(Jornadas realizadas entre el 17-23 de febrero de 2003
en Barcelona España
sobre " La Sociedad
colombiana y la Construcción de la Paz, Mesa No 1, "Los
Intelectuales y la Guerra")
Dificultades ligadas a la obtención
extraordinaria de un Visado, me han impedido atender la
invitación para acompañarlos en el
conversatorio-reflexión organizado por el Ayuntamiento de
Barcelona y Ongs catalanas sobre la actual situación de la
guerra en Colombia, percibida y analizada desde las
lógicas, los imaginarios colectivos y los intereses
generales de la sociedad nacional.
Dadas las consecuencias perversas de los últimos
eventos
bélicos acaecidos en Colombia, afianzadores de la guerra a
la par que clausuradores, en el corto plazo por lo menos, de
salidas negociadas, no puedo dejar volar la ocasión sin
hacerles algunas condensadas consideraciones sobre los
Intelectuales y la Guerra, Mesa a la que se me invitó a
participar en la honrosa compañía de Patricia Ariza
y Sergio Cabrera.
Osadamente irrespetuoso y fantasioso resultaría
pretender hablar ahora en nombre de los intelectuales
colombianos, es decir, de esa amplia y heterogénea
categoría social de ciudadanos, que utilizan recursos
mentales, cognitivos y culturales como el más importante
insumo de su quehacer individual y, sobre todo, social; con
realismo y
humildad sólo lo puedo hacer no en nombre si no,
más bien, pensando en un grupo, cada
vez más achicado, de intelectuales "comprometidos" a los
que, más implícita que explícitamente, ha
terminado por cohesionarlos un consenso mínimo.
Más que de intelectuales contestatarios, se trata de
intelectuales analistas que, como ciudadanos, sienten la
necesidad de comprometerse con su sociedad en una fase de su
historia
especialmente crítica. Aún más, en sus
mismos análisis hace presencia un sesgo
ideológico, muy conciente, desdoblado en una opción
o por la salida negociada de la guerra o por su desenlace
guerrerista. Ahora sí, como analistas ponen el acento en
el estudio de los escollos que obstaculizan, así como de
la creación de condiciones que facilitan la
viabilización de una u otra estrategia. Al
ser ello así, el referente nominativo de estas notas no es
otro que el de los intelectuales analistas comprometidos con la
causa de la negociación de la guerra.
Los contenidos centrales del consenso mínimo
alcanzado, por otra parte, funciona como regulador y dosificador
de la carga de subjetividad que un compromiso tan
explícito encierra; en l o básico esos contenidos
se condensan en tres postulados: 1. la independencia
frente a los poderes establecidos, sean ellos institucionales,
parainstitucionales o contrainstitucionales y llámense,
para este caso concreto,
Estado,
guerrillas o paramilitares; 2. el desmoronamiento de la
ilusión de que entre el saber y el poder pueda
establecerse una clara y transparente relación inmediata;
3. la aceptación racional de las lógicas de
negociación de conflictos
como el camino humana y culturalmente más enriquecedor de
los procesos de
construcción individual y colectiva de sociedad. Entonces,
un sano escepticismo frente al poder nos está permitiendo
comprender que el pensamiento de
los intelectuales, que los resultados de sus formas
específicas de conocimiento
por lo general son asuntos que sólo logran evidenciar su
eficacia o
ineficacia sociales en el mediano plazo. Habría que
recordar cómo situaciones ahora ampliamente aceptadas (
por ejemplo, la tesis de que
el conflicto
armado era una guerra interna que había producido
importantes realidades paraestatales), hace quince años
eran meros resultados de la investigación académica; aún
más, en su época esas conclusiones dieron base para
que sus autores fuesen satanizados por los discursos
oficiales como proguerrilleros.
Gloria Cuartas, intelectual altamente comprometida con
la causa de la negociación, condensó en forma
adecuada los contenidos básicos de ese consenso
mínimo cuando escribió: "No, yo personalmente no
quiero la guerra; no apoyo la invitación del gobierno a tomar
partido por una seguridad
democrática con fundamento en las armas; no acepto
la subordinación ante ninguno de los actores
armados".
