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Inmigración y literatura: Primeros días



    1. El Hotel de
      Inmigrantes
    2. Nuevos
      porteños
    3. Hacia el
      interior
    4. Notas

    En esta monografía
    me ocupo de los primeros días argentinos de los
    inmigrantes que llegaron entre 1870 y 1950: la radicación
    de algunos en Buenos Aires y
    los viajes que
    otros realizaron hacia el interior. Tomo como fuente testimonios
    literarios y periodísticos de argentinos, extranjeros e
    inmigrantes.

    La travesía ha llegado a su fin. Los pasajeros,
    con su documentación argentina, se
    encuentran con sus familiares, amigos, o empleadores o se remiten
    a las instituciones
    que los socorren. Los que no tienen conocidos en la nueva
    tierra, se
    dirigen al Hotel de Inmigrantes. Días después,
    desde allí unos se trasladarán a un conventillo;
    otros, a una vivienda más digna, y muchos viajarán
    hacia las colonias.

    El
    Hotel de Inmigrantes

    En algunos libros hemos
    encontrado testimonios acerca de la existencia de esta
    institución. Ellos, de diversa índole, nos hablan
    de la presencia del Hotel de Inmigrantes y de su importancia en
    la comunidad.

    Aparece en páginas de Antonio Argerich. A este
    escritor, acérrimo enemigo de la inmigración, que vivió entre 1855 y
    1940, Luis Soler Cañás lo recuerda como "el
    olvidado precursor de la novela
    naturalista en la Argentina" (1).
    Escribió ¿Inocentes o culpables?, obra en la
    que plantea el dilema del determinismo y el libre
    albedrío. De ella se dijo que "no es más que una
    torpe historia de un
    inmigrante italiano, con la que se propone probar cuántos
    daños puede acarrear a la sociedad
    argentina la inmigración de gentes de razas inferiores"
    (2).

    En esta novela, publicada
    por primera vez en 1884, alude al establecimiento que albergaba a
    los extranjeros que no tenían trabajo al desembarcar.
    Afirma Argerich: "Al salir del Hotel de los Inmigrantes se
    juntó con una manada de compañeros que
    seguían la vía pública por la mitad de la
    calle. Había hecho relación con estos sus paisanos
    y todos á la vez buscaban trabajo" (3). Se refiere
    agresivamente a quienes de allí salían,
    asemejándolos a animales, recurso
    que también utiliza Cambaceres (4) al describir a los
    inmigrantes.

    Alberto Gerchunoff menciona el Hotel en su
    "Autobiografía", "escrita en París en 1914 y
    publicada por primera vez en 1952" (5). En ese texto recuerda
    que "Del Hotel de Inmigrantes, de Buenos Aires, nos
    llevaron a Moisés Ville en la provincia de Santa Fe. Es la
    primera de las colonias fundadas por el Barón Hirsch".
    Habían llegado al Hotel provenientes de Tulchin, Rusia,
    "Una ciudad sórdida y triste, sin alumbrado ni aceras,
    cuyo lujo arquitectónico se reducía al palacio
    semiderruído de los condes de Bazá y a un edificio
    llamado La Buena, sitio de paseos dominicales".

    Los personajes de La logia del umbral (6), de
    Ricardo Feierstein lo describen como un edificio "enorme,
    vetusto, dividido en muchas habitaciones. Con largas mesas y
    bancos
    laterales". Se refieren a los inmigrantes como "cientos y cientos
    de bocas hambrientas. (…) sin idioma, cansados, confundidos" y
    recuerdan que allí les dieron "pan y carne, en platos de
    lata. (…) Y algunos religiosos (…) no querían comer.
    Decían que la carne era treif, impura. Que no era
    para nosotros, judíos de fe". "Pero bien que
    extrañamos esos almuerzos cuando fuimos hacia el campo
    –agrega otro. Días y días casi sin masticar.
    Los niños
    enfermaban…"

    En el cuento de Luis
    León "Chacarita, Vísperas de Pésaj", otro
    judío, esta vez un sefaradí proveniente de Esmirna,
    recuerda con disgusto su paso por el hotel: "Cuarenta días
    en el vapor no fueron menos que cuarenta años en el
    desierto, y al llegar, ese hotel. Parecido a la timaraná
    de Chesmé, igual a ese manicomio donde murió
    Doudou, su madre que nunca lo abandonaba, y comenzó a
    dejarlo un día, de a poco, en su cerebro, poco a
    poco hasta olvidar quién era su único hijo, y otro
    día se fue entre esas paredes ajenas. Esas inmensas salas
    llenas de camas, donde cada uno hablaba de lo suyo y sin que
    nadie los entienda" (7).

    El recuerdo de ese lugar es una pesadilla para el hombre:
    "Así llegó la oscuridad, invitándolos a
    dormir, y a soñar, cuando apenas había bajado
    el sol.
    Sueños pesados, adentro la timaraná, en las salas
    del Hotel de Inmigrantes, con peleas en idiomas desconocidos, con
    camas altas casi inalcanzables y trozos de matzá
    pisoteados, molidos por los gruesos zapatones de inmigrantes que
    iban y venían sin verlos".

