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Del mono generalista al ?homo sapiens?,




Enviado por jj.goni



    1. Introduccion
    2. La otra teoría de la
      evolución
    3. La ruptura con lo natural y el
      concepto de tiempo
    4. Llegan los primeros
      instrumentos
    5. El retorno a la
      especialización
    6. Reflexiones sobre el
      futuro

     

    Introduccion

    No sabemos mucho acerca de cómo la especie humana
    se separó del resto del mundo animal. Tan sólo
    podemos afirmar que nuestros parientes más cercanos, los
    chimpancés, pertenecen a una estirpe lejana a la nuestra
    en 2 ó 3 millones de años. Resulta difícil
    imaginar una vinculación especial entre chimpancés
    y humanos. Sin duda, el camino que ha separado a ambas especies
    es largo, pero ¿cuál fue el punto de la
    bifurcación? ¿Por qué
    ocurrió?

    Las investigaciones
    antropológicas no han logrado responder a estas preguntas.
    Por ello no pretendo resolver científicamente estas
    incógnitas, sino realizar una aproximación
    ensayista en busca de una interpretación de lo que pudo
    ocurrir.

    Los humanos somos distintos a los animales, aunque
    provenimos de un espacio genético común compartido
    con otros primates. Sin embargo, en algún momento humanos
    y primates iniciaron, por motivos que desconocemos, un camino por
    separado. Se produjo lo que he dado en llamar una
    bifurcación. Este camino que llevó a los humanos a
    alcanzar su capacidad mental se produjo respecto a todas las
    especies animales que
    poblaban la tierra.
    Debió existir una estrategia
    diferenciadora del ser prehumano respecto a sus parientes
    más próximos, los primates, y también
    respecto al resto de los seres vivos. Esta estrategia es
    sólo explicable si se basa en un planteamiento opuesto al
    que siguieron los demás seres vivientes. El resultado fue
    singular e irrepetible, y determinó la separación
    rápida y profunda de todas las otras especies.

    Veamos que hicieron los demás seres vivientes de
    la mano del naturalista Charles Darwin. Él
    nos legó una teoría
    que basa la evolución de las especies en los cambios
    provocados por la adaptación. Las modificaciones del medio
    fuerzan la adaptación por la regla de la supervivencia del
    mejor adaptado, provocando la adopción
    de mutaciones o cambios exitosos frente a las nuevas
    circunstancias. El cambio es
    continuo en cada especie. Surgen crisis que
    provocan la extinción, cuando la dimensión o
    rapidez del cambio no
    permite a la especie adaptarse al cambio con la agilidad
    necesaria.

    Pero, ¿puede este mecanismo conducir y explicar
    la evolución y la posición de la
    especie humana en nuestros días? ¿Es el mecanismo
    de adaptación al medio el que nos hace evolucionar?
    ¿O lo fue en algún momento? ¿Qué
    papel
    representó la adaptación física y mental
    totalmente diferente de otras especies?

    Si lo común de todas las especies animales es la
    adaptación basada en la especialización, ¿no
    podrá ser que existió un camino exitoso fuera de
    esta regla general? Si trabajamos desde esta hipótesis, que es una proposición no
    demostrada, vamos a recorrer un camino partiendo de la
    hipótesis
    contraria a la propuesta por Darwin.

    La otra teoría
    de la evolución

    ¿Qué ocurriría si una especie,
    nuestros primates antecesores, por un cambio en el medio se
    encuentra en un nuevo entorno en el que sus competencias o
    destrezas no sirven ya como en el anterior medio, pero tampoco
    son tan inservibles como para provocar su extinción? Si
    esta especie no se especializa, si no es mejor en casi nada,
    ¿estará irremediablemente condenada a la
    extinción? No siendo quien más corre, quien mejor
    trepa, quien mejor olfatea, quien más oye,
    ¿Cómo es posible competir? He aquí, que
    estando cerrado, por la necesidad rápida de
    adaptación y competencia en el
    medio, el camino habitual de la modificación y
    especialización, sólo es posible intentar el camino
    contrario, el de la visión generalista pero
    integradora.

