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¿QUIÉN SE HA LLEVADO MI QUESO




Enviado por anel77_77



    Cómo adaptarnos a un mundo en
    constante cambio

    Spencer Johnson, M.D.

    1. La
      historia
    2. La
      reunión
    3. El cuento
    4. El debate

    Una manera sorprendente de afrontar el cambio en
    el trabajo y
    en la vida privada.

    Dedicado a un amigo el doctor Kenneth Blanchard, cuyo
    entusiasmo por esta historia me animó a
    escribir este libro y cuya
    ayuda ha permitido que llegue a tantísimas
    personas.

    Los planes mejor trazados de los ratones y de las
    personas a menudo se tuercen.

    Robert Burns, 1759-1796

    La vida no es un pasillo recto y fácil por que
    viajamos libres y sin obstáculos, sino un laberinto de
    pasajes en el que debemos hallar nuestro camino, perdidos y
    confundidos, una y otra vez atrapados en un callejón sin
    salida.

    Pero, si tenemos fe, Dios siempre nos abrirá una
    puerta que aunque tal vez no sea la que queríamos, al
    final será buena para nosotros.

    A. J. Cronin

    La
    historia

    La historia que hay
    detrás del cuento

    Kenneth Blanchard

    Me encanta poder contaros
    «la historia que hay detrás del cuento»
    ¿Quién se ha llevado mi queso?, porque eso
    significa que el libro ya
    está escrito y todos podemos acercarnos a él para
    leerlo, disfrutarlo y comentarlo con los demás.

    Esto es algo que yo siempre había querido que
    ocurriera, desde la primera vez que Spencer Johnson, hace ya
    años, me contó su fantástica historia del
    «queso», antes de que escribiéramos juntos El
    ejecutivo al minuto.*

    Recuerdo que pensé lo bueno que era el relato y
    lo útil que sería para mí desde aquel
    momento.

    ¿Quién se ha llevado mi queso? Es un
    cuento sobre
    el cambio que
    tiene lugar en un laberinto donde cuatro divertidos personajes
    buscan «queso». El queso es una metáfora de lo
    que uno quiere tener en la vida, ya sea un trabajo, una
    relación amorosa, dinero, una
    gran casa, libertad,
    salud,
    reconocimiento, paz interior, o incluso una actividad como correr
    o jugar al golf.

    Cada uno de nosotros tiene su propia idea de lo que es
    el queso, y va tras él porque cree que la hace feliz. Si
    lo consigue, casi siempre se encariña con él. Y si
    lo pierde o se lo quitan, la experiencia suele resultar
    traumática.

    En el cuanto, el «laberinto» representa el
    lugar donde pasas el tiempo en busca
    de lo que deseas. Puede ser la
    organización en la que trabajas, la comunidad en la
    que vives o las relaciones que mantienes en tu vida.

    Lo creas o no, este relato ha salvado carreras,
    matrimonios e incluso vidas.

    Uno de lo muchos ejemplos reales es el de Charlie Jones,
    el respetado locutor de la cadena televisiva NBC, quien
    confesó que escuchar el cuento ¿Quién se ha
    llevado mi queso? Salvó su carrera.

    Lo que ocurrió fue lo siguiente: Charlie se
    había esforzado mucho y hecho un buen trabajo
    retransmitiendo las pruebas de
    atletismo de
    unos Juegos
    Olímpicos. Por eso, cuando su jefe le dijo que
    había sido apartado de esa especialidad deportiva y que en
    los siguientes Juegos
    tendría que encargarse de las retransmisiones de natación y
    saltos, se quedó muy sorprendido y se
    enfadó.

    Como no conocía tan bien esos deportes, se sintió
    frustrado. El hecho de que no lo reconocieran que había
    realizado una buena labor lo irritó. Le parecía
    injusto, y la ira empezó a afectar todo lo que
    hacía.

    Entonces le contaron el cuento ¿Quién se
    ha llevado mi queso?

    Después de oírlo, se rió de
    sí mismo y cambió de actitud.
    Advirtió que lo único que había ocurrido era
    que su jefe «le había movido el queso», y se
    adaptó. Aprendió sobre esos dos nuevos deportes y, en el proceso,
    descubrió que hacer algo nuevo lo
    rejuvenecía.

    Su jefe no tardó en reconocer su actitud y
    energía nuevas y en aumentar sus retribuciones.
    Disfrutó de más éxito
    que nunca y se hizo una excelente reputación como
    comentarista.

    Esta es una de las innumerables historias reales que he
    oído
    acerca del impacto que ha tenido este cuento en muchas personas,
    en todos los ámbitos de la vida, desde el profesional
    hasta el amoroso.

    Tengo tanta fe en la fuerza de
    ¿Quién se ha llevado mi queso? Que hace poco
    regalé un ejemplar de una edición previa del libro
    a todas las personas (unas 200) que trabajaban en nuestra
    empresa.
    ¿Por qué?

    Porque, como toda empresa que
    aspire no sólo a sobrevivir, sino ha ser competitiva,
    Blanchard Training & Development está cambiando
    constantemente. Nos mueven «el queso» sin parar.
    Mientras que en el pasado queríamos empleados leales, hoy
    necesitamos personas flexibles que no sean posesivas con
    «la manera de hacer las cosas
    aquí».

    *El ejecutivo al minuto, Grijalbo, Barcelona,
    1995.

    Y, como todos sabemos, vivir en una permanente catarata
    de cambios suele ser estresante, a menos que las personas tengan
    una manera de ver el cambio que las ayude a comprenderlo. Y
    aquí es precisamente donde entra en acción el
    cuento del «queso».

    Cuando les hablé a mis amigos del cuento y lo
    leyeron, casi noté que empezaban a desprenderse de
    energía negativa. Una tras otra, todas las personas de
    la empresa se
    acercaron para darme las gracias por el libro y para decirme lo
    mucho que les había a contemplar desde una perspectiva
    diferente los cambios que se producen en nuestra empresa. Esta
    breve parábola se lee en muy poco tiempo, pero su
    impacto puede ser muy profundo.

    El libro está dividido en tres partes. En la
    primera, «La reunión», unos antiguos
    compañeros de instituto hablan de cómo afrontan los
    cambios que se producen en sus respectivas vidas. La segunda
    parte es el cuento en sí, «El cuento: ¿Quien
    se ha llevado mi queso?», y constituye el núcleo del
    libro. En la tercera parte, «El debate»,
    la gente comenta lo que el cuento ha significado para ella y
    cómo va a utilizarlo en su trabajo y en su
    vida.

    Algunos lectores del manuscrito prefirieron detenerse al
    final del cuento y no leer «El debate»,
    a fin de interpretar el significado por sí mismos. Otros
    disfrutaron leyéndolo
    porque les estimuló a pensar cómo poner en
    práctica en su situación lo que les había
    enseñado el relato.

    En cualquier caso, espero que cada vez que releas
    ¿Quién se ha llevado mi queso? Encuentres algo
    nuevo y útil en el cuento, tal como me ocurre a mí,
    y que esto te ayude a afrontar el cambio y a tener éxito,
    sea lo que sea el éxito para ti.

    Con mis mejores deseos, espero que disfrutes con lo que
    encuentres. Ah, y recuerda: ¡muévete cuando se mueva
    el queso!

    KEN BLANCHARD

    San Diego, 1998

    ¿Quien se ha llevado mi
    queso?

    La
    reunión

    Chicago

    En Chicago, un soleado domingo, hombres y mujeres
    que habían ido juntos al instituto se reunieron para
    almorzar tras haber asistido a un acto oficial en el centro la
    noche anterior. Querían saber más cosas de la vida
    de sus ex compañeros de clase. Después de muchas
    bromas y una gran comida, entablaron una interesante
    conversación.

    Angela, que había sido una de las personas
    más populares de la clase, dijo:

    -La vida ha seguido una trayectoria muy distinta de la
    que yo pensaba cuando íbamos al instituto. Han cambiado
    muchas cosas.

    -Es cierto- Convino Nathan.

    Los demás sabían que Nathan había
    continuado con el negocio familiar, que funcionaba como siempre,
    y que desde que ellos recordaban estaba integrado en la comunidad. Por
    eso los sorprendió verlo preocupado.

    -Pero ¿habéis notado que cuando las cosas
    cambian nosotros no queremos cambiar?
    -prosiguió.

    -Creo que nos resistimos al cambio porque cambiar nos da
    miedo- apuntó Carlos.

    -Tú eras el capitán del equipo de
    fútbol, Carlos -dijo Jessica-. Nunca hubiera pensado que
    algún día llegarías a hablar de
    miedo.

    Todos rieron al advertir que, aunque habían
    tomado direcciones distintas (desde ser ama de casa hasta
    trabajar de ejecutivo en una empresa),
    experimentaban sensaciones similares.

    Cada uno de ellos intentaba afrontar los cambios
    inesperados que se estaban produciendo en su vida en los
    últimos años. Y casi todos los asistentes
    admitieron que no habían encontrado una buena manera de
    hacerlo.