    Estas palabras nos traen a la memoria
    aquello que expresa sobre el Hotel Jorge Páez en su
    libro El
    conventillo
    : "Como consecuencia de este fenómeno de
    crecimiento, en una ciudad apenas preparada para un cambio de tal
    magnitud, emergiendo trabajosamente de la sueñera
    remansada del período anterior, nació el
    conventillo, cuya antesala sórdida y atestada fue el
    célebre Hotel de Inmigrantes" (8).

    Un pionero holandés menciona en sus memorias al
    Hotel): "En mayo de 1889, el vapor Leerdam trajo a los primeros
    inmigrantes holandeses a la Argentina. En este barco
    llegó, a los 10 años, Diego Zijlstra, quien en su
    libro, Cual
    ovejas sin pastor
    , recuerda su llegada: ‘Desde el vapor
    hasta la costa tuvimos que navegar en lancha y carro unos diez
    kilómetros soplando un viento de invierno que nos
    penetraba hasta la médula de los huesos. Ya
    estábamos en la tercera semana de junio… Verano en el
    hemisferio Norte. Pero invierno aquí… Engarrotados de
    frío y medio hambrientos pisamos por fin tierra
    argentina‘ " (9).

    La rutina diaria de la institución es evocada en
    el relato Stéfano, de María Teresa
    Andruetto. En esa obra, la autora narra: "El hotel está a
    pocos pasos de la dársena; tiene largos comedores y un
    sinfín de habitaciones. Les ha tocado un dormitorio oscuro
    y húmedo. En la puerta, un cartel dice: Se trata de un
    sacrificio que dura poco. (…) Los dormitorios de las mujeres
    están a la izquierda, pasando los patios. Por la tarde,
    después de comer y limpiar, después de averiguar en
    la Oficina de
    Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con
    sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han
    conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura,
    a los dados o a las bochas" (10).

    El angel del capitán. Biografía del
    capitán croata Miro Kovacic
    , es el título de
    uno de los libros de
    Chuny Anzorreguy. Al final del mismo, relata el narrador: "Fuimos
    a vivir al Hotel de Inmigrantes. Dejamos allí nuestros
    petates. Unos bolsos, un baúl…, y salimos a caminar.
    Como en Trieste. Pero la sensación era diferente.
    Caminábamos con alas en los pies" (11).

    María del Carmen García es autora de los
    "cuentos de
    gringos" que se encuentran reunidos en el volumen titulado
    Cuentos de criollos y de gringos, publicado en
    colaboración con Fanny Fasola Castaño, quien
    escribió los cuentos de
    criollos. En uno de los textos allí reunidos, la autora
    presenta a unos asturianos alojados en el Hotel (12).

    Patricio Pron, escritor santafesino, seleccionó
    para integrar una antología un cuento en el
    que menciona un hotel anterior al que conocemos. El protagonista
    de "La espera" "era porteño. Había nacido
    allá por 1908 en La Boca, en el Hotel de Inmigrantes, un
    día de lluvias frías. Sus padres, llegados hacia
    días de Cataluña, le habían transmitido casi
    sin saberlo esa sensación de ya no pertenecer a ninguna
    parte, ni a Cataluña ni a Buenos Aires" (13). El edificio
    al que Pron se refiere ha sido adquirido recientemente por la
    Fundación Andreani para la construcción de su nueva sede.

    Historiadores, memoriosos y quienes estuvieron
    hospedados allí evocan dicha institución en el
    periodismo
    gráfico y en material de diversa índole. En el
    propio Hotel, un panel reproduce las palabras del polaco Pablo
    Novak, tomadas del audiovisual sobre la institución (14).
    Este hombre,
    llegado a la Argentina en 1949 recuerda los magníficos
    asados que se hacían al mediodía y agradece las que
    califica como sus primeras buenas comidas en toda la
    vida.

    En 1998, el Buenos Aires Herald llegó a
    sus primeros 122 años, y los conmemoró publicando
    "The Argentine Mosaic. Who we are and how we got here", un
    suplemento dedicado a la historia de las
    colectividades que habitan el país. En el trabajo
    referido a los irlandeses, Michael John Geraghty relata un
    lamentable suceso en el que se menciona el Hotel. En 1889
    arribó el SS City of Dresden, con alrededor de dos mil
    pasajeros. "The episode was a total fiasco. When the ship docked,
    the Hotel de Inmigrantes was full and the parched, starving
    passengers were forced to sleep in the open" (15).

    En el Hotel se hospedó también un
    renombrado antropómetra. Lo afirma Diego Heller (4): "El
    había nacido en Lessina, una ciudad del imperio
    austrohúngaro. (…) se llamaba Juan Vucetich, y en el
    otoño de 1884 desembarcaba sus sueños de
    recién venido en el Hotel de los Inmigrantes".
    Tenía claros sus objetivos:
    "Vucetich había desembarcado con dos ideas: hacerse la
    América
    y no volver a cargar un barril más en la vida"
    (16).

