,
    interpretada por los mandantes sub–especie que sobrevive
    aun en la actualidad.

    La música de la tierra a
    las esferas que armoniza el espíritu del país esta
    inconclusa. No hay obra humana en la historia que no requiera su
    recomposición, cuando la misma ha entrado en la pendiente
    que la conduce a las contradicciones propias que le dieron
    origen.

    La muestra
    tendrá que consagrarse al área de su propia
    reconstrucción, ese es el mandato a lo que los argentinos
    debemos responder. No hay otra cuestión que tenga tan
    perentoria y sumaria exigencia.

    -II-

    ORIGEN Y CARÁCTER
    DE NUESTRA NACIONALIDAD:

    SU FUNDAMENTACIÓN
    FILOSÓFICA

    La nacionalidad para Mallea es espíritu en el
    más sólido sentido, derivado de la forma
    territorial como un bien, que tiene su origen en la
    creación, cuyas notas esenciales constitutivas
    –cualidades y atributos– son percibidos como
    sentimiento, y, en consecuencia, como acto de valoración.
    Cuando ese sentimiento se generaliza en el pueblo adquiriendo
    unidad, es cuando surge la conciencia de la
    nacionalidad, de la propia nacionalidad, dando paso su trascender
    a una entidad histórica en la que se identifica. La
    nacionalidad crea así a la nación.

    Nación no es solamente la suma de individuos y de
    lugares habitados, es mucho más que eso, es la entidad que
    surge de una aspiración colectiva de vida mancomunada
    detrás de objetivos
    capaces de armonizar y satisfacer el propio deseo de
    valoración, estimación y expresión. Es el
    solar moral a que se sujetan, decidida y espontáneamente
    los pueblos en comunidad, previa
    con la tierra que le
    proporciona sus notas y caracteres. Solar no meramente
    físico, sino moral.

    Para Mallea esa relación es la que estructura el
    concepto de
    nacionalidad. Tiene un origen y un desarrollo,
    siendo desde allí, desde el origen, de donde la tierra fue
    creada, de donde los pueblos hablan como pueblos, desde la tierra
    informada, espiritualizada, desde su territorio. Escribe que
    "…la tierra es la materia donde
    encierra para el hombre el material más sólido.
    Dios y la tierra están interrumpidos sólo a
    través de la opacidad de ciertos temperamentos. El hombre
    que toca la tierra toca la materia
    espiritual con la cual se espiritualiza el mismo y no interrumpe,
    es todo el estado de
    comunicación…" (Meditación en
    la costa, 1971: 578)

    La idea de nacionalidad, así entendida, es
    manifestación que se revela en los pueblos. Es el soplo
    vivificador de los estoicos, el pneuma a los que Mallea alude en
    el mismo sentido que Kant entiende
    "por lo que vivifica", como principio.

    Todo su pensamiento se
    articula sobre la base de esta concepción
    filosófica –espíritu territorial– que
    en su desarrollo confirma el valor moral
    que contiene originariamente. Espíritu quiere decir y es
    antes que nada para Mallea, forma en el más alto valor humano,
    esto es, en el más alto valor moral, porque nacionalidad
    es espíritu animado, es ánimo que se encuentra,
    como todo lo existente en el origen de la misma creación,
    encontrando su propia justificación en la
    historia.

    Aparece en el pensamiento de Mallea expuesto dos
    conceptos bien definidos: el del origen y desarrollo. Por un
    lado, la tierra que se trasciende desde sus formas y, por otro,
    la acción, el movimiento que
    inspira e impulsa al hombre que la habita a un propósito
    determinado de preservación, deseo y finalidad. Las notas
    originarias no encierran un mecanicismo naturalista, por el
    contrario, evolucionan, se transforman, pudiendo superarse en la
    dialéctica del desarrollo. Las formas originarias son
    constitutivas de las esencialidades. El tiempo y la acción
    las transforma, no las elimina. Es decir, "…en las
    personas y los pueblos hay que buscar el origen de la
    animación, no aceptarla así como así, sin
    atender el origen…" (Meditación en la costa, 1971:
    573.) Y el origen es siempre principio, forma: "…Una forma
    espiritual no vaga no nebulosa, precisa; realmente una
    forma…" (Meditación en la costa, 1971: 559) que
    aparece descubriéndose, creciendo, superándose
    más tarde en el mismo proceso de su
    propia historicidad.

    El origen está en la tierra profunda, no visible
    como núcleo natural traído desde la
    creación, dando su clima más allá de lo
    meramente cósmico, porque lo que la tierra proporciona es
    clima y atmósfera espiritual,
    proporcionando también el suelo espiritual,
    donde se crean y crecerán las almas morales.

    El concepto de
    nacionalidad deviene de un sentimiento que adhiere a un
    territorio espiritualizado. Mallea encontró las fuentes de su
    pensamiento en el exaltado mundo de los sentimientos de Ganivet,
    trágico y apasionado: "…lo más permanente de
    un país es el espíritu del territorio…"
    (Ganivet Angel, 1956:153)

    Mallea lo refiere: "…Decía Ganivet que el
    núcleo más hondo donde hay que ir a estudiar la
    psicología
    de los pueblos es su espíritu territorial…"
    (Historia de una pasión argentina, 1971: 405)
    "…Razón tenía Ganivet cuando aseveraba que
    lo más real y lo más perenne que hay en una
    nación
    es su espíritu territorial…" (Meditación en
    la costa, 1971: 579) "…Veníamos de ese país
    en el origen de cuya construcción ideal descubrí el
    trágico genio de Ganivet su elemento moral, un fondo
    religioso… Veníamos de la gran tradición
    mediterránea…" (La vida blanca, 1960:
    27)

    El espíritu es concebido como principio.
    Reconoce, desde un punto de vista filosófico, a Dios como
    naturaleza del
    mundo, porque se trata de la manifestación del Ser Creador
    o Absoluto. De él emana. La idea de emanación fue
    anunciada ya por Plotino, aunque históricamente el
    panteísmo adquirió expresión por primera vez
    en la doctrina anterior a los estoicos, quienes denominaban
    "mundo" al mismo Dios, que es la cualidad propia de toda
    sustancia, inmortal e increpada, creador del orden universal y
    según los ciclos de los tiempos, consume en sí toda
    la realidad y de nuevo la genera de sí, según
    Diógenes Laercio, aunque los antecedentes se encuentran en
    Heráclito. El Logos o Fuego Divino que todo lo penetra es
    la identificación de Dios con lo uno y con el
    Todo.