    -A mí también me daban miedo los cambios
    -intervino Miguel-. Cuando se produjo un gran cambio en nuestra
    empresa, no supimos qué hacer. Seguimos actuando como
    siempre y casi lo perdimos todo. Pero entonces me contaron un
    cuento que lo cambió todo.

    -¿En serio?- preguntó Nathan.

    -Sí. El cuento alteró la manera en que yo
    miraba los cambios, y a partir de ese momento las cosas mejoraban
    rápidamente… En mi trabajo y en mi vida.

    »Entonces divulgué el cuento entre algunas
    personas de mi empresa, que hicieron lo propio con otras ajenas a
    ella, y enseguida las cosas empezaron a funcionar mucho mejor
    porque todos nos adaptamos mejor al cambio. Y muchos dicen lo
    mismo que yo: que los ha ayudado en la vida privada.

    -¿De qué cuento se trata?- Preguntó
    Ángela.

    -Se llama ¿Quién se ha llevado mi
    queso?

    Todos se echaron a reír.

    -Me gustaría oírlo- dijo Carlos
    -.¿Por qué no nos lo cuentas
    ahora?

    -Desde luego- respondió Michael-. Será un
    placer para mí… No es demasiado largo.

    Y Michael empezó a contar el cuento.

    El cuento

    ÉRASE UNA VEZ un país muy lejano en
    el que vivían cuatro personajes. Todos corrían por
    un laberinto en busca del queso con que se alimentaban y que los
    hacía felices.

    Dos de ellos eran ratones, y se llamaban Oliendo y
    Corriendo (Oli y Corri para sus amigos); los otros dos eran
    personitas, seres del tamaño de los ratones, pero que
    tenían un aspecto y una manera de actuar muy parecidos a
    los de los humanos actuales. Sus nombres eran Kif y
    Kof.

    Debido a su pequeño tamaño, resultaba
    difícil ver qué estaban haciendo, pero si mirabas
    de cerca descubrías cosas asombrosas.

    Tanto los ratones como las personitas se pasaban el
    día en el laberinto buscando su queso favorito.

    Oli y Corri, los ratones, aunque sólo
    poseían cerebro de
    roedores, tenían muy buen instinto y buscaban el queso
    seco y curado que tanto gusta a esos animalitos.

    Kif y Kof, las personitas, utilizaban un cerebro repleto
    de creencias para buscar un tipo muy distinto de Queso -con
    mayúscula-, que ellos creían que los haría
    ser felices y triunfar.

    Por distintos que fueran los ratones y las personitas,
    tenían algo en común: todas las mañanas se
    ponían su chándal y sus zapatillas deportivas,
    salían de su casita y se precipitaban corriendo hacia el
    laberinto en busca de su queso favorito.

    El laberinto era un dédalo de pasillos y salas,
    algunas de ellas contenían delicioso queso. Pero
    también había rincones oscuros y callejones sin
    salida que no llevaban a ningún sitio. Era un lugar en el
    que les permitían disfrutar de una vida mejor.

    Para buscar queso, Oli y Corri, los ratones, utilizaban
    el sencillo pero ineficaz método del
    tanteo. Recorrían un pasillo, y si estaba vacío,
    daban vuelta y recorrían el siguiente.

    Oli olfateaba el aire con su gran
    hocico a fin de averiguar en qué dirección había que ir para
    encontrar queso, y Corri se abalanzaba hacia allí. Como
    imaginarán, se perdían, daban muchas vueltas
    inútiles y a menudo chocaban contra las
    paredes.

    Sin embargo, Kif y Kof, las dos personitas, utilizaban
    un método
    distinto que se basaba en su capacidad de pensar y aprender de
    las experiencias pasadas, aunque a veces sus creencias y emociones los
    confundían.

    Con el tiempo, siguiendo cada uno su propio
    método, todos encontraron lo que habían estado
    buscando: un día, al final de uno de los pasillos, en la
    Central Quesera Q, dieron con el tipo de queso que
    querían.

    A partir de entonces, los ratones y las personitas se
    ponían todas las mañanas sus prendas deportivas y
    se dirigían a la Central Quesera Q. Al poco, aquello se
    había convertido en una costumbre para todos.

    Oli y Corri se despertaban temprano todas las
    mañanas, como siempre, y corrían por el laberinto
    siguiendo la misma ruta.

    Cuando llegaban a su destino, los ratones se quitaban
    las zapatillas y se las colgaban del cuello para tenerlas a mano
    en el momento en que volvieran a necesitarlas. Luego, se
    dedicaban a disfrutar de queso.

    Al principio, Kif y Kof también iban corriendo
    todos los días hasta la Central Quesera Q para paladear lo
    nuevos y sabrosos bocados que los guardaban.

    Pero, al cabo de un tiempo, las personitas fueron
    cambiando de costumbres.

    Kif y Kof se despertaban cada día más
    tarde, se vestían más despacio e iban caminando
    hacia la Central Quesera Q. Al fin y al cabo, sabían
    dónde estaba el queso y cómo llegar hasta
    él.

    No tenían ni idea de la procedencia del queso ni
    sabían quién lo ponía allí.
    Simplemente suponían que estaría en su
    lugar.

    Todas las mañanas, cuando llegaban a la Central
    Quesera Q, Kif y Kof se ponían cómodos, como si
    estuvieran en su casa. Colgaban sus chándals, guardaban
    las zapatillas y se ponían la pantuflas. Como ya
    habían encontrado el queso, cada vez se sentían
    más a gusto.

    -Esto es una maravilla -dijo Kif-. Aquí tenemos
    queso suficiente para toda la vida.

    Las personitas se sentían felices y contentas,
    pensando que estaban a salvo para siempre.

    No tardaron mucho en considerar suyo el queso que
    habían encontrado en la Central Quesera Q. Y había
    tal cantidad almacenada allí que, poco después,
    trasladaron su casa cerca de la central y construyeron una vida
    social alrededor de ella.

    Para sentirse más a gusto, Kif y Kof decoraron
    las paredes con frases e incluso pintaron trozos de queso que los
    hacían sonreír. Una de las frases
    decía:

    Tener queso te hace feliz.

    En ocasiones, Kif y Kof llevaban a sus amigos a ver los
    trozos de queso que se apilaban en la Central Quesera Q. Unas
    veces los compartían con ellos y otras, no.

    -Nos merecemos este queso -dijo Kif-. Realmente tuvimos
    que trabajar muy duro y durante mucho tiempo para conseguirlo.
    -Tras estas palabras, cogió un trozo y se lo
    comió.

    Después, Kif se quedó dormido, como
    solía ocurrirle.

    Todas las noches, las personitas volvían a casa
    cargadas de queso, y todas las mañanas regresaban,
    confiadas, a por más a la Central Quesera Q.

    Todo siguió igual durante algún
    tiempo.

    Pero al cabo de unos meses, la confianza de Kif y Kof se
    convirtió en arrogancia. Se sentían tan a gusto que
    ni siquiera advertían lo que estaba ocurriendo.

    El tiempo pasaba, y Oli y Corri seguían haciendo
    lo mismo todos los días. Por la mañana, llegaban
    temprano a la Central Quesera Q y husmeaban, escarbaban e
    inspeccionaban la zona para ver si había habido cambios
    con respecto al día anterior. Luego se sentaban y se
    ponían a mordisquear queso.

    Una mañana, llegaron a la Central Quesera Q y
    descubrieron que no había queso.

    No les sorprendió. Como habían notado que
    las reservas de queso habían ido disminuyendo poco a poco,
    Oli y Corri estaban preparados para lo inevitable e,
    instintivamente, enseguida supieron lo que tenían que
    hacer.

    Se miraron el uno al otro, cogieron las zapatillas
    deportivas que llevaban atadas al cuello, se las calzaron y se
    las anudaron.

    Los ratones no se perdían en análisis profundos de las cosas. Y tampoco
    tenían que cargar con complicados sistemas de
    creencias.

    Para los ratones, tanto el problema como la
    solución eran simples. La situación en la Central
    Quesera Q había cambiado. Por lo tanto, Oli y Corri
    decidieron cambiar.

    Ambos asomaron la cabeza por el laberinto. Entonces, Oli
    alzó el hocico, husmeó y asintió con la
    cabeza, tras lo cual, Corri se lanzó a correr por el
    laberinto y Oli lo siguió lo más de prisa que
    pudo.

    Ya se habían puesto en marcha en busca de queso
    nuevo.

    Ese mismo día, más tarde, Kif y Kof
    hicieron su aparición en la Central Quesera Q. No
    habían prestado atención a los pequeños cambios que
    habían ido produciéndose y , por lo tanto, daban
    por sentado que su queso seguiría allí.

    La nueva situación los pilló totalmente
    desprevenidos.

    -¿Qué? ¿No hay queso? -gritó
    Kif-. ¿No hay queso? -repitió muy enojado, como si
    gritando fuese a conseguir que alguien se lo devolviera-.
    ¿Quién se ha llevado mi queso? -bramó,
    indignado. Finalmente, con los brazos en jarras y el rostro
    enrojecido de ira, vociferó-: ¡Esto no es
    justo!