    Ésta pudiera ser la primera actitud
    innovadora de nuestra especie, y seguramente lo único que
    nos sigue diferenciando con contundencia de las restantes
    especies. Este espíritu de buscar soluciones, de
    innovar para sobrevivir, de hacer y construir lo nuevo es, sin
    duda, la primera chispa de lo que hoy llamamos tecnología. Este
    hábito fue adquirido para siempre por la especie. Se
    rompieron las reglas y la especie triunfó respecto a todos
    sus competidores y sus antiguas reglas de especialización
    y adaptación al entorno. Desde aquel punto sin retorno en
    la historia todo ha
    sido un mismo camino que nos ha llevado a buscar lo nuevo y que
    nos ha permitido millones de años después llegar a
    la luna. La especie humana ha transitado de la posición
    pasiva del devenir de la naturaleza y de
    hacer de ésta la regla de la selección
    de las especies, a la actitud activa
    de enfrentarse a los problemas
    desde la búsqueda de la mejor solución para
    sobrevivir.

    La primera gran innovación fue romper la regla imperante,
    emprender el camino por la senda contraria a todos los
    demás y hacer de la actitud generalista o de la
    no-especialización el punto fuerte para competir, es
    decir, emplear nuevas armas no
    existentes en el momento. La necesidad de sobrevivir y competir
    basada en la actitud generalista, ha llevado a la especie humana
    a desarrollar otras capacidades, no necesarias en otras especies,
    que han hecho de nuestro amigo el mono generalista un ser
    superior a los demás miembros de la naturaleza, pero
    que se ha alejado de manera progresiva de ese espacio donde no
    puede competir con ventaja, al menos individualmente.

    El comportamiento
    ganador en la naturaleza es el que lleva a intentar ajustarse lo
    más posible a sus condiciones cambiantes, a ser
    rápido para competir por recursos escasos,
    a desarrollar los sentidos al
    extremo de poder apreciar
    y evaluar el entorno en segundos. Todo ello profundiza en la
    estrategia de la diferenciación para competir, algo que no
    hizo o no pudo hacer la especie humana.

    Por el contrario, al ser generalista, aquella especie
    enfrentó el problema desde la primera, y quizás
    más importante, innovación jamás ocurrida. La
    debilidad individual tuvo que ser reemplazada por la potencial
    fortaleza del grupo, pero no
    a modo de complemento a la especialización como ya sucede
    en otras especies, sino como recurso principal. Mis sentidos,
    debieron pensar, son débiles en comparación con
    otras especies, pero puedo emplear los del resto de mis
    semejantes si sé comunicarme con gran eficacia e
    intercambiar información de manera precisa. A cambio yo
    debo comunicar lo que percibo del entorno para resolver el
    problema de otros. Surge así una nueva necesidad que es la
    de desarrollar un código
    de comunicación lo más rico en detalles
    y contenidos posible, que permita superar las capacidades
    naturales de la captura inmediata de los sensorialmente mejor
    dotados.

    La ruptura con lo
    natural y el concepto de
    tiempo

    Intercambiar información con otros supone capturarla,
    almacenarla, y transmitirla. Captar para comunicar es muy
    distinto a sentir, es separar la sensación de la
    acción-comunicación, separar lo percibido de lo
    comunicable, separar lo inmediato de lo posible en un futuro
    próximo. Surge así la sensación de tiempo como la
    distancia entre acciones. Esta
    primera ruptura con lo natural exige interiorizar el tiempo, una
    sensación que ordena las capturas de los sentidos,
    clasifica y borra los almacenamientos de sensaciones y los
    espacios para la secuencia de la
    comunicación con el resto de la especie. Nos
    encargamos de construirnos un reloj mental que no tiene nada que
    ver con el reloj natural. La estructuración del tiempo es
    un concepto
    sustancial de este desarrollo de
    la
    comunicación.

    Entender el tiempo y saber emplear este recurso es un
    logro trascendental que inicia el camino hacia la racionalidad.
    Pero esto sólo no basta, y para sobrevivir siendo
    generalistas necesitamos potenciar nuevas habilidades y
    desarrollar mecanismos que nos ayuden en la comunicación y
    en la reflexión. Separando los sentidos de la
    acción, el sistema nervioso
    y el sensorial se convierten en los ejes principales del desarrollo de
    la especie, ya que implican la capacidad de representar la
    información, de comunicar de forma eficaz y de asociar a
    una información disponible ahora otras circunstancias
    anteriores de hechos experimentados.