    En el Hotel se reclutaba a los europeos "no bien bajaban
    del barco", para trabajar como guardias penitenciarios
    (17).

    En una Carta de
    lectores, José Arias expresó: "Quiero dejar
    aquí constancia del trato y de la atención que las autoridades tenían
    con los inmigrantes. Nos daban comidas sanas y abundantes; para
    dormir, camas limpias y cómodas; en mi caso han pasado
    sesenta y ocho años, yo entonces tenía trece, pero
    nunca podré olvidar mi paso por el Hotel de Inmigrantes. Y
    como si esto fuera poco las autoridades de inmigración le
    sacaban el pasaje a destino y se lo pagaban, y hasta lo
    acompañaban hasta las estaciones, por lo menos en mi caso"
    (18).

    Días después, Marta B. de Pellegrini
    envía al matutino una carta motivada
    por el mensaje de Arias. En ella escribe: "Llegar a un lugar
    donde todo era desconocido, la tierra, el
    idioma, la gente, predisponía en nosotros a aumentar la
    incertidumbre, hasta que fuimos llevados al Hotel de Inmigrantes.
    Era una especie de oasis, donde nos agruparon según la
    nacionalidad y, ya con el ánimo calmado, empezamos a mirar
    la realidad de esta suerte de tierra prometida. Nos
    mantuvimos durante dos semanas en las que el hoy llamado
    ‘viejo hotel’ sirvió de nexo entre lo
    trágico y conocido, que había quedado atrás,
    y lo nuevo y desconocido que teníamos por delante. No creo
    que haya en el mundo otro refugio semejante para recibir y
    albergar a los inmigrantes" (19).

    En 1999, La Prensa editó un suplemento
    para celebrar su 130° aniversario. En él se recuerdan
    los hechos fundamentales que tuvieron lugar durante las
    décadas que van de 1869 al año mencionado. Entre
    estos hechos, se encuentra al arribo masivo de inmigrantes a
    nuestro país y su alojamiento en el Hotel. Así lo
    describe Sergio Limiroski en "Y entonces llegaron Ellos": "Luego
    de pisar tierra y registrar su apellido –por lo general mal
    escrito- en la aduana, aquellas
    familias, de rostros duros de hambre y cansancio, eran alojadas
    en un viejo edificio de Retiro, que en 1911 se transformó
    en Hotel de Inmigrantes. Muchos de estos niños
    de las familias, hoy convertidos en abuelos, recuerdan al viejo
    hotel –que funcionó hasta 1952- con aquellos largos
    tablones donde se comía, los tarros de metal con que se
    tomaba la leche, las
    camas marineras donde se dormía, mientras esperaban que
    sus padres consiguieran el trabajo que
    les permitiera quedarse" (20).

    Susana Aguad, escritora, recordó al Hotel en su
    texto "Al
    bajar del barco". En esas líneas rememora los primeros
    instantes americanos de su abuelo, nacido en Italia, que
    emigró a los diecisiete años. Escribe Aguad:
    "El sol es tan
    fuerte como en Oleggio, donde se festeja este mismo día el
    comienzo del verano, mientras que aquí, en el
    confín del mundo, hace un frío polar. Cuando suben
    los agentes del Commissariato dell’Emigrazione ya
    están todos alineados frente al desembarcadero. A la
    derecha de la oficina de
    registro se
    levanta el edificio blanco del Hotel de Inmigrantes.
    Podrán alojarse gratuitamente durante cinco días y
    con sus tarjetas
    numeradas, entrar y salir libremente. Se disipa la angustia de
    una travesía de dos meses que les quitó fuerza y
    salud. Sin
    embargo, a algunos se les llenan los ojos de lágrimas
    cuando miran por última vez al ‘Génova’
    con sus dos banderas trenzando azules y verdes" (21).

    En una nota sobre el libro que la fotógrafa
    María Zorzon publicará sobre sus antepasados
    friulanos, se narra un episodio vinculado al hotel, relatado por
    Juan Faccioli, uno de los "integrantes de aquella primera
    migración que dejaron testimonios
    escritos": "Según Faccioli, al llegar al Hotel de
    Inmigrantes se enteraron de que estaban destinados al Territorio
    Nacional del Chaco, donde les darían tierras que estaban
    habitadas por aborígenes: algunos huyeron del Hotel de
    Inmigrantes, pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida
    volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí,
    a una colonia que se formaría del otro lado del arroyo El
    Rey" (22).

    Juan Carlos Marina tenía diecinueve años
    cuando presenció, el 17 de diciembre de 1939, el
    hundimiento del Graf Spee, acorazado alemán "destinado a
    hundir buques que llevaban alimentos de
    acá para Europa", que se
    encontraba en el Río de la Plata. Marina relató sus
    recuerdos de aquella jornada memorable; en su relato se
    refirió al Hotel de Inmigrantes: "a las ocho de la noche
    de ese día lo hundió el mismo comandante, la misma
    tripulación. Un capitán, que después
    vivió en La Falda, Córdoba, fue el encargado de
    ponerle tres cargas de dinamita. Sacaron la pólvora de los
    cartuchos de las balas, formaron tres paquetes explosivos y los
    pusieron uno en la popa, otro en las máquinas y
    otro en la proa. Después el comandante hizo bajar a toda
    la tripulación a los remolcadores y desde una lancha fue
    el que accionó la percusión de los explosivos.
    Todos se salvaron y fueron al Hotel de Inmigrantes de Buenos
    Aires".