    Kof sacudió negativamente la cabeza con gesto de
    incredulidad. Él también había dado por
    supuesto que en la Central Quesera Q habría queso, y se
    quedó paralizado por la sorpresa. No estaba preparado para
    aquello.

    Kif gritaba algo, pero Kof no quería escucharlo.
    No tenía ganas de enfrentarse a lo que tenía
    delante, así que desconectó de la
    realidad.

    La conducta de las
    personitas no era agradable ni productiva, pero sí
    comprensible.

    Encontrar queso no había sido fácil, y
    para las personitas eso significaba mucho más que tener
    todos los días la cantidad necesaria del mismo.

    Para las personitas, encontrar queso era dar con la
    manera de obtener lo que creían que necesitaban para ser
    felices. Cada una tenía, según fueran sus gustos,
    su propia idea de lo que significaba el queso.

    Para algunas, encontrar queso era poseer cosas materiales.
    Para otras, disfrutar de buena salud o alcanzar la paz
    interior.

    Para Kof, el queso significaba simplemente sentirse a
    salvo, tener algún día una estupenda familia y una
    confortable casa en la calle Cheddar.

    Para Kif, significaba convertirse en un Gran Queso con
    otros a su cargo y tener una hermosa mansión en lo alto de
    las colinas Camembert.

    Como el queso era muy importante para ellas, las dos
    personitas se pasaron mucho tiempo diciendo qué hacer. Al
    principio, lo único que se les ocurrió fue
    inspeccionar a fondo la Central Quesera Q para comprobar si
    realmente el queso había desaparecido.

    Mientras que Oli y Corri ya se habían puesto en
    marcha, Kif y Kof continuaban vacilando y titubeando.

    Despotricaron y se quejaron de lo injusto que era todo
    lo ocurrido, y Kof empezó a deprimirse. ¿Qué
    sucedería si al día siguiente tampoco encontraban
    el queso? Había hecho muchos planes para el futuro basados
    en aquel queso…

    Las personitas no daban crédito
    a lo que veían. ¿Cómo podía haber
    ocurrido aquello? Nadie las había avisado. No estaba bien.
    Se suponía que esas cosas no tenían que
    pasar.

    Aquella noche, Kif y Kof volvieron a casa hambrientos y
    desanimados; pero, antes de marcharse de la Central Quesera Q,
    Kof escribió en la pared:

    Cuanto más importante es el
    queso

    para uno, más se desea
    conservarlo.

    Al día siguiente, Kif y Kof salieron de sus
    respectivas casas y volvieron a la Central Quesera Q, donde
    esperaban encontrar, de una manera o otra, su queso.

    Pero la situación no había cambiado: el
    queso seguía sin estar allí. Las personitas no
    sabían qué hacer. Kif y Kof se quedaron
    paralizados, inmóviles como estatuas.

    Kof cerró los ojos lo más fuerte que pudo
    y se tapó los oídos con las manos. Quería
    desconectar de todo. Se negaba a reconocer que las reservas de
    queso habían ido disminuyendo de manera gradual. Estaba
    convencido de que habían desaparecido de
    repente.

    Kif analizó la situación una y otra vez,
    y, al final, su complicado cerebro dotado de un enorme sistema de
    creencias empezó a funcionar.

    -¿Por qué me han hecho esto? -se
    preguntó-. ¿Qué está pasando
    aquí?

    Kof abrió los ojos, miró a su alrededor e
    inquirió:

    -Por cierto, ¿dónde están Oli y
    Corri? ¿Crees que saben algo que nosotros no
    sabemos?

    -¿Qué quieres que sepan? -espetó
    Kif en tono de desprecio-. No son más que ratones.
    Reaccionan ante lo que ocurre. Nosotros somos personitas, somos
    especiales. Tendríamos que ser capaces de dar con la
    solución. Además, merecemos mejor suerte que ellos.
    Esto no debería ocurrirnos, y si nos ocurre, al menos
    tendríamos que recibir una compensación.

    -¿Por qué tendríamos que recibir
    una compensación? Kof.

    -Porque tenemos derecho.

    -¿Derecho a qué? -preguntó
    Kof.

    -Tenemos derecho a nuestro queso.

    -¿Por qué? -insistió
    Kof.

    -Porque este problema no lo hemos causado nosotros
    -respondió Kif-. Alguien ha provocado esta
    situación y nosotros tenemos que sacar algún
    provecho de ella.

    -Tal vez sería mejor no analizar tanto la
    situación. Lo que deberíamos hacer es ponernos en
    marcha de inmediato y buscar queso nuevo -sugirió
    Kof.

    -Oh, no -repuso Kif-. Voy a llegar al fondo de todo
    esto.

    Mientras Kif y Kof seguían discutiendo lo que
    debían hacer, Oli y Corri ya se habían puesto en
    marcha y habían recorrido muchos pasillos, buscando queso
    en todas las centrales queseras que encontraban en su
    camino.

    No pensaban en otra cosa que no fuera encontrar queso
    nuevo.

    Pasaron mucho tiempo sin encontrar nada hasta que, al
    final, llegaron a una zona del laberinto en la que nunca
    habían estado: la
    Central Quesera N.

    Al entrar profirieron un grito de alegría.
    Habían encontrado lo que estaban buscando: una gran
    reserva de queso.

    No podía dar crédito
    a sus ojos. Era la cantidad más grande de queso que los
    ratones habían visto en toda su vida.

    Mientras, Kif y Kof seguían en la Central quesera
    Q evaluando la situación. Empezaban a sufrir los efectos
    de la falta de queso. Cada vez estaban más frustrados y
    enfadados, y se culpaban el uno al otro de la situación en
    la que se hallaban.

    De vez en cuando, Kof se acordaba de sus amigos los
    ratones, y se preguntaba si Oli y Corri ya habrían
    encontrado queso. Pensaba que debían estar pasando
    momentos muy duros, porque correr por el laberinto siempre
    conllevaba incertidumbre, pero también sabía que no
    estarían en apuros mucho tiempo.

    A veces, Kof imaginaba que Oli y Corri habían
    encontrado queso nuevo y los veía disfrutar de él.
    Pensaba en lo bien que le sentaría andar a la aventura por
    el laberinto y encontrar un nuevo queso. Casi podía
    saborearlo.

    Cuando más clara era la imagen que Kof
    tenía de sí mismo encontrando y probando el nuevo
    queso, más ganas le entraban de marcharse de la Central
    Quesera Q.

    -¡Vámonos! -exclamó de
    repente.

    -No -replicó Kif rápidamente-. Estoy bien
    aquí, es un lugar cómodo y conocido. Además,
    salir ahí fuera es peligroso.

    -No, no lo es -repuso Kof-. Hemos recorrido ya muchas
    zonas del laberinto, y podemos hacerlo otra vez.

    -Soy demasiado viejo para eso -dijo Kif-. Y no tengo
    ningún interés en
    perderme ni engañarme a mí mismo. ¿Tú
    sí?

    Estas palabras hicieron que Kof volviera a sentir miedo
    al fracaso, y sus esperanzas de encontrar queso nuevo se
    desvanecieron.

    Así que las personitas siguieron haciendo todos
    los días lo mismo que habían hecho hasta entonces:
    ir a la Central Quesera Q, no encontrar queso y volver a casa,
    llevando consigo sus desasosiegos y frustraciones.

    Intentaron negar lo que estaba ocurriendo, pero cada vez
    les costaba más conciliar el sueño, y por la
    mañana tenían menos energía y estaban
    más irritables.

    Sus casas no eran los sitios acogedores que
    habían sido. Las personitas sufrían de insomnio, y
    cuando conseguían dormir tenían pesadillas en las
    que no encontraban el queso.

    Pero Kif y Kof seguían volviendo todos los
    días a la Central Quesera Q y, una vez allí, se
    limitaban a esperar.

    -Sin nos esforzáramos un poco -dijo Kif-, tal vez
    descubriríamos que en realidad las cosas no han cambiado
    tanto. Es probable que el queso esté cerca. Quizás
    está escondido detrás de la pared.

    Al día siguiente, Kif y Kof volvieron con
    herramientas.
    Kif sujetó el cincel y Kof golpeó con el martillo
    hasta que hicieron un agujero en la pared de la Central Quesera
    Q. Miraron a través de él, pero no encontraron el
    queso.

    Se sintieron decepcionados, pero creían que
    podían solucionar el problema. Por eso empezaban a
    trabajar más temprano, lo hacían con más
    ahínco y acababan más tarde, pero lo único
    que consiguieron fue tener un enorme agujero en la
    pared.

    Kof empezó a comprenderla diferencia entre
    actividad y productividad.

    -Tal vez -dijo Kif-, lo único que
    deberíamos hacer es quedarnos sentados y ver qué
    pasa. Tarde o temprano, tendrán que volver a poner
    queso.

    Kof quería creer que Kif tenía
    razón, así que todas las noches se iba a descansar
    y a la mañana siguiente volvía con su amigo, de
    mala gana, a la Central Quesera Q. Pero el queso seguía
    sin aparecer.

    Las personitas estaban cada vez más
    débiles debido al hambre y al estrés.
    Kof empezaba a cansarse de esperar que la situación
    mejorase. Comenzaba a comprender que cuando más tiempo
    estuvieran sin queso, peor se encontrarían.