    Este proceso de
    acceder a información anterior y combinarla con otra nueva
    es un proceso de
    reflexión. Pero todo este cúmulo de nuevas formas
    de resolver los problemas
    pueden tener un punto débil y es el de la escasa velocidad en
    el despliegue de toda la secuencia de razonamiento. Cualquier
    proceso de reflexión no sirve sino para aportar resultados
    elaborados para una respuesta más certera en menos tiempo,
    y para apoyar la acción, filtrando o cualificando la
    información percibida directamente o a través de
    otros. Reflexionar sirve para el futuro, es decir, para prever lo
    que ocurrirá.

    La actitud generalista de la especie humana abrió
    un camino sin precedentes. Desde entonces podemos decir que el
    ser humano lo hace casi todo peor que muchas especies animales,
    pero hace un poco de casi todo. Corre, nada, salta, ve, grita, y
    oye mejor que unos y mucho peor que otros, en todas las
    disciplinas tiene especialistas del reino animal que lo hacen
    mucho mejor. El humano es capaz de vivir en cualquier clima, se
    alimenta de múltiples alimentos, vive
    en diferentes espacios naturales, habla múltiples
    lenguajes, y emplea multitud de símbolos colectivos, pero
    sobre todo desarrolla con extremada sofisticación y
    detalle de forma incesante nuevos lenguajes. Sin duda,
    comunicándose y creando comunicación se
    desarrolló esta especie.

    Esta percepción
    comunicada en diferido a través del lenguaje
    permite también desarrollar el pensamiento
    sobre lo que ya no es sentimiento, sobre lo que reside en un
    formato almacenado, y con ello permite el desarrollo de lo
    abstracto, y en consecuencia, permite plantear las grandes
    preguntas sobre lo que no existe como las cosas, sobre el origen
    y el destino, sobre el propio pensamiento.
    El pensamiento se descubre a sí mismo y el hombre
    desarrolla más y más el lenguaje
    para dar cabida a esta combinación infinita de las
    percepciones, de sus versiones almacenadas, de las
    simbologías, de los pensamientos y almacenamientos de los
    modelos de
    acción. La información, el lenguaje,
    la reflexión y la comunicación se encarnan en el
    entendimiento superior de las cosas, en el dominio del saber
    y de la abstracción.

    Tras representar mentalmente la realidad, el ser humano
    adquiere y desarrolla la noción de tiempo, que es lo que
    separa el sentir del actuar. Esta dimensión no es
    importante en los animales. Al estímulo le sigue la
    acción y, cuando ésta es rápida y acertada,
    el éxito
    está asegurado. Para nosotros sentimiento y acción
    deben estar separados por la reflexión, en tanto que somos
    conscientes de ello entendemos el tiempo. El tiempo va unido a la
    simbología, a la memoria que
    separa el pasado del futuro, a la capacidad de recordar como
    sucedió en otras ocasiones para apoyar la
    reflexión. La especulación mental sin contacto con
    la naturaleza estaría seguramente operando en ausencia del
    tiempo, y aquella fuera del ámbito de los sentidos nos
    permite desarrollar nuevos lenguajes simbólicos, que
    están fuera de lo que el entorno de lo natural nos
    proporciona. En este punto también desarrollamos lo
    único que sabemos hacer mejor que el resto de los animales
    que es crear símbolos, proyectarnos en el tiempo, crear y
    asociar ideas, que nos hablan de los porqués y fines de
    las cosas. Así satisfacemos una necesidad que nos hemos
    creado, que llevamos dentro como el entender los fundamentos de
    la propia naturaleza. Este afán de descubrir los
    porqués de nosotros mismos no deja de ser una arrogancia
    muy humana de salir de nuestra existencia para volver a
    contemplarla como algo ajeno a nosotros mismos.

    Todo este complicado devenir que implica el desarrollo
    del intelecto se acompaña del correspondiente
    enriquecimiento de lo social. Así el objetivo
    original de los humanos de ayudarse para sobrevivir
    físicamente, se convierte en ayudarse para comunicarse e
    interpretar de forma conjunta los problemas cotidianos y los
    elementos abstractos de los que nos dotamos. De esta manera,
    generación en generación, la especie progresa sobre
    la base de una cohesión social basada en la mejora de sus
    capacidades de comunicación y de resolución
    colectiva de problemas fundamentada en la tecnología, que
    sustituye a la competencia por
    especialización sensorial propia de los restantes
    animales.