    La madura expresión del panteísmo que
    Mallea toma de Ganivet está más afín,
    empero, con el pensamiento fundamental del romanticismo en
    Hegel. No
    sólo el espíritu es emanación, sino es
    revelación de sí mismo, es realización de
    Dios, como la conciencia de sí que alcanza el hombre. Dios
    es sólo Dios en cuanto se conoce a sí mismo, su
    sabor de sí mismo es, por lo demás, su conciencia
    de sí en el hombre y el saber que el hombre tiene de Dios
    que, progresa hasta el punto de saberse el hombre en Dios. Si la
    palabra espíritu tiene un sentido, dirá Hegel, lo tiene a
    través del significado de revelación.

    Para Mallea "espíritu territorial" connota
    precisamente un sentido revelador, como alma. Recordemos el
    texto en
    Meditación en la costa: "…La tierra es la materia
    donde encierra para el hombre el material espiritual más
    sólido. Dios y la tierra están interrumpidos
    sólo a través de la opacidad de ciertos
    temperamentos. El hombre que toca la tierra toca la materia
    espiritual con la cual se espiritualiza el mismo y no interrumpe,
    es todo él estado de
    comunicación…" (Meditación
    en la costa, 1971: 577/8)

    Esta concepción filosófica no desconoce la
    tarea peculiar, intransferible y única del hombre de crear
    su mundo; por el contrario le es inherente a este punto de vista
    la distinción entre "esencia eterna", su
    manifestación y desarrollo. Hegel se refiere a los
    momentos. Bergson dirá que la realización de Dios
    ha sido confiada al mundo, o por lo menos su realización
    política y
    total.

    Esta idea constituye el carácter
    dominante del panteísmo contemporáneo. Se
    identifica a Dios con el esfuerzo creador de la vida, esto es
    como movimiento por
    el cual la vida actúa fuera de formas estáticas y
    definidas, hacia la creación de nuevas formas más
    perfectas, y así lo entiende Mallea cuando expresa:
    "…En una nación y en el discurso de la
    historia, todo puede cambiar, desde la faz religiosa hasta la faz
    política y
    social en sus diferentes modos; si se quiere buscar lo
    perdurable, lo permanente, lo eterno hay que ir a clavar la garra
    del conocimiento
    en el espíritu de la tierra…" (Meditación en
    la costa, 1971: 579)

    El sentido moral que adquiere el desarrollo del
    espíritu es la tierra recreadora que le concierne
    sólo al hombre, originado en ese sentimiento primario por
    el lugar, la tierra, que se despliega para integrar otras
    manifestaciones en el universo de la
    naturaleza
    constituyendo la historia
    universal. Su destino, humano, incierto y desconocido. Porque
    al fin, la Historia es una suma de destinos y acciones
    morales.

    No existe en el pensamiento de Mallea un determinismo
    que pueda categorizarse en una síntesis.
    A diferencia de Ganivet que concluye estableciendo hasta
    caracteres determinantes según sea el origen territorial
    constitutivo de los pueblos. En esto difiere Mallea del autor de
    Cartas
    Finlandesas que fija caracteres antropológicos y
    étnicos, haciendo una calificación. Esa síntesis,
    Ganivet la define de este modo: "…Que lo propio de los
    pueblos continentales es la resistencia, de
    los peninsulares la independencia
    y de los insulares la agresión…" (Citado en:
    Meditación en la costa, 1971: 579)

    Mallea contraviene las ideas de Ganivet esgrimiendo
    otros argumentos, desarrollando la idea de que la tierra
    conquistada por el español en
    América
    no ha "generado el carácter de resistencia sino
    ha puesto al descubierto otros" en el suelo argentino
    que ha venido a enriquecer, a su vez, a los demás pueblos
    del continente con rasgos que están más allá
    del genérico de la "resistencia". El sentimiento de patria
    que España ha
    llevado a América
    no corrobora el rasgo elemental de la resistencia, sino el de una
    aspiración mayor a una independencia acompañadas de
    caracteres más profundos como fueron, según lo
    señala Mallea, los gestos de "donación y
    ánimo de libertad",
    caracteres mucho más complejos y amplios. "…Pero
    los pueblos continentales de Hispanoamérica y en especial
    la Argentina ha tenido otro carácter que no finca
    sólo en la resistencia, en su sentimiento y
    cohesión de patria, sino en su voluntad de dar
    independencia…" (Meditación en la costa, 1971:
    579.) Es decir, dar algo más trascendente a sí
    misma. En Historia de una pasión Argentina
    reiterará: "…Todos los acontecimientos –por
    lo menos los más elevados orgánicamente
    consecuentes– de nuestra historia, o sea la
    materialización misma en símbolos de nuestra
    esencia, son actos fundamentales de donación. Todos los
    acontecimientos de nuestra leyenda popular hecha literatura son expresiones
    del mismo ánimo. Toda nuestra naturaleza, la naturaleza de
    la argentinidad, es el ánimo de donación…"
    (Historia de una pasión Argentina, 1971: 405)

    Para Mallea, existe una metafísica
    de nuestra nacionalidad radicada en el delineamiento moral del
    "ánimo de donación", concepto que infiere en su
    compresión elementos profundos de religiosidad: Amar al
    prójimo como a sí mismo; dar la vida.
    Disponibilidad de vida, que no es perder la vida, que es otra
    cuestión diferente. Disposición de dar que es
    voluntad de hacer, conceder, transferir en gratuidad; por cuanto
    es bueno moralmente, caracteres visibles de nuestra nacionalidad
    a poco que se analice la tarea concreta de resolución de
    objetivos
    históricos continentales junto a otros pueblos del
    continente puestos a la tarea de afirmar la propia y
    ajena.