    Kof sabía que estaban perdiendo la
    agudeza.

    Finalmente, un día Kof empezó a
    reírse de sí mismo.

    «Mírate, Kof, mírate -se
    decía-. Cada día hago las mismas cosas, una y otra
    vez, y me pregunto por qué la situación no mejora.
    Si esto no fuera tan ridículo, sería incluso
    divertido. »

    A Kof no le gustaba la idea de tener que correr de nuevo
    por el laberinto, porque sabía que se perdería y no
    tenía ninguna certeza de que fuera a encontrar más
    queso, pero, al ver lo estúpido que se estaban volviendo
    por culpa del miedo, tuvo que reírse de sí
    mismo.

    -¿Dónde has puesto nuestros
    chándals y las zapatillas deportivas? -le preguntó
    a Kif.

    Tardaron mucho tiempo en dar con ellos porque, cuando
    tiempo atrás habían encontrado queso en la Central
    Quesera Q, los habían guardado al fondo del todo pensado
    que ya no los necesitarían nunca más.

    Cuando Kif vio a su amigo Poniéndose el
    chándal, le preguntó:

    -No irás a salir al laberinto otra vez,
    ¿verdad? ¿Por qué no te quedas aquí
    conmigo, esperando que devuelvan el queso?

    -Mira, Kif, no entiendes lo que pasa. Yo tampoco
    quería verlo, pero ahora me doy cuenta de que ya no nos
    devolverá aquel queso. Ese queso pertenece al pasado y ha
    llegado la hora de encontrar uno nuevo.

    -Pero ¿y si no hay más? -repuso Kif-. Y
    aun en caso de que haya, ¿y si no lo
    encuentras?

    -No lo sé respondió Kof.

    Se había formulado miles de veces esas dos
    preguntas y empezó a sentir de nuevo el miedo que lo
    paralizaba.

    Luego empezó a pensar en encontrar un queso nuevo
    y en todas las cosas buenas que eso
    significaría.

    Entonces hizo acopio de fuerzas y dijo:

    -A veces, las cosas cambian y nunca vuelven a ser como
    antes. Creo que estamos en una situación de este tipo,
    Kif. ¡Así es la vida! La vida se mueve y nosotros
    también debemos hacerlo.

    Kof miró a su demacrado compañero e
    intentó hacerlo entrar en razón, pero el miedo de
    Kif se había convertido en ira y no quiso
    escucharle.

    Kof no quería ser brusco con su amigo, pero no
    pudo evitar reírse de lo estúpidamente que ambos se
    estaban comportando.

    Mientras Kof se preparaba para salir, empezó a
    sentirse más vivo al tomar conciencia de que
    por fin era capaz de reírse de sí mismo, vencer el
    miedo y seguir adelante.

    -¡Ha llegado el momento de volver al laberinto!
    -anunció.

    Kif no se rió ni reaccionó.

    Kof cogió una pequeña piedra afilada y
    escribió un pensamiento
    serio en la pared para que su amigo reflexionase sobre él.
    Tal como tenía por costumbre, Kof incluso dibujó un
    trozo de queso alrededor de las palabras con la esperanza de
    hacer sonreír a Kif y de animarlo a buscar un nuevo queso,
    pero su amigo no quiso mirar.

    En la pared se leía:

    Si no cambias,

    te extingues.

    A continuación, Kof asomó la cabeza y
    observó el laberinto con ansiedad. Pensó en
    cómo había llegado a aquella situación de
    carencia de queso.

    Había creído que posiblemente no hubiera
    queso en el laberinto o que no iba a ser capaz de encontrarlo.
    Aquellos pensamientos llenos de miedo lo estaban paralizando y
    acabarían por matarlo.

    Kof sonrío. Sabía que Kif se estaba
    preguntando: «¿Quién se ha llevado mi
    queso?», pero lo que él se preguntaba era:
    «¿Por qué no me moví cuando lo hizo el
    queso? ».

    Al adelantarse en el laberinto, Kof miró hacia
    atrás, consciente de la comodidad del espacio que dejaba,
    y se sintió atraído hacia aquel territorio conocido
    pese a que llevaba mucho tiempo allí sin encontrar
    queso.

    Kof se sentía cada vez más angustiado, y
    se preguntó si realmente quería volver al
    laberinto. Escribió una frase en la pared que tenía
    delante y se quedó un rato mirándola.

    ¿Qué harías si no

    tuvieras miedo?

    Pensó en ello.

    Sabía que, a veces, un poco de miedo es bueno.
    Cuando tienes miedo de que las cosas empeoren si no haces algo,
    el miedo puede incitarte a la acción. Pero, cuando te
    impide hacer algo, el miedo no es bueno.

    Miró hacia la derecha. Era una zona del laberinto
    en la que nunca había estado y sintió
    miedo.

    Entonces, respiró hondo y se adentró en el
    laberinto, avanzando con paso veloz hacia lo
    desconocido.

    Mientras intentaba encontrar el buen camino, lo primero
    que pensó fue que tal vez se habían quedado
    esperando demasiado tiempo en la Central Quesera Q. Hacía
    tanto tiempo que no comía queso que se encontraba
    débil. Recorrer el laberinto le exigió más
    tiempo y esfuerzo de lo acostumbrado. Decidió que si
    alguna vez volvía a pasarle algo perecido, se
    adaptaría al cambio más deprisa. Eso
    facilitaría las cosas.

    «Más vale tarde que nunca», se dijo
    con una exangüe sonrisa.

    Durante las días sucesivos, Kof encontró
    un poco de queso aquí y allá, pero no eran
    cantidades que durasen mucho tiempo. Esperaba encontrar una buena
    ración para llevársela a Kif y animarlo a que
    volviera al laberinto.

    Pero Kof todavía no había recuperado la
    suficiente confianza en sí mismo. Tuvo que admitir que se
    desorientaba en el laberinto. Las cosas parecían haber
    cambiado desde la última vez que había estado
    allí.

    Justo cuando pensaba que había encontrado la
    dirección correcta, se perdía en los
    pasillos. Era como si diera dos pasos adelante y uno
    atrás. Era todo un reto, pero tuvo que admitir que volver
    a recorrer el laberinto en busca de queso no era tan terrible
    como había temido.

    Con el paso del tiempo, empezó a preguntarse si
    la esperanza de encontrar queso nuevo era realista. ¿No
    sería un sueño? De inmediato se echó a
    reír, al darse cuenta de que llevaba tanto tiempo sin
    dormir que era imposible que soñase.

    Cada vez que empezaba a desalentarse, se recordaba a
    sí mismo que lo que estaba haciendo, por incómodo
    que le resultase en aquel momento, era mucho mejor que quedarse
    de brazos cruzados sin queso. Estaba tomando las riendas de su
    vida en vez de dejar simplemente que las cosas
    ocurrieran.

    Luego se recordó que si Oli y Corri eran capaces
    de aventurarse, él también lo era.

    Más tarde, Kof reconstruyó los hechos y
    llegó a la conclusión de que el queso de la Central
    Quesera Q no había desaparecido de la noche a la
    mañana, como había creído al principio. En
    los últimos tiempos, había cada vez menos queso y
    además, el que quedaba, ya no sabía tan
    bien.

    Tal vez el queso había empezado a enmohecerse y
    él no lo había notado. Tuvo que admitir, sin
    embargo, que si hubiera querido se habría percatado de lo
    que estaba ocurriendo. Pero no lo había hecho.

    En aquel momento comprendió que el cambio no lo
    habría pillado por sorpresa si se hubiera fijado en que
    este iba produciendo gradualmente y lo hubiese previsto.
    Quizás era eso lo que Oli y Corri habían
    hecho.

    Se detuvo a descansar, y escribió en la pared del
    laberinto:

    Huele el queso a menudo

    para saber cuándo empieza a
    enmohecerse.

    Cuando llevaba sin encontrar queso durante un tiempo que
    le pareció muy largo, Kof llegó a una inmensa
    Central Quesera que tenía un aspecto prometedor. Pero
    cuando entró sufrió una gran decepción al
    ver que estaba totalmente vacía.

    «Ya he tenido esta sensación de
    vacío con demasiada frecuencia », pensó, con
    ganas de abandonar la búsqueda.

    A Kof empezaban a flaquearle las fuerzas. Sabía
    que estaba perdido y temía no sobrevivir. Pensó en
    dar marcha atrás y regresar a la Central Quesera Q. Al
    menos, si lo conseguía y Kif estaba aún
    allí, no se sentiría tan solo. Entonces
    volvió a formularse la misma pregunta de antes:
    «¿Qué haría si no tuviera
    miedo?».

    Tenía miedo más a menudo de lo que estaba
    dispuesto a admitir. No siempre estaba seguro de
    qué era lo que le daba miedo, pero el aquel estado de
    debilidad supo que tenía miedo de seguir avanzando solo.
    Kof no se percataba, pero se estaba quedando atrás por
    culpa de sus miedos.