    Una vez producido este giro irreversible, el progreso y
    la supervivencia de las distintas sociedades se
    ha basado en la capacidad de desarrollo tecnológico para
    avanzar como grupo. En este
    punto se consuma la separación con el resto de seres
    vivientes. El camino del mono generalista fue ampliándose
    con habilidades de comunicación, simbología,
    tecnología, con la necesaria interpretación del
    mundo real y, en consecuencia, con la creación de un mundo
    ideal, un imaginario nuevo y exclusivo del ser humano.

    Llegan los primeros
    instrumentos

    Tanta falta de especialización y su poderosa
    capacidad de reflexionar llevó al ser humano a competir
    desarrollando instrumentos. El "homo generalista", al separar la
    acción de las consecuencias, es capaz también de
    concebir elementos mediadores entre el objetivo
    deseado y la situación de partida. Crea el instrumento
    imaginando cómo resolver cosas, imaginando una forma de
    actuar con un instrumento que no existe, creando con ello un
    nuevo medio y una forma de uso tampoco existente.

    El hombre que
    imagina, construye y ensaya instrumentos, refinando
    progresivamente este saber, crea las bases de la
    tecnología. De la experimentación aprende y
    establece reglas de comportamiento, que es capaz de transmitir a otros
    en el lenguaje de
    los símbolos. Así puede enseñar a otros para
    ahorrar tiempo en volver a experimentar. El
    conocimiento de la experiencia se deposita en el lenguaje y
    en los símbolos, y acumula saber de generación en
    generación. Al principio de forma rudimentaria, de padres
    a hijos, pero la sofisticación del saber requiere nuevos
    instrumentos de aprendizaje como
    la escritura.

    La especie humana alcanza así el carácter
    enciclopédico y el valor del
    saber. Saber para predecir comportamientos, para anticiparse a
    las circunstancias de cómo serán las cosas, para
    hacer que las cosas se comporten como queremos o como sabemos que
    se han de comportar. Esta capacidad de predecir nos hace capaces
    de inventar instrumentos complejos que hacen cosas de una manera
    diseñada de antemano, de una manera automática y
    con una alta fiabilidad. El pequeño instrumento manual, cede paso
    a la máquina y ésta, en sofisticaciones sucesivas,
    nos lleva a sistemas
    complejos.

    Las máquinas
    fabrican máquinas
    en un constante proceso de alejamiento de la mano del hombre y en un
    desarrollo exponencial de los conocimientos multidisciplinares.
    Las máquinas dirigidas por hombres son capaces de fabricar
    y de crear espacios de grandes dimensiones donde el hombre se
    protege de la propia naturaleza de la que surgió y de los
    restantes animales que viven en ella. Ya no le preocupan
    éstos y por tanto competir con ellos, pues su vida
    está dentro de los propios objetos que construye. Su
    ciudad es una nueva naturaleza, una segunda naturaleza, un mundo
    tan complejo y tan grande que exige una nueva
    especialización. En los próximos años (sobre
    el 2020) el crecimiento de las megalópolis hará que
    un 70 % de la población mundial viva en las urbes. Se
    estará consumando el abandono, quizás definitivo,
    de la primera naturaleza.

    El hombre desde la primera naturaleza y en su progresivo
    alejamiento de ella desarrolla dos planos específicos del
    saber: el saber porqué, que le lleva al dominio de la
    filosofía y el pensamiento, y el saber cómo que le
    lleva a dominar la naturaleza y a desarrollar el saber
    científico y tecnológico. Dos saberes
    ineludiblemente relacionados que surgen de la separación
    del sentir y el actuar. La religión y la azada
    con las que el hombre medieval encaraba su vida, hoy se
    sustituyen por la política y el coche,
    o por la formación y la tecnología.

    Es importante entender que el hombre como colectivo se
    ha salido parcialmente de la naturaleza y continúa
    moviéndose con gran rapidez en esa dirección, y ha creado una segunda
    naturaleza construida con productos
    hechos por y para el hombre. Esta nueva naturaleza se hace
    compleja por su globalidad y exige que el hombre haga lo que
    dejó de hacer muchos millones de años atrás.
    En este entorno sí quiere competir y, por ello, el ser
    humano vuelve a hacerse especialista. Requiere más de 20
    años para capturar todo el saber que le es necesario para
    desenvolverse en esta segunda naturaleza.