En definitiva, en la actual coyuntura nacional e
internacional un grupo importante de intelectuales colombianos
somos clara y vigorosamente antibelicistas y por eso, en
forma coherente podemos decir: No a la prepotente, interesada,
inmoral e inconsecuente guerra de los Estados Unidos
contra el oprimido pueblo de Irak; No a los
cobardes, bárbaros en lo humano y torpes en lo
político, atentados de las guerrillas contra la población civil; y No a la Política–
militarista, unípeda, costosa y en lo democrático
socioculturalmente riesgosa- de Seguridad democrática de
Uribe Vélez.
Como ciudadanos democráticos reivindicamos el
derecho a no estar de acuerdo con el Proyecto de Uribe
y, sobre todo, con el componente militar del mismo que, en
elevada medida, es su condensación. Por desgracia, todo
esto lo proclamamos en el marco de una sociedad tendencialmente
probelicista. En ésta, en la actualidad, el cuestionar a
Uribe aunque sea puntualmente, peor aún, el ser
antiuribista y aún, el no estar de acuerdo con él,
constituyen señales de proguerrillerismo Es éste el
producto
práctico, al fin y al cabo lo simbólico
también forja realidades, de la masa crítica de
imaginarios bélicos que los Medios de
comunicación, sobre todo, irresponsablemente le han
venido inyectando a la ciudadanía más allá
de un fundado cálculo
racional sobre las posibilidades y no posibilidades del Estado de
ganar la guerra en el marco de un consumo de
tiempos y de recursos soportables por la propia
sociedad.
Pero, muy explicables, aunque no justificables, resultan
esos controles sociomoralistas que la propia sociedad está
ejerciendo sobre sus miembros en términos a sus
cercanías o distancias frente a un Uribe idealizado, a las
primeras para aplaudirlas mientras a las segundas para
satanizarlas como proguerrilleras.
Esta compleja e importante pero reciente historia del
corazón
colectivo nacional comenzó en 1998 en la transición
entre los gobiernos de Samper y Pastrana con los golpes recibidos
por los militares, a manos de las Farc, en acciones, como
la de la base militar de las Delicias, propias de un cuasi
ejército. Entonces, hubo desánimo colectivo en la
sociedad nacional.; en ella se profundizó la tradicional
desconfianza ciudadana en las instituciones
políticas y estatales, alimentada ahora por
el imaginario colectivo de casi derrotabilidad de las fuerzas
militares del Estado. En el primer año de gobierno de
Pastrana, circunstancias ligadas al proyecto de
reingenierización de la institución militar, a la
publicitada ‘química" entre
Pastrana y Marulanda Vélez, a las esperanzas puestas en la
llegada de un ‘Plan
Colombia’ sobrecargado de dólares y, sobre todo, a
la apertura del gobierno a una posible solución
política del conflicto, conmovieron el ánimo
colectivo que, tonificado, le entregó a Pastrana un claro
mandato de negociación rubricado por diez millones de
votos. Fue entonces cuando, como ave fénix, tomó
vuelo la representación colectiva de negociabilidad del
conflicto. Pero, más temprano que tarde, con la
experiencia del Caguán, sobre todo, se pasó a otro
momento en la evolución de la emocionalidad colectiva. Al
margen de su frustración como negociación, el
Cagúan constituyó para el conjunto de la sociedad
colombiana una experiencia colectiva altamente reveladora. En
primer lugar, tras ya casi cuatro décadas de existencia,
le permitió a los citadinos tomar conciencia de que
en su país había una guerra interna; en segundo
lugar, le reveló a la ciudadanía la complejidad y
profundidad de la crisis de
poder socioterritorial del Estado colombiano al percatarse de que
éste no era Estado en muchas partes donde siempre
había proclamado que lo era; y finalmente el Caguán
fue el boquete por donde comenzó a desinflarse el
reánimo colectivo característico de la primera fase del
proceso de
negociación. En esta etapa de evolución de la
emocionalidad colectiva hubo un momento en el que la
representación social que se impuso fue la del cogobierno
Pastrana- Marulanda Vélez; de continuar hacia ese abismo,
así lo imaginaron, sintieron y hasta lo expresaron muchos
colombianos, o el Caguán se transformaría en un
nuevo Estado o las Farc se apropiarían del Estado "de
todos. Fue en un contexto así en el que emergió,
como lucecita en el trasfondo del túnel, la figura de
Alvaro Uribe Vélez; persistente, tenaz y coherente en el
manejo de las lógicas desde las que cuestionaba el proceso
del Cagúan, Su programa, por
distinto vías concurrentes, en lo básico se
condensaba en una Propuesta de manejo unipersonal de la autoridad del
Estado para construirle seguridad a la ciudadanía. Fue
entonces cuando, con la proactividad de los Medios de
Comunicación a la cabeza, se inició en el
país una intensa guerra simbólica orientada, por
una parte, a presentar a las guerrillas como los únicos
bárbaros del paseo, y, por la otra, a desacreditar toda
opción de salida negociada. Al final el imaginario
colectivo que se impuso fue el de la clausura definitiva de toda
posibilidad de negociación. Llegado Uribe al gobierno del
Estado, sus cincuenta y cuatro punto en la votación
presidencial, con rapidez se elevaron a setenta cinco en los
respaldos a su gestión, marco emocional politico en el que
se gestó y consolidó el imaginario colectivo de
derrotabilidad de las guerrllas. Transcurridos los primeros
cuatro meses del gobierno de Uribe ese imaginario empezó a
impregnarse de un sabor entre lo dulce y lo agrio, pues el
común de la gente esperaba de él resultados
militares más rápidos y contundentes o, por lo
menos, se imaginaba que era más fácil derrotar a
las guerrillas. Hasta hace algunos dos meses sectores y personas
de la propia base social del gobierno de la seguridad
democrática empezaron a preguntarse: ¿será
capaz? ¿será capaz Uribe de derrotar a las
guerrillas? Pero, una vez producido la cobarde tragedia del Club
el Nogal, cobarde será siempre toda acción armada
en la que la víctima directa sea población civil
del estrato social que sea, el imaginario colectivo de
derrotabilidad de las guerrillas se ha cualificado; ha sido por
esto por lo que el espontáneo grito de tantos "queremos
paz" ha sido remplazado ahora por el fatídico "queremos
guerra".
Ha sido así como en cortos cuatro años los
contenidos de la emocionalidad colectiva, así como los de
los imaginarios a ella ligados, se han venido transformando con
una celeridad impresionante; son las dinámicas propias de
una sociedad nacional todavía inmadura y que apenas si se
preanucia como sociedad
civil.
Pero, más allá de esta reactivación
de la guerra en los corazones, la reguerra se inició
cuando Uribe preadelantó su mandato clausurando la
malograda experiencia del Cagúan, en plena fase final del
gobierno de Pastrana; por primera vez en la historia del
conflicto, el Estado
tomó la ofensiva. La guerrilla se dio sus tiempos para
replantear con claridad su estrategia:; ahora ya es claro que
mientras está respondiendo y hasta desafiando, sin hasta
ahora replegarse, en lo sitios donde el gobierno instaló
las dos primeras Zonas de Rehabilitación y
Consolidación ( Sur de Bolívar y Arauca, sobre
todo), ha venido agudizando, en las ciudades, sobre todo, una
metodología armada de efectos terroristas
sobre los citadinos y en el resto del país está
aplicando formas clásicas de acción de la guerra de
guerrillas. Hasta ahora el progresivo endurecimiento militarista
del gobierno se ha visto acompañado del progresivo
endurecimiento militarista de las guerrillas; bueno, al fin y al
cabo son ésas las lógicas de la guerra, que se
maten entre ellos, lo problemático resulta cuando como
resultado de la guerra las víctimas inocentes de la
población civil doblan y hasta triplican los
cadáveres de las filas de cada bando armado. Hasta
dónde se llegará en esta espiral guerrerista? Hasta
donde lo decidan los dos bandos enfrentados.
El poderoso matutino El Tiempo, de
orientación uribista crítica, ha editorializado
así:" El Nogal y Neiva representan lo que los marxistas
llaman ‘un salto cualitativo’ en la dinámica de la guerra, un punto de no
retorno en la evolución de las Farc hacia el terrorismo y,
muy posiblemente, un endurecimiento sin reversa de un Estado
asediado y golpeado en lo más sensible… Las
repercusiones distan de ser coyunturales… A seis meses de
iniciado su mandato, el Presidente y su política de
‘seguridad democrática’ han llegado a una
encrucijada crítica. ¿Qué va a pasar en las
zonas especiales de rehabilitación, cuya
recuperación por parte del Estado nada que se consolida?
¿Y cómo van a adelantar el gobierno y las Fuerzas
Armadas una guerra cuyo traslado a la ciudad ha sido tan
inesperado como diabólico? Esta ya no es la misma
guerra…Hay un antes y un después. Y ese
después es lo que estamos comenzando a vivir los
colombianos."
Constituye ésta la más propicia
ocasión que se le presenta al gobierno para probar la
eficacia de su Estrategia de seguridad
democrática.
Nadie tiene claridad hasta dónde irá Uribe
en materia de
Estrategias de
reguerra y de búsqueda de recursos financieros,
institucionales y sicosociales necesarios para aplicarlas. En el
interior del gobierno parecen moverse tres posiciones: los
guerreristas que quisieran el exterminio casi genocida de las
guerrillas mediante una guerra total; un sector que postula la
necesidad de golpearlos en forma tan contundente hasta obligarlos
a una rendición o capitulación; y finalmente, un
sector más moderado que propicia su debilitamiento militar
hasta los límites de
una negociación en la que se vean obligados a reducir sus
niveles de exigencias. A los primeros habría que decirles
que quizás no les alcanzará sus años de vida
militarmente útil para semejante despropósito
militar y político; a los segundos se les podía
recordar que los recursos para intentarlo son tan escasos en este
país que cada peso que se le invierte a la guerra es un
peso que se le quita a la a la casi única medio comida del
colombiano común y corriente o a la inversión social o a la
capitalización productiva sin olvidar el que se le
restaría a la corrupción. Finalmente, podría
preguntárseles a los terceros: si no quieren negociar con
las guerrillas, por qué no reorientar las billonadas que
el financiamiento
de la reguerra requiere hacia la realización de las
indispensables reformas estructurales que este país
necesita dejando así sin banderas a las actuales
guerrillas y evitando, por otra parte, que su no ejecución
favorezca la reproducción futura de nuevas
insurgencias?
Constituyen los anteriores dos referentes,
simbólico bélico el primero y real bélico el
segundo, necesarios para inscribir el examen de lo que le
está ocurriendo en este país a los intelectuales
democráticos pro-negociación. Cada día que
pasa, el grupo se achica, lo que resulta muy explicable dadas las
condiciones de poder instaladas en al país, tendencial y
progresivamente antidemocráticas digamos y, sobre todo, si
se sabe que nadie tan vigorosos e intensivos como los
intelectuales en la reivindicación del derecho al manejo
libre, discrecional y libertario de sus propios fantasmas,
así como sus específicas realidades. Explicable
resulta así que en 1998 al Primer Congreso nacional
universitario organizado por la Red de Universidades por la
paz en Bogotá hayamos asistido 2500 universitarios
pronegociación y que el año al Cuarto Congreso
realizado en la misma muy universitaria ciudad no hayamos hecho
presencia más de 200.
En síntesis,
lo que en definitiva nos distancia a muchos de Uribe, al margen
del tinte neoinstitucionalista y neoliberal de su Proyecto, es el
amplio margen existente entre su real política,
progresivamente militarista, de seguridad democrática, y
el consecuencial arrinconamiento, cada día más
visible, de esfuerzos por abrirle desde el gobierno ventanitas
reales a una posible y futura negociación montada sobre un
modelo
estratégico distinto del del Caguán. Por ejemplo,
nada tan políticamente irreal como llamar a la ONU a mediar sin
que haya mediado un acuerdo con las Guerrillas. En los medios
gubernamentales se dice que son las guerrillas las que nada
positivo han adelantado en función de
una posible futura negociación; esto no obstante, no se
podrá oscurecer que en el actual gobierno aún su
sector más ponderado y moderado arrastra una buena dosis
de guerrerismo. En un marco así, en este gobierno la
opción negociada no ha podido más que tener una
ubicación residual, que se ha ido corriendo hasta su no
viabilidad a medida que la guerrilla ha ido respondiendo por una
vía militarista de efectos y consecuencias terroristas.
Las guerrillas, por su parte, al hacer su guerra y hasta
profundizarla se mueven dentro de sus lógicas, pero
deberían hacer lo que menos hacen, confrontar a sus
enemigos armados y no a la población civil; para construir
negociación y a partir de allí reconstruir este
país las acompañaremos, lo mismo que al Estado,
hasta los limites de lo políticamente ético. Pero,
para hacer la guerra, profundizarla y violentar la
población civil, ni un paso adelante. Las Auc, por su
parte, si la contundencia de la guerra no las frena,
podrán seguir con su operación, como lo ha
destacado Alfredo Molano, de división del trabajo
bifurcándose entre la política de seguridad
democrática y las posturas armadas anti.insurreccionales;
de todas maneras, las conversaciones que adelantan para acercar
amistades distanciadas, para el país sólo
tendrán real importancia política cuando se pacten
medidas de fondo para desmontar el paramilitarismo como
componente estructural y funcional que es del régimen
político colombiano, como lo ha resaltado Daniel
García Peña.
Pero, jugándole a la positiva, por qué
seguimos apoyando y buscándole condiciones propicias a una
negociación?
Varias y variadas son las razones de nuestra
adhesión racional y estética a la causa de la
negociación política del conflicto armado
colombiano:
Primera: en términos normales, al buscarle
solución a un conflicto político macro maduro
sólo se apela a la Estrategia de guerra cuando la de
negociación ha fallado; pero en el caso colombiano no se
puede pretender la deslegitimación de la salida negociada
cuando ésta efectivamente nunca se ha ensayado. Más
allá del nominalismo, la del Caguán no fue una
genuina experiencia negociadora, pues lo que allí se dio
no fue si no una inédita confrontación
política y administrativa legalizada entre dos
máquina de poder- Estado y guerrilla fariana- alrededor
del control
socioterritorial de una subregión del
país.
Segunda: en toda sociedad, por madura que sea,
por fallas en sus formas estructurales y funcionales de organización social o por ausencia o
debilitamiento o cierre de sus espacios democráticos,
pueden darse manifestaciones violentas de sus conflictos; eso no
debe escandalizar a nadie, pero sí debe ser motivo de
cuestionamiento a sus dirigentes. Esto no obstante, la
solución democrática de los conflictos siempre
será una vía humanamente más enriquecedora
que la de "echar a los hombres contra los hombres". (José
Martí)
Tercera: precisamente en la sociedad colombiana,
el siempre reiterado aplazamiento de las indispensables reformas
estructurales que la sociedad demanda,
será siempre un motivo potencial para la formación
de insurgencias armadas; entonces, una de dos: o se reorganiza a
fondo esta sociedad sobre nuevas bases de solidaridad
social y de efectiva inclusión sociopolítica
institucional de la gente, dejando así sin bandera a
reales o potenciales insurgentes armados o se realizan con la
participación de ellos los profundos cambios requeridos
por la nación.
Cuarta: como ya se insinuó atrás,
hacer la guerra extrema, siempre resultará
económicamente más costoso que construir la
pacificación (ponerle punto final a la guerra) colocando
al país en un nuevo marco de posibilidades
políticas, que alienten un gran acuerdo nacional para los
necesarios cambios estructurales; además, de dónde
van a salir la billonadas necesarias para hacer la guerra en un
país donde cada peso que se le dedique a ésta es un
peso que se le resta al combate contra el hambre de ese sesenta
por ciento de colombianos que no tienen otro itinerario que el
deambular cotidiano entre la pobreza y la
indigencia.
Y quinta: pero, si elevado y casi infinanciable
es el precio
económico de la reguerra, no cuantificables por
cualitativos serán sus costos
sicológicos, simbólicos, políticos y
culturales; el desenlace que en definitiva tenga esta guerra no
será inocente e inane frente al presente y al futuro de
esta sociedad. Y si todos nos vamos a la reguerra,
¿quién enterrará nuestros muertos? y, sobre
todo, si a ella se vuelcan también los intelectuales,
¿quiénes advertirán críticamente los
peligros de la nueva guerra que, incubada in nuce,
emergerá de los cimientos mismos de una sociedad
integrista, insolidaria, cerrada y excluyente construida a su
amaño por el actor finalmente vencedor?
Humberto Vélez Ramírez
REDUNIPAZ, Red de Universidades por la Paz
ECOPAIS, Fundación
EstadoComunidadyPais
UNIVERSIDAD DEL VALLE, Instituto de Educación, Programa
de Estudios políticos y de Resolución de
Conflictos.