    De la riqueza de ese espíritu de excesivas
    reservas morales, Mallea extrae uno de mayor valor aunque aleja
    al país de cualquier sospecha de predominio o conquista,
    espectros que enriquecen definitivamente la naturaleza moral de
    nuestra nacionalidad. "…Pues bien nuestro espíritu
    territorial es de un continente sobradamente rico para su
    contenido humano, por lo cual nuestro destino puede basarse de
    los propósitos de mezquina hegemonía o imperialismo.
    En tal sentido, nuestra influencia real en la América
    hispana –y en general en toda– estaría
    directamente relacionada con la calidad de
    nuestros propios constructores y no con ningún
    espíritu de conquista…" (Historia de una
    pasión Argentina, 1971: 405)

    Fue el espíritu de la argentinidad que
    iniciaría el largo camino que daría al continente
    sudamericano y a cada nación su propia conciencia
    nacional, tal cual la entendían en sus sentimientos los
    propios pueblos en sus contenidos posibles. Y ese espíritu
    nació desde la tierra argentina para extenderse por todo
    el suelo americano.

    Fue desde aquí, como sostiene Mallea, que se
    contuvo al invasor inglés
    con aceite y agua
    hirviendo, como se llegó a Suipacha primera victoria
    criolla. Como Azopardo defendió el espíritu
    encendido de nuestra nacionalidad en la vastedad del mar. Fue por
    otra parte desde aquí donde harían Güemes,
    Belgrano, San Martín, sus gestas. Desde los llanos de
    Maipú surgirán elocuentes enseñanzas
    morales, no meras victorias militares. Después
    vendría Perú dando forma embrionaria no sólo
    a países, sino a un continente.

    Fue por esa forma de darse limpia y poderosa, por ese
    permanente ánimo de entregar sin cargo, que nuestra
    nacionalidad pudo alcanzar sus propias aspiraciones y deseo y
    asistir a otros pueblos en su propia conformación
    nacional, simplemente porque todo lo fundamental y vigoroso que
    contenía nuestra nacionalidad se agotaba en la instancia
    final de la "donación y la libertad".

    En Meditación en la costa, escribe:
    "…Cuando un espíritu sabe lo que quiere, lo que
    perseguirá hasta el extremo de su vida ya es imbatible.
    ¿Qué diremos de un pueblo? … Y así,
    esa independencia íntima y pronta a comunicarse, esa noble
    y espontánea libertad junto con la fluida presencia de ese
    original decoro, son elementos principales de nuestro clima,
    categorías de NUESTRO ESPÍRITU TERRITORIAL…"
    (Meditación de la Costa, 1971: 579)

    Al fin, hemos arribado al concepto fundamental de
    nacionalidad representativa del espíritu de la
    nación, ánimo de donación, ánimo de
    libertad, honor, decoro, desinterés, son los caracteres
    impresos que delinean el espíritu nacional, con los cuales
    Mallea afirma el sentido moral de la nacionalidad. Cualidades,
    nada más que cualidades, de eso se trata, que fueron
    develadas por el espíritu de la tierra y crecieron en el
    encuentro con el hombre, con el hombre argentino.

    Mallea nos pregunta: "¿…Quién
    habrá dejado de sentirlas en esos largos atardeceres
    argentinos del durable verano en el interior de la provincia,
    largos atardeceres del cielo alto y vasto suelo plano, vastas
    tierras, vastas colinas, vastos ríos que corren sin
    alterarse…?" (Meditación de la Costa, 1971:
    579)

    -III-

    LA NACIONALIDAD COMO SENTIMIENTO Y
    DESTINO

    La entidad de la nacionalidad es un valor. Se adhiere o
    se rechaza como uno puede adherirse al mal o al bien, a la
    belleza o a la falsedad, a lo injusto o a lo justo. En la
    afinidad se afirma el valor positivamente, porque se combina
    indisolublemente la idea de querer. La acción de querer y
    valorar cuando éste se generaliza en la sociedad, da paso
    a la formación ontológica en la nación. El
    sentimiento de querer lo hace objeto de valor, y éste es
    el que cohesiona y da sentido a la nacionalidad, en este caso. Se
    da en la relación valorante que está en el deseo de
    cada uno de nosotros activo hacia el que se continúa unido
    con el propósito de conservarla.

    El valor es la proyección del sentimiento en el
    objeto, es invasión de ánimo y así entendido
    se comprende su estructura,
    estando ligado a todos los términos de aspiración
    del sentimiento y de la voluntad.

    Es por ese carácter dinámico que acciona
    en el sujeto el valor de la nacionalidad, aunque poseída
    se muestra como una meta permanente, que se va perfeccionando,
    adquiriendo estructura en la sociedad cuando
    el individuo y la sociedad coinciden en esas valoraciones. Esta
    marcha hacia el valor, a su posesión, no es proceso para
    el individuo que valora primero y para la sociedad
    después, un proceso lineal directo, que se realiza sin
    obstáculos o alteraciones. Lo querido por ser deseado
    tiene su campo de alternativas, de elección, de
    equívocos y eliminación. El individuo no
    está sujeto a ninguna uniformidad, el carácter de
    la existencia individual, por el contrario, muestra sus valles y
    sus cumbres y las sociedades no
    escapan a tal principio, ya que también tiene una voluntad
    independiente estando sujetas a las mismas reglas.