    El retorno a la
    especialización

    El trabajo ha ido evolucionando a lo largo de la
    historia asociado
    a la
    organización de los modos de obtener los recursos
    necesarios para la supervivencia. En las primeras etapas de la
    humanidad, en éstas en la que la caza, la
    recolección y la agricultura
    ocupaban el tiempo para conseguir los alimentos, la
    especie humana desarrollaba una actividad física intensa y
    dependía de ella su capacidad de sobrevivir.

    Pero la aparición de las herramientas
    cambió el escenario y se fue imponiendo la
    especialización en las formas de trabajar. La fuerza bruta
    se deriva hacia los animales, a los que se provee de aperos y
    sistemas de
    aprovechamiento de su capacidad de trabajo. Así el
    labrador y el conductor de carros desarrollan habilidades para
    dirigir a otros seres con mayor fuerza que
    ellos, transformando la domesticación de animales en una
    fuente importante de disponibilidad de energía. Pero a
    pesar de todo, la fuerza corporal era requisito indispensable de
    la capacidad de trabajo en la agricultura.

    Es a finales del siglo XIX cuando surge con gran fuerza
    la capacidad de controlar la energía, que permite su
    explotación allá donde se desea y aplicarla a un
    sinfín de artilugios mecánicos y eléctricos.
    El trabajo se
    transforma en el manejo de estas máquinas que se maniobran
    a través de movimientos de piernas y brazos. El hombre
    ejerce las tareas más complejas y menos esforzadas. La
    energía consumida por las máquinas mueve los
    objetos, los desplaza de un sitio a otro y dispone de una
    capacidad de trabajo imposible de ser desarrollada por individuos
    aislados, ni siquiera por grupos de
    ellos.

    El trabajo ya no se basa en la fortaleza física,
    sino en saber manejar con habilidad máquinas. El puesto de
    trabajo empieza a hacerse más sedentario, y el asiento de
    la máquina, y del puesto de control empiezan
    a restar movilidad al individuo que trabaja. En este escenario
    una pequeña parte de los trabajadores empieza a utilizar
    máquinas manuales, donde
    el teclado sirve
    de entrada a muchas de ellas y se convierte en un instrumento
    fundamental. Se pasa a depender de las manos y de la vista para
    realizar la mayoría de los trabajos en las oficinas.
    El trabajo
    sobre papeles y máquinas que manejan papeles junto al
    teléfono constituyen la quintaesencia de la
    labor de los trabajos administrativos. La mecanografía nos exige una rapidez en el
    manejo de los teclados y el resto del cuerpo está
    inactivo, en espera de terminar estos trabajos para ponerse en
    funcionamiento, para caminar y relajarse un poco o ir al
    gimnasio.

    De la era de las máquinas manuales pasamos
    a la era digital. Los ordenadores lo ocupan todo y poco a poco
    todos los instrumentos de información y manejo de datos se
    convierten en equipos digitales que incorporan nuevos medios de
    manipulación. El ordenador incorpora el ratón, ese
    instrumento que, gracias a la interactividad e inteligencia
    embebida en los programas
    informáticos, nos permite pasar de decir lo que queremos
    de una forma explícita, a elegir entre las opciones que se
    nos ofrecen. El "click" del ratón vuelve a mermar el uso
    de nuestro cuerpo. El trabajo de oficina es ya
    digital y en su desarrollo utilizamos cada vez más
    información existente, introducida por otros o fabricada
    por el ordenador. La información existente crece, y con su
    reutilización y reordenación podemos producir otros
    "items" de información de gran valor.

    Estamos trabajando con la vista y un dedo, alejados
    sobremanera de las formas primitivas de trabajo físico,
    donde músculos más que cerebro eran la
    clave para ejecutar lo necesario. Esto ha cambiado para siempre,
    y volvemos a trabajar físicamente practicando deporte, como un hobby que
    beneficia nuestra salud y que nos descansa de
    la tarea cada vez más intelectual y menos física.
    Trabajaremos cada vez más con el cerebro y menos
    con los músculos y el trabajo del saber y del conocimiento
    se apoyará en los ordenadores. El "homo pensante"
    empleará una tecnología más sofisticada como
    la tecnología
    de la información.

    La naturaleza de las cosas fabricadas es la segunda
    naturaleza. La revolución
    industrial completa este ciclo del dominio de los
    instrumentos a escala planetaria
    y el hombre que domina la energía y la materia
    construye sus propios nidos, se desarrolla en unos espacios que
    el mismo construye, que son aislados de la naturaleza y reducidos
    en dimensión. El recurso productivo ya no es la mano de
    obra sino el saber hacer, el tener la capacidad de emplear la
    tecnología, la energía y, en definitiva, el dominio
    de las cosas.