    Se preguntó si Kif se habría movido o
    seguiría paralizado por sus miedos. Entonces, Kof
    recordó las ocasiones en que había sentido
    más a gusto en el laberinto. Siempre había sido
    estando en movimiento.
    Escribió una frase en la pared, sabiendo que era tanto un
    recordatorio para sí mismo como una señal por si su
    compañero Kif se decidía a seguirlo:

    Avanzar en una dirección nueva

    ayuda a encontrar un nuevo queso.

    Kof miró el oscuro corredor y fue consciente de
    su miedo. ¿Qué le esperaba ahí dentro?
    ¿Estaba vacío? O peor aún:
    ¿había peligros escondidos? Empezó a
    imaginar todo tipo de cosas aterradoras que podían
    ocurrirle. Cada vez sentía más pavor.

    Entonces se río de sí mismo.
    Comprendió que lo único que hacían sus
    miedos era empeorar las cosas. Por eso, hizo lo que hubiera hecho
    de no tener miedo: avanzó en una nueva
    dirección.

    Cuando empezó a correr por el oscuro pasillo, una
    sonrisa se dibujó en sus labios. Kof todavía no lo
    comprendía, pero estaba descubriendo lo que alimentaba su
    alma. Se sentía libre y tenía confianza en lo que
    le aguardaba, aunque no supiera exactamente qué
    era.

    Para su sorpresa, vio que cada vez se lo pasaba
    mejor.

    «¿Por qué me siento tan bien? -se
    preguntó-. No tengo ni una pizca de queso ni sé
    hacia dónde voy.»

    No tardó en comprender por qué se
    sentía de aquel modo.

    Y se entretuvo para escribir de nuevo en la
    pared:

    Cuando dejas atrás el miedo,

    te sientes libre.

    Kof comprendió que había sido prisionero
    de su propio miedo. Avanzar en una dirección nueva lo
    había liberado.

    En ese momento notó la brisa que corría
    por aquella parte del laberinto y la pareció refrescante.
    Respiró hondo unas cuantas veces y se sintió
    revitalizado. Después de haber dejado atrás el
    miedo, todo resultó mucho más agradable de lo que
    él había pensado que sería.

    Hacía mucho tiempo que no se sentía de
    aquella manera. Casi había olvidado lo divertido que
    era.

    Para que todo fuera aún mejor, Kof empezó
    a hacer un dibujo en su
    mente. Se veía con todo detalle y gran realismo,
    sentado en medio de un montón de sus quesos favoritos,
    desde el chedar hasta el brie. Se vio comiendo de todos los
    quesos que le gustaban y disfrutó con lo que vio. Luego
    imaginó lo felicísimo que lo harían todos
    aquellos sabores.

    Cuanto más clara veía la imagen del nuevo
    queso, más real se volvía y más
    presentía que iba a encontrarlo.

    Kof escribió de nuevo en la pared:

    Imaginarse disfrutando del queso nuevo

    antes incluso de encontrarlo conduce hacia
    él.

    «¿Por qué no lo había hecho
    antes?», se preguntó.

    Entonces, echó a correr por el laberinto con
    más energía y agilidad. Al poco localizó
    otra Central Quesera en cuya puerta vio, con gran
    excitación, unos pedacitos de un nuevo queso.

    Vio tipos de queso que no conocía pero que
    tenían un aspecto fantástico. Los probó y le
    parecieron deliciosos. Comió de casi todos y se
    guardó unos trozos en el bolsillo para más tarde y
    quizá para compartirlos con su amigo Kif. Empezó a
    recuperar las fuerzas.

    Entró en la Central Quesera muy excitado, pero,
    para su consternación, descubrió que estaba
    vacía. Allí ya había estado alguien y
    sólo había dejado unos pedazos pequeños del
    nuevo queso.

    Comprendió que si se hubiera movido antes, con
    toda probabilidad,
    habría encontrado allí más cantidad de
    queso.

    Kof decidió volver atrás y averiguar si
    Kif estaba dispuesto a acompañarlo.

    Mientras desandaba el camino, se detuvo y
    escribió en la pared:

    Cuanto antes se olvida el queso viejo,

    antes se encuentra el nuevo queso.

    Al cabo de un rato, Kof llegó a la Central
    Quesera Q y encontró allí a Kif. Le ofreció
    unos pedazos de queso, pero su amigo los
    rechazó.

    Kif le agradeció el gesto, pero dijo:

    -No creo que me guste ese nuevo queso. No estoy
    acostumbrado a él. Yo quiero que me devuelvan mi queso, y
    no voy a cambiar de actitud hasta que eso ocurra.

    Kof sacudió la cabeza, decepcionado, y
    volvió a salir solo. Mientras regresaba al punto
    más alejado del laberinto al que había llegado,
    aunque echaba de menos a su amigo, le gustaba lo que iba
    descubriendo. Incluso antes de encontrar lo que esperaba que
    fuese una gran reserva de queso nuevo, si es que llegaba a
    encontrarla, sabía que no era sólo tener queso lo
    que le hacía sentirse feliz.

    Se sentía feliz porque no lo dominaba el miedo y
    porque le gustaba lo que estaba haciendo en aquellos
    momentos.

    Al darse cuenta de ello, no se sintió tan
    débil como cuando estaba sin queso en la Central Quesera
    Q. El mero hecho de saber que no permitía que el miedo lo
    paralizase y que había tomado una nueva dirección
    le daba fuerzas.

    En esos instantes supo que encontrar lo que necesitaba
    era sólo cuestión de tiempo. De hecho, ya
    había encontrado lo que buscaba.

    Sonrió y escribió en la pared:

    Es más seguro buscar en
    el laberinto que

    quedarse de brazos cruzados sin queso.

    Kof advirtió de nuevo, como ya había hecho
    antes, que lo que nos da miedo nunca es tan malo como imaginamos.
    El miedo que dejamos crecer en nuestra mente es peor que la
    situación real.

    Había temido tanto no encontrar queso que ni
    siquiera se había atrevido a buscarlo. Sin embargo, desde
    que había encontrado queso suficiente para sobrevivir. Y
    esperaba encontrar más. Mirar hacia delante era
    excitante.

    Su antigua manera de pensar se había visto
    afectada por temores y preocupaciones. Antes pensaba en la
    posibilidad de no tener bastante queso o de que no le durase el
    tiempo necesario. Solía pensar más en lo que
    podía ir mal que en lo que podía ir
    bien.

    Pero eso había cambiado desde que dejó la
    Central Quesera Q.

    Antes pensaba que el queso no debía moverse nunca
    de su sitio y que los cambios no eran buenos.

    Ahora veía que era natural que se produjeran
    cambios constantes, tanto si uno los esperaba como si no. Los
    cambios sólo podían sorprenderte si no los
    esperabas ni contabas con ellos.

    Cuando advirtió que su sistema de
    creencias había cambiado, hizo una pausa para escribir en
    la pared:

    Las viejas creencias no

    conducen al nuevo queso.

    Kof todavía no había encontrado nada de
    queso, pero mientras corría por el laberinto pensó
    en lo que había aprendido hasta entonces.

    Advirtió que las nuevas creencias estimulan
    conductas nuevas. Se estaba comportando de manera muy distinta
    que cuando volvía día tras día a la misma
    Central Quesera vacía.

    Supo que, al cambiar de creencias, había cambiado
    de forma de actuar.

    Todo dependía de lo que decidiera creer.
    Escribió de nuevo en la pared:

    Cuando ves que puedes encontrar nuevo

    queso y disfrutar de él, cambias de
    trayectoria.

    Kof supo que, si hubiera aceptado antes el cambio y
    hubiese salido enseguida de la Central Quesera Q, ahora se
    encontraría mucho mejor. Se sentiría más
    fuerte física
    y mentalmente y habría afrontado mejor el reto de buscar
    un nuevo queso. En realidad, si hubiera previsto el cambio, en
    vez de perder el tiempo negando que este se había
    producido, probablemente ya habría encontrado lo que
    buscaba.

    Hizo acopio de fuerzas y decidió explorar las
    zonas más desconocidas del laberinto. Encontró
    pedazos de queso aquí y allá, y recuperó el
    ánimo y la confianza en sí mismo.

    Mientras pensaba en el camino que llevaba recorrido
    desde que había salido de la Central Quesera Q, se
    alegró de haber escrito frases en diversos puntos.
    Esperaba que esas frases le indicaran el camino a Kif si este
    decidía salir en busca de queso.

    Se detuvo y escribió en la pared lo que llevaba
    tiempo pensando:

    Notar enseguida los pequeños cambios
    ayuda

    adaptarse a los cambios más grandes que
    están por llegar.

    En esos momentos, Kof ya se había liberado del
    pasado y se estaba adaptando al futuro.

    Avanzó por el laberinto con más
    energía y a mayor velocidad. Y
    al poco, lo que estaba esperando ocurrió.

    Cuando ya le parecía que llevaba toda la vida en
    el laberinto, su viaje (o al menos aquella parte del viaje)
    terminó rápida y felizmente.

    ¡Encontró un nuevo queso en la Central
    Quesera N!

    Al entrar, se quedó pasmado por lo que vio.
    Había las montañas más de queso que hubiera
    visto jamás. No los reconoció todos, ya que algunos
    eran totalmente nuevos para él.