    Mallea, en su obra, muestra la dialéctica de las
    valoraciones desde un ángulo psicológico y social,
    a través del comportamiento
    y las actitudes de
    valorar. En Historia de una pasión argentina
    preanunció desde esta perspectiva las causas que
    producirían de generarse ciertos hechos, el
    fenómeno nacional de la "crisis", al
    percibir la existencia de antagonismos respecto de determinadas
    categorías de valores, derivadas de la
    actitud
    valorante.

    Mallea le confiere el carácter de "esencias
    objetivas", pensamiento afín con el de Ortega y Gasset,
    Scheler y Hartman, para quienes los valores
    poseen estas connotaciones. Que sean esencias objetivas no
    excluye la subjetividad valorativa y el hecho psicológico
    de afirmar o negar ese estado
    objetivo.

    Lo que caracteriza la obra de Mallea es la referencia a
    los valores
    colectivos que perfeccionan el sentimiento de nacionalidad,
    siendo asumidos por él, como destino histórico. De
    allí que toda la exposición
    tenga ese carácter intimista, personal y
    autobiográfico, y al mismo tiempo pueda mostrar la
    argentinidad como un atributo de la sociedad.

    La exposición
    de sus vivencias que constituyen la propia historia va revelando
    poco a poco lo inmenso, lo poderoso de la conciencia nacional,
    por momentos, y lo decadente y trágico en otros. Bien
    puede decirse que la narrativa de Mallea es el centro de
    referencia a los aciertos y desvíos en la que la historia
    de la nación comprometió destinos colectivos.
    "… Vi la primera luz de mi tierra
    en una bahía argentina del Atlántico. A los pocos
    días me estaría meciendo como un juguete torvo de
    quien sabe que paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las
    dunas –cada segundo desplazadas–, el clima
    versátil, el viento animal…" (Meditación de
    la Costa, 1971: 311)

    Y creció este sentimiento junto al trágico
    desenvolverse del país, percibiendo los acontecimientos
    profundos que animaban el espíritu de la nación.
    "…Esa Argentina la llevaba yo en mi propio dolor y cuanto
    más sufrimiento me deparaba, la realidad más
    cercana me hallaba yo de ella… En los momentos de mayor
    incertidumbre le tocaba: todo ella era conciencia, en estos
    trances como conciencia …" (Meditación de la Costa,
    1971: 311)

    Conciencia que se identificó con la conciencia de
    la Nación. Conciencia que aspiraba a ser expresión
    de muchas conciencias por las que reclamaba en nombre de su
    pasión, al presentir las indiferencias y desasosiegos que
    crecían al ritmo de vicisitudes menores. Conciencias
    claras que se revelaban en actitudes
    fundamentales, algunas de las cuales las describe así:
    "…Conciencia es la del hombre que sale con el amanecer,
    con la reciente claridad del día, a recoger el fruto de su
    siembra y sabe lo que ha plantado en su campo y lo que quiere
    recoger y con quien compartirá ese fruto en el auspicio
    del verano y en la adversidad del invierno; conciencia es la del
    hombre de ciudad que reconoce su gozo y su dolor y a ambos lo
    contiene con digna exaltación y sin trivialidad;
    conciencia es la de la que no admite para su trabajo, sino lo que
    es bueno para su trabajo, para su arte, para su
    comercio, para
    su industria, y
    todo lo ejerce sin cometer el delito que
    amenaza ser el más grande de nuestro tiempo y que no se
    puede signar mejor que con palabras: INVASIÓN DE
    HUMANIDAD…" (Meditación de la Costa, 1971:
    372)

    Conciencia que crece sin palidecer la voluntad de
    creación o de hacer de los demás, la única
    que necesita una nación para consolidarse en la
    controvertida dialéctica del tiempo. La historia de los
    pueblos, son los episodios cotidianos que se desarrollan
    prósperos o decadentes en el espacio que la tierra le ha
    ofrecido como "mundo" –no mera porción de
    tierra– sino mundo complejo que surge del sentimiento por
    esa tierra, sea del padecer o gozar, respondiendo el hombre en
    cada una y todas las instancias al llamado trascendente que viene
    y está oculto desde la misma creación.

    La historia de una nación puede comenzar a
    escribirse, cuando ha superado el drama colectivo que provoca el
    sentimiento de "querer ser" iniciando la marcha hacia el "ser", y
    eso surge una vez que el sentimiento colectivo de aspiraciones y
    propósitos comunes se empeñan en afirmar y ascender
    a partir del carácter participativo, y se trasciende,
    revelándose con sus variados significados y sus diferentes
    fisonomías, alcanzando ese desarrollo permanente de
    "unidad y expresión", que es la síntesis que surge
    de la comunidad
    territorial y moral. Y es en la Nación donde la
    nacionalidad encuentra el límite a la identidad que
    produce el sentimiento de unidad del hombre y la tierra. Y es a
    partir de allí que se puede comenzar a escribir su
    historia, a partir de esa unidad. Concluirá: "… La
    nación es una unidad histórica…" (La vida
    blanca, 1960: 147)

    Y unidad histórica quiere decir y significar
    acontecimiento, propósito, voluntad si es que se dirige a
    un fin, y a un fin se llega cuando se alcanza antes la unidad
    fundamental, la de la verdadera comunión espiritual. Un
    pueblo unido por el mismo sentimiento de creación puede
    hacer de ese sentimiento una nación. La nación
    así considerada es una comunidad cohesionada por
    sentimientos, cuyos valores se ha proyectado y alcanzan plena
    realidad, cuando el proyecto de
    realizarlo se lleve a cabo. Una nación queda caracterizada
    por la manera de crearse y desarrollarse valorativamente. Valorar
    es crear, según lo expresaba Nieztche en el delirio de su
    sabiduría.