    Es en ese establecimiento donde el comandante toma una
    trágica decisión: "de acuerdo a las órdenes
    de Hitler
    tenía que salir a presentar batalla. Pero eso era un
    suicidio. Fue
    tan impresionante que después de hundirlo, el comandante
    se pegó un tiro en el Hotel de Inmigrantes"
    (23.

    Otras fuentes se
    suman a la literatura y el periodismo
    para evocar al Hotel. Por ejemplo, el folleto informativo del
    museo histórico Juan Szychowski, de la ciudad de
    Apóstoles, Misiones, que incluye una referencia a la
    institución.(24).

    En septiembre de 2000, se inauguró Casa FOA en el
    Hotel de Inmigrantes. El estudio de Laura Ocampo y Fabián
    Tanferna, que tuvo a su cargo la ambientación de uno de
    los dormitorios, "antes que una reconstrucción
    histórica, prefirió hacer un homenaje a todos
    aquellos que vinieron con el coraje de iniciar una nueva vida"
    (25). Para ello, contaron con la colaboración de algunos
    de los inmigrantes que se hospedaron en el Hotel, quienes narran
    sus historias en sendas grabaciones. Son estos hombres y mujeres
    los húngaros Antonieta Rubido Zichy de Eicket,
    Américo de Gosztonyi, Esteban Bergner y Eugenio Weisz; Ana
    Wasinger de Schaab, nieta de ruso alemanes, y el español
    José Pereira Barros.

    Dora Schwarsztein es la Directora del Programa de
    Historia Oral de la Facultad de Filosofía y Letras de la
    Universidad de
    Buenos Aires. En su tesis
    doctoral, titulada Entre Franco y Perón
    (Crítica, 2001), presenta el testimonio de una
    española que llegó al Hotel. Dice la mujer: "Nos
    metieron en el Hotel de Inmigrantes. Salas muy limpias, pero,
    claro, una tristeza enorme. Nos agolpamos todas las mujeres
    españolas por un lado. Yo recuerdo las señoras
    más mayores que había, todas estaban tristes.
    Allí por primera vez vi un mate" (26).

    En "Bajaron de los barcos. Historia de la
    inmigración en Argentina", ingente trabajo realizado por
    profesores y alumnos del Colegio Schönthal, se presenta el
    testimonio brindado por Renate Schotellius en una entrevista que
    se le realizó. Allí, la pionera de la danza
    argentina, emigrada en 1936 a los catorce años, menciona
    el Hotel de Inmigrantes: "Yo viajaría treinta y ocho
    días en barco y llegaría un día determinado,
    que mi tío sabía cuál era. El problema fue
    que el barco se atrasó tres días y, al llegar era
    carnaval. Me sentí muy asustada, porque pensaba que mi
    tío me dejaría allí y tendría que ir
    a los hoteles para inmigrantes.
    Finalmente llegó sin ningún problema, le
    habían avisado" (27).

    La transmisión oral tiene gran importancia en
    esta clase de evocaciones. En mi familia, como en
    tantas otras, el Hotel es recordado con gratitud. Uno de mis
    abuelos se hospedó en 1905 en el Hotel de Inmigrantes de
    La Boca. Su muerte
    temprana me privó de este testimonio que hubiera sido para
    mí el más preciado.

    Nuevos
    porteños

    Muchos inmigrantes, como los asturianos que evoca
    María del Carmen García en Cuentos de criollos y de
    gringos, se quedaron en la ciudad de Buenos Aires: "Se acomodaron
    en una pieza de pensión en La Boca, paso obligado para
    todo humilde recién llegado, después del Hotel de
    Inmigrantes y antes de alcanzar el soñado terrenito
    propio" (28). "El secreto de cómo se produjo este pasaje
    de tanta gente de los cuartos del conventillo a una vivienda
    mejor reside seguramente en la comparación, durante todo
    el período, entre el precio medio
    de un cuarto en aquéllos y el nivel general de salarios en esta
    época de plena ocupación" 29), afirma Francis
    Korn.

    Los conventillos más famosos fueron Las Catorce
    Provincias, El Universo y el
    Conventillo de la Paloma. En ellos "se compartían los
    baños, los lavatorios, las letrinas, la cocina y los
    lavaderos. En las piezas vivían familias enteras, a veces
    con seis o siete hijos, lo que provocaba hacinamiento y
    promiscuidad. (…) Para dormir, los más pobres
    tenían dos opciones: el sistema de "cama
    caliente", en el que se alquilaba un lecho por turnos rotativos
    para descansar un par de horas, o la maroma, que eran sogas
    amuradas a la pared a la altura de los hombros. Quien optaba por
    ese método
    debía pasarse las sogas por debajo de las axilas, dejar
    caer el peso del cuerpo y dormir parado" (30). Esto nos da una
    idea del enorme sacrificio que debieron hacer muchos de los que
    venían en busca de un futuro mejor.