    Por unos momentos se preguntó si aquello era real
    o sólo producto de su
    imaginación, pero entonces vio a Oli y Corri.

    Oli le dio la bienvenida con un movimiento de
    la cabeza, y Corri lo saludó con la pata. Sus abultadas
    barriguitas indicaban que llevaban allí mucho
    tiempo.

    Kof les devolvió el saludo y enseguida se puso a
    probar sus quesos favoritos. Se quitó las zapatillas y el
    chándal y lo dobló cuidadosamente, dejándolo
    a su lado por si lo necesitaba de nuevo. Cuando hubo comido hasta
    la saciedad, cogió un pedazo del nuevo queso y lo
    alzó hacia el cielo en señal de brindis.

    -¡Por el cambio!

    Mientras saboreaba el nuevo queso, Kof pensó en
    todo lo que había aprendido.

    Se percató de que, mientras había tenido
    miedo del cambio, se había aferrado a la ilusión de
    un queso viejo que ya no existía.

    ¿Qué lo había hecho cambiar?
    ¿Había sido el miedo a morir de hambre?

    «Bueno, eso también ha contribuido»,
    se dijo Kof.

    Entonces se echó a reír y se dio cuenta de
    que había empezado a cambiar cuando había aprendido
    a reírse de sí mismo y de lo mal que estaba
    actuando. Advirtió que la manera más rápida
    de cambiar es reírse de la propia estupidez.
    Después de hacerlo, uno ya es libre y se puede seguir
    avanzando.

    Supo que había aprendido algo muy útil de
    Oli y Corri, sus amigos los ratones, sobre el hecho de avanzar.
    Los ratones llevaban una vida simple. No analizaban en exceso ni
    complicaban demasiado las cosas. Cuando la situación
    cambió y el queso se movió de sitio, ellos hicieron
    lo mismo. Kof prometió no olvidar eso.

    Entonces utilizó su maravilloso cerebro para
    hacer algo que las personitas pueden hacer mejor que los ratones.
    Reflexionó sobre los errores cometidos en el pasado y los
    utilizó para trazar un plan para su
    futuro. Supo que uno podía aprender a convivir con el
    cambio.

    Uno podía ser más consciente de la
    necesidad de conservar las cosas sencillas, ser más
    flexible y moverse más de prisa.

    No servía de nada complicar las cosas o
    confundirse a uno mismo con creencias que dan miedo.

    Si uno advertía cuándo empezaban a
    producir los cambios pequeños, estaría más
    preparado para el cambio que antes o después seguramente
    se produciría.

    Kof se dio cuenta de que era necesario adaptarse de
    prisa, por que si uno no lo hacía, tal vez no
    podría adaptarse jamás.

    Tuvo que admitir que el inhibidor más grande de
    los cambios está dentro de uno mismo y que las cosas no
    mejoran para uno mientras uno no cambia.

    Pero lo más importante de todo era que, cuando te
    quedabas sin el queso viejo, en otro lugar siempre había
    un nuevo queso, aunque en el momento de la pérdida no lo
    vieras. Y que te veías recompensado con ese queso nuevo
    tan pronto como dejabas atrás los miedos y disfrutabas con
    la aventura de la búsqueda.

    Supo que el miedo es algo que uno debe respetar, ya que
    te aparta del peligro verdadero, pero advirtió que casi
    todos sus miedos eran irracionales y que lo habían
    apartado del cambio, cuando lo que él realmente necesitaba
    era cambiar.

    Cuando se produjo el cambio, no le había gustado,
    pero ahora comprendía que había sido una
    bendición, ya que lo había llevado a encontrar un
    queso mejor.

    Incluso había encontrado una parte mejor de
    sí mismo.

    Mientras Kof pasaba revista a lo
    que había aprendido, se acordó de su amigo Kif. Se
    preguntó si habría leído algunas de las
    frases que había escrito en las paredes de la Central
    Quesera Q y del laberinto.

    ¿Habría decidido liberarse del miedo y
    salir de la quesera? ¿Habría entrado en el
    laberinto y descubierto que su vida podía ser
    mejor?

    Kof pensó en la posibilidad de volver a la
    Central Quesera Q y tratar de encontrar a Kif, suponiendo que
    diera con el camino de vuelta hacia allí. Si encontrara a
    su amigo, tal vez podría enseñarle la manera de
    salir del apuro. Pero después se dio cuenta de que
    había intentado que su amigo cambiara.

    Kif tenía que encontrar su propio camino,
    prescindiendo de las comodidades y dejando los miedos
    atrás.

    Nadie podía hacerlo por él, ni convencerlo
    de que lo hiciera. De una manera u otra, tenía que ver por
    sí mismo las ventajas de cambiar.

    Kof sabía que había dejado un buen rastro
    por el camino para que Kif lo siguiera. Lo único que este
    tenía que hacer era leer las frases que él
    había escrito en la pared.

    Se dirigió hacia la pared más grande de la
    Central Quesera N y escribió un resumen de todo lo que
    había aprendido. A continuación dibujó un
    gran pedazo de queso alrededor de todos los pensamientos que se
    le habían hecho evidentes, y sonrío al contemplar
    el conjunto.

    El cambio es un hecho

    El queso se mueve
    constantemente

    Prevé el cambio

    Permanece alerta a los movimientos del
    queso

    Controla el cambio

    Huele el queso a menudo para saber si se
    está enmoheciendo

    Adáptate rápidamente al
    cambio

    Cuanto antes se olvida el queso viejo,
    antes se disfruta del nuevo

    ¡Cambia!

    Muévete cuando se mueva el
    queso

    ¡Disfruta del
    cambio!

    Saborea la aventura y disfruta del nuevo
    queso

    Prepárate para cambiar
    rápidamente y disfrutar otra vez

    El queso se mueve
    constantemente.

    Kof advirtió lo lejos que había llegado
    desde que saliera de la Central Quesera Q en la que había
    dejado a Kif, pero supo que le sería fácil cometer
    el mismo error si no estaba atento. Así pues, todos los
    días inspeccionaba la Central Quesera N para saber en
    qué estado se encontraba el queso. Iba a hacer todo lo
    posible para impedir que el cambio lo pillase
    desprevenido.

    Aún quedaba mucho queso, pero Kof salía a
    menudo al laberinto y exploraba nuevas zonas para estar en
    contacto con lo que ocurría a su alrededor.
    Advertía que era más seguro estar al corriente de
    sus posibilidades reales que aislarse en su zona segura y
    confortable.

    De pronto le pareció oír ruido de
    movimiento en el laberinto. El ruido era cada
    vez más fuerte, y advirtió que se acercaba
    alguien.

    ¿Sería Kif? ¿Estaría a punto
    de doblar la esquina?

    Kof rezó una oración y esperó, como
    tantas veces había hecho, que su amigo finalmente hubiese
    sido capaz de…

    ¡Moverse con el queso

    y disfrutarlo!

    El debate

    Ese mismo día, más
    tarde

    Cuando Michael terminó de contar el
    cuento, miró a su alrededor y vio que sus antiguos
    compañeros de clase sonreían.

    Algunos le dieron las gracias y le dijeron que les
    había sido de gran utilidad.

    -¿Y si nos encontráramos más tarde
    y lo comentáramos? -propuso Nathan.

    A todos les pareció bien la idea, y quedaron para
    tomar algo juntos antes de cenar.

    Esa noche, se reunieron en el bar de un hotel y
    empezaron a bromear con la idea de buscar su «queso»
    y verse metidos en el laberinto.

    -Entonces, ¿qué personaje del cuento
    seríais? ¿Oli, Corri, Kif o Kof? -preguntó
    Angela a todo el grupo.

    -Bueno, esta tarde he estado pensando en ello
    -respondió Carlos-. Y he recordado que, antes de tener la
    tienda de artículos deportivos, sufrí un duro
    encuentro con el cambio. No fui Oli, porque no me lo olí y
    no vi el cambio desde el principio. Y tampoco fui Corri, porque
    no emprendí una acción de inmediato.

    «Creo que fui más como Kif: quería
    quedarme en el territorio conocido. La verdad es que no
    quería afrontar el cambio. Ni siquiera quería
    verlo».

    Michael, que tenía la sensación de que
    apenas había pasado tiempo desde que Carlos y él
    fueran tan amigos en el instituto, le preguntó:

    -¿A qué te refieres, Carlos?

    -A un cambio inesperado de trabajo -respondió
    este.

    -¿Te despidieron? -preguntó Michael
    soltando una carcajada.

    -Bueno, digamos que quería salir en busca de
    nuevo queso. Tenía buenas razones para creer que no se
    produciría ningún cambio. Por eso, cuando este se
    produjo me afectó muchísimo.

    Algunos de sus compañeros de clase, que
    habían estado callados desde el principio, se sintieron
    más cómodos y empezaron a contar sus experiencias,
    entre ellos Frank, que se había hecho militar.