    Este nuevo escenario promueve cambios
    sustánciales. Así como la naturaleza busca la
    diferenciación y por ello los destinos y formas son de
    creciente variedad, el dominio de la tecnología y la
    producción masiva fomentan la similitud, la
    igualdad de
    los usos de los bienes y
    servicios. En
    la segunda naturaleza lo uniforme y monótono sustituye a
    la variedad y la especialización de la primera naturaleza.
    A pesar de la aparente libertad y de
    la democracia que
    respeta la variedad de actuación, los comportamientos
    sociales se mimetizan y se camina a un mundo de similares.
    Nacemos con la posibilidad de ser distintos y morimos
    prácticamente iguales.

    Todas las ciudades se parecen y hacen una realidad aquel
    eslogan de una agencia de turismo: "Viaje ahora, antes
    de que todo el mundo sea igual". Esta segunda naturaleza, que
    trae lo que llamamos progreso o más bien disponibilidad de
    un entorno confortable, que minimiza los riesgos y los
    esfuerzos físicos y que nos suministra múltiples
    objetos fruto de la imaginación y de la capacidad
    constructiva de la industria, nos
    lleva a la ausencia de diferenciación de los usos y
    costumbres. Éstas en sus expresiones más rurales se
    extinguen y se pretenden conservar en régimen de
    invernadero en los museos y en el folklore,
    fuera de su entorno natural, y se convierten en fuentes de
    atractivo e interés
    cultural que nos retorna al pasado, a lo que no volverá a
    ser nunca como fue.

    La ciudad desemboca en la pérdida de identidad
    cultural, en la eliminación de los ritos y la
    sustitución masiva de éstos por los derivados de
    los masivos medios de
    comunicación. Al incrementar la complejidad y el
    número de individuos alrededor de unos recursos
    compartidos, se incrementan las necesidades de
    comunicación. Tanta información indiscriminada
    llega a generar una tendencia a la superficialidad en la
    información y en la comunicación y a la ausencia de
    la reflexión y del pensamiento.

    Otras consecuencias de este nuevo escenario son el
    incremento de la esperanza de vida, el aumento del consumo y una
    constante añoranza de la primera naturaleza, reflejada en
    el interés
    por lo ambiental, las vacaciones en la naturaleza y el retorno
    hacia el campo de los más pudientes. Este interés
    también se manifiesta en las actividades deportivas. Lo
    que antes era trabajo físico, cuando el poco tiempo
    disponible se dedicaba a descansar, se ha invertido por el
    trabajo sedentario y la afición deportiva en el escaso
    tiempo de descanso. El deporte es el retorno a la
    versión primitiva de la primera naturaleza en formato
    urbano, es regresar a los modos de actividad con la naturaleza,
    aunque los encerramos en los estadios, en los pabellones de
    deporte, para aislarnos una vez más de un entorno
    añorado, pero que ahora nos es hostil y
    extraño.

    Reflexiones sobre el
    futuro

    Estamos en el fin de la era industrial que ha alcanzado
    su auge en los últimos años del siglo XX, en la
    culminación de una era que no vamos a abandonar, sino a
    convertir en un nuevo peldaño hacia un escenario nuevo,
    quizás hacia una tercera naturaleza. ¿Pero
    cuál es el giro, la nueva noticia que nos puede llevar a
    construir sobre lo ya construido un nuevo espacio, una nueva
    ciudad, un nuevo modo de sentir, de ver, de pensar?

    Se trata de una tecnología que se aplica sobre
    el
    conocimiento, sobre lo no tangible, sobre el saber y la
    capacidad de comunicarse, una tecnología que supera los
    límites
    espacio-temporales. Son los medios de
    telecomunicación, los que superpuestos en la segunda
    naturaleza están creando estos nuevos espacios de lo
    llamado virtual, que es como lo real, pero no es un objeto
    físico.

    Este nuevo camino hace que la interrelación entre
    personas, países y economías crezca sin cesar. Todo
    objeto de comunicación y de transferencia de
    información entre personas es manipulable por medio de los
    ordenadores de forma rápida, barata y reubicable, no
    importa en qué lugar del mundo. La digitalización
    de cualquier contenido de información permite crear
    espacios nuevos, hasta ahora no imaginables.

