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Autobiografía: la experiencia personal en la elaboración literaria



    1. La memoria
    2. La autobiografía en la
      Argentina
    3. Notas

    En esta monografía
    me refiero a la autobiografía (1) y a algunas de sus
    manifestaciones en la Argentina.

    La palabra "autobiografía" es –a criterio
    de Juan Corominas- una voz de creación reciente; como tal,
    no figura en el Diccionario de
    S. de Covarrubias. La Real Academia Española define al
    término como "Vida de una persona escrita
    por ella misma" (2). En el Diccionario etimológico
    Español
    e Hispánico, tiene la acepción de "biografía de uno
    mismo" (3). El significado, como vemos, es idéntico:
    trátase de toda obra en la que el autor vuelca,
    explícitamente, su experiencia personal.

    Arthur Melville Clark, colaborador de la Collier’s
    Encyclopedia, define así el vocablo: "una forma de
    biografía en la cual el tema es también el autor;
    está escrita generalmente en primera persona y abarca la
    mayor parte o una parte importante de la vida del autor. La
    autobiografía ha existido, en un sentido, desde la
    antigüedad, pero la palabra en sí no fue
    acuñada hasta 1809 por Robert Southey" (4).

    La autobiografía –nos dice- está
    escrita en primera persona. En el Diccionario de la Revista de
    Occidente se hace una salvedad: no toda obra escrita en esta
    forma puede ser considerada autobiográfica; muchas veces,
    la primera persona es "mero artificio", como en el caso del
    Libro de Buen
    Amor.
    Paralelamente, encontramos obras en las que "el autor da noticia
    de sí mismo veladamente, actuando como personaje distinto
    o reflejando con sentido impersonal sus más íntimas
    experiencias" (5).El elemento autobiográfico se da
    independientemente de la forma elegida por el autor para la
    expresión literaria.

    El crítico Wolfgang Kayser sostiene que el asunto
    de una obra literaria puede ser de muy variada índole,
    puede surgir de las fuentes
    más diversas. Hasta el siglo XVIII, las fuentes eran
    principalmente literarias; en el siglo XIX comenzó a
    tenerse en cuenta, para la creación de novelas
    históricas, otra clase de escritos, como los diarios,
    biografías, etc.

    Otras fuentes se presentan ante nosotros: episodios
    leídos en periódicos, narraciones orales, el
    folklore.
    Pero, en ciertos casos, el asunto no viene al poeta como un
    factor externo reelaborable, sino que surge del seno mismo de su
    alma. Entonces, comprobamos que "la propia observación y la vivencia personal han
    proporcionado el asunto al poeta" (6).

    Arnold Hauser (7) y Wolfgang Kayser coinciden en
    señalar una "privatización" del ámbito del
    creador. El escritor ya no se encuentra ante auditorios, como sus
    antepasados; se convierte en un narrador personal que escribe
    para sus lectores. Los personajes, como consecuencia, dejan de
    ser "portadores de mundo" para convertirse en "personas
    privadas"; el mundo narrativo se particulariza. Las relaciones
    entre creador y recipiendario cambian totalmente; el lector
    recibe como confidente las palabras del autor, que se dirige a
    él en una forma directa. Estas transformaciones
    posibilitan, obviamente, el desarrollo de
    una literatura de
    marcado tono intimista. Surgen así las confesiones,
    memorias,
    diarios personales, los relatos autobiográficos, obras
    todas en las que la psicología del autor
    es el centro del que irradian los diferentes
    elementos.

    Afirma Wolfgang Kayser que la autobiografía
    pertenece al grupo de las
    novelas de personaje –recordamos su ya tradicional
    división en novelas de espacio, acontecimiento y
    personaje-; el autor comienza a corporizarse con sus vivencias,
    su pasado, su momento actual, convertidos en materia
    narrativa. Ya no se recurre a un personaje de ficción, o
    éste, creación imaginaria, enmascara al propio
    creador.

    Se ha señalado la aproximación existente
    entre lo autobiográfico y las efusiones líricas. En
    la lírica –sostiene Guillermo Ara- se realiza una
    "aproximación que inmoviliza el instante y niega por ello
    el tiempo" (8);
    nos encontramos ante un presente cristalizado ya definitivamente.
    La lírica, por otra parte, no sitúa los hechos en
    el espacio y en el tiempo; ésta es una diferencia
    fundamental con las manifestaciones autobiográficas, donde
    el parámetro espaciotemporal nunca es olvidado y
    actúa, por lo general, como agente estructurador del
    relato. Lírica y autobiografía, exteriorizaciones
    de una misma intimidad, se distinguen –afirma el estudioso-
    por esta diferente atención prodigada al momento y al
    ámbito.