    -Kif me recuerda a un amigo mío -comentó-.
    Su departamento iba a desaparecer, pero él se negaba a
    verlo. Todos los días despedían a personal de su
    sección. Todo el mundo le hablaba de las grandes
    oportunidades que había en la empresa para
    los que querían ser flexibles, pero él no
    creía que debiera cambiar. Fue al único al que le
    sorprendió la desaparición del departamento. Ahora
    le está constando mucho adaptarse a un cambio que,
    según él, no tenía que haberse
    producido.

    -Yo también era de las que creían que eso
    no iba a pasarme a mí -dijo Jessica-, pero lo cierto es
    que mi «queso» se ha movido, y más de una
    vez.

    Todos rieron excepto Nathan.

    -Tal vez ese sea el meollo del asunto -dijo este
    último-. Todos estamos expuestos al cambio. Me
    gustaría que mi familia y yo
    hubiéramos escuchado antes este cuento. Por desgracia, no
    quisimos ver los cambios que se iban a producir en nuestro
    negocio, y ahora ya es demasiado tarde. Hemos tenido que cerrar
    varias tiendas.

    Aquello sorprendió a sus amigos, ya que
    creían que Nathan tenía la suerte de ser el
    propietario de una empresa
    segura con la que siempre podría contar.

    -¿Qué ocurrió? -quiso saber
    Jessica.

    -De pronto, cuando montaron en la ciudad un
    hipermercado, con sus enormes existencias y sus bajos precios,
    nuestra cadena de pequeñas tiendas quedó obsoleta.
    No pudimos competir con esa gran superficie. Ahora veo que, en
    vez de reaccionar como Oli y Corri, reaccionamos como Kif. Nos
    quedamos donde estábamos y no cambiamos. Intentamos no
    hacer caso de lo que ocurría, y ahora tenemos problemas. Kof
    había podido enseñarnos un par de
    lecciones.

    Laura, que en la actualidad era una importante mujer de negocios,
    había escuchado con atención y decidió finalmente
    intervenir en la conversación.

    -Esta tarde, yo también he estado pensando en el
    cuento que nos ha narrado Michael -dijo-. Me he preguntado
    qué tengo que hacer para parecerme más a Kof y ver
    cuáles son mis errores; reírme de mí misma;
    cambiar y hacer mejor las cosas. Me gustaría saber una
    cosa. ¿A cuántos de nosotros nos da miedo el
    cambio?

    Nadie respondió, por lo que Laura
    sugirió:

    -Que levante la mano quien tenga miedo del
    cambio.

    Sólo se alzó una.

    -Bueno, parece que al menos hay una persona sincera
    en el grupo
    -prosiguió Laura-. Tal vez nos guste más la
    pregunta siguiente: ¿cuántos de los que estamos
    aquí piensa que los demás tienen miedo del cambio?
    -Todos levantaron la mano y luego se echaron a reír-.
    Bien, ¿y esto qué significa?

    -Significa negación -respondió
    Nathan.

    -A veces ni siquiera somos consientes de que tenemos
    miedo -admitió Michael-. Yo no sabía que lo
    tenía. La primera vez que oí el cuento, lo que
    más me gustó fue la pregunta:
    «¿Qué harías si no tuvieras
    miedo?».

    -Lo que yo he sacado en claro del cuento -intervino
    Jessica- es que los cambios se producen tanto si me dan miedo
    como si me gustan.

    »Recuerdo que, hace unos años, cuando mi
    empresa vendía enciclopedias, una persona
    intentó convencernos de que teníamos que editar
    nuestra enciclopedia en CD y venderla
    mucho más barata. El costo
    sería menor, y mucha más gente podría
    permitirse comprarla, pero todos nos resistimos a
    ello.

    -¿Por qué esa resistencia?
    -quiso saber Nathan.

    -Por que creíamos que la columna vertebral del
    negocio era la red de vendedores, las
    personas que vendían puerta a puerta. Mantener esa
    red de vendedores
    dependía de las elevadas comisiones que estos cobraban por
    colocar en el mercado un
    producto caro.
    Llevábamos mucho tiempo funcionando así y
    pensábamos que podía durar siempre.

    -Ese era su «queso» -dijo Nathan.

    -Sí, y queríamos aferrarnos a
    él.

    -Pensándolo ahora, de forma retrospectiva, veo
    que no se trató sólo de que «nos movieran el
    queso», sino de que el «queso» tiene vida
    propia y, al final, se acaba. Y lo que ocurrió fue que
    nosotros no cambiamos, pero un competidor sí lo hizo y
    nuestras ventas cayeron
    en picado. Hemos pasado una época muy difícil.
    Ahora va a producirse otro gran cambio en la industria, y
    en la empresa nadie quiere afrontarlo. No me gusta. Es posible
    que pronto me quede sin trabajo.

    ¡Pues tendrás que salir al laberinto! -dijo
    Carlos. Los demás rieron, Jessica incluida.

    Carlos se volvió hacia ella y le dijo:

    -Es importante ser capaz de reírse de uno
    mismo.

    -Eso es lo que más me ha impactado del cuento.
    -terció Frank-. Yo me tomo demasiado en serio. Kof pudo
    cambiar a partir del momento en que fue capaz de reírse de
    sí mismo y de lo que estaba haciendo.

    -¿Crees que Kif llega a cambiar y sale a buscar
    queso nuevo? -preguntó Angela.

    -Yo creo que sí -respondió
    Elaine.

    -Pues yo creo que no -dijo Cory-. Hay personas que nunca
    cambian y pagan un precio muy
    alto por ello. En mi práctica médica veo a gente
    como Kif. Creen que tienen derecho a su «queso».
    Cuando el queso se mueve, se sienten víctimas y culpan a
    los demás. Se ponen enfermas con más frecuencia que
    las personas que superan los miedos y siguen
    avanzando.

    -Me parece -dijo Nathan, en voz muy baja, como si
    hablara consigo mismo- que la cuestión es:
    «¿De qué debemos prescindir y qué
    debemos seguir buscando?».

    Transcurrieron unos minutos sin que nadie dijera
    nada.

    -Tengo que admitir -intervino finalmente Nathan- que
    había visto lo que estaba ocurriendo en otras partes del
    país, pero esperaba que a nosotros no nos
    afectaría. Supongo que es mucho mejor iniciar el cambio
    mientras uno todavía puede intentar reaccionar y adaptarse
    a él. Tal vez deberíamos mover cada uno nuestro
    propio queso.

    -¿Qué quieres decir? -preguntó
    Frank.

    -No puedo dejar de preguntarme dónde
    estaríamos hoy si hubiésemos vendido los terrenos
    de nuestras pequeñas tiendas y hubiéramos
    construido una gran superficie comercial para competir con las
    mejores del sector -repuso Nathan.

    -Tal vez sea el significado de lo que Kof
    escribió en la pared -dijo Laura-. «Saborea la
    aventura y muévete cuando se mueva el
    queso.»

    -Yo creo que algunas cosas no deberían cambiar
    -terció Frank-. Por ejemplo, yo quiero aferrarme a mis
    valores
    básicos. Sin embargo, ahora veo que habría sido
    mejor para mí si hubiese empezado mucho antes a moverme
    cuando lo hizo el «queso».

    -Michael, la historia del queso es muy interesante
    -comentó Richard, el escéptico de la clase-, pero
    ¿cómo la aplicaste en el caso concreto de tu
    empresa?

    El grupo todavía no lo sabía, pero Richard
    se estaba enfrentando a algunos cambios. Hacía poco que se
    había separado de su mujer, y en esos
    momentos intentaba equilibrar su carrera profesional con la
    crianza de sus hijos adolescentes.

    -Verán, yo pensaba que mi misión era
    ir resolviendo los problemas
    cotidianos a medida que surgían, cuando, en vez de eso,
    tendría que haber mirado hacia el futuro al tiempo que
    prestaba atención a la dirección que
    estábamos tomando -replicó Michael-. Y sí,
    claro que me dediqué a solucionar problemas, las
    veinticuatro horas del día. La situación no era en
    absoluto divertida. Vivía en un mundo de competencia
    inexorable y no podía salirme de él.

    »Sin embargo, después de escuchar
    ¿Quién se ha llevado mi queso? y ver cómo
    cambia Kof, advertí que mi misión era
    dibujar una imagen del «nuevo queso». Y conseguir que
    esa imagen fuera tan clara y realista que tanto yo como las
    personas con las que trabajaba pudiéramos disfrutar del
    cambio y triunfar juntos.

    -Es muy interesante -comentó Angela-. Porque,
    para mí, el punto culminante de la historia es cuando Kof
    deja atrás sus miedos y se visualiza encontrando el
    «nuevo queso». Entonces, correr por el laberinto le
    da menos miedo y disfruta haciéndolo. Y finalmente,
    encuentra algo mejor.

    Richard, que había permanecido con el entrecejo
    fruncido durante toda la conversación,
    comentó:

    -Mi jefe no cesa de decirme que la empresa debe cambiar.
    Creo que lo que en realidad me está diciendo es que yo
    debo cambiar, pero yo me niego a hacerle caso. Creo que nunca he
    sabido cuál es el «nuevo queso» hacia el que
    quiere que me mueva. Ni tampoco en qué va a beneficiarme
    ese cambio.