    La manera de valorar que caracteriza cada pueblo, cada
    sociedad, los distingue e individualiza de los demás y
    este es el sello con el cual se identifican, que en el sutil
    pensamiento de Mallea, para la Argentina deriva de una
    conformación moral basada en el sentimiento de libertad y
    donación, de desinterés, entrega y
    generosidad.

    Como ya fue dicho: "… Una calidad moral,
    una calidad interior, un valor inmanente y más que
    físico, condiciones sobre las cuales la voluntad de crear
    crea con solidez como sobre una roca y no con endeble
    transitoriedad como todo lo que era aquella cuya planta moral
    vegeta en el aire…"
    (Historia de una pasión Argentina, 1971: 359)

    El alma de un país, su espíritu, es
    permanente, no cambia siendo en la manifestación del
    sentimiento de nacionalidad donde se encuentran esos rasgos
    inalterables, arquetípicos. Esa es su esencia. Sólo
    se trasmutan los modos y modos no son formas.

    La idea de territorialidad espiritualizada es un
    concepto fundamental en el pensamiento de Mallea que encierran
    esos caracteres y origen los que adquieren sentido moral, ya que
    el individuo debe responder y proclamar su propia
    definición de bien, de querer y desear el bien,
    acción que se define en un acto de
    valoración.

    -IV-

    DESHUMANIZACIÓN Y CRISIS: SU
    PROYECCIÓN Y EFECTOS

    La historia como acontecimiento humano es una
    sucesión de hechos que se producen por la manera de
    estimar y valorar. La historia de un pueblo o nación es la
    resultante de esas estimaciones contenidas en los proyectos
    respectivos de vivir. Los modos en que la sociedad se conduce,
    valorado en su conjunto, indican su manera de ser, y cuando esos
    modos cambian su manera o su sentido, lo que la sociedad muestra
    es que algo está siendo objeto de desvalorización o
    revalorización.

    Si esos cambios se producen asimilando sus estados
    pasados respecto de los presentes, momento a momento, instante a
    instante, y se pasa de una secuencia natural a otra
    orgánicamente estructurada, la evolución es el signo valorante de la
    transformación, aún si los cambios que se producen
    son recurrentes soportando crisis y restableciendo el orden en
    nuevos estados. Si el cambio es
    absoluto y abrupto, lo que la sociedad muestra es una
    concepción revolucionaria que esa sociedad siente y
    valora.

    En teoría,
    los hechos y orígenes que lo explican responden a
    distintas concepciones filosóficas y políticas,
    tópico éste ajeno a la naturaleza que se pretende
    exponer en este trabajo, pero oportuno de referir, ya que en el
    pensamiento de Mallea los cambios en los modos de valorar son los
    factores que modifican el orden originario con el que se
    constituye una nación.

    En la obra de Mallea se encuentra implícita la
    idea donde determinadas actitudes pueden desvalorizar la esencia
    misma del carácter nacional, y eso ocurre cuando la
    voluntad de identificarse y trascenderse aparece "deshumanizada",
    porque en las actitudes de deshumanización se afirma la
    negación de ser–persona.

    Como de alguna manera la existencia continúa, esa
    deshumanización lo que produce es una ilegítima
    representación de "su ser": Parecer en lugar de ser.
    Mallea lo expresa de este modo: "… Por eso vemos a su
    muchedumbre de sujetos mantenerse en estados o actitudes
    derivados, sin ser nunca la cosa misma. Atreviéndose sin
    atreverse del todo. Rozando las virtudes y los defectos sin
    asumirlos. Queriendo sin llegar al deseo, hablando sin llegar a
    la palabra, opinando sin llegar a la opinión, dirigiendo
    sin llegar a dirigir, dando sin llegar a la caridad, aspirando
    sin llegar a la aspiración, estudiando sin llegar al
    estudio, actuando sin llegar al acto, criticando sin llegar a la
    crítica, comprendiendo sin llegar a la comprensión:
    viviendo, en suma, sin llegar en efecto a vivir." (Historia de
    una pasión argentina, 1971: 345.) Una yugulación de
    la existencia, un vivir parcial, que encuentra su
    correlación en una lógica
    convencional, donde responder sin producir mayores alteraciones a
    una voluntad sin incitación a la réplica, a la
    controversia y a la definición.

    Lo que genera la deshumanización es un sentido
    utópico y falsificado de concebir el modo civil de vida,
    reduciendo cada vez más el horizonte total, donde el
    espíritu de la nación pueda desplegar su natural
    evolución, produciendo una
    desvirtualización del mismo sentimiento de nacionalidad,
    situación ésta que, socialmente, se ve expuesta en
    las décadas que precedieron a la actual, donde aparece
    reducido en el ánimo de la nación su
    energía, su profundidad y su rigor ético, habiendo
    sucedido esto según lo entiende Mallea –y participo
    de esta creencia– por el fenómeno deshumanizante,
    invalida la razón como fue con ciertos apagamientos que
    antes habitaron en la voluntad, siendo así que el
    desistimiento y el desempeño vinieron a reducir el campo en
    donde la Argentina exponía su gran misión de
    "libertad y desinterés", de ejemplificación, de
    construcción, que eran notas con las que se
    conformó el sentido de nuestra nacionalidad.