    El aluvión inmigratorio tuvo que ver con las
    nuevas ideas sobre edificación. Lo afirma Andrés
    Carretero: "‘En 1887 la población total era de 404.173 habitantes,
    con una densidad de 89
    habitantes por hectárea’, computó Carretero,
    pero ya el cambio
    comenzaba a operarse con la afluencia de la inmigración,
    ‘que modificó los amplios patios de las casas
    porteñas, que se dividieron para facilitar dos o tres
    pisos a las casas de bajo y aprovechar así mejor los
    terrenos’" (31).

    Otros inmigrantes vivían en pensiones. La
    catalana Remey Nuez Fontanals llegó a Buenos Aires en
    1947, a los veinte años. Sus primeros tiempos en la
    Argentina fueron muy difíciles. Lo recuerda más de
    cincuenta años después: "Llegamos a Buenos Aires y
    como mi marido no había hecho el servicio
    militar, lo llevaron preso, así que me quedé hasta
    que todo se arregló, sola. Después fregamos
    pisos… hicimos de todo. Vivíamos en un cuarto de
    pensión, con dos cajones de manzana y una tabla para
    comer; el colchón era de estopa, imagínate… Yo
    cocinaba con carbón y hervía los ravioles en una
    pava… pero más que nada comíamos hígado"
    (32).

    En Tantas voces, una historia, Eleonora María
    Smolensky y Vera Vigevani Jarach destacan que, cuando arribaron
    los judíos italianos, "Algunos amigos argentinos
    judíos asumieron el compromiso de mitigar las dificultades
    de los comienzos. Ellos se encargaron de alojar a los
    recién llegados en hoteles o pensiones donde, por lo general,
    permanecieron durante escasos días. (…) Un segundo
    momento, de imprevisibles consecuencias, transcurrió en
    las pensiones que los hospedaron durante los meses siguientes".
    (33)

    A un departamento, en cambio, fueron los Kovacic al
    salir del Hotel, en El ángel del capitán, de Chuny
    Anzorreguy. Cuando el propietario italiano exige un garante del
    alquiler, el croata le contesta: "Escúcheme. Acabamos de
    llegar de Europa. No
    conozco a nadie. No tengo nada. Nada más que mi honor, que
    para mí es mucho. Usted alquíleme el departamento y
    yo le aseguro que a fin de mes va a recibir el pago, aunque tenga
    que matarme para conseguirlo. Crea en mí" (34).

    Hacia
    el interior

    En "La formación de una raza argentina",
    José Ingenieros se alegra de la adaptación al medio
    geográfico que se verifica en los inmigrantes: "Las
    variedades de la raza europea aquí trasplantadas sienten
    ya, en sus hijos argentinos, los efectos de la adaptación
    a otro medio físico, que engendra otras costumbres
    sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el Atlántico,
    la Selva, el Iguazú, son cosas nuestras, y solamente
    nuestras. Viviendo junto a ellas, las razas blancas inmigradas
    adquieren hábitos e ideas nuevas, hasta engendrar una
    variedad, distinta de las originarias" (35).

    En su "Autobiografía", Alberto Gerchunoff relata
    que, luego de estar unos días en el Hotel de Inmigrantes,
    se dirigieron a unja colonia santafesina: "Sobre la
    campiña salvaje, cubierta de pastizales, manchada de
    cañadones, se agrupaban las carpas angulosas de los
    colonos. Pequeñas carpas de lona, las familias
    judías las hallaron agradables como palacios, no obstante
    haber conocido algunos la existencia cómoda, el lujo
    casi".

    Se describe a sí mismo vestido a la usanza de la
    nueva tierra: "como todos los mozos de la colonia, tenía
    yo aspecto de gaucho. Vestía amplia bombacha, chambergo
    aludo y bota con espuela sonante. Del borrén de mi silla
    pendía el lazo de luciente argolla y en mi cintura, junto
    al cuchillo, colgaban las boleadoras". En la colonia entrerriana
    a la que se trasladan luego de que el padre es asesinado,
    manifiesta un profundo gusto por el folklore: "En
    Rajil fue donde mi espíritu se llenó de leyendas
    comarcanas. La tradición del lugar, los hechos memorables
    del pago, las acciones
    ilustres de los guerreros locales llenaron mi alma a
    través de los relatos pintorescos y rústicos de los
    gauchos, rapsodas ingenuos del pasado argentino, que abrieron mi
    corazón
    a la poesía
    del campo y me comunicaron el gusto de lo regional, de lo
    autóctono, saturándome de esa libertad
    orgullosa, de ese amor a lo
    criollo, a lo nativo que debió, más tarde, fijar mi
    inclinación mental. En aquella naturaleza
    incomparable, bajo aquel cielo único, en el vasto sosiego
    de la campiña surcado de ríos, mi existencia se
    ungió de fervor, que borró mis orígenes y me
    hizo argentino" (36).