    »Tengo que admitir que me gusta la idea de
    visualizar un «nuevo queso» e imaginarse a uno mismo
    disfrutando de él -dijo Richard con una leve sonrisa-. Eso
    lo ilumina todo. Atenúa los miedos y hace que te sientas
    más interesado en contribuir a que se produzca el cambio.
    Tal vez pueda utilizar esta historia en casa
    -añadió-. Al parecer, mis hijos creen que en su
    vida no debería cambiar nada. Están enfadados.
    Supongo que tienen miedo de lo que depara el futuro. Tal vez no
    he hecho un dibujo
    realista para ellos del «nuevo queso». Probablemente
    porque ni yo mismo lo he visto todavía.

    El grupo permaneció unos instantes en silencio y
    algunos de sus miembros pensaron en su vida familiar.

    -Bueno -intervino Elaine-, aquí casi todo el
    mundo ha hablado del trabajo, pero a mí la historia me ha
    hecho pensar en mi vida privada. Creo que mi relación
    actual es «queso viejo», y está realmente
    enmohecido.

    -A mí me pasa lo mismo -dijo Cory riendo-.
    Supongo que tengo que liberarme de una relación
    negativa.

    -O quizás el «queso viejo» sean
    simplemente las actitudes
    viejas -replicó Angela-. De lo que verdaderamente tenemos
    que liberarnos es de la conducta que
    sigue propiciando relaciones negativas. Y a partir de
    aquí, avanzar hacia una manera mejor de pensar y de
    actuar.

    -¡Claro! -exclamó Cory-. ¡Tienes toda
    la razón! El nuevo queso es una relación nueva con
    la misma persona.

    -Empiezo a pensar que esta historia tiene muchas
    más lecturas de las que en un principio creía -dijo
    Richard-. Me gusta la idea de liberarse de la conducta vieja en
    vez de hacerlo de la relación. Repetir la misma conducta
    dará siempre los mismos resultados.

    »En vez de cambiar de trabajo, tal vez yo
    podría ser una de las personas que ayuden a la empresa a
    cambiar. Si lo hubiera hecho, de seguro que ahora tendría
    un empleo mucho
    mejor.

    Entonces Becky, que vivía en otra ciudad pero
    había vuelto a la suya para la reunión,
    dijo:

    -Mientras escuchaba el cuento y sus comentarios, he
    tenido que reírme de mí misma. He sido como Kif
    durante mucho tiempo, siempre dudando y vacilando y con miedo a
    cambiar. No me había dado cuenta de que casi todos nos
    pasa lo mismo. Me temo que he transmitido a mis hijos esa manera
    de actuar sin saberlo siquiera. Si ahora pienso en ello, veo que
    los cambios te llevan a un lugar nuevo y mejor, aunque cuando se
    producen temes que no sea así.

    »Recuerdo cuando nuestro hijo estaba estudiando el
    segundo curso en la universidad.
    Debido al trabajo de mi marido, tuvimos que dejar Illinois y
    establecernos en Vermont. Nuestro hijo estaba muy triste por
    tener que dejar a sus amigos. Además, era una estrella de
    la natación y en Vermont no había
    equipo de ese deporte. Se enfadó con
    nosotros y nos culpó del traslado.

    »Pero, al final, se enamoró de las
    montañas de Vermont, aprendió a esquiar,
    esquió con el equipo de la universidad y
    ahora vive feliz en Colorado. Si hubiéramos escuchado
    todos juntos el cuento del queso, mi familia se habría
    ahorrado muchas tensiones.

    -Cuando llegue a casa -dio Jessica-, se lo
    contaré a los míos y les preguntaré a mis
    hijos si creen que soy Oli, Corri, Kif o Kof, y quién
    creen que son ellos. Podríamos hablar de lo que pensamos
    que es el queso viejo en nuestra familia y de cuál
    podría ser el nuevo queso.

    -Es una buena idea -intervino Richard.

    -Me parece que voy a ser más como Kof: me
    moveré cuando se mueva el queso y disfrutaré de
    él -comentó Frank-. Y voy a contarles esta historia
    a mis hijos, que están preocupados porque tienen que dejar
    el Ejército y por lo que el cambio supondrá para
    ellos. Seguro que provoca interesantes discusiones.

    -Sí, así fue tal como mejoramos la empresa
    -dijo Michael-. Nos reunimos varias veces para discutir
    qué habíamos sacado en claro de la historia del
    queso y para decidir cómo podíamos aplicarla a
    nuestra situación concreta. Estuvo muy bien porque pudimos
    utilizar un lenguaje que
    resultaba divertido para hablar del cambio. En realidad,
    resultó muy efectivo. Sobre todo cuando lo divulgamos por
    toda la empresa.

    -¿Y eso? -quiso saber Nathan.

    -Cuanto más nos bajamos en la escala
    jerárquica de la organización, encontrábamos a
    más personas que se sentían con menos poder. Era
    comprensible que el cambio les diera mucho miedo, ya que
    consideraban que se les imponía desde arriba. Por eso se
    resistían a él. Dicho en pocas palabras: cuando el
    cambio se impone, la gente se opone. Lo único que me queda
    por decir es que ojalá hubiera conocido antes este
    cuento.

    -¿Por qué? -preguntó
    Carlos.

    -Porque -prosiguió Michael- cuando nos dispusimos
    a cambiar, la empresa había llegado a un punto tal que
    tuvimos que prescindir de muchos empleados, entre ellos algunos
    amigos. Fue muy duro para todos. Sin embargo,
    prácticamente todo el mundo, los que se quedaron y los que
    se marcharon, dijo que el cuento del queso le había
    ayudado a ver las cosas de otro modo y a adaptarse mejor a ellas.
    Los que tuvieron que buscar un nuevo empleo dijeron
    que al principio les resultó muy duro, pero que recordar
    la historia les fue de gran ayuda.

    -¿Qué fue lo que más los
    ayudó? -preguntó Ángela.

    -Una vez dejaron atrás el miedo -replicó
    Michael-, me dijeron que lo mejor fue advertir que el mundo
    estaba lleno de nuevo queso esperando que alguien lo encontrara.
    Que formarse una imagen mental del nuevo queso hacía que
    se sintieran mejor; en las entrevistas de
    trabajo tenían más confianza en sí mismos, y
    algunos encontraron un trabajo mejor.

    -¿Y aquellos que se quedaron en tu empresa?
    -preguntó Laura.

    -Pues en vez de quejarse de los cambios que estaban
    produciéndose -respondió Michael-, decían:
    «Nos han movido el queso. Vamos a buscar uno nuevo».
    De ese modo ahorramos mucho tiempo y redujimos las
    tensiones.

    »Al poco, las personas que se habían
    resistido al cambio empezaron a verle las ventajas e incluso
    colaboraron en la tarea de llevarlo a cabo.

    -¿Por qué crees que ocurrió? -dijo
    Cory.

    -Creo que en gran parte se debió a la presión
    que pueden ejercer los compañeros en una
    empresa.

    -¿Qué ocurre en casi todas las empresas cuando
    es la dirección la que anuncia el cambio?
    ¿Qué opina la gente del cambio? ¿Qué
    es una buena idea o una mala idea?

    -Una mala idea -respondió Frank.

    -Sí -convino Michael-. ¿Por
    qué?

    -Porque la gente quiere que las cosas sean siempre igual
    y cree que el cambio le perjudicará -dijo Carlos-. Cuando
    una persona lista dice que cambiar es mala idea, las demás
    dicen lo mismo.

    -Sí, tal vez no piensen lo mismo entre padres e
    hijos -intervino Becky. Y luego preguntó-: ¿Fueron
    muy distintas las cosas cuando la gente leyó el
    cuento del queso?

    -Cambiaron de inmediato. Porque nadie quería
    parecerse a Kif -contestó Michael simplemente.

    Todos rieron, incluido Nathan, que dijo:

    -Ese es un punto interesante. En mi familia nadie
    querrá parecerse a Kif. Es posible incluso que cambien.
    ¿Por qué no nos contaste esta historia en una
    reunión anterior? Estoy convencido de que puede
    funcionar.

    -Cuando vimos lo bien que nos había funcionado a
    nosotros -dijo Michael-, les pasamos la historia a algunas
    personas con las que queríamos hacer negocios
    porque sabíamos que en sus empresas
    también estaban produciéndose cambios. Les
    sugerimos que nosotros podíamos ser su «nuevo
    queso», es decir, unos socios mejores con los que triunfar
    juntos.

    Eso le dio algunas ideas a Jessica y le recordó
    que tenía que hacer unas llamadas para unas ventas a
    primera hora mañana. Consultó el reloj y
    dijo:

    -Bueno, es el momento de que me vaya de esta Central
    Quesera en busca de nuevo queso.

    Todos echaron a reír y se despidieron. Muchos
    querían seguir conversando, pero tenían que
    marcharse. Al hacerlo, volvieron a agradecerle a Michael que les
    hubiera contado el cuento.

    -Me alegro mucho de que lo hayáis encontrado tan
    útil -les dijo él- y espero que pronto
    tengáis la oportunidad de compartirlo con
    otros.

    Fin

     

     

    Atte: Ing. Ana E. Perez Piñon

     

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