    Una manera de emplear morosamente la inteligencia y
    afectar a la razón a fines que no nos trascendiera
    más allá de la individualidad. Ese fue el comienzo
    de una ominosa y degradante marcha emprendida ciegamente y sin
    objetivos, sin destino colectivo, sin fines éticamente
    políticos. Fue ganando lentamente en cada conciencia una
    manera de argumentar que justificara circunstancialidades,
    situaciones, honores, patrimonios, bienestar y sabiduría,
    sin que esto comprometiera responsabilidad, creándose un ánimo
    de conformismo producido en medio de la deformación de la
    voluntad, que avanzaba como un sarcoma por el tejido
    sano.

    De esta manera, el sentir, el valorar, el querer, todo
    el sentimiento al fin, al imponerse a la razón en medio de
    su apocalíptica travesía, hizo que la conducta fuera
    más instintiva, menos libre, irracional, salvaje, esclava,
    perdida en desmoralizaciones y arbitrajes absurdos. "…
    Empecé por preguntarme –señala Mallea–
    cuáles eran los males y su etiología en ese modo de
    existencia que tanto deformaba las formas de nuestro cuerpo
    nacional. Se me aparecieron en los rasgos de un extraño
    –y nocivo– palidecimiento, en una disminución
    sensible de los tonos superiores del comportamiento, en una caída del vuelo,
    como podría decirse hablando de una ave orientada pero
    disminuida en el ritmo de su proyección…" (La vida
    blanca, 1960: 14)

    El espíritu de la argentinidad, su ética, en
    el pensamiento de Mallea consistió siempre en una calidad
    definida. Desde el origen, la sociedad se caracterizó por
    conservarlo en el proyecto común de vida, consciente del
    valor como bien, hasta que fuera ganando terreno en la
    nación, el desinterés y la estimación por
    las cuestiones fundamentales que hacían al espíritu
    del país. La sociedad dejó de ser integrada por
    "personas" al perderse la voluntad de trascendencia en la medida
    que se deshumanizaba y pasó a ser una sociedad compuesta
    por "individuos". Y con simples individuos, no se construye una
    nación y, si está construida ésta, no
    alcanza para sostenerla y proyectarla. Sin esfuerzos y criterios
    homogéneos que valoren y creen se pierde la unidad, la
    energía, el ritmo y hasta la expresión.

    La vitalidad de una nación, su vigencia, su
    permanencia, su identidad es y
    será siempre el resultado de las expresiones constantes de
    su espíritu manteniéndose inalterable. Los pueblos
    y las naciones no son caravanas peregrinando sin destino. Mallea
    sentencia: "… Toda calidad vivaz y continua se manifiesta,
    al encarnar en cosas humanas, por una progresión
    perdurable de actos iguales a sí misma. Esta
    sucesión de afirmaciones define el grado de legitimidad
    implícito en un actuar, ya sea moral, ya sea
    físico, ya social. Pues bien, a ir a resolverse en una
    calidad igual a sí misma, muchos aspectos vitales de la
    Argentina han vacilado al filo de tener que decidirse, y en vez
    de remontar en su auténtico sentido, han sesgado por la
    pendiente de la indecisión y la deformación, han
    optado por no parecerse a lo que tenían que ser, sino a
    los más gratuitos y monstruosos caprichos…" (La
    vida blanca, 1960: 98)

    La acción concertada en complicidad y silencio
    por afirmarnos en la individualidad, ha sido la causa que
    consolidó la desintegración de la conciencia
    nacional. A nadie se debe culpar más que a nosotros mismos
    por haber consentido tan extraña como absurda manera de
    entender lo que significa nación, nacionalidad e historia,
    que es vida en el sentido elevado y pleno, que nos muestra la
    revelación "del ser".

    La deshumanización, el individualismo y la
    desmoralización que se generaría permitió
    avanzar a un nuevo modo de vida. Fueron aceptados trueques por
    urgencia, satisfacción y especulación. Enraizaron
    los defectos como una manifestación justificable del
    espíritu, conviniendo que era posible vivir desde la
    superficie.

    Mallea en La vida blanca logra dar cabida a toda esa
    cambiante realidad, producida por la deshumanización, el
    individualismo, y la lógica
    anodina de la expresión que el fenómeno de
    desvalorización produjera. Estas desvalorizaciones
    traducidas en actos las expone Mallea así:

    El juego del
    pequeño cálculo:
    "…Lo que da la tónica a nuestra vida es,
    según se habrá echado de ver un juego de
    construcciones convencionales…" (La vida blanca, 1960:
    108)

    La moderación apegada al precedente:
    "…Todo aquello que lo compromete a un esfuerzo, a un
    conflicto, a
    un afrontar el medio y resiste mediante un resuelto vivir, es
    pronto y generalmente desechado, para optar por lo que no se vea
    desde el vivir de lo más demasiado distinto…" (La
    vida blanca, 1960: 108/9)

    La evasión que soslaya el compromiso: "…La
    vida blanca supone evitamiento de todo conflicto
    íntimo. Tiende a protegerse mediante preservaciones
    infinitas interiores, escapadas, precauciones, silencios,
    resentimientos…" (La vida blanca, 1960: 115)

    La imprecisión de la expresión que no
    justifica nada en los fines: "…Por eso, en los seres de
    vida blanca todo se decide en actos medios y nada
    resuelve hasta sus fines…" (La vida blanca, 1960:
    116)

    El análisis que hace del comportamiento social
    del argentino, a consecuencia de la manera de valorar, le
    hará pronunciar sobre la crisis que pocos advierten, con
    un claro dictamen: "… La Argentina no vive hoy a la
    cultura de sus
    cualidades sino a la altura de sus defectos…" (El sayal y
    la púrpura, 1937: 150) "…Hay muchas cosas que los
    argentinos no debieran olvidar nunca en su meditación y en
    su acción del país cuando lo piensan en
    términos de potencial supremacía. Un destino
    nacional no es el objeto de un azar inspirado en proceso de
    recolección. Destino nacional es potencial siega de las
    propias espigas cultivadas…" (El sayal y la
    púrpura, 1937: 151)