    Ante la creciente transformación que se va
    operando en los jóvenes, escribe en Los gauchos
    judíos: "Bajo el alero, donde se guardan las herramientas,
    Rebeca se sienta, revuelto el cabello por la siesta, y saluda con
    voz ronca. Jacobo, cansado del caballo, afila la daga en el
    alambre del corral, y al oír a Rebeca, comienza a cantar
    como Remigio: Pensamiento
    mío… Vidalitá" (37).

    No tuvieron tanta suerte los personajes de La logia del
    umbral, de Ricardo Feierstein. Cuando fueron al campo, pasaron
    "Días y días sin masticar. Los niños
    enfermaban…". Se refiere a la colonia santafesina a la que se
    trasladaron desde el Hotel. Allí comprobaron que no
    tenían alimento ni dónde guarecerse: "Nada hay
    donde todo debiera estar: ni carpas, ni elementos de labranza, ni
    semillas. Ni siquiera un hombre del
    lugar, en representación del propietario, para entregar
    esas tierras tan laboriosamente adquiridas a través del
    cónsul comercial argentino en París, que actuaba en
    nombre del terrateniente". Unos gauchos les ayudan: "Tiraron unas
    galletas duras hacia nosotros, les daba lástima. Y los
    chicos las mordían y no podían romperlas, (…)
    Bajaron de las carretas, rompieron las galletas contra las ruedas
    y las mojaron en agua.
    Así, ablandadas, se transformaron en el maná
    argentino que nos salvó de perecer de hambre"
    (38).

    Quienes se dirigieron a Entre Ríos, se hospedaron
    en el Hotel de Inmigrantes de Villa Domínguez: "Se trata
    de un galpón ubicado frente a las vías del
    ferrocarril y que fue el primer destino de los colonos,
    derivados desde ahí a las parcelas que los asignó
    la Jewish Colonization Association" (39).

    A Misiones se dirigen el niño Juan Szychowski, de
    once años de edad, sus padres y hermanos y una veintena de
    familias. Llegados desde Polonia, "Luego de permanecer
    algún tiempo en el
    legendario ‘Hotel de los Inmigrantes’ arribaron al
    puerto de Posadas, y desde ahí marcharon a pie varios
    días hasta la recién fundada Colonia de
    Apóstoles, recorriendo los 80 km que los separaban de su
    destino tras los carros que transportaban sus pocas pertenencias.
    Fueron tiempos difíciles para esos hombres, mujeres y
    niños que no estaban acostumbrados al abrazador calor tropical
    y a los mosquitos que laceraban su piel. (…)
    Enfermedades como
    el paludismo y el
    cólera y las picaduras de serpientes segaron las vidas de
    muchos hijos de aquellos primeros colonos, y los productos
    logrados no siempre compensaron los sacrificios realizados"
    (40).

    El pionero holandés Diego Zijlstra relata en Cual
    ovejas sin pastor: "Desde Buenos Aires, y previo paso por el
    Hotel de Inmigrantes, un grupo
    llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras que otros se
    instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia del Castillo"
    (41).

    En el Buenos Aires Herald, Michael John Geraghty
    relata que en 1889 arribó el SS Citu of Dresden con
    alrededor de dos mil pasajeros. Se dirigieron a Napostá,
    cerca de Bahía Blanca, desde donde, en 1891, quinientos
    veinte colonos regresaron a Buenos Aires, "broken in spirit,
    uterly destituted" (42). Rudolph Cranly, el inglés
    de Susana Cella, "migra hacia una soñada Buenos Aires y de
    allí deriva a Villa Cantera" (43).

    En la provincia de Buenos Aires se afinca el
    protagonista de un cuento de Arturo M. García: "Don Javier
    Echegaray y Tarragona, oriundo de San Sebastián en el
    país vasco y como su nación,
    fuerte de temperamento, férrea voluntad, constante en el
    trabajo y perseverante en sus ideas había llegado a la
    Argentina a los doce años con unas ansias inconmensurables
    de hacerse la América. Recaló en Buenos Aires,
    pero la ciudad que crecía no le brindaba muchas ilusiones
    y esperanzas, eran los resabios de la generación del 80
    con su crisis
    económica, financiera y social y Javier evocando las
    praderas vascuences y las montañas pirenaicas, solo, se
    exilió de nuevo. Viajaba como linyera en trenes de carga
    hacia el Sur, comenzó a admirar las extensas pampas, se
    asombraba contemplando la cantidad de ganado pastando a la vera
    de los rieles del ferrocarril, asentándose por fin como
    peón en las regiones de Pigüé, Coronel
    Suárez y Saavedra. Trabajó mucho y fuerte,
    ahorró dinero y junto
    con las pocas pesetas que le mandaban los tíos desde la
    patria, fue haciendo un capital que le
    permitió comprar primero unas pocas hectáreas,
    luego más terrenos, una granja después y por fin
    una estancia en la zona de Tornquist" (44).

    Penurias narra Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la
    Memoria, en lo
    que respecta a la fundación de la capital
    chaqueña. Cuenta la Nona: "Las primeras setenta familias
    de inmigrantes friulanos, que remontaron en chalupas más
    de mil kilómetros por el río Paraná,
    llegaron allí el primer día del tórrido
    febrero de 1878 y se internaron unas pocas leguas por el
    Río Negro. Al día siguiente fundaron San Fernando
    de la Resistencia,
    sustantivo este último que con el tiempo
    sería designación única de la ciudad, que
    fue italiana casi hasta finales de siglo".

    La anciana se refiere al asedio indígena:
    "Durante muchos años la única población que aguantó a la Indiada
    fue Resistencia.
    Más allá de los límites
    municipales no era posible establecer ni una casa, e incluso era
    peligroso alejarse unos pocos metros del centro. Era irreversible
    la derrota de los indios, pero de todos modos resistían el
    avance de los blancos, hartos de las promesas del gobierno, y de
    los aventureros. Mataban inocentes a degüello y por docenas,
    y familias enteras aparecían masacradas. Y cada blanco
    muerto justificaba una campaña militar" (45).

    Juan Faccioli, pionero friulano, narra también un
    episodio relacionado con la colonización chaqueña:
    "Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se
    enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del
    Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por
    aborígenes: Algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero
    luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y
    aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una
    colonia que se formaría al otro lado del arroyo El
    Rey".

    En El laúd y la guerra,
    Martina Gusberti relata que Resistencia "fue fundada por un
    puñado de inmigrantes italianos que, remontando el
    Río Negro y traídos por empresas
    contratistas con el señuelo de poblar tierras
    fértiles y prósperas, hallaron en cambio terrenos
    ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados de
    mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878, durante un verano
    abrasador. Se dice que los colonizadores estuvieron varios
    días en el barco sin querer aposentarse en esa tierra
    inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia, no
    tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias.
    (…) La lucha contra los malones fue una pesadilla para esos
    colonos sin armas, sin
    espíritu bélico, que sólo querían
    esgrimir el azadón. Pero sobrevivieron. Por eso, la ciudad
    se llamó Resistencia" (47).

    Hacia el noroeste, San Juan y la Patagonia
    fronteriza se dirigían los sirio-libaneses (48). Hacia el
    sur, los galeses: "a los que eran menos ricos –escribe
    Andrés Rivera en Guido-, a los que sabían trabajar
    y callar, y ser ordenados, y recordar cómo era Gales, y
    cómo su idioma, se les deparó la Patagonia.
    Otro país, la Patagonia, en el Sur, en el confín
    del mundo, al que bautizaron, un manchón aquí y
    otro allá entre la uniformidad silenciosa de lagos,
    bosques y piedra, con nombres recios y venerables"
    (49).

    A la Patagonia viajó en barco el asturiano
    Nicanor Fernández Montes, luego de un tiempo en el Hotel
    de Inmigrantes: "en una travesía marcada por olas de
    veinte metros… (…) Su primer destino fue Río Gallegos,
    donde no había ni veinte casas, y de ahí lo
    mandaron de puestero a una estancia. (…) En la Patagonia no
    había nada de lo que él sabía hacer, de modo
    que tuvo que improvisar, como todos los integrantes de una
    sociedad
    pionera. (…) Una vez, llegó a estar catorce meses solo
    en un puesto… catorce meses…. Desayunaba, comía,
    merendaba y cenaba cordero… no había otra cosa; lo
    notable es que le gustaba" (50).

    En 1892, Jimmy –"nacido James Radburne"-
    llegó a la Patagonia, "huyendo de la pobreza y los
    prejuicios ingleses, y pasó toda una vida improvisando
    oficios para sobrevivir y métodos
    para huir de las policías argentina y chilena". Se
    dirigió a esa región pensándola "como
    garantía de anonimato para pasados difíciles"
    (51)

    Algunos europeos se establecían en Tierra del
    Fuego; entre ellos, los empleados en la Penitenciaría. Lo
    afirma el alcaide mayor retirado Horacio Benegas: "A principios de
    siglo, los primeros guardias eran gallegos o yugoslavos,
    traídos a la Argentina para trabajar en las
    cárceles. Muchos llegaban al puerto de Buenos Aires y
    seguían viaje al penal de Ushuaia; otros paraban en el
    Hotel de los Inmigrantes y eran destinados a unidades de
    acá" (52).

    Con esfuerzo, con nostalgia, vivieron los inmigrantes
    sus primeros días en nuestra tierra. Algunos volvieron a
    sus patrias, pero muchos se quedaron en esta nación
    de la que hoy emigran sus nietos.

    NOTAS

    (1) Soler Cañás, Luis: Prólogo a
    ¿Inocentes o culpables?, de Antonio Argerich. Buenos
    Aires, Hyspamérica, 1995.

    (2) citado por Soler Cañás

    (3) Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?.
    Buenos Aires, Hyspamérica, 1995.

    (4) Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos
    Aires, Plus Ultra, 1968.