    No sabemos si esta nueva capacidad unida a la capacidad
    de producción propia de la segunda
    generación, hará del trabajo intelectual lo que
    esta última hizo del trabajo físico. Es decir, si
    el trabajo físico se ha convertido en deporte, puede que
    el trabajo intelectual se convierta en entretenimiento y
    competición de saberes.

    Así, puede pensarse que en la tercera
    generación se desarrollarán los llamados "metas",
    el metaconocimiento o el conocer sobre el cómo conocer, la
    metainformación o la información sobre la
    información, o la metatecnología o la
    tecnología que gobierna la tecnología. Casi todo
    está por descubrir en este nuevo espacio de conocimientos
    empaquetados, combinables e intercambiables.

    La distancia entre los que empiezan a estar en este
    nuevo espacio de la tercera naturaleza, y los que aún no
    saben nada de ella se acrecienta. La distancia no se mide ya en
    kilómetros, sino en formas de pensar, explicar la vida y
    recorrer este maratón tecnológico. Algunos, que son
    la mayoría, están en la primera naturaleza, los
    más en condiciones de miseria, mientras los menos en los
    países industrializados establecen los criterios de la
    nueva economía, y se acercan a la tercera
    naturaleza con el empleo
    intensivo de las telecomunicaciones y la informática. Los primeros se mueven hacia
    las ciudades desprovistos de conocimientos suficientes para
    adentrarse en el ámbito de la producción
    industrial. Se producen situaciones dramáticas de
    marginación. La tecnología provoca que no se
    requiera tanta mano de obra como la disponible y la distancia
    entre ricos y pobres crece impulsada por las diferencias de
    conocimiento,
    de saber hacer y de tecnología no transferida.

    En cada una de las tres naturalezas las capacidades
    discriminantes y generadoras de estatus y valor cambian, pero lo
    hacen de forma drástica, y lo que sirve en unas no vale
    nada en otras. El tránsito entre ellas es a costa de
    grandes sufrimientos debido a la inadaptación de
    generaciones enteras que transitan con casi nulos recursos hacia
    un "mundo mejor". Lo hacen por el futuro de sus hijos, por ese
    sentido de conservación y continuidad que llevamos dentro.
    Se da la paradoja de que existen grupos humanos
    que, aún viviendo muy cerca entre sí, viven a una
    gran distancia en el tiempo, quizás de doscientos o
    trescientos años en sus medios de confort, sistemas de
    sanidad, acceso a la educación y, en
    definitiva, de calidad de
    vida. Muchos de los conflictos
    políticos, económicos y sociales obedecen a una
    prisa difícilmente explicable (llevamos en la tierra 1,8
    millones de años) de superar las distancias culturales, de
    imponer un veloz tránsito económico y de competencias
    personales y de crear unas tensiones generacionales en los
    pueblos a través de las tres naturalezas, intentando que
    todo ocurra en unas pocas decenas de años.

    Estas barreras del tiempo sólo se derriban a
    través de la cultura, de la
    formación del conocimiento, de la liberación
    personal, de
    la capacidad de entender y comprender a los otros. Todo ello,
    queramos o no, en detrimento de lo local, de la cultura
    singular fruto de un entorno cerrado, especial, parcialmente
    incomunicado y en una imparable secuencia de recorrido desde la
    primera naturaleza a la tercera, desde la agricultura al reino de
    lo simbólico y lo virtual, desde la familia o
    grupo unido a un territorio al reino de la comunicación
    global, desde la familia y el
    relevo generacional a la generación del aislamiento
    comunicacional.

    Las distancias no cesan de crecer entre personas y
    pueblos, y aún no sabemos la capacidad de tensión
    que puede suponer mantener estas distancias, pero parece claro
    que hay que introducir una nueva línea de pensamiento para
    resolver los problemas que se están creando en la
    complicada adaptación de las sociedades a
    este cambio de milenio con la aparición de la tercera
    naturaleza. ¿Estaremos necesitados de un cambio de
    estrategia como la que se experimentó en la
    separación del ser humano del conjunto de las especies
    animales? El cambio que se avecina requerirá enfoques
    altamente revolucionarios. Seguramente en algo por lo que nadie
    apostaría se encuentra el punto de partida.

     

     

     

    Juan José Goñi Zabala

    Director de Proyectos
    Estratégicos de Ibermática

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