    Mallea no nihiliza con la suerte final del destino
    nacional, por el contrario, padece la convicción de que la
    Argentina será llamada pronto a su nueva misión,
    que la suma de errores serán superados, como lo
    serán también las fisuras morales por donde
    huyó el soplo poderoso que conformó el
    espíritu de la nación. Es bien conocido el deseo de
    las mil veces: "…Si mil veces tuviera que elegir, mil
    veces elegiría nacer de nuevo en las costas de mi tierra,
    crecer entre sus ríos, atender el rumor dulce de su
    pausado crecimiento. Si mil veces tuviera que elegir, mil veces
    elegiría escuchar los modos de su voz, ver los matices de
    sus rostros, seguir conmovido el vuelo de sus pájaros. Si
    mil veces tuviera que elegir, mil veces desearía mi cara
    al suelo para distinguir, en un latido paciente, el eterno son
    nativo de sus generaciones. Si mil veces tuviera que elegir, mil
    veces elegiría la suerte múltiple de ser mil veces
    argentino…" (La vida blanca, 1960: 180)

    La obra de Mallea, por el tono y el estilo, no ofrece
    ninguna duda sobre la base que interpreta la filosofía del
    espíritu de la nación. Es el más cabal
    revelador de la conciencia nacional, de la realidad que padece y
    de la que deviene. Esa realidad la entendió siempre desde
    los aspectos morales, es decir de los lugares más sentidos
    de humanización: "…ante la disgregación
    inminente…" (La guerra
    interior, 1963: 60) "…en busca de la formación de
    esencias y substancias del hombre en la hora anárquica de
    las cosas y la existencia…" (La guerra
    interior, 1963: 60)

    Su sentido de humanización lo llevará
    entendida la Nación como una unidad política a
    identificarse con el orden y la democracia. Es
    preciso no confundir su posición filosófica
    referida a la política, a veces acerbamente criticada. En
    el epílogo de La vida blanca, escrita en 1960, expresa:
    "…Esto se obtendrá no mediante una revolución, sino mediante una
    evolución. La evolución consistirá en una
    asunción gradual y colectiva de lo que cada uno ha elegido
    sinceramente como patente y meta de su ser, lo cual da lo mismo
    que decir de su yacer. Consistirá en barrer –ante
    todo en uno– oh hombres responsables de este mundo, en esta
    herida hora de su historia, todo cuando no sea vocación de
    sinceridad, vocación de energía íntima,
    vocación franca y honda de sí mismo, sin
    ocultación de la propia riqueza, que nos hace honrado en
    la mesa del amigo y nos da la dulce y sería voluntad de
    perfección…" (La vida blanca, 1960:
    176/77)

    Algo sumamente claro es el legado que deja la obra de
    Mallea sobre las cuestiones fundamentales del país, en los
    aspectos históricos, sociales y morales, según
    él lo entendía. O se construye una República
    Moral antes que una República Política, o se
    compromete el destino y la existencia del hombre Argentino en la
    historia. O se construye el hombre en su moral, antes que en
    cualquier otro aspecto de la vida, o se hunde en el infortunio y
    la desesperación. O se valoriza desde la moral o es
    devorado por los desistimientos recíprocos. O los
    argentinos avanzamos con sentido de unidad empleando la
    razón y la voluntad ordenadamente, o nos extraviamos en la
    ciénaga que impone el descreimiento, por pretender vivir
    eludiendo las cuestiones esenciales, y en resumen, o se cree en
    lo humano como tarea fundamental, o se convierte en el mejor de
    los casos en un salvaje ilustrado y, en el peor, en un
    bárbaro incontenible.

    Parecería que el análisis que desarrolla Mallea en su obra
    acerca de la naturaleza, característica y modo de ser del argentino,
    fuera un catálogo de imperfecciones, defecciones,
    desaciertos selectivos, y equívocos intemporales, que
    muestran a una sociedad decadente, irresoluta, confundida, que
    vive permanentemente empeñada en sostener un proyecto y
    programa
    creciente de decadencia que la llevará a su propia
    aniquilación. La existencia de cierta crítica
    mezquina parecería confirmarla en la mezquindad de los
    contenidos que encubre, atribuyéndole un elitismo
    ideológico cuando no social, por lo que el concepto
    "pueblo" suele connotar en los bajos fondos de la
    politiquería nacional.

    ¡Gran error! El extraordinario valor de los
    contenidos éticos de la nacionalidad que hizo a la
    Argentina, precisamente, es obra del pueblo más que de sus
    regentes, y si a alguno o a alguien alcanzan las impugnaciones de
    un elitismo supuesto, es precisamente a quienes, eligiendo el
    oficio de representar y conducir a la nación, desertaron
    de sus propias misiones. No es el pueblo el artífice de
    ninguna decadencia. Mallea expresa: "… Pero los hombres no
    respondieron desde arriba a esa voluntad de abajo…" (La
    vida blanca, 1960: 39) "… La esperanza, la necesidad de
    fe, la confianza, la expectación, la pasión por el
    futuro nacional se disolvió en agrios ácidos…" (La vida blanca, 1960:
    39/40)

    Exponer una realidad que manifieste no implica negar,
    cuando se trata de valores
    morales, que los mismos no pueden recuperarse. Que
    sería de la vida de los hombres si padecieran esas
    condenas terrenales, y que sería de las naciones, de los
    pueblos, caídos en ruinas por la omisión de quienes
    por obligación, deberían ser no sólo los
    agentes sino la voz nacional del orden.