    (5) Gerchunoff, Alberto: "Autobiografía", en
    Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Selección y prólogo de Ricardo
    Feierstein. Buenos Aires, Milá, 2001.

    (6) Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
    Aires, Milá, 2001.

    (7) León, Luis: "Chacarita. Vísperas de
    Pésaj", en SEFARaires N°2, junio
    2002.

    (8) Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires,
    CEAL, 1970.

    (9) S/F: "Historia de pioneros", en
    Clarín, Buenos Aires, 2 de febrero de
    2002.

    (10) Andruetto, María Teresa: Stéfano.
    Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

    (11) Anzorreguy, Chuny: El ángel del
    capitán. Biografía del Capitán croata Miro
    Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.

    (12) García, María del Carmen: Cuentos
    de criollos y de gringos, en colaboración con Fanny
    Fasola Castaño. Buenos Aires, Vinciguerra,
    1996.

    (13) Pron, Patricio: "La espera", en De manos
    abiertas. Buenos Aires, Tu Llave, 1992.

    (14) Novak, Pablo, en un panel en Casa FOA
    2000.

    (15) Geraghty, Michael John: "Land, lambs, churches…
    and schools", en Buenos Aires Herald, 15 de septiembre
    de 1998.

    (16) Heller, Diego: "Manos delatoras", en
    Clarín Viva, 30 de junio de 2002.

    (17) Messi, Virginia: "Los últimos días
    de la vieja cárcel de Caseros", en Clarín,
    8 de noviembre de 2000.

    (18) Arias, José: Disqueprensa en La
    Prensa
    , Buenos Aires, 1998.

    (19) Pellegrini, Marta B. de: Carta de Lectores en
    La Prensa, 1998.

    (20) Limirosky, Sergio: "Y entonces llegaron Ellos",
    en La Prensa, 17 de octubre de 1999.

    (21) Aguad, Susana: "Al bajar del barco", en
    Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de
    1999.

    (22) S/F: "Friulanos sobre el Paraná", en La
    Nación Revista
    , 29 de julio de 2001.

    (23) Urús, Mariana: "En el combate del Graf
    Spee el mar estaba calmo", en El Tiempo, Azul, 3 de
    marzo de 2002.

    (24) Folleto del Establecimiento La Cachuera.
    Apóstoles, Misiones.

    (25) Folleto escrito por Ocampo-Tanferna, para Casa
    FOA 2000.

    (26) Schwarsztein, Dora: Entre Franco y Perón.
    Crítica, 2001.

    (27) Colegio Schönthal: "Bajaron de los barcos.
    Historia de la inmigración en la Argentina", en
    www.monografias.com

    (28) García, María del Carmen: op
    cit

    (29) Korn, Francis: "Buenos Aires siglo XX/ Los
    conventillos. Un sistema que
    reproducía a la sociedad en miniatura", en La
    Nación
    , Buenos Aires, 5 de diciembre de
    1999.

    (30) S/F: "Todo comenzó en los conventillos",
    en La Nación, Buenos Aires, 14 de mayo de
    2000.

    (31) S/F: "De la Gran Aldea a la aldea global", en
    La Prensa, 3 de diciembre de 2000.

    (32) Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a
    empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del
    Plata, 26 de noviembre de 2000.

    (33) Vigevani Jarach, Vera y Smolensky, Eleonora M.:
    Tantas voces, una historia. Buenos Aires, Editorial Temas,
    1999

    (34) Anzorreguy, Chuny: op cit

    (35) Ingenieros, José: "Ensayo de
    identidad",
    en Clarín, Buenos Aires, 27 de febrero de
    2000.

    (36) Gerchunoff, Alberto: op. cit.

    (37) Gerchunoff, Alberto: Los gauchos judíos.
    En Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL,
    1980.

    (38) Feierstein, Ricardo: op cit

    (39) Londero, Oscar: "Un recorrido por las primeras
    colonias judías de Entre Ríos", en
    Clarín, 17 de diciembre de 2000.

    (40) Folleto del Establecimiento La Cachuera,
    Apóstoles, Misiones.

    (41) S/F: "Historia…"

    (42) Geraghty, Michael John: op. cit.

    (43) Ingberg, Pablo: "Cantera de ficciones", en La
    Nación
    , Buenos Aires, 28 de enero de
    2001.

    (44) García, Arturo M.: "El cóctel", en
    el grillo, Buenos Aires, N° 22, 1999.

    (45) Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
    Buenos Aires, Seix Barral, 1991.

    (46) S/F: "Friulanos …"

    (47) Gusberti, Martina: El laúd y la guerra.
    Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.

    (48) S/F: "Viaje a la tierra de
    uno", en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre
    de 1998.

    (49) Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el
    Paraíso. Buenos Aires, Norma, 2002.

    (50) Ceratto, Virginia: op. cit.

    (51) Cristoff, María Sonia: "Inglés en fuga", en La
    Nación
    , Buenos Aires, 19 de noviembre de
    2000.

    (52) Messi, Virginia: op. cit.

     

     

     

     

    Trabajo enviado por

    Lic. María González
    Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista
    Profesional Matriculada

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