    La
    memoria

    Tiene papel
    fundamental en la evocación del pasado la maravillosa
    facultad de la memoria. En
    el octavo capítulo de sus Confesiones, San
    Agustín la define como una de las "potencias del
    alma"; caracterizada por almacenar todas las cosas que a ella han
    llegado a través de los sentidos, de
    acuerdo al órgano o conducto por el que se han
    introducido. Presente, pasado y futuro se encuentran –nos
    dice San Agustín– en su memoria: el
    presente, a través de las vivencias actuales que son
    instantáneamente incorporadas; el futuro, bajo el aspecto
    de ilaciones sobre sucesos venideros, y el pasado –tema que
    nos interesa particularmente- es una fuente inagotable de
    rememoraciones. El escribe: Allí también me
    encuentro yo a mí mismo, me acuerdo de mí y de lo
    que hice, y en qué tiempo y en qué lugar lo hice, y
    en qué disposición y circunstancias me hallaba
    cuando lo hice" (9).

    El autor no duda de la veracidad del material
    suministrado por su memoria. Esta es una actitud que
    cambiará posteriormente, ya que el escritor se
    preguntará hasta qué punto lo que está
    recordando se revive tal como fue experimentado. Se habla
    actualmente de una memoria que recrea, que vuelve a forjar el
    acontecimiento, pero iluminado por la luz del presente
    del evocador. El episodio que se relata, entonces,
    diferirá sensiblemente del que aconteciera en aquella
    circunstancia.

    En el caso particular de la autobiografía como
    manifestación literaria, el problema se agrava, ya que,
    junto a esta confusa evocación, aparece la
    personalidad del autor esforzándose, muchas veces
    inconscientemente, por dotarla de rasgos interesantes de los que
    quizás carece. La memoria se caracteriza –comenta el
    doctor Ara- por obrar subrepticiamente, agregando y quitando;
    hace entrar en los hechos del pasado "circunstancias ajenas a la
    voluntad reminiscente".

    Muchas veces, el autor puede caer en el enmascaramiento,
    en el deseo de relatar una vida que no pudo vivir. En este caso,
    nos encontramos ante un verdadero "testimonio de los
    soñado", en el que el escritor, aún sin
    intención de hacerlo, desfigura la realidad hasta tornarla
    un relato ajeno a su propia existencia, pero vinculado a ella,
    precisamente, por ser la encarnación de sus más
    preciados anhelos.

    La
    autobiografía en la Argentina

    El género
    autobiográfico ha sido ampliamente cultivado en nuestro
    país. Las primeras manifestaciones se remontan a los
    períodos iniciales de la literatura argentina, en los que
    ese tipo de creación obedecía a un intento de
    autojustificación. Entre estas obras recordamos las
    autobiografías de Manuel Belgrano, Gervasio Antonio
    Posadas y Manuel A. Pueyrredón. Todas ellas están
    signadas por el deseo de realizar una obra para la posteridad;
    son escritas pensando en el juicio de las generaciones
    venideras.

    En Sarmiento encontramos una clara intención
    autobiográfica, explicitada en sus libros Mi
    defensa y, más precisamente, en Recuerdos de provincia.
    Este último "inicia una manera de observar lo argentino a
    través de la propia experiencia" (10). Esta
    "autobiografía no es ni continuación ni
    repetición de Mi defensa. En Recuerdos, dedicado por su
    autor a ‘mis compatriotas’, compone un alegato en
    defensa propia, sin duda, pero en él aparece la
    preocupación de prestigiar su linaje, su moralidad sin
    tacha y su patriotismo. La síntesis
    del libro es, de hecho, un cuadro genealógico, aunque
    Sarmiento no disimule ni oculte cuanto puede haber en él
    de menesteroso. La imagen quiere ser
    convincente: un hombre de bien
    que nace junto con la patria y que junto a ella vive todas sus
    vicisitudes" (11).

    La generación del 80 también se
    interesó en el género autobiográfico; merced
    a esta inquietud han llegado a nosotros testimonios como los de
    Miguel Cané, Eduardo Wilde y Lucio V. Mansilla. En la
    literatura finisecular se evidencia el gran auge que cobró
    la evocación de lo cotidiano; ya no se tratará de
    gestas heroicas, sino de la vida de un grupo social, deseoso de
    mostrarse en su intimidad. "La sensación de fracaso
    generacional que busca en la evasión y el rescate del
    pasado donde sus autores se sintieron seguros o
    importantes, ha sido señalada por algunos críticos
    como causa de esta profusión de autobiografías del
    ochenta -escribe Susana Zanetti. Las memorias de Wilde o de
    Mansilla nacen al final de sus vidas y pueden permitir un doble
    rescate, en cuanto a la infancia o
    juventud
    lejana y en cuanto a momentos más felices o brillantes"
    (12).

    En Juvenilia, Miguel Cané evoca su ingreso a la
    enseñanza media, poco después de
    la muerte de
    su padre: "He dicho ya que mis primeros días de colegio
    fueron de desolación para mi alma. La tristeza no me
    abandonaba y las repetidas visitas de mi madre, a la que rogaba
    con el acento de la desesperación que me sacara de
    allí, y que sólo me contestaba con su llanto
    silencioso sin dejarse doblegar en su resolución,
    aumentaban aún mis amarguras" (13)."Pagés Larraya
    ha señalado que ‘no fue éste de Cané
    el único relato de experiencias colegiales de nuestra
    literatura, ni el único libro argentino con el
    título de Juvenilia. Fue, sí, el que logró
    traducir con más felicidad motivos presentes en casi todos
    los escritores en casi todos los escritores de su época.
    Acaso su éxito
    resultó de una síntesis: Cané
    consiguió la Juvenilia de las juvenilias’ "
    (14).

    En Aguas abajo (15), Eduardo Wilde, enmascarado tras el
    pequeño Boris, recrea con una indudable visión
    adulta la pintoresca vida en la ciudad boliviana de Tupiza, donde
    conoció los sinsabores del destierro. "Aunque escrita en
    tercera persona y ocultándose escasamente bajo el nombre
    de Boris –el protagonista-, Wilde ha volcado en Aguas abajo
    todos los intereses y características de su original personalidad"
    (16).

    Cuando escribe sus memorias, en París, en 1904,
    Lucio V. Mansilla persigue un objetivo que
    define con estas palabras: "He querido escribir la vida de un
    niño, comentando lo indispensable, tratando de ser lo
    menos difuso posible al perfilar situaciones de familia,
    sociales, personales, a fin de no fatigar la atención del
    lector; esforzándome por último en vivificar el
    gran cuadro pintoresco, animado, siempre interesante, del
    país que fue en otra edad la Patria amada; que me ha hecho
    lo que soy" (17). Guillermo Ara, prologuista de una de las
    ediciones, destaca que el propósito de Mansilla lo lleva
    "a pintar con su imagen la imagen del tiempo que ha vivido
    según lo revelado por los propios sentimientos, sin
    desdeñar el testimonio de sus contemporáneos; a
    mostrar la sociedad, los
    hombres, las ideas y las costumbres a fin de reconstruir el
    pasado, cosa ‘de grandísima enseñanza
    –afirma- en unos pueblos donde, por desgracia, se piensa
    poco por cuenta propia’ " (18).

    En estas obras podemos advertir la profunda
    ligazón que existe entre la interioridad del ser humano y
    el ambiente en
    que se desarrolla; las luchas políticas,
    el exilio, la pobreza, son
    algunas de las facetas que asoman en la narración, a
    menudo risueña.

    Ya en nuestro tiempo, numerosos autores nos han brindado
    textos que los cuentan como personajes. Joaquín
    Gómez Bas, un hombre vinculado espiritualmente al grupo de
    Boedo, escribió La comparsa (19). El protagonista, Calixto
    Ribas, oriundo de la "zona maloliente de la ciudad de
    Avellaneda", se propone escribir el relato de su vida. Para ello,
    recurrirá a Joaquín Gómez Bas, quien lo
    asesorará constantemente, provocando no pocas veces la ira
    del incipiente autobiógrafo. El autor, como vemos, se
    desdobla en dos personajes: Calixto y él mismo. A
    través de esta dualidad se irán exponiendo
    numerosos puntos de una teoría
    poética ejemplificada, por parte del propio Gómez
    Bas, en su obra Barrio Gris.

    La clase alta no es vista con buenos ojos por este autor
    de convicciones tan disímiles; a lo largo de la obra
    observamos los juicios lapidarios que lanza contra los miembros
    de la elite. Un claro ejemplo de esta actitud son las
    páginas en que realiza la evocación de Marichela,
    una mujer de alcurnia
    que trata de paliar con la compañía de Calixto la
    angustia de su desgraciada existencia. En otra oportunidad,
    califica a los aristócratas de "mequetrefes de plata y
    apellido".

    Sus amistades no son trigo limpio; Calixto es uno de los
    pocos que viven de su trabajo en ese mundo marginado. Lo rodean
    asesinos, vulgares carteristas, prostitutas, en fin, todo cuanto
    pueda imaginarse en ese ámbito. Al finalizar el libro, el
    autor realiza una valoración del grupo humano allí
    presentado; confiesa no haber despreciado a ninguno de estos
    seres. La novela surge
    como un todo coherente, en el que un hombre, inmerso en un
    determinado ambiente, lo analiza con la misma claridad con que
    otros escritores analizaron la clase alta, aunque quizás
    con un matiz afectivo mucho mayor.

    La experiencia personal se manifiesta en la obra de
    Manuel Mujica Laínez (20) en dos formas. Una primera
    manifestación, que denominaremos explícita, es
    aquella en la que el autor comenta sucesos que lo tienen por
    protagonista y así lo indica. Las obras en que se advierte
    este rasgo son –a nuestro criterio- Estampas de Buenos Aires,
    Cecil, Los porteños y Placeres y fatigas de los viajes.

    En otro grupo de novelas, sin embargo, el autor describe
    atmósferas
    y personajes a los que estuvo estrechamente vinculado, sin
    especificar que la fuente directa de la narración es su
    propia experiencia personal. En este tipo de obras se ocupa,
    fundamentalmente, de la aristocracia en decadencia. La
    autobiografía implícita subyace en las novelas
    más significativas de nuestro autor sobre tema nacional
    –Los ídolos, Los viajeros, La casa, Invitados en "El
    Paraíso"- y también en Sergio.

    Hay un tercer grupo de obras, las realizadas en
    colaboración con el fotógrafo Aldo Sessa, donde
    –generalmente sin referencia a la vida del autor- se tratan
    temas evidentemente autobiográficos. Ellas se ocupan de la
    ciudad natal –Letra e imagen de Buenos Aires, Más
    letras e imágenes
    de Buenos Aires, Nuestra Buenos Aires-; de una prestigiosa
    institución porteña –Jockey Club, un siglo- y
    del Teatro
    Colón, cuya inauguración evocara en una de sus
    biografías gauchescas –Vida y gloria del Teatro
    Colón. La autobiografía surge, más que en el
    tratamiento de los temas, en la elección de los mismos. El
    Jockey Club y el Teatro Colón son, por otra parte, temas
    autobiográficos, en la medida en que encarnan los valores e
    ideales de una clase

    Muchos escritores evocaron su infancia. Además de
    los ya mencionados Sarmiento, Cané, Wilde, Mansilla y
    Mujica Láinez, se refirieron a estos años Jorge
    Vocos Lescano, Domingo Bravo, Abelardo Arias, María de
    Villarino, María Rosa Oliver, Norah Lange y Vicente
    Barbieri, entre otros. En sus obras observamos una
    intención evocadora que revivirá momentos alegres y
    amargos, con la indudable certeza de que unos y otros los han
    llevado a un presente desde el cual los recuerdan con
    añoranza. La ominosa necesidad de no morir del todo, la
    soledad lejos de la tierra
    natal, el afán de rescatar un tiempo mejor, fueron algunas
    de las motivaciones que dieron origen a libros de esta
    índole.

    Norah Lange evocó momentos de su vida en las
    obras Los dos retratos, Personas en la sala (21) y Cuadernos de
    infancia (22). En esta última, el espacio tiene una
    importancia fundamental: a la existencia feliz en Mendoza se
    contrapone una vida de apagada tristeza que tiene como escenario
    la casa de la calle Tronador, a la que se trasladan cuando muere
    el padre. La narradora permanece ajena, dentro de sus
    posibilidades, a los hechos que comenta; no se describe con
    mayores detalles físicos o psicológicos. Tanto ella
    como sus hermanas aparecen como un grupo muy alejado de los
    adultos. La obra se caracteriza por un elemento que no se
    encuentra con frecuencia: el sexo de la
    narradora aparece como un factor capital en el
    relato, sobre todo en lo atinente a las transformaciones
    físicas que entraña la pubertad.

    Junto a esta atención a los procesos
    físicos –cuya ignorancia es sorprendente-,
    encontramos una fina intuición de las actividades de la
    conciencia. Norah
    Lange se caracteriza por evocar minuciosamente las sensaciones,
    los pesares, las alegrías que acompañan el
    crecimiento de las adolescentes.
    La atmósfera de la obra se halla caracterizada por la
    tristeza, el temor, la obsesión de la muerte
    –recordemos el episodio de los sombreros-; en esa bruma se
    destacan, tímidamente, los fulgores de hechos nimios
    plenos de belleza.

    La obra de Vicente Barbieri, El río distante
    (23), presenta algunos puntos en común con las de Lange.
    Un hombre enfermo recuerda su infancia y, como es lógico,
    la ve con tintes nostálgicos. El río es aquí
    un elemento simbólico a la vez que una realidad concreta:
    es el río Salado, pero recuerda también al lejano
    país de la infancia. La acción se desarrolla en "La
    azotea", casa de José María. El niño
    evidencia una singular afición por la naturaleza;
    observa con admirada atención al hornero, se lamenta por
    la cruel muerte de Sultán. Las palabras tienen para
    él una realidad tan estrechamente vinculada a los
    elementos que evocan que le resulta imposible desligarlas de la
    vital existencia de la naturaleza. Así, los vocablos
    "acequias" y "acueductos" le resultan agradables, pues cree
    reconocer en ellos el rumor del agua cuando
    corre.

    Tiene singular importancia en la evocación el
    papel desempeñado por la literatura en el desarrollo
    emocional del niño. Lo encontramos abocado a la lectura de
    Corazón, de cuentos
    españoles, del Martín Fierro. La obra de
    Hernández suscita en el niño y sus
    compañeros el deseo de representar sus episodios
    más importantes; esta dramatización se encuentra
    evocada con gran cariño.

    A diferencia de lo que sucede en la evocaciones de Norah
    Lange –quien sólo se ocupa de sus sirvientes y
    preceptores-, en la obra de Barbieri tienen relevancia las
    caracterizaciones de los personajes del lugar: el herrero, el
    misterioso Juan Sebastián Rivero, Fortunato. El episodio
    de Rivero marca –a
    criterio de Angela Blanco Amores de Pagella- la
    aproximación entre biografía y leyenda, ya que
    José María sostiene que las cuerdas de la guitarra
    se cortan en el momento exacto de la muerte de ese ser tan
    singular (24).

    Algunas de las autobiografías de infancia
    argentinas fueron escritas por inmigrantes o por sus
    descendientes (25). Escribieron esta clase de obras Syria Poletti
    ("El tren de medianoche"), Ernesto
    Sábato ("La memoria de la tierra"),
    María Esther Podestá (Desde ya y sin
    interrupciones), Alberto Gerchunoff ("Autobiografía"),
    Maria Arcuschín (De Ucrania a Basavilbaso), Rosalía
    de Flichmann (Rojos y Blancos. Ucrania), Marcelo Birmajer (No es
    la mariposa negra), Baldomero Fernández Moreno (La patria
    desconocida), Fernando de Querejazu (El pequeño obispo),
    Raúl G. Fernández Otero (Ausencias, presencias y
    sueños), Jorge Fernández Díaz (Mamá),
    María Rosa Lojo (Canción perdida en Buenos Aires al
    oeste) y Gladys Onega (Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la
    pampa gringa), entre otros.

    Syria Poletti evocó su infancia en "El tren de
    medianoche" (26), "un fragmento de vida real convertido en
    ficción: el episodio clave de mi existencia y el punto de
    arranque de toda mi obra. En ese instante, momento en que mi
    madre me dejó para reunirse con mi padre en tierras de
    América, nace el drama y la
    rebeldía, pero también la revelación de la
    soledad y su misterio. Fue como si de pronto se hubiesen abierto
    las compuertas de la vida adulta, y al mismo tiempo, asomara la
    certeza de otro llamado. Al irse, mi madre respondía a un
    llamado ineludible. Yo también, con el tiempo,
    respondería a un llamado" (27).

    Gladys Onega escribió Cuando el tiempo era otro.
    Una historia de infancia en la pampa gringa (28) convencida de
    que "todos tenemos derecho a escribir nuestra historia", como
    ella expresó en un reportaje (29). Su historia se inicia
    en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en 1930, y
    continúa en Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus
    primeros años transcurren en el seno de una familia
    integrada por un gallego tan esforzado y ahorrativo como
    autoritario; una criolla apasionada por la hija mayor, la
    lectura y la
    costura; y dos hermanos, que acaparan la atención que la
    pequeña reclamará para sí. Junto a ellos
    encontramos la familia de
    la casa da pena –los gallegos que quedaron en su tierra-,
    los parientes gallegos que emigraron y los parientes criollos de
    la madre, y los inmigrantes –en su mayoría
    italianos- que viven en el pueblo.

    Al igual que muchos de nuestros escritores, Baldomero
    Fernández Moreno evocó sus años de infancia,
    una edad escindida, en su caso particular, entre dos tierras,
    Argentina y España. En
    el prólogo a sus memorias, que llevan por título La
    patria desconocida, el escritor se refiere a la relación
    de las mismas con sus dos patrias, y deslinda la incidencia que
    España y la Argentina tienen en ellas: "Son
    páginas, pues, españolas por el recuerdo que las
    informa, argentinas por la mano que las trazó. Por eso
    este libro cobra un sentido vernáculo, americano. Y todo
    aquello en medio del suspirar por mi patria, por curiosidad, por
    exotismo, por poesía
    naciente, y, lo que es lo cierto, por indefinible amor hacia
    ella" (30).

    Fernando de Querejazu publicó en 1986 El
    pequeño obispo (31), una novela
    "absolutamente autobiográfica, aunque parezca un disparate
    lo que ocurre allí". El 10 de febrero de 1926 llegó
    a América el hidroavión Plus Ultra, piloteado por
    Ramón
    Franco, concretando así una proeza histórica. Ese
    mismo día, en un pueblo de inmigrantes de la provincia de
    Córdoba, veía la luz el protagonista de esta
    novela. Sus padre, de origen español, lo llamaron Fernando
    en homenaje a la isla Fernando de Noronha, en la que se produjo
    el aterrizaje.

    En sus páginas autobiográficas, Alberto
    Gerchunoff se describe a sí mismo vestido a la usanza de
    la nueva tierra: "como todos los mozos de la colonia,
    tenía yo aspecto de gaucho. Vestía amplia bombacha,
    chambergo aludo y bota con espuela sonante. Del borrén de
    mi silla pendía el lazo de luciente argolla y en mi
    cintura, junto al cuchillo, colgaban las boleadoras"
    (32).

    María Arcuschín escribió De Ucrania
    a Basavilbaso (33) obra en la que rinde homenaje a sus
    antepasados y a quienes llegaron a América en busca de un
    futuro mejor, al tiempo que narra su propia vida en el seno de la
    colectividad judía entrerriana.

    Rosalía de Flichmann es la autora de Rojos y
    blancos. Ucrania (34), obra en la que evoca su infancia, en la
    que la amargura era una realidad cotidiana. Las persecuciones, la
    revolución, la guerra civil,
    las violaciones y los asesinatos –a los que se suman las
    inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que Rosalía
    debe enfrentarse a muy corta edad. Agobiada por la tristeza, la
    niña piensa en el padre, al que no ve desde hace
    años. Después de muchos trámites, emigran
    para reencontrarse con él. Por fin, llegan a Mendoza. Ha
    comenzado para Rosalía "una larga vida en la Argentina,
    una vida plena y feliz".

    …..

    En las obras de estos autores observamos sendas
    evocaciones del pasado personal. Estas son sólo algunas de
    las diferentes formas que puede asumir el recuerdo en escritores
    tan vinculados entre sí por el contexto histórico y
    nacional, pero tan diferentes por su extracción social y
    las metas que los impulsan.

    La experiencia personal ha suscitado en ellos la
    necesidad de plasmar una creación que la tenga como tema
    principal y el resultado ha sido, a todas luces, la
    expresión de una peculiar posición ante la
    vida.

    Notas

    1. Material proveniente de la Tesis de
      Licenciatura "Manuel Mujica Láinez, la experiencia
      personal en la elaboración literaria", defendida en la
      Universidad
      de Buenos Aires ante el Tribunal integrado por el Dr. Guillermo
      Ara, la Doctora Teresita Frugoni de Fritzsche y la Profesora
      Marta Lena Paz. Incluido en Territorios de Infancia (Buenos
      Aires, Plus Ultra, 1994).
    2. Diccionario de la Lengua
      Española. Madrid, Espasa-Calpe, 1970, pág.
      144.
    3. García de Diego, Vicente
    4. USA, The Crowell-Collier Publishing Company, 1965,
      pág. 139.
    5. Diccionario de Literatura Española. Madrid,
      Ediciones de la Revista de Occidente, 1972, pág.
      73.
    6. Kayser, Wolfgang: Interpretación y análisis de la obra literaria. Madrid,
      Gredos, 1954, pág. 89.
    7. Hauser, Arnold: Historia social de la literatura y el
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      Madrid, Guadarrama, 1964.
    8. Ara, Guillermo: Vida y testimonio del escritor
      argentino. Trabajo inédito.
    9. Agustín, San: Confesiones. Madrid,
      Espasa-Calpe, 1965, pág. 207.
    10. Ara, Guillermo: Los argentinos y la literatura
      nacional. Estudios para una teoría de nuestra
      expresión. Buenos Aires, Huemul, 1966, pág.
      16.
    11. Zanetti, Susana y Pontieri, Margarita B.: "El ensayo.
      Domingo F. Sarmiento", en Historia de la literatura argentina.
      Buenos Aires, CEAL, 1980.
    12. Zanetti, Susana: "La ‘prosa ligera’ y la
      ironía. Cané y Wilde", en Historia de la
      literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    13. Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL,
      1980.
    14. Zanetti, Susana: op. cit.
    15. Wilde, Eduardo: Aguas abajo. Buenos Aires, Huemul,
      1969.
    16. Zanetti, Susana: op. cit
    17. Mansilla, Lucio V.: Mis memorias
    18. Ara, Guillermo: Prólogo a Mis
      memorias..
    19. Gómez Bas, Joaquín: La comparsa. Buenos
      Aires, Falbo Librero Editor, 1966, pág. 91.

      Estampas de Buenos Aires. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1946.

      Invitados en "El Paraíso". Buenos Aires,
      Sudamericana, 1957.

      Jockey Club, un siglo. Buenos Aires,
      Cosmogonías, 1982.

      La casa. Buenos Aires, Sudamericana,
      1983.

      Los ídolos. Buenos Aires, Sudamericana,
      1983.

      Los porteños. Buenos Aires, La Ciudad,
      1979.

      Los viajeros. Buenos Aires, Sudamericana,
      1967.

      Placeres y fatigas de los viajes. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1983.

      Sergio. Buenos Aires, Sudamericana, 1983.

      Vida y gloria del Teatro Colón. Buenos Aires,
      Cosmogonías, 1983.

      Placeres y fatigas de los viajes. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1983.

    20. Mujica Láinez, Manuel: Cecil. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1972.
    21. Lange, Norah: Personas en la sala. Buenos Aires,
      CEAL, 1980.
    22. Lange, Norah: Cuadernos de infancia. Buenos Aires,
      Losada, 1979.
    23. Barbieri, Vicente: El río distante. Relatos de
      una infancia. Buenos Aires, Losada, 1945.
    24. Blanco Amores de Pagella, Angela:
      "Aproximación de dos autobiografías". Santa Fe,
      Universidad Nacional del Litoral, 1968.
    25. Ver mi monografía "Inmigración: Memorias y
      biografías".
    26. Varios autores: Mi mejor cuento.
      Buenos Aires, Orión, 1974.
    27. Fornaciari, Dora: "Reportajes periodísticos a
      Syria Poletti", en Taller de imaginería. Buenos Aires,
      Losada, 1977.
    28. Onega; Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una
      historia de infancia en la pampa gringa.. Buenos Aires,
      Grijalbo Mondadori, 1999.
    29. Duche, Walter: "Todos tenemos derecho a escribir
      nuestra historia", en La Prensa, Buenos Aires, 18 de
      julio de 1999.
    30. Fernández Moreno, Baldomero: La patria
      desconocida.
    31. Querejazu, Fernando:El pequeño obispo. Buenos
      Aires, Lumen, 1986.
    32. Gerchunoff, Alberto: "Autobiografía", en
      Feierstein, Ricardo (selecc. y prólogo): Alberto
      Gerchunoff, judío y argentino. Buenos Aires, Milá
      2001.
    33. Arcuschín, María: De Ucrania a
      Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986.
    34. Flichmann, Rosalía de : Rojos y blancos.
      Ucrania. Buenos Aires, Per Abbat, 1987.

     

     

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
    Matriculada

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