    Cuando Mallea escribía sobre la Argentina su obra
    fundamental, Historia de una pasión Argentina, por el
    año 1933, la nación mostraba en la expresión
    los grados de un mal que se anticipaban ya en el cuerpo social.
    Pero no era toda la nación, no eran todos, no era el
    pueblo extenso; excluía a los que se manifestaban en su
    hacer oculto e invisible, silencioso y anónimo.

    Los que provocaban la lenta descomposición
    nacional eran otros, a los que Mallea definió con su
    prodigioso arte, como
    aquellos exaltados que constituían el país visible,
    que estaban ya construyendo y seguían haciendo la
    Argentina ficticia sustituta de la Argentina real. "… Y
    odiaba a esos deformadores, a esos traidores, a esos burgueses en
    el hecho de cierta venal incurría. Me odiaba a mi mismo;
    no podía soportarme…" (La vida blanca, 1960: 342)
    "… Y cuando salía de allí, en la calle, en
    los clubes, en los salones literarios, en las tertulias de
    "cejialtos" y "cejialtas", iba a encontrarme una vez con esa
    gente, hombres desvirtuados, desnaturalizados, islas anodinas a
    la deriva de sus propios mitos…"
    (La vida blanca, 1960: 342)

    Todo lo que encontraba perdido en esos hombres regentes,
    necesitaba descubrirlo en otros rescatado. Pero ante todo, era
    menester definir el origen del mal visible en la superficie del
    país. ¿Tenía su origen ese mal en el
    espíritu, en el alma, en el intelecto de esos argentinos
    con voz y predominio? Evidentemente en ninguno de los tres. No
    era un delito del
    espíritu, del alma, del intelecto, aunque los tres
    estuvieran espontáneamente complicados. Era un delito de
    la conciencia. El delito de esos hombres que habían
    "… suprimido sus propias raíces y tenían al
    país substancialmente en el aire, no era otra
    clase de aberración. No es otra la aberración del
    mercader en lo moral. Era como si estuvieran vendiendo a buen
    precio, la
    adulteración de un producto
    natural, todos esos magistrados, señores, funcionarios,
    profesionales, industriales, personajes todos éstos,
    argentinos visibles…" (Historia de una pasión
    Argentina, 1971: 353)

    Este pasaje, más otros traídos
    deliberadamente en páginas anteriores vienen a confirmar
    lo que expresé anteriormente, "a la lógica de los
    argumentos ficticios" o a la constante falsedad de los juicios
    que se utiliza indiscriminadamente, y que reproduce aquellas
    malas enseñanzas que se originaron en las especies humanas
    del argentino visible, como señala Mallea. Para cubrir las
    aberraciones que se producían, aquellos argentinos
    inventaron una lógica propia y adecuada a la
    aberración que la justificara. Así surgió un
    lenguaje evasivo –esa es mi creencia– que ganó
    a la misma expresión, es decir al sentimiento,
    también ficticio, deformador de la realidad nacional.
    "…Nuestro idioma había llegado a ser, en la
    Argentina visible, un idioma blanco, pálido, promiscuo,
    falseado…" (Historia de una pasión Argentina, 1971:
    352)

    -V-

    CASI UNA
    CONCLUSIÓN

    En la expresión está la prueba del mal que
    gravita. Es una convicción personal, al mismo tiempo, una
    obsesión insoslayable, una sobra que se agita
    constantemente, como creo se agitara en otras conciencias que
    aprecien el valor de la verdad por sobre cualquier otro
    más soluble, más ácido. Nada de lo que
    exprese y tenga pretensión de ser voz nacional, se refiere
    en su hondura a la nacionalidad, al espíritu de lo humano
    en su dimensión, en su territorio moral, con honradez y
    sinceridad. La deshumanización alcanzada los unos con los
    otros. Es un mal que viene rondando, como las piedras que caen de
    la montaña arrastrando más y más piedras,
    hasta anular el camino que la circunda.

    Esa es una impresión que produce el país a
    quien avizora la inexistencia de esencialidad humana. Las cosas,
    los objetos, y todo lo que produce un hedonismo consumista del
    cuerpo, no del espíritu, adquiere prioridad, y toda una
    lógica se empeña en sostenerlo. Todo el hacer y el
    quehacer se vuelca a la acción de alcanzar lo que puede
    llegar a constituir un placer, no felicidad, que es dominio del
    espíritu, tal cual lo entendía el estagirita
    Aristóteles.

    Mallea es la expresión de la conciencia nacional
    declarada vacante. Vacía esa conciencia, desierta el alma
    nacional, sin voz, Mallea es llamado a alzar la suya desde el
    borde del abismo que rodea inexplicable a los solitarios, a los
    que buscan en el infinito la causa de la justicia y la
    belleza por la cual trabajó siempre una verdad solitaria.
    Así expresa su sentimiento: "…La ecuanimidad de la
    conciencia no se consigue ya con paz, sino con una lucha de cada
    hora contra los que en todos los campos de la humana actividad
    son gobernadores de las tinieblas, los déspotas, los
    perseguidores sangrientos de criaturas espirituales. Es decir,
    los que matan según la única ley de sus odios
    deliberados de sus odios sistematizados…" (Historia de una
    pasión Argentina, 1971: 430)

    BIBLIOGRAFÍA
    CONSULTADA

    • Ganivet Angel (1946), Idearim Español, Buenos Aires,
      Emecé.
    • Mallea Eduardo (1937), El sayal y la púrpura,
      Buenos
      Aires, Losada.
    • Mallea Eduardo (1971), Historia de la una
      pasión argentina, Buenos Aires,
      Emecé.
    • Mallea Eduardo (1963), La guerra interior, Buenos
      Aries, Sur.
    • Mallea Eduardo (1960), La vida blanca, Buenos Aires,
      Sur.
    • Mallea Eduardo (1971), Meditación en la costa,
      Buenos Aires, Emecé.

     

      

     

    Jorge